Cap. 2 LA
EDAD MEDIA
SOCIEDAD,
COSTUMBRES, VIDA, COMIDA, IGLESIA, INSTITUCIONES
Estimados
lectores, voy a exponer unos pequeños trabajos de varios autores con temas sobre
la vida y cultura medieval, instituciones, pensamientos, amor. Veremos como la
vida era ruda, fuerte, como a través de casi diez siglos, se formó lo que somos
ahora. Para que darle vueltas, gracias bien o mal, el resultado es un mundo
nuevo y nosotros somos ese resultado.
Estimados lectores podéis consultar
todo esto a través de un libro que editó la Facultad de Filosofía y Letras de
la UNAM, si os interesa, claro. Pero por lo menos sabréis de donde venís.
EL ARTE ROMÁNICO
Con la fundación
de la orden de Cluny a principios del siglo X en la región de Borgoña
(Francia), que responde a la necesidad de una profunda renovación dentro de la
vida monacal benedictina, se abre para la cultura y el arte medievales una
nueva y rica etapa que dejó su huella no sólo en el desarrollo del pensamiento
filosófico cristiano sino en la multitud de creaciones y manifestaciones
artísticas que engalanan, hasta la fecha, la vasta geografía europea. No
obstante la crítica situación que vivió Europa Occidental durante el siglo X
con la crisis interna del Imperio Carolingio y las constantes invasiones de los
vikingos, los cluniacenses fueron paulatinamente extendiendo su dominio y
fundaciones de modo que para finales de siglo, cuando comienza la recuperación
europea, el monasterio de Cluny se ha convertido ya en una fuerza
extraordinaria dentro de la Iglesia.
En el terreno del arte, surge el
estilo Románico que recoge el legado de la Antigüedad romana –como su nombre lo
indica, conserva influencias y reminiscencias del arte romano permeadas en
algunos sitios por el cedazo de lo germano- y que con un profundo contenido
cristiano, va a presentarse como un estilo que refleja los ideales, objetivos,
metas y dignidad de la vida monástica; aunque encontramos también
manifestaciones civiles, son las religiosas la que le dan ser y vida a este
estilo, es el Románico un arte esencialmente religioso que nace con un espíritu
renovador en lo estructural y en lo decorativo, refleja en sus expresiones ese
movimiento de renovación que los cluniacenses protagonizan dentro de la
iglesia. Éstos crearon el Románico como la forma plástica perfecta en la cual
materializar su Regla.
El Románico nace con una profunda
vocación y sentido didácticos, busca un periodo de formas e imágenes que
respondan a la necesidad de mostrar la verdad de la fe, la historia de la
salvación y las vidas de todos aquellos santos que han contribuido a lo largo
de la historia del cristianismo, a la trasmisión y vivencia de esa fe. Su forma
de expresión es espontánea, libre, intelectual y hondamente espiritual; crea su
propio lenguaje donde lo espiritual está por encima de lo temporal, por ello el
símbolo será la suprema expresión de esa realidad metafísica, sus valores
estéticos no estarán en lo visible, material e inmediato sino en lo que vibra
en el interior, en lo invisible. Al mirar las obras del Románico no debemos
buscar como están representadas las formas, los temas o las figuras, sino que
representan, el aspecto externo pasa a un segundo o tercer plano; es lo
invisible lo único que tiene realidad y verdad, no en balde lo definimos como el arte de lo invisible.
Aunque en un principio el término
Románico se empleó para denominar al arte que había sucedido al romano, de ahí
el nombre, hoy el término enriquece su significado pues también se hace derivar
de las lenguas romances, ya que su tiempo coincide con el triunfo de éstas y la
aparición de una literatura nacional.
Este nuevo estilo tuvo un gran
desarrollo en toda Europa, aunque los territorios más alejados y en cada lugar
adquirió características propias, incluso podemos hablar de diferentes escuelas
dentro de cada región. Además el estilo pasó por distintas fases de desarrollo
y estuvo en constante evolución. En términos generales podemos hablar de un
estilo que nace en Francia en los primeros años del siglo X y cuyo desarrollo y
madurez, evolucionó en los distintos territorios europeos, abarcó hasta
principios del siglo XIII.
Existen varias causas que justifican
la creación, expansión y desarrollo de este arte, pero entre ellas señalaremos
tres que consideramos de vital importancia:
En primer lugar,
está la reforma benedictina en un principio. La primera gran reforma a la Regla
de San Benito de Nurcia (siglo VI) desemboca en la fundación de la Orden de
Cluny cuyo primer monasterio se construye en 910, en los territorios que para
ese fin, cede el duque de Aquitania en tierras de la Borgoña a los benedictinos
reformadores. La difusión de este movimiento de los “monjes negros” como se les
llamaba por el color de su hábito, transformó monasterios benedictinos y no
benedictinos, a la vez que se fundaron otros nuevos. Para el siglo XI Cluny se
había convertido en el faro espiritual de Europa y además contribuía a hacer
presente la autoridad del Papado en casi todos los territorios de la
Cristiandad; sabemos que para fines de este siglo, contaba con cerca de dos mil
monasterios y vastísimos territorios patrimoniales adquiridos por donaciones
reales o de nobles.
La segunda reforma a la Regla de San Benito iniciada por
San Roberto de Molesmes y cuyo principal promotor fue San Bernardo, dio vida a
la Orden del Cister. Su primer monasterio se funda en 1112 en Citeaux y aunque
no tuvo la misma difusión que la de los cluniacenses, si llegó a contar con
numerosas fundaciones y a tener una gran fuerza en el seno de la iglesia.
Los monasterios de estas dos órdenes, principalmente los
de Cluny, fueron focos activos e importantes para el desarrollo de la cultura:
en sus bibliotecas se guardarán, entre otros, los acervos clásicos de obras
griegas y romanas; de sus scriptorium
saldrán las traducciones y manuscritos de obras filosóficas, teológicas y
religiosas, algunos, ilustrados con magníficas miniaturas elaboradas en los
talleres establecidos en ellos y en sus iglesias, se venerarán reliquias
traídas de lugares santos o de santos patronos, por lo cual serán visitadas por
lugareños y peregrinos.
A ser el arte Románico la expresión más fiel del
monacato, logró un gran desarrollo y difusión a través de las fundaciones
cluniacenses y cistercienses, y no sólo en cuanto a arquitectura se refiere,
sino a los programas escultóricos y pictóricos que integran estas obras, así
como a las llamadas artes menores como la miniatura y la eboraria (tallas en
marfil).
En segundo lugar
tenemos las peregrinaciones a Santiago de Compostela, sin lugar a dudas el
centro principal de peregrinaje debido a que Roma resultaba muy peligrosa por
la inseguridad de sus caminos y Jerusalén estaba tomada por los turcos
selyúcidas. El descubrimiento de la tumba del Apóstol había sucedido a
principios del siglo IX y para el siglo XI, el culto a Santiago había trascendido
fronteras y la peregrinación se planteaba como una práctica religiosa casi
obligada para todo cristiano.
La ruta más frecuentada fue el llamado Camino Francés que
estaba integrado por cuatro rutas: 1. La Vía
Turonensis que partía de París y Orleáns; 2. La Vía per Sanctum Leonardum que se inciaba en Vèzelay; 3. La Vía Podiensis que salía de Le Puy y; 4.
La Vía Aegidiana o Tolosana que
aunque partía de Arles tenía como punto central Toulouse. Tres de ellas
entraban a España por Roscenvalles (Reino de Navarra) y una lo hacía por
Somport (Reino de Aragón). En Puente la Reina las cuatro confluían y los
peregrinos marchaban por un solo camino hasta Santiago de Compostela.
A lo largo de estas rutas se fueron estableciendo paradas
obligadas para los peregrinos que hicieron necesaria la construcción de toda
una infraestructura que no sólo tenía que ver con las necesidades espirituales
– monasterios e iglesias con reliquias y santos a venerar para ganar gracias e
indulgencias- sino también con las temporales: hospedaje y comida. Así el
Camino Francés con sus cuatro rutas contiene los edificios más representativos
del arte Románico, las creaciones más espectaculares e innovadoras de este
estilo que sin duda fueron la admiración de propios y extraños desde aquella época.
En tercer lugar debemos mencionar a los creadores
y constructores de estas obras que contribuyeron en mucho, a su desarrollo y
difusión. Se conocen pocos de nombres de maestros albañiles y escultores,
aunque sabemos que la mayoría de las veces, fueron los propios monjes los que
se encargaban de su realización. Sin embargo, tenemos noticias de talleres
ambulantes de maestros canteros que eran contratados y dirigidos por el abad o
por alguno de los monjes conocedor del arte de construir, entre estos talleres
destacan los de maestros lombardos quienes trabajaron por toda Europa.
Por lo que se refiere a la arquitectura, los edificios
monásticos serán la manifestación más lograda de este estilo. La relación que existe entre las órdenes
monacales y el orden arquitectónico en punto de partida esencial para el
estudio del Románico, por lo tanto, el conocimiento de la vida interna de los
monjes, de su programa de vida, trabajo y Reglas, resulta indispensable para
comprender estos grandiosos conjuntos arquitectónicos. En el centro de la
vida monacal está el anhelo por abandonar el mundo para iniciar la vida de
oración, penitencia, ayuno, austeridad y trabajo en el seno de una comunidad,
de ahí que en los edificios percibamos el orden, silencio, austeridad y
ascetismo arquitectónicos, así como la paz de Dios, todos ellos elementos que
se desprenden de las Reglas. El monasterio intenta reflejar aquí en la tierra,
el orden la claridad y perfección de la Civitas
Dei, esa ciudad de Dios entendida como fortaleza y lugar estratégico, de gruesos
muros y pocos vanos que protegía y aislaba a los monjes en su mundo interior.
A todas las actividades de los
monjes se les daba un significado superior, un sentido simbólico en orden a la
salvación, todo ese simbolismo se verá reflejado en la arquitectura y en las
partes que constituyen el monasterio, a saber:
La
Iglesia, que por ser la Casa de Dios
será el lugar más importante, monumental y lujoso, el que domine a todo el
monasterio.
La
Sala Capitular, estará destinada a la
lectura de la Regla porque después de las Sagradas Escrituras, la Regla
constituía el principal objeto de la meditación monástica.
El
Refectorio, tercero en jerarquía, será
el sitio donde el monje reciba el alimento tanto corporal como espiritual, la
lectura de la palabra de Dios.
La
Fuente, donde se lavaban los monjes.
El
Claustro, lugar de meditación.
La
Biblioteca y El Scriptorium como
lugares de lectura y trabajo, y los
Dormitorios,
lugar de descanso.
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El Románico en España
Dentro del
estudio del estilo Románico, el caso de España es muy peculiar porque sólo la
mitad septentrional de la Península adopta el estilo, la otra vive en una
realidad distinta con la presencia de los musulmanes y su cultura, por lo
tanto, partimos de una realidad singular que no es aplicable a otros sitios de
Europa.
Si bien es cierto que, en la segunda
mitad del siglo X las expediciones devastadoras de Almanzor pusieron en jaque a
los reinos cristianos y reforzaron la presencia y poder del Califato de
Córdoba, estos no duró mucho tiempo; para finales del siglo éste se encuentra
sumido en una crisis muy fuerte tanto política como económica. Alrededor del
año 1035 el estado musulmán de Al-Andalus se disgrega y aparecen una serie de
reinos independientes –las primeras Taifas- unos más fuertes que otros y debido
a las luchas constantes entre ellos para lograr la supremacía, no sólo
consiguieron debilitar al sistema en general, sino su posición frente a los
reinos de León y Navarra. Éstos aprovechan la situación para extenderse
territorialmente mientras los reyes d taifas piden ayuda a los almorávides del
norte de África.
El reinado de Sancho III el Mayor en
Navarra (1005-1035), quien logró reinar sobre casi todos los territorios
cristianos peninsulares y eclipsó al reino de León, inaugura una nueva etapa de
cambios transcendentes para la historia del Norte de la Península. Fue un
hombre de gran talento y cultura, con una extraordinaria visión política, que
aprovechó las circunstancias del momento para lograr la apertura hacia Europa;
abrió las puertas a la Orden de Cluny a la que favoreció y apoyó para su
establecimiento en el reino, asimismo las concesiones feudales de sus dominios
fueron parte del éxito de su política. Aconseja a sus hijos las alianzas
matrimoniales con princesas francas para que la cultura carolingia penetrara
principalmente en Pamplona, capital del reino. Por otro lado, restauró y
consolidó las edificaciones e iglesias del Camino de Santiago, así como la
seguridad para los peregrinos; sometió a la Iglesia hispana a las directrices
de Roma mediante la imposición de la liturgia romana sobre la hispana de
tradición visigoda, con esta medida buscaba la unificación, el reconocimiento y
el apoyo del papado. En este sentido, Sancho logró entusiasmar al Papa con la
idea de la cruzada, así la Reconquista se asimilaba a las cruzadas contra el
Islam, y las expediciones estarían apoyadas por gentes venidas de Europa,
principalmente de Francia.
Su europeísmo se vio favorecido por
la situación de sus dominios a ambos lados del Pirineo, territorios que dominaban
las dos puertas a Europa por el alto valle de Aragón: el puerto de Somport y el
puerto de Roncesvalles y además, porque su política cultural miraba a Europa,
por ello se considera que puso las bases para la entrada del arte Románico a la
Península. Cabe señalar que muchos clérigos franceses llegaron a ocupar puestos
clave en la iglesia hispana y fueron grandes promotores del Románico.
Como paradoja histórica, el año 1035
es una fecha importante para la historia de España: por un lado, el Califato recibe
su acta de defunción y con ellos la pérdida paulatina de fuerza y presencia de
lo musulmán en el sur peninsular, por otro lado, se emiten las actas de
nacimiento de dos reinos que lucharán por el protagonismo en los siguientes
siglos, me refiero a Castilla y Aragón. Con el reparto del reino entre sus
herederos, según la costumbre patrimonial de la monarquía, Sancho rompía la
unión que él mismo había logrado de sus territorios: García, el primogénito,
heredaba el trono de navarra; Fernando, el reino de León y el Condado de
Castilla con los que creó su propio reino; Gonzalo, las tierras del Sobrarbe y
la Ribagorza, a su muerte prematura estas pasarán a manos de su hermano Ramiro
a quien le tocó el pequeño territorio de Aragón y con ellos fundó el otro reino.
Los hijos y nietos de Sancho
continuarán con la política de apertura a Europa, principalmente con Francia.
Para 1085 Alfonso VI de Castilla, nieto de Sancho el Mayor, con el apoyo de
algunos nobles franceses, logró arrebatar a los musulmanes la ciudad de Toledo,
con ello los dominios cristianos avanzaban hacia el sur. No obstante sufrir el
año siguiente un revés de manos de los almorávides, las fronteras con Castilla
se mantuvieron más o menos fijas.
En el noreste de la Península,
Cataluña que había mantenido constante contacto y relación política con el
reino franco, aunque en sus territorios se conservaba una fuerte conciencia de
hispanidad relacionada con el antiguo reino visigodo, se encontraba fragmentada
en una serie de condados que dificultaban la acción conjunta; sin embargo,
compartía con los reinos de León y Navarra la tendencia a la reconquista de los
territorios ocupados por los musulmanes.
Las relaciones comerciales entre
Al-Andalus y Francia se habían establecido a través de Cataluña y los mercaderes
judíos resultaron los más beneficiados, su principal asentamiento se encontraba
en Montjuich, en Barcelona. En el Pirineo catalán se encontraban las otras dos
puertas de entrada a la Península: Cerdaña y Perthus, además de otro paso
natural, el del Bidasoa.
A principios del siglo XI con Ramón
Berenguer I, el Condado de Barcelona se independiza de la monarquía franca y
para la segunda mitad del siglo, el largo reinado de Ramón Berenguer I el
Viejo, permitió la consolidación de Cataluña mediante la sumisión de todos los
condados al gobierno de Barcelona, a partir de ese momento, el Condado de
Barcelona dirigirá los destinos de la región.
Cataluña no sólo tendrá puesta la
mirada en su vecino Aragón y sus esfuerzos en recuperar tierras al Islam, sino
que a través de los Pirineos mantendrá relaciones con Europa y de cara al
Mediterráneo, las empresas comerciales catalanas competirán con las italianas
aunque constantemente toparán con el problema de los piratas musulmanes de las
islas Baleares.
Para la España cristiana, dividida
en reinos y condados, generalmente hostiles entre sí, la afirmación paneuropea
por lo que se refiere a la ideología y cultura es una cuestión de interés
común. Los reyes, nobles y habitantes de dominios patrimoniales y de ciudades,
ven en el arte Románico más que un estilo constructivo y ornamental, una forma
de sentirse ligados a Europa, un instrumento de acercamiento. Con esta firme
convicción, el Románico es aceptado en los reinos hispánicos.
Los antecedentes de este estilo en la
Península hay que buscarlos en el Arte
Asturiano y en el Mozárabe de los
siglos IX y X. 1. En el caso del Arte
Asturiano, algunas de sus estructuras y elementos anuncian y son
premonitorios de las soluciones románicas, de tal suerte que preparan el camino
para la llegada del Románico, por ellos también se le denomina Arte Prerrománico Asturiano. 2. En
cuanto al Arte Mozárabe, su
desarrollo en territorios del reino de León, territorios de repoblación, hoy
plantea la revisión del término, y se ha presentado la propuesta de llamar Arte Mozárabe sólo al realizado en
tierras de Al-Andalus y arte de la
Repoblación al que se hizo principalmente en León. Este estilo que recibió
la influencia de lo asturiano una vez llegado al norte, presenta también
algunas características que lo vinculan con el Románico.
Las vías de penetración del Románico
en España son dos: (1) a través de los Pirineos hacia Cataluña y (2) por el
reino de Navarra siguiendo la ruta de Santiago de Compostela. En su periodo de
formación presenta dos corrientes: (2.1) la de los canteros lombardos que
extienden sus fórmulas y soluciones por el sur de Francia, Cataluña y Aragón y
(2.2) la que nace en Francia con una mayor vitalidad y desemboca en el gran
románico de fines del siglo XI y siglo XII, que encontramos en Navarra y
Castilla. En un principio, los reinos hispanos participan con carácter
receptivo de las novedades que les vienen del exterior, pero muy pronto
comenzaron a aportar lo propio, a darle su carácter personal y peculiar, así
como a macar diferencias por regiones y a crear escuelas.
La Marca Hispánica –zona situada entre los Pirineos y el Ebro,
en particular el área catalana- fue muy receptiva a la primera etapa del
Románico, se llenó de iglesias con aparejo lombardo, de austera sencillez, con
poca ornamentación entre la que destacan arquillos y bandas lombardas.
Sobresalen las Iglesias pirenaicas de San Clemente y Santa María de Taull. En
cambio, en los grandes centros de otros reinos como Jaca, León y Santiago de
Compostela, fueron permeables al románico francés de procedencia del Languedoc.
Muy importante es señalar que existe
una serie de peculiaridades sumamente originales en el Románico de España, de
las cuales solo se enumeran algunas, como la traducción del estilo al
ladrillo que crea una modalidad en Castilla la Vieja (Santiago del Arrabal
en Toledo); el empleo de pórticos laterales, como en las iglesias de
Segovia y su comarca (San Martín y San Millán en Segovia), elemento desconocido
en el Románico francés; el empleo de disposiciones y elementos de
procedencia musulmana que creó un estilo o modalidad, según como quiera
verse denominado Románico-Mudéjar
(San Tirso de Sahagún). No podemos olvidar esta influencia musulmana que será
importante en el desarrollo del románico hispano, incluso en románico francés
se ve beneficiado con algunas fórmulas derivadas de esta mezcla de culturas.
Sobresale por su bóveda musulmana de arcos entrecruzados la iglesia del Santo
Sepulcro de Torres del Río en Navarra.
Existen dos modelos de Iglesias románicas
hablando en general, uno de ellos es el llamado iglesia de peregrinación,
que en un principio se aplicó al de los edificios señeros de esta arquitectura,
al de las grandes realizaciones que fueron pocas por costosas, y que hoy se ha
decidido utilizarlo mejor para las iglesias más sencillas y pequeñas pero de
las que existen muchos ejemplares por la gran difusión que tuvo en el Camino de
Peregrinación. Su punto de partida es Cluny II, es decir, la segunda iglesia
que se construyó para ese monasterio francés. Se caracteriza por una planta de
tres naves con cabecera tripartita, o sea, con tres capillas absidales
semicirculares, lo que conocemos como cabecera
benedictia, cabecera precedida por un tramo de bóveda y con un transepto no
acusado en planta pero sí el alzado. DE piedra sillar con muros gruesos y pocos
vanos; las naves de igual altura y techadas con bóvedas de cañón con arcos
fajones, aunque en un principio ostentaron techumbres de madera, el ábside con
bóveda de cuarto de esfera. La escultura se encuentra en ménsulas y capiteles y
con el tiempo invadirá espacios como los tímpanos de las portadas.
El otro modelo lo encontramos en iglesias
monumentales, ubicadas en puntos clave del Camino francés, se trata
de las iglesias de Santa Fe de Conques, San Marcial de Limoges, San Martín de
Tours, San Saturnino de Toulouse y Santiago de Compostela. El modelo rival de
ellas era San Pedro de Roma y el primer intento se llevó a feliz término en la
iglesia de Cluny III. El modelo consiste en una planta de cruz latina, de tres
o cinco naves, con girola, capillas absidales y otras en el transepto, con
tribuna aprovechando la diferencia de altura entre la nave central y las
laterales, iglesia totalmente abovedada. La escultura invade las portadas, y
encontramos verdaderas “Biblias de piedra”.
Los núcleos más importantes y
brillantes del Románico en España son los relacionados con las grandes
fundaciones monacales y también con las capitales o centros de peregrinación.
Entre los edificios más destacados, algunos del Camino Francés, están: la
catedral de Jaca, el monasterio de San Salvador de Leyre, la catedral de
Pamplona, la iglesia de Santa María la Real de Sangüesa, el monasterio de Santa
María de Ripoll, el monasterio de Santo Domingo de Silos en Burgos, San Pedro
de Arlanza, también en Burgos, San Martín de Frómista en Palencia, la catedral
de Palencia, el monasterio de San Isidoro de León, la Catedral Vieja de
Salamanca, la catedral de Zamora, la colegiata de Santillana del Mar y la
catedral de Santiago de Compostela.
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Aviles Moreno,
Guadalupe, “Instituciones y estructuras medievales”, en Aurelio González y
María Teresa Miaja de la Peña, Introducción
a la cultura medieval, México, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2005.
COMIDA, FIESTA Y VESTIDO EN LA EDAD MEDIA
Durante la Edad
Media la gran mayoría de la población de Europa se encontraba en lo que
actualmente entendemos como pobreza extrema: apenas con los mínimos recursos
para sobrevivir y enfrentada a la muerte como una realidad cotidiana. Por
ejemplo, durante el siglo X una cuarta parte de los niños que nacían moría
antes de los cinco años y casi la mitad del total antes de llegar a la
pubertad.
La vida de los campesinos, es decir,
de la mayoría de la población, será sumamente austera. Los hombres vestían un
faldón, un tipo de chaleco forrado de piel de conejo (que para los más ricos
podía ser de gato) y se cubrían la cabeza con un sombrero o gorro de tela. Las
mujeres por lo general se vestían con dos túnicas superpuestas y un manto. Para
las faenas agrícolas tenían muy pocas herramientas de hierro, pues la gran
mayoría de sus utensilios eran de madera, así, por ejemplo era muy común
trabajar la tierra con arados provistos de una reja de madera endurecida al
fuego con lo cual el rendimiento de las siembras era muy bajo.
La comida básica era escasa: algunos
vegetales, granos de cereal y caza menor y una hogaza de pan. Pero por otra
parte la sociedad medieval era una sociedad comunitaria y solidaria, en la cual
la pobreza era la condición común. Más de una familia habitaba una misma casa,
varios dormían en una misma cama.
Todavía hacia el año 1000 la
característica de Europa era el de ser un mundo rústico, salvaje, acechado por el
hambre que no tiene suficiente tecnología para explotar la tierra. Comer
abundantemente todo el año era privilegio de algunos monjes y sacerdotes, y
algunos nobles poderosos. En esencia era un mundo que se consideraba pecador y
tenía miedo de sus propias debilidades.
El siglo XI es el momento en que
empieza a cambiar esta situación, es el momento en que terminan las invasiones
del Islam, de los vikingos, de los primeros sarracenos, etc., y surge el arte
románico. Es un mundo donde existe un gran contraste, por un lado nobles
vestidos con telas multicolores y escoltados por caballeros armados con
brillantes armaduras y por otro lado campesinos dependiendo de la tierra y
viviendo pobremente en casas donde se mezclaban los hombres y los animales y el
color pardo manchado de la ropa, era el dominante.
LA COMIDA
La nobleza del
siglo XI estaba unida por una misma fe y compartía los mismos ritos, lenguaje y
la misma herencia cultural, y por lo tanto sus usos sociales y hábitos
gastronómicos eran los mismos.
El comportamiento gastronómico de
los integrantes de una colectividad es el resultado de una actitud ante la
comida, determinada en primer lugar por presupuestos religiosos o ideológicos,
pero este comportamiento también está determinado por una multitud de factores
que pueden ser medioambientales, económicos, políticos, sociales o de la misma
tradición culinaria.
La tradición alimenticia en la
Europa moderna, tiene su sustrato básico en la tradición medieval que se había
conformado a partir de la cultura gastronómica romana apoyada en los cereales,
la vid y el olivo, y en menor grado la ganadería ovina y caprina (más para
queso que para carne), la horticultura y la pesca con el añadido parcial de la
tradición germánica y del mundo celta-bárbaro; la caza y la pesca, recolección
de frutos silvestres y ganadería que como era en el bosque era sobre todo
porcina. Esta tradición bárbara implicaba en vez de vino, leche agria, sidra o
cerveza (cervogia, la cual carecía de
lúpulo y era espesa y con cuerpo), y en vez de aceite, mantequilla y tocino. Su
presencia en la tradición posterior será fundamentalmente en el aspecto de las
carnes ya que la mantequilla y la cerveza tuvieron una importancia muy relativa
en España y los demás países mediterráneos antes de la época contemporánea en
que la industrialización ha facilitado la difusión y consumo de muchos
productos que no encontraban habitualmente en la tradición culinaria. No hay
que olvidar, especialmente en el caso de España,desde donde después se
difundieron a otros países europeos, la presencia en los hábitos alimenticios
medievales de la tradición judía y árabe, esta última especialmente importante
por la introducción de una gran variedad de productos vegetales como las
berenjenas, las alcachofas, las lentejas, los chícharos o guisantes, las habas,
rábanos y diversos tipos de lechugas, la calabaza, el azafrán o la sandía.
Más allá de la cultura gastronómica
o simplemente de lo que se encuentra para comer, el hambre y la comida son dos
caras de una misma moneda. En buena parte de la Edad Media, especialmente en el
siglo XIV, la sequía, pestes y las consiguientes hambrunas fueron algo que casi
se podía considerar como habitual. Por otra parte el contraste entre los grupos
privilegiados de los estamentos superiores y muchos sectores del estamento
inferior era radical pues se pasaba de los platos complejos, abundantes y
refinados de la alta nobleza y clerecía, a lo escaso de sopas, y bodrios de los
sectores marginales y mendigos de las ciudades y campesinos pobres.
El hambre fue un hecho recurrente a
lo largo de los siglos medievales, ya Gregorio de Tours, en su Historia Francorum en el siglo VI,
comenta de esta manera la carestía del año 591: “Hubo aquel año una intensa
hambre en toda la Galia. Muchos hombres hicieron pan con pepitas de uva, con
candelillas de avellano, algunos incluso con raíces de helecho prensadas; las
ponían a secar y las molían mezclándolas con un poco de harina.” En general la
carestía se refería no sólo al ámbito agrícola sino también al silvestre
especialmente a los bosques.
Muy pronto las bebidas alcohólicas
como el vino o la cerveza son parte esencial de la alimentación por su
aportación calórica y así encontramos que en el siglo IX se establece la
correspondencia de las cantidades de vino o cerveza que podían consumir los
monjes en los diversos periodos del año. En general hay una gran diferencia,
probablemente debida al clima, en las raciones alimenticias entre los
monasterios del norte europeo y los mediterráneos. En el norte, cuando no era
ayuno, las raciones diarias podían a cinco o seis mil calorías.
Por otra parte también hay una
oposición entre un modelo nobiliario y un modelo monástico. Por ejemplo,
Eginardo habla del menú de Carlomagno: cuatro platos sin contar los asados,
pero lo define como moderado en el comer y sobre todo beber. También hay que
tomar en cuenta que las prohibiciones religiosas relacionadas con la comida
(substitución de carne por pescado o queso), afectaba a la población durante
más de 150 días al año.
Una de las maneras para conservar la
comida en aquella época era la salazón, así la carne se guardaba en toneles
llenos d salmuera, con lo que podía durar varios meses. En este sentido las
poblaciones cerca del mar tenían la ventaja que podían obtener la sal hirviendo
el agua. Se necesitaba cerca de 8 kilos de sal para conservar 80 kilos de
carne. La sal absorbía el agua de la carne o el pescado e impedía la formación
de microorganismos que hacían que la carne se pudriera. Otro sistema de
conservación era el ahumado. Por su parte las legumbres y frutas se secaban al
sol y los productos lácteos se conservaban en forma de quesos.
El cultivo de los cereales es
fundamental para la alimentación en el mundo medieval. Ya en el mundo romano se
privilegiaba el consumo del trigo, pero a partir del siglo III su cultivo decae
por difícil y bajo rendimiento, y se substituye por otros cereales de calidad
inferior, pero más resistentes y rentables como la avena, cebada, farro, espelta,
mijo, el panizo, el sorgo y sobre todo el centeno que es el cereal más
cultivado hasta los siglos X y XI. Anteriormente este cereal se había destinado
principalmente a la alimentación del ganado. Sin embargo, hay una gran
diferencia social en la manera de consumir los cereales y así se diferencia
entre el pan blanco, preferido en el ámbito nobiliario, y el negro más común
entre los campesinos. Por ejemplo, en Francia, el pan de avena es una vilissima torta, y en cambio en la
región alemana al mismo tiempo de pan se le da el apelativo de pulchrum (hermoso) indicando su
valoración y buena acogida. En general se puede decir que el mundo mediterráneo
se mantiene más apegado al modelo romano del trigo y prefiere y valora el pan
blanco.
También hay diferencias que implican
niveles sociales y valoraciones de prestigio entre l pan fermentado con
levadura (leudado), el pan hecho en horno o entre las cenizas (torta), o entre
el consumo de cereales en forma de pan y el consumo en otras formas como la pulmenta (harinas de cereales cocidas),
sopas y gachas.
En los distintos estamentos la
comida más importante del día era la cena. Con respecto a la comida campesina
medieval, ésta se podría sintetizar de la siguiente manera:
Los
cereales, son la base de la alimentación popular: panificados o en
forma de gachas o papillas llamadas (Frumento). Los cereales principales que
forman la base de la comida campesina son la cebada, el centeno y un tipo de
trigo llamado –escanda-. En el sur de Europa también es bastante común el
consumo de mijo. Por su parte la avena se usa habitualmente para hacer sopas y
“bodrios” (especie de caldo pobre hecho con los sobrantes del pan).
La
sopa, en esta época fue su triunfo. Era muy común el preparar ollas,
potajes y caldos laborados con habas, huevos, chícharos o guisantes, calabaza,
hinojos y, sobre todo, arroz que se sazonaba con canela, jengibre, azafrán, ajo
o agraz (naranja agria).
Los
potajes, se consumían frescos o secos o cocidos, incluso hechos en
harina, el cañamón, alubias, lentejas, castañas y bellotas. Entre los
vegetales, los más comunes eran los ejotes (diversas vainas verdes de
leguminosas), la cebolla, el ajo, diversos tipos de nabos, poros (puerro),
calabazas, zanahorias y rábanos.
La
leche, se consumía de manera habitual en forma de quso y en este
sentido los más frecuentes eran de leche de oveja.
Proteínas
animales, se consumía pescado salado o ahumado (arenques); carne de
cerdo en salazón y ahumada. En el ámbito rural medieval, los peces de río
tienen importancia más no como mercado, y destacan el lucio, poco apreciado por
los romanos, la trucha, los esturiones, las anguilas y también el salmón, la
lamprea, la carpa, los gobios, barbos y cangrejos de río.
Los condimentos más comunes en
la preparación de los alimentos en el estamento del pueblo llano eran el ajo,
la mostaza, el perejil y la menta. Era raro comer la carne n fritura o en
asado, lo más común era prepararla como estofado o guiso con salsa a base de
miga de pan, agraz (vinagre o naranjas ácidas), cebolla, nuez, tomillo y a
veces pimienta o canela, especias que podían alcanzar un precio muy alto. El
tocino (lardo) se usaba tanto para obtener manteca como para suavizar las
carnes y dar sabor a las verduras.
Los
condimentos más usados en la cocina d los niveles superiores de los siglos
XV-XVI eran los siguientes:
Especias
Jengibre: Tiene un sabor
ligeramente picante y muy aromático y combina bien con platos dulces y salados.
Probablemente fue la especia favorita de la Edad Media (tras la pimienta),
aunque en el Renacimiento fue desplazada por la canela. Se usa la raíz pelada y
picada o en polvo de ésta.
Canela: Probablemente la
especie favorita del Renacimiento. Tiene propiedades antisépticas y, sobretodo,
es muy aromática.
Pimienta: probablemente la
negra, aunque la blanca y la verde pueden también haber sido utilizadas ya que
proceden de la misma planta.
Clavos de olor: durante la Edad
Media, el clavo se empleó, además, para intentar aligerar los olores fétidos,
así durante el siglo XIII, sobretodo la nobleza. Usaba las llamadas manzanas de
ámbar que contenían clavo, e igualmente se empleaba el aceite de clavo,
conseguido mediante destilación, que conservaba muchas de las propiedades de la
planta, entre ellas: germicidas, antisépticas y carminativas.
Cardamomo o Granos de Paraíso: Semilla de sabor
muy fuerte pero refrescante. Su empleo en la Europa medieval vendrá a través de
las Cruzadas y a partir de 1359 San Juan de Arce y Rodas lo exportan hacia
Europa.
Nuez Moscada: Aromática y algo
picante se usaba en platos dulces y salsas de todo tipo.
Flor de Macís: Es la cáscara de
la nuez moscada, de sabor parecido a dicha nuez, pero más amargo.
Semillas de Cilantro o culantro: lo que parecen
semillas son en realidad las frutas de la planta seca. Tienen un sabor
diferente al de las hojas.
Hierbas
Quizás
las más usadas fueran el perejil (también se usaba la raíz), el cilantro y la
menta/hierbabuena. Pero también eran muy usadas la mejorana y la salvia. Otras
hierbas aromáticas usadas en la cocina medieval son: ajedrea, hinojo, orégano,
mostaza, ruda y tomillo y el azafrán que daba aroma, sabor y color a caldos y
salsas.
El
sabor predominante en la cocina era el agridulce. El azúcar con agraz (jugo de
uvas verdes, ácidas o naranjas) o vinagre o jugo de naranjas (amargas) es una
combinación favorita. Los limones también se usaban pero menos que las
naranjas.
En
la cocina medieval también tienen un gran papel la leche de almendras (agua
batida junto con almendras machacadas y aromatizadas), el agua de rosas y el
vino.
El
consumo popular de frutas era exclusivamente de manzanas y peras y las frutas
silvestres como: zarzamoras, ciruelas, nísperos, serbas, arándanos, nueces,
avellanas y algarrobo. También se consumían higos, uvas, cerezas, sandías,
melocotones, melones, naranjas, limones membrillos y granadas. Los frutos secos
más importantes eran almendras, avellanas, castañas, nueces, piñones y
pistaches.
La
comida se acompañaba con vino (por lo general áspero y espeso que había que
diluir), la cerveza es de producción y consumo local en el norte de Europa, la
sidra de manzana o pera es de consumo muy rústico, también en las zonas
norteñas, así como el aguardiente de granos e hidromiel, y se finalizaba con
una tisana o infusión de hierbas aromáticas como la verbena, la menta o el
romero.
Los cubiertos, en la mesa los
alimentos se consumen con medios muy limitados ya que los platos se limitan a
escudillas de barro y en su defecto se utilizan hogazas de pan cortadas en
rodajas. Cada una de ellas servirá de plato y se empapará con la salsa. Por lo
general casi no se utilizaban los cubiertos, los más importantes eran las
cucharas de madera y cuchillos. Así la ensalada no debía trocearse, las hojas
se presentaban enteras y bien aliñadas y el comensal las tomaba con los dedos.
Por
el contrario en una comida más formal en el estamento de la nobleza, lo primero
que se presenta en la mesa es la fruta, a modo de entremeses. Según Ruperto de
Nola famoso cocinero en el siglo XV y XVI, el orden de los platos para una
comida era el siguiente: fruta, potaje, asado, otro potaje, algo cocido
(excepto si es manjar blanco, que se sirve tras la fruta), empanadas dulces
fritas y otra fruta.
La
comida cortesana apelaba a la fantasía y a la imaginación de su tradición
gastronómica y se hacían platos de pan para servir la comida coloreada con
perejil (verde), azafrán (amarillo), sándalo (rojizo), heliotropo (azul),
violeta (morado) o sangre (negro).
Una
comida en la corte podía estar formada por nueve platos: salsa, sopa, pastel,
carne, pescado, ave, vegetales, flores o frutas, y terminar como cierre con una
escultura comestible de fantasía.
Al
revés que la comida campesina, la comida nobiliaria se elaboraba con abundancia
d carnes de animales de diverso tipo:
Aves de corral: gansos, pollos,
gallos, pichones, pavos, cisnes.
Animales de corral: cerdos.
Caza: gamos, ciervos, corzos, rebecos,
jabalíes, liebres, perdices, codornices, faisanes, cormoranes, urogallos, grullas,
garzas, alcaravanes.
Exóticos: ballenas,
morsas, focas, marsopas, tiburones, delfines, castores, osos.
Pescados: salmón, anguila,
lamprea, lucio, trucha, bacalao, arenque.
También
se comían ostras cocidas y algunos mariscos o crustáceos aunque eran poco
apreciados.
Durante
casi toda la Edad Media no se come carne de caballo y el pato es considerado
poco comestible. Hasta mediados del XIII el bovino se destinó casi para labores
del campo.
En
este ámbito los postres eran habituales: pasteles (tortas, tartas, buñuelos,
alfajores); la fruta exótica: chabacanos (albaricoques), melones, dátiles,
naranjas dulces, higos, azúcar de caña.
Un
menú de una comida medieval podría estar compuesto por los siguientes
platillos:
Sopa dorada, rebanadas
tostadas de pan, con salsa de azúcar, vino blanco, yemas de huevo y agua de
rosas. Una vez bien empapadas, se freían y se agregaban nuevamente agua de
rosas; espolvoreándolas con azúcar y azafrán para darle el color dorado.
Manzanas rellenas, manzanas,
carne de cerdo, cebolla, pimienta, nueces.
Pudín de cuello de cisne, hígado, corazón,
perejil, caldo de pollo, macís, clavos, azafrán, pimienta, huevos, chícharos o
guisantes.
Faisán en jalea, el ave guisada
con sus menudencias, naranjas, dátiles, romero, albahaca, eneldo, pimienta,
canela y cerveza.
Lechuga en leche de almendras, lechuga, leche
de almendras, cebollas, caldo de carnero y queso.
Crema de rosas, pétalos de rosa
blanca, harina de arroz, leche de almendras, canela, jengibre, dátiles,
piñones, crema, azúcar.
Pimentón o Hipocrás, vino tinto
calentado con azúcar, jengibre, canela, pimienta larga o blanca, clavo, nuez
moscada, granos de paraíso y mejorana.
Todo
lo que tenía que ver con la alimentación y la salud en el mundo medieval se
recogía en los Regimina sanitatis,
muchos de origen clásico (Hipócrates y Galeno) y otros traducidos del mundo
árabe Liber Almansoris. Muy
importante en la tradición medieval es el De
regimine sanitatis de Arnaldo de Vilanova (1238-1311).
Con
respecto a los libros de cocina en el ámbito hispánico destacan el Llibre de Coch de Ruperto de Nola y Arte cisoria o tratado del Arte de cortar
del cuchillo de Enrique de Villena, y en Francia el Viander (1300) de Guillaume Tirel, cocinero de Carlos V, y Le ménagier de París (1393).
LA FIESTA
Durante la Edad
Media, fue el momento de mayor fervor del cristianismo y cuando se celebraron
las irreverentes fiestas de los Locos y
del Asno y del Obispillo, y la representación de misterios y los sermones
burlescos del domingo de Pascua. En este momento, la seguridad de los creyentes
en su religión era tal que las cosas serias se distinguían tan claramente que
no les afectaba la vecindad de las burlas. Posteriormente, a finales de la Edad
Media, la ambigüedad de las cosas serias no soportó a la vecindad.
Por otra parte, el inicio del año es
diferente del inicio del año calendárico, además, el tiempo se puede medir en
relación con grandes sistemas como el Año del Señor o con el sistema local: el
año correspondiente del reinado del monarca en turno. También cada época del
año corresponde a un sentimiento, así es el júbilo por la llegada del Redentor
de la Navidad; el desenfreno del Carnaval; la represión de la Cuaresma como
periodo de penitencia; la tristeza de la Semana Santa; la esperanza y la
alegría de las fiestas de la primavera; mayo como el ms del amor y la guerra;
la alegría festiva del verano y las cosechas; y la tristeza de las fiestas de
difuntos.
La fiesta
popular
Las Fiestas de Navidad y Año Nuevo
con sus distintas manifestaciones relacionadas con la devoción eran muy
importantes. En torno a ellas surgen elementos festivos que han perdurado hasta
nuestros días como los Nacimientos debidos a San Francisco de Asís. La parte
más importante era la Misa del Ángel o de Gallo en la noche del 24 de Diciembre,
al amanecer la misa del pastor y la misa de la palabra divina.
Fiesta
del Asno, Fiesta de Locos (Asinaria Festa, festum stultorum, festa follorum,
festum baculi). Entre Navidad y Epifanía los subdiáconos bailaban y
cantaban canciones obscenas en el coro, comían salchichas, se ponían los
ornamentos sagrados al revés, jugaban a las cartas y los dados, ponían suelas
viejas o excrementos en el incensario o introducían un asno en la iglesia. Esta
fiestas se celebraban hacía el 28 de diciembre día de los Inocentes y San
Nicolás.
El
Carnaval: desde Navidad o desde Reyes, aunque también podía realizarse
desde el día de San Antón, San Blas o desde la Candelaria. Los días anteriores
también podían celebrarse y eran conocidos como Jueves Gordo, Domingo de Piñata
y Martes de carnaval. Se caracterizan por las mascaradas y los combates
rituales.
Mayas:
con el pelele de Mayo, Santiago el Verde (día 1°), la Santa Cruz (día 3), San
Gregorio (día 9), Santa Quiteria (día 22). Básicamente se festeja con
enramadas, árboles decorados y hogueras.
San
Juan: 24 de junio muy relacionada con San Pedro, el 29 de junio. Fiesta
al aire libre en correspondencia con las fuerzas de la Naturaleza en el
solsticio de verano. La noche festiva estaba relacionada con creencias mágicas
y se celebraba con enramadas, fuentes y hogueras.
Pentecostés:
Quincuagésima después de la Ascensión.
Todos
Santos: también los Fieles Difuntos, 1 y 2 de noviembre. Señala el
final de las faenas agrícolas y se corresponde con la Fiesta de la matanza del
cerdo (San Martín) en la que se preparaban las carnes embutidas, curadas,
saladas o ahumadas para el invierno.
La Fiesta en la
Corte
Además de las mencionadas Fiestas de
Navidad –que incluyen Año Nuevo, Pentecostés y Todos Santos y Difuntos, en
torno a la Corte se celebraban como actividades festivas, banquetes, torneos y
cacerías.
Torneos y formas
similares
Están documentados en la cuenca del
Loira y el Mosela desde el siglo XI. N muchas ocasiones tuvieron la oposición
de la iglesia por tratarse de esfuerzos fútiles que desviaban a los caballeros
nobles de la actividad guerrera y de las Cruzadas. A su alrededor se llevaban a
cabo juegos de cartas y dados. La festividad de Pentecostés señalaba el inicio
de la temporada de torneos que terminaban antes de la Navidad. Podía haber
torneos especiales de Pascua y de Todos los Santos. En un principio fue una
actividad característica de las zonas de las marcas (territorios fronterizos).
Se puede considerar que los torneos,
también llamados justas, era una
especie de deporte militar medieval en el cual los jóvenes caballeros, de forma
individual o en grupos, entraban en combate con el propósito de mostrar su
valor y destreza en el uso de las armas. El torneo se celebraba, por regla
general, por invitación de un señor noble y la costumbre indicaba que quien
hacia este anuncio fuera un heraldo, aunque esto no siempre se llevaba a cabo
de manera tan ceremoniosa y los juglares podían ser un medio de difusión d este
tipo de festejos. Antes de iniciar el torneo los participantes en la justa
hacían gala de sus escudos de armas en los que se representaban su origen o
hazañas legendarias que habían dado lugar a su linaje y que se comprometían a
defender con valentía. Los caballeros con
estandarte eran los jefes de equipo los cuales estaban identificados por un
sentido regional. Los trofeos que obtenían los ganadores eran los arneses,
caballos y armas de los derrotados que podían rescatarlos mediante joyas, oro o
dinero. En muchos casos los competidores tenían una relación asalariada con
algún señor. En una jornada de un torneo se podían enfrentar dos bandos
formados, por ejemplo, por Angevinos, Bretones, Poitou y Manceau, contra
Francia, Champagne, Normandía e Inglaterra. O bien Norte contra Sur.
El combate tenía lugar en un área
abierta en la que se situaban los pabellones de los contendientes divididos por
lo general en equipos que podían representar un señorío. Por lo general se
combatía a caballo en grupo; el torneo
de dos caballeros justando a caballo en singular combate no existe antes dl
siglo XIV. En la fiesta del torneo participan heraldo, jueces de armas, público
de nobles, damas y doncellas y pueblo llano. Es después de mediados del siglo
XIII que se usan las armas “corteses”: espadas y lanzas emboladas que teóricamente
no hacían daño, sin embargo, estos combates no estaban exentos de peligro y en
muchas ocasiones concluían con la muerte o con graves heridas de los
contendientes. Los torneos estuvieron especialmente en boga durante los siglos
XII, XIII y XIV, que son también los tiempos del auge de la caballería. Hacia
el 1500 los cambios en los usos de la vida social y en las guerras europeas
transformaron el carácter de las justas: dejaron de ser combates de la nobleza
para formar parte de la pompa general de los Estados. Lógicamente el desarrollo
de las armas de fuego contribuyó a convertir los torneos en un acontecimiento
obsoleto.
En buena parte de la Edad Media no
podía haber una fiesta “cortés” completa sin simulacros de torneos: escaramuzas
de adargas y juegos de cañas (una carrera entre varias cuadrillas de jinetes
que se asaetean unas a otras con lanzas de caña, el objeto era esquivarla o
desviarlas con la adarga o escudo e impactar al contrario con la propia) y el estafermo (figura giratoria que se
golpeaba con la lanza y que al girar violentamente podía derribar al caballero
con unas bolas de madera o sacos de arena.
Otra actividad que podemos
considerar festiva dentro del mundo caballeresco cortesano a pesar de su
seriedad son los llamados pasos (combates
corteses por una dama), d los cuales la literatura nos ha dejado algunos
muy célebres como: “Pas del´arbe de
Charlemagne”, “Pas de la joyeuse garde”, “Pas de la Belle Palerine”, “Pas de la
Fontaine de Pleurs” y el “Pas du pin aux pommes d´or”. En estos encuentros,
parecidos a los torneos, se combatía con un código cortés y era una forma de
festejo guerrero amoroso en el cual el caballero podía llevar el velo, el
tocado, la manga de su dama u otra prenda como símbolo de su vasallaje amoroso.
En España, en tiempos de Juan II y
don Álvaro de Luna, el caballero don Suero de Quiñones llevo a cabo un “passo honroso” entre el 10 de julio y el
9 de agosto de 1434 en el pueblo del Hospital de Órbigo entre León y Astorga.
El “passo honroso” fue un combate caballeresco en el cual don Suero, enamorado
de doña Leonor de Tovar, por la cual había prometido que todos los jueves del
año llevaría una argolla al cuello, símbolo de esclavitud, y sólo sería
liberado de esta promesa al romper trescientas lanzas con cuanto caballero
cruzase por el camino a la salida del Hospital de Órbigo. En el encuentro murió
el caballero Asbert de Claramunt y don Suero llevó el lazo azul símbolo de
fidelidad a Santiago de Compostela.
Esta actividad inicia una tradición
alegórica y en ella aparece el código de colores de gran presencia en la
literatura en el cual, por ejemplo, el color leonado simbolizaba dominio; el
leonado oscuro: aflicción; el verde claro: esperanza naciente; el verde oscuro:
esperanza perdida y el azul: fidelidad.
La cacería
La cacería no era sólo una forma de
conseguir alimentos o una práctica que hoy podríamos llamar deportiva sino que
tenía una componente festiva. Era una forma de reunión y de celebración de la
nobleza cortesana en la cual se ponía de manifiesto en unos casos la habilidad
del caballero con las armas, en otros su valor y en unos más era una cuestión
de prestigio y estatus. Había varios tipos y técnicas de caza. La más noble era
la que se realizaba por medio de aves y es conocida como cetrería, en la cual se podían usar distintas especies de aves,
entre ellas: gerifalte, sacre, neblí, baharí, montano, borní, alfaneque,
tagarote, azor, aleto, gavilán, esmerejón, alcotán y cernícalo.
Por el contrario la montería era una forma de cacería más
agresiva y de más arrojo y fuerza. Es básicamente la caza del jabalí con lanza
y venablos o de ciervos con perros y lanzas.
Los juegos
En torno a la corte también se
desarrollan otras actividades de ingenio o de azar que tienen un sentido
recreativo y que son los juegos de salón entre los que destaca el Ajedrez que
tiene su origen en la India y llegó a Europa entre los años 700 y 900, a través
de la conquista de España por el Islam. Durante la Edad Media donde más se
practicó fue en España e Italia de acuerdo con las reglas árabes (descritas en
diversos tratados de los que fue traductor Alfonso X el Sabio), los Dados, los
juegos de cartas: francesa y española (de origen hindú), las Tablas (antepasado
del backgamon), el “tres en línea” y las Damas, que se originó en el siglo XII,
probablemente en el sur de Francia.
EL VESTIDO
Durante la Edad
Media, quizá más que en otras épocas, el vestido expresa claramente el nivel
social de quien lo usa y tiene correspondencia con el sistema de valores. La
literatura nos ha conservado muchos ejemplos de la apariencia particular de los
caballeros y cómo sus galas y armaduras, caballos y armas reflejan su
personalidad y sirven para exaltar sus virtudes e incluso para recordar sus
hazañas. Lo mismo se podría decir de aquellos caballeros antagónicos de los
héroes, que representan en muchas ocasiones los antivalores de la caballería y
por lo tanto su desmesura y apariencia horrible o tenebrosa corresponden y
representan lo negativo de sus actitudes.
Por ejemplo, el vestido de sir
Gauvain es muestra del refinamiento y cortesía de este caballero más que de su
valor guerrero o capacidad con las armas: “Gauvain, se calzó espuelas de oro
sobre las calzas cortas de seda muy ricamente bordadas; las bragas blanquísimas
y muy suaves; la camisa de lino, algo corta y amplia, llena de pequeños
pliegues, y se colocó sobre los hombros un manto forrado de piel de veros: muy
ricamente se atavió.” (El caballero de la
espada, ed. Riquer, 3-4).
Pero en la vida real medieval
existieron los ricos atavíos mencionados en las novelas, baste recordar, por
ejemplo, los ropajes que mandó hacer Leonor de Aquitania para que usara su
hijo, el rey Ricardo, Corazón de León,
tan cortés y refinado como apasionado y valiente, en su boda con Berenguela de
Navarra: “una túnica de brocado de seda rosa, bordada de medias lunas de plata,
un sombrero escarlata con plumas de ave sujetas por un broche de oro, un tahalí
de seda del que pendía la vaina de oro y plata de sus espada.” (Pernoud, Leonor de Aquitania, 198).
Este lujo y elegancia puede
contrastarse con el que pudo vestir en vida el escribano del Parlamento de
París y rico canónigo de Notre Dame, Nicolás de Blaye (muerto en 1419), quien
al morir dejó en su guardarropa, entre otras muchas prendas: una hopalanda
violeta pardo forrada de vero fino, con caperuza de cofia corta de forro igual,
una hopalanda corta verde pardo forrada de pluma negra y un gran abrigo
bermellón de Bruselas abierto por un lado y forrado de vero fino con caperuza
del mismo forro. (Favier, Francois Villon,
80). Este era un lujo que va mucho más sobre las prendas de abrigo, los forros,
etc., a fin de cuentas un lujo más burgués, lógico en quien no tiene que
cortejar a las damas, ni demostrar su cortesía, valor o habilidad guerrera.
Obviamente, si así era con el
vestido de los caballeros, con el de las damas era especialmente importante
pues como dijo Guibert de Nogent: “La
belleza de la mujer un espejo directo e inmediato, aunque imperfecto y perecedero,
de la infinita e inmutable belleza de Dios” (Pernoud, La mujer en el tiempo de las catedrales, 113). Ejemplo de esta
importancia se encuentra en el vestido que obsequió Luis I de Anjou a su esposa
la duquesa María hacia 1374 que era “todo de terciopelo violeta, bordado de
arbolitos, cada uno de los cuales tiene tres hojas de oro […] los tallos de
esos arbolitos y sus ramas, tres en cada árbol, están bordados con perlas
bastante grandes […] estos arbolitos salen de un terreno verde bordado con diferentes
sedas o hilos de oro […] en la punta de cada rama hay tres perlas en trébol, y
bajo ellas una piedrecita de vidrio rojo engastada […]” (Pernoud, La mujer en el tiempo de las catedrales,
105).
La moda o difusión y predominio de
un modelo determinado de vestir ya era un fenómeno conocido en la Edad Media
que implicaba a las figuras destacadas de la sociedad y así, quizá fue la misma
Leonor de Aquitania quien introdujo una de las modas más conocidas de aquel
tiempo: “la de los vestidos de mangas largas, que a veces llegaban al suelo y
se abrían sobre un forro de seda para dejar libre el antebrazo, ceñido
estrechamente, de raso claro, poniendo de relieve la finura de la muñeca”
(Pernaud, Leonor de Aquitania, 55).
Pero durante la Edad Media al parejo con la moda surgieron los ordenamientos
que limitaban y codificaban la expresión social del vestuario por razones
morales o de decoro: “ninguna rica hembra u otra mujer en la ciudad de Bolonia
en los pueblos y en todo el territorio se atreva […] a vestir pieles y
cualquier traje que tenga una cola por el suelo más larga que tres cuartos de
brazo.” (Estatutos boloñeses de finales del siglo XIII. Fumagalli, Solitudo Carnis, 73).
Los colores de la ropa también eran
significativos de un nivel social o grupo, así, en España, las cortes de 1252
prohíben a los moros usar “paños bermejos,
verdes y sanguíneos”, pero este tipo
de prohibiciones no se limitaban a aquellos que eran ajenos al grupo social
dominante pues por su parte los clérigos no podían usar colores vivos y los
escuderos tenían prohibido vestir de color verde, morado, naranja, rosado,
sanguíneo y tinto. Tal vez por facilidad técnica los colores populares de paño
durante la Edad Media fueron el cárdeno (amoratado azulado), el verde y el
conocido como tinto (rojo muy oscuro).
Por su parte, el verde sobresalía en los paños flamencos y el verde oscuro fue
muy apreciado y utilizado por los reyes.
El tinte o colorante más apreciado
es la grana, extraída desde la
Antigüedad de un molusco (después del siglo XV, substituido por la cochinilla
americana) de color rojo intenso, después fue importante la gualda, planta
mucho más abundante que teñía de un color amarillo brillante y en combinación
daba incluso azules. El negro intenso también fue apreciado. Otro colorante muy
difundido fue el índigo que teñía de azul.
La lana fue el material más usado para las telas en forma de paño y
sarga. La seda, principalmente como
brocado y después tafetas y cendal, fue siempre una tela de lujo, primero era
traída de Oriente y Persia. Más tarde los árabes introducen el “gusano de seda” en España y Sicilia,
iniciando la producción local de este tipo de telas. Completan el panorama
textil medieval el famoso lino de tanto
de Flandes, como de cambrai y el algodón egipcio. Como elemento fundamental de
abrigo, las pieles de castor, zorro, ardilla, marta, marta cebellina, visón y
armiño.
El vestido medieval estaba
constituido por las siguientes piezas:
Prendas
interiores: camisa (especie de camisón cuya tela, para el siglo XV ya
era muy fina y con bordados e incluso encajes) y bragas o calzones que en el
siglo XV con la moda de las calzas, eran muy pequeñas, pues en épocas
anteriores estas prendas cubrían parte de los muslos.
Sobre estas prendas se colocaban las
calzas (parte inferior del cuerpo) y el jubón (parte superior) que eran prendas
forradas y muy ajustadas, poco flexibles y unidas por agujetas con puntas
metálicas o de cuero. Un hombre en calzas y jubón se consideraba “desnudo”.
Los jubones se forraban con varios
lienzos, los llamados “jubones fornidos”
iban forrados con algodón o borra. Como las mangas y el cuello sobresalían de
las prendas que cubrían, se hacían con una tela distinta y mejor y de otro
color. El cuello era tieso y duro, con varias telas pespunteadas y engrudo.
Las calzas eran de paño (tela de
lana muy tupida y con el pelo más corto cuanto más fino es el tejido. Los de
mejor calidad procedían de Flandes y de Brabante, también eran famosos los
paños de Arras y Brujas), cordellate
(tejido basto de lana cuya trama forma cordoncillo, que se elaboraba en Murcia
y Valencia, pero también en Londres) o estameña
(tejido de lana sencillo hecho de estambre). Las calzas, según las épocas
cubrían el muslo y la pierna si eran ceñidas, y el muslo solamente si eran
holgadas. Se trata de las “medias calzas”
de las que deriva el nombre posterior que llega hasta nuestros días de “medias”.
Después venían
las prendas para vestir a cuerpo:
prendas cortas, que no cubrían las piernas y sayos como faldas largas abiertos en el frente o por los
costados para poder cabalgar. El traje corto era más apropiado para jóvenes,
pero también se usaba, independientemente de la edad cuando los caballeros iban
armados. Las prendas cortas podían ser entalladas o plegadas y recibían los
nombres de ropa, ropilla, ropeta, jaqueta y sayuelo.
El sayo era un traje entallado a la cintura y ajustado al torso
con falda larga (podía llegar desde la rodilla hasta el suelo, en cuyo caso
recibían el nombre de sayones) que se ponía sobre el jubón.
Los
trajes de encima: los que permitían capa y las ropas de cubrir, que no permitían nada encima. Eran
la “ropa” (“ropones) cuando llegaban
al suelo), sayo holgado que se ajustaba a la cintura con el cinturón y podían
forrarse de piel, que si era de cordero recibían el nombre de zamarros , y cuando estaban abiertas por
delante de arriba abajo se les llamó balandranes
(en los siglos XVI y XVII este nombre indicará específicamente la ropa de los
letrados).
El
paletoque prenda formada por dos piezas de tela unidas por los hombros
de las cuales una caía al frente y otra por detrás (como un escapulario), las
mangas, podía tenerlas o no, eran anchas y trapezoidales. Cuando era corta
(como la de los heraldos) recibía el nombre de jornea o huca.
Entre la población rural el
equivalente del paletoque era el capote que añadía una “capilla” o capuchón
para protegerse de la lluvia o el “capotín” que era un capote con mangas.
Entre las ropas de cubrir también se cuentan el capuz y el tabardo, especie de manto de amplias capas, muchas veces peludas
con capucha o con mangas meramente decorativas ya que los brazos se sacaban por
dos aberturas laterales. También era muy usado el gabán, un traje holgado con mangas y capuchón.
En la época cuando se trataba de
prendas de corte sencillo sin mangas se refieren a la prenda femenina como
manto y a la masculina como capa.
La cabeza se cubría por lo general
con bonetes (más bien como adorno que
se podía llevar junto con el sombrero y estaba hecho casi siempre de lana,
aunque también los había de telas finas como seda o terciopelo) también existía
la galota, bonete con dos puntas para
proteger las orejas, sombreros (para
proteger del agua y del sol) caracterizados por tener “ruedo”, “ala” y adornos
de borlas, plumas, etc., tocas (tela
que se podía usar a modo de turbante sobre la cabeza) y capirotes (el conocido cucurucho rematado en punta de las damas) una
variedad de los cuales era el papahígo
(capuchón con una abertura para el óvalo de la cara.
Los zapatos podían ser cerrados,
abiertos, abotinados, con cuerdas o con borlas. Básicamente había dos tipos de
calzado:
Calzados
altos: borcehuíes (hechos de
badana o de cuero ligero teñido de colores, una especie de funda para las
piernas y pies que admitía un segundo calzado), botas (las cuales de los anteriores se diferenciaban en que no eran
tan flexibles, pero más resistentes) y estivales
(un tipo de botas más amplias).
Calzados
sin talón: los cuales se llevaban conjuntamente con zapatos y calzados
altos: galochas (sin punta y sin
talón con suela de hueso o de madera arqueada), alcorques (con suela de corcho los cuales fueron muy populares y
solían forrarse de terciopelo o seda), pantufos
(sin talón pero con punta) y chinelas
(calzado ligero con suela delgada de cuero).
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González,
Aurelio, “Instituciones y estructuras medievales”, en Aurelio González y María
Teresa Miaja de la Peña, Introducción a
la cultura medieval, México, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2005.