viernes, 25 de octubre de 2024

 

DESCUBRIMIENTO DE LAS REGIONES AUSTRIALES

Plano realizado por José Antonio Crespo-Francés

https://rusadiryelmar.com/2020/12/23/1606-descubrimiento-de-islas-lousiades-de-papua-e-indonesia/

 

Aunque el título de esta obra parece referirse exclusivamente a los viajes del marino portugués Pedro Fernández de Quirós, la realidad  es mayor, porque se incluye en el primer viaje de Álvaro de Mendaña (1567), antecedente preciso para explicar la presencia de Quirós, en la vuelta hacia las míticas islas Salomón en 1595; y el viaje hacia las tierras australes, de Quirós en 1605, su pretendido descubrimiento; y el apéndice de Váez de Torres, el lugarteniente abandonado, que sí logra descubrir la cuarta parte, y a través del estrecho de su nombre (estrecho de Torres) demuestra definitivamente la insularidad de Nueva Guinea, que se consideraba parte integrante de un continente desconocido que llegaba hasta el estrecho de Magallanes.

         Los tres viajes o exploraciones forman parte de la gran empresa del conocimiento del pacífico, emprendido por las naves españolas, desde que, en 1520, Magallanes irrumpe en sus aguas. A partir de este momento una serie de navegaciones se emprenderán, aunque, cosa curiosa, el Pacífico Austral quedará al margen, ya que el interés estará centrado en asegurar el eje Molucas-Filipinas y las rutas que se dirigían a él.

         Dentro de este contexto debemos incluir, tras la travesía de Hernando de Magallanes, la de Jofre Loaysa-Elcano en 1524. Pero estos dos exploradores, apenas llegados al Pacífico, fallecen, pasando la jefatura a Alonso de Salazar, que llegará finalmente a las Molucas, tras haber tocado en Las Carolinas y en las islas de los ladrones. En las Molucas se enfrenta con los portugueses, que consideran dichas islas de su propiedad exclusiva.

         En auxilio de estos españoles, que quedaron en las Molucas, saldrá en el año de 1528 una expedición desde las costas de Nueva España, al mando de Álvaro de Saavedra. Los refuerzos llegan oportunamente para salvar a los refugiados de Tidore. Pero al fracasar en el intento de volver a las costas de México, terminarán cayendo prisioneros de los portugueses, que los repatriarán finalmente a la Península.

         Esta rivalidad armada por las Molucas era resuelta en abril de 1529, al renunciar a ellas Carlos V, mediante una indemnización de 350.000 ducados por parte de Portugal. Esto no quería  decir que las Islas de Poniente (Las Filipinas) fueran abandonadas, y por esto los virreyes de la Nueva España recibieron instrucciones para asegurar su ocupación.

         Hernán Cortés, por su  propio impulso, desde 1532, había  iniciado el conocimiento de la costa del pacífico: Diego Hurtado de Mendoza, Grijalba, Becerra exploran desde Acapulco hacia el norte, y el propio Cortés llega a California.

         Depuesto Cortés, el primer virrey de México, don Antonio de Mendoza, encargó al malagueño López de Villalobos que saliera al frente de cinco naves rumbo a las islas de Poniente, en 1542. Tras una gran tempestad, pasó por las Carolinas, Palaos y arribó a  Mindanao, donde encontró la oposición portuguesa, haciéndose finalmente fuerte en la isla de Leyte. Tras fracasar nuevamente en la vuelta a Nueva España, Villalobos muere, y, los restos de la expedición regresaban a España en 1549, vía Goa. A Villalobos se debe haber dado nombre a las islas Filipinas, en honor de Felipe II, ya que anteriormente eran conocidas como Islas de Poniente.

         El agustino Juan de Urdaneta, superviviente de la expedición de Loaysa-Elcano, había ponderado de tal modo las islas que acababa Villalobos de bautizar como Filipinas, que el nuevo virrey Velasco le ordena la organización de otra nueva expedición para hacer efectiva su ocupación. Da el mando a Miguel López de Legazpi, con la asesoría técnica de Juan de Urdaneta. En noviembre de 1564, la expedición se encamina directamente a las Filipinas, y desembarcan en abril del año siguiente en Cebú, base de una feliz y fácil conquista. En 1565, visto el buen cariz de la posesión de las islas, Urdaneta emprende el hasta entonces imposible viaje de vuelta, la llamada vuelta de Poniente. Sube hasta la 15 ° latitud norte, aprovechando los vientos N-E, atraviesa el Pacífico hasta llegar a las costas californianas. La importancia del descubrimiento será trascendental, porque se facilita una vía para el regreso a las costas americanas, y no solo se asegura la regularidad de las comunicaciones Filipinas-Acapulco, sino que tanto Mendaña como Quirós, a la vuelta de sus expediciones, buscarán la ruta de Urdaneta para volver a sus bases de partida en el Perú.

         Como hemos visto, los españoles habían sido hasta el presente los grandes navegantes del Pacífico, pero no olvidemos que su presencia en aquellas aguas había sido promovida por la posesión de unas islas, las Molucas, en poder de los portugueses. Y la presencia lusitana era, por tanto, anterior a la española.

         Los portugueses, desde los tiempos de Don Enrique el Navegante, a principios del siglo XV, se habían iniciado en la política descubridora; comenzaron por los archipiélagos atlánticos y por las costas africanas, y luego, sobre todo a partir de 1487, cuando Bartolomé Díaz emprendió el viaje que le llevó a doblar el cabo de las Tormentas o de Buena Esperanza, se abrió definitivamente el camino hacia la India.

         A partir de ese momento la actividad descubridora lusitana se incrementó al máximo y los logros fueron increíbles: en julio de 1497, Vasco de Gama emprendió el glorioso viaje que le llevó a la India, y en 1502, ya con el título de virrey, inició la acción conquistadora en este país.

         La actividad de los lusos no se limitó a esto. En 1507 llegaron a Ceylán; en su marcha hacia el Este, hacia el Pacífico, organizaron una expedición a Malaca, que fue conquistada en 1511. No olvidemos que esta península era la llave de las islas de la Sonda y del Mar de la China.

         Después de la caída de Malaca, una flota, mandada por Antonio d´Abreu, fue enviada a conquistar las islas de Sonda, conociéndose las vecinas de Borneo, Célebes y Molucas. Todo ello en 1511. A Cantón llegaban en 1516, y se cuenta que veinticuatro años más tarde, en el puerto chino  de Liam-Pon, más de mil casas eran de portugueses. En 1520, los comerciantes portugueses llegaron a Pekín y dos años antes a las islas de Riu-Kiu. A partir de 1542, Japón entraba en la órbita del comercio portugués.

         Sin querer restar méritos a la vertiginosidad del avance  lusitano, la realidad es que iban sobre un terreno conocido desde la Antigüedad, y que Marco Polo volvió a actualizar en la edad Media. La importancia de las navegaciones portuguesas estriba sobre todo en dar una efectividad real a unos lugares que hasta  entonces se consideraban casi míticos, entre fantasías y realidades

La Quarta Pars, desconocida

Los descubrimientos portugueses venían a ratificar los conocimientos geográficos de Ptolomeo, puestos en entredicho, tras el descubrimiento del continente americano. Hasta para el mismo Colón la fe ciega en Ptolomeo tenía carácter de dogma. Los siguientes navegantes comprobaron que  aquellas tierras no tenían nada que ver con las noticias geográficas ptolemaicas, que fueron definitivamente arrumbadas. Pero por otra parte los portugueses, con sus viajes a todo lo largo del índico, habían llegado al Quersoneso aureo (Malaca), a Cattigara que Marino y  Ptolomeo denominaron puerto de Sines (China), y que no es otro que Singapur. Y así se volvía a tener conocimiento de Sumatra y de las Javas, y de sus infinitos archipiélagos, ricos en especies. Y ¡cómo no ¡ si por ensalmo Ptolomeo volvía a tener nuevamente vigencia, ¿por qué no se podía creer en la existencia de la Terra incógnita que existía más al sur, y que se extendía desde África hasta el Quersoneso, o tal vez más allá?

         La posibilidad de ese cuarto continente inmenso, independientemente de Europa, Asia y África, fue creíada también ciegamente por autores de la antigüedad, y hay alguno como el romano Claudio Bliano (siglo II) que llega a describirlo, como de extensión inmensa, poblado de infinitas clases de animales. Sus habitantes,  extraordinariamente altos, gozaban de envidiable longevidad. Lo mejor del relato es lo que sigue: Unos hombres, llamados meropes, habitaban  ese continente y sus innumerables islas. Esta comarca se terminaba en una especie de abismo llamado Anostos, de donde no se volvía. No era ni oscuro ni luminoso, sino lleno de un ambiente opaco, sombrío, rojizo. En la región, fluían dos ríos: uno se denominaba Voluptuosidad y el otro Tristeza. Ambos estaban bordeados de árboles que parecían grandes plátanos. Los frutos que producían los árboles del río Tristeza tenían la singularidad de que quienes los probaran prorrumpían en amargo lloro y morían de pena. Los frutos de las orillas del río Voluptuosidad causaban los efectos opuestos: el que los tomaba perdía el deseo de aquello que más había deseado; olvidaba cuanto había querido y paulatinamente se rejuvenecía, pasando de la ancianidad a la edad viril, de ésta a la juventud, y luego a la adolescencia a la niñez, hasta reducirse a la nada. (1)

            Como vemos, a los innumerables incentivos de lo desconocido no podía faltar  el tema del rejuvenecimiento, también presente en el descubrimiento de América. La isla de Bimini y sus fuentes de la juventud habían atraído al primer colonizador de Puerto Rico, Ponce de León. (2)

            Si el mantenimiento de la ciencia en la existencia de esa Terra incógnita era una pervivencia de la geografía clásica, no es menos cierto que vuelve a resurgir gracias a los más reputados geógrafos de la segunda mitad del XVI. La famosa línea ptolemaica austral tiene consistencia a partir del descubrimiento y exploración de la costa septentrional de la isla de Nueva Guinea, que se cree parte de esa Quarta Pars Incognita y que llegará hasta el mismo estrecho de Magallanes. Téngase presente que hasta 1614 no se descubrió el cabo de Hornos, la punta meridional americana.

         Si portugueses y españoles fueron sus primeros descubridores, en sus mapas iban reflejando las tierras que iban conociendo. Pero si en la cartografía portuguesa de la época encontramos una pervivencia de la tradición ptolemaica respecto a la terra australis, ésta es prácticamente inexistente en los patrones reales hispanos, más atentos a reflejar únicamente las tierras que los navegantes españoles van descubriendo. El famoso mapa-mundi de Ortelio de 1564, que anota todo cuanto se conoce hasta entonces, esboza a lo largo del Pacífico meridional la existencia de ese hipotético continente, que arrancaba de la Nueva Guineas e iba inclinándose hasta la Antártida, ocupando más de la mitad del Pacífico Austral. (3)

            Todo esto nos lleva al planteamiento y objetivo de los viajes de Mendaña y Quirós, que fueron motivados por la busca y localización de ese hipotético continente austral, fundamentado en la más rancia tradición clásica: la creencia científica de esa masa continental que fuera el contrapeso a las del hemisferio Norte, y en que se creyó definitivamente, tras del descubrimiento de Nueva Guinea.

         Ahora tan sólo faltaba delimitar su contorno, que tras los viajes de Magallanes y Loaysa debía estar más allá de los 30° grados de latitud Sur. Por esta razón, la nueva base exploradora será el Perú y no el virreinato de Nueva España, excesivamente alejado del objetivo propuesto. Además, aparte del interés científico del descubrimiento, existe un interés político estratégico. En la época de los viajes de Mendaña-Quirós, la rivalidad hispano-inglesa ha alcanzado su máxima virulencia; los navíos ingleses han atravesado el estrecho de Magallanes y han saqueado las poblaciones españolas desde el Perú hasta el virreinato mexicano. Drake parece ser  que llevaba intención de recorrer el continente que llegaba hasta el estrecho de Magallanes, pero no lo encontró. Finalmente. Diremos que a finales del siglo XVI llegarán los holandeses a los mares del Sur, atacando las factorías portuguesas que en ese momento tienen a Felipe II como monarca de la unidad ibérica. Hartman había llegado a Java en 1596, y en 1602 fue creada la famosa Compañía Holandesa de las Indias Orientales. Vemos, pues, que la amenaza holandesa no era hipotética era real.

         Por todas estas razones, el interés geográfico queda desbordado por el político, y no deja de resultar curioso que el último viaje de Quirós vaya a ser organizado por el Consejo de Estado de Felipe III. (4), Apartando al de Indias, porque a través de sus planificación vemos la voluntad de la Monarquía española de querer seguir controlando el Pacífico como un Mar Ibérico. Téngase presente que la unidad peninsular es un hecho, como lo demuestra en gran número de portugueses que participa en el último viaje de Quirós.

         Todo este interés por el Pacífico la existencia de esa Quarta Pars, tenía, como hemos visto, distintas connotaciones, y de ahí que el interés se acrecentara cuando Quirós, al regreso de su último viaje, proclame que ha descubierto la Terra Australis, y se consideraba un nuevo Colón. La noticia tendrá una gran difusión, pero será Londres quien más se interesará por las noticias sobre las nuevas tierras de Quirós. Que esa preocupación y ese interés por el descubrimiento español estuvo vigente lo demuestra el que, al cabo de los años, prácticamente cincuenta después, Byron (1764), cartera, Bouganville y, sobre todo, Cook (1768) busquen infructuosamente el continente pretendidamente descubierto por Quirós en 1606. (5)

 

Primer viaje de Álvaro de Mendaña

La relación que aparece en el manuscrito de la Biblioteca del palacio  Real de Madrid, se trata de un sumarísimo resumen de la relación que hizo Hernán Gallego, piloto mayor de Álvaro de Mendaña. Prácticamente se limita a enumerar las islas que se fueron descubriendo, y los principales contratiempos que tuvieron en el viaje de vuelta. Pero, afortunadamente, existe una serie de relaciones, seis en total, de Hernán Gallego, Álvaro de Mendaña, Sarmiento de Gamboa, Pedro Ortega, amén  de cartas e informes que sobre el viaje se hicieron, y del que se puede decir que abundan las noticias.

 

 

Intentos iniciales

El que estos viajes se organizaran desde el Perú no era casual, ya que desde su conquista y planificación se habían preparado jornadas descubridoras de grandes islas y tierras que se creían próximas al Virreinato peruano, no faltando tampoco tradiciones incaicas que recordaban la existencia de grandes imperios al otro lado del ignoto océano, referidas seguramente al archipiélago de las Galápagos.

         Las noticias de las islas y tierras por descubrir, solicitando a las autoridades permisos para organizar expediciones, abundan en extremo. Posiblemente la más antigua es la del maestresala Gómez de Solís, en carta al Emperador, que lleva fecha de 16 de agosto de 1550, y aunque el célebre pacificador La Gasca autorizara la expedición, ésta no se llevó a cabo. El mismo La Gasca, en carta al Consejo de Indias, da cuenta del viaje del piloto Francisco López, antiguo compañero de Orellana, que viniendo en una galera el año de 1548, fue apartado de la costa peruana 150 leguas y estando en catorce grados y medio de la Equinoccial hacia el Sur, vieron que traían muchos maderos el agua de la parte de Poniente, que es señal de tierra donde había ríos de mucha agua… cerca de ella Especería, pues están en el mismo clima que los de las malucos. (6)

         También circulaban por el Perú, y se mantenían vivos, recuerdos de las expediciones marítimas para conquistar las Galápagos, que, naturalmente, eran islas llenas de tesoros. Será sobre todo Sarmiento de Gamboa el que da mayores noticias de estas expediciones conquistadoras, en tiempo de Topa Inca Yupanqui. (7)

            Si la fabulosa conquista del Perú había dado pie para que las mentes calenturientas de los conquistadores concibieran tierra adentro la existencia del mítico imperio de El Dorado, es lógico creer que allí se concibiera la idea de que más allá de las aguas del océano existiese el Ophir, las tierras a donde iba el mismo rey Salomón a cargar sus naves. El misterio del mito, inalcanzable, se va desplazando hacia lo desconocido, manteniendo así su vigencia. Fue precisamente Colón el que resucitó la leyenda de Ophir en sus viajes al creer localizar las minas del rey Salomón, próximas a Catay y Cipángo. (8) Ahora que Catay y Cipango habían sido definitivamente localizadas, que el Maluco y la Especiería eran un emporio de riquezas, ¿por qué no creer que e aquellas misteriosas islas no pudieran ser las del rey bíblico? Es curiosa la explicación que del nombre de islas de Salomón aparece en un manuscrito de don Gabriel Fernández de Villalobos, conservado en la Biblioteca nacional: Las islas que llaman de Salomón, por una tradición que yo tengo por tonta… cómo es decir que una nao de Philipinas, viniendo de Acapulco, arribó con un temporal a una de ellas, que está en 11° de altura australes, llegado derrotada, fizo fogón en ellas, echó, como es costumbre, un terraplén de tierra para hacer lumbre, y cuando llegó a Acapulco, halló que se había fundido un tejo de oro. DE  aquí se tomó de decir que esta tierra era donde enviaba Salomón a cargar sus flotas de oro. (9)

         Si esa conseja llegó o no al Perú, está por ver. Pero que la idea de la existencia de esas islas era firme entre los peruanos lo  demuestra el ahínco con que el licenciado castro, gobernador del Perú, insiste una y otra vez en ir a descubrirlas.

         Para concluir sobre la denominación de estas islas,  veamos la opinión de Justo Zaragoza: Acaso porque iba en la armada de Mendaña un hijo o pariente de aquel Antonio

Salomón que estuvo en el descubrimiento del estrecho de Magallanes, en la nao del capitán Luis Mensoza, que por haber distinguido tierra antes que nadie, reclamase para él, según se acostumbraba en aquel tiempo, el título de su apellido. (10) La opinión de Zaragoza se viene abajo, si antes del descubrimiento ya esas misteriosas tierras que se pretendían descubrir, las denominadas islas del Rey Salomón, que caen frontera de Chile, hacia la Especiería, que se tiene aquí gran noticia.

         El último de los proyectos frustrados será el que pretenda organizar el soldado Pedro Aedo, con la colaboración del rico  Maldonado, que a su costa y con sólo cuatro mil ducados de ayuda real pretenden ir a las Salomón, y que en un principio autoriza y apoya el gobernador García de Castro en 1565. (11)

            Pero este viaje, que se comienza preparar rápidamente, con idéntica celeridad quedará bruscamente paralizado, porque el gobernador manda detener a Maldonado, pues es considerado miembro de una conspiración contra su persona a causa del problema de las encomiendas; y a Pedro Aedo, por una pretendida intención de alzarse contra él. Todo muy oscuro, que cuando con posterioridad se realice el  juicio de residencia contra el gobernador, éste será castigado a pagar una indemnización a Pedro Aedo. Pero la realidad es que Aedo se quedó sin el viaje.

 

Organización del viaje a las islas Salomón

Que el gobernador Castro (1564-1569) desposeyese a Pedro de Aedo del viaje, ya sabemos porque causas oficiales lo hizo. Pero creemos que  hubo más, sobre todo por la intervención del gallego nacido en Alcalá de Henares, Pedro sarmiento de Gamboa (12), de padre pontevedrés y de madre bilbaína. Este hombre, que se consideraba gallego, es un auténtico autodidacta, y llegó a ser unos de los grandes escritores de su época. Llevó su interés no sólo a la cosmografía, sino también al mundo indigenista y al latín, lo que le permitiría años después, en los días de su cautiverio con los indígenas, comunicarse con Walter Raleigh y conversar directamente con la mismísima reina Isabel de Inglaterra.

         Este hombre, que encontramos en el Perú, ha estado antes en Flandes y en el virreinato de Nueva España y, por su carácter inquieto, había sufrido un juicio de la Inquisición de Puebla y estaba pendiente de otro, incoado por el Santo Oficio de Lima, por prácticas hechiceras. En el Perú, aparte de estar al servicio del conde de Nieva, se preocupa por la cultura indígena, y fruto de este interés será la tan celebrada Historia de los Incas; y es por tanto, y a través de la realización de dicha obra, por lo que Sarmiento tendrá noticias de los viajes marítimos incaicos. Transcribimos a continuación sus palabras sobre el origen y presencia del hombre en América: … Y esta tierra, es la que llaman los descriptores de mapas, Tierra incógnita al Austro, desde la cual se pudo venir poblando basta el Estrecho de Magallanes, hasta el poniente de Catigara y hacia el levante de las Javas, y Nueva Guinea e Islas del archipiélago del Nombre de Jesús, que yo, mediante Nuestro Señor, descubrí en el mar del Sur el año 1568. (13)

            Sarmiento de Gamboa, por sus conocimientos y simpatía, se pudo hacer con el ánimo del gobernador, y ya que estaba en marcha el viaje a las Salomón, aunque sin jefe, él bien pudo soñar en ser el Adelantado de aquellas islas. Pero el enojoso conflicto con la Inquisición hizo hizo imposible que ostentara la más alta jefatura de la expedición. Él, Sarmiento de Gamboa, como persona entendida, sabedora de la localización de las islas Salomón, iría en calidad de cosmógrafo; y como Adelantado un sobrino del gobernador, un joven recién llegado al Perú, sin ninguna experiencia, lo que facilitaría la tutela de Sarmiento sobre su aparente superior jerárquico.

         El ocasional jefe de la expedición fue Álvaro de Mendaña de Neira, que aparece en diversos escritos como Álvaro Davendaña, o de Vendaña o Bendaña, parroquia de Santa maría de Bendaña, ayuntamiento de Touro, en la provincia de La Coruña; otras veces como Álvaro de Vendaña y de Avendaña, y lo mismo que su segundo apellido, de Neira, tiene un carácter referencial toponímico, quizás por proceder de una de las cinco provincias que de este nombre figuran en los partidos lucenses de Sarriá y becerra. Lo que está fuera de dudas es su origen gallego.

No sabemos el año de su nacimiento, pero se puede deducir que fue hacia el año de 1542, puesto que contaba 25 años de edad cuando en 1567 emprendió su primer viaje a las islas Salomón. Se puede aventurar que en 1564 llegó al Perú en compañía de su tío el gobernador, que como presidente de la Audiencia le metió en la comisión encargada de inquirir las causas de la muerte del último virrey, el Conde de Nieva, que al poco tiempo de gobernar fue hallado cadáver con evidentes muestras de haber sido asesinado.

         El nombramiento de este joven como general de la expedición, cuyo mérito era sólo ser sobrino del gobernador, planteará constantes suspicacias y en algunas ocasiones trascendentales se recriminarán sus pocos conocimientos. Como el mismo Mendaña escribe, ninguna de las cosas les pareció convenía, diciendo que el que está, juzga, y el que está en el mar, navega, con lo que venía a reconocer que no tenía ninguna autoridad, como hombre de tierra adentro, sobre los veteranos navegantes que le rodeaban.

         El viajar, a pesar de las cartas optimistas del gobernador a Felipe II, encontró bastante oposición, tanto de los frailes, por la presencia de Sarmiento de Gamboa, como de la Audiencia, escandalizada del enorme costo: más de cien mil ducados. También la Audiencia de Chile reclama para sí la organización de la expedición, por entender que las islas que se van a descubrir están más cerca de Chile que del Perú. (14)

            Volviendo al costo de la expedición, hay diferencias notables sobre el precio de los dos navíos, pues si según el gobernador uno de tres mil e tantas arrobas, y otra de siete mil de porte, que costaron diez mil pesos ensayados (15); y el fiscal Monzón, dice que al tomarse los navíos a su propietario contra su voluntad, costaron sólo los cascos y aparejos para navegar treinta mil ducados (16).

            Las dos naves que iban a emprender tan famosa aventura se llamaban Los Reyes y Todos los Santos. En la primera embarcación, el Capitán General Álvaro de Mendaña, el cosmógrafo Sarmiento de Gamboa, el piloto Juan Enríquez, y el tesorero Gómez; y en la segunda nao, el piloto mayor Hernán Gallego y el maestro de campo Pedro Ortega.

         Durante mucho tiempo se ha llamado al viaje de Mendaña la expedición de los cuatro gallegos (17), es decir: Álvaro de Mendaña, Sarmiento de Gamboa, Hernán Gallego, y el licenciado García de Castro. Acompañaron a los tres primeros el Alférez General Fernández Enríquez, el capitán de artillería Pedro Xuarez, tres pilotos, cuatro franciscanos y unos 150 marineros y soldados (18) De estos tripulantes, morirán  a lo largo del viaje 40 hombres (19) La Armada descubridora salía el 19 de noviembre de 1567 del puerto del Callao, y Pedro Sarmiento mandó aderezar la vuelta del Oes-Sudeste, que era la cierta derrota que convenía llevar conforme a la noticia dada (20) que se debía mantener hasta los 23°, que era la altura que el cosmógrafo marcaría nuevo rumbo. La relación de Hernán Gallego que publicamos omite cualquier referencia a la navegación, desde su salida del callao hasta que llegan a la isla de Jesús el 10 de enero de 1568; y sin embargo, en ese intervalo se producirán graves decisiones la primera, el 28 de noviembre, cuando este día mudó Hernán Gallego la derrota, y empezó la vía del oeste, quarta al dudeste, que es una quarta más baja del camino que habíamos traído desde que salimos de Lima, esta mudanza de la derrota sin consejo ni acuerdo de los pilotos ni de Pedro Sarmiento (21).

            En cambio de rumbo, la sospecha por parte de Sarmiento de un entendimiento entre  Mendaña y Hernán Gallego, provoca la ruptura total, y hace que las instrucciones sean totalmente olvidadas. Lo prueba no sólo el cambio de rumbo, sino que la flotilla va perdiendo altura, es decir, se acerca a la línea ecuatorial.

         Nada de estas discordias refleja la Relación de Hernán Gallego. Para demostrar el desdén del piloto mayor hacia el cosmógrafo, sólo lo citará ocasionalmente como hombre de guerra que tiene que desembarcar para hacer sentir la superioridad española sobre los indígenas. Ahora bien, solamente se puede explicar la decisión de Hernán Gallego contando de antemano con la conformidad de Mendoza, deseoso de protagonismo.

         Bien porque Hernán gallego desconfiase del rumbo que seguían, bien porque Mendaña se sentía culpable de los reproches de Sarmiento y sus amigos, lo cierto es que el 8 de enero, general y piloto mayor, deciden destituir a Sarmiento el poder decisorio, conforme a las instrucciones, y de este modo, no mirando, pues, el Capitán Pedro Sarmiento a venganzas o intereses, dixo al general que este negocio estaba tan perdido que sería muy  dificultoso cobrallo, porque la tierra quedaba atrás, y con el tiempo que hacía no se podía ir a ella, más que al oeste quarta del sudeste donde había tierra muy poblada, que yendo a ella se podían reformar y esperar tiempo, y hacer el bergantín que iba determinado a hacerse, y así volverían a enmendar lo errado…, y tomó un padrón en el cual mostró el piloto el punto y derrota por donde habían venido hasta allí; a donde quedaba la tierra, y la que podían tomar; y así dixo que gobernasen el oeste y quarta del sudueste (2

            Con el cambio de rumbo resurgen las esperanzas, y más cuando el 15  de enero encuentran la isla de Jesús, que erróneamente Sarmiento cree próxima a la Nueva Guinea. Pero el rumbo  marcado  por el cosmógrafo no se puede mantener a causa de los sucesivos temporales y Hernán Gallego manda bajar hacia la equinoccial. Es curioso contrastar las Relaciones  que enviaron Sarmiento, Mendaña y Hernán Gallego. Mientras la del cosmógrafo es tremendamente  pasional, y la del piloto mayor exclusivamente técnica, la de Mendaña procura, sobre  todo, dar un tono de naturalidad y religiosidad a todo lo que acaece. Las acusaciones que le hace Sarmiento en su Relación, que son constantes, Mendaña ni las recoge, y en todo caso, cuando hay  que  tomar decisiones, se apoya siempre en el consejo y veteranía de su piloto mayor.

La discrepancia mayor de estas Relaciones posiblemente la tengamos en el momento que llegan a las islas Salomón, objetivo y finalidad del viaje. Mientras Mendaña y el piloto Hernán Gallego creen haber llegado felizmente a las islas paradisíacas, Sarmiento no cree que ha llegado a las Salomón, así, años después, cuando dedica al Rey su Historia Índica, escribe… Las islas del  archipiélago de nombre Jesús, vulgarmente llamadas de Salomón, aunque no lo son, de que yo di noticia y por mi persona, las descubrí el año 1567, aunque fue por General Álvaro  de Mendaña.

También, hay que decirlo, existen diferencias cronológicas entre las diversas Relaciones. Mínimas entre el general y el piloto mayor, y mayores con las de Sarmiento. Pero téngase en cuenta que al cosmógrafo le quitaron sus papeles a la terminación del viaje y, por lo tanto, lo tuvo que reconstruir de memoria. Desgraciadamente desaparecieron, entre otros, unos vocabularios de lenguas indígenas que Sarmiento estaba confeccionando, queriendo probar el parentesco de los melanesios con los indígenas americanos. (23)

Ya hemos dicho anteriormente que el escrito de gallego, la única referencia que encontramos a Sarmiento, la tenemos como hombre de armas y de la política dura que llevó. Sin embargo, es curioso leer las aprensiones del cosmógrafo para una misión que no era la suya y las condiciones conque las emprendía:… Y en todo el campo se murmuró la poca gente que llevaba el dicho capitán, que se creía que la tierra  era muy grande, y muy poblada y áspera, y que era temeridad del que iba a osar, ir con tan poca gente, y maldad el que le enviaba, que decretara le sucediera algún desastre (24).

También las discrepancias existen, y hondas, sobre los asuntos trascendentales: como decir poblar las Salomón o qué rumbo se tomaba para regresar al Perú. Si Sarmiento acusa agriamente a Mendaña del abandono, el general, esto hay que reconocerlo, da  más que abundantes razones, todas juiciosas, para  ordenar la retirada: y en cuanto al derrotero de vuelta, leamos lo que dice el cosmógrafo: Dieron sus paresceres Pedro sarmiento y los pilotos, sobre la derrota que se tomaría, y Pedro Sarmiento dio un derrotero de todos los rumbos, y dio por parescer que se siguiera la vuelta de sudoeste en demanda de la otra tierra que en principio él quiso descubrir, que está sobre Chile. Los tres pilotos fueron de su parescer; el Gallego, aunque también dixo que se hiciese, no lo cumplió; antes contra lo determinado, gobernó sobre Nueva España y fue milagro escapar (25).

Las relaciones de Mendaña y Hernán Gallego no coinciden en esa unanimidad en volver a descubrir, sino todo lo contrario: en regresar por la vuelta de Nueva España, aunque con las clásicas reservas del general. Lo cierto es que se impuso el criterio del piloto mayor, y Sarmiento quedó una vez más burlado, y sin descubrir aquella tierra incógnita que, según él, se deslizaba desde la Nueva Guinea hasta el estrecho de Magallanes. Melancólicamente terminará la relación de la Plata: No se puede saber mucho de esta tierra, porque no hubo lugar de tiempo, ni el  general quiso buscarlo, ni procurarlo. La buena tierra de contratación de oro, se colixe de esta relación que está a la mano izquierda, sobre el mar, enfrente de Chile.

En relación que publicamos se hace especial hincapié en el gran temporal que estuvo a punto de engullir a la armadilla. Se dispersaron la capitana y  su almirante Sarmiento, que había pasado a ésta, en la carta que escribe a Felipe II desde el Cuzco, afirma que Álvaro de Mendaña aprovechó deliberadamente la tempestad para abandonar a su suerte la nao Almirante (26).

La alegría de ambas tripulaciones fue indescriptible. Fue tanto el regocijo que teníamos de vernos los unos a los otros que llorábamos de placer. Venía Pedro Ortega tan malo, que entendí que al otro día lo enterramos, y por el contento de habernos visto volvió en sí muy breve, porque también nos tenían a nosotros por perdidos (27).

El final del viaje vino a romper finalmente las relaciones entre Mendaña y Sarmiento, cuando, según éste, Mendaña, temeroso porque había una información ante nuestra real justicia, tomó los papeles, relaciones, cartas y contratos, y los rompió (28).

A partir de entonces se abrirá una sorda lucha hecha de acusaciones y calumnias entre  ambos ante nuestra real justicia, llevándose la palma Sarmiento de Gamboa, que recurre a la insidia constante contra Mendaña, porque éste creyó, equivocadamente o no, más en la destreza de su piloto mayor que en la ciencia de su cosmógrafo.

 

Un largo intermedio (1569-1595)

En mal momento llega a  Perú el flamante General Álvaro de Mendaña, descubridor de las míticas islas Salomón. En mal momento, porque coincide con el relevo de su tío el gobernador, el licenciado Castro. En vez de honores y  agasajo, serán acusaciones y denuestos, porque son los días en que se está realizando su juicio de residencia como gobernador depuesto, que preceptivamente realiza el nuevo virrey, don Francisco de Toledo.

         Todos los que se han sentido lastimados por la acción del  gobierno del licenciado Castro acuden ahora solícitos en busca de justicia y reparación. Afortunadamente, de todos los cargos que se le imputan sale limpio y sin mácula, a excepción del infortunado caso de Pedro de Aedo, por lo que es multado por el secuestro que hizo de sus bienes. García de castro regresa finalmente a Madrid, para ocupar un cargo relevante en el Consejo de Indias.

         La presencia de Sarmiento en Perú iba a traer forzosamente complicaciones a Mendaña, además de su parentesco con el gobernador residente. Parece ser que el cosmógrafo entró a formar parte del grupo de cortesanos que rodeaban al nuevo virrey, y por eso no debe sorprendernos que éste, a instancias de Sarmiento, procediese contra Álvaro de Mendaña por haber incumplido las instrucciones de Su Majestad.

         La información abierta por el doctor Barrios, oidor de la Audiencia de Lima, y en la que intervinieron un gran número de participantes de la expedición a las Salomón, fue favorable en general a  Mendaña, pues no  se encontraban motivos razonables para procesarlo criminalmente (29).

            Mendaña, apenas se ve libre de las molestias de la información, y antes de que surjan nuevos problemas, decide regresar cuanto antes a la Península, donde encuentra un gran valedor, su tío, ahora Consejero de Indias. Y en efecto, aunque a Madrid llegan hasta el Rey y el propio Consejo cartas de Sarmiento reclamando la primacía del descubrimiento, la influencia del licenciado Castro neutraliza el efecto que pueden producir las acusaciones del cosmógrafo gallego.

         No sólo  las neutraliza, sino que gracias a su  influjo se firman en 27 de abril unas nuevas Capitulaciones entre Felipe II y Álvaro de Mendaña. Mediante éstas, se le hace Adelantado de las Islas Salomón, y se le faculta para hacer posible su conquista y evangelización. Estas Capitulaciones son semejantes a tantas y tantas que despacharon los monarcas españoles, que a cambio de unos hipotéticos títulos y beneficios, el esfuerzo económico caía en el futuro conquistador, todo ello a nuestra costa y misión, sin que Nos ni los Reyes que después de Nos fueren, seamos obligados a vos socorrer con cosa alguna de nuestra hacienda para ayuda de ello (30).

            Pero también se le obligaba: Antes de os partáis en seguimiento de vuestro viaje, daréis finanzas llenas y abonadas, en cantidad de diez mil ducados, a contento de los de Nuestro Consejo  de Indias o de nuestros oficiales de la Casa de Contratación.

         Pues bien, a pesar de tan duras coincidencias, Álvaro de Mendaña se dispone a llevar a cabo inmediatamente su  designio. No sólo paga lo estipulado, en Sevilla, sino que embarca en dicho puerto con un grupo de seguidores. Su paso por Panamá, camino del Perú, le va a resultar catastrófico. Lo sabemos por la carta que dirige al rey el 3 de febrero de 1577. El  presidente de la Audiencia de Panamá, queriendo vengar en Mendaña viejos resentimientos contra su tío, el consejero de Indias, aprovecha unos alborotos provocados por acompañantes darle en un calabozo, mezclado con negros, donde permanece encerrado cuatro días, pasando luego muchos más,, guardado en las Casas del cabildo y del Factor, hasta que puede embarcar. Termina la carta indicando el temor con que acudía a Perú, donde el virrey Toledo, por manifiesta enemistad, no le favorecería, a no ser que Felipe II enviase una provisión en la que se le ordenase no  se entrometiese en cosas de esta jornada.

         Aun contando con la posible enemistad del virrey, que apuntaba Mendaña, la realidad es que pocas facilidades iba a encontrar para reunir gente para  su expedición. La conquista de Chile estaba consumiente todas las reservas de los hombres del virreinato, y aunque le dejo enarbolar bandera y que toquen tambores, la realidad  es que hay poca gente que se interese por estas expediciones marítimas, pues no hay nadie que quiera arriesgar sus haciendas en empresas de tan dudoso éxito.

         Existen numerosas cartas del  virrey al monarca, en que comenta estos y otros inconvenientes que encuentra Mendaña para el apresto de su jornada, como el que se la dispersado la gente que traía de Panamá, casi todos delincuentes. En abril de 1580, escribe: En quanto a la jornada de Álvaro de Abendaño, como escribía  vuestra Magestad, llegó aquí seis o siete  meses, y  en casi todo este tiempo lo hemos dexadoenarbolar bandera a su ventana, y tocar  sus  atambores cada día, y yo he hecho lo  que he podido para enderezarle gente, y con todo eso tan pocos los que le llegan, y él con tan poco caudal para sustentallos… no sé si va a poder salir de aquí (31).

            Sin embargo, Mendaña no opinaba así, y en 24 de marzo de 1580, escribe al Consejo de Indias lamentándose de los muchos inconvenientes en que le pone el virrey: su hacienda la he ido  consumiendo inútilmente, alistando personal  suficiente para la empresa; pero que por dos  veces el virrey le estropeó  sus planes, al quitarle toda  la gente alistada, para enviarla a Chile. La segunda prejuicio, sobre todo, de las muchas doncellas que sólo esperaban prejuicio, sobretodo, de las muchas doncellas que sólo esperaban  el apresto de la Armada para casarse, y embarcarse con sus esposos, y que al demorarse, pudieran darse al mal vivir. Sus intereses estaban agotados, pues apenas bastaban para sus  gastos la encomienda de indios que tenía en Guanaco (32).

            Cuando más desesperado se encontraba el contrito Adelantado, dos hechos cambian el rumbo de los acontecimientos: uno, el relevo del virrey Toledo; y el segundo, su casamiento con Isabel Barreto. El nuevo virrey, conde de Villar, parece mostrar un sincero interés porque se realice la ocupación de las islas Salomón, por entender que importa y conviene al servicio de su magestad, escribe al monarca el 25 de mayo de 1586.

         El virrey no sólo ayuda con buenas palabras, sino que le facilita tierras para que saque trigo para la futura expedición. Fruto del nuevo clima serás la ayuda que le ofrecerá Hernando Gamero Gallegos de Andrade, para la dicha jornada, para la dicha jornada un navío aderezado e pertrechado e marinado para hacer el viaje el dicho Adelantado; y levantó cien hombres para la dicha jornada, sin sueldo alguno, sino con los socorros que el dicho capitán les daba, en que hizo grande gasto de su hacienda (33).

            Todo tiene un color rosado para que Mendaña ponga en marcha su accidentado viaje, pero un nuevo inconveniente lo demorará: una vez más, las piraterías inglesas. Ya en 1578, Drake había merodeado por las costas peruanas, atacando inclusive el puerto de El callao; ahora, en 1587, todo el virreinato se convulsionó con la presencia de Thomas Cavendish, que hasta 1591 realizaría correrías por sus costas.

         Álvaro de Mendaña se tuvo que ofrecer para luchar contra los ingleses y lo vemos ocupando puestos de responsabilidad en la lucha contra Cavendish, y en 1593 contra Richard Hawkins, participando personalmente en su captura, en el combate naval que se dio en el puerto de Atacama, donde, tras ardorosa pelea, Hawkins se rindió a don Beltrán de Castro, que le dio su palabra de que su vida sería respetada, como así fue en efecto.

         El otro acontecimiento trascendental en la vida de Mendaña será su casamiento con su paisana Isabel de Barreto, posiblemente en los primeros meses de 1580. Tendría por tanto Mendaña treinta y ocho años; ignoramos los de la novia, aunque creemos que sería veinteañera. De esta unión no hubo hijos, pero si los tuvo la Barreto de su segundo enlace con don Fernando Castro, según se deduce de una carta que escribió éste último a su Magestad, el 28 de enero de 1598.

         Por la edad de las nupcias de Mendaña, no parece ser que Doña Isabel fue su único amor, pues, cómo no, por Sarmiento sabemos que una de las causas por las que Mendaña ansiaba regresar rápidamente a Perú es porque andaba enamorado. No creo que fuera de la Barreto, que tendría entonces unos cuatro o seis años.

         El enlace con Isabel, más bien parece una boda de conveniencia. Recordemos su  vuelta a Perú, el agotamiento de su peculio, y para rehacerlo, el casamiento salvador, porque según el virrey el conde Villar pensaba gastar la dote de su mujer para realizar  la jornada (Carta a su Magestad, 25 de marzo de 1586).

         Nombrado virrey de Perú, don García Hurtado de Mendoza (1588-1595), tras resolver el problema de las incursiones de los piratas ingleses, se preocupó de resolver lo más prestamente posible la ya eterna marcha a las Salomón, y más, tras el relevante papel  desempeñado por Mendaña, en atajar las acciones de dichos piratas.

 

Segundo viaje de Mendaña

Entramos de lleno en el tema de la Historia de los descubrimientos de las regiones australes, en las que aparece Pedro Fernández de Quirós, como piloto mayor del segundo  viaje de Álvaro de Mendaña.

         Si  antes eran todo dificultades sin cuento, ahora la celeridad con que se solventan los problemas será la nota predominante. Las trabas que ponen los oficiales reales pronto se acelerarán, tras las conminaciones terminantes del virrey a la obediencia. Hay razones políticas para la realización rápida de la expedición: la salida del Perú de toda la gente indeseable que por allí pululaba. En esto  están de acuerdo tanto el  rey como el marqués Cañete.

         El virrey vendió a Mendaña por ocho mil pesos corrientes de a nueve reales, precio simbólico, los galeones San Juan, San Francisco y San Gerónimo, con tal de que participaran en la jornada de las islas. A éstos, hay que añadir el que aportaba el Adelantado (34).

         El aprovisionamiento de artillería, pipas, velas y demás aprestos provenían del navío capturado a Hawkins; y el resto, de la Hacienda Real. No en vano se puede decir que el segundo viaje de Mendaña fue posible gracias a la magnificencia de Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete.

         Los quinientos hombres que le autorizaban las Capitulaciones para ir en la jornada colonizadora de las Salomón no se completaron, a pesar de levantar bandera el capitán Lorenzo Barreto, cuñado del Adelantado, y enviar a los valles de Truxillo y Saña otro capitán, llamado Lope de Vega, a cuyo cargo estaba levantar gente y hacer bastimento.

         Con el Adelantado, irá su mujer, Isabel Barreto, y sus cuñados, Lorenzo, Diego y Luis, amén del capitán Lope de Vega, que se casó con una cuñada de Mendaña, Mariana de Castro, y al que le concedió el título de Almirante.

         Pero el personaje que alcanzará mayor celebridad a partir de este viaje, eclipsando a todos, es sin ninguna duda el piloto mayor, Pedro Fernández de Quirós, hombre enigmático, y sobre todo, de un temple extraordinario.

         Portugués nacido en Evora en 1565 más o menos, las pocas noticias que tenemos sobre su vida, anteriores a este viaje, las debemos a las informaciones hechas el  14 de marzo de 1615 en la Casa de Contratación de Sevilla, con motivo del último viaje de Quirós a las Indias Occidentales.

         Según dicha información, Quirós contaba entonces cincuenta años, se crio y  educó en Lisboa. Muy joven embarcó, ejerciendo el cargo de escribano o escribiente, en naves de mercaderías, o sea, ejerciendo lo que hoy denominamos sobrecargo. Navegando fue paulatinamente adquiriendo conocimientos náuticos, hasta llegar a tripular navíos, con el máximo cargo de piloto mayor.

         Entre 1588 y 1589 contrajo matrimonio con Ana Chacón, de veinticinco años, natural de Madrid, e hija del licenciado Juan Quevedo de Miranda, y de Ana Chacón de Miranda. Tuvieron Pedro y Ana una hija en 1590, que nació en Madrid, y al poco tiempo de nacer la primogénita, Fernández de Quirós marchó a Perú, aunque lo más probable, y al igual que tantos tripulantes, fuera acompañado de su familia. Este hecho del acompañamiento familiar se probaría sin más, si calculamos la fecha que tiene su hija en Sevilla en el momento de la ya citada información, es decir, dieciocho años. La niña nacería en 1597, cuando Quirós regresa de las Filipinas hacia Acapulco. Pero para que quede una duda en la información, se dice que ambas hijas han nacido en Madrid, y para que se siga manteniendo el enigma, en la relación que publicamos de carácter autobiográfico, Quirós no hace la más mínima alusión a la presencia de su familia a bordo. Y sin embargo lo creemos así, porque ¿cómo explicar el lucimiento legítimo de la hija de Quirós en Madrid, estando su padre en los mares del Sur? (35).

            El 12 de abril de 1595, escribe el marqués de cañete al rey que el adelantado ha emprendido por fin el viaje. La salida fue muy solemne y no faltaron los discursos de rigor. Los manuscritos de la Biblioteca Nacional y del Museo naval de Madrid insertan una larga proclama puesta en boca de Hurtado de Mendoza, en que tras alentar a  Mendaña en la empresa que inició, hace una síntesis de los descubrimientos españoles a partir de los viajes colombinos (36).

 

El viaje

La fecha real de la expedición fue el 9 de abril de 1595, cuando  salieron del puerto de El Callao. Antes de emprender la larga travesía visitaron algunos pueblos de la costa, para recoger provisiones y completar las tripulaciones de forma poco ortodoxa: deteniendo navíos, tomando de ellos la parte que quisieron, y como la Almiranta no iba fina la barrenaron y sustituyeron por otra nave que estaba cargada de harina, comprometiéndose al regreso a pagar su coste  al dueño de la nave y mercadería, un sacerdote del puerto de Chaperre, donde ocurrió la  aprehensión.

         Desde antes de que se iniciara la travesía y a lo largo de ella, las páginas del manuscrito del palacio Real nos manifiestan la debilidad de carácter del adelantado, incapaz de tomar prontas decisiones, y siempre a merced de los requerimientos de su mujer y cuñados. Si en el primer viaje se movió entre  las influencias de Sarmiento y Hernán Gallego, quienes constantemente le recordaban su experiencia náutica para imponerle sus  respectivos pareceres, en su segundo y último, Álvaro de Mendaña, con su  constante afán contemporizador, amigo  de ceder para no romper, provoco un creciente desdén hacia su autoridad. Cuando la quiso recuperar, a  consecuencia del asesinato de un jefe indígena, como todos los débiles, actuó de forma brutal y sangrienta, pero ya era tarde. Otro factor, motivador de un gran número de rencillas y suspicacias, es la abundante  presencia femenina a bordo, comenzando por la autoritaria Isabel Barreto. Justo Zaragoza, el primer prologuista de la obra, escribe acertadamente: ….. En las manifestaciones del carácter de Mendaña comprendieron todo el fondo de verdad que lo determinaba. Tales manifestaciones que las gentes de menguado sentido traducen por debilidades, las producían frecuentemente en el Adelantado, y le obligaban a hacerlas públicas, ciertas exigencias femeniles de a bordo, exigencias producidas a menudo por las molestias de la navegación, o por pequeñas pasiones muy  propias de las sociedades menudas que viven aisladas… y no menos sabida es la inconveniencia de llevar esos jefes sus esposas en el barco que mandan; de la cual inconveniencia emanaron, sin duda, las rígidas ordenanzas que prohíben su embarque (37)

            Las discordias se habrían iniciado antes de embarcar. Las inició el Maestre de Campo Marino Manrique con Quirós, en El Callao, por cuestiones de competencia, y  siguieron en el puerto de Chaperre, con el almirante Lope de Vega y  el vicario de la flota. Quirós pidió licencia para no ir, y el Maestre de Campo, todo airado, y llegó  a desembarcar. La intervención pacífica de Mendaña resolvió  amigablemente de momento la cuestión, pero como  ya  veremos, las rencillas se ahondarán por la enemistad abierta hacia Marino Manrique de Isabel Barreto y sus hermanos.

         Por fin la flota levó anclas en el puerto de Paíta, el 10 de junio de 1595.

         Llamábase la nao capitana San  Gerónimo. Iba con ella el Adelantado, su mujer y hermanos, el Maestre de campo, todos los oficiales mayores, dos sacerdotes, y  el uno con título de vicario. En la Almiranta, que se decía Santa Isabel, Lope de Vega,  Almirante, dos capitanes y un sacerdote. En la Galeota  (que nombraron San Felipe), el capitán Corzo, sus oficiales y gente. En la fragata  llamada Santa catalina iba por teniente de capitán Alonso de Leyba (38).

            El número total de tripulantes era de trescientos setenta y ocho hombres, y unas noventa y ocho personas entre mujeres y niños. Se llenaron mil ochocientas botijas de agua.

         La navegación fue bastante tranquila. Llegaron a las primeras islas el 21 de julio. El adelantado, en homenaje al virrey Cañete, las bautizó marquesas de Mendoza. En la travesía, según cuenta el transcriptor de Quirós, no faltaron comentarios a la antipatía de la adelantada y de sus hermanos a Pedro marino Manrique; de la creación de banderías; de murmuraciones sobre la ineptitud de Mendaña y Quirós, que no encontraban las Salomón; pero el hecho más sobresaliente que notamos fue el casamiento múltiple de quince parejas en vísperas de la arribada a las Marquesas, y cuando las señales de tierra próxima eran inequívocas.

         A los españoles les asombró la gran belleza de aquellos polinesios casi blancos y de gentil talla. Pero la política de fuerza i de terror que quiso imponer el Maese de Campo estorbó los planes de Mendaña de querer establecer una factoría. Por otra  parte  la creencia en la proximidad de las Salomón determinó al adelantado a proseguir la navegación.

         A partir de este momento crecen las murmuraciones, y el malestar  se generaliza al no encontrar prestamente las esperadas islas del Poniente. Quirós hace al Maese de Campo promotor de todas las inquietudes. Un hecho lamentable ensombrece mapas si cabe la incertidumbre que pesaba sobre  la flotilla. El  7 de septiembre ve por última vez la nao Almiranta, mandada por Lope de Vega. Nunca más encontrarán rastro de ella y de los que la tripulaban.

         Por esa razón, cuando al otro día tropezaron con la isla de Santa Cruz, al pronto Mendaña creyó haber encontrado al fin sus ansiadas islas, y  decía: Esta es la isla y tal tierra. Pero cuando se dirigió a los indígenas en la lengua que en el primer viaje aprendió, mi ellos, ni él, jamás se entendieron.

         No obstante, al descubrir un fondeadero aceptable, ver la frondosidad y belleza de la isla y la buena disposición de los indígenas, que por mediación de su cacique Malope llegaron a convivir, pensaron que la colonización no tendría problemas; todas estas circunstancias incitaron a Mendaña a fundar una población, olvidándose de su compromiso de llegar a las Salomón.

         La fundación y levantamiento de la nueva ciudad, en un lugar elegido por el Maese de Campo, parece ser que no fue del agrado de todos. Por otra parte, la nueva tierra no colmaba sus afanes de riqueza, tal como correspondía en las míticas islas Salomón. Muchos de aquellos hombres habían vendido sus haciendas para ir tras las riquezas que tenían aquellas islas, a las que en la antigüedad enviaba sus naves el rey Salomón. En vez de abundancia al alcance de las manos, tenían que construir ellos mismos chozas donde guarecerse, y procurarse el alimento diario, bien por las entregas de los indígenas, o arrebatándolo a viva fuerza. Con razón se sentían traicionados, y así se comenzaron a coger firmas pidiéndole al Adelantado les sacase de aquel lugar y les diese otro mejor, o los llevase a las islas que había pregonado.

         Para acelerar la salida de la isla y provocar el fracaso de la colonización, el Maese de Campo comenzó a practicar una política sistemática de saqueos de los poblados indígenas, esperando provocar un levantamiento general de los aborígenes. Debemos apuntar que esa política de saqueos sistemáticos era posible gracias a que Mendaña se encontraba gravemente enfermo, y permanecía aislado en la Capitana, acompañado de su familia y seguidores más fieles, entre ellos Quirós.

         Esta funesta división entre los colonizadores trae trágicas consecuencias. A bordo del San Gerónimo llegan las noticias inquietantes de conjuras que planea el Maese de Campo. El Adelantado baja a tierra, pero se da cuenta que su autoridad poco pesa allí. Triste y cariacontecido, se retiró al galeón, convencido de que todo había finalizado para él.

         Arcabuzazos contra el galeón, nuevas noticias sobre la exaltación de la conjura, el fracaso de la mediación de Quirós, todo esto lleva al Adelantado a querer cortar de raíz lo que ya considera motín contra su persona. A pesar de su debilidad, desembarca al romper el alba, donde le esperan sus cuñados y unos pocos fieles soldados. Acuden al fuerte y sorprenden indefenso al Maese de Campo Pedro Marino, y lo apuñalan. A él seguirán sus más fieles amigos, asesinados por la furia homicida de los hermanos de Barreto, que llegarán a cortar la cabeza de los que considerarán principales cabecillas.

         La jornada sangrienta no acabó ahí. Por la tarde regresaron al fuerte un destacamento de soldados que habían ido anteriormente al poblado del cacique Malope, el jefe indígena que tanto había intimado con Mendaña. Le habían asesinado de forma gratuita, y su asesinato es descrito por Quirós de una manera escalofriante. Enterado el Adelantado, ordenó que fueran aprisionados algunos soldados para saber su participación en el crimen. El Alférez que mandaba el pelotón, sin juicio previo fue ejecutado y cortada su cabeza, para emplearla a la entrada de la fortaleza, junto a la de otros dos que fueron ejecutados por la mañana.

         El asesino material de Malope, que milagrosamente salvó la vida, víctima de sus remordimientos, moría a los pocos días.

         Los acontecimientos narrados presagian el fracaso final de la colonización, porque a partir del asesinato alevoso de Malope, la exhibición de la cabeza del alférez para apaciguar a los nativos no sirve para nada, y los indígenas no cejarán de atacar implacablemente a los españoles, produciendo bajas diariamente y provocando desconcierto y desmoralización.

         Las fiebres del trópico, por otra parte, aparecen y diezman a los españoles, y si a esto unimos la postración y agonía del adelantado, el cuadro no puede ser más sombrío. El 18 de octubre, Álvaro de Mendaña hace testamento ante el escribano Andrés Serrano, siendo testigos Diego de Vera, Andrés del Castillo, Juan de Isla, Luis de Barreto y el capitán Felipe Corzo. En sustancia, nombra a Isabel Barreto, su legítima mujer, por gobernadora… y todos los demás bienes que ágora y en algún tiempo parecieren ser míos, y del título del marquesado que del rey nuestro señor tengo, y de todas las mercedes que su magestad me ha hecho (39). Ese mismo día murió, y su cuerpo posteriormente embarcado encontró su definitivo descanso en las islas Filipinas.

La Reina de Saba

Ya tenemos a doña Isabel Barreto como gobernadora de la colonia de Santa Cruz, adelantada de las ilas de Poniente, marquesa, etc. Tenemos en ella a la primera mujer que ostentará tales títulos, si  exceptuamos, claro está, el de marquesa. De carácter varonil, autoritaria, indómita, impondrá su voluntad despótica a todos los que están bajo su mando, sobre todo en el peligroso viajar hacia Manila. La flamante gobernadora sabe que su colonización ha fracasado. Ahora, no intenta atajar la recogida de firmas que va recibiendo el vicario para salir de la isla. Dicha recogida no encontrará facilidades, por temor a correr la misma suerte que el Maese de Campo y sus compañeros. Finalmente, la gobernadora autoriza la información solicitada por el vicario, que tiene lugar  el 30 de octubre (40). En ella declara Quirós que interesa abandonar la isla de Santa Cruz ya que había fallecido el Adelantado, y le había perdió la nao Almirante; el segundo testigo, un marinero, declara lo mismo que el piloto mayor, y añade que para regresar a Perú directamente se necesitan más marineros de los que había; en parecidos términos son las declaraciones del condestable, del contramaestre y de tres marineros más.

         Lorenzo Barreto, que había quedado como capitán general de la expedición, se adhiere a la información, proponiendo la salida de la malsana isla. Pero no llegará a verla, pues también él, como el vicario, morirá en los próximos días. La muerte de su hermano mayor es la gota que colma el vaso, y  así, el 14 de noviembre propuso la gobernadora que quería salir de aquella isla, a buscar la de San Cristóbal, por ver si en ella se encontraba la Almiranta. El acuerdo y parecer de todos fue unánime en salir los más rápidamente posible de la isla. Como el galeón San Gerónimo estaba muy necesitado de aparejos y de marinería, Quirós aconsejó a la adelantada que se abandonaran la fragata y la galeota, y así se aprovecharían sus jarcias y velamen para la capitana, amén del mal esta estado de varios navíos.

         Pero sus propietarios se negaron a aceptar el criterio del piloto mayor, pretendiendo salvar aquellos navíos carcomidos por la broma. Terrible error que pagarían con sus vidas, pues esas naves, dos en total, serían tragadas por el Pacífico en su demanda de las islas Filipinas.

         El 18 de noviembre salían de la trágica bahía Graciosa en la isla de Santa Cruz. El temor era mucho, pero todo era preferible antes que seguir en aquel pudridero. En los últimos días se había enterrado a cuarenta y siete personas.

         Como no se localizase la isla de San Cristóbal, ni menos la nao Almiranta, y fuimos  dos días y no vimos nada, y a petición de toda la gente, que daba voces que los llevábamos a perder, mandóme hiciese el camino a Manila. Dos rutas se planteaban a Quirós: aunque lo lógico hubiera sido hacer y remontar  la Nueva Guinea, las dudas sobre su exacta localización, como habían comprobado al no hallar las Salomón, determinó al piloto mayor a elegir la más larga pero también más c conocida, que consistía en buscar las ladronas, donde se encontraba la isla de Guam, conocida desde Magallanes, y desde allí  bajar a Filipinas por ruta harto desconocida.

         Así emprendieron el rumbo Nornorueste, y el 10 de diciembre alcanzan la línea ecuatorial. La galeota, que a duras penas les seguía, aquella noche desapareció para no ser vista más.

La navegación era cada vez más trabajosa, a causa del mal estado de los navíos, y las restricciones en el abastecimiento paulatinamente se endurecen, sobre todo en lo tocante al agua. Y aquí viene lo más chocante. Doña Isabel Barreto, muy poseída de todos sus cargos, y con gran estupor de todos, hacia gran consumo de ella: Era muy larga la gobernadora en gastarla, y, en lavar con ella la ropa, y para este efecto le envió a pedir una botija (41). Como el piloto mayor no se la diese, la adelanta a punto estuvo de declarar rebelde a Quirós, y expedita, mandó quitar  las llaves al despensero para entregarlas a un criado suyo. Como se comprenderá, tales hechos no pasaron inadvertidos y provocaron la ira general contra la Barreto. No debemos extrañarnos que pronto en los corrillos se comentara la conveniencia de nombrar por general a un varón, dados los caprichos tan impertinentes de mujer tan orgullosa. En la noche del 20 de diciembre desaparece la fragata mandada por Diego de Vera. Hay una acusación de Quirós contra la Adelantada, porque ésta no consintió en el trasbordo de su tripulación a la Capitana. El día 3 de enero llegan a la isla de Guam, donde son bien recibidos por los naturales, pero no pueden abastecerse de refresco, pues el batel se encuentra sin aparejos.

         Sin cartas y gobernando por noticias, Fernández de Quirós enfiló la nave hacia las Filipinas, primera tierra de los cristianos en aquellas apartadas latitudes. El 14 de enero avistan tierra, y ante la primera embocadura de una bahía, una gran parte de los tripulantes, y entre ellos la adelantada, creen haber llegado  a Manila, pero para mayor complicación el navío se le desarbola. Día más histérica, se derrumba creyendo llegado el último día de su vida. Finalmente, arreglan el aparejo y encuentran una bahía en la isla de Mindanao.

         Los naturales se les acercan temerosos de que sean ingleses y les hacen sanadores de las últimas que corren por Filipinas. El nuevo gobernador de Manila es don Luis Pérez das Mariñas, y existe el temor de que el archipiélago sea invadido por una armada japonesa.

 Es tan lastimoso el estado del San Gerónimo, que Quirós aconseja abandonarla y desembarcar las cosas de valor. Doña Isabel no acepta  las razones y dicta un auto de procesamiento contra Quirós, por motín, por no cumplir sus órdenes. Tan tirana se pone, que dicta un bando prohibiendo el abandono del navío, bajo pena de su muerte, sin su permiso. Y hubiera ahorcado a un soldado que se atrevió a marchar a un pueblecito en busca de comida si no interviene el piloto mayor.

         El 29 de enero reemprenden la navegación, llegando al puerto de Cavite el 11 de febrero de 1596. Pasan tres días infructuosamente, intentando embocar en la bahía. La llegada al puerto de Cavite fue realmente emocionante. Sabedoras la autoridades de Manila de la llegada de los expedicionarios al archipiélago, se les esperaba con gran curiosidad. No sólo estaban las más altas autoridades, sino toda la gente del mar y otras personas de la ciudad vinieron ver la nao por cosa de ver, así por sus necesidades como por venir del Perú y traer, como se decía, la Reina de Saba, de las islas Salomón.

         La entrada de doña Isabel Barreto fue espectacular. Entró  de noche y fue recibida con aparato de hachas y bien hospedada. El viaje y su popularidad concluirían poco tiempo después, pero antes, aprovechando el hechizo de su leyenda, doña Isabel lograba que cayese enamorado y rápidamente  la desposase don Fernando de Castro, sobrino del gobernador de Manila, Pérez das Marinas, que recientemente había sido nombrado general de la nao de Acapulco, encargada de las comunicaciones entre las Filipinas y el Virreinato de la Nueva España. A partir de entonces el protagonismo de la Barreto pasará a un segundo plano, por la representación que de sus derechos hace su segundo marido. El 10 de agosto de 1597, la pareja se embarcó en el San Gerónimo, y llegaron a Acapulco el 11 de diciembre, solicitando desde México, continuar los descubrimientos de Mendaña. En 1598 regresó  don Fernando a Filipinas, quedando en México su mujer, que para entonces ya había sido madre. A la vuelta del marido pasaron por Perú, para hacerse cargo de la encomienda que tenía Mendaña en Guánuco. En 1602 solicitaban licencia de ocho años para pasar a España, e intentar reanudar los viajes a las islas Salomón. Un año después, sabedor de que a Pedro Fernández de Quirós le iban a conceder autorización para nuevos descubrimientos, protestaron airadamente, diciendo que no se habían pagado los 130.000 pesos de las deudas que contrajo el adelantado Mendaña. Solicitaron, bien encomiendas de indios, o pensiones sobre ellos, que durasen por dos vidas, conque también pudieran remediar a sus hijos, caso de faltarles sus padres.

         Finalmente, el 29 de diciembre de 1608, en carta fechada desde Lima, volvieron a protestar contra las pretensiones de Quirós de hacer otros viajes, pues iba contra  los derechos de la adelantada. Por último, sabemos que la pareja y sus hijos, en 1609, embarcaron para la Península y al parecer crearon un mayorazgo en Galicia, aunque Justo Zaragoza afirma que esto  no ha podido ser probado (42).

 

El viaje a las regiones australes

Realizadas las informaciones oficiales sobre  la navegación, sucesos de la isla de Santa Cruz, y acusaciones posteriores contra Quirós y algunos tripulantes (43), y habiendo quedado limpia la ejecutoria del Piloto mayor, comenzó éste a intuir la posibilidad de proseguir la empresa iniciada por Mendaña, no en busca de las no localizadas islas de Poniente, sino del continente que debía de estar más al sur.

         Así, sin comunicar a la adelantada y a su esposo sus pretensiones, embarcó  con ellos hacía la Nueva España, en su viejo  conocido galeón San Gerónimo. Al llegar  a ¿Acapulco, se dio licencia a los supervivientes de la expedición, y con muchos de ellos se dirigió a Perú, don Luis de Velasco, interesándole por sus servicios y solicitando un navío de sesenta  toneladas para ir a descubrir el novísimo continente (44).

            Como las pretensiones de Quirós superaban las atribuciones del virrey, se dio pronto cuenta de que aquél no  era el lugar para obtener los favores que solicitaba, y prestamente, el 17  de abril de aquel mismo año, embarcó hacia Panamá, para pasar a  Portobello y Cartagena de Indias. Allí embarcó en la flota de la Nueva España, y el 25 de febrero de 1600, con estruendo de artillería y música, dimos fondo en Sanlúcar.

         De carácter avispado, el portugués al llegar a Sevilla y saber que aquel año era Santo y se ganaba el jubileo en Roma, decidió ir allí en las galeras que salían de Cartagena, en vez de marchar directamente a Madrid. El cambio de rumbo no creo se debiera únicamente a la  extremada  religiosidad de Quirós, aunque  sí la tenía. Sus intenciones iban más allá. Sabía que si lograba interesar a las más altas dignidades romanas encontraría luego en Madrid mayores facilidades para resolver sus pretensiones.

         Desembarcó en Génova, y a pie llegó a Roma, buscando el palacio del embajador de España, duque de Sesa, que lo acomodó y se interesó por sus  proyectos.

         Parecióle bien a su Excelencia, he hizo juntar en su casa los mayores pilotos y matemáticos que se hallaban en Roma, habiendo en su presencia hecho largo examen de mis papeles, discursos y cartas de marear…

         Sustancialmente, el proyecto de Quirós no era otro que el que planeara años antes Sarmiento de Gamboa, y que coincidía con las creencias de los cenáculos científicos de la época. Lo que  más podía impresionar a los presentes era su experiencia como  navegante de los mares del sur.

         La estancia de Quirós en Roma duró diecisiete meses; por intercesión del embajador español, fue recibido por el pontífice Clemente  VIII, al que dio conocimiento de su proyecto y del gran provecho que se obtendría al llevar la luz de Cristo a tantos millones de seres que vivían en las tinieblas del paganismo.

         Tras conseguir despachos de recomendación a su empresa, desde el Papa, hasta el último romano, y sobre todo del embajador, sabe que el éxito lo tiene asegurado, y que nada se puede interponer a sus designios. Tanto es así, que tras localizar a la Corte en El Escorial, será prontamente recibido por el nuevo monarca Felipe III. De sobra  es conocida la indolencia y beatería del rey, de lo que saca provecho el portugués. Cabe imaginar como éste le hablará del interés de su Santidad por su empresa; de los inmensos beneficios que se podían obtener al cristianizar a tantos millones de seres del inexplorado continente adelantándose a los ímpios ingleses y holandesas que ya merodeaban por el Pacífico (45) El discurso del portugués hace mella en el monarca, que para agilizar la diligencia del viaje logra que lo tramite el Consejo de Estado, no el de Indias, como era lo aconsejable. Con ello lograba soslayar las seguras protestas de la adelantada, que lo haría normalmente a través del Consejo de Indias.

         La voluntad real moviliza la lenta máquina burocrática, y aunque encuentra reticencias i obstáculos, todo se allana finalmente, cuando el 5 de abril de 1603 le entregan los despachos de Su Majestad, para que salga prestamente hacia Perú. La carta del rey a su virrey de Perú, sobre los móviles del viaje, hacen ociosa cualquier consideración: … y habiendo considerado su proposición con la atención que tan grave  negocio requiere por el aumento de la fe y el beneficio de las almas de aquellas gentes remotas; anteponiendo  el servicio de Dios a todo lo demás como es razón; a consulta de mi  Consejo de Estado, he resuelto que el dicho Capitán Quirós parta luego al dicho descubrimiento en la primera  flota para el Perú, y así os ordeno y mando que llegado allá le hagáis de dar  navíos y muy buenos a su satisfacción que vayan muy en orden con el número de gente conveniente, bien abituallos, minicionados y artillados (46).

            Quirós fue  a Cádiz, donde embarcó en la flota que se dirigía a la Nueva España y  que llevaba al nuevo virrey Montes Claros. Fue una trabajosa travesía, sobre todo en aguas del caribe, donde su navío naufragó, y al igual que otros, pudo recalar en caracas, doce permaneció ocho meses esperando reanudar su viaje. Llegó finalmente el  6 de marzo de 1605, con deudas del pasaje y comida, y sin dinero.

 

El viaje del general Pedro Fernández de Quirós

A pesar de las cartas del monarca, Quirós iba  a encontrar dificultades. El 11 de marzo lo recibe un nuevo virrey, conde de Monterrey, y el 25 de ese mismo mes expone sus planes ante una junta de notables convocada por la autoridad virreinal. Esta apunta la posibilidad de que la expedición podría resaltar más económica si pariera desde Manila, a lo que explicó Quirós que hacer esto representaba ir contra la orden real, que mandaba expresamente saliese de Lima y contra toda buena navegación por los vientos opuestos.

         A  esta falta de interés del conde de Monterrey, debemos de añadir la presencia de la antigua adelantada en el Perú. Don Fernando de Castro, en nombre de su mujer, protestó enérgicamente, ante  las autoridades de Madrid, de que se conculcaran sus derechos. Pero finalmente, y  según cuenta el marino portugués, tras una entrevista, dejóse el caballero convencer de mis piadosas razones, y  dijo que a su entender condenaría su alma quien pretendiera  estorbarme.

         El 21 de diciembre de 1605, a las tres de la tarde salían de Callao las tres naves descubridoras, la Capitana, San  Pedro, y la Almiranta, mandada por otro portugués, Váez de Torres; y una zabra, mandada por Pedro Bernal Cermeño, con un total de trescientos hombres.

         Las intenciones del viaje y su intento de llegar al continente austral se revelan en las instrucciones que da Quirós a Váez de Torres. En ellas, minuciosamente, da cuenta, del orden y  religiosidad que debe imperar  en la armada, pero sobre todo lo más importante será el rumbo que deberá seguir, navegando la vía del sudueste, hasta subir a la altura de 30°, y  si puesta en ellos no hallare tierra, hará una derrota del noroeste franco hasta bajar a  altura de diez grados: y  si hasta ponerse en ellos no hallare  tierra, navegará al norueste basta bajar a diez grados y un cuarto, y puesto en ellos navegará al oeste en demanda de la isla de santa Cruz. Localizada esta isla, se dirigirían a Filipinas, remontando la Nueva Guinea, y una vez llegados a Manila regresarían a España por la ruta del cabo de Buena Esperanza.

         Si estudiamos esas instrucciones, y el itinerario real que siguió Quirós, hasta la Australia del Espíritu Santo, nos daremos cuenta de que esas instrucciones no fueron precisamente seguidas, pues no bajaron a los treinta grados. Es el caso que Quirós emprendió audazmente la ruta del oes-sudueste, que, de haberla mantenido, le habría llevado a Nueva Zelanda. Pero antes de llegar –según P. Kelly- al Aecteon Group ya enderezó el rumbo y se mantuvo en la 20 ° latitud sur, sin pretender bajar más, sino todo lo contrario. A partir de aquí perdieron altura, y así llegaron a las islas de la Sociedad. Quirós que siempre quiere descubrirse, dice que el piloto mayor, Gaspar de Leza, le mudaba la derrota y se decía que se quería alzar en la nao. Bien porque se sintiese enfermo realmente desee la salida, bien porque al cabo de tres meses largos de navegar no encontrase el añorado continente, Quirós, sintiéndose derrotado, mandó poner  proa a  la isla de Santa Cruz. Sin embargo no la encontró, lo que dio lugar a que el 25 de marzo de 1606 hubiera una junta de pilotos, donde hubo encontrados pareceres, sobre todo con Leza, su piloto mayor, del que Quirós nunca da el nombre. Tal fue el encono de la discusión, que ordenó a Váez de Torres que se llevase preso a Leza.

         Prácticamente sin resolver nada la junta, perdidos, navegan por rosarios de islas pertenecientes a las actuales Duff y Banks, hasta que a los cinco meses de travesía, al encontrarse con una gran isla de las Nuevas Hébridas, la del Espíritu Santo, Quirós, sin más averiguaciones, creyó haber llegado a la tierra Australia.

         Sugestionado por la obsesión de haber cumplido lo prometido, y por otra parte, gran amigo del espectáculo, organizó unas suntuosas y ruidosas fiestas religiosas; celebró una procesión, condecorando a todos los expedicionarios, halagándoles con la concesión de la Cruz de la orden del Espíritu Santo, lo que fue objeto de chanzas por muchos marineros, según cuenta Iturbe, veedor de la expedición (47).

            Dio por fundada la ciudad de la Nueba Hierusalem, de la ser sólo edificó una iglesia de madera, pero sí concedió cargos municipales de esa ciudad, que sólo existió en su  fantasía. Toda esta espectacularidad barroca que Quirós considera necesaria es, por una parte, para cumplir con el Papa, haciendo una gran fiesta religiosa; por otra parte con la ocupación, para cumplir también con Felipe III. El espectáculo será ampliamente  descrito por el propio Quirós, en sus múltiples memoriales difundidores de su gran descubrimiento.

         Quirós, olvidándose por completo de sus instrucciones en caso de pérdida, sin intentar regresar a la Tierra del Espíritu Santo, sin cumplir las órdenes reales de marchar a Manila, decide emprender el viaje de regreso por la ruta tradicional de Nueva España. Antes de esta decisión, y deseoso de reconocer más detalladamente la Tierra del Espíritu Santo, el 8 de junio de 1606 salió del puerto y bahía de San Felipe y Santiago. Pero apenas salidos, un furioso temporal dispersó al San Pedro, la almiranta de Váez de Torres, y la capitana de Quirós.

         La decisión de regresar  a través de la ruta de Nueva España hay que interpretarla como el resultado de la obsesión de Quirós por su éxito, que quiere revelar cuanto antes a Felipe III. En relación con esto, todos los tripulantes firman un papel en el que  afirman que lo más conveniente es navegar rumbo a Acapulco. El navío llegó efectivamente allí, después de cinco meses de navegación desde la Tierra del Espíritu Santo.

         Luego que la gente desembarcó, hubo personas que por vengar sus pasiones o por otros respetos, escribieron al marqués de Montesclaros, virrey  de México, y sembraron por toda la tierra muchas cartas, procurándose descomponer y, desacreditar la jornada; a que yo satisfice Por otras lo mejor que pude, dando a entender mi verdad y buen celo.  Con estas palabras de Quirós se inicia el drama de su vida: la incredulidad de la gente hacia él. Pues todo cuanto afirme será refutado a través de escritos salidos de los más remotos lugares. En México, las autoridades virreinales se muestran indiferentes, y sólo la protección de un amigo le proporciona un pasaje hasta Sanlúcar de Barrameda. Sin blanca, llegará a la Corte, establecida definitivamente ya en Madrid, el 9 de octubre de 1607. Ahora le espera la más espantosa miseria, alentada con la última y postrera esperanza.

 

Váez de Torres y el descubrimiento de Australia

A la mañana siguiente que alejó a la Capitana, debido a un temporal, Váez de Torres escribe en su diario: La salí a buscar haciendo las diligencias debidas; era imposible hallarles, pues ellos no iban por el camino ni voluntad derecha; así me hube de volver a la bahía por ver si acaso volvían a ella (48).

            En la bahía permanecen quince días, esperando el regreso de Quirós. En el interín, el capitán Prado de Tovar inicia la serie de mapas y dibujos de los naturales, que tanta trascendencia tendrán (49).

            Todos tienen la impresión de que han sido abandonados a su suerte. Por otra  parte, la Capitana se ha llevado la totalidad de los bastimentos, pues llevaba el almacén de la escuadra, a excepción de pan y agua.

         A pesar de la opinión contraía de muchos de sus oficiales, Torres decide seguir el cumplimiento de las instrucciones que le dio Quirós a partir de El Callao.

         Será esta observancia la que llevará a  cosechar los mejores laureles, con el descubrimiento del estrecho que lleva su  nombre, y que separa la isla de Nueva Guinea de Australia (50).

         Intenta reconocer la Tierra del Espíritu  Santo, y pronto se da cuenta de que es una isla montuosa, y como hacia el sudoeste no encontró señales del pretendido continente, viró hacia el noroeste, topando días después con Nueva Guinea: No la pude montar por la banda de Leste, así la vine costeando al oeste, por la parte sur. De  esta forma tan simple comienza Torres a describir uno de los más grandes descubrimientos geográficos de la época. A lo largo de la costa, alineándose frente a ésta, existen multitud de islas y arrecifes innumerables. Hacen algunos desembarcos y describen y dibujan a sus gentes y armas.

         Pasarán varias jornadas atravesando propiamente el estrecho y conociendo sus islas. Entre  ellas, el remate de la península de York, Australia. El conocimiento de las gentes de las islas questán a la parte del Sur de Nueva Guinea nos lo prueba el  dibujo testimonial de Prado  de Tovar. Accidentalmente si se quiere, acaba de descubrir Australia.

Luis Váez de Torres, descubridor del estrecho entre Nueva Guinea y Australia, que lleva su nombre.

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         Las dos naves prosiguen su ruta hacia Manila, llegando a las primeras islas de Insulindia, donde trafican poco con mahometanos, porque los rescates los llevaba la Capitana. Cuando llegan a las Molucas se enteran de la presencia holandesa en los mares del Sur, y colaboran en sofocar una rebelión de moros en la isla de Vachan. En Tarnate dejan dejan el paraje y a veinte hombres. Ya en Manila, no se le presta atención ni ayuda, por lo que escribe amargamente al rey, en carta de 12 de julio de 1607, haciéndole relación puntual de lo descubierto.

         La relación de Váez de Torres no sirvió para  nada, sino en todo caso para embrollar más la situación de Quirós en Madrid. Siete años después desde Goa, el 25 de diciembre de 1613, el capitán Pedro Tovar escribía a Felipe III y a su  secretario Arostegui sendas cartas, en las que tras enviar sus mapas y dibujos insistía en que no debían fiarse de Quirós. Al parecer, el descubridor del estrecho, Torres, ya había fallecido.

 

Las postreras ilusiones de Quirós

Siete años dura  la última estancia de Quirós en Madrid, y son posiblemente los años más desalentadores y amargos de su existencia. Por su historia, y sus innumerables memoriales, sabemos de la extrema miseria que padeció. Si llegó a Madrid sin un maravedí, su situación no mejoró, sino que empeoró, porque en vez de alegría por la grata nueva que traía encontró los más helados silencios o sonrisas conmiserativas. En los once primeros días de permanencia en Madrid, no teniendo conque comprar tinta y papel, y hacer memoriales a Su Magestad, según cuenta él mismo, valióse de ciertas hojas sobrantes en un antiguo cuaderno, y cortadas, las cosió, y lo enmendado suplió con remiendos de otro pegado encima. De este modo escribió el primer memorial, y para poder imprimirlo tuvo que vender una capa; para el segundo memorial, dos sábanas, y para el tercero, la bandera del rey que había ondeado en las Tierras del Espíritu Santo.

         Pasa hambre. Cada día va peor vestido, y por ello añade: aquí aprendí a buscar en la iglesia donde arrodillarse, de modo que no fuese visto el mal calzado, y no por eso dejó de decirme un perulero: “malos zapatos trae el segundo Colón”; y a quitarme el sombrero con la copa hacía mí, porque no se vieren las banderillas de su aforro; y a no sacar los brazos, por no verse hechas las mangas hechas andrajos, ni a descubrir la capa, por no mostrar los harapos de todo el vestido… Pues bien, este hombre hambriento, harapiento que ha encontrado prácticamente cerradas las puertas de los Consejos, por los informes negativos que están llegando a la Corte, será capaz, gracias a su pluma, no sólo de que se le vuelvan a abrir los despachos en los Consejos de indias y del estado, que se entreviste con el rey, sino que su popularidad por su empresa se difunda por toda Europa Occidental, y, concretamente en las dos potencias más interesadas: Holanda e Inglaterra.

         Todo ello es posible gracias a su tenacidad escribiendo y publicando Memoriales, en los que ensalza la belleza de los parajes por él visitados, las riquezas de sus tierras, y sobre todo, los inmensos beneficios que se pueden lograr, llegando la cruz de Cristo redentor a tantos  millones de indígenas. Pero a pesar de que sus despachos son atendidos, de que es recibido sucesivamente por el conde de Lemos, duque de Lerma, Montesclaros, etc., Quirós se da cuenta de que su empresa ha dejado de interesar. Tiene una baza a su favor: el rey Felipe III sigue embelesado en la conversión de los millones de paganos que la evangelización de la Tierra del Espíritu Santo puede proporcionar. Gracias al monarca se le conceden quinientos ducados, con los que de momento puede pagar a sus muchos acreedores.

         A pesar de las diligencias del monarca, sus consejeros vacilan, pues independientemente de la veracidad de las afirmaciones del navegante portugués, una nueva expedición no entra en la política poco expansiva del momento, entre otras razones por los dramáticos momentos pecuniarios de las arcas del erario público.

         Conforme pasan los días, el nerviosismo del portugués aumenta, y  amenaza con marcharse de España. Se ha convertido en un huésped verdaderamente incómodo, y más cuando sus escritos se están leyendo en los Países bajos e Inglaterra (51). Se le intenta enviar a Perú, pero no quiere, sin antes conocer el contenido de los despachos. Al fin accederá a ir ese cuando le extiendan una real cédula por la que se le ordenaba el apresto de la armada pretendida. Esta cédula, más las garantías personales que el nuevo virrey del Perú, príncipe de Esquilache, le dio fueron bastantes para dirigirse a Sevilla, donde embarcó en compañía de su mujer y de sus dos hijas.

         Los quebrantos, sinsabores, hacen mella en la salud de Quirós; apenas llega a Panamá ve cómo sus fuerzas decaen, y su ilusionada místico-descubridora se apaga. Pedro Fernández de Quirós, de unos cincuenta años, general de las regiones autrales del Espíritu santo, moría a orillas del Océano, que él había querido desvelar hasta sus últimos confines.

 

El autor

En 1870 se publicaba en Madrid, como tomo primero de la Biblioteca Hispano-Ultramarina, la Historia del descubrimiento de las regiones austriales hecha por el general Pedro Fernández de Quirós. La obra, antes de salir, armó polémica, porque una hoja divulgadora de la editorial reclamó la atención de la Real Academia de la Historia, que a través de la Gaceta de Madrid (5 de agosto de 1875) negaba la paternidad de la obra al poeta sevillano Luis Belmonte Bermúdez, secretario  de Quirós en su viaje a la Tierra  del Espíritu Santo. Justo Zaragoza, que atribuía la autoría de ese poeta, en su prólogos a los dos tomos primeros de 1876 y 1880, atacaba inmisericordemente a las autoridades académicas, ratificándose en creer que el autor, Luis Belmonte Bermúdez, lo fue  tanto del resumen o extracto del viaje de 1567, del piloto mayor de Mendaña, Hernán gallego como también de la descripción bastante extensa del segundo viaje  de 1595, tal vez habiéndoselo dictado Quirós o facilitándole los datos principales, aunque nos inclinamos por la primera  hipótesis; y por último escribirá Belmonte, como cronista  oficial, la relación del tercer viaje o postrero del general Pedro Fernández de Quirós.

         En lo que todos coinciden es en no creer autor material de la obra al navegante portugués, a pesar que de joven se inició como escribiente, y sobre todo, al final de la vida, escribe muchos memoriales. Sin negar que Quirós tuviera aficiones literarias, recurre a colaboradores para que le den definitiva forma. Aparte del poeta Belmonte Bermúdez, le ayudaron Mira de Amescua, Cristóbal Suárez de Figueroa, y sobre todo en cuanto a los “memoriales”, el literato Juan Gallo de Miranda, que inclusive le ayudo económicamente. Si se puede aceptar que alguno de los cincuenta memoriales que envió al monarca, o  a sus consejos, fueran obra  personal suya, no lo es materialmente la obra que nosotros presentamos, en la que alienta, sí, su espíritu inquieto y receloso, místico e idealista, o mísero, como ocurre en las grandes personalidades, capaces de sacrificar a todo el que se oponga a sus designios, eso sí,  justificando siempre todo cuanto hace.

         El autor de la Historia del general Pedro Fernández de Quirós, según Zaragoza, debe de ser, pues, Luis Belmonte Bermúdez, al que Juan Ruiz de Alarcón llama aventurero sevillano. Muy joven pasó a las Indias, residiendo en Nueva España, aunque pasando posteriormente a Perú. Se le encuentra en Lima en 1604, se le conocía por poeta y autor de comedias, una de ellas titulada Algunas hazañas, de las muchas de don García Hurtado de Mendoza. Marchó con Quirós en calidad de cronista, y permaneció con el marino portugués hasta 1610, fecha en que le abandona para dedicarse más libremente a su vena poética, componiendo su Hispálica, donde, en estrofas casi gongóricas, narra la gesta de Quirós. Fue autor bastante prolífico.

 

 

NOTAS

Fernández de Quirós, Pedro, Descubrimiento de las Regiones Austriales, México, app Editorial, Cronistas de América, Viajes, Viajeros y Hallazgos, núm. 7, pp. 6-43.

 

1.- Antonio Ballesteros Beretta, Génesis del Descubrimiento, tomo III, págs. 118, 119; Barcelona 1947.

2.- Manuel Ballesteros Gaibrois, La idea colonial de Juan Ponce de León, San Juan de Puerto Rico, 1960.

3.- Para un conocimiento más detallado del tema, véase la Historia de la Cartografía, ed. Códex, Buenos Aires, 1968.

4.- Roberto Ferrando Pérez, “Felipe III, y la política española en el mar del Sur”, en Revista de Indias, Madrid, 1953.

5.- En la Biblioteca Indiana, de Aguilar, Madrid, 1957-58, tomos I y III, se han publicado los viajes de estos navegantes, con el estudio y notas correspondientes.

6.- Jiménez de la Espada, “La isla de Galápagos”, en Boletín de la Real Sociedad Geográfica de Madrid, tomo 31, p. 396.

7.- Sarmiento y Gamboa, Historia de los Incas, p. 90 de la edición de Ángel Rosemblat, Buenos  Aires, 1947.

8.- M. Ferrándiz Torres, El mito del oro en la conquista de América, p. 82.

9.- Jiménez de la Espada, óp. cit., en la nota 6, p. 378.

10.- Justo Zaragoza, Historia de los descubrimientos australes por el general Pedro Fernández de Quirós, tomo II, p. 179.

11.- Roberto Levillier, Gobernantes del Perú, t. III, p. 100.

12.- Ernesto Morales, Aventuras y desventuras de un navegante: Sarmiento  de Gamboa, Barcelona, 1932, Buenos Aires, 1946.

13.- Historia de los Incas, cap. V.

14.- “Carta a S.M. del fiscal  de la Audiencia de Chile, 28 de junio de 1567”, publicada en el Boletín de la Real Sociedad Geográfica, de Madrid, T. 31, p. 381.

15.-“Ésta es una breve relación que se ha recogido de los papeles que se hallaron en esta ciudad de la Plata, acerca del viaje y descubrimiento de las Islas de Poniente del Mar del Sur, y que comúnmente llaman de Salomón”, Colec. Muñoz, T. XXXVII.

16.- “Carta del Fiscal a los Reyes”, en Levillier, Gobernantes del Perú, T. III.

17.- Amancio Landín Carrasco, “Las islas Salomón o el  descubrimiento de los cuatro gallegos”, en Revista General de Marina, vol. CXXVII, Madrid 1944.

18.- Sarmiento de Gamboa, Viaje al estrecho de Magallanes, en dos tomos, Edición de Ángel Rosemblat, Buenos Aires, tomo I, p. XII.

19.- Breve relación de la Plata, Colección Muñoz, XXXVII.

20.- Relación del viaje que hizo Álvaro de Mendaña con el Armada de Su Majestad el descubrimiento  de las Islas de Poniente o Salomón desde 19 de noviembre que salid del Callao Lima. El original en Archivo de Indias, Patronato, n° 10.

21.- Relación de la Plata, en Condoin, 42 vols., Madrid, 1864-1884, tomo V, p. 213. Colección Navarrete, T. XXX.

22.-Esta es la relación y suceso de las cosas que han sucedido y pasado en el descubrimiento de las islas que el ilustre Sr. Álvaro Davendaña fue a descubrir el año 1567 hasta el 1568, por mandato del Virrey ilustre señor el Licenciado Castro, su tío, Gobernador y presidente de los Reynos del Perú”, Codoin, T.V. pp. 221-285. En la Colección Navarrete, XXX, fol. 81.

23.- R. Ferrando, “Un vocabulario inédito de Sarmiento de Gamboa”, en Homenaje a Paul Rivet, Sao Paulo, 1955, T. II.24.- Colección Navarrete, XXX, fol. 92-93.

25.- Codein, tomo V, p. 220.

26.-Carta de Sarmiento de Gamboa a Felipe II, desde el Cuzco a 4 de marzo de 1575. Existen dos cartas de igual fecha, pero presentan el texto con ligeras variaciones. Se encuentran en Archivo de Indias, Patronato 33, doc. N° 3. Han sido muy divulgados.

27.-Justo Zaragoza, Historia del descubrimiento de las regiones austriales, tomo II, p. 47.

28.- Pedro sarmiento de Gamboa, Viajes al Estrecho de Magallanes, tomo II, p. 176.

29.-Informe que el Ilustre doctor Barrios, oidor de esta Real Audiencia, mandó hacer por comisión de S.E.D. Francisco  de Toledo, virrey del Perú, del descubrimiento de las islas Salomón. Colección Muñoz, tomo 37.

30.- Archivo de Indias, Patronato 18; N| 10, v. 8, fol. 17.

31.- Roberto Levillier, Gobernantes del Perú, Madrid, 1921, tomo VI, p. 66.

32.- Archivo de Indias, Patronato 18, No. 10, vol. 8.

33.- Declaración prestada por Juan Fernández, Archivo de Indias, Patronato 2-5-3/11.

34.- Relación, diario y derrotero del segundo viaje del Adelantado Álvaro  de Mendaña, con el título y orden expresa del Sr. D. Felipe II, en año de 1595… Esta Relación  se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid, Mss. 10645; y en la Biblioteca del Museo Naval, Mass. 196, folios 177-216. Ambos manuscritos tienen mucha semejanza con el de la Biblioteca de Palacio.

35.- Información presentada por el Capitán Pedro Fernández de Quirós, a las Indias, con su mujer, hijos y criados, que se expresan, Archivo de Indias, Patronato 51.

36.-Manuscrito Museo Naval, No 196, fol. 157.

37.- Historia de los descubrimientos de las regiones australes, tomo III, pp. 120-121.

38.- Biblioteca Nacional, Mss. 10645, fol. 170.

39.- Testamento de Álvaro de Mendaña, Archivo de Indias, Patronato 18, No. 10, folios, 42-43.

40.- Poder de la tripulación que quedó en la Armada, después de la muerte del Adelantado, dado en la dicha isla de Santa Cruz, el Vicario de la Armada. Archivo de Indias, Patronato No. 10, folio 25.

41.- Resolución tomada por la viuda Adelantada, Archivo de Indias, Patronato 18, No. 10, V.

42.- Zaragoza, tomo III, pp. 68-69.

43.- Información realizada por Don Antonio Borja, Archivo de Indias, Patronato 10, v. 8.

44.- “Carta del virrey Velasco a S.M., sobre las pretensiones de Quirós”, en Levillier, Gobernantes del Perú, Tomo XIV, pp. 117-118.

45.- Se puede consultar el trabajo del autor, sobre la política española en el Mar del Sur, Revista de Indias, Madrid 1953.

46.- “Carta de Felipe II al virrey del Perú”, en Biblioteca nacional, Mass. 3.099, fol. 11.

47.-Carta de S.M. por Juan de Iturbe, sobre la navegación y descubrimiento del capitán Quirós. México, 25 de mayo de 1607, en Mass. Biblioteca Nacional, 3099, folio 129.

48.- “Relación de Luis Váez de Torres a Felipe III, desde Manila a 12 de julio de 1607”, en Archivo General de Simancas, Estado, leg. 209. Hay copias manuscritas en la Biblioteca Nacional y en el Museo naval.

49.- Los dibujos han sido muy  difundidos peo ya se conocían en el pasado.

50.- Roberto Ferrando, Las armas de los indígenas del estrecho de Torres y los dibujos de Prado Tovar, en Tomo III, de las Actas del XXXVI Congreso Internacional de Americanistas, Sevilla, 1964.

51.-El memorial n° 8 alcanzó una extraordinaria difusión, no sólo en España, con ediciones en Madrid (1609), Pamplona (1610), Sevilla (1610), Valencia (1611); en el extranjero, en latín (Colonia, 1612), alemán (Ausburg, 1611), italiano (Milán, 1611), holandés (Ámsterdam, 1612), y francés e inglés, en 1617. Sólo hemos citado primeras ediciones. Carlos Sanz, entre 1963-1973, ha  reeditado este famoso Memorial, y sus repercusiones europeas, a través de numerosos opúsculos.


APÉNDICE

DIEGO DE PRADO Y TOVAR

https://historia-hispanica.rah.es/biografias/51948-diego-de-prado-y-tovar

Prado y Tovar, Diego de. Sahagún (León), c. 1550 – Italia, 1645 post. Artillero, cartógrafo, marino y dramaturgo.

Diego de Prado nació en la localidad leonesa de Sahagún, alrededor del año 1550, hijo de Francisco de Prado y Tovar, alférez mayor de esa localidad y capitán de las guardias de Castilla por nacimiento. La fecha no puede ser aseverada categóricamente por falta de constancia explícita de inequívocos registros, pero se puede asumir a partir de otras evidencias. En su obra Manual y plática de artillería, en 1591, Prado figura como capitán, y uno de los personajes que interviene en el diálogo señala que en 1575 había servido bajo el mando del capitán Prado, un hecho que obliga a situar el nacimiento de Diego al menos sobre 1550, cuando no algo antes.

Diego de Prado fue uno de los trece hijos de Francisco de Prado, entre los que cabe destacar al beato Juan de Prado, hijo ilegítimo. No conocemos nada de los primeros años de vida de Diego, pero sabiendo que su padre procuró una esmerada educación incluso a un hijo ilegítimo, no está fuera de la lógica el asumir que Diego también la recibiese.

La primera presencia documentada inequívoca de Diego de Prado la encontramos en el año 1591, cuando escribe su tratado Manual y plática de artillería, en el que apunta algunos hechos sobre su vida anterior. A partir de él podemos saber que en 1575 era capitán de artillería, y que antes de 1591 sirvió en Italia, Portugal, y otras partes de Europa. Asimismo, conocemos que en 1588 inspeccionó en Lisboa, bajo la dirección del capitán general Juan de Acuña y Vela, la artillería de la armada que partiría para Inglaterra, en la cual se embarcó. Acuña y Prado indicaban claramente que la artillería y munición que se llevaba en los navíos era insuficiente.

En 1592, Diego de Prado estaba en Málaga, igual que el año anterior, bajo la dirección de Juan de Acuña, encargado de la supervisión de la fundición de artillería de la ciudad. En esta condición, Prado diseñó una media culebrina bastarda de cámara acampanada que permitiría fabricar piezas de la misma calidad que las de 41 quintales, pero reduciendo el peso a 33 quintales, lo que habría supuesto un ahorro considerable.

Al año siguiente tenemos a Diego de Prado acompañando al capitán general Acuña al principiado de Cataluña, donde Prado cumplió sus funciones de teniente del capitán general, ocupándose, entre otras cosas, de cuestiones logísticas, como la obtención y transporte de madera desde Cabrenys hasta el puerto de Roses, como consta en una Relación sumaria de puño y letra de Diego conservada en el Archivo General de Simancas.

Los siguientes años son, como ocurre habitualmente con Diego de Prado, algo nebulosos. No tenemos información fehaciente suficiente más allá de algunos datos que se puedan entresacar con dificultad. Por una anotación de su puño y letra en el manuscrito del Manual y Plática podemos situar a Prado en 1599 en la ciudad de Valencia, donde tuvo contacto con gente del monasterio de San Francisco. Qué hacía ahí sólo se puede conjeturar, pero el lugar y la fecha hacen pensar que asistiese a la boda del rey Felipe III, ya que el hermano mayor de Diego era por entonces capitán de las Guardias de Castilla, posición heredada de su padre junto con el alferazgo mayor de Sahagún.

En 1603, tenemos a Diego de Prado situado de manera inequívoca en la ciudad de Lisboa, donde estaba ejerciendo de supervisor de la fundición de artillería conocida como Fundición de los Castellanos. Ese mismo año, presentó ante el Consejo de Estado, a la sazón en Valladolid con la Corte, un tratado de artillería titulado Encyclopaedia de Fundición, donde incorpora muchos más elementos técnicos que en el Manual y Plática, además de abandonar la forma de diálogo renacentista que tenía su anterior obra, optando por un enfoque puramente prosaico y técnico. En esta segunda obra, el leonés no sólo trata sobre los distintos cañones, pólvoras, municiones, y calibres, sino también sobre todo lo relativo a cómo ha de gestionarse una fundición de artillería: situación, planta, materiales necesarios, obtención de recursos, etc. Tras presentar la obra al Consejo de Estado, con clara intención de publicarla, a la vista de la presencia de índice, prólogo, dedicatoria y versos laudatorios de algunos amigos suyos como Fray Prudencio de Sandoval (de quien era primo segundo), volvió a Lisboa a la fundición.

No sabemos a ciencia cierta cómo o cuándo pasó a América, pero a través de la Casa de Contratación de Sevilla no fue, ya que los catálogos de pasajeros y registros de armadas no indican su presencia. Sin embargo, sí sabemos que en 1605 ya se encontraba en Lima, preparándose para participar en la jornada a la busca de la Terra Australis Incógnita, encabezada por Pedro Fernández de Quirós y Luis Báez de Torres. Diego de Prado era el tercer capitán de la expedición, rango confirmado por un pago de 500 pesos de 9 al peso en septiembre en concepto de 3 meses de salario de capitán que se le adeudaban.

En diciembre de ese año zarpó la expedición de Quirós-Torres-Prado, que duró todo el año de 1606, y llegó sin Quirós a Manila en 1607. En esa expedición se hizo notar la testarudez de Quirós, que chocaba con la arrogancia aristocrática de Diego de Prado, quien parece claro que instigó el motín que se produjo en la bahía de San Felipe y Santiago (Espíritu Santo, Vanuatu), y que terminaría con Pedro de Quirós encerrado en el castillo de popa de su galeón con la proa puesta hacia Acapulco para ser juzgado.

El resto de la expedición fue relativamente tranquilo, explorando detalladamente el estrecho de Torres, llegando a avistar la costa norte de la península del Cabo York en Australia, pero sin poder tocar tierra allí por lo complicado de navegar entre los bajos del estrecho. La jornada continuó por la contracosta de Nueva Guinea, llegando a tiempo a socorrer al maestre de campo Juan de Esquivel, que se encontraba cercado en la isla de Tidore. A este maestre le regaló Diego de Prado un equidna que el leonés había capturado en Nueva Guinea.

De esta expedición dejó Diego de Prado una narración detallada, titulada Relación sumaria, en la que además de precisar datos de navegación, vientos, corrientes, islas exploradas, entra en distintas consideraciones sobre la fauna, flora y gente que fue encontrando, siendo Diego de Prado el primer europeo en haber descrito un ualabí, un equidna y un tilacino.

Concluida la expedición, Prado rindió cuentas ante la Audiencia de Filipinas por ausencia de otras autoridades. Al cabo de unos años, emprendió la vuelta a España. En 1612 y 1613, por cartas al virrey de la India, Diego de Prado hizo saber que iba a volver a España, cosa que hizo por barco hasta Persia, donde se unió a una caravana de mercaderes italianos, con los que llegó hasta Venecia, previa escala en Malta. De allí continuó su viaje hasta Roma, en cuyos alrededores debió haber permanecido algún tiempo y entrado en contacto con la orden de San Basilio, que contaba con un gran monasterio fortificado en Grottaferrata.

Llegó a España en 1615, donde presentó su Relación Sumaria al Consejo de Estado, para poco después hacerse monje de la orden de San Basilio, ingresando en el convento madrileño de San Basilio, hoy desaparecido, donde depositó la bandera que llevó en la navegación del mar del Sur.

No sabemos nada de sus años en el convento de San Basilio, salvo que durante ese período escribió una notable comedia de capa y espada titulada Ir buscando a quien me sigue, motivado por la gran cantidad de horas de ociosidad y aburrimiento, como hace notar en la epístola dedicatoria de la comedia.

En 1626 abandonó el convento y reingresó en el Ejército, en donde estuvo hasta 1634, como consta por las anotaciones que hace en su tratado de artillería de 1591, que seguía teniendo en su poder.

La siguiente y última presencia documentada de Diego de Prado es en el centro de Italia, en Pacentro, en 1645. Allí se encontraba en octubre de ese año, como se sabe por la epístola dedicatoria de Ir buscando a quien me sigue, dedicada al príncipe de Gallicano, de nombre Pompeo di Pierfrancesco Colonna. A partir de ahí, se le pierde la pista a Diego de Prado y Tovar, que habrá fallecido en fechas no muy lejanas, teniendo en consideración su avanzadísima edad.

 

Obras de ~: Manual y Plática de artillería (ms., en Biblioteca Nacional de España [BNE], MSS/9024); Pieza de media culebrina de 12 libras de pelota, fabricada en Málaga (ms., en Archivo General de Simancas [AGS], Guerra y Marina, Legajos, 00370, 221); Relación sumaria de los bosques de Cabreins y hasta el puerto de Rosas (ms., en AGS, Guerra y Marina, Legajos, 00388, 173); Relación sumaria del descubrimiento que empezó Pero Fernández de Quirós (ms., en National Library of New South Wales, Safe I/73); Encyclopaedia de fundición de artillería y su plática manual (ms., en Cambridge University Library, MSS. 2883); Ir buscando a quien me sigue (ms., en Biblioteca Casanatense, Roma, MS. 2003; ed. de J. V. Falconieri, Kassel, Reichenberger, 1992).

 

Bibl.: M. Castellanos, Compendio biográfico del glorioso mártir B. Juan de Prado, Tánger, Misión Católica, 1904; Fr. C. Kelly, La Austrialia del Espíritu Santo, Cambridge, Hakluyt Society, 1966, 2 vols.; R. Gutiérrez Álvarez, Los marqueses de Prado, su señorío en Valdetuéjar, la Guzpeña, los Urbayos y Anciles, Salamanca, Kadmos, 2013.

 https://dbe.rah.es/biografias/diego-de-prado-y-tovar










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