viernes, 19 de enero de 2018

CRÓNICAS DEL UNIVERSAL
LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
BENITO MUSSOLINI

Continuación... n|° 2

O se casan o presentan su renuncia, dice Mussolini 

Por Thomas Morgan (Corresponsal de la United Press)

ROMA, 5 de noviembre.- Mussolini ha dado órdenes de que todos los solteros que ocupan puestos ejecutivos en el Partido Fascista o sean candidatos para integrar la próxima legislatura fascista deberán casarse o de lo contrario presentar su renuncia.
     Esa orden se ha debido a que Mussolini ha insistido en que los jefes del fascismo son los primeros que deben dar ejemplo, como lo hace él personalmente con una familia numerosa, de adhesión a la campaña en pro de un aumento en la natalidad que apoya el Partido Fascista.
     Se recordará que el Duce ha estado atacando persistentemente a los solteros, acusándolos de no cumplir con una de sus más importantes obligaciones hacia el Estado; y que, debido a la insistencia de Mussolini, varios de los jefes del fascismo, como el general Italo Balbo, el ministro de Agricultura, Giacomo Acerbo, y Terruzzi se casaron poco después de haber llegado el fascismo al poder. Es de notarse que un prominente fascista, el Signore Rosso, es soltero.

Entrevista exclusiva con el Duce

Quiere paz, necesita la paz; es forzoso que haya paz.

Exclusivo de “The New York Times” Para EL UNIVERSAL

ROMA, 13 de abril.- Charles MacCormick, corresponsal especial del “New York Times” en esta capital, celebró anoche una importante entrevista con el jefe del Gobierno, Benito Mussolini.

Declaró el primer ministro italiano que con el objeto de cimentar las bases para un acuerdo sobre limitación de armamento, Italia está dispuesta a dar las garantías para la ejecución del tratado que sean pedidas por Francia, siempre que esas garantías sean definidas y precisas. Esta importante concesión ha sido aceptada ya en principio por Gran Bretaña, y marca un paso considerable hacia el feliz término de las negociaciones, las cuales se han venido arrastrando miserablemente desde que Alemania se retiró de la Liga de Naciones y de la Conferencia del Desarme. 

     El Duce declaró: “Estamos dispuestos a ir muy lejos para lograr que llegue a la convención de limitación general de armamentos, y creo que sobre esta modesta base estamos haciendo algún progreso”.

     Con más vigor que en ocasiones anteriores, Mussolini insiste en que el principal objetivo de la política italiana es la paz. “Quiero la paz, la necesito, debemos lograrla”, manifestó. “Italia nunca iniciará la guerra, pero eso no es bastante. La política italiana es positiva, trabajamos activamente, y estamos dispuestos a cooperar con nuestra actividad en favor de la paz.”

     Estas palabras significan algo, puesto que debido en gran parte a la iniciativa italiana, la tensión en Europa central ha disminuido, y los temores sobre una próxima guerra no son tan grandes como lo fueron en los meses de enero y febrero.

     Siguió diciendo Mussolini: “No soy optimista, pero tampoco veo un peligro inmediato de guerra, y se equivocan quienes aseguran que la atmósfera actual es igual a la de 1914; sin embargo, la amenaza existe. La tensión económica es casi insostenible en la mayoría de los países pero no existe el deseo de guerra n este continente, nadie la quiere. Tratemos de asegurar diez años de paz y reconstrucción económica, y muchas de las actuales tensiones desaparecerán.”

La paz no puede ser eterna

     Al preguntar el corresponsal al Duce por qué ponía un plazo a la paz, el estadista italiano contestó un poco impaciente: “Porque la paz no es ni puede ser eterna; tampoco lo pueden ser los tratados de paz. Entonces, ¿por qué no fijar un periodo preventivo? En Italia estamos creando un nuevo orden, y no queremos que se nos interrumpa; pero nuestro éxito no se nos debe aquí a que nos movemos despacio, paso tras paso, recorriendo piedra por piedra. Ajustamos nuestras fórmulas a los hechos, y no nuestros hechos a las fórmulas, así que nuestro Estado corporativo no es improvisado como un sueño ni rígido como la estructura de una teoría. Los proyectos internacionales, por lo contrario,  son demasiado ambiciosos, utópicos. La Liga y la Conferencia del Desarme pretenden demasiado, incluyen demasiado, hablan demasiado. Debemos marchar con la realidad, si no la realidad nos derrotará.”

     Durante el curso de la entrevista el corresponsal notó que Mussolini usa frecuentemente la palabra “realidad”; es su voz favorita. Y así manifestó  que prefiere el arreglo de los problemas especiales de Europa mediante la colaboración de las grandes potencias, sobre la base del pacto de las Cuatro Potencias, pues la realidad le hace ver que media torta es mejor que una torta entera, cuando ésta no se puede obtener.

     Considera el Duce que los acuerdos con Viena y Budapest son lo mejor que podía hacerse por el momento, y no se ve nada de provocativo en esta nueva agrupación y ninguna contradicción entre sus anhelos específicos y su repetida defensa en favor de la revisión de los tratados de paz.

     La guerra no puede evitarse evadiendo hechos, declaró al contestar una pregunta sobre si la revisión de las fronteras podría ser la causa de una contienda. “Todos saben que ninguna nación se desarmará en las presentes circunstancias, y que nunca podrá desarmar al fuerte hasta ponerlo al nivel del débil, y que si los otros no se desarman, Alemania se armará. Todos en general saben que el mapa formado en Versalles tendrá que rectificarse un día, por medio de una guerra o de cualquier otra forma; así, pues, aquí cabe preguntar: ¿Por qué no rectificarlo de manera distinta a la guerra?, es decir, no de un solo golpe, sino por medio de un proceso gradual de compensación política y económica.”

El crepúsculo de Europa

     Sonriendo, agregó el Duce: “Puedo declarar públicamente lo que todos los hombres inteligentes creen y dicen privadamente, y lo repito: A menos que desarrollemos una atmósfera de mutua comprensión, exentas de vanas ilusiones, veremos el crepúsculo de Europa, la decadencia de la civilización.”

     El dictador considera que la atmósfera de Europa se aclara, que las relaciones entre Francia e Italia mejoran, y que ciertos detalles hacen concebir la esperanza de que está próxima la reconciliación de los puntos de vista opuestos en la cuestión de desarme.

     Refiriéndose a Estados Unidos, dijo: “Estados Unidos está imponiendo la disciplina económica que es tan necesaria al mundo moderno como la disciplina política y moral. Las diferencias con los laboristas señalan la gran tarea de nuestros tiempos o sea la reconciliación entre el capital y el trabajo, y pronto se obtendrán mejores balanzas comerciales y más altos salarios, y esto beneficiará al mundo. Esas diferencias deberían resolverse cuanto antes por los mismos interesados, y llegando el caso someterlas al arbitraje del Gobierno.”

     “La corporación, como la estamos construyendo en Italia, incluye todas las categorías de trabajadores y patrones, y la defino como el Gobierno propio de la industria.”

     Este corresponsal ha tenido la fortuna de entrevistar a Mussolini en diversos periodos de su carrera espectacular, y nunca le pareció tan fuerte, tan confiado, tan jovial, en tan perfecto estado físico como ahora.

Roma puerto de mar

     Al terminar la entrevista, el Duce acompañó al corresponsal hasta la puerta. Ambos se detuvieron frente a un amplio ventanal, Mussolini señaló las montañas cercanas donde el próximo invierno podrán ir los romanos.

     “Imagínese usted a Roma, puerto de mar, dijo Mussolini, sobre el Tíber; los deportes de invierno a las puertas de Roma, los pantanos pontinos disecados, convertidos en tierras laborables. Esto es lo que estamos haciendo de Roma, de toda Italia. Por eso no queremos la guerra, porque durante la lucha nada puede construirse”.
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La expansión del fascismo

Por Ruben Salazar Mallen

19 de junio.- A pesar de que la calumnia lo acosa y lo persigue, a pesar de que se borda en torno de él una siniestra leyenda, el fascismo se extiende, la historia lo premia con un ancho ámbito, porque, contrario a la calumnia y a la mentira, esculpe el valiente escorzo de su realismo en el realista Occidente.

     Se pretende hacer creer que el fascismo es reaccionario, porque, dice la mística comunista, no suprime, la propiedad privada, que supone los derechos de determinación e iniciativa del propietario sobre lo poseído, y porque, se agrega, el Estado no puede desplegar fuerza alguna que menoscabe los intereses de la clase dominante.

     La verdad es muy otra:

     El viejo concepto de la propiedad (el jus utendi, fuendi, butendi, del derecho romano, que, evolucionado, se prolonga hasta el presente) queda totalmente derogado en el fascismo que subordina la propiedad privada al interés nacional y, desde ese momento, limita los derechos de determinación e iniciativa del propietario en servicio de la colectividad. En cuanto al Estado fascista, no es un Estado de clase, sino un Estado nacional, por lo que su poder alcanza a todos los elementos nacionales en vez de depender de algunos de ellos, como ocurre en los regímenes liberales y democráticos. El fascismo no aspira a representar tales o cuales elementos sociales ni siquiera a todos ellos, lo que procura y logra es disciplinarlos, someterlos a un plan de reconstrucción nacional y justamente por eso reclama un gobierno vigoroso, dotado de solida autoridad, que en vez de emerger de la sociedad, esté abiertamente por encima de toda ella y de los intereses parciales que en ella se producen, para coordinarlos.

     Si arbitraria y pérfidamente tacha de reaccionario al fascismo es porque se sabe que lleva en sus entrañas un socialismo realista y hacedero que no tolera el fraude.

     Todos los socialistas fraudulentos están, por eso, contra el fascismo. Este no parte de abstracciones para anclar en la utopía, prescinde de conceptos metafísicos que,  en el fondo, no son sino engaño y dolo, como el de “clase”, que es una de las mejores armas que esgrime la demagogia traidora e interesada. El fascismo no se enfanga o se alucina con fórmulas obscuras, ambiguas, patéticas y perniciosas, que son escondrijo de la codicia y de la mentira. Es claro, cristalino y realista, ha repudiado las formas religiosas del llamado socialismo científico, del comunismo, para adoptar formas políticas de insospechable filiación humana y terrenal. El materialismo histórico, que a diario se ve contrariado por un idealismo histórico, le es ajeno y se desarrolla con firmeza sobre la base de la justa realidad.

     Por eso conquista sin dificultad al Occidente, que desde mucho, desde que renunció a la influencia y al predominio oriental en su cultura, desde que extinguió todos los vestigios de orientalismo superando a la Edad Media, se atiende a la realidad.

     No es otra la explicación que puede encontrarse a este hecho notorio, singular y significativo: que sólo Rusia, la Rusia transida de influencias orientales, oriental ella misma en su estructura social, fue el único país de Occidente geográfico que quiso acogerse a las tesis religiosas, de corte oriental del marxismo.

     El fascismo, el fascismo verdadero, esto es, el Estado corporativo, no el aceite de ricino, la camisa negra o la “Giovenezza” ha ganado todo el Occidente. Adopta nombres diferentes o se constituye sin nombre particular alguno, se presenta atenuado o agudo, disimulado o franco; pero gobierna el Occidente. Basta que haya una economía dirigida, así se la dirija desde la industria o desde la moneda, sin provocar la destrucción del capital privado sino al contrario, su concurso para que haya fascismo
     La marcha sobre Roma de los fascistas italianos, el triunfo de los nazis en Alemania, la supremacía d Dollfus y los suyos en Austria y, por último, el certero y afortunado golpe de Estado de Gueorguieff en Bulgaria, se ha producido sin dislocaciones peligrosas y eso sin contar la elección de Roosevelt, que fue la iniciación de una era de economía dirigida en Estados Unidos y una señal de simpatía hacia ella.

     El fascismo, pues, se extiende sin esfuerzo por Occidente. No acontece igual cosa con el comunismo: mucha sangre y una conmoción social enorme fueron necesarias para imponerlo en Rusia, no obstante que se trataba de un país profundamente orientalizado; mucha sangre costó en Austria y no pudo triunfar; mucha sangre se gastó por él, inútilmente, en Alemania.

     El fascismo es el signo del realismo propio de Occidente y de allí que gane con facilidad al Occidente. Y es éste un hecho significativo que sus enemigos no deberían pasar por alto.
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UNA VOZ DE LAS AULAS

En el imperio del Duce
El misticismo fascista

Por ALFONSO GARCÍA ROBLES, de la Universidad de París

A creer a los exiliados italianos que desde esta ciudad evocan con nostalgia la antigua Capital del Mundo, el régimen fascista no le va en zaga al de un Sila o un Nerón.

     A juzgar, en cambio, por las noticias que la prensa italiana difunde con entusiasmo, el gobierno de Mussolini ha dejado muy atrás los más brillantes periodos de un César o un Augusto.

     ¿Quién tiene la razón? He ahí la pregunta que mentalmente me hacía, mientras el “metro”, ese cómodo ferrocarril que enlaza con la complicada red de sus líneas subterráneas los sitios más diversos de París, me dejaba no hace mucho en la “Gare de Lyon”.

     La estupenda reducci´n del 70% del valor ordinario del pasaje a Roma, acordado por el Gobierno italiano con motivo de la  “Mostra Fascista”, habíame decidido a hacer un viaje a la tierra del fascio y los camisas negras. Momentos después, ya instalado en uno de los vagones del expreso París-Lyon-Mediterráneo, veía esfumarse a lo lejos las luces del París nocturno y repsaba con la imaginación la vida de leyenda del Duce, ese extraordinario caudillo en cuyo rostro se mezclan “los rasgos de los duros condottieri, de los monjes fanáticos, de los conspiradores de labios apretados…”

     Nacido en 1883, hijo de un humilde herrero pueblerino; maestro de escuela a los 19 años, con un sueldo de 56 liras mensuales; estudiante de la Universidad de Lausana, donde para ganar el sustento tiene que hacer diariamente “121 viajes con una parihuela cargada de piedras”; conspirador, tribuno, polemista, líder del Partido Socialista de su patria, es expulsado de éste en la dramática asamblea del 24 de noviembre de 1914 en Milán, funda el “popolo d´Italia”, predica la guerra, participa en ella y es gravemente herido, regresa, crea l fascismo, marcha sobre Roma, y dicta hoy su voluntad desde el Palacio Venecia, como un antiguo emperador romano.

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     Al lado de París, ruidoso, jovial, libertino, Roma es una ciudad austera. Diríase que lleva en sí tradiciones demasiado sagradas para profanarlas con el torbellino estrepitoso del placer mundano. Sus monumentos macizos, severos, imponentes; sus mudos anfiteatros, cuya arena parece humear aún con la sangre de los primeros cristianos; sus vías quietas y tranquilas en las que se diría va a resonar un nuevo “¿quo vadis?”, protestarían ante una parecida invasión. Y la Roma actual la condenaría también sin apelación al igual que la tradicional. Mussolini ha hecho renacer la antigua ciudad de las marchas pretorianas y la disciplina férrea.

     El apretado “fascio” del lictor o las iniciales del famoso “Senatus Apulusque Romanus” de los tiempos de Cicerón, se yerguen por doquier para recordarlo. Los edificios públicos los ostentan en puertas, ventanas, enverjados. De tal manera llega el extranjero a acostumbrarse a verlos en todas partes, que al contemplar el Moisés de Miguel Ángel, casi se maravilla de que aún conserve en sus manos las Tablas de la Ley en lugar de un “fascio” marmóreo.

     Por los demás, el ciudadano italiano tiene cien oportunidades, aparte de las enumeradas que lo obligan constantemente a no olvidarse del fascismo ni del “Capo del Governo”; en toda fecha es de rigor que se indique, después del año ordinario, el de la Revolución fascista a que aquél corresponde (XII, hasta octubre de 1934); en los salones de cinematógrafo hay casi siempre una revista “Luce” d propaganda del régimen; en los teatros es frecuente escuchar algo por el estilo de lo que a mí tocóme oír; una “plegaria al Duce”; la prensa llena  sus columnas con artículos o fotografías alusivas, ampliamente secundada por la radio en su campaña de difusión doctrinal; hay libros cuya pasta no tiene más ilustración que la fotografía de Mussolini y la palabra “Duce” repetida al infinito; no existe exposición artística que no cuente con un elevado porcentaje de pinturas o esculturas del fundador del fascismo.

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     Cavour, el ladino ministro de Víctor Manuel II, logró llevar a feliz término la unidad política de Italia: Mas no así la unidad espiritual. Faltaba a la nación una cultura propia y distintiva que viniera a imprimir su sello a la nueva nacionalidad, Italia volvía nuevamente a adherirse al pensamiento extranjero, al igual que en el terreno político y social importaba la democracia liberal de la Revolución francesa, con sus tristes y fatales consecuencias de disolución, demagogia, abusos del capitalismo y la burguesía, los que engendrarían después, como pretendido remedio, el marxismo, no menos demoledor.

     La “Cuestión Romana”, creada por el despojo de los Estados Pontificios, y causa de profunda división dentro de la misma población italiana, venía a agravar la situación, y más tarde, la universal desmoralización acarreada por la Gran Guerra, colmaba aquel estado de agitación y profundo malestar en que la nación se debatía. Urgía con premura el restablecimiento de la autoridad, que viniera a salvarla de la anarquía a que parecía seguramente encaminarse. Mussolini así lo comprendió al crear el fascismo.

     Frente al Estado rousseauniano, producto de un utópico contrato e ingenuamente crédulo respeto a la bondad innata de la humana naturaleza, surgió el “Estado Ético”, esto es, el Estado concebido como una “exigencia natural y orgánica, inmanente en el espíritu del individuo, y al mismo tiempo, un postulado de su moralidad”; frente a la concepción del individuo como única fuente de derechos, disfrutando de una libertad identificada con el libertinaje, se erigió la del individuo “no solo fuente de derechos, sino, sobre todo,  sujeto de deberes”; “no una realidad en sí, sino función y momento de una más elevada realidad ideal”, sea ésta la Iglesia de Manzoni, el Estado de Gioberti o la humanidad de Mazzini; frente al divorcio antagónico entre el Estado y la Iglesia, se reconoció a ésta como “una realidad autónoma y ética”, soberana en lo que concierne al dominio de la moral y la religión y destinada a coordinar su acción con la del Estado en lo que es común al terreno político y los dos anteriores.

     La exageración, implícita siempre en las reacciones sociológicas, no ha faltado por desgracia en el fascismo, que conduce en muchas ocasiones al completo anonadamiento de la persona. Huyendo del liberalismo, cae en el estatismo más absolutista, sobrepasando frecuentemente sus propias teorías.
     El lenguaje usual de Mussolini es una prueba de ello. Baste citar el famoso discurso pronunciado el 13 de mayo de 1929 en la Cámara de Diputados, mientras se discutía el Tratado de Letrán, o esta elocuente frase que se encuentra en el  del 26 de octubre de 1925: “Nuestra fórmula es ésta: todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”.

     El comunismo ha tratado de suplantar la religión con una especie de paganismo con la producción por diosa, y por altar el mausoleo de Lenin, ante el que vienen a arrodillarse las multitudes. El fascismo, más sensato, no ha intentado tal absurdo; más al fomentar un nuevo misticismo laico sin reparar en los medios, provoca muchas veces sentimientos rayanos en la idolatría y al servilismo. Sirva de ejemplo una reciente obra “Italo Balbo, mariscal del aire”, en la que el autor nos relata así el método de educación de aquél para para con sus jóvenes aviadores: “Es ahí donde Balbo modela sus cerebros purificados de toda tristeza y nostalgia mórbidas, cerebros regados por una sangre viva, cerebros sólidamente constituidos, donde los surcos de la religión y del amor son vagos y apenas visibles, en tanto que el dogma fascista ocupa toda la cavidad craneana, el dogma de los mandatos secos y precisos: Mussolini siempre tiene razón”.

     Injusto sería, por lo demás, querer juzgar al régimen fascista, sólo en uno de sus aspectos. Tras el examen de sus exageraciones, que aparecen de relieve al visitante no acostumbrado a un tal ambiente, como parece estarlo ya el estado italiano, necesario será hacer, un balance de los innegables beneficios que le ha reportado a la patria de Dante y de Petrarca, no menos patentes que las desventajas a los ojos de un observador imparcial y sin prejuicios.
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El carácter reaccionario del fascismo

Por  FRANCISCO ZAMORA

14 de Enero.- Es corriente que aún los defensores del fascismo que creen de buena fe conocer bien lo que pugnan atribuyan al movimiento fascista un carácter revolucionario.

     Un examen algo detenido de él probaría, sin embargo, precisamente lo contrario; es decir, que es la forma política tipo del capitalismo en decadencia, el último esfuerzo que el orden capitalista hace para subsistir, pese a las condiciones internas y externas que vuelven indispensable su transformación radical.

     Ya resulta sintomático el hecho de que en ninguno de los países en donde el fascismo ha triunfado conquistó efectivamente el poder, que siempre le fue transmitido de buen grado por el Gobierno burgués anterior, después de una sonada derrota electoral. En Italia, no obstante que las autoridades liberales y democráticas habían protegido la organización de las milicias de Mussolini dándoles instrucciones militares y armas desde 1920, el partido fascista obtuvo, en las elecciones convocadas por Giolitti, en mayo de 1921, apenas 35 curules, contra 138 de los socialistas y comunistas. A pesar de este “alud de votos rojos”, en octubre de 1922 el gaviete Facta entregó en poder a Mussolini, después de la teatral marcha sobre Roma, que organizaron seis generales del ejército, y de una frasa de resistencia en que intervinieron el primer ministro y el rey.

     No es posible calificar de revolucionario a un régimen que, como el fascista, lejos de constituir una subversión completa del orden anterior es apenas continuación de él, pacíficamente admitida y preparada por él, con el solo fin de que el nuevo acentúe las características esenciales del viejo.

     Lo que favorece los esfuerzos que el fascismo hace para exhibirse como fruto de una doctrina política y social de reciente formación, es el general desconocimiento de la evolución contemporánea del sistema capitalista. De ahí que cuando se pretende probar la originalidad del régimen fascista, se le compara con el capitalismo liberal, que, por lo menos desde comienzos de este siglo, dejó ya de ser el modo económico dominante en las naciones burguesas.

     Mientras el capitalismo pudo desarrollarse dentro de la libre competencia de los productores individuales e independientes, el Estado fue ajeno a toda intervención económica directa. Su papel se redujo a garantizar la libertad de contratación y de iniciativa, el respeto de la propiedad privada, la ejecución honrada de los contratos libremente consentidos. Y el reflejo político de esta actitud, impuesta por las necesidades económicas de la burguesía, fue el sistema democrático y representativo de gobierno, fundado en el individuo como unidad básica, económica y política.

     Pero debido a sus propias leyes inmanentes el capitalismo liberal se ha metamorfoseado en un capitalismo organizado que exige “la interpretación de la economía y del Estado”. Las formas políticas del capitalismo individualista, la democracia política, no corresponden ya a las del capitalismo socializado, culminación de un proceso que Marx, estudiando sus manifestaciones iniciales, describía así: “el capital, que descansa sobre un modo de producción social y supone una concentración social de medios de producción y fuerza de trabajo, adquiere aquí (en las sociedades por acciones) directamente la forma de capital social, capital de individuos directamente asociados, por oposición al capital privado; y sus empresas se presentan como empresas sociales por oposición a las empresas privadas. Es la supresión de la propiedad privada dentro del cuadro de la producción capitalista”. (“El Capital”, Tomo III, cap. XXVII).

     De cuando Marx escribía para acá han aparecido “nuevas formas de la explotación industrial, que representan la segunda y la tercera  potencias de las sociedades por acciones”: se alude a los monopolios de toda especie. La libre concurrencia, tan alabada por la economía política del siglo XIX, ha engendrado su propia negación: el monopolio. Porque al suscitar un aumento de la capacidad productora que sobrepasa en mucho al del poder de consumo, crea la necesidad de buscar apremiantemente el equilibrio entre ambos, que el capitalismo trata de obtener por dos medios: la reducción de la oferta, y el ensanchamiento de los mercados disponibles, medios que a su vez reclaman el abandono de la política del “Laisser faire” por el Estado.

     En efecto, aunque el Estado todavía imbuido con las ideas propias del capitalismo liberal, comienza por oponerse a los monopolios,  conformándose con los prejuicios de la burguesía primitiva, acaba por favorecer el movimiento monopolista, en primer término mediante el empleo de los derechos aduanales, que junta así a su finalidad puramente fiscal otra de exclusivo carácter proteccionista; y, a la postre, por fomentar una vinculación cada vez más estrecha entre la economía centralizada y el poder público.

     Por otra parte, la apertura de nuevos mercados capaces de asegurar la subsistencia del beneficio capitalista, demanda el apoyo de la fuerza política del Estado, que convierte así su ejército y su flota en instrumentos de la expansión capitalista: es el imperialismo.

     El Estado, en una palabra, no puede seguir desempeñando su papel de “comité administrativo de la clase burguesa” en la misma forma en que lo desempeñó dentro del antiguo marco del capitalismo liberal. Así como la libre competencia se convirtió en su contrario en el curso de la evolución capitalista, las formas democráticas de la política se han vuelto incompatibles con la nueva estructura del capitalismo, y han tenido que revertirse. A la supresión de la libertad económica, impuesta por la necesidad de conservar la propiedad y el beneficio capitalista.
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Llamado de Italia a las armas

Discurso de Mussolini.-

El pueblo es fuerte de espíritu, dijo, y es fuerte por las armas.

ROMA, 23 de marzo.- En el preciso momento en que se celebra en París la conferencia tripartita y cuando en víspera de la partida del ministro Simon a Berlín, Mussolini ha decretado el enrolamiento de las clases de 1911, lo cual indica la gravedad de la crisis europea, no obstante que el decreto del Duce explica muy claramente que se trata de una medida preventiva nada más.

     Como resultado del decreto que acaba de expedirse y a los anteriores, Italia tendrá a mediados del mes entrante un ejército de más de 600.000 hombres en pie la guerra, sin contar con las fuerzas que han sido enviadas a África.

     Por otra parte, cerca de 350  fascistas, perfectamente equipados, pueden ser movilizados de inmediato.

     Como la situación general europea ha mejorado en forma ligera en los últimos días, nadie se explica en Roma la razón que asiste a Mussolini para semejante demostración de fuerza. Es evidente que el Duce prevé el empeoramiento de la situación en un futuro inmediato, como lo indicó en su discurso de hoy, cuando dijo que “Italia permanece ecuánime en estos momentos porque está consciente de su fuerza, de su espíritu y de la calidad de sus armamentos”. En ese discurso Mussolini aconsejó a todos los fascistas que estuvieran perfectamente listos para hacer frente a cualquier situación que el destino les depare.

     A pesar de la exageración natural que encerraban las palabras del Duce, en general las frases pronunciadas por el jefe del Gobierno no auguran nada bueno.
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 Continuará.......




















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