CRÓNICAS DEL UNIVERSAL
LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
BENITO MUSSOLINI
Continuación... n|° 2
O
se casan o presentan su renuncia, dice Mussolini
Por Thomas Morgan (Corresponsal
de la United Press)
ROMA, 5 de noviembre.-
Mussolini ha dado órdenes de que todos los solteros que ocupan puestos
ejecutivos en el Partido Fascista o sean candidatos para integrar la próxima
legislatura fascista deberán casarse o de lo contrario presentar su renuncia.
Esa orden se ha debido a que Mussolini ha
insistido en que los jefes del fascismo son los primeros que deben dar ejemplo,
como lo hace él personalmente con una familia numerosa, de adhesión a la
campaña en pro de un aumento en la natalidad que apoya el Partido Fascista.
Se recordará que el Duce ha estado
atacando persistentemente a los solteros, acusándolos de no cumplir con una de
sus más importantes obligaciones hacia el Estado; y que, debido a la
insistencia de Mussolini, varios de los jefes del fascismo, como el general Italo
Balbo, el ministro de Agricultura, Giacomo Acerbo, y Terruzzi se casaron poco
después de haber llegado el fascismo al poder. Es de notarse que un prominente
fascista, el Signore Rosso, es soltero.
Entrevista
exclusiva con el Duce
Quiere
paz, necesita la paz; es forzoso que haya paz.
Exclusivo de “The New
York Times” Para EL UNIVERSAL
ROMA, 13 de abril.-
Charles MacCormick, corresponsal especial del “New York Times” en esta capital,
celebró anoche una importante entrevista con el jefe del Gobierno, Benito
Mussolini.
Declaró el primer
ministro italiano que con el objeto de cimentar las bases para un acuerdo sobre
limitación de armamento, Italia está dispuesta a dar las garantías para la
ejecución del tratado que sean pedidas por Francia, siempre que esas garantías
sean definidas y precisas. Esta importante concesión ha sido aceptada ya en
principio por Gran Bretaña, y marca un paso considerable hacia el feliz término
de las negociaciones, las cuales se han venido arrastrando miserablemente desde
que Alemania se retiró de la Liga de Naciones y de la Conferencia del Desarme.
El Duce declaró: “Estamos dispuestos a ir
muy lejos para lograr que llegue a la convención de limitación general de
armamentos, y creo que sobre esta modesta base estamos haciendo algún progreso”.
Con más vigor que en ocasiones anteriores,
Mussolini insiste en que el principal objetivo de la política italiana es la
paz. “Quiero la paz, la necesito, debemos lograrla”, manifestó. “Italia nunca
iniciará la guerra, pero eso no es bastante. La política italiana es positiva,
trabajamos activamente, y estamos dispuestos a cooperar con nuestra actividad
en favor de la paz.”
Estas palabras significan algo, puesto que
debido en gran parte a la iniciativa italiana, la tensión en Europa central ha
disminuido, y los temores sobre una próxima guerra no son tan grandes como lo
fueron en los meses de enero y febrero.
Siguió diciendo Mussolini: “No soy
optimista, pero tampoco veo un peligro inmediato de guerra, y se equivocan
quienes aseguran que la atmósfera actual es igual a la de 1914; sin embargo, la
amenaza existe. La tensión económica es casi insostenible en la mayoría de los
países pero no existe el deseo de guerra n este continente, nadie la quiere.
Tratemos de asegurar diez años de paz y reconstrucción económica, y muchas de
las actuales tensiones desaparecerán.”
La
paz no puede ser eterna
Al preguntar el corresponsal al Duce por
qué ponía un plazo a la paz, el estadista italiano contestó un poco impaciente:
“Porque la paz no es ni puede ser eterna; tampoco lo pueden ser los tratados de
paz. Entonces, ¿por qué no fijar un periodo preventivo? En Italia estamos
creando un nuevo orden, y no queremos que se nos interrumpa; pero nuestro éxito
no se nos debe aquí a que nos movemos despacio, paso tras paso, recorriendo
piedra por piedra. Ajustamos nuestras fórmulas a los hechos, y no nuestros
hechos a las fórmulas, así que nuestro Estado corporativo no es improvisado
como un sueño ni rígido como la estructura de una teoría. Los proyectos
internacionales, por lo contrario, son
demasiado ambiciosos, utópicos. La Liga y la Conferencia del Desarme pretenden
demasiado, incluyen demasiado, hablan demasiado. Debemos marchar con la realidad,
si no la realidad nos derrotará.”
Durante el curso de la entrevista el
corresponsal notó que Mussolini usa frecuentemente la palabra “realidad”; es su
voz favorita. Y así manifestó que
prefiere el arreglo de los problemas especiales de Europa mediante la
colaboración de las grandes potencias, sobre la base del pacto de las Cuatro
Potencias, pues la realidad le hace ver que media torta es mejor que una torta
entera, cuando ésta no se puede obtener.
Considera el Duce que los acuerdos con
Viena y Budapest son lo mejor que podía hacerse por el momento, y no se ve nada
de provocativo en esta nueva agrupación y ninguna contradicción entre sus
anhelos específicos y su repetida defensa en favor de la revisión de los
tratados de paz.
La guerra no puede evitarse evadiendo
hechos, declaró al contestar una pregunta sobre si la revisión de las fronteras
podría ser la causa de una contienda. “Todos saben que ninguna nación se
desarmará en las presentes circunstancias, y que nunca podrá desarmar al fuerte
hasta ponerlo al nivel del débil, y que si los otros no se desarman, Alemania
se armará. Todos en general saben que el mapa formado en Versalles tendrá que
rectificarse un día, por medio de una guerra o de cualquier otra forma; así,
pues, aquí cabe preguntar: ¿Por qué no rectificarlo de manera distinta a la
guerra?, es decir, no de un solo golpe, sino por medio de un proceso gradual de
compensación política y económica.”
El
crepúsculo de Europa
Sonriendo, agregó el Duce: “Puedo declarar
públicamente lo que todos los hombres inteligentes creen y dicen privadamente,
y lo repito: A menos que desarrollemos una atmósfera de mutua comprensión,
exentas de vanas ilusiones, veremos el crepúsculo de Europa, la decadencia de
la civilización.”
El dictador considera que la atmósfera de
Europa se aclara, que las relaciones entre Francia e Italia mejoran, y que
ciertos detalles hacen concebir la esperanza de que está próxima la
reconciliación de los puntos de vista opuestos en la cuestión de desarme.
Refiriéndose a Estados Unidos, dijo:
“Estados Unidos está imponiendo la disciplina económica que es tan necesaria al
mundo moderno como la disciplina política y moral. Las diferencias con los
laboristas señalan la gran tarea de nuestros tiempos o sea la reconciliación
entre el capital y el trabajo, y pronto se obtendrán mejores balanzas
comerciales y más altos salarios, y esto beneficiará al mundo. Esas diferencias
deberían resolverse cuanto antes por los mismos interesados, y llegando el caso
someterlas al arbitraje del Gobierno.”
“La corporación, como la estamos
construyendo en Italia, incluye todas las categorías de trabajadores y
patrones, y la defino como el Gobierno propio de la industria.”
Este corresponsal ha tenido la fortuna de
entrevistar a Mussolini en diversos periodos de su carrera espectacular, y
nunca le pareció tan fuerte, tan confiado, tan jovial, en tan perfecto estado
físico como ahora.
Roma
puerto de mar
Al terminar la entrevista, el Duce
acompañó al corresponsal hasta la puerta. Ambos se detuvieron frente a un amplio
ventanal, Mussolini señaló las montañas cercanas donde el próximo invierno
podrán ir los romanos.
“Imagínese usted a Roma, puerto de mar,
dijo Mussolini, sobre el Tíber; los deportes de invierno a las puertas de Roma,
los pantanos pontinos disecados, convertidos en tierras laborables. Esto es lo
que estamos haciendo de Roma, de toda Italia. Por eso no queremos la guerra,
porque durante la lucha nada puede construirse”.
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La
expansión del fascismo
Por Ruben Salazar Mallen
19 de junio.- A pesar
de que la calumnia lo acosa y lo persigue, a pesar de que se borda en torno de
él una siniestra leyenda, el fascismo se extiende, la historia lo premia con un
ancho ámbito, porque, contrario a la calumnia y a la mentira, esculpe el
valiente escorzo de su realismo en el realista Occidente.
Se pretende hacer creer que el fascismo es
reaccionario, porque, dice la mística comunista, no suprime, la propiedad
privada, que supone los derechos de determinación e iniciativa del propietario
sobre lo poseído, y porque, se agrega, el Estado no puede desplegar fuerza
alguna que menoscabe los intereses de la clase dominante.
La verdad es muy otra:
El viejo concepto de la propiedad (el jus
utendi, fuendi, butendi, del derecho romano, que, evolucionado, se prolonga
hasta el presente) queda totalmente derogado en el fascismo que subordina la
propiedad privada al interés nacional y, desde ese momento, limita los derechos
de determinación e iniciativa del propietario en servicio de la colectividad.
En cuanto al Estado fascista, no es un Estado de clase, sino un Estado
nacional, por lo que su poder alcanza a todos los elementos nacionales en vez
de depender de algunos de ellos, como ocurre en los regímenes liberales y
democráticos. El fascismo no aspira a representar tales o cuales elementos
sociales ni siquiera a todos ellos, lo que procura y logra es disciplinarlos,
someterlos a un plan de reconstrucción nacional y justamente por eso reclama un
gobierno vigoroso, dotado de solida autoridad, que en vez de emerger de la
sociedad, esté abiertamente por encima de toda ella y de los intereses
parciales que en ella se producen, para coordinarlos.
Si arbitraria y pérfidamente tacha de
reaccionario al fascismo es porque se sabe que lleva en sus entrañas un
socialismo realista y hacedero que no tolera el fraude.
Todos los socialistas fraudulentos están,
por eso, contra el fascismo. Este no parte de abstracciones para anclar en la
utopía, prescinde de conceptos metafísicos que,
en el fondo, no son sino engaño y dolo, como el de “clase”, que es una de
las mejores armas que esgrime la demagogia traidora e interesada. El fascismo
no se enfanga o se alucina con fórmulas obscuras, ambiguas, patéticas y
perniciosas, que son escondrijo de la codicia y de la mentira. Es claro,
cristalino y realista, ha repudiado las formas religiosas del llamado
socialismo científico, del comunismo, para adoptar formas políticas de
insospechable filiación humana y terrenal. El materialismo histórico, que a
diario se ve contrariado por un idealismo histórico, le es ajeno y se
desarrolla con firmeza sobre la base de la justa realidad.
Por eso conquista sin dificultad al
Occidente, que desde mucho, desde que renunció a la influencia y al predominio
oriental en su cultura, desde que extinguió todos los vestigios de orientalismo
superando a la Edad Media, se atiende a la realidad.
No es otra la explicación que puede
encontrarse a este hecho notorio, singular y significativo: que sólo Rusia, la
Rusia transida de influencias orientales, oriental ella misma en su estructura social,
fue el único país de Occidente geográfico que quiso acogerse a las tesis
religiosas, de corte oriental del marxismo.
El fascismo, el fascismo verdadero, esto
es, el Estado corporativo, no el aceite de ricino, la camisa negra o la
“Giovenezza” ha ganado todo el Occidente. Adopta nombres diferentes o se
constituye sin nombre particular alguno, se presenta atenuado o agudo,
disimulado o franco; pero gobierna el Occidente. Basta que haya una economía
dirigida, así se la dirija desde la industria o desde la moneda, sin provocar
la destrucción del capital privado sino al contrario, su concurso para que haya
fascismo
La marcha sobre Roma de los fascistas
italianos, el triunfo de los nazis en Alemania, la supremacía d Dollfus y los
suyos en Austria y, por último, el certero y afortunado golpe de Estado de
Gueorguieff en Bulgaria, se ha producido sin dislocaciones peligrosas y eso sin
contar la elección de Roosevelt, que fue la iniciación de una era de economía
dirigida en Estados Unidos y una señal de simpatía hacia ella.
El fascismo, pues, se extiende sin
esfuerzo por Occidente. No acontece igual cosa con el comunismo: mucha sangre y
una conmoción social enorme fueron necesarias para imponerlo en Rusia, no
obstante que se trataba de un país profundamente orientalizado; mucha sangre
costó en Austria y no pudo triunfar; mucha sangre se gastó por él, inútilmente,
en Alemania.
El fascismo es el signo del realismo
propio de Occidente y de allí que gane con facilidad al Occidente. Y es éste un
hecho significativo que sus enemigos no deberían pasar por alto.
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UNA
VOZ DE LAS AULAS
En el imperio del Duce
El misticismo fascista
Por ALFONSO GARCÍA ROBLES, de
la Universidad de París
A
creer a los exiliados italianos que desde esta ciudad evocan con nostalgia la
antigua Capital del Mundo, el régimen fascista no le va en zaga al de un Sila o
un Nerón.
A juzgar, en cambio, por las noticias que
la prensa italiana difunde con entusiasmo, el gobierno de Mussolini ha dejado
muy atrás los más brillantes periodos de un César o un Augusto.
¿Quién tiene la razón? He ahí la pregunta
que mentalmente me hacía, mientras el “metro”, ese cómodo ferrocarril que
enlaza con la complicada red de sus líneas subterráneas los sitios más diversos
de París, me dejaba no hace mucho en la “Gare de Lyon”.
La estupenda reducci´n del 70% del valor
ordinario del pasaje a Roma, acordado por el Gobierno italiano con motivo de
la “Mostra Fascista”, habíame decidido a
hacer un viaje a la tierra del fascio y los camisas negras. Momentos después,
ya instalado en uno de los vagones del expreso París-Lyon-Mediterráneo, veía
esfumarse a lo lejos las luces del París nocturno y repsaba con la imaginación
la vida de leyenda del Duce, ese extraordinario caudillo en cuyo rostro se
mezclan “los rasgos de los duros condottieri, de los monjes fanáticos, de los
conspiradores de labios apretados…”
Nacido en 1883, hijo de un humilde herrero
pueblerino; maestro de escuela a los 19 años, con un sueldo de 56 liras
mensuales; estudiante de la Universidad de Lausana, donde para ganar el
sustento tiene que hacer diariamente “121 viajes con una parihuela cargada de
piedras”; conspirador, tribuno, polemista, líder del Partido Socialista de su
patria, es expulsado de éste en la dramática asamblea del 24 de noviembre de
1914 en Milán, funda el “popolo d´Italia”, predica la guerra, participa en ella
y es gravemente herido, regresa, crea l fascismo, marcha sobre Roma, y dicta
hoy su voluntad desde el Palacio Venecia, como un antiguo emperador romano.
***
Al lado de París, ruidoso, jovial,
libertino, Roma es una ciudad austera. Diríase que lleva en sí tradiciones
demasiado sagradas para profanarlas con el torbellino estrepitoso del placer
mundano. Sus monumentos macizos, severos, imponentes; sus mudos anfiteatros,
cuya arena parece humear aún con la sangre de los primeros cristianos; sus vías
quietas y tranquilas en las que se diría va a resonar un nuevo “¿quo vadis?”,
protestarían ante una parecida invasión. Y la Roma actual la condenaría también
sin apelación al igual que la tradicional. Mussolini ha hecho renacer la
antigua ciudad de las marchas pretorianas y la disciplina férrea.
El apretado “fascio” del lictor o las
iniciales del famoso “Senatus Apulusque Romanus” de los tiempos de Cicerón, se yerguen
por doquier para recordarlo. Los edificios públicos los ostentan en puertas,
ventanas, enverjados. De tal manera llega el extranjero a acostumbrarse a
verlos en todas partes, que al contemplar el Moisés de Miguel Ángel, casi se
maravilla de que aún conserve en sus manos las Tablas de la Ley en lugar de un
“fascio” marmóreo.
Por los demás, el ciudadano italiano tiene
cien oportunidades, aparte de las enumeradas que lo obligan constantemente a no
olvidarse del fascismo ni del “Capo del Governo”; en toda fecha es de rigor que
se indique, después del año ordinario, el de la Revolución fascista a que aquél
corresponde (XII, hasta octubre de 1934); en los salones de cinematógrafo hay
casi siempre una revista “Luce” d propaganda del régimen; en los teatros es
frecuente escuchar algo por el estilo de lo que a mí tocóme oír; una “plegaria
al Duce”; la prensa llena sus columnas
con artículos o fotografías alusivas, ampliamente secundada por la radio en su
campaña de difusión doctrinal; hay libros cuya pasta no tiene más ilustración
que la fotografía de Mussolini y la palabra “Duce” repetida al infinito; no
existe exposición artística que no cuente con un elevado porcentaje de pinturas
o esculturas del fundador del fascismo.
***
Cavour, el ladino ministro de Víctor
Manuel II, logró llevar a feliz término la unidad política de Italia: Mas no
así la unidad espiritual. Faltaba a la nación una cultura propia y distintiva
que viniera a imprimir su sello a la nueva nacionalidad, Italia volvía
nuevamente a adherirse al pensamiento extranjero, al igual que en el terreno
político y social importaba la democracia liberal de la Revolución francesa,
con sus tristes y fatales consecuencias de disolución, demagogia, abusos del
capitalismo y la burguesía, los que engendrarían después, como pretendido
remedio, el marxismo, no menos demoledor.
La “Cuestión Romana”, creada por el
despojo de los Estados Pontificios, y causa de profunda división dentro de la
misma población italiana, venía a agravar la situación, y más tarde, la
universal desmoralización acarreada por la Gran Guerra, colmaba aquel estado de
agitación y profundo malestar en que la nación se debatía. Urgía con premura el
restablecimiento de la autoridad, que viniera a salvarla de la anarquía a que
parecía seguramente encaminarse. Mussolini así lo comprendió al crear el
fascismo.
Frente al Estado rousseauniano, producto
de un utópico contrato e ingenuamente crédulo respeto a la bondad innata de la
humana naturaleza, surgió el “Estado Ético”, esto es, el Estado concebido como
una “exigencia natural y orgánica, inmanente en el espíritu del individuo, y al
mismo tiempo, un postulado de su moralidad”; frente a la concepción del
individuo como única fuente de derechos, disfrutando de una libertad identificada
con el libertinaje, se erigió la del individuo “no solo fuente de derechos,
sino, sobre todo, sujeto de deberes”;
“no una realidad en sí, sino función y momento de una más elevada realidad
ideal”, sea ésta la Iglesia de Manzoni, el Estado de Gioberti o la humanidad de
Mazzini; frente al divorcio antagónico entre el Estado y la Iglesia, se
reconoció a ésta como “una realidad autónoma y ética”, soberana en lo que
concierne al dominio de la moral y la religión y destinada a coordinar su
acción con la del Estado en lo que es común al terreno político y los dos
anteriores.
La exageración, implícita siempre en las
reacciones sociológicas, no ha faltado por desgracia en el fascismo, que
conduce en muchas ocasiones al completo anonadamiento de la persona. Huyendo
del liberalismo, cae en el estatismo más absolutista, sobrepasando
frecuentemente sus propias teorías.
El
lenguaje usual de Mussolini es una prueba de ello. Baste citar el famoso
discurso pronunciado el 13 de mayo de 1929 en la Cámara de Diputados, mientras
se discutía el Tratado de Letrán, o esta elocuente frase que se encuentra en
el del 26 de octubre de 1925: “Nuestra
fórmula es ésta: todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el
Estado”.
El comunismo ha tratado de suplantar la
religión con una especie de paganismo con la producción por diosa, y por altar
el mausoleo de Lenin, ante el que vienen a arrodillarse las multitudes. El
fascismo, más sensato, no ha intentado tal absurdo; más al fomentar un nuevo
misticismo laico sin reparar en los medios, provoca muchas veces sentimientos
rayanos en la idolatría y al servilismo. Sirva de ejemplo una reciente obra
“Italo Balbo, mariscal del aire”, en la que el autor nos relata así el método
de educación de aquél para para con sus jóvenes aviadores: “Es ahí donde Balbo
modela sus cerebros purificados de toda tristeza y nostalgia mórbidas, cerebros
regados por una sangre viva, cerebros sólidamente constituidos, donde los
surcos de la religión y del amor son vagos y apenas visibles, en tanto que el
dogma fascista ocupa toda la cavidad craneana, el dogma de los mandatos secos y
precisos: Mussolini siempre tiene razón”.
Injusto sería, por lo demás, querer juzgar
al régimen fascista, sólo en uno de sus aspectos. Tras el examen de sus
exageraciones, que aparecen de relieve al visitante no acostumbrado a un tal
ambiente, como parece estarlo ya el estado italiano, necesario será hacer, un
balance de los innegables beneficios que le ha reportado a la patria de Dante y
de Petrarca, no menos patentes que las desventajas a los ojos de un observador
imparcial y sin prejuicios.
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El carácter reaccionario del
fascismo
Por
FRANCISCO ZAMORA
14
de Enero.- Es corriente que aún los defensores del fascismo que creen de buena
fe conocer bien lo que pugnan atribuyan al movimiento fascista un carácter
revolucionario.
Un examen algo detenido de él probaría,
sin embargo, precisamente lo contrario; es decir, que es la forma política tipo
del capitalismo en decadencia, el último esfuerzo que el orden capitalista hace
para subsistir, pese a las condiciones internas y externas que vuelven
indispensable su transformación radical.
Ya resulta sintomático el hecho de que en
ninguno de los países en donde el fascismo ha triunfado conquistó efectivamente
el poder, que siempre le fue transmitido de buen grado por el Gobierno burgués
anterior, después de una sonada derrota electoral. En Italia, no obstante que
las autoridades liberales y democráticas habían protegido la organización de
las milicias de Mussolini dándoles instrucciones militares y armas desde 1920,
el partido fascista obtuvo, en las elecciones convocadas por Giolitti, en mayo
de 1921, apenas 35 curules, contra 138 de los socialistas y comunistas. A pesar
de este “alud de votos rojos”, en octubre de 1922 el gaviete Facta entregó en
poder a Mussolini, después de la teatral marcha sobre Roma, que organizaron
seis generales del ejército, y de una frasa de resistencia en que intervinieron
el primer ministro y el rey.
No es posible calificar de revolucionario
a un régimen que, como el fascista, lejos de constituir una subversión completa
del orden anterior es apenas continuación de él, pacíficamente admitida y
preparada por él, con el solo fin de que el nuevo acentúe las características esenciales
del viejo.
Lo que favorece los esfuerzos que el
fascismo hace para exhibirse como fruto de una doctrina política y social de
reciente formación, es el general desconocimiento de la evolución contemporánea
del sistema capitalista. De ahí que cuando se pretende probar la originalidad
del régimen fascista, se le compara con el capitalismo liberal, que, por lo
menos desde comienzos de este siglo, dejó ya de ser el modo económico dominante
en las naciones burguesas.
Mientras el capitalismo pudo desarrollarse
dentro de la libre competencia de los productores individuales e
independientes, el Estado fue ajeno a toda intervención económica directa. Su
papel se redujo a garantizar la libertad de contratación y de iniciativa, el
respeto de la propiedad privada, la ejecución honrada de los contratos
libremente consentidos. Y el reflejo político de esta actitud, impuesta por las
necesidades económicas de la burguesía, fue el sistema democrático y
representativo de gobierno, fundado en el individuo como unidad básica, económica
y política.
Pero debido a sus propias leyes inmanentes
el capitalismo liberal se ha metamorfoseado en un capitalismo organizado que
exige “la interpretación de la economía y del Estado”. Las formas políticas del
capitalismo individualista, la democracia política, no corresponden ya a las
del capitalismo socializado, culminación de un proceso que Marx, estudiando sus
manifestaciones iniciales, describía así: “el capital, que descansa sobre un
modo de producción social y supone una concentración social de medios de
producción y fuerza de trabajo, adquiere aquí (en las sociedades por acciones)
directamente la forma de capital social, capital de individuos directamente
asociados, por oposición al capital privado; y sus empresas se presentan como empresas
sociales por oposición a las empresas privadas. Es la supresión de la propiedad
privada dentro del cuadro de la producción capitalista”. (“El Capital”, Tomo
III, cap. XXVII).
De cuando Marx escribía para acá han
aparecido “nuevas formas de la explotación industrial, que representan la
segunda y la tercera potencias de las
sociedades por acciones”: se alude a los monopolios de toda especie. La libre
concurrencia, tan alabada por la economía política del siglo XIX, ha engendrado
su propia negación: el monopolio. Porque al suscitar un aumento de la capacidad
productora que sobrepasa en mucho al del poder de consumo, crea la necesidad de
buscar apremiantemente el equilibrio entre ambos, que el capitalismo trata de
obtener por dos medios: la reducción de la oferta, y el ensanchamiento de los
mercados disponibles, medios que a su vez reclaman el abandono de la política
del “Laisser faire” por el Estado.
En efecto, aunque el Estado todavía
imbuido con las ideas propias del capitalismo liberal, comienza por oponerse a
los monopolios, conformándose con los
prejuicios de la burguesía primitiva, acaba por favorecer el movimiento
monopolista, en primer término mediante el empleo de los derechos aduanales,
que junta así a su finalidad puramente fiscal otra de exclusivo carácter
proteccionista; y, a la postre, por fomentar una vinculación cada vez más
estrecha entre la economía centralizada y el poder público.
Por otra parte, la apertura de nuevos
mercados capaces de asegurar la subsistencia del beneficio capitalista, demanda
el apoyo de la fuerza política del Estado, que convierte así su ejército y su
flota en instrumentos de la expansión capitalista: es el imperialismo.
El Estado, en una palabra, no puede seguir
desempeñando su papel de “comité administrativo de la clase burguesa” en la
misma forma en que lo desempeñó dentro del antiguo marco del capitalismo
liberal. Así como la libre competencia se convirtió en su contrario en el curso
de la evolución capitalista, las formas democráticas de la política se han
vuelto incompatibles con la nueva estructura del capitalismo, y han tenido que
revertirse. A la supresión de la libertad económica, impuesta por la necesidad
de conservar la propiedad y el beneficio capitalista.
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Llamado
de Italia a las armas
Discurso
de Mussolini.-
El
pueblo es fuerte de espíritu, dijo, y es fuerte por las armas.
ROMA, 23 de marzo.- En
el preciso momento en que se celebra en París la conferencia tripartita y
cuando en víspera de la partida del ministro Simon a Berlín, Mussolini ha
decretado el enrolamiento de las clases de 1911, lo cual indica la gravedad de
la crisis europea, no obstante que el decreto del Duce explica muy claramente
que se trata de una medida preventiva nada más.
Como resultado del decreto que acaba de
expedirse y a los anteriores, Italia tendrá a mediados del mes entrante un
ejército de más de 600.000 hombres en pie la guerra, sin contar con las fuerzas
que han sido enviadas a África.
Por otra parte, cerca de 350 fascistas, perfectamente equipados, pueden
ser movilizados de inmediato.
Como la situación general europea ha
mejorado en forma ligera en los últimos días, nadie se explica en Roma la razón
que asiste a Mussolini para semejante demostración de fuerza. Es evidente que
el Duce prevé el empeoramiento de la situación en un futuro inmediato, como lo
indicó en su discurso de hoy, cuando dijo que “Italia permanece ecuánime en
estos momentos porque está consciente de su fuerza, de su espíritu y de la
calidad de sus armamentos”. En ese discurso Mussolini aconsejó a todos los
fascistas que estuvieran perfectamente listos para hacer frente a cualquier
situación que el destino les depare.
A pesar de la exageración natural que
encerraban las palabras del Duce, en general las frases pronunciadas por el
jefe del Gobierno no auguran nada bueno.
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Continuará.......
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