martes, 19 de febrero de 2019


LA MEDICINA EN LA EDAD MEDIA
(SIGLOS IV AL XV y AL XVII)



INTRODUCCIÓN
EL IMPERIO ROMANO se dividió en dos durante la hegemonía de Constantino (306-337 d.C.), pero ya desde el reinado de su predecesor, Diocleciano (284-305 d.C.), se había implantado la Tetrarquía, que separaba al Imperio en cuatro regiones, cada una bajo la dirección de una autoridad casi autónoma. Diocleciano conservó el mando imperial supremo pero cambió la capital de Roma a Milán, aunque él mismo fijó su residencia en la ciudad de Nicomedia, en Bitinia (hoy Turquía). Entre los muchos cambios que realizó Constantino deben destacarse dos: 1) la fundación de la ciudad de Constantinopla, en el maravilloso sitio ocupado por un pueblo llamado hasta entonces Bizancio, en el Bósforo, que se convirtió en la capital del Imperio romano en el año 330 d.C., y 2) la adopción del cristianismo como religión oficial del Estado. La separación del Imperio romano en occidental y oriental se acentuó con la invasión de los "bárbaros" (francos, alemanes, visigodos y godos) en Occidente; las ciudades dejaron de ser los centros de la población y la vida se hizo cada vez más rural. En cambio, en Oriente las actividades se concentraron cada vez más en Constantinopla, que se transformó en el centro de la cultura que se conoce como bizantina y que duró 1 000 años, hasta 1453, en que Constantinopla fue conquistada por los turcos.
La civilización bizantina era una combinación de cultura griega clásica, leyes romanas, cristianismo e influencias artísticas orientales. Mientras el Imperio romano occidental era invadido por los "bárbaros", Roma se transformaba en una pequeña comunidad cristiana y el resto de las ciudades se convertía en pueblos insignificantes, Constantinopla floreció como el centro del Imperio romano oriental, conocida como la "Nueva Roma", y los bizantinos se llamaban a sí mismos romanos.
Al lado del ocaso del Imperio romano occidental, el episodio más importante de esa época fue el surgimiento del cristianismo, primero como una secta religiosa menor y perseguida, pero muy pronto también como un movimiento cultural y político, que a finales del siglo V d.C. ya tenía la fuerza suficiente para perseguir con éxito a sus antiguos perseguidores. Aparte de la relajación moral de la sociedad, del caos político, de los episodios de hambruna y de la miseria de grandes masas de la población, una serie de epidemias contribuyó a generar un ambiente favorable al crecimiento o retorno de las religiones paganas. La plaga de Orosio (125 d.C.), que se presentó después de la famosa invasión por la langosta que destruyó por completo las cosechas, costó la vida a más de 1 000 000 de personas en Numidia y en la costa de África; la plaga de Antonino (o de Galeno, porque fue la que obligó al famoso médico a abandonar Roma) que duró de 164 a 180 d.C. y de la que morían miles de personas al día en Roma; la plaga de Cipriano, de 251 a 266 d.C., posiblemente de sarampión, por su naturaleza extremadamente contagiosa y la afección frecuente de los ojos; y la plaga de 312 d.C., también de sarampión. Todas estas calamidades propiciaron que los cultos tradicionales a las deidades romanas de la familia, del hogar, del fuego, del campo, de la profesión y otras más se abandonaran, junto con la adoración al emperador (estaba muy lejos), y que se recuperaran antiguos dioses o se adoptaran otros nuevos, más poderosos y con mayor capacidad para proporcionar seguridad en este mundo e inmortalidad en el otro, como Mitra (de Persia), Sarapis (de Alejandría) o Cibeles (de Asia Menor). Estas religiones se conocen como "misteriosas" porque con frecuencia sus ritos eran secretos, pero en ellas podían participar todos los que lo desearan, al margen de clase económica, nivel social o raza; el culto era directo, sin la mediación de sacerdotes, y el premio la promesa de la vida eterna. Entre estas religiones paralelas al cristianismo debe destacarse otra, el maniqueísmo, de origen persa, que combinaba elementos de los ritos judaicos, cristianos y de Zoroastro. Según el profeta Maní, el mundo era el campo de guerra entre la luz y la oscuridad, la bondad y la maldad, el espíritu y la materia; el hombre poseía ambos, pero para dominar al mal y alcanzar la inmortalidad debía vivir una vida pura y rechazar todos sus deseos físicos. De no menor importancia, el culto a Esculapio no sólo se conservó sino que incrementó su prestigio, y fue la última de las religiones paganas que finalmente sucumbió ante la prevalencia del cristianismo, ya entrado el siglo IV de nuestra era.
LA MEDICINA RELIGIOSA CRISTIANA
El derrumbe de la cultura romana, los sufrimientos constantes y el miedo a la muerte causada por las epidemias mencionadas, contra las que no había tratamiento efectivo alguno, produjeron una desmoralización generalizada. En tales condiciones creció la desconfianza en los médicos y la gente se volcó con devoción a ritos mágicos y creencias sobrenaturales. En tiempos de zozobra eso sucede, especialmente con los niños, los enfermos y los sectores menos cultos de la población. Frente a la miseria y a las catástrofes, la religión cristiana se presentaba como una oportunidad de salvación para los humildes y los más desesperados, ya que Cristo aparecía como médico de cuerpos y almas; la Biblia contiene numerosos relatos de curaciones milagrosas realizadas por Jesús y algunos santos. El cristianismo incluye los conceptos de caridad y amor al prójimo, por lo que espera de todos los fieles los mayores esfuerzos para aliviar el sufrimiento de otros. Esto se hizo aparente en las epidemias que asolaron al Imperio en esos tiempos, porque los cristianos atendían y cuidaban a los enfermos a pesar del grave peligro que había de contagio. Además, la religión cristiana combatía las otras formas de medicina que se ejercían entonces, porque se basaban en prácticas paganas. De esa manera surgió la medicina religiosa cristiana, en la que el rezo, la unción con aceite sagrado y la curación por el toque de la mano de un santo eran los principales recursos terapéuticos.
La práctica de la medicina religiosa cristiana se consideraba como un deber de caridad, pero no incluía la preocupación por los problemas médicos o la investigación de las causas de las enfermedades, porque se aceptaba que eran la voluntad de Dios. Incluso a principios del siglo III algunos de los médicos cristianos fueron acusados por sus propios compañeros de venerar a Galeno, en lugar de elevar sus plegarias a Jesús para obtener la curación de sus enfermos. En esos tiempos surgieron algunas sectas místico-religiosas, como la de los esenios, que afirmaban la necesidad de curar las enfermedades exclusivamente por la fe y la invocación de poderes superiores; la secta de Simón Mago, que combinaba elementos órficos, pitagóricos y del culto a Esculapio y ofrecía ritos mágicos; la secta de los neoplatónicos, basada en las doctrinas de Zoroastro y otras aristotélicas antiguas, que postulaba que el mundo estaba repleto de emanaciones divinas pero que era amenazado por distintos demonios (causantes de las enfermedades) que sólo podían combatirse en un estado especial de éxtasis; la secta de los gnósticos, que proporcionaba talismanes como profilácticos, los cuales llevaban diagramas místicos y las palabras Abraxas y Abracadabra.
El culto de los santos formó parte importante de la medicina religiosa cristiana. Entre los primeros médicos cristianos que fueron beatificados se encuentran los hermanos gemelos Cosme y Damián, originarios de Siria, que curaban por medio de la fe y que fueron perseguidos y decapitados por Diocleciano, con lo que se transformaron en patrones de los médicos. Otros santos se especializaron en distintas enfermedades: san Roque y san Sebastián protegían contra la peste, san Job contra la lepra, san Antonio contra del ergotismo, santa Lucía contra las enfermedades de los ojos, san Vito contra el tarantismo, etcétera.
LA MEDICINA EN EL IMPERIO BIZANTINO
La medicina en el Imperio bizantino se desarrolló bajo la autoridad de la Iglesia católica, que sostuvo el principio de autoridad suprema de las Sagradas Escrituras, no sólo en asuntos de la fe sino también de la ciencia. Los primeros médicos cristianos incluyeron autoridades eclesiásticas, como Eusebio, obispo de Roma, y Zenobio, sacerdote de Sidón; su práctica se basaba en las enseñanzas de Jesús, para quien auxiliar al enfermo era un deber cristiano. Esta actividad alcanzó gran importancia tanto para el individuo como para la comunidad, al grado que los obispos eran responsables del cuidado de los pacientes. Los hospitales públicos aparecieron en muchos sitios: el primero lo fundó san Basilio en el año 370 d.C., mientras que en el año 400 Fabiola, una dama romana convertida al cristianismo, fundó en Roma el primero de los grandes nosocomios y la leyenda dice que salía a la calle a buscar a los desvalidos y leprosos para llevarlos a su institución. En esos tiempos también la emperatriz Eudoxia construyó hospitales en Jerusalén.
De esta manera la medicina, tras de haber sido primero mágica, después religiosa y al mismo tiempo empírica, de haberse transformado posteriormente en una práctica racional durante la etapa más brillante de la Grecia clásica, de hacerse objetiva y experimental en Alejandría y de haber regulado la higiene ambiental en Roma, volvió a hacerse religiosa en la decadencia del Imperio romano y a quedar dominada por la Iglesia católica en el Imperio bizantino. En esta forma de medicina dogmática la fe domina todo, incluyendo a la razón y a la realidad; su objetivo esencial es la ayuda al enfermo, considerada como un acto de caridad cristiana.
LA MEDICINA ÁRABE
La conservación de muchos escritos clásicos griegos, no sólo médicos sino de todas las ramas de la cultura, durante los siglos en que Europa estuvo sumergida en la Edad Media, se debió al principio en los nestorianos, quienes huyeron de Alejandría en el año 431, tras haber sido excomulgados por herejes en el Concilio de Éfeso. Primero se refugiaron en el norte de Mesopotamia y luego siguieron hacia Oriente y algunos llegaron hasta India y China. Pero el grupo que nos interesa encontró asilo permanente en Jundi Shapur, capital de Persia, gracias a la protección del rey Chosroes el Bendito. En ese tiempo la ciudad era un centro intelectual de primera categoría, que atraía estudiosos de Persia, Grecia, Alejandría, China, India e Israel. Cuando murió Chosroes (579) no pasó nada grave, y cuando la ciudad fue conquistada por los árabes (636) la universidad no sólo no sufrió daños sino que 105 conquistadores la adoptaron e hicieron de su escuela de medicina el centro principal de la educación médica en el mundo árabe.
Durante los primeros años los nestorianos tradujeron muchos de los libros clásicos del griego al sirio, que era el idioma oficial de la Universidad de Jundi Shapur. Cuando llegaron los árabes, sus eruditos tradujeron todo el material que encontraron a su propio idioma, de modo que los textos griegos originales podían consultarse tanto en sirio como en árabe. Una de las primeras traducciones del griego al sirio fue de Hipócrates y Galeno, realizada por Sergio de Ra's al-'Ayn, un médico y sacerdote que falleció en el año 536. En el siglo VII se estableció en Jundi Shapur un centro de enseñanza superior conocido como Academia Hipocrática, que permaneció como la principal institución científica del mundo árabe por más de un siglo, cuando fue desplazada por la Casa de la Sabiduría, de Bagdad. A mediados del siglo IX los árabes ya conocían íntegro el Corpus Hipocraticum, la obra monumental de Galeno y varios textos de Aristóteles.
La medicina árabe de los siglos transcurridos entre el advenimiento de Mahoma (623) y la reconquista de Granada por los españoles (1492) ostenta una larga lista de nombres inmortales. Entre los más famosos se encuentran el persa Abu Bakr Muhannad ben Zakariyya' al-Rhazi (865-925 d.C.), mejor conocido como Rhazes, autor del libro Kitab al-Mansuri, que fue traducido por Gerardo de Cremona (1114-1187) con el nombre de Liber de medicina ad Almansoren y que trata en 10 partes de toda la teoría y la práctica de la medicina, tal como se conocía entonces. En el texto latino la obra se convirtió en volumen de consulta obligado durante toda la Edad Media y aún se seguía usando a fines del siglo XVI. En este libro y en otras publicaciones, Rhazes reitera la teoría hipocrático-galénica de los humores para explicar la enfermedad, y los tratamientos que recomienda están dirigidos a la recuperación del equilibrio humoral.
Otro médico persa que alcanzó gran fama fue Abu Ali al-Husayn ben 'Abd Allah Ibn Sina al-Quanuni (980-1037), mejor conocido como Avicena, quien entre muchos otros libros escribió el Kitab al-Qanun fi-l-Tibb, que en latín se conoce como Canon medicinae y que incorpora a Galeno y a Aristóteles a la medicina en forma equilibrada. Este Canon es un esfuerzo titánico, que contiene más de 1 000 000 de palabras y representa la obra cumbre de la medicina árabe. Se ocupa de toda la medicina, presentada en un riguroso orden de cabeza a pies. Avicena adopta la teoría humoral de la enfermedad, la expone y la comenta con detalle, sin agregar o cambiar absolutamente nada, pero en forma dogmática y autoritaria. El Canon se divide en cinco grandes tomos: el primero se refiere a la teoría de la medicina, el segundo a medicamentos simples, el tercero describe las enfermedades locales y su tratamiento, el cuarto cubre las enfermedades generales (fiebre, sarampión, viruela y otros padecimientos epidémicos) y las quirúrgicas, y el quinto explica con detalle la forma de preparar distintos medicamentos.
También debe mencionarse a Abul-Walid Muhammad ben Ah ben Rusd (1126-1198), conocido como Averroes, nacido en Córdoba y discípulo de Avenzoar, quien escribió el Kitab al-Kulliyat al- Tibb, conocido en Occidente como Liber universalis de medicina o simplemente Colliget, en donde discute los principios generales de la medicina sobre una base aristotélica, haciendo hincapié en los muchos puntos en los que Aristóteles coincide con Galeno. Uno de los alumnos de Averroes fue Abu Imram Musa ben Maimún (1135-1204), el gran Maimónides, también conocido como Rambam (Rabi Moses ben Maimon), quien se destacó más como filósofo y teólogo que como médico, aunque escribió varios libros de medicina que tuvieron mucha difusión. Maimónides era un pensador original e independiente que con frecuencia critica a Galeno y sostiene puntos de vista opuestos a los clásicos.
El peso de los escritos árabes en la Edad Media puede juzgarse considerando el currículum de la escuela de medicina de la Universidad de Tubinga a fines del siglo XV (1481): en el primer año los textos eran Ars medica de Galeno y primera y segunda secciones del Tratado de fiebres de Avicena, en el segundo año se estudiaban el primer libro del Canon de Avicena y el noveno libro de Rhazes, y en el tercer año los Aforismos de Hipócrates y obras escogidas de Galeno.
Entre los árabes la organización de los servicios sanitarios creció rápidamente. Desde los tiempos de Harun al-Raschid (siglo IX) se fundó un hospital en Bagdad siguiendo el modelo de Jundi Shapur, y en el siguiente siglo el visir Adu al-Daula fundó otro mayor, en el que trabajaban 25 médicos y sus discípulos, y que se conservó hasta la destrucción de la ciudad en 1258; en total, existieron cerca de 34 hospitales en el territorio dominado por el Islam. No eran únicamente centros asistenciales sino también de enseñanza de la medicina; al terminar sus estudios, los alumnos debían aprobar un examen que les aplicaban los médicos mayores. Los hospitales contaban con salas para los enfermos (a veces especializadas, por ejemplo para heridos, pacientes febriles, enfermos de los ojos) y otras instalaciones, cocinas y bodegas. De especial interés son las bibliotecas, que contenían muchos libros de medicina y que estaban en Bagdad, Ispahan, El Cairo, Damasco y Córdoba; esta última, fundada por el califa al-Hakam II en el año 960, poseía más de 100 000 volúmenes. La práctica de la medicina estaba regulada por la hisba, una oficina religiosa supervisora de las profesiones y de las costumbres, que también se encargaba de vigilar a los cirujanos, boticarios y vendedores de perfumes. La cirugía se consideraba actividad indigna de los médicos y sólo la practicaban miembros de una clase inferior; la disección anatómica estaba (y sigue estando) absolutamente prohibida por el Islam, por lo que la anatomía debía aprenderse en los libros. Algunos de los médicos estaban muy bien remunerados, como Jibril ben Bakht-yashu, favorito de Harun al-Raschid, quien recibía un honorario mensual equivalente a varios miles de dólares y una recompensa anual todavía mayor, "por sangrar y purgar al comandante de los Fieles"; también Avicena acumuló una gran fortuna durante su vida.
A mediados del siglo XIII el poderío del Islam empezó a declinar. En 1236 Fernando II de Castilla conquistó Córdoba y en 1258 Bagdad fue destruida por los mongoles; en los dos siglos siguientes la civilización árabe fue poco a poco desapareciendo de las tierras mediterráneas y de Oriente, pero su impacto cultural dejó huellas indelebles sobre todo en Persia, en el norte de África y en España. La contribución principal de los árabes a la medicina fue la preservación de las antiguas tradiciones y de los textos griegos, que de otra manera se hubieran perdido; además, mantuvieron el ejercicio de la medicina separado de la religión en los tiempos en los que en Europa era un monopolio de los clérigos. Mientras en los países cristianos la enseñanza de la medicina se limitaba a la Iglesia, en España, Egipto y Siria la instrucción estaba a cargo de médicos seculares y se impartía a judíos, árabes, persas y otros súbditos del Islam. Esta enseñanza no era solamente teórica, sino que también incluía prácticas clínicas. Castiglioni concluye que los árabes: 
[...] no contribuyeron de manera importante a su evolución [de la medicina] agregando nuevas observaciones y conceptos, ni abrieron nuevas líneas de estudio médico; pero en una etapa de grandes problemas en Occidente, fueron los que conservaron la tradición médica, los que mantuvieron una cultura médica laica, y los intermediarios de cuyas manos la civilización occidental iba a recuperar un precioso depósito.

LA MEDICINA MONÁSTICA
Durante el siglo VI, asolado por la guerra entre Bizancio y los bárbaros (godos), así como por el hambre y la peste, la única institución capaz de proteger a los interesados en el cultivo y desarrollo de la cultura era la Iglesia católica de Roma. Junto con la filosofía, la medicina se refugió en monasterios y conventos, dentro de los cuales se encontraban los escasos hospitales que existían en Occidente. La medicina monástica floreció en Monte Casino, en donde san Benedicto fundó el hospital de su orden, y cerca de Esquilace, en donde Casiodoro (490-¿585?), distinguido filósofo y médico hipocrático, estableció un monasterio y llevó su colección de manuscritos antiguos. Otros centros de práctica y estudio de la medicina se crearon en Oxford y Cambridge (Inglaterra), en Chartres y Tours (Francia), en Fulda y St. Gall (Alemania) y en otros sitios más. Los benedictinos fueron los responsables del establecimiento de las escuelas catedralicias de Carlomagno, en las que desde sus principios se enseñó la medicina, y que se encontraban en todo el Sacro Imperio romano. En el año 805, Carlomagno ordenó que la medicina se incluyera en los programas de estudio de sus escuelas, que entonces sólo constaban del trivium (aritmética, gramática y música) y del quadrivium (astronomía, geometría, retórica y dialéctica). El monasterio de Monte Casino adquirió gran fama a fines del siglo IX; el papa Víctor III (1086) escribió cuatro libros sobre Los milagros de san Benedicto, en donde se cuenta que el rey Enrique II de Baviera (972-1024), que sufría de un gran cálculo vesical, fue curado durante incubatio por el mismísimo san Benedicto, quien se le apareció en un sueño, lo operó y le puso el cálculo en la mano, en donde lo encontró al despertarse ya sano. El episodio se registra en un bajorrelieve en la catedral de Bamberg, del escultor Riemenschneider.
La medicina monástica, que tuvo el mérito de reunir los documentos clásicos y de preservar las tradiciones antiguas a través de tiempos terribles, declinó hasta casi extinguirse durante el siglo X. Las causas de su obliteración fueron varias, pero una de ellas fue su éxito. Los monjes se alejaban cada vez más de sus monasterios para atender la creciente demanda médica, lo que interfería con sus deberes religiosos, por lo que en los Concilios de Reims (1131), de Tours (1163) y de París (1212), las actividades médicas de los monjes primero se restringieron y finalmente se prohibieron. La aparición de las órdenes dominicas y franciscanas en el siglo XIII, ambas hostiles a cualquier actividad científica, reforzó el rechazo de la práctica de la medicina por los frailes.
Cuando los primeros cruzados capturaron Jerusalén en 1099, encontraron un hospital cristiano que había sido fundado 30 años antes por el hermano Gerardo para auxiliar a los peregrinos que iban a Tierra Santa; estaba atendido por un grupo pequeño de monjes que se llamaban a sí mismos "Los Hermanos Pobres del Hospital de San Juan". Los cruzados les entregaron algunos edificios y el hermano Gerardo reorganizó a su grupo de monjes como una orden religiosa regular con el nombre de Caballeros de San Juan. Cuando Jerusalén cayó en manos de Saladino, los Caballeros se retiraron a Tiro y después llegaron a Accra, de donde volvieron a salir expulsados por los ejércitos musulmanes y se establecieron primero en Chipre y después en Rodas. Para entonces la secta ya había crecido y sólo en Italia tenían siete hospitales; en Rodas la Orden de San Juan se transformó en un Estado soberano con sus propias leyes, un ejército y un cuerpo diplomático, y construyó un inmenso hospital cuyas ruinas todavía sorprenden por su tamaño. En 1522 Solimán El Magnífico capturó la isla y expulsó a los Caballeros de San Juan, quienes después de siete años de peregrinar por el Mediterráneo llegaron a Malta, que el emperador Carlos V les había obsequiado. Ahí construyeron otro gran hospital y a partir de entonces se les conoce como Caballeros de Malta, aunque en 1798 Napoleón conquistó la isla, los expulsó y desde entonces tienen su cuartel principal en Roma.
SALERNO
Desde mediados del siglo IX se tenía noticia de la existencia de una escuela de medicina en Salerno, un puerto en la bahía de Pestum, cerca de Nápoles. Debido a su clima favorable, desde mucho antes había sido un sitio favorecido por enfermos y convalecientes lo que atrajo a los médicos; con el tiempo Salerno se transformó en un centro de excelencia médica. La leyenda dice que la escuela de medicina fue fundada por Elinus, un judío, Pontos, un griego, Adala, un árabe, y Salernus, un latino, pero aunque tales personajes no existieron, lo que sí existió fue la convivencia pacífica de las cuatro culturas y su integración positiva. La Escuela de Salerno era fundamentalmente práctica y estaba dedicada al tratamiento de los enfermos, con poco interés en las teorías y en los libros clásicos. Aunque en el año 820 los benedictinos habían fundado un hospital en Salerno y los monjes practicaban ahí la medicina, los médicos laicos poco a poco se fueron librando del control clerical y en el año 1000 la enseñanza de la medicina era completamente secular; en el siglo XII la escuela desarrolló un currículum regular, adquirió privilegios reales y donativos, y su fama se extendió por toda Europa. En 1224 Federico II ordenó que para ejercer la medicina en las Dos Sicilias era necesario pasar un examen dado por los profesores de Salerno.
Se han conservado algunos de los textos que leían los estudiantes de medicina de Salerno y que tuvieron gran influencia en otras escuelas de Europa. Uno de los más antiguos es el conocido como Antidotarium, una colección de recetas de uso común revisada por los profesores y publicada para estudiantes y médicos en general, que tuvo muchas ediciones. Con la conquista normanda en 1046 llegó a Salerno Constantino el Africano (1020-1087), quien iniciaría el flujo de la medicina islámica en Europa por medio de sus traducciones de los textos árabes al latín. Constantino no permaneció mucho tiempo en Salerno sino que se hizo monje benedictino y se retiró al convento de Monte Casino, en donde pasó el resto de su vida. Su libro llamado Pantegni (El arte total) es realmente una traducción del volumen de Haly Abbas Al Maleki (El libro real), aunque Constantino no lo señala. Singer menciona que no es el único caso en que Constantino olvida mencionar el nombre del autor y en cambio firma la obra como si fuera suya, pero otros historiadores más caritativos recuerdan que en esos tiempos, en que se libraba una lucha a muerte entre cristianos y árabes, no hubiera sido político que un sacerdote benedictino apareciera como el traductor de un libro musulmán. Pantegni alcanzó gran popularidad y un siglo después todavía se usaba como texto de medicina general en Salerno y en muchas otras escuelas de medicina. Otros textos traducidos por Constantino fueron los Aforismos, los Pronósticos y las Fiebres, atribuidos a Hipócrates, y varios libros de Galeno. Un famoso profesor de cirugía de Salerno, Rogerius Salernitanus, escribió la Cyrurgía Rogerii en 1170, que fue el primer libro de texto medieval de cirugía que dominó la enseñanza de la materia por más de un siglo en toda Europa; se usó en las nuevas universidades de Bolonia y Montpellier, y su utilidad se prolongó con su reedición en 1250 por Rolando de Parma, discípulo de Rogerius y profesor de la materia en Bolonia. La Cyrurgia Rogerii es un libro típicamente salernitano: claro, breve y práctico, sin largas y tediosas citas de otros autores. Cada afección quirúrgica se describe en forma sumaria y el tratamiento se discute con parsimonia. Pero el libro más famoso de todos los producidos en Salerno fue el Regimen sanitatis Salernitanus, también conocido como Flos medicinae Salerni. Se trata de un texto versificado, en latín, que constaba de 382 versos, pero que con el tiempo creció hasta alcanzar 3 431; varios autores calculan que muy pronto se tradujo a por lo menos ocho idiomas y que para 1846 ya se había editado 240 veces. Este Regimenconsta de 10 secciones: higiene, drogas, anatomía, fisiología, etiología, semiología, patología, terapéutica, clasificación de las enfermedades, práctica de la medicina y epílogo. Se trata de una serie de observaciones simples y consejos racionales derivados de ellas, sin apelación alguna a autoridades, a magias o a los astros. Está escrito en un latín sencillo y claro, pero gran parte de su popularidad se debe a la excelente traducción al inglés de John Harington en 1607, y que hasta hoy se considera la mejor; este personaje fue también el inventor del water-closet.
Salerno tuvo una gran influencia en la enseñanza y la práctica de la medicina de Occidente durante los siglos al XIII pero después su importancia empezó a declinar. Algunos factores que contribuyeron a ello fueron la emergencia de otras grandes escuelas de medicina en Bolonia y Montpellier, así como la fundación en 1224 de la Universidad de Nápoles; Salerno todavía conservó cierta actividad literaria, pero como escuela de medicina en los siguientes siglos se transformó en una "fábrica de títulos", de modo que cuando Napoleón la cerró en 1811 ya era un cadáver.
En la Universidad de Bolonia existían profesores de medicina desde 1156, y es ahí donde se reiniciaron las disecciones anatómicas humanas a principios del siglo XIV, que se habían suspendido desde los tiempos de Alejandría; sin embargo, en la Universidad de Bolonia no existía ningún interés en la ciencia o en el arte naturalista y toda la enseñanza, incluyendo a la medicina, era escolástica. Las disecciones se hacían por razones médico legales, no para aprender anatomía sino para buscar datos que pudieran resolver juicios; cuando finalmente las disecciones se hicieron en relación con la anatomía, fue para que confirmaran a Galeno y a Avicena. En Bolonia fue profesor de cirugía Guillermo de Saliceto (1210-1280), quien escribió un texto de cirugía en el que rechaza el uso del cauterio (que era favorecido por los árabes) y prefiere el bisturí; en este libro también se combate la idea antigua y muy generalizada de que la supuración es benéfica para la cicatrización de heridas. Tadeo de Florencia (1223-1303) también fue profesor de medicina en Bolonia y a él se deben algunas de las versiones en latín de los libros clásicos en griego, sin pasar por sus versiones en árabe, que los habían corrompido; en cambio, también patrocinó la medicina escolástica y argumentativa, que tanto contribuyó a retrasar el avance científico en los siglos XIII a XVI. A esta misma época pertenece un discípulo de Tadeo, el anatomista Mondino de Luzzi (1275-1326), quien realizó disecciones de cadáveres humanos en público y cuyo libro de anatomía, publicado en 1316, es la primera obra moderna de la materia; en diferencia con los demás profesores de anatomía de su tiempo, que presidían las disecciones desde su alta cátedra leyendo a Galeno (práctica que criticó Vesalio), Mondino era su propio prosector. Quizá el cirujano medieval más famoso fue Guy de Chauliac (1298-1368), quien estudió en Bolonia, París y Montpellier y ejerció en esta ciudad hasta que pasó a Aviñón, en donde fue médico de la corte papal. Fue autor de la Chirurgia magna, que se convirtió en el texto definitivo de su tiempo; estuvo a punto de morir de la peste pero se recuperó y describió su propio caso. Guy cita a más de 100 autoridades médicas, revelando su amplia cultura, pero es un galenista consumado; su autor quirúrgico favorito es Albucasis, pero también incluye numerosas observaciones personales. De todos modos, también es astrólogo y atribuye las enfermedades a la conjunción de Saturno, Júpiter y Marte.
LA PRÁCTICA DE LA MEDICINA
Hasta fines del siglo XV los conocimientos teóricos en medicina no habían avanzado mucho más que en la época de Galeno. La teoría humoral de la enfermedad reinaba suprema, con agregados religiosos y participación prominente de la astrología. La anatomía estaba empezando a estudiarse no sólo en los textos de Galeno y Avicena sino también en el cadáver, aunque en esos tiempos muy pocos médicos habían visto más de una disección en su vida (la autorización oficial para usar disecciones en enseñanza de la anatomía la hizo el papa Sixto IV (1471-1484) y la confirmó Clemente VII (1513-1524)). La fisiología del corazón y del aparato digestivo eran todavía galénicas, y la de la reproducción había olvidado las enseñanzas de Sorano. El diagnóstico se basaba sobre todo en la inspección de la orina, que según con los numerosos tratados y sistemas de uroscopia en existencia se interpretaba según las capas de sedimento que se distinguían en el recipiente, ya que cada una correspondía a una zona específica del cuerpo; también la inspección de la sangre y la del esputo eran importantes para reconocer la enfermedad. La toma del pulso había caído en desuso, o por lo menos ya no se practicaba con la acuciosidad con que lo recomendaba Galeno. El tratamiento se basaba en el principio de contraria contrariis y se reducía a cuatro medidas generales:
1Sangría, realizada casi siempre por flebotomía, con la idea de eliminar el humor excesivo responsable de la discrasia o desequilibrio (plétora) o bien para derivarlo de un órgano a otro, según se practicara del mismo lado anatómico donde se localizaba la enfermedad o del lado opuesto, respectivamente. Las indicaciones de la flebotomía eran muy complicadas, pues incluían no solo el sitio y la técnica sino también condiciones astrológicas favorables (mes, día y hora), número de sangrados y cantidad de sangre obtenida en cada operación, que a su vez dependían del temperamento y la edad del paciente, la estación del año, la localización geográfica, etc. Había muchas opiniones distintas y todas se discutían acaloradamente, usando innumerable citas de Galeno, Rhazes, Avicena y otros autores clásicos. También se usaban sanguijuelas, aunque con menor frecuencia que en el siglo XVIII; los revulsivos los mencionan los salernitanos y se practicaron durante toda la Edad Media y hasta el siglo XVIII, en forma de pequeñas incisiones cutáneas en las que se introduce un cuerpo extraño (hilo, tejido, frijol, chícharo) para evitar que cicatricen.
2) Dieta, para evitar que a partir de los alimentos se siguiera produciendo el humor responsable de la discrasia. Desde los tiempos hipocráticos la dieta era uno de los medios terapéuticos principales, basada en dos principios: restricción alimentaria, frecuentemente absoluta, aun en casos en los que conducía rápidamente a desnutrición y a caquexia, y direcciones precisas y voluminosas para la preparación de los alimentos y bebidas permitidos, que al final eran tisanas, caldos, huevos y leche.
3Purga, para facilitar la eliminación del exceso del humor causante de la enfermedad. Esta medida terapéutica era herencia de una idea egipcia muy antigua, la del whdw, un principio patológico que se generaría en el intestino y de ahí pasaría al resto del organismo, produciendo malestar y padecimientos. Quizá ésta sea la medida terapéutica médica y popular más antigua de todas: identificada como eficiente desde el siglo XI a.C. en Egipto, todavía tenía vigencia a mediados del siglo XX. A veces los purgantes eran sustituidos por enemas.
4Drogas de muy distintos tipos, obtenidas la mayoría de diversas plantas, a las que se les atribuían distintas propiedades, muchas veces en forma correcta: digestivas, laxantes, diuréticas, diaforéticas, analgésicas, etc. La polifarmacia era la regla y con frecuencia las recetas contenían más de 20 componentes distintos. La preparación favorita era la teriaca, que se decía había sido inventada por Andrómaco, el médico de Nerón, basado en un antídoto para los venenos desarrollado por Mitrídates, rey de Ponto, quien temía que lo envenenaran; la teriaca de Andrómaco tenía 64 sustancias distintas, incluyendo fragmentos de carne de víboras venenosas, y su preparación era tan complicada que en Venecia en el siglo XV se debía hacer en presencia de los priores y consejeros de los médicos y los farmacéuticos. Entre sus componentes la teriaca tenía opio, lo que quizá explica su popularidad; la preparación tardaba meses en madurar y se usaba en forma líquida y como ungüento. Otras sustancias que también se recomendaban por sus poderes mágicos eran cuernos de unicornio, sangre de dragón, esperma de rana, bilis de serpientes, polvo de momia humana, heces de distintos animales, etcétera.
Al mismo tiempo que estas medidas terapéuticas también se usaban otras basadas en poderes sobrenaturales. Los exorcismos eran importantes en el manejo de trastornos mentales, epilepsia o impotencia; en estos casos el sacerdote sustituía al médico. La creencia en los poderes curativos de las reliquias era generalizada, y entonces como ahora se rezaba a santos especiales para el alivio de padecimientos específicos. La tuberculosis ganglionar cervical ulcerada o escrófula se curaba con el toque de la mano del rey, tanto en Inglaterra como en Francia, desde el año 1056, cuando Eduardo el Confesor inició la tradición en Inglaterra, hasta 1824, cuando Carlos X tocó 121 pacientes que le presentaron Alibert y Dupuytren en París.
Los médicos no practicaban la cirugía, que estaba en manos de los cirujanos y de los barberos. Los cirujanos no asistían a las universidades, no hablaban latín y eran considerados gente poco educada y de clase inferior. Muchos eran itinerantes, que iban de una ciudad a otra operando hernias, cálculos vesicales o cataratas, lo que requería experiencia y habilidad quirúrgica, o bien curando heridas superficiales, abriendo abscesos y tratando fracturas. Sus principales competidores eran los barberos, que además de cortar el cabello vendían ungüentos, sacaban dientes, aplicaban ventosas, ponían enemas y hacían flebotomías. Los barberos aprendieron estas cosas en los monasterios, adonde acudían para la tonsura de los frailes; como éstos, por la ley eclesiástica, debían sangrarse periódicamente, aprovechaban la presencia de los barberos para matar dos pájaros de un tiro. Los barberos de los monasterios se conocían como rasor et minutor, lo que significa barbero y sangrador. Los cirujanos de París formaron la Hermandad de San Cosme en 1365 con dos objetivos: promover su ingreso a la Facultad de Medicina de París e impedir que los barberos practicaran la cirugía. Al cabo de dos siglos consiguieron las dos cosas, pero a cambio tuvieron que aceptar los reglamentos de la Facultad, que los obligaban a estudiar en ella y a pasar un examen para poder ejercer, y también incorporar a los barberos como miembros de su hermandad. En Inglaterra los cirujanos y los barberos fueron reunidos en un solo gremio por Enrique VIII, y así estuvieron hasta 1745, en que se disolvió la unión, pero en 1800 se fundó el Real Colegio de Cirujanos. En Italia la distinción entre médico y cirujano nunca fue tan pronunciada, y desde 1349 existen estatutos que se aplican por igual a médicos, cirujanos y barberos; todos debían registrarse y pasar exámenes en las escuelas de medicina de las universidades.
PRELUDIO DEL RENACIMIENTO
El paso de la Edad Media al Renacimiento ocurrió mucho antes en las humanidades y en las artes que en las ciencias y en la medicina. Dante escribió su Divina Comedia a fines del siglo XIII Petrarca y Boccaccio fueron contemporáneos en el siglo XIV, y Giotto y Donatello trabajaron en ese mismo siglo. En cambio, el texto de Benivieni apareció en 1504, Copérnico y Vesalio publicaron sus respectivos libros en 1543, y Gilbert dio a la luz su volumen sobre el magneto hasta 1600, año en que Giordano Bruno fue quemado vivo por sus ideas. Hay por lo menos tres siglos de diferencia entre el Renacimiento humanístico y el científico, pero a fines de la Edad Media, en el campo de la medicina, destacan dos precursores interesantes pero muy distintos: Fernel y Paracelso.
Jean Fernel (1497-1558) fue filósofo, matemático, astrónomo, filólogo y médico, esto último por razones económicas, pues requería abundantes recursos para la obtención y mantenimiento de sus aparatos astronómicos. Fernel tuvo gran éxito como médico: entre sus pacientes se contaron Enrique II, Catalina de Médicis y Diana de Poitiers, la favorita del hijo del rey. Fue profesor de medicina en París y escribió varios libros, como De abditis rerum causis, que fue muy popular, Medicinaliura consiliorura centuria, un conjunto de casos estudiados personalmente, y el más famoso de todos, Medicina, volumen de 630 páginas cuyo cum privilegio regis está fechado el 18 de noviembre de 1553. Fue uno de los textos de medicina más leídos en los siglos XVI y XVII y se reimprimió cerca de 30 veces; se divide en tres secciones, designadas Fisiología, Patología y Terapéutica. La primera sección (que se había publicado ya 12 años antes con el título de De naturali parte medicinae) está formada por siete libros, cada uno con siete capítulos, y es una descripción de la anatomía humana en términos exclusivamente galénicos, a pesar de que Fernel era contemporáneo de Falopio, de Eustaquio y de Vesalio; como buen renacentista, sus autoridades son Herófilo, Hipócrates, Galeno, Aristóteles, Avicena y Averroes. El resto de la primera parte trata de los elementos, los temperamentos, el calor innato, los humores y la procreación humana, entre otros temas, todos descritos en función de la teoría humoral de la enfermedad. La segunda sección corresponde a la Patología y también tiene siete libros pero ahora con 120 capítulos, que abarcan 238 páginas; se tratan las enfermedades y sus causas, síntomas y signos, el pulso y la orina, fiebres, enfermedades y síntomas de las partes, padecimientos subdiafragmáticos y anormalidades del exterior del cuerpo. No es sino hasta los libros 5 y 6 de Medicina, dedicados respectivamente a las enfermedades y síntomas de las partes, así como a padecimientos subdiafragmáticos, que Fernel se desprende de sus lastres medievales y adopta una postura moderna frente a la patología: en primer lugar, abandona la tradición de limitarse a ejemplos individuales, ya que generaliza a partir de sus experiencias, sobre todo en las patologías cardiovascular y pulmonar, que ocupan los últimos tres capítulos del libro 5. El libro 6 trata de los aparatos digestivo y urinario; los padecimientos se ilustran con observaciones personales de Fernel, quien no pocas veces describe los hallazgos de autopsias, como cuando describe el estado de los riñones en la litiasis renal: 
Con frecuencia se observa que toda la carne o sustancia del riñón está carcomida y lo que queda es el pus y muchos cálculos envueltos en una membrana muy parecida a una bolsa [...] En aquellos que han sufrido ¡dolores nefríticos por largo tiempo yo he encontrado a veces el uretero tan dilatado que podía insertar con facilidad el dedo gordo en su luz.

Fernel también describe el carcinoma del cuello uterino y la formación de fístulas vésico-vaginales y recto-vaginales con la resultante salida de orina y materias fecales por vagina, hechos bien conocidos desde la antigüedad. En cambio, las secciones de hígado y de bazo están descritas en forma muy general y esquemática no permiten identificar ninguna enfermedad específica.
Phillipus Bombastus von Hohenheim(1493-1541), contemporáneo de Fernel, nació en Einsiedeln, Suiza, y posteriormente adoptó los nombres Aureolus Theophrastus Paracelsus, que es como se le conoce. Estudió medicina en Basilea pero no llegó a graduarse, y viajó extensamente en Italia y Alemania trabajando como médico itinerante. En 1527 fue invitado a residir en Basilea como médico de la ciudad y nombrado profesor de medicina de la universidad, pero su estancia fue muy tormentosa. Paracelso tenía un carácter difícil y defendía ideas muy heterodoxas con posturas arrogantes y lenguaje agresivo. Condenaba toda la medicina que no estuviera basada en la experiencia, especialmente las teorías de Galeno y Avicena, cuyos libros quemó en público; además, dictaba sus clases en alemán, en lugar de hacerlo en latín, como era lo apropiado en una universidad tan conservadora. Procedió a pelearse con los médicos locales, a quienes insultaba públicamente, llamándolos charlatanes, estafadores y asnos certificados; los estudiantes también lo odiaban, lo bautizaron como "Cocofrastus" y le escribieron un poema insultante que se suponía había sido enviado por Galeno desde el infierno. Paracelso se asociaba con vagabundos y malhechores, pasaba las noches en las tabernas bebiendo demasiado y con frecuencia participaba en escándalos y peleas. Al final se vio complicado en un juicio contra un sacerdote que había sido su cliente y se negaba a pagarle sus elevados honorarios y lo perdió; las autoridades también se pusieron en su contra y Paracelso tuvo que huir de Basilea, dejando atrás sus propiedades y escritos. Continuó viajando toda su vida, repitiendo siempre la misma historia en distintas ciudades europeas, hasta que murió en Salzburgo a los 48 años de edad.
Paracelso es un precursor del Renacimiento no por lo que hizo sino por lo que intentó. Insatisfecho con las creencias galénicas prevalecientes en su tiempo, se rebeló contra ellas, pero no para revivir las doctrinas hipocráticas sino para sustituirlas por las suyas, que eran todavía más oscuras y dogmáticas. En su juventud (1520) Paracelso publicó un pequeño libro llamado Volumen medicinae paramirum (Von den Fünf Entien), en donde presenta una de sus principales teorías sobre la enfermedad (propuso varias), un reto abierto a la patología humoral galénica predominante. Distinguió cinco causas principales de enfermedad, consideradas como cinco principios o esferas (Etia): 1Ens astri, la influencia de las estrellas; 2Ens veneni, que no incluye sólo tóxicos sino todo el ambiente; 3Ens naturale, o sea la complexión del organismo, que incluye a la herencia; 4) Ens spirituale, el alma; 5Ens Dei, los padecimientos enviados por Dios y que son incurables. Cuatro años más tarde Paracelso publicó una elaboración y ampliación de sus ideas bajo el nombre de Opus Paramirum en donde se encuentra una teoría distinta de la enfermedad, que resulta ser secundaria a la materia que llena el Universo; los alquimistas medievales postulaban que esa materia estaba formada por el sulfuro (espíritus) y el mercurio (líquidos), a lo que Paracelso agregó las sales (cenizas). Estas tres sustancias proporcionarían la unión del hombre con el Universo y a través de ellas participaría en el gran metabolismo de la naturaleza; la enfermedad sería el resultado de trastornos en el equilibrio de estas sustancias. Por ejemplo, si el mercurio se "volatiliza" el hombre puede perder sus facultades mentales; si las sales se "subliman" el organismo se corroe y se produce dolor, etc. En relación con estas ideas, Paracelso introdujo el uso del láudano, del mercurio, del azufre y del plomo en la farmacopea; además, insistió en que las heridas tienden a cicatrizar espontáneamente y se opuso a la aplicación de ungüentos y emplastes, tan favorecidos en esa época.
Tanto Fernel como Paracelso pertenecen por completo a la Edad Media, pero vivieron cuando ésta se acercaba a su fin y en sus obras ya existen indicios renacentistas: Fernel vislumbró un concepto moderno de la patología en la medicina, diferente del que había prevalecido por más de 1 000 años, mientras Paracelso se rebeló en contra de la autoridad de los textos clásicos y predicó (aunque él mismo no lo hizo) que la medicina debería basarse en la experiencia personal del médico y no en Galeno y Avicena.




LA MEDICINA EN EL RENACIMIENTO
(SIGLOS XV AL XVII)



INTRODUCCIÓN
De acuerdo con Sarton, el Renacimiento ocupa el periodo comprendido entre los años 1450 y 1600, pero él mismo señala que esos límites son arbitrarios, y que igual podrían aceptarse otros más "naturales", como 1492 (año del "descubrimiento" del Nuevo Mundo) o 1543 (año de la publicación del libro de Vesalio, De humani corporis fabrica, y del de Copérnico, De revolutionibus), para marcar el principio del Renacimiento, mientras que 1616 (año de la muerte de Cervantes y de Shakespeare) o 1632 (año de la publicación del libro de Galileo, Diálogo de ambos mundos) servirían igualmente bien para señalar su fin y el inicio de la Edad barroca.
Cualesquiera que sean sus límites, el Renacimiento se caracterizó por dos tipos generales de actividades: 1las humanistas o imitativas, cuyo interés era la recuperación de los clásicos griegos y latinos, tanto en literatura como en arte, y 2las científicas o no imitativas, cuya mirada estaba dirigida no al pasado sino al futuro. Los humanistas eran un grupo de hombres muy bien educados, nobles y aristócratas muchos de ellos, no sólo de rango sino de espíritu, los árbitros de la cultura y del buen gusto de su tiempo, que perfeccionaban sus conocimientos de griego, de latín y de arte a lo largo de años de estudio; sus trabajos recuperaron a la cultura clásica para todos los tiempos. En cambio, los científicos conocían poco el latín y menos el griego, eran iconoclastas y rebeldes, algunos hasta francamente rudos y antisociales, al grado que sus enemigos los llamaban bárbaros y analfabetos, muchas veces con razón. Sin embargo, algunos de ellos fueron geniales y lo que crearon contribuyó mucho más que los trabajos de los humanistas a la transformación del mundo medieval en moderno.
Se han señalado varios factores como causantes del Renacimiento, aunque algunos de ellos también podrían verse como sus consecuencias. En vista de que varios de ellos influyeron en la evolución de la medicina, a continuación se enumeran brevemente, sin que el orden en que se mencionan signifique secuencia cronológica o jerarquía de importancia.
1Invención de la imprenta. La posibilidad de hacer rápidamente muchos ejemplares de un texto y distribuirlos entre los interesados se inició hacia 1450. Hasta entonces, la difusión de las ideas era muy ineficiente y se hacía por medio de la tradición oral y de copias manuscritas, ambas sujetas a variaciones y errores en cada paso de un individuo a otro; además, los textos escritos sólo podían ser consultados por los pocos que sabían leer latín o árabe. La imprenta hizo accesibles las ideas clásicas a una población mayor y su influencia se incrementó cuando los libros empezaron a imprimirse en idiomas nacionales.
2"Descubrimiento" del Nuevo Mundo. El efecto de la duplicación repentina del tamaño del mundo conocido, en la mentalidad del hombre medieval, casi no puede concebirse hoy día. Junto con ese portento vino otro: la existencia de grandes grupos humanos con culturas e historias totalmente nuevas e independientes de las europeas. Frente a tales noticias era imposible conservar actitudes estrechas y visiones miopes respecto a la naturaleza y al sitio del hombre en la Tierra.
3) La nueva cosmogonía. Junto con el descubrimiento del Nuevo Mundo, la nueva estructura del Universo propuesta por Copérnico y defendida por Galileo contribuyó a destronar a la Tierra como el centro del mundo celeste y al hombre como la criatura más importante de todo el Universo, objeto principal de la creación divina.
4Fractura de la hegemonía religiosa y secular de la Iglesia católica, apostólica y romana. Al mismo tiempo que aumentaba la educación general y que los hechos parecían oponerse cada vez con mayor fuerza a ciertos aspectos de las Sagradas Escrituras, la conducta escandalosa de muchos miembros de la Iglesia católica (incluyendo a los papas) provocó primero la Reforma y después el surgimiento de la Iglesia protestante en Alemania. Cuando el 31 de octubre de 1517 Lutero clavó en la puerta de la iglesia de Wittenberg sus 95 tesis sobre la venta de las indulgencias, los martillazos iniciaron el resquebrajamiento progresivo de la autoridad eclesiástica absoluta sobre todos los aspectos de la vida del hombre, hasta entonces monolítica e inflexible. Incidentalmente, las tesis de Lutero fueron rápidamente traducidas al alemán (las originales estaban en latín), se imprimieron en la imprenta universitaria y se distribuyeron en toda Alemania, lo que en gran parte explica el enorme apoyo popular que recibieron casi inmediatamente.
5Concepto secular del Estado. Hasta antes del Renacimiento la sociedad estaba organizada políticamente en grupos relativamente pequeños reunidos alrededor de una ciudad y los terrenos que la circundaban. La autoridad descansaba en los príncipes feudales, que eran los dueños de la tierra y de todo lo que había en ella (hombres, animales, cosechas, agua, etc.) y en sus respectivos párrocos y otros miembros de la Iglesia, que eran los dueños del cielo y de la vida eterna, que según ellos podría pasarse en el Paraíso o en el Infierno, de acuerdo con sus decisiones, que como regla podían ser influidos favorablemente por medios terrenales. Esta estructura simple empezó a cambiarse por el concepto secular del Estado, que culminaría en épocas renacentistas con el surgimiento de las naciones.
6 )Transformación del idioma. Ya se señaló que al mismo tiempo que el desarrollo de la imprenta empezaron a usarse distintos idiomas nacionales, al principio además del latín, pero muy pronto en lugar de él. Esto amplió el número de posibles lectores y favoreció la emergencia del concepto secular del Estado.
7) Divorcio de las culturas orientales. Durante parte de la Edad Media, los autores clásicos habían sido traducidos al sirio y al árabe; el Imperio islámico funcionó como una especie de puente entre Oriente y Europa. Entre los siglos IX y XI los autores árabes fueron los líderes del pensamiento europeo, al que siguieron influyendo hasta muy entrado el siglo XIII. Esto fue particularmente cierto en la medicina, donde Avicena y Rhazes reinaban junto con Galeno e Hipócrates, no pocas veces por encima de ellos. Durante el Renacimiento se inició el rechazo de las culturas orientales, pero naturalmente quedaron muchos residuos de ellas incrustados en el mundo occidental. El mejor ejemplo de esto es la Biblia, que se leyó y se sigue leyendo sin recordar que se trata de un libro característicamente oriental. El símbolo mas representativo de la separación de las culturas occidentales de las orientales fue la adopción de la imprenta por Occidente y su rechazo por el Imperio musulmán.
8) Interés en el individuo. Las transformaciones mencionadas permitieron al hombre renacentista enfocar su interés menos en la santidad y en el más allá, menos en la salvación de su alma y en la segunda venida de Cristo, y más en sí mismo, en sus propias cualidades y capacidades, tanto actuales como potenciales. Muchos de los personajes típicos del Renacimiento aparecen hoy como individuos vanidosos, ególatras y preocupados por proyectar su arte y sus ideas por encima de todo y de todos; basta recordar las vidas de Cellini, de Leonardo o de Miguel Ángel. Además en la Edad Media prevalecían las ideas tradicionales de Aristóteles y santo Tomás de Aquino, junto con los planes globales del Universo y de la naturaleza, en los que el hombre tenía un destino prefijado por la divinidad. En cambio, en el Renacimiento el hombre se encontró con libertad y poder, dueño de sí mismo, de su inteligencia y de su propio destino. Intoxicado con el descubrimiento de su individualidad, enajenado por sus nuevos poderes y por su libertad, cometió toda clase de excesos: los condottieros pelearon con furia, los príncipes se envenenaron y apuñalaron mutuamente, los ricos banqueros se enriquecieron todavía más, los mecenas patrocinaron generosamente el arte y la literatura, y los artistas respondieron creando un torrente de maravillas. En medio de la violencia y del peligro que caracterizaba a las cortes de los príncipes renacentistas, pintores como Leonardo, Rafael y el Giotto, escultores como Donatello y Miguel Ángel, arquitectos como Palladio y Brunelleschi, y otros muchos genios más produjeron en apenas 150 años suficientes obras maestras para llenar más de la mitad de los museos de todo el mundo.
9Emergencia de la ciencia moderna. El surgimiento de la ciencia moderna, tal como la conocemos hoy, también es un producto del Renacimiento. La renuncia a las explicaciones sobrenaturales, la adopción de la realidad como último juez de nuestras ideas sobre la naturaleza (en lugar de la autoridad dogmática), la fuerza de la demostración experimental objetiva, la reducción del Universo a unas cuantas fórmulas, la matematización del mundo real, contribuyeron en forma progresiva a modificar el carácter del mundo occidental.
A los distintos factores mencionados arriba como agentes causales o consecuencias inmediatas del Renacimiento, debe agregarse otro de especial interés: el hecho de que todos ocurrieron en un lapso muy breve, históricamente casi momentáneo. En efecto, Paracelso murió dos años antes de la publicación de los libros de Vesalio y Copérnico; Leonardo era amigo de Maquiavelo y contemporáneo de Miguel Ángel, de Rafael, de Durero, de Cristóbal Colón, de Antonio Benivieni, de Savonarola, y de Martín Lutero; Galileo nació el día en que murió Miguel Ángel y fue contemporáneo de Descartes, Bacon, Harvey y Kepler. En ese breve lapso (de 1543 a 1661) floreció Andreas Vesalio, creador de la revolución anatómica, trabajó Ambroise Paré, precursor de la cirugía moderna, Fracastoro escribió su profético texto sobre las infecciones, Malpighio reveló un mundo microscópico nuevo, con el descubrimiento de la circulación de la sangre, Harvey se convirtió en el padre de la fisiología y de la medicina científicas, y Sydenham renunció a la especulación escolástica y regresó a la medicina hipocrática.
LA REVOLUCIÓN ANATÓMICA
Ya se ha mencionado que Mondino de Luzzi (ca. 1270-1326) publicó en 1316 uno de los primeros textos de anatomía humana que hacen referencia a disecciones realizadas por el autor, pero todavía basado principalmente en los escritos árabes; además, su libro no contiene ilustraciones, la nomenclatura es compleja y utiliza muchos nombres árabes, y la calidad de sus descripciones es muy variable. De todos modos, Mondino representa el primer paso de la revolución anatómica, que tardó dos siglos en dar el siguiente. En ese lapso la anatomía siguió siendo italiana, sobre todo porque el papa Sixto IV, que había sido estudiante en Bolonia y Padua, autorizó en el siglo XV la disección de cadáveres humanos, condicionada al permiso de las autoridades eclesiásticas, lo que fue confirmado por Clemente VII en el siglo XVI. En la Universidad de Bolonia las disecciones anatómicas fueron reconocidas oficialmente en 1405, y lo mismo ocurrió en la Universidad de Padua en 1429; Montpellier se les había adelantado, pues las disecciones públicas se aceptaron en 1377, mientras que en París no se instituyeron sino hasta 1478.
El segundo paso en la revolución anatómica no lo dieron los médicos sino los artistas. Como resultado del naturalismo del siglo XV, los grandes maestros de la pintura como Verrochio, Mantegna, Miguel Ángel, Rafael y Durero hicieron disecciones anatómicas en cadáveres humanos y dejaron dibujos de sus estudios. Uno de los más grandes anatomistas de esa época fue Leonardo da Vinci (1452-1519), porque en sus cuadernos es posible reconocer la transición entre el artista que desea mejorar sus representaciones del cuerpo humano y el científico cuyo interés es conocer mejor su estructura y su funcionamiento Leonardo planeaba escribir un texto de anatomía humana en colaboración con Marcoantonio della Torre (1481-1512), profesor de la materia en Pavía, pero la muerte prematura de éste no lo permitió y sus maravillosos dibujos anatómicos permanecieron ocultos hasta este siglo. El genio de Leonardo no tuvo gran impacto entre sus contemporáneos y sucesores inmediatos, lo que fue una gran pérdida para la humanidad.
El tercer paso en la revolución anatómica del siglo XVI lo dio un médico belga, Andreas Vesalio (1514-1564), quien nació en Bruselas y se dice que murió en la isla de Zante, vecina al Peloponeso griego, cuando apenas tenía 50 años de edad. De acuerdo con Singer: 
Pocas disciplinas están más claramente basadas en el trabajo de un hombre como lo está la anatomía en Vesalio. Y sin embargo puede decirse que él es, en cierto sentido, un hombre afortunado en la posición que mantiene en el mundo de la ciencia. Su gran trabajo no fue el resultado de una larga vida de experiencia, como fue el de Morgagni o el de Virchow; no se formuló en el fuego de una hoguera intelectual, como el de Pasteur o el de Claude Bernard; no fue una tarea de razonamientos sutiles y de hábiles experimentos, como fue la de Harvey o la de Hales. Vesalio fue un producto muy característico de su época. La matriz del tiempo estaba en trabajo de parto y lo dio a luz a él. Su padre intelectual fue la ciencia galénica que existía desde mucho antes. Su madre fue esa hermosa criatura, el nuevo arte, que entonces estaba en la flor de su juventud. Hasta que estas dos fuerzas no se unieron no podía haber un Vesalio. Después de que se unieron tenía que haber un Vesalio. Si ser genio es ser el producto de su tiempo, entonces Vesalio fue un genio. El era un hombre fuerte y resuelto, de mente clara, bien estructurada y poco sutil, y llevó a cabo aquello para lo que había sido creado. No hizo nada más, pero tampoco hizo menos.



En la parte central superior del famoso frontispicio de la Fabrica aparecen dos querubines sosteniendo el escudo de la familia, que muestra tres comadrejas corriendo. Vesalio representa la quinta generación de médicos en su familia: su tatarabuelo Pedro reunió una valiosa colección de manuscritos médicos de su tiempo (fines del siglo XIV), muchos de ellos se conservaron en posesión de la familia por cuatro generaciones y formaron parte de las lecturas del joven Vesalio más de 150 años después. En 1533 Vesalio inició sus estudios de medicina en la Universidad de París, con Jacobus Sylvius, el anatomista, Jean Fernel, nosólogo y filósofo, Johann Günther, más filólogo que médico, y otros más, todos ellos convencidos galenistas. En 1536 Vesalio abandonó París sin graduarse y regresó a Lovaina a terminar sus estudios, pero sólo logró el grado de bachiller. En 1537 se mudó a Padua y ahí su carrera fue meteórica, pues ese mismo año se graduó de médico y al día siguiente el Ilustre Senado de Venecia lo nombró profesor de cirugía, lo que incluía entre sus obligaciones la enseñanza de la anatomía.
El joven profesor (tenía entonces 23 años de edad) inició sus lecciones de anatomía humana con un éxito sin precedentes, debido a tres factores principales: 1) sus conocimientos directos de la materia, que ya eran considerables; 2) su práctica de realizar personalmente y sin ayuda de prosectores todas las disecciones; 3) su uso de diagramas o esquemas para ilustrar distintos detalles anatómicos. En abril de 1538 (sólo cinco meses después de haber sido nombrado profesor) publicó sus Tabulae Anatomicae Sex (Seis tablas anatómicas), que son seis carteles, tres de ellos del sistema vascular (dibujados por Vesalio) y los otros tres del, esqueleto (dibujados por Van Kalkar), a los que Vesalio agrego breves explicaciones y nombres de muchas de las estructuras en tres idiomas. En estas Tabulae, Vesalio todavía sigue fielmente la anatomía galénica, pero su interés no es sólo ése sino que además sirven para apreciar el enorme salto que dio en los cinco años que las separan de su inmortal Fabrica, que apareció en 1543. En ese año Vesalio abandonó Padua y al siguiente fue nombrado médico de la corte de Carlos V, donde pasó el resto de su vida. Los cinco años que vivió en Padua fueron suficientes para producir su obra maestra, mientras que los 20 siguientes parecen haber sido de frustración y tedio. En 1555 una segunda edición de su Fabrica pero con muy pocas modificaciones, y una carta que le escribió a Falopio se publicó hasta después de su muerte, en 1564.

El título completo del libro de Vesalio es De humani corporis fabrica y está organizado en forma típicamente galénica: consta de siete partes, la primera dedicada al esqueleto y las articulaciones, la segunda a los músculos estriados, la tercera al sistema vascular, la cuarta al sistema nervioso periférico, la quinta a las vísceras abdominales y a los órganos genitales, la sexta al corazón y a los pulmones, y la séptima al sistema nervioso central. El libro termina con un pequeño capítulo sobre algunos experimentos fisiológicos, como esplenectomía, afonía por sección del nervio recurrente, parálisis muscular después de sección medular, sobrevivencia del animal después de abrirle el tórax si la respiración se mantiene con un fuelle, etc. A las dos primeras partes, o sea al esqueleto y a los músculos estriados, Vesalio dedica 42 del total de las 73 láminas, revelando con claridad el interés que tenía en que su libro fuera útil no sólo a los médicos sino también a los pintores y escultores. En muchas de las ilustraciones las figuras posan como estatuas clásicas en un ambiente bucólico, con colinas, árboles, rocas y ruinas romanas, así como un río cruzado por un puente y varias construcciones más recientes; las figuras poseen actitudes y movimientos de seres vivos.
En la historia de la medicina el libro de Vesalio brilla como una obra única. Desde luego, antes de la publicación de la Fabrica no había aparecido nada que ni remotamente se le pareciera, no sólo por la riqueza de sus ilustraciones sino por el contenido que, como ya se ha mencionado, critica a Galeno y expone sus errores. Además, después de la publicación de la Fabrica pasaron muchos años para que apareciera otro libro que pudiera compararse con él, y algunos conocedores opinan que eso todavía no ha ocurrido. Pero además de su contribución al avance del conocimiento anatómico del hombre y de su gran valor artístico, el libro de Vesalio es también un parteaguas en la historia de la ciencia en general, en vista de que es uno de los primeros textos donde se concede más autoridad a la observación de la realidad que a lo escrito sobre de ella por las autoridades. Vesalio no escribió un libro perfecto: la Fabrica contiene más de 200 correcciones a la anatomía galénica pero también muestra errores, más en las ilustraciones que en el texto, que está escrito en estilo afirmativo, con gran autoridad y no poca arrogancia, quizá revelando que el autor (él mismo lo dice) apenas tenía 28 años de edad. Pero al considerar a Vesalio como hombre representativo del Renacimiento científico, sus equivocaciones se vuelven poco importantes; lo que destaca es su postura frente a la naturaleza, en comparación con las de sus predecesores y contemporáneos.
Otros anatomistas que contribuyeron al gran progreso de esa disciplina en el Renacimiento fueron Bartolomeo Eustaquio (1520-1574), un galenista de Roma cuyos trabajos principales se publicaron dos siglos más tarde (1714), por lo que tuvo poca influencia en su tiempo, pero que hizo casi tantos descubrimientos como Leonardo o Vesalio. Introdujo el estudio de las variaciones anatómicas, describió e ilustró los hilios pulmonares con gran detalle, pero sobre todo produjo una lámina del sistema nervioso simpático tan perfecta que Singer dice: "Dudo que se haya presentado una imagen mejor y más clara de las conexiones de ese sistema hasta nuestros días." Curiosamente, Eustaquio no ilustró la trompa por la que se le conoce, que por otro lado la era conocida por Alcemos (500 a.C.) y por Aristóteles, pero en cambio describió el conducto torácico casi un siglo antes que Jean Pecquet (1651)
El sucesor en la cátedra de Vesalio en Padua fue Realdo Colombo (1516-1559), uno de sus discípulos, cuyo libro póstumo, De re anatomica, es un texto de anatomía basado en Vesalio pero sin ilustraciones; sin embargo, contiene la primera demostración de la circulación pulmonar, por lo que se menciona más adelante en este mismo capítulo. El sucesor de Colombo en Padua fue Gabriel Falopio (1523-1562), gran admirador de Vesalio, que se distinguió por sus descripciones del aparato genital femenino interno, de algunos pares nerviosos craneales y del oído interno, pero que murió a los 39 años de edad. El sucesor de Falopio en la cátedra de Padua fue Fabricio de Aquapendente(1590-1619), famoso cirujano y profesor de anatomía que construyó con sus recursos el anfiteatro de disecciones que todavía existe; su prestigio atrajo a muchos estudiantes de toda Europa, entre ellos a William Harvey. Fabricio es uno de los fundadores de la embriología científica, gracias a su libro De formato foeti, en el que describe e ilustra en forma magnífica el desarrollo embrionario del hombre y del conejo, cobayo, ratón, perro, gato, oveja, cerdo, caballo, buey, cabra, venado, pez-perro y serpiente. También ilustró claramente las válvulas venosas en De venarunm ostiolis, que ya habían sido descritas antes, y en Opera chirurgica ilustró nuevos instrumentos quirúrgicos y mejoró técnicas operatorias, además de defender la idea de que el mejor cirujano es el que corta menos y lo hace con el mayor cuidado.
LA REVOLUCIÓN QUIRÚRGICA
El impulso que recibió el estudio de la anatomía con la Fabrica de Vesalio fue definitivo e irreversible, pero además rebasó los límites de esa ciencia e influyó poderosamente en el desarrollo de otras ramas de la medicina, como la cirugía, la fisiología y la medicina interna. Otros factores ya mencionados también participaron, pero uno tan importante como inesperado fue la guerra. En los siglos XVI y XVII las guerras religiosas fueron prolongadas y feroces y, además, desde el siglo XV ya se contaba con armas de fuego, lo que había aumentado la variedad de lesiones que se producían los combatientes. La cirugía se desarrolló a pesar de que los cirujanos no poseían ni conocimientos ni medios adecuados para controlar el dolor y la hemorragia, ni para combatir la infección. Esto limitaba la naturaleza de los procedimientos que podían llevar a cabo, y que fueron esencialmente los mismos desde la antigüedad hasta después del Renacimiento. Por eso mismo, los instrumentos con que contaban los cirujanos para trabajar entre los siglos XIIXV eran muy semejantes a los que habían usado los médicos hipocráticos del siglo a.C. Un médico del mundo helénico del siglo d.C. no hubiera tenido ninguna dificultad para atender la terrible herida por tridente de un pobre gladiador romano con los instrumentos quirúrgicos que Henri de Mondeville usaría en alguno de sus nobles pacientes 13 siglos más tarde.
Al terminar la Edad Media los enfermos tenían tres fuentes posibles de ayuda para el diagnóstico y tratamiento de sus males: 1) el médico educado en una universidad, de orientación galénica o arabista, que se limitaba a hacer diagnósticos y pronósticos y a recetar pócimas y menjunjes como la teriaca, y que no ejercía la cirugía porque para ingresar a la universidad (París, Montpellier) había tenido que jurar que no lo haría; 2) el cirujano-barbero, que no había asistido a una universidad sino que se había educado como aprendiz de otro cirujano-barbero más experimentado; 3) el curandero, charlatán o mago, un embaucador itinerante que viajaba de pueblo en pueblo vendiendo sus ungüentos y sus talismanes, sacando dientes y ocasionalmente haciendo hasta flebotomías y cirugía menor, casi siempre con resultados desastrosos.
En París un grupo de nueve cirujanos se reunió en 1311 para fundar la Hermandad de San Cosme, con el propósito de establecer un monopolio sobre la práctica de la cirugía en esa ciudad y en sus alrededores y evitar que los 40 barberos existentes trataran heridas menores, úlceras y tumefacciones. Esta hermandad consiguió en ese mismo año una ordenanza de Felipe el Hermoso en donde se dice que nadie podrá ejercer la cirugía sin haber sido examinado y aprobado por Jean Pitard (quien era el cirujano real) o por sus sucesores pero los barberos no incluidos en la Hermandad también formaron su corporación, los cirujanos solicitaron y obtuvieron el apoyo del rey para que los médicos y los cirujanos los dejaran trabajar. El pleito continuó a lo largo del siglo XV, con la Facultad de Medicina en favor de los barberos en contra de los cirujanos, hasta que después de más principios del siglo XVI se resolvió al aceptarse que la Facultad era la autoridad suprema, que los cirujanos tenían privilegios universitarios y podían aspirar a obtener grados académicos y que los barberos podían tomar cursos de anatomía y cirugía en la Facultad y hasta ingresar a la Hermandad de San Cosme. Esto ocurrió en 1515.
Ambroise Paré (1517-1590) nació en Hersent, suburbio de Laval, en Bretaña su padre era carpintero. Se inició como aprendiz de barbero y a los 16 años de edad llegó a París, en donde continuo siendo aprendiz pero al poco tiempo ingresó como interno al Hôtel Dieu y pasó ahí tres años, al cabo de los cuales se incorporó al ejército de Francisco I como cirujano. Tenía entonces 19 años de edad y era su primera experiencia en la guerra, pero en ella hizo su primer descubrimiento: las heridas por armas de fuego evolucionan mejor cuando no se tratan con aceite hirviendo como se hacía tradicionalmente, debido a la creencia de que la pólvora era venenosa. Este descubrimiento fue por serendipia, ya que un día al joven cirujano se le acabó el aceite y entonces trató a un grupo de heridos por arcabuz con un "digestivo" preparado con yema de huevo, aceite de rosas y aguarrás. Paré relata este episodio como sigue: 

Esa noche no pude dormir bien pensando que, por no haberlos cauterizado, encontraría a todos los heridos en los que no había usado el aceite muertos por envenenamiento, lo que me hizo levantarme muy temprano para revisarlos. Pero en contra de lo anticipado, me encontré que aquellos en quienes había empleado el medicamento digestivo tenían poco dolor en la herida, no mostraban inflamación o tumefacción y habían pasado bien la noche, mientras que los que habían recibido el aceite mencionado estaban febriles, con gran dolor e inflamación en los tejidos vecinos de sus heridas. Por lo que resolví no volver a quemar tan cruelmente las pobres heridas producidas por arcabuces.


Al cabo de unos años y de varias guerras más (Perpiñán, Landrecies, Bolonia), Paré regresó a París y publicó su primer libro, titulado La methode de traicter les playes faictes par les arquebutes et autrees bastons a feu; el de celles qui son faictes par fleches, dards et semblables; aussi des combustions specialement faictes par la pouldre a canon (El método de tratar las heridas hechas por los arcabuces y otras armas de fuego; y de las causadas por flecha; dardos y similares; también de las quemaduras especialmente hechas por la pólvora de cañón) que apareció en 1545. Así se estableció el patrón que iba a seguir durante casi toda su vida: después de participar en alguna guerra como cirujano, regresaría a París a ejercer su profesión y a escribir sus experiencias en nuevos libros. Escribía en francés, pues no conocía ni el latín ni el griego: "Porque Dios no quiso favorecerme en mi juventud con la instrucción en ninguno de los dos lenguajes": De todos modos, los principales lectores de Paré eran sus colegas cirujanos y barberos que tampoco sabían otros idiomas, por lo que sus libros tuvieron gran éxito. Su segundo libro apareció en 1549 con el título de Briefve collection de l'administration anatomique y es un tratado de anatomía dirigido a cirujanos pero sin ilustraciones. Paré corrigió este defecto en la segunda edición, de 1561, reproduciendo muchas láminas de Vesalio y dándole crédito como "...un hombre tan bien versado en estos secretos como el que más en nuestro tiempo".
En 1549, en el sitio a Bolonia, hizo otro gran descubrimiento al no cauterizar el muñón de los amputados para cohibir la hemorragia, sino hacerlo por medio de ligaduras de los vasos arteriales y venosos seccionados. En una guerra ulterior (Hesdin) Paré cayó prisionero del duque de Saboya, quien le ofreció que se quedara de su lado y a cambio le daría nuevas ropas y lo dejaría andar a caballo, pero Paré rechazó la oferta. Finalmente, Paré curó de una úlcera cutánea a uno de los nobles invasores, con lo que ganó su libertad y regresó a París.
En 1561, haciendo a un lado sus estatutos, la Hermandad de San Cosme recibió en su seno a Paré y le otorgó el grado de maestro en cirugía; Paré leyó una tesis ¡en latín! Paré ya era cirujano del rey Enrique II, a quien atendió junto con Vesalio en su accidente letal, después conservó el mismo puesto con el rey Francisco II y a la muerte de éste su sucesor, Carlos IX, lo nombro premier chirurgien du Roi en 1562. Dos años más tarde Paré publicó su obra Dix livres de la chirurgie (Diez libros le la cirugía), en donde critica el uso del cauterio y describe la ligadura de los vasos para controlar la hemorragia en las amputaciones. Carlos IX murió en 1574 pero Paré conservó el título de cirujano primado y además fue nombrado valet-de-chambre de Enrique III, quien le tenía la misma confianza que le habían mostrado sus tres hermanos. A los 65 años de edad apareció la primera edición de sus Oeuvres, que además de cirugía contenían mucho de medicina, por lo que la Facultad de París trató de evitar que se publicara. Como no lo logró, difundió un libelo agresivo que Paré contestó pacientemente agregándole una Apología. Siguió trabajando y publicando nuevas ediciones de sus Oeuvres; la cuarta y última que él revisó apareció en 1585. Paré murió a los 80 años de edad, en 1590.
La vida y las obras de Paré hicieron por la cirugía lo que Vesalio hizo por la anatomía. Paré compartía muchas de las supersticiones de su tiempo: creía que las brujas causaban desgracias, que los astros influían en las enfermedades, que la plaga se debía a la voluntad divina, que existían monstruos imaginarios (tiene un libro famoso sobre el tema) y otras más; en cambio, se enfrentó a las creencias de que el polvo de momia y el del cuerno de unicornio tenían propiedades maravillosas y en un librito precioso examina críticamente y refuta para siempre tales supercherías. Pero quizá la contribución más importante de Paré a la cirugía fue su propia personalidad, el ejemplo de su esfuerzo serio y continuo por aumentar sus conocimientos de anatomía y la habilidad en su práctica profesional, así como su insistencia en que el cirujano debe hacer sus mejores esfuerzos por evitar o aliviar el sufrimiento de sus pacientes.
LA TEORÍA DEL CONTAGIO
Aunque la idea de que algunas enfermedades se contagian es muy antigua (Tucídides lo menciona en Historia de las guerras del Peloponeso) la primera teoría racional de la naturaleza de las infecciones se debe a Girolamo Fracastoro (Verona, 1478-1553). Además de medicina, Fracastoro estudió en la Universidad de Padua matemáticas, geografía y astronomía; siempre mantuvo gran interés en los clásicos y fue amigo de varios de los humanistas más famosos de su tiempo. Vivía recluido en su villa en las afueras de Verona dedicado al estudio y disfrute de las artes; sólo ocasionalmente veía enfermos. Muy interesado en la geografía y en los descubrimientos de los viajeros, los seguía en sus globos terrestres; lector voraz de los clásicos, amaba la música. Sólo salía para visitar inválidos distinguidos, o para dar su opinión en casos difíciles o para estudiar epidemias de especial interés o gravedad. Su reputación como poeta, humanista, médico y astrónomo se extendió por toda Europa. Cuando murió, a los 77 años de edad, los veroneses honraron su memorial y le erigieron un monumento que todavía puede verse hoy.
Fracastoro es recordado en la historia de la medicina principalmente como autor de un poema aparecido en 1530, en el cual se describe la sífilis y de donde esa enfermedad tomó su nombre. Sin embargo, la contribución más importante de Fracastoro a la teoría del contagio no fue su poema Sífilis, sino De sympathia et antipathia rerum, liber unus, de contagione et contagiosis morbus et curacione, liber III, Venecia, 1546, 77 pp.. En la segunda parte de este volumen, De contagione, se encuentra una serie de conceptos acerca del contagio de algunas enfermedades que tiene un aire casi moderno y que justifica la postura de Fracastoro como el precursor más importante de la teoría infecciosa de la enfermedad. Antes de resumir sus ideas, recuérdese que los únicos hechos que Fracastoro conocía eran sus observaciones clínicas y epidemiológicas. El uso científico de los microscopios y el mundo que descubrieron se encontraban a más de 200 años de distancia en el futuro.
En el capítulo 2 de su Liber 1, Fracastoro se refiere a los diferentes tipos de infección como sigue: 
Los tipos esenciales de contagio son en número de tres: 1) infección por puro contacto; 2) infección por contacto humano y con objetos contaminados, como en la sarna, la tisis, la pelada, la lepra (elefantiasis) y otras de ese tipo. Llamo "objetos contaminados" a cosas como vestidos, ropas de cama, etc., que aunque no se encuentran corrompidos en sí mismos, de todos modos pueden albergar las semillas esenciales (seminaria prima) del contagio y así producir infección; 3) finalmente hay otra clase de infección que actúa no sólo por contacto humano y con objetos sino que también puede trasmitirse a distancia. Estas son las fiebres pestilenciales, la tisis, ciertas oftalmias, el exantema llamado viruela, y otras semejantes.

La infección por contacto la compara Fracastoro con la putrefacción que pasa de un racimo de uvas a otros vecinos, o de una manzana a otras en la misma canasta; en cambio, le parece que la infección por objetos contaminados es de tipo diferente ya que el principio infeccioso (primo infecto), al pasar del enfermo al objeto puede permanecer en él sin modificarse durante tiempos variables que pueden ser hasta de dos o tres años.
Para explicar la infección a distancia Fracastoro presenta la teoría del hálito o de la exhalación, que supone que todos los cuerpos u objetos están continuamente desprendiendo partículas que percibimos a través de nuestros sentidos; por ejemplo, la exhalación de una cebolla puede apreciarse por el olfato y además produce lagrimeo. De manera similar, las exhalaciones de ciertas enfermedades pueden viajar a distancia y producir contagio, pero con diferencias importantes: en primer lugar, las semillas se unen a los humores con los que tienen afinidad, y en segundo lugar, generan otras semillas similares a ellas mismas hasta que todo el cuerpo se encuentra afectado. Fracastoro no sólo anticipó de esta manera la multiplicación de los agentes biológicos de enfermedad dentro del paciente, sino que además señaló su especificidad como sigue: 
Existen plagas de árboles que no afectan a los animales y otras propias de las bestias que no atacan a las plantas. También entre los animales hay padecimientos propios del hombre, del ganado, de los caballos, etc. Es más, considerando por separado los distintos tipos de seres vivos, hay enfermedades que afectan a los niños y a los jóvenes que no ocurren en los viejos y viceversa. También hay otras que sólo atacan a los hombres, o sólo a las mujeres, y todavía otras que atacan a ambos sexos. Algunos sujetos atraviesan inermes las pestilencias mientras que otros se enferman de ellas.

Fracastoro distingue entre las infecciones y los envenenamientos señalando que estos últimos no producen putrefacción ni pueden reproducir en otro organismo sus semillas, o sea que no son infecciosos.
En el libro II de De contagione Fracastoro describe la historia natural de varias enfermedades contagiosas y echa mano de su experiencia personal como clínico y epidemiólogo para comentarlas. En relación con el sarampión y la viruela, señala que afectan principalmente a los niños; además, sólo en raras ocasiones vuelven a ocurrir en sujetos que ya las han padecido. Su descripción del tifo exantemático es clásica. Señala a la tisis como contagiosa y dice que las semillas de este padecimiento son específicas para el pulmón. Dice que la rabia sólo se adquiere por la mordida de un perro rabioso y el periodo de incubación, que en general es de 30 días, puede prolongarse hasta por 8 meses (como en un caso que tuvo oportunidad de observar); que la sífilis puede transmitirse a los hijos a través de la leche de las madres infectadas y la enfermedad ha cambiado su fisonomía con el tiempo, etc. El libro III se refiere en once capítulos al tratamiento de muchas enfermedades contagiosas.
Existe una controversia acerca de la influencia que las ideas de Fracastoro tuvieron en la medicina de su tiempo y la de sus sucesores. La idea de que, al igual que Vesalio y Paré, Fracastoro fue responsable de una revolución en el pensamiento médico del Renacimiento que transformó conceptos medievales en modernos es difícil de sostener. Sus libros no tuvieron repercusión comparable a la Fabrica de Vesalio o las Oeuvres de Paré. De hecho, estudios recientes no han revelado que los escritos de Fracastoro se usaran para avanzar en la comprensión de las enfermedades infecciosas. Mucho de lo que enseñó a mediados del siglo XVI tuvo que redescubrirse en los siglos XVIII y XIX.
Quizá el problema principal es que la obra de Fracastoro fue un intento de retratar la naturaleza con una finísima malla de hipótesis e intuiciones geniales, pero con muy pocos hechos. La principal diferencia de la obra de Fracastoro, en comparación con las de Vesalio y Paré, es que mientras la del primero es casi puramente teórica, las de los segundos son eminentemente prácticas; en ausencia de demostraciones objetivas era válido proponer otras ideas y explorar otros caminos.
Fracastoro era un renacentista genial pero se adelantó a su tiempo y pagó por ello; pero si hubiera nacido un siglo más tarde, cuando los microscopios alcanzaron el desarrollo necesario para revelar el universo microbiológico, sus semillas hubieran pasado de ser meras hipótesis a convertirse en algo concreto en el mundo de la realidad, y con ello su contribución al progreso de la medicina hubiera sido incomparablemente mayor.
LA REVOLUCIÓN FISIOLÓGICA
Otro aspecto de la biología que se benefició con el impulso del Renacimiento científico fue la fisiología. Galileo Galilei (1564-1642) no sólo hizo una serie de observaciones astronómicas que arrojaron dudas sobre el universo aristotélico, sino que a partir de sus estudios de la mecánica introdujo el concepto de la matematización de la ciencia. Uno de los primeros que empleó métodos cuantitativos en la medicina fue Santoro Santorio(1561-1635), quien ingresó a la Universidad de Padua a los 14 años de edad y se graduó de médico a los 21; al poco tiempo viajó a Polonia como médico del rey Maximiliano y ahí permaneció 14 años. En 1611 fue nombrado profesor en Padua y estuvo enseñando y trabajando en esa ciudad hasta 1624, cuando renunció y marchó a Venecia, donde ejerció la medicina hasta su muerte. Santorio era amigo de Fabrizio de Aquapendante y de Galileo, con los que mantuvo correspondencia durante los años que estuvo alejado de Padua. Es posible que Santorio haya discutido algunos de los problemas que le interesaban con Galileo.
En una ocasión memorable, Galileo observó los movimientos de un candelero en la catedral de Pisa y al compararlos con su pulso encontró que eran regulares; de ahí partió la ley de la isocronía del péndulo. Santorio invirtió el proceso y contó el pulso usando un péndulo cuya cuerda se ajustaba hasta que se moviera a la misma velocidad del pulso; la velocidad se expresaba en términos de la longitud de la cuerda del péndulo. Este fue el modelo más simple del pulsilogium, que posteriormente se hizo más complejo. Galileo inventó el termómetro de alcohol (y lo llamó sherzino, "chistecito") pero Santorio, dándose cuenta de su importancia para medir la temperatura de la fiebre, diseñó no uno sino tres diferentes termómetros: uno con un bulbo grande para sostener en la mano, otro con un embudo para que respirara el paciente, y otro pequeño para tomar la temperatura oral.
La obra más famosa de Santorio es su Ars de statica medicina aphorismi (Aforismos del arte de la medicina estática, 1614) cuyo frontispicio es la famosa imagen del autor sentado en su silla metabólica frente a una mesita con alimentos y una copa de vino. Entre varios experimentos, Santorio encontró que si pesaba sus alimentos y después pesaba sus excreciones, había una diferencia a favor de los alimentos; esta diferencia la eliminaba de manera imperceptible, a la que llamó transpiración insensible. Según sus cálculos, el peso de la transpiración insensible en 24 horas era de 1.250 kg., lo que corresponde al limite superior normal, medido con mucho mejores instrumentos y métodos tres siglos después. El libro de Santorio es importante porque sus aforismos están basados directamente en sus observaciones experimentales, a pesar de que como médico era un galenista confirmado y sus métodos terapéuticos eran hipocráticos.
De mayor impacto en el desarrollo de la fisiología científica fue el descubrimiento de la circulación de la sangre por William Harvey (1578-1657). La idea ya había sido sugerida desde el siglo XIII por Ibn an Nafis, y mucho se ha discutido que en el siglo XVI tanto Servet como Colombo habían mencionado que la sangre del ventrículo derecho pasaba al ventrículo izquierdo por los pulmones y no a través del tabique interventricular, como lo había postulado Galeno. Incluso Colombo señala: 
Entre los ventrículos está el septum, a través del cual casi todos piensan que hay un paso entre el ventrículo derecho y el izquierdo, de modo que la sangre en tránsito puede hacerse sutil por la generación de los espíritus vitales que permitan un paso más fácil. Sin embargo, esto es un error, porque la sangre es llevada por la vena arterial (arteria pulmonar) a los pulmones... Regresa junto con el aire por la arteria venal (venas pulmonares) al ventrículo izquierdo del corazón. Nadie ha observado o registrado este hecho, aunque puede ser visto fácilmente por cualquiera.

Este texto sugiere que Colombo no sólo mencionó la circulación pulmonar de la sangre sino que la había observado directamente. Harvey conocía el libro de Colombo y se refirió a él por lo menos tres veces en su propia obra. No se sabe si Colombo había consultado el libro de Servet, Restitutio christianismi, en donde se sugiere la existencia de la circulación pulmonar, pero es poco probable porque Servet fue quemado vivo en 1553 y casi todas las copias de su libro fueron destruidas, excepto tres, mientras que el texto de Colombo apareció en 1559.
Harvey nació en Folkestone y estudió en Cambridge. De ahí pasó, en 1517, a estudiar medicina en la Universidad de Padua, donde fue alumno de Fabrizio de Aquapendante, de quien conservó gratos recuerdos toda su vida. Tras graduarse en 1602 regresó a Londres a ejercer la medicina. Su prestigio profesional creció rápidamente y en 1609 fue electo médico del Hospital de San Bartolomé. En 1615 Harvey fue nombrado conferencista en el Colegio de Médicos de Londres; su primer curso lo dictó al año siguiente y todavía se conservan las notas que hizo para sus conferencias. Puede verse que desde entonces ya tenía clara la idea de la circulación de la sangre, pero no la publicó sino hasta 1628, en su famoso libro De motu cordis. La teoría galénica del movimiento de la sangre en el organismo no consideraba un movimiento circular sino más bien de ida y venida de la sangre dentro del sistema venoso; según Galeno y todos sus seguidores, las arterias no contenían sangre sino aire, pneuma. Además, la sangre se generaba continuamente en el hígado, a partir de los alimentos, y alguna pasaba del lado derecho al lado izquierdo del corazón a través de los poros del tabique interventricular, para mezclarse con el aire. Harvey presentó muchos datos en contra de este concepto, derivados de distintas observaciones en anatomía comparada, en embriología, en vivisecciones y en disecciones anatómicas no sólo de cadáveres humanos sino también de muchas otras especies animales.
Conviene señalar, sin embargo, que Harvey nunca vio la circulación sanguínea, sino que la dedujo de sus observaciones: la circulación de la sangre explicaba, mejor que ningún otro concepto, la totalidad de los hechos. La conclusión de su libro es la siguiente:
Permítaseme que ahora resuma mi idea sobre la circulación sanguínea, y de esta manera la haga generalmente conocida.
En vista de que los cálculos y las demostraciones visuales han confirmado todas mis suposiciones, a saber, que la sangre atraviesa los pulmones y el corazón por el pulso de los ventrículos, es inyectada con fuerza a todas las partes del cuerpo, de donde pasa a las venas y a las porosidades de la carne, fluye de regreso de todas partes por esas mismas venas de la periferia al centro, de las venas pequeñas a las mayores, y por fin llega a la vena cava y a la aurícula del corazón; todo esto, también, en tal cantidad y con tan grande flujo y reflujo del —corazón a la periferia y de regreso de la periferia al corazón— que no puede derivarse de la ingesta y también es de mucho mayor volumen que el que sería necesario para la nutrición.
Estoy obligado a concluir que en los animales la sangre es mantenida en un circuito con un tipo de movimiento circular incesante, y que ésta es una actividad o función del corazón que lleva a cabo por medio de su pulsación, y que en suma constituye la única razón para ese movimiento pulsátil del corazón.
La importancia del descubrimiento de la circulación sanguínea es enorme, pero no sólo por el hecho mismo sino también por la metodología empleada por Harvey. Como Vesalio en la anatomía y Paré en la cirugía, Harvey se plantea un problema fisiológico y para resolverlo no sigue la tradición medieval, que era consultar los textos de autoridades como Galeno o Avicena, sino que adopta una actitud nueva y muy propia del Renacimiento: el estudio directo de la realidad. Ya en sus notas para las conferencias de 1616 en el Colegio de Médicos de Londres señala que había disecado más de 80 especies distintas de animales, haciendo experimentos y observaciones pertinentes a la solución de su problema. En De motu cordis relata experimentos hechos en serpientes, cuyo corazón continua latiendo un tiempo prolongado después de la muerte, y otros más sencillos comprimiendo venas prominentes en brazos humanos, en los que demuestra la proveniencia de la sangre que llena las venas y las funciones de las válvulas venosas.
Además de su habilidad experimental y de su penetrante capacidad de análisis crítico, Harvey tiene otra gran virtud científica, que lo aparta todavía más del espíritu de la Edad Media: su reticencia para adentrarse en problemas que no estaban directamente relacionados con sus observaciones. En sus escritos no hay nada sobre el origen del calor innato o sobre la naturaleza de la vida, que tanto habían ocupado a sus antecesores durante siglos sin producir resultados aceptables. A partir de Harvey se inicia la revolución en la fisiología, manifestada por la tendencia progresiva de los investigadores a plantear y resolver los problemas de esta disciplina en términos más objetivos de mecánica, de física, de química o de anatomía comparada, alejándose al mismo tiempo de explicaciones basadas en tendencias esenciales o en designios sobrenaturales.
LA REVOLUCIÓN MICROSCÓPICA
Durante el siglo XVII ocurrió otra revolución más, que junto con la anatómica, la quirúrgica y la fisiológica, iba a contribuir de manera fundamental a la transformación científica de la medicina, al proporcionar el instrumento necesario para explorar un amplio y fascinante segmento de la naturaleza desconocido hasta entonces: el mundo microscópico.
Desde la antigüedad se sabía que los objetos aparecen de mayor tamaño cuando se ven a través de una esfera de cristal; Plinio dice que Nerón usaba una esmeralda con este propósito. Alhazen (965-1039), uno de los más celebrados oftalmólogos árabes, se refirió al aumento y a las distorsiones de los objetos producidas por esferas de cristal, y Roger Bacon (1240-1292) señaló lo mismo y además comentó la utilidad que el aumento tendría para personas con problemas de visión, pero sus obras se publicaron hasta cinco siglos más tarde (1733). Los primeros anteojos se fabricaron en Venecia en el siglo XIV, y desde entonces ya había castigos para los fabricantes que los hicieran de vidrio en lugar de cristal.
Los microscopios ópticos son de dos tipos generales, según el número de lentes que los forman: simples, de una sola lente, y compuestos, de más de una lente. Es posible que el primer microscopio haya sido uno compuesto, el construido por Galileo en 1610, como un complemento (invertido) de su invención del telescopio; sin embargo, la imagen que revelaba era muy deficiente. Galileo lo llamó occhiale y todavía en 1642 señaló que aumentaba "las cosas pequeñas unas 50 000 veces, de modo que una mosca se ve del tamaño de una gallina", lo que era una exageración, pues hasta principios del siglo XIX los máximos aumentos logrados con microscopios compuestos no eran mayores de 250 X.
Los primeros microscopios simples fueron pequeñas lentes de aumento (biconvexas) que en el siglo XVII dejaron de ser juguetes curiosos y alcanzaron claridad y resolución suficientes para hacer observaciones confiables en manos de un personaje extraordinario: Anton van Leeuwenhoek (1632-1723). Pequeño burgués en un pueblo de Holanda (comerciante en telas en Delft), sin educación universitaria alguna (ignorante de idiomas), en su juventud se aficionó a la talla de lentes y en pocos años se convirtió en un tallador experto. Con el tiempo, sus lentes de gran aumento fueron los mejores de Europa, pues alcanzaban resoluciones hasta de 200 X.
Leeuwenhoek siguió tallando lentes biconvexos cada vez mejores y construyendo diferentes microscopios simples toda su vida, pero al mismo tiempo desarrolló un gran talento para observar e interpretar lo que veía con ellos. Su curiosidad nunca tuvo ni un proyecto definido ni límites aparentes: todo le interesaba y todo era nuevo, no sólo para él sino para todo el mundo. En 1674 envió una primera carta con algunas de sus observaciones microscópicas a la Real Sociedad de Londres, que reconociendo su originalidad y su interés las tradujo y las publicó en sus Transactions. La correspondencia de Leeuwenhoek con esa augusta sociedad científica alcanzó más de 200 comunicaciones y la sostuvo hasta su muerte. Fue el primero en ver y en describir muchas estructuras microscópicas, como los espermatozoides, los protozoarios (Vorticella), los vasos capilares, los eritrocitos, las láminas del cristalino, las miofibrillas y las fibras musculares estriadas, y varios tipos de bacterias.
Marcello Malpighio (1628-1694) fue uno de los precursores en el estudio microscópico de muchos tejidos, tanto de plantas como de animales y humanos. Fue profesor de medicina en Pisa, Bolonia y Mesina, pero en todas partes encontró la oposición de los galenistas, que se resistían a abandonar sus antiguas ideas. En Pisa coincidió con Giovanni Antonio Borelli (1608-1679), quien era profesor de matemáticas, y ambos tuvieron gran influencia mutua en sus respectivos trabajos. Finalmente Malpighio regresó a Bolonia, y de ahí pasó a Roma como médico del papa Inocencio XII, quien admiraba su trabajo y lo protegió. En 1661 publicó su primer libro, De pulmonibus observationes anatomicae (Observaciones anatómicas en los pulmones), en el que describe los alvéolos pulmonares y la comunicación de las arterias con las venas pulmonares a través de los capilares en el pulmón de la rana. En publicaciones ulteriores describió por primera vez los glóbulos rojos (pero los confundió con adipocitos), la estructura de la piel, de los ganglios linfáticos y del bazo, la existencia de los glomérulos en el riñón, el desarrollo embrionario de varias especies y la anatomía de las plantas. Malpighio fue uno de los primeros en señalar la identidad esencial de la vida de plantas y animales.
Entre los primeros microscopistas debe recordarse al padre Athanasius Kircher (1602-1680), jesuita alemán profesor en Wünzburg que emigró a Italia durante la Guerra de los Treinta Años y trabajó de profesor de matemáticas en el Colegio de Roma. Kircher escribió tratados sobre muy distintas materias: matemáticas, música, astronomía, filosofía, teología, filología, arqueología, magnetismo, óptica, la peste, la tierra, los cielos, historia, geografía, prestidigitación, acústica y los milagros. En su obra Scrutinium physico-medico (1658), dedicada al papa Alejandro VII, después de decir que su microscopio tenía un aumento de 1 000 X, lo cual es una clara exageración, Kircher relata haber examinado con él la sangre de un enfermo de peste: 
[...] una hora después de la venodisección se encontraba tan lleno de gusanos que casi me sorprendió, a pesar de lo cual el hombre todavía estaba vivo; cuando murió los gusanos invisibles eran tan numerosos...

Es seguro que con su microscopio, que cuanto más aumentaba 100 diámetros, Kircher no pudo haber visto ni a Pasteurella pestis ni a ninguna otra bacteria del mismo o hasta de mayor tamaño. Singer sugiere que sus gusanos eran rouleaux de eritrocitos, pero Dobell afirma que eran puras visiones o fantasías.
Otro notable microscopista fue Robert Hooke (1635-1703), también inventor y arquitecto, aparte de funcionar como el primer encargado de los experimentos de la Real Sociedad de Londres. En 1665, Hooke publicó su hermoso libro Micrographia, el primero con ilustraciones microscópicas de distintos objetos, entre ellos el corcho, en el que por primera vez se describe y se ilustra una célula biológica y se usa la palabra célula con el sentido que tiene hoy. Además, es interesante que el libro de Hooke se publicara en inglés y no en latín.
La revolución microscópica se inició en el siglo XVII y con ella ocurrió lo mismo que con el descubrimiento de América fines del siglo XV: repentinamente ingresó a la realidad un nuevo mundo cuya existencia había sido objeto de fantasías y de sueños, pero que al explorarlo resultó ser mucho más amplio y complejo de lo que se había imaginado.
LA REVOLUCIÓN EN LA PATOLOGÍA
A fines de la Edad Media se empezó a relajar la prohibición eclesiástica y secular de las autopsias. Al principio se autorizaron en casos legales, pero pronto algunos médicos empezaron a practicarlas en sus pacientes fallecidos, en busca de un diagnóstico o de la causa de la muerte. El primero en dejar un registro de su experiencia con este procedimiento fue un médico florentino, Antonio Benivieni (1443-15O2), que estudió en Pisa y Siena. Ejerció la medicina (con preferencia por la cirugía) en su ciudad natal; entre sus clientes se encontraban los nombres más aristocráticos de Florencia, como los Médicis y los Guicciardini. También fue médico y amigo de Savonarola. De acuerdo con su tiempo, Benivieni era un médico humanista, galenista y arabista, como se confirma por los libros que tenía en su biblioteca: Cicerón, Juvenal, Terencio, Virgilio y Séneca, entre otros clásicos, y Aristóteles, Celso (De re medica), Dioscórides, Galeno, Hipócrates, Avicena, Averroes, Constantino el Africano, Nicolás el Selenita (Antidotarium), Saliceto (Practica) y otros más. Participaba en la vida cultural de Florencia y entre sus amigos se contaban el filósofo Marsilio Ficino y los poetas Angelo Poliziano y Benedetto Varchi, quienes le dedicaron algunas de sus obras. Su libro, De abditis nonnulis ac mirandis morborum et sanationum causis (De las causas ocultas y maravillosas de las enfermedades y de sus curaciones) apareció en 1507, cinco años después de su muerte pero todavía seis años antes de que naciera Vesalio. Contiene 111 casos clínicos vistos por Benivieni, entre los que hay 15 con autopsia o estudio anatómico de las lesiones.
Los protocolos incluyen breves descripciones clínicas de la enfermedad y referencias casi telegráficas a los hallazgos de la autopsia. Por ejemplo, el caso XXXVI dice lo siguiente: 
Mi tocayo, Antonio Bruno, retenía el alimento que había ingerido por un corto tiempo y después lo vomitaba sin haberlo digerido. Fue tratado cuidadosamente con toda clase de remedios para curar los problemas gástricos pero como ninguno le sirvió para nada, adelgazó por falta de nutrición hasta quedarse en pura piel y huesos; finalmente le llegó la muerte.
El cadáver se abrió por razones de interés público. Se encontró que la apertura de su estómago se había cerrado y que se había endurecido hasta la parte más inferior resultando en que nada podía pasar por ahí a los órganos siguientes, lo que hizo inevitable la muerte.
En este caso el diagnóstico, a cuatro siglos de distancia, es sencillo: probablemente se trató de un cáncer del estómago, de la variedad linitis plástica.
La brevedad de las descripciones revela que el interés de Benivieni era fundamentalmente práctico. Se trataba de encontrar una explicación satisfactoria para los síntomas y la defunción del paciente. En De abditis no hay discusiones teóricas o elucubraciones escolásticas, aunque Galeno sigue siendo la autoridad indiscutible. Pero el texto sugiere que la "apertura" de algunos pacientes fallecidos, en busca de la naturaleza de la enfermedad y de la causa de la muerte, o sea la correlación anatomoclínica, no era algo excepcional en la práctica de la medicina, por lo menos en centros culturales como Florencia.
Con el tiempo empezaron a aparecer recopilaciones de casos anatomoclínicos publicados en Italia, Francia, Holanda y Alemania. Una de las más extensas fue la de Johann Schenk von Grafenberg (1530-1598), quien estudió en Tubinga y después de ejercer la medicina en Estrasburgo acepto la posición de médico de la ciudad de Friburgo, en donde finalmente murió. Su libro apareció al final de su vida (1597) con el título de Observationen medicarum rararum... libri VII, y tuvo mucho éxito. Se trata de una colección de más de 900 páginas que contiene observaciones resumidas de Silvio, Vesalio, Colombo, Bahuin, Avenzoar, Garnerus y muchos más, mezcladas con sus propios casos, cuya consulta se facilita gracias a un excelente índice. De especial interés es Johann Jakob Wepfer (1620-1695) de Schafhausen, quien fue uno de los médicos más famosos del siglo XVII. Interesado en afecciones cerebrales, hacía todos los esfuerzos por conseguir permiso para autopsiar a sus pacientes fallecidos y a él se debe la descripción original de las hemorragias cerebrales causadas por ruptura de pequeños aneurismas arteriales. Su propia enfermedad incurable, probablemente insuficiencia cardiaca, fue descrita en la edición póstuma de sus obras, en el prefacio que lleva el nombre de Memoria Wepferiana, y se acompaña de una ilustración de la aorta de Wepfer, que muestra claramente una ateroesclerosis avanzada. La autopsia se realizó "como es costumbre" y el protocolo, debido a un doctor D. Pfister, describe en forma breve pero completa casi todos los órganos; el corazón se encontró aumentado de tamaño y con consistencia ósea cerca de la válvula de la arteria pulmonar.
Pero el recopilador más acucioso y exhaustivo del siglo XVII fue Théophile Bonet (1620-1689), quien nació en Ginebra y se graduó en Bolonia a la edad de 23 años. Ingresó al servicio del duque de Longueville en Neuf-Chatel e intentó introducir medidas para regular la práctica de la medicina, pero los demás médicos se opusieron a ellas. Después de recibir una golpiza que le propinaron un médico y un boticario, renunció a su puesto y regresó a Ginebra, donde ejerció la medicina con mucho éxito; además, en 1652 fue nombrado miembro del Consejo de los Doscientos, que tenía funciones de gobierno en Ginebra. Sin embargo, poco después de cumplir 50 años de edad se quedó completamente sordo y se vio obligado a reducir su consulta, lo que le proporciono más tiempo libre para dedicarse a estudiar y escribir, lo que hizo de manera incansable y prodigiosa. Publicó por lo menos 16 libros, pero el que nos interesa apareció en 1679, con el título de Sepulchretum sive anatomia practica ex cadaveribus morbo denatis..., formado por tres grandes tomos que alcanzan las 1 706 páginas y contienen cerca de 3 000 casos clínicos con sus respectivas autopsias, recopilados de los escritos de 469 autores. Los casos están ordenados por síntomas principales, en parte alfabética y en parte anatómicamente. Por ejemplo, en el Libro I la primera sección trata de enfermedades de la cabeza, la segunda de hemorragias cerebrales, la tercera de padecimientos con estupor, la cuarta de catalepsia e insomnio, etc. Anticipando lo difícil que iba a ser la consulta de su Sepulchretum para encontrar información sobre un punto específico, Bonet preparó varios índices cruzados para su primera edición. Sin embargo, en la segunda, en 1700 (once años después de su muerte), los índices desaparecieron y el editor Manget se justificó diciendo que estaban hechos con poco cuidado. Esta omisión no fue completamente negativa, porque le sirvió de estímulo a Morgagni para publicar su inmortal De sedibus medio siglo mas tarde (véase la sección La anatomía patológica, capítulo VI, p. 121).
La revolución en la patología se inició y avanzó de manera considerable en el siglo XVI, con la generalización de la práctica de la autopsia de interés médico y la publicación de numerosos textos de correlación anatomoclínica, así como con su recopilación por autores enciclopédicos, más preocupados por incluir todo lo publicado sobre la materia hasta entonces que por separar la arena de los diamantes, entre los que sobresale Bonet. Éste fue el principio de una nueva forma de estudiar la enfermedad, que siguió el camino señalado por Vesalio en la anatomía y por Harvey en la fisiología: para conocer a la naturaleza, hay que interrogarla a ella misma, en lugar de buscarla en los textos de Galeno o de Avicena.
LA REVOLUCIÓN CLÍNICA
De enorme importancia dentro de la historia de la medicina es la revolución, a fines del Renacimiento, en la forma como los médicos atendían a sus pacientes. Hasta entonces, lo común era una visita en la que el doctor escuchaba las quejas del enfermo, sentía su pulso, examinaba su orina, y a continuación se enfrascaba en (una compleja disertación que variaba en contenido según la escuela a la que pertenecía (galenista, iatroquímica, iatrofísica, animista, browniana, y muchas otras más), pero que siempre era esencialmente teórica y que al final terminaba con variantes de las mismas tres indicaciones terapéuticas, heredadas de los tiempos de Hipócrates: dieta, sangrías y purgantes, a lo que la Edad Media había agregado, diferentes "medicinas", como la teriaca y otros menjurjes igualmente inútiles o hasta peligrosos. Poco a poco algunos médicos empezaron a sentirse incómodos con esa forma de proceder, con los restos del pensamiento medieval y hasta con las teorías renacentistas en boga; en su lugar buscaron en la actitud hipocrática clásica una salida a sus inquietudes. El prototipo de esta actitud fue Thomas Sydenham (Dorsetshire, 1624-1689), quien hizo sus estudios en Oxford, después pasó un tiempo en Montpellier y finalmente se graduó en Cambridge, a los 52 años de edad. Se estableció en Londres y fue uno de los médicos más famosos de Europa, sin dar clases en ninguna universidad, ni fundar ninguna escuela. Sus escritos son escasos y breves.
Sydenham es importante porque representa un cambio radical en la conducta del médico ante el paciente, un retorno a la idea hipocrática de la observación cuidadosa de los síntomas y al concepto de que representan los esfuerzos del organismo para librarse de la enfermedad. Sydenham también contribuyó de manera fundamental a la consolidación de la idea de la historia natural de la enfermedad. En sus propias palabras: 
En la producción de enfermedades la naturaleza es uniforme y consistente, tanto que para la misma enfermedad, en diferentes personas, los síntomas son en su mayoría los mismos; e iguales fenómenos a los que se observarían en la enfermedad de un Sócrates se encontrarían en el padecimiento de un tonto. De la misma manera los caracteres universales de una planta se extienden a cada individuo de la especie, y cualquiera (hablo de un ejemplo) que describa exactamente el color, sabor, olor, figura, etc., de una sola violeta, encontrará que su descripción es buena, igual o aproximadamente, para todas las violetas de esa especie particular en la superficie de la Tierra.

De esta manera Sydenham postula la existencia independiente de las enfermedades y la posibilidad de distinguirlas entre sí partiendo de sus síntomas y signos característicos. Lo que hacía falta era abandonar todas las hipótesis y todos los sistemas filosóficos que pretendían explicar, y a veces hasta sustituir la realidad, y dedicarse a describir los fenómenos patológicos con la misma fidelidad con que un pintor pinta un retrato.
Varias de las ideas de Sydenham se explican fácilmente si se considera la patología de la época en que vivió. Las enfermedades epidémicas fueron muy frecuentes en Londres en esos años: 1667, de un total de 500 000 personas murieron 16 000, mientras que en ese mismo año sólo nacieron 11 000; dos años antes la peste había exterminado 100 000 habitantes de la ciudad. Para 1667 la peste había cesado pero en ese año murieron 1 300 personas de sarampión, 2 000 de cólera, 3 000 de tuberculosis, etc., y sólo 1 000 alanzaron una edad que le permitió al encargado de anotar en los libros de registro que murieron de "vejez". Con este material, Sydenham tenía la oportunidad de ver muchos pacientes de la misma enfermedad en un mismo día y de formarse una imagen muy nítida de ella; de hecho, fue el primero en distinguir el sarampión de la escarlatina. Algo semejante le ocurrió con la gota, porque él mismo la padeció, por lo que pudo describirla con minuciosidad.
Los libros de Sydenham son interesantes porque, entre otras muchas cosas, no cita a ningún otro autor, con excepción de Hipócrates. Su desprecio por la literatura médica era legendario, sobre todo la de carácter más especulativo. En uno de sus primeros libros, Ars medica (1669) señala que los que piensan volverse médicos capaces estudiando las doctrinas de los humores, o lo que piensan que su conocimiento del azufre y del mercurio los ayudará a tratar una fiebre: 
[...] pueden igualmente creer que su cocinera debe su destreza para cocinar y hervir a su estudio de los elementos, y que sus especulaciones sobre el fuego y el agua le han enseñado que el mismo líquido humeante que endurece el huevo reblandece a la gallina.

Con todo y su desprecio por las teorías, Sydenham también especuló sobre la enfermedad, postuló la existencia de una constitución animal que predisponía a ciertas enfermedades en las distintas estaciones del año, así como de una constitución epidémica determinada por los astros. Además, creía que la naturaleza guiaba estas constituciones a través de un instinto secreto, semejante a la vis medicatrix natura de los antiguos.





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