LA
HIGIENE EN LA CIUDAD DE MÉXICO EN EL SIGLO XV
Las instituciones responsables de la higiene
fueron, el Ayuntamiento, a través de la Junta de Policía. Actualmente se
entiende por policía, el buen orden
que se observa y guarda en las ciudades, cumpliéndose las leyes u ordenanzas
establecidas para su mejor gobierno, pero para entender mejor este significado,
recurrimos a George Rosen, quien afirma “que la policía se define como una rama
de la administración pública, la cual surge porque el propósito adecuado de
todo gobierno es establecer normas que aseguren el bienestar del pueblo. La
ciencia de la policía puso las bases para el desarrollo del concepto de policía médica, surgido en Alemania, ya
que el bienestar y la prosperidad se manifiestan en el crecimiento de la
población; se deben adoptar las medidas para cuidar la salud de la gente y para
que aumente su número, idea vigente en el siglo XVIII. Así pues, un programa
gubernamental debe de preocuparse entre muchas otras cosas, por asegurar la
higiene ambiental, por establecer medidas para la limpieza y servicios de la
ciudad, prevención de epidemias, la reglamentación de la práctica médica y
quirúrgica, garantizar la pureza de los alimentos y del agua, para lo cual se
debe establecer reglamentos.” 1
1. Rosen, George, De la policía médica a la medicina social. Ensayos sobre la historia de la atención a la salud, traducción de Humberto Sotomayor, México, Siglo XXI Editores, 1985, p. 158.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII entró
en una nueva etapa de desarrollo, debido a la creación del concepto de policía
médica, “de aquí que los médicos adoptaran el término de policía y empezaran a
aplicarlo a los problemas médicos y de salud. El cuerpo policial estaba
obligado no sólo a tratar a los enfermos, sino también a supervisar la salud de
la población y evitar los factores dañinos.”2
2.Idem, p. 158.
Fue este organismo el
que tuvo mayor influencia en el saneamiento del medio, más que el Tribunal del
Protomedicato. Por tanto, la policía médica, al igual que la Junta de Policía
en la Nueva España se encargaban de las ordenanzas y normas de higiene. El Real
Tribunal del Protomedicato y los virreyes.
1.- Los mercados
Como depósitos que son
de sustancias alimentarias, los mercados son más perniciosos para la salubridad
sino están sujetos a reglas de higiene. Entre los productos que debieron de
estar más reglamentados, estaban las carnes, restos de animales y los
preparados del maíz.
En el siglo XVIII hubo dos grandes mercados el
de la Plaza Mayor, trasladado por el segundo conde de Revillagigedo a la Plaza
del Volador3 y, el del Parián.4
3. La plaza llevó ese nombre, porque en el sitio donde hoy se ubica la Suprema Corte de Justicia, fue durante la época prehispánica donde se celebraba el juego del Volador.
4. El Parián fue el emporio de la elegancia y el lujo; a los comerciantes de ese lugar se les llamó tratantes de Filipinas, gremio de chinos o filipinos, porque la voz es filipina y se aplicaba en Manila al lugar donde se vendían las cosas de importación de Europa y de la Nueva España.
Según comenta Armando Farga “en 1714 se dictó
una legislación referente a mercados, con la cual se prohibió que en la Plaza
Mayor se mataran y desollaran animales, cuya carne serviría para el abasto del vecindario, porque contribuía a aumentar el mal
olor en la ciudad."5 Sin embargo sabemos que
esto no sucedió, pues avanzado el siglo XVIII aún se continuaba practicando.
5. Farga, Armando, Historia de la comida en México, 2ª Ed., México, Litografía México, S.A., 1980, p. 64.
Y para que hubiera aseo, hermosura y salud se
sugirió que en 1788 todos los vendedores que asistieran al mercado de la Plaza
Mayor contribuyeran económicamente para mejorar las instalaciones. Del aseo
particular de la Plaza también se preocuparon varios virreyes entre ellos el
marqués de Casafuerte, el marqués de las Amarillas y los dos condes de
Revillagigedo.6
6. AHDF, Ramo: Puestos, Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 12, Oidor de la Real Audiencia Domingo Trespalacios y Escandón, México, 28 de junio de1760,3 f.
Francisco Sedano comenta que “Esta plaza, cuando
estaba el mercado era muy fea y de vista muy desagradable. Encima de los
techados de tejamanil había pedazos de petate, sombreros y zapatos viejos y
otros harapos que echaban sobre ellos…De noche se quedaban a dormir los
puesteros debajo de los jacales, y allí se albergaban muchos perros que se
alborotaban y a más del ruido que hacían se abalanzaban a la gente que se
acercaba, de aquí que por orden superior se mandara a los serenos guarda
faroles que mataran a los perros, pagándoles cuatro pesos el ciento.”7
7. Sedano, Francisco, Noticias de México. Crónicas del siglo XVI al XVIII, nota preliminar: Joaquín Fernández de Córdoba, México, Talleres Gráficos de la Nación,1974, (Colección Metropolitana), vol. 3, p. 40.
Juan de Vieyra escribía que “dicho mercado
estaba en forma de calles con muchos tejados o barrancas, debajo de los que
había innumerables puestos de tiendas de legumbres y semillas, de azúcares y
panes, de carnes y pescados. Asimismo había otra calle donde estaban las
talameras, otra para las cocineras que preparaban distintas viandas para el
almuerzo de la multitud de gente que traficaba en esta plaza.”8
8. Vieyra, Juan de, Breve compendiosa narración de la ciudad de México, 1777, prólogo y notas: Gonzalo Obregón, México Editorial Guaranica, 1952, p. 40.
El otro gran mercado de
la ciudad fue el del Parián ubicado en la calle que se llamó de la Alhóndiga,
cerca de la Merced, corriendo con mala suerte porque frecuentemente fue
destruido por los incendios y reconstruidos otras tantas.
El Parían tenía la forma de una ciudadela,
contaba con ocho puertas y cuatro calles, con su plaza en medio, conocida como
el Baratillo Grande, donde había tiendas de todo género, loza, plata, calzado,
vestidos, etc., para cuidar el buen manejo en las ventas, el estado de los
comestibles y el de la higiene pública, el virrey Revillagigedo publicó un reglamento
para los mercados de México, fechado el 11 de noviembre de 1791.9
9. AGN, Ramo: Obras públicas, t 8, exp. 4, Reglamento para el mercado principal establecido en la plaza del Volador, elaborado por el segundo conde de Revillagigedo, México, 26 de octubre de 1791, f. 58-65.2.- Puestos Callejeros
En 1760 se dictó un bando, según la Junta de
Policía, “contra los vendedores de almuerzo, dando por resultado el desalojo de
algunos puestos.”10 Más adelante otro bando a cargo del segundo
conde de Revillagigedo el 31 de agosto de 1790, donde se refería a “la limpieza
de la ciudad, se prohibía que en la calle hubiera fruteras, almuerceras y mesas
de <comistrajos>, todos estos puestos debían de instalarse dentro del
mercado.”11 Por su parte la Junta
de Policía insistía en que las fruteras, almuerceras y otros vendedores que
ensuciaban las calles y esquinas con sus puestos, jacales y desperdicios,
debían retirarse a las plazas y plazuelas en donde sólo podían tener dos
sombras, una para defenderlos de los rayos del sol y otra de los vientos, pero
al retirarse a sus casas debían dejar todo limpio.
10. AHDF, Ramo: Puestos, Plaza Mayor, vol.3618, exp. 13, Junta de Policía, México, 19 de mayo de 1770, f. 6.
11. AHDF, Ramo: Licencia para la limpieza de la ciudad, vol. 3241, exp. 42, Bando de Revillagigedo, México 31 de agosto de 1790,f. 1.
El Tribunal del Protomedicato sostenía que “Es
materia y causa de contaxio, que oprimidos los hombres, de la suma necesidad
del hambre, coman ansiosamente sin consideración cualquier alimento, aunque no
sea conveniente, como son raizes de ierbas, pan de salvado, etc., de que se
engendran malos humores y muy dispuestos a pestilenciales achaques.”12
12. AHDF, Ramo: Policía, Salubridad, vol. 3668, Tribunal del Protomedicato, México, 1696, f. 1.
A pesar de los
reglamentos dictados, se ponían multitud de vendimias, almuercerías,
panaderías, tocinerías, puestos de frutas y fondas ambulantes que se extendían
hasta el Palacio Virreinal, cuyas piezas interiores de la planta baja servían
de bodegas para que los vendedores de la plaza encerraran sus vendimias, además
de que algunos de ellos dormían allí. De aquí que hasta el Palacio y sus
alrededores, estuvieran siempre sucios. La elegancia del lugar quedaba para el
piso alto, en donde ya se veían las paredes tapizadas de terciopelo.
Farga menciona que “en la segunda mitad del
siglo XVIII se multiplicaron los puestos donde se vendía sólo comida y bebida,
aparte de los comedores que se iban estableciendo en los mesones y posadas.
Estos puestos, denominados como fondas, también tenían que ser objeto de una
inspección sanitaria.”13
13. Farga, Armando, op. cit, p. 75.
No sólo los puestos de
comida fueron un problema para la ciudad, la Junta de Policía mandaba que
ningún zapatero de viejo ni otro oficial podría trabajar en las calles, plazas
u otros sitios públicos, pues además que estorbaban, eran perjudiciales a la
limpieza. También era muy molesto el trabajo de los herradores, llenaban y
ensuciaban las calles con bancos y cabalgaduras. Por lo tanto, estaban
obligados a que ejercieran su oficio en el patio de las casas si las tuvieran o
en su defecto en los barrios, eligiendo un lugar, para no estorbar.
Pero todo esto no fue suficiente para
retirar los puestos de las calles ni para resolver el problema.
3.- LAS CARNICERÍAS
Desde el inicio del
virreinato le correspondió al Ayuntamiento la tarea del abastecimiento de carne
para la población de la ciudad por lo que al lugar donde se guardaba y
sacrificaba las reses se llamara “abasto”. Sólo el gobierno podía tener el
negocio que se le otorgaba a un contratista o monopolista, con cuatro años de
vigencia. Este se comprometía a surtir la carne que fuera necesaria para las
necesidades de la población, expendiéndola en tablas o locales distribuidos
entre el centro de la ciudad y los barrios indígenas. Fue hasta 1813 que el
comercio se liberó, a raíz de un decreto expedido por las cortes españolas.
El
virrey Ortega Montañés hacía saber en la instrucción que dejó al conde de
Moctezuma que “un constante problema en este ramo, además del de dar menos
onzas por un real, era que del rastro se llevaba la carne recién muerta a las
carnicerías, sin higiene alguna. Para remediar el problema, él ordenó que por
las tardes se matasen los animales y hasta la mañana siguiente se entregase la
carne, pero ya desangrada y limpia."14
14. Martín, Norman F., Instrucción reservada que el Obispo virrey Juan de Ortega Montañés dio a su sucesor en el mando el conde de Moctezuma, Prólogo y Notas, México, Editorial Jus, 1965, pp. 77-78.Esto fue a causa de los fraudes en el ramo de las carnicerías que eran dos: uno, el engaño al consumidor en el peso de los productos, pues las básculas estaban manejadas y, dos, por el mal estado de la carne.
El segundo conde de Revillagigedo mandaba que “los dueños del trato de matanzas establecidos en el rastro no debían vender los vientres de las reses llenos de la inmundicia ni derramar su sangre en la calle, por lo tanto, se ordena que se vendieran vacíos y que los excrementos y la sangre se arrojaran al campo.”15
15. AHDF, Ramo: Licencia para la limpia de la ciudad, vol. 3240, exp. 33, Bando de Revillagigedo, México, 12 de diciembre de 1789, f. 25.
Las Actas de Cabildo también muestran el
desorden que había en el rastro, con fecha de 1792 dicho organismo solicitaba
“el expediente de carnicerías para ver el estado en que estaban, pues el
descontento de la población era manifiesto, argumentando que la plazuela del
rastro y todos los sitios donde se vendían carnes, estaban hechos un muladar que causaba severos
perjuicios a los que por ahí transitaban.”16
16. AHDF, Actas de Calbildo, vol. 112-A, México, 16 de enero de 1792, f. 3.
Posteriormente, Francisco Xavier Venegas, virrey
de 1810 a 1813, publicó un bando fechado el 5 de febrero de 1812 donde
anunciaba la libertad en la venta de la carne; es decir, se acababa el
monopolio que había existido durante todo el virreinato. “Se concedía absoluta
libertad a toda persona que introdujera carneros y chivos castrados a la
capital, el único requisito consistía en pagar la alcabala, aunque fuera por el
consumo de casas particulares.” Un punto más del bando decía que “para evitar
fraudes de ventas de carnes mortesinas y de otros animales prohibidos, se
encarguen los señores intendente, corregidor, capitulares y sobre todo jueces
de plaza, quienes por sí y por medio de los fieles repesadores zelen y cuiden de que no haya
semejantes abusos en perjuicio de la salud pública y de la buena fé del trato.”17
17. AGN, Ramo: Mercados, t 6, exp. 6, Bando de Francisco Xavier Venegas sobre el abasto de carnes, México, 5 de febrero de 1812, f. 1.En otro bando de 1813, Venegas añadía que “era tiempo de suprimir las trabas que aún subsistían, por lo que reiteraba que había libertad absoluta de matar ganado y vender carne en los puestos y parajes para el abasto del público.”18
18. AGN, Ramo: Mercados, t 6, exp. 9, Bando de Venegas sobre la libertad de vender carne, México, 1813, sin fecha completa, f. 186.4.- LAS TOCINERÍAS
Estaban situadas en diversas calles de la ciudad
de México, lo que era una ventaja para el vecindario, así, podían obtener carne
de cerdo y los demás productos que salían del mismo; pero también eran muchas
las desventajas, pues en el mismo local se criaban y mataban, se procesaban y
se tiraba lo que no servía. Juan de Vieyra menciona que “para 1777 había en la
ciudad de México 42 tocinerías”19, lo que sin duda alguna
complicaba más los problemas.
19. Vieyra, Juan de, op. cit, p. 103.
Tanto los virreyes como
la Audiencia, el Ayuntamiento y el Real Tribunal del Protomedicato no podían
permitir que un espacio tan limitado como era el centro de la ciudad, hubiera
una gran cantidad de cerdos. Por lo que, era necesario asignar un sitio para
criarlos y matarlos, muchos virreyes se empeñaron en conseguirlo, pero los
fuertes capitales que los comerciantes tenían invertidos en sus negocios, en la
ciudad, eran un obstáculo para las ideas de los virreyes.
Sin embargo, el organismo que puso más atención
y que lo tomó con mayor seriedad fue la Junta de Policía, quien mandó nombrar
al conde de Fuenclara, a través de un decreto fechado el 23 de noviembre de
1743, “que las zahúrdas –pocilgas- se retiraran de la ciudad dando un mes para
desalojar. Las respuestas como siempre sucede en estos casos es quejarse y
muchos se negaron a cambiar de domicilio”20
20. AHDF, Ramo: Policía, Salubridad, Zahurdas, vol. 3687, t. 1, exp. 5, Aviso de la Junta de Policía a los vendedores de cerdos, México, 9 de julio de 1743, f.2.
Como no se obtuvieron
respuestas, aunque la Junta de Policía tomara medidas para prevenir en lo
posible inmundicias y mal olor se publicó un bando sobre el trato de
tocinerías. En dicho documento los señores Josef Francisco de Cuevas Aguirre y
Espinosa, corregidor y abogado de la Real Audiencia y Francisco Antonio de
Casuco y Peña, regidor de la ciudad, establecieron que:
“En atención de haberse presentado en este
Juzgado por la parte de los dueños de Casas del trato de tocinería de esta
Ciudad, el total desorden que hay en las ventas de carnes de los cerdos y los
perniciosos abusos que se experimentan por extenderse como se expenden, todo el
año en las calles, plazas, conventos, mezones y demás parages, consumiéndose en
esto…cerdos mantenidos de basura, vasofias y demás inmundicias de las calles y
muladares…causando enfermedades por lo nocivo y desustanciado de semejantes
carnes”, dictaron en el año de 1756 que de esa fecha en adelante “ninguna
persona pueda salir a los caminos, calzadas, ni contornos a atajar, comprar ni
regatonear ningunas carnes, lechones, cerdos, ni demás efectos de Tocinería, ni
puedan matarlas, comerciarlas, ni venderlas en esta ciudad, calles, plazas,
puestos, conventos, mezones, ranchos, trapiches, ni otros parajes, pues
solamente pueden matarse y expenderse en las casas regladas y matriculadas de
este trato, ni tampoco puedan con título de encomenderos tener puestos públicos
ni secretos en parte alguna.”21
21. AHDF, Ramo: Policía, Salubridad, Zahurdas, vol.3687, t. 1, exp. 12, Bando sobre Zahurdas, México, 22 de diciembre de 1756, f. 1.
Respecto a la carne de cerdo el virrey marqués
de Cruillas expresaba en un informe que “una de las causas del vómito negro que
padecían los europeos que llegaban a la Nueva España, era su modo de vivir,
refiriéndose a los productos que consumían. Comían carne fresca de tocino y
animales no castrados, agregando que <<…estas comidas malsanas y de
difícil digestión se acumulan en los primeros días, causan fermentaciones
extraordinarias, alteran la bilis y la inclinan a la putrefacción>> El
virrey señalaba que se sería conveniente obligar a los pueblos de indios a
domesticar el ganado, castrando a los machos cuando eran pequeños.”22 Puedo estar de acuerdo,
pero si castraran a los machos de pequeños llegaría un momento que no habría
más animales, se necesitaban machos para la reproducción.
22. Rodríguez, Martha Eugenia, op. cit. p. 157.
El Tribunal del Consulado enviaba al virrey un
informe sobre la conservación y mantenimiento de obras públicas, donde escribía
que “…se ven multitud de cerdos que raro es el vecino que no los tiene. Estos
perjudiciales animales andan sueltos sin otra zahúrda, ó habitación que la de
sus propios dueños, pues contra toda ley viven unos, y otros juntos. Ellos
andan libremente hosando por las calles, plazas, caminos y calzadas destrozando
los bordes de las zanjas; arrancando las nuevas plantas de árboles recién
puestos…”23
23. AGN, Ramo: Obras Públicas, t. 33, exp. 1, Informe del Tribunal del Consulado al rey, México, 16 de mayo de 1793, f. 4-11.
El 17 de diciembre de 1792 Revillagigedo dictó
un bando donde expresaba que “por convenir a la salud pública y policía de la
ciudad, mandaba renovar las importantes
providencias que contenían los documentos expedidos el 22 de diciembre de 1756
y el 28 de septiembre de 1778 por la Junta de Policía, en los cuales quedaba
señalado el total desorden que existía en la venta de carnes y demás efectos de
los cerdos, cuya carne podía producir enfermedades a los ciudadanos. Reiteraba
lo ya dicho, que únicamente se podría matar y expender los credos en las casas
regladas. Prohibía la reventa y la cría de cerdos garitas para adentro; sólo se
permitía criarlos garitas afuera en chiqueros cerrados.”24
24. AHDF, Ramo: Licencia para la limpia de la ciudad, vol. 3240, t. 1, exp. 12, Bando de Revillagigedo sobre la higiene pública, México, 17 de febrero de 1792, f. 1.
Por lo anterior, se ha
visto que el descuidos en el ramo de tocinerías eran perjudiciales para la
salubridad pública, de aquí la importancia de cumplir con los reglamentos
dictados por las autoridades y cumplir con las mínimas reglas indispensables,
como eran el que en toda casa donde se mataran cerdos, tuviera los espacios
necesarios para cebarlos y que las zahúrdas tuvieran atarjeas por donde
circulara el agua. Otro punto, era vigilar que no se mataran más animales de
los que se comieran, para evitar acumulación de carne y sus derivados.
5.- LAS VACAS
Toda persona que
quisiera ordeñar a las vacas en las plazas tenía que pedir un permiso a la
Junta de Policía. Como siempre argumentaban que necesitaban dinero para
sostener a sus familias y por otro lado que lo hacían en las plazas para
favorecer a los vecinos. Muy cómodos, se establecían donde mejor les acomodaba,
y por otro lado como nadie les decía nada, ni siquiera pagaban y tampoco iba el
ganado a pastar, porque siempre deambulaban por la ciudad.
Juan de Vieyra menciona que “en 1777 había 5
amplias plazas y 23 plazuelas. Entre las que ocuparon los ordeñadores de vacas
están las del Colegio de Niñas (hoy Bolívar y Venustiano Carranza), la del
Puente de la Mariscala (Aquiles Serdán), la de la Concepción (Belisario
Domínguez), la de San Sebastián (Rodríguez Puebla), la de Pacheco (San Marcos),
la de San Pablo (hoy con el mismo nombre), la de Tenespa (calle de Ecuador) y
la de Santa Catarina (calle de Brasil).”25
25. Vieyra, Juan de, op. cit. p. 24.
Para conceder el
permiso, el corregidor de la Junta de Policía advertía que éste se otorgaría si
el solicitante cumplía con los siguientes requisitos:
“que las vacas fueran
de las mansas, que debían dejar diariamente limpio el sitio, que el dueño de
las vacas se hiciera responsable de cualquier percance y finalmente que se
retiraran de la plaza a las ocho de la mañana.”26
26. AHDF, Ramo: Ordeña de vacas, vol. 3392, t. 1, exp. 1, leg. 1, Juan José Montes de Oca pide permiso para ordeñar vacas en la plazuela de San Pablo, México, 27de agosto de 1799, f. 5.
Las vacas podían andar sueltas desde el
momento que la Catedral daba la queda y hasta las ocho de la mañana. Por tanto,
durante el día, las plazas eran el tránsito de los vecinos y por la noche como
establos. Pero aunque la plaza quedara bien aseada, siempre quedaba el olor y
los excrementos que dejaban por las calles hasta llegar a los lugares de
ordeñe. Una cosa a destacar es que si dejaban de ir días consecutivos, perdían
la licencia.
6.- LAS PANADERÍAS
En lo referente a las
panaderías, las autoridades ponían atención, porque eran varios los problemas
que este ramo enfrentaba: el de la reventa y el de la calidda e higiene del pan
y el aseo del local.
Juan de Vieyra señala que “en toda la
circunferencia de la Plaza Mayor había puestos de pan de todas calidades,
además había innumerables puestos y cajones repartidos en toda la ciudad que
estaban en las plazuelas y calles; para 1777 había 46 panaderías.”27
27. Vieyra, Juan de, op. cit, p. 103.
En 1777 la Junta de Policía expresaba que ya el
primer conde de Revillagigedo había afirmado que “se prohíbe el venderse pan
por repartidores, canasteros, tlacuaperos, ni en las casas de vecindad, ni en
asesorías independientes de las panaderías. Sólo el pan que sobre, se puede
vender en la plaza con la ganancia que se pudiera, advirtiendo que estaba
frío.”28
28. AHDF, Ramo: Panaderías y pulperías, vol. 3452, t. 1, leg. 1, exp. 13, Bando para prohibir la excesiva ganancia de los panaderos, México, 16 de agosto de 1777, f. 1.
Más adelante, en 1780 el virrey Mayorga, quien
gobernó de 1779 a 1783, envió al rey un decreto para su aprobación, cuyo
contenido era el reglamento de panaderías. El documento señalaba que “desde el
23 de diciembre de 1776 se había prohibido vender el pan en puestos públicos y
en las calles, por lo que se fijaron los sitios para su venta, que debían ser
únicamente las panaderías, pues el alimento, que era tan recomendable y
necesario, al ser vendido fuera, corría riesgos con las inclemencias de los
tiempos.”29
29. AHDF, Ramo: Panaderías y pulperías, vol. 3452, t. 1, leg. 1, exp. 30, Decreto de Mayorga donde solicita al rey autorice el reglamento de panaderías, México, 4 de septiembre de 1780, f. 51.
En tiempo de secas el
pan se ponía <<cuerudo>>; en tiempo de lluvias se mojaban las
canastas y el pan no servía. Otras veces a los que llevaban el pan les sucedía
de todo, se caían, resalaban, el pan iba al lodo o tierra y no le importaba
limpiarlos, lo vendían así.
Un punto interesante no sólo en materia de
higiene sino también en el campo de la tecnología, es el concerniente a la
manera de elaborar el pan. En esta época no era común que alguien se preocupara
en sí la masa estaba limpia o no, si se lavaban las manos los panaderos o si se
tapaban la cabeza por el sudor.
Por otro lado, si uno quería hacer bien el
pan, necesitaría mecanizar acciones o trabajos nuevos, para esto tenían que
pedir permiso a la Junta de Policía, pero había un pero, la burocracia que
existía a veces obligaba a desistir por el tiempo que pasaba para que le dieran
los permisos correspondientes.
En
1773 el señor Francisco Antonio Horcasitas inició las gestiones para poder
utilizar una máquina que “beneficia la masa sin el contacto de la mano de los
operarios. Sirve para cernir la harina con el movimiento de una bestia."30
30. AHDF, Ramo: Panaderías y pulperías, vol. 3452, exp. 37, Informe sobre la máquina inventada por don Francisco Antonio Horcasitas para amazar la masa con más limpieza, México, 6 de febrero de 1779, f. 79.
El propietario,
proponía que “amasar y apuñar la masa con molinetes, sin que los
operarios metieran las manos. La masa se introducía con una pala, la máquina la
cerniría y la sobaría.” Añadía que “los médicos vieron bien en evitar el
manoseo con que los operarios, ó ya con dañado cutis, ó ya con fiebre, ú otras
enfermedades infeccionarían las masas, de lo que el público resultaba
perjudicado…, ya que por lo general, los panaderos eran gente inculta e
inmunda.”31
31. Idem.
Después de muchos años
de lucha, Horcasitas obtuvo positivas respuestas a sus dos peticiones.
Consiguió la autorización para poner en marcha la máquina y vender el pan en
puestos pequeños, aparte de en la panadería, pero se le aclaró que no estaba
autorizado a aumentar los precios del pan.
La Junta de Policía se convenció del instrumento
recién inventado, diciendo que “se fabricaba el pan con una limpieza muy
superior a la que se estila, pues con la máquina se evita la fatiga de los
operarios, ni les agita la sangre, ni el sudor o fluidos de que son
consiguientes las infecciones y suciedades que se comunican al pan.”32
32. Idem, f. 17.
Pero de todas formas era imprescindible la
limpieza para la higiene pública, para así lograr la salud de la población.
7.- LA ROPA USADA
Durante el siglo XVIII
las constantes epidemias sobre todo la de viruela, ocasionaron muchas muertes,
por lo que se tomaban precauciones, como el poner en cuarentena a los enfermos.
Para tal fin se establecieron Lazaretos y hospitales provisionales a cierta
distancia de las zonas urbanas. También se tomaron otras medidas, como la
inhumación de las víctimas en cementerios alejados, la interrupción de las
comunicaciones y la prohibición de vender o empeñar ropa, sábanas, frazadas,
trastes y muebles que hubieran pertenecido a los fallecidos.
El segundo conde de Revillagigedo le dejó a
su sucesor el marqués de Branciforte instrucciones al respecto, por lo que este
marqués emitió un bando en noviembre de 1797 que prohibía la venta o empeño de
la ropa que se ministraba a los virolentos, decía que “…con dolor mío he sabido
que los mismos padres y parientes de los enfermos socorridos venden o empeñan
las frazadas, camisas y demás ropa que se les ha administrado. Sin embargo,
para evitar contagios, me veo precisado a evitar por todos los medios tan
perniciosos abuso y solicito a la Junta de Policía que estuviera pendiente de
que se cumpliera lo dictado en el bando."33
33. AGN, Ramo:Epidemias, t. 6, exp. 2, Bando del virrey Branciforte al público en general, prohibiendo la venta de ropa de enfermos, México, 16 de noviembre de 1797, f. 22-23.
Así mismo, Felix María Calleja, virrey de 1813 a
1816, publicó un bando el 14 de mayo de 1813 prohibiendo a los tenderos y
baratilleros que compraran o recibieran en prenda las frazadas y ropa que
ministraba la caridad a los enfermos de alguna epidemia. El documento decía:
“Habiendo llegado a mi noticia que algunas personas de las que asisten de cerca
a los desvalidos enfermos de esta Capital,…les quitan las frasadas que les
sirven de único abrigo, vendiéndolas en el Baratillo, ó empeñándolas en las Tiendas,
de cuyo tráfico puede también resultar la propagación de la actual epidemia; he
resuelto prohibir, como prohíbo a los Tenderos y Baratilleros, que durante ella
compren ó reciban en prenda frasadas, ni ropa alguna de cama, baxo la multa de
diez pesos aplicados la mitad al denunciante,…encargando a los Gefes y
Autoridades respectivas la mayor vigilancia sobre el cumplimiento de esta
resolución.”34
34. AHFM (Archivo Histórico de la Facultad de Medicina), Bando del virrey Felix Calleja prohibiendo la compra venta de ropa de enfermos, México, 14 de mayo de 1813, f. 2.
Era más fácil prevenir
las epidemias que exterminarlas, por eso la importancia de poner atención a lo
que concernía a la salubridad.
8.- LOS BAÑOS Y
LAVADEROS
Cabe notar que de
acuerdo a los documentos consultados, al hablar de baños, se refieren a los
temazcales –que eran los cuartos muy calientes en que tomaban baño los indios-
y no a las letrinas.
Toda persona que estaba
interesada en abrir un baño público tenía que solicitar una licencia a la Junta
de Policía. El dueño del negocio lo podía poner en el patio de su casa o en los
lavaderos y lugares comunes, anunciando siempre a la Junta de Policía cuantos
ponía. También tenía que aprobar la licencia el virrey, además de los abusos
que se cometían en los temazcales, al bañarse juntos hombres y mujeres, hecho
que estaba prohibido, pues todo baño tenía que llevar un letrero expresando el
sexo, los problemas más frecuentes, se refieren a los desagües.
La Junta de Policía afirmaba que “del baño a la
calle Canoa (hoy Donceles), derramando mucha excreta, procedente del lugar
común del baño que está en la calle de la espalda…insistían en que debían tener
agua limpia, ser de buen tamaño, con respiraderos, bien aseados, especificar bien a que sexo estaban
destinados, establecer una separación entre el cuarto destinado a la leña y el
del baño propiamente dicho, así como la habitación para el remojo u
<<oficina del temazcal>>; el cuarto con los lugares comunes debía
tener su llave y el lavadero, que debía ser de regular extensión, tenía que
contar con su propia corriente de agua para el abasto de las lavanderas."35
35. AHDF, Ramo: Policía, Baños y lavaderos, vol. 3621, t.1, exp. 12, Reconocimiento de la Junta de Policía al Baño de la Quemada en el barrio de San Pablo, México, 23 de septiembre de 1795, f. 8.
Valle-Arizpe comenta que “los baños escaseaban
durante el coloniaje, no sólo los públicos sino que los había en poquísimas
casas, y éstos eran los dichos placeres. Los encopetados señores solamente los
tomaban muy de lejos en lejos…Los muy aseados se limpiaban el cuerpo con
pomadas más o menos finas y olorosas, no con agua y jabón y un fuerte estropajo."36 Además de la escasez de
baños, los pocos que existían no siempre eran accesibles a toda la población.
36. Valle-Arizpe, Artemio de, Calle vieja y calle nueva, México, Editorial Jus, 1949, p. 396.
En las Actas de Cabildo, se dice que “el
administrador de los Baños del Peñón no debía imponer que se bañaran de manera
gratuita la gente de escasos recursos económicos ni que se opusieran a que
sacaran agua del hervidero para utilizarla como medicina, costumbre que
provenía del México Prehispánico, utilizada frecuentemente después del parto."37
37. AHDF, Actas de Cabildo, vol. 111-A, 5 de diciembre de 1791, f. 2
Como dice Solange Alberro sobre los dos
grupos humanos enfrentados –españoles e indígenas- que, “pese a sus prácticas
distintas no participan en realidad de condiciones radicalmente opuestas, si
tomamos en cuenta el juicio favorable y hasta elogioso formado por los primeros
españoles que llegaron a nuestro territorio, misioneros y guerreros, acerca de
los usos americanos del baño."38
38. Alberro, Solange, Del gachuín al criollo o de como los españoles de México dejaron de serlo, México, El Colegio de México, 1992, (Jornadas, 122), p. 88.
Los lavaderos de ropa
también eran revisados por la Junta de Policía, quien autorizaba el permiso
para establecerlos siempre y cuando se sujetaran al reglamento de baños. Todo
ciudadano se consideraba con derecho para disponer de las calles como si fueran
suyas, donde encontraba un derrame no muy sucia, ponían un lavadero y colgaban
una cuerda para secar. Se aprecian dos tipos de problemas, uno que las
lavanderas se quitaban la ropa y el otro la higiene.
9.- LAS BOTICAS
Los productos
medicinales que se podían encontrar en las boticas novohispanas eran múltiples,
como los bálsamos, aguas aromáticas, árabes, píldoras, extractos, yerbas,
flores, semillas, resinas, leños, animales, sales, polvos compuestos,
mercuriales, alcoholes, emplastos, ungüentos y tinturas entre muchos otros, por
lo que tenían que ser supervisados por las autoridades gubernamentales, o sea
por el Real Tribunal del Protomedicato.
EL PROTOMEDICATO EN EL
SIGLO XVIII
En el siglo XVIII, los
españoles peninsulares y los españoles americanos entendían la salud pública
como algo diferente de la percepción americana contemporánea. De hecho, para
los españoles americanos de este tiempo, la salud pública significaba la
adecuada concesión de licencias a médicos, flebotomianos, cirujanos y
farmacéuticos; la inspección de hospitales y boticas; el control de información
médica falsa o peligrosa; la supresión de impostores y curanderos, y la
impartición de justicia en casos médicos. En cambio, el americano moderno ve la
salud pública como la reglamentación de las medidas de las medidas de sanidad,
los parámetros del control de drogas, la detección de enfermedades y la atención
médica preventiva, normalmente sin costo para la persona.
Hasta cierto punto,
españoles y administradores ilustrados en las Indias españolas opinaban lo
mismo y, de hecho, el Protomedicato realizaba muchas de estas funciones de
salud pública. El Protomedicato jugó una importante función en la aplicación de
las leyes contra la promoción de curas falsas y en la divulgación de nuevos
remedios entre el público expectante. Sin embargo, en tiempos de crisis
generales, sobre todo cuando ocurrían epidemias, el Protomedicato participaba
poco en los esfuerzos por remediar los problemas de salud pública. Los
funcionarios virreinales o locales, debido a que tenían la autoridad y el
dinero, eran los que actuaban con el Protomedicato, proporcionándoles consejo y
asesoría.
MEDIDAS SANITARIAS
URBANAS EN ELSIGLO XVIII EN CIUDAD DE MEXICO.
El autor español
Salvador de Madariaga, en su panegírico que defiende a España en las Indias,
describe con elocuencia la elegancia y riqueza de las ciudades de la América
colonial hispánica. Pero más que eso, elogia su limpieza, particularmente en
comparación a sus contrapartes europeas. Por ejemplo, “cuando se compara al
Londres de finales del siglo XVII con la ciudad de México, ésta era elegante,
noble y limpia. San James Square era un receptáculo para toda la basura y
cenizas, para todos los gatos y perros muertos de Westminster. El desagüe era
deficiente, los baches abundaban por doquier y las ventanas abiertas a las
calles de Londres eran usadas para librar las casas de excremento, basura y
desperdicios con poco o ningún cuidado hacia los transeúntes. En contraste, la
ciudad de México era virtualmente un paraíso limpia y bien vigilada.”39
39. Madariaga, Salvador de, The Rise of the Spanish American Empire, Nueva York, The Macmillan Company, 1947, p.191.
Un virrey muy empeñoso fue el Marqués de Croix,
quien dictó una disposición en 1769, la cual logró muy buenos resultados.
“Mandó enlosar las aceras, desde el cimiento de las paredes de cada casa, vara
y media hacia el caño, con piedra. De igual manera se interesó por empedrar las
calles, como la de San Francisco."40
40. Rodríguez, Martha Eugenia, Contaminación e insalubridad en la ciudad de México en el siglo XVIII México, Facultad de Medicina/UNAM, serie Monografías de Historia y Filosofía de la Medicina n° 3, 2000, p. 50.
Después durante el
virreinato de don Matías de Gálvez quien gobernó de 1783 a 1784, cabe mencionar
su inquietud por la evolución de las obras públicas, a pesar de sus esfuerzos
no se consiguió mejorar el aspecto de la ciudad.
En época de lluvias el
lodo era abundante y al mezclarse con la inmundicia, dificultaba el aseo de la
ciudad y cuando se removía salía un olor pestífero a manera de humo. También
rebaños de vacas vagaban por la ciudad comiendo las basuras, también recorrían
las calles los cerdos, se sabe que el cerdo cría gran cantidad de piojos que se
propagan por todos lados y en la ropa de las personas.
Cuando el virrey Bernardo de Gálvez, hijo del
anterior inició su gestión en 1785, solicitó al Tribunal del Protomedicato que
sugiriera como enfrentar las enfermedades en tiempos de epidemias. En el
informe elaborado por la Junta de Médicos, integrada por tres protomédicos:
José Ignacio García Jove, José Ambrosio Giral y Matienzo y Juan José Matías de
la peña, además de otros médicos destacados, se señalaba que “la causa más
común de las enfermedades era el aire viciado, por la presencia de las miasmas,
toda persona que los inhalaba, estaba expuesta a contraer alguna enfermedad."41
41. AHDF, Ramo Policía, salubridad, vol. 3674, exp. 4, México, 36 f.
El informe que el
Tribunal del Protomedicato entregó al virrey Gálvez muestra claramente las
causas de las enfermedades. Un extracto del documento dice:
“Hablaremos
primeramente de la ciudad de México. Aquí, además de las cusas comunes que
pueden dar origen a una epidemia, hay otras que pueden iniciarlas o
fomentarlas. No diremos nada acerca de los lagos, ni de los canales, que
regularmente se hace referencia como las perversas madrastras de esta ciudad,
porque al respecto ya se ha dicho lo suficiente y todos los días se toman
medidas oficiales para lograr que sus aguas circulen y permanezcan limpias.
Tampoco mencionaremos los servicios sanitarios, ya que son tan pocas las casas
que cuentan con ellos, ni hablaremos de la falta de ventilación o de limpieza;
ni de los lugares donde la basura, desde las casas de vecindad se arroja a las
calles, donde… ofende a los sentidos del olfato y de la vista de los pasantes y
es muy perjudicial a la salud. No consideraremos por ahora el hecho de que en
las mañanas hasta en las calles principales las gentes “hace aguas”, que pueden
correr o no por las cunetas, ya que éstas son depósitos de toda clase de
suciedad, que con su fétido olor contamina las casas, a los habitantes y a los
pasantes. No discutiremos sobre la ropa vieja que se vende en el baratillo, y
que se empeña en las pulperías, y de la que resultan en gran parte las
enfermedades de la ciudad, porque no se sabe si lo que allí se compra viene de
una persona sana, enferma, moribunda o muerta;… Hay poca atención… para los
animales muertos en la calle, cuya descomposición infecta el aire y a los que
los respiran.”42
42. Idem, f.29.
Por otra parte, el 19 de junio de 1787 la Junta
de Policía envió una carta a Alonso Núñez de Haro y Peralta, virrey de mayo a
agosto de 1787, sobre la epidemia existente, y le mencionaba que “la mayor
parte de las causas de las epidemias tienen relación con la poca limpieza y
saneamiento de las calles de la ciudad."43
43. Idem, f. 35.
No puede decirse lo mismo de lo que ocurría en
las postrimerías del siglo XVIII. En 1789, cuando el segundo conde de
Revillagigedo llegó a ser virrey de la Nueva España, se encontró con unas
condiciones sanitarias que revolvían el estómago.44 Al ir hacia el Zócalo,
la plaza principal y la plaza del Volador, donde el deterioro sanitario era
manifiesto, observó cuerpos de perros muertos medio flotando en los canales
poco profundos y estancados. A orillas de los canales, mujeres y hombres en
cuclillas, frente a frente, “haciendo sus necesidades” y hablando a la vez con
cordialidad. Se fijó en las ventanas cerradas, sólo se abrían para tirar
excrementos. La zanja del desagüe que corría en medio de la calle, atascada con
excremento y orina de animales como de personas. Cuando el virrey llegaba al
Zócalo, debía concentrarse únicamente en sus pasos, sin mirar atrás. Si
retrocedía hacia la catedral, se encontraría que su atrio había sido convertido
en letrina. En las fuentes, veía a mujeres indias lavando a la vez sus cabezas
con pañales y mantillas de sus niñas, y a las prostitutas, bañándose, si alguna
vez lo hacían.
44. Testimonio de los informes de los protomédicos de esta capital, y otros individuos de la misma facultad en la prueba dada por el Exmo. Sr. Conde de Revillagigedo en su residencia pública. Estos testigos y las referencias de sus informes son: el doctor y maestro José Ignacio García Jove, 8 de agosto de 1796, AGNM, ramo Civil, 11, 3, fs. 1-198. Doctor y maestro José Francisco Rada, 12 de agosto de 1795, Ibidem, fs. 1-3v. Doctor Gabriel de Ocampo, 22 de julio de 1796, Ibidem, fs. 3v-13. Bachiller Mariano Arnáez, 20 de junio de 1796, Ibidem, fs. 13-27.
La insalubridad de la ciudad también se dejaba
sentir a través de las acequias. La ciudad de México, tenía tres clases de
calles, unas totalmente de agua y se transitaba por ellas sólo en canoas; otras
de tierra, en donde se encontraban las entradas de las habitaciones y por
último, las de tierra y agua. Según Valle Arizpe, “en el siglo XVIII estuvieron
en uso siete canales principales para el desagüe de la ciudad: la acequia Real,
la de la Merced, la del Carmen, la del Chapitel, la del Tezontle, la de Santa
Ana y la acequia de Mexicaltzingo."45
45. Valle Arizpe, Artemio de, Calle vieja y calle nueva, México, Editorial Jus, 1949, p. 25.
La acequia más famosa
de la ciudad corría a un costado de la Plaza Mayor, al sur, donde estaba el
portal de mercaderes, conocida como la calle de la Acequia. Era importante por
los servicios de comunicación y abastecimiento que prestaba al núcleo
poblacional. Por ejemplo, dice Valle Arizpe que:
“El canal que hacía
“calle de agua” al callejón del Espíritu Santo, no era de los amplios como los
que iban por otras rúas de la ciudad, sino que su importancia era muy
secundaria. En él se estacionaban las chalupas y barcazas para no interrumpir o
estorbar el tránsito de las que constantemente bogaban por el grande de la
calle de las Canoas. Ancladas en el Callejón eran como variados puestos
flotantes a los que se iba a comprar las diversas cosas que expedían los
indios, y así a diario había en ese lugar un perpetuo y algarero bullicio con
los compradores y los vendedores, entre los largos y cadenciosos pregones de
éstos, que se incrustaban muy sonoros en el aire, y la ininterrumpida algarabía
de los regateos con los que daban interminables vueltas sobre dos centavos o
una cuartilla.”46
46. Idem, p. 234.
El conde de Revillagigedo ante todo lo que
observó tomo medidas pertinentes, probablemente lo motivaron algunas
circunstancias como, primero que la ciudad de México necesitaba urgentemente
limpieza, segundo el virrey estaba inmerso en las prédicas de la ilustración y
tercero que Revillagigedo era lo bastante presumido como para no apartarse con
repugnancia de las cosas que vio. “Era tan aficionado a bañarse muy seguido que
inclusive firmaba los documentos en el baño. También sus roperos y tocadores
estaban aprovisionados con un gran surtido de “jabones, cepillos, uniformes
limpios con fragancia de cedro y sándalo, pantalones de colores claros y
perfumes discretos."47
47. Manfredini, James, The political Role of the Count of Revillagigedo, Viceroy of New Spain, Nueva Jersey, New Brunswick, 1949, p. 3.
Su primer paso en la limpieza de la ciudad fue
la publicación de un bando, de gran alcance y con fuertes penalidades. Los
problemas sanitarios resultaban enormes tanto por la naturaleza del hombre como
por la naturaleza del terreno. Sin forma de retirar de las casas los
excrementos y la orina, el virrey Revillagigedo ordenó que “la inmundicia se
llevara en una carreta y los excrementos en otra. Los que transportaban la
primera aparecían una hora antes de la salida del sol y permanecían fuera hasta
las ocho y media de la mañana.”48
48. AHIAH, Bando del virrey conde de Revillagigedo sobre la limpieza de la ciudad, México, 31 de agosto de 1790, Hospital de Naturales, 84, 9, fs. 112r-114v.
Cualquiera que eligiera permanecer en su cama y
vaciara las bacinicas después en la calle, enfrentaría estas multas: “doce
reales por la primera falta, el doble por la segunda y el tripe por la tercera
(artículos 1 y 2). También ordenó que los propietarios de establecimientos,
serían los responsables de deshacerse del estiércol, cascajos y desperdicios de
curtidurías y rastros de marranos. El teniente corregidor tenía el deber de
disponer del cascajo y de hacerse cargo de la reparación de edificios y obras
públicas (artículo 3). Ociar y barrer el frente de sus edificios y casas a las
seis o siete de la mañana era una obligación de la que no escapaban ni las
iglesias ni los conventos. Si no lo hacían o no apilaban la basura para que la
recogieran los basureros se les aplicaría una multa de doce pesos por la
primera falta, el doble por la segunda y el triple por la tercera, gravada
contra los propietarios y no contra los domésticos. Aquellos que no podían
pagar dinero pagaban con tres días de confinamiento solitario por la primera
falta, seis por la segunda y seis por la tercera junto con veinticinco azotes,
administrados en dos turnos en la cárcel (artículo 6).”49
49. Idem.
Revillagigedo comunicaba a su sucesor, el virrey
marqués de Branciforte que “el aseo interior de las casas no había adelantado
tanto como el exterior, el de las calles, pero no obstante se advirtió una notable
mejoría, a la cual contribuyó bastante el aseo personal de la clase más baja,
que andaba prácticamente desnuda, puesto que utilizaban una manta o sábana, que
les servía de traje, de cama y para todos los usos que había menester.”50 Revillagigedo también
comentaba que remedió muchos puntos referentes a la sanidad; por ejemplo,
estableció los mercados públicos de la plaza del Volador (hoy Pino Suárez y
Corregidora), Santa Catarina (hoy calle de Brasil) y el Factor (hoy calle de
Allende).
50. Torre Villar, Ernesto de la, Instrucciones y memorias de los virreyes novohispanos, compilación e índices: Ramiro Navarro de Anda, México, Editorial Porrúa, 1991, (Biblioteca Porrúa, 102), vol. 2, p. 1072.CURAS Y REMEDIOS POR PARTE DEL GOBIERNO
El progreso en la
sanidad fue primero responsabilidad y de los funcionarios administrativos
locales, quienes tenían tanto el dinero como la autoridad para, llevar a cabo
las mejoras que se necesitaban. El Protomedicato normalmente se encontraba como
asesor en los límites de tales esfuerzos. Sin embargo, en otros asuntos de
salud pública, los protomedicatos tenían mayor injerencia; uno de estos era
controlar la diseminación de nuevos conocimientos médicos, los cuales, si se
hubieran permitido que salieran a la luz sin control ni censura, podían haber
provocado resultados desastrosos para la población.
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Hospital de Naturales; Inquisición, 986; Matrimonios, 7, 12; Protomedicato, 1-4;
Reales Cédulas (Duplicados), 2, 14, 16-18, 22, 24, 28-30, 33-34, 36, 40, 43-45,
47, 88, 92, 106, 127, 138, 145, 151, 164, 170-171, 173, 192, 195, 197, 202,
202, 207, 209, 212; Universidad, 19, 22, 25-26, 28, 52, 66, 71, 279-283,
286-287, 471-473; Grados de Bachilleres en Medicina; Grados de Licenciados y
Maestros en Arte, 1753-1784; Informaciones de Limpieza de Sangre; Libros de
Claustro, 1771-1779, 1779-1788, 1788-1801, 1801-1817.
Archivo Histórico de la
Facultad de Medicina de la Universidad de la Ciudad de México, AHFMUCM.
Protomedicato, 1-4, 6-7, 10-12; Reales Cédulas y órdenes, 174.
Archivo Histórico del
Instituto Nacional de Antropología e Historia, ciudad de México, AHINAH,
Protomedicato, ts. 4, 12; Hospital de Naturales, 77, 84, 103-105, 144.
AHDF,
Ramo: Puestos, Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 12, Oidor de la Real Audiencia Domingo Trespalacios y Escandón, México,
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AGN,
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