miércoles, 17 de enero de 2018

LA HIGIENE EN LA CIUDAD DE MÉXICO EN EL SIGLO XV

Las instituciones responsables de la higiene fueron, el Ayuntamiento, a través de la Junta de Policía. Actualmente se entiende por policía, el buen orden que se observa y guarda en las ciudades, cumpliéndose las leyes u ordenanzas establecidas para su mejor gobierno, pero para entender mejor este significado, recurrimos a George Rosen, quien afirma “que la policía se define como una rama de la administración pública, la cual surge porque el propósito adecuado de todo gobierno es establecer normas que aseguren el bienestar del pueblo. La ciencia de la policía puso las bases para el desarrollo del concepto de policía médica, surgido en Alemania, ya que el bienestar y la prosperidad se manifiestan en el crecimiento de la población; se deben adoptar las medidas para cuidar la salud de la gente y para que aumente su número, idea vigente en el siglo XVIII. Así pues, un programa gubernamental debe de preocuparse entre muchas otras cosas, por asegurar la higiene ambiental, por establecer medidas para la limpieza y servicios de la ciudad, prevención de epidemias, la reglamentación de la práctica médica y quirúrgica, garantizar la pureza de los alimentos y del agua, para lo cual se debe establecer reglamentos.”
1. Rosen, George, De la policía médica a la medicina social. Ensayos sobre la historia de la atención a la salud, traducción de Humberto Sotomayor, México, Siglo XXI Editores, 1985, p. 158.
      Durante la segunda mitad del siglo XVIII entró en una nueva etapa de desarrollo, debido a la creación del concepto de policía médica, “de aquí que los médicos adoptaran el término de policía y empezaran a aplicarlo a los problemas médicos y de salud. El cuerpo policial estaba obligado no sólo a tratar a los enfermos, sino también a supervisar la salud de la población y evitar los factores dañinos.”2
2.Idem, p. 158.
     Fue este organismo el que tuvo mayor influencia en el saneamiento del medio, más que el Tribunal del Protomedicato. Por tanto, la policía médica, al igual que la Junta de Policía en la Nueva España se encargaban de las ordenanzas y normas de higiene. El Real Tribunal del Protomedicato y los virreyes.

1.- Los mercados

Como depósitos que son de sustancias alimentarias, los mercados son más perniciosos para la salubridad sino están sujetos a reglas de higiene. Entre los productos que debieron de estar más reglamentados, estaban las carnes, restos de animales y los preparados del maíz.

En el siglo XVIII hubo dos grandes mercados el de la Plaza Mayor, trasladado por el segundo conde de Revillagigedo a la Plaza del Volador3 y, el del Parián.4
3. La plaza llevó ese nombre, porque en el sitio donde hoy se ubica la Suprema Corte de Justicia, fue durante la época prehispánica donde se celebraba el juego del Volador.
4.  El Parián fue el emporio de la elegancia y el lujo; a los comerciantes de ese lugar se les llamó tratantes de Filipinas, gremio de chinos o filipinos, porque la voz es filipina y se aplicaba en Manila al lugar donde se vendían las cosas de importación de Europa y de la Nueva España.
 Según comenta Armando Farga “en 1714 se dictó una legislación referente a mercados, con la cual se prohibió que en la Plaza Mayor se mataran y desollaran animales, cuya carne serviría para el abasto del vecindario, porque contribuía a aumentar el mal olor en la ciudad."Sin embargo sabemos que esto no sucedió, pues avanzado el siglo XVIII aún se continuaba practicando.
5. Farga, Armando, Historia de la comida en México, 2ª Ed., México, Litografía México, S.A., 1980, p. 64.
 Y para que hubiera aseo, hermosura y salud se sugirió que en 1788 todos los vendedores que asistieran al mercado de la Plaza Mayor contribuyeran económicamente para mejorar las instalaciones. Del aseo particular de la Plaza también se preocuparon varios virreyes entre ellos el marqués de Casafuerte, el marqués de las Amarillas y los dos condes de Revillagigedo.6
6. AHDF, Ramo: Puestos, Plaza Mayor, vol. 3618, exp. 12, Oidor de la Real Audiencia Domingo Trespalacios y Escandón, México, 28 de junio de1760,3 f.
 Francisco Sedano comenta que “Esta plaza, cuando estaba el mercado era muy fea y de vista muy desagradable. Encima de los techados de tejamanil había pedazos de petate, sombreros y zapatos viejos y otros harapos que echaban sobre ellos…De noche se quedaban a dormir los puesteros debajo de los jacales, y allí se albergaban muchos perros que se alborotaban y a más del ruido que hacían se abalanzaban a la gente que se acercaba, de aquí que por orden superior se mandara a los serenos guarda faroles que mataran a los perros, pagándoles cuatro pesos el ciento.”7
7. Sedano, Francisco, Noticias de México. Crónicas del siglo XVI al XVIII, nota preliminar: Joaquín Fernández de Córdoba, México,  Talleres Gráficos de la Nación,1974, (Colección Metropolitana), vol. 3, p. 40.
 Juan de Vieyra escribía que “dicho mercado estaba en forma de calles con muchos tejados o barrancas, debajo de los que había innumerables puestos de tiendas de legumbres y semillas, de azúcares y panes, de carnes y pescados. Asimismo había otra calle donde estaban las talameras, otra para las cocineras que preparaban distintas viandas para el almuerzo de la multitud de gente que traficaba en esta plaza.”8
8. Vieyra, Juan de, Breve compendiosa narración de la ciudad de México, 1777, prólogo y notas: Gonzalo Obregón, México Editorial Guaranica, 1952, p. 40.
 El otro gran mercado de la ciudad fue el del Parián ubicado en la calle que se llamó de la Alhóndiga, cerca de la Merced, corriendo con mala suerte porque frecuentemente fue destruido por los incendios y reconstruidos otras tantas.

El Parían tenía la forma de una ciudadela, contaba con ocho puertas y cuatro calles, con su plaza en medio, conocida como el Baratillo Grande, donde había tiendas de todo género, loza, plata, calzado, vestidos, etc., para cuidar el buen manejo en las ventas, el estado de los comestibles y el de la higiene pública, el virrey Revillagigedo publicó un reglamento para los mercados de México, fechado el 11 de noviembre de 1791.9
9. AGN, Ramo: Obras públicas, t 8, exp. 4, Reglamento para el mercado principal establecido en la plaza del Volador, elaborado por el segundo conde de Revillagigedo, México, 26 de octubre de 1791, f. 58-65.
 2.- Puestos Callejeros

En 1760 se dictó un bando, según la Junta de Policía, “contra los vendedores de almuerzo, dando por resultado el desalojo de algunos puestos.”10 Más adelante otro bando a cargo del segundo conde de Revillagigedo el 31 de agosto de 1790, donde se refería a “la limpieza de la ciudad, se prohibía que en la calle hubiera fruteras, almuerceras y mesas de <comistrajos>, todos estos puestos debían de instalarse dentro del mercado.”11 Por su parte la Junta de Policía insistía en que las fruteras, almuerceras y otros vendedores que ensuciaban las calles y esquinas con sus puestos, jacales y desperdicios, debían retirarse a las plazas y plazuelas en donde sólo podían tener dos sombras, una para defenderlos de los rayos del sol y otra de los vientos, pero al retirarse a sus casas debían dejar todo limpio.
10. AHDF, Ramo: Puestos, Plaza Mayor, vol.3618, exp. 13, Junta de Policía, México, 19 de mayo de 1770, f. 6.
11.  AHDF, Ramo: Licencia para la limpieza de la ciudad, vol. 3241, exp. 42, Bando de Revillagigedo, México 31 de agosto de 1790,f. 1.
 El Tribunal del Protomedicato sostenía que “Es materia y causa de contaxio, que oprimidos los hombres, de la suma necesidad del hambre, coman ansiosamente sin consideración cualquier alimento, aunque no sea conveniente, como son raizes de ierbas, pan de salvado, etc., de que se engendran malos humores y muy dispuestos a pestilenciales achaques.”12
12. AHDF, Ramo: Policía, Salubridad, vol. 3668, Tribunal del Protomedicato, México, 1696, f. 1.
 A pesar de los reglamentos dictados, se ponían multitud de vendimias, almuercerías, panaderías, tocinerías, puestos de frutas y fondas ambulantes que se extendían hasta el Palacio Virreinal, cuyas piezas interiores de la planta baja servían de bodegas para que los vendedores de la plaza encerraran sus vendimias, además de que algunos de ellos dormían allí. De aquí que hasta el Palacio y sus alrededores, estuvieran siempre sucios. La elegancia del lugar quedaba para el piso alto, en donde ya se veían las paredes tapizadas de terciopelo.

 Farga menciona que “en la segunda mitad del siglo XVIII se multiplicaron los puestos donde se vendía sólo comida y bebida, aparte de los comedores que se iban estableciendo en los mesones y posadas. Estos puestos, denominados como fondas, también tenían que ser objeto de una inspección sanitaria.”13
13. Farga, Armando, op. cit, p. 75.
 No sólo los puestos de comida fueron un problema para la ciudad, la Junta de Policía mandaba que ningún zapatero de viejo ni otro oficial podría trabajar en las calles, plazas u otros sitios públicos, pues además que estorbaban, eran perjudiciales a la limpieza. También era muy molesto el trabajo de los herradores, llenaban y ensuciaban las calles con bancos y cabalgaduras. Por lo tanto, estaban obligados a que ejercieran su oficio en el patio de las casas si las tuvieran o en su defecto en los barrios, eligiendo un lugar, para no estorbar.

Pero todo esto no fue suficiente para retirar los puestos de las calles ni para resolver el problema.

3.- LAS CARNICERÍAS

Desde el inicio del virreinato le correspondió al Ayuntamiento la tarea del abastecimiento de carne para la población de la ciudad por lo que al lugar donde se guardaba y sacrificaba las reses se llamara “abasto”. Sólo el gobierno podía tener el negocio que se le otorgaba a un contratista o monopolista, con cuatro años de vigencia. Este se comprometía a surtir la carne que fuera necesaria para las necesidades de la población, expendiéndola en tablas o locales distribuidos entre el centro de la ciudad y los barrios indígenas. Fue hasta 1813 que el comercio se liberó, a raíz de un decreto expedido por las cortes españolas.

     El virrey Ortega Montañés hacía saber en la instrucción que dejó al conde de Moctezuma que “un constante problema en este ramo, además del de dar menos onzas por un real, era que del rastro se llevaba la carne recién muerta a las carnicerías, sin higiene alguna. Para remediar el problema, él ordenó que por las tardes se matasen los animales y hasta la mañana siguiente se entregase la carne, pero ya desangrada y limpia."14
14. Martín, Norman F., Instrucción reservada que el Obispo virrey Juan de Ortega Montañés dio a su sucesor en el mando el conde de Moctezuma, Prólogo y Notas, México, Editorial Jus, 1965, pp. 77-78.
 Esto fue a causa de los fraudes en el ramo de las carnicerías que eran dos: uno, el engaño al consumidor en el peso de los productos, pues las básculas estaban manejadas y, dos, por el mal estado de la carne.

     El segundo conde de Revillagigedo mandaba que “los dueños del trato de matanzas establecidos en el rastro no debían vender los vientres de las reses llenos de la inmundicia ni derramar su sangre en la calle, por lo tanto, se ordena que se vendieran vacíos y que los excrementos y la sangre se arrojaran al campo.”15
15. AHDF, Ramo: Licencia para la limpia de la ciudad, vol. 3240, exp. 33, Bando de Revillagigedo, México, 12 de diciembre de 1789, f. 25.
Las Actas de Cabildo también muestran el desorden que había en el rastro, con fecha de 1792 dicho organismo solicitaba “el expediente de carnicerías para ver el estado en que estaban, pues el descontento de la población era manifiesto, argumentando que la plazuela del rastro y todos los sitios donde se vendían carnes,  estaban hechos un muladar que causaba severos perjuicios a los que por ahí transitaban.”16
16. AHDF, Actas de Calbildo, vol. 112-A, México, 16 de enero de 1792, f. 3.
 Posteriormente, Francisco Xavier Venegas, virrey de 1810 a 1813, publicó un bando fechado el 5 de febrero de 1812 donde anunciaba la libertad en la venta de la carne; es decir, se acababa el monopolio que había existido durante todo el virreinato. “Se concedía absoluta libertad a toda persona que introdujera carneros y chivos castrados a la capital, el único requisito consistía en pagar la alcabala, aunque fuera por el consumo de casas particulares.” Un punto más del bando decía que “para evitar fraudes de ventas de carnes mortesinas y de otros animales prohibidos, se encarguen los señores intendente, corregidor, capitulares y sobre todo jueces de plaza, quienes por sí y por medio de los fieles repesadores zelen y cuiden de que no haya semejantes abusos en perjuicio de la salud pública y de la buena fé del trato.”17
17. AGN, Ramo: Mercados, t 6, exp. 6, Bando de Francisco Xavier Venegas sobre el abasto de carnes, México, 5 de febrero de 1812, f. 1.
 En otro bando de 1813, Venegas añadía que “era tiempo de suprimir las trabas que aún subsistían, por lo que reiteraba que había libertad absoluta de matar ganado y vender carne en los puestos y parajes para el abasto del público.”18
18. AGN, Ramo: Mercados, t 6, exp. 9, Bando de Venegas sobre la libertad de vender carne, México, 1813, sin fecha completa, f. 186.
 4.- LAS TOCINERÍAS

Estaban situadas en diversas calles de la ciudad de México, lo que era una ventaja para el vecindario, así, podían obtener carne de cerdo y los demás productos que salían del mismo; pero también eran muchas las desventajas, pues en el mismo local se criaban y mataban, se procesaban y se tiraba lo que no servía. Juan de Vieyra menciona que “para 1777 había en la ciudad de México 42 tocinerías”19, lo que sin duda alguna complicaba más los problemas.
19. Vieyra, Juan de, op. cit, p. 103.
 Tanto los virreyes como la Audiencia, el Ayuntamiento y el Real Tribunal del Protomedicato no podían permitir que un espacio tan limitado como era el centro de la ciudad, hubiera una gran cantidad de cerdos. Por lo que, era necesario asignar un sitio para criarlos y matarlos, muchos virreyes se empeñaron en conseguirlo, pero los fuertes capitales que los comerciantes tenían invertidos en sus negocios, en la ciudad, eran un obstáculo para las ideas de los virreyes.

Sin embargo, el organismo que puso más atención y que lo tomó con mayor seriedad fue la Junta de Policía, quien mandó nombrar al conde de Fuenclara, a través de un decreto fechado el 23 de noviembre de 1743, “que las zahúrdas –pocilgas- se retiraran de la ciudad dando un mes para desalojar. Las respuestas como siempre sucede en estos casos es quejarse y muchos se negaron a cambiar de domicilio”20
20. AHDF, Ramo: Policía, Salubridad, Zahurdas, vol. 3687, t. 1, exp. 5, Aviso de la Junta de Policía a los vendedores de cerdos, México, 9 de julio de 1743, f.2.
 Como no se obtuvieron respuestas, aunque la Junta de Policía tomara medidas para prevenir en lo posible inmundicias y mal olor se publicó un bando sobre el trato de tocinerías. En dicho documento los señores Josef Francisco de Cuevas Aguirre y Espinosa, corregidor y abogado de la Real Audiencia y Francisco Antonio de Casuco y Peña, regidor de la ciudad, establecieron que:

“En atención de haberse presentado en este Juzgado por la parte de los dueños de Casas del trato de tocinería de esta Ciudad, el total desorden que hay en las ventas de carnes de los cerdos y los perniciosos abusos que se experimentan por extenderse como se expenden, todo el año en las calles, plazas, conventos, mezones y demás parages, consumiéndose en esto…cerdos mantenidos de basura, vasofias y demás inmundicias de las calles y muladares…causando enfermedades por lo nocivo y desustanciado de semejantes carnes”, dictaron en el año de 1756 que de esa fecha en adelante “ninguna persona pueda salir a los caminos, calzadas, ni contornos a atajar, comprar ni regatonear ningunas carnes, lechones, cerdos, ni demás efectos de Tocinería, ni puedan matarlas, comerciarlas, ni venderlas en esta ciudad, calles, plazas, puestos, conventos, mezones, ranchos, trapiches, ni otros parajes, pues solamente pueden matarse y expenderse en las casas regladas y matriculadas de este trato, ni tampoco puedan con título de encomenderos tener puestos públicos ni secretos en parte alguna.”21
21. AHDF, Ramo: Policía, Salubridad, Zahurdas, vol.3687, t. 1, exp. 12, Bando sobre Zahurdas, México, 22 de diciembre de 1756, f. 1.
 Respecto a la carne de cerdo el virrey marqués de Cruillas expresaba en un informe que “una de las causas del vómito negro que padecían los europeos que llegaban a la Nueva España, era su modo de vivir, refiriéndose a los productos que consumían. Comían carne fresca de tocino y animales no castrados, agregando que <<…estas comidas malsanas y de difícil digestión se acumulan en los primeros días, causan fermentaciones extraordinarias, alteran la bilis y la inclinan a la putrefacción>> El virrey señalaba que se sería conveniente obligar a los pueblos de indios a domesticar el ganado, castrando a los machos cuando eran pequeños.”22 Puedo estar de acuerdo, pero si castraran a los machos de pequeños llegaría un momento que no habría más animales, se necesitaban machos para la reproducción.
22. Rodríguez, Martha Eugenia, op. cit. p. 157.
 El Tribunal del Consulado enviaba al virrey un informe sobre la conservación y mantenimiento de obras públicas, donde escribía que “…se ven multitud de cerdos que raro es el vecino que no los tiene. Estos perjudiciales animales andan sueltos sin otra zahúrda, ó habitación que la de sus propios dueños, pues contra toda ley viven unos, y otros juntos. Ellos andan libremente hosando por las calles, plazas, caminos y calzadas destrozando los bordes de las zanjas; arrancando las nuevas plantas de árboles recién puestos…”23
23. AGN, Ramo: Obras Públicas, t. 33, exp. 1, Informe del Tribunal del Consulado al rey, México, 16 de mayo de 1793, f. 4-11.
 El 17 de diciembre de 1792 Revillagigedo dictó un bando donde expresaba que “por convenir a la salud pública y policía de la ciudad,  mandaba renovar las importantes providencias que contenían los documentos expedidos el 22 de diciembre de 1756 y el 28 de septiembre de 1778 por la Junta de Policía, en los cuales quedaba señalado el total desorden que existía en la venta de carnes y demás efectos de los cerdos, cuya carne podía producir enfermedades a los ciudadanos. Reiteraba lo ya dicho, que únicamente se podría matar y expender los credos en las casas regladas. Prohibía la reventa y la cría de cerdos garitas para adentro; sólo se permitía criarlos garitas afuera en chiqueros cerrados.”24
24. AHDF, Ramo: Licencia para la limpia de la ciudad, vol. 3240, t. 1, exp. 12, Bando de Revillagigedo sobre la higiene pública, México, 17 de febrero de 1792, f. 1.
 Por lo anterior, se ha visto que el descuidos en el ramo de tocinerías eran perjudiciales para la salubridad pública, de aquí la importancia de cumplir con los reglamentos dictados por las autoridades y cumplir con las mínimas reglas indispensables, como eran el que en toda casa donde se mataran cerdos, tuviera los espacios necesarios para cebarlos y que las zahúrdas tuvieran atarjeas por donde circulara el agua. Otro punto, era vigilar que no se mataran más animales de los que se comieran, para evitar acumulación de carne y sus derivados.

5.- LAS VACAS

 Toda persona que quisiera ordeñar a las vacas en las plazas tenía que pedir un permiso a la Junta de Policía. Como siempre argumentaban que necesitaban dinero para sostener a sus familias y por otro lado que lo hacían en las plazas para favorecer a los vecinos. Muy cómodos, se establecían donde mejor les acomodaba, y por otro lado como nadie les decía nada, ni siquiera pagaban y tampoco iba el ganado a pastar, porque siempre deambulaban por la ciudad.

Juan de Vieyra menciona que “en 1777 había 5 amplias plazas y 23 plazuelas. Entre las que ocuparon los ordeñadores de vacas están las del Colegio de Niñas (hoy Bolívar y Venustiano Carranza), la del Puente de la Mariscala (Aquiles Serdán), la de la Concepción (Belisario Domínguez), la de San Sebastián (Rodríguez Puebla), la de Pacheco (San Marcos), la de San Pablo (hoy con el mismo nombre), la de Tenespa (calle de Ecuador) y la de Santa Catarina (calle de Brasil).”25
25. Vieyra, Juan de, op. cit. p. 24.
 Para conceder el permiso, el corregidor de la Junta de Policía advertía que éste se otorgaría si el solicitante cumplía con los siguientes requisitos:

“que las vacas fueran de las mansas, que debían dejar diariamente limpio el sitio, que el dueño de las vacas se hiciera responsable de cualquier percance y finalmente que se retiraran de la plaza a las ocho de la mañana.”26
26. AHDF, Ramo: Ordeña de vacas, vol. 3392, t. 1, exp. 1, leg. 1, Juan José Montes de Oca pide permiso para ordeñar vacas en la plazuela de San Pablo, México, 27de agosto de 1799, f. 5.
      Las vacas podían andar sueltas desde el momento que la Catedral daba la queda y hasta las ocho de la mañana. Por tanto, durante el día, las plazas eran el tránsito de los vecinos y por la noche como establos. Pero aunque la plaza quedara bien aseada, siempre quedaba el olor y los excrementos que dejaban por las calles hasta llegar a los lugares de ordeñe. Una cosa a destacar es que si dejaban de ir días consecutivos, perdían la licencia.

6.- LAS PANADERÍAS

En lo referente a las panaderías, las autoridades ponían atención, porque eran varios los problemas que este ramo enfrentaba: el de la reventa y el de la calidda e higiene del pan y el aseo del local.

     Juan de Vieyra señala que “en toda la circunferencia de la Plaza Mayor había puestos de pan de todas calidades, además había innumerables puestos y cajones repartidos en toda la ciudad que estaban en las plazuelas y calles; para 1777 había 46 panaderías.”27
27. Vieyra, Juan de, op. cit, p. 103.
 En 1777 la Junta de Policía expresaba que ya el primer conde de Revillagigedo había afirmado que “se prohíbe el venderse pan por repartidores, canasteros, tlacuaperos, ni en las casas de vecindad, ni en asesorías independientes de las panaderías. Sólo el pan que sobre, se puede vender en la plaza con la ganancia que se pudiera, advirtiendo que estaba frío.”28
28. AHDF, Ramo: Panaderías y pulperías, vol. 3452, t. 1, leg. 1, exp. 13, Bando para prohibir la excesiva ganancia de los panaderos, México, 16 de agosto de 1777, f. 1.
 Más adelante, en 1780 el virrey Mayorga, quien gobernó de 1779 a 1783, envió al rey un decreto para su aprobación, cuyo contenido era el reglamento de panaderías. El documento señalaba que “desde el 23 de diciembre de 1776 se había prohibido vender el pan en puestos públicos y en las calles, por lo que se fijaron los sitios para su venta, que debían ser únicamente las panaderías, pues el alimento, que era tan recomendable y necesario, al ser vendido fuera, corría riesgos con las inclemencias de los tiempos.”29
29. AHDF, Ramo: Panaderías y pulperías, vol. 3452, t. 1, leg. 1, exp. 30, Decreto de Mayorga donde solicita al rey autorice el reglamento de panaderías, México, 4 de septiembre de 1780, f. 51.
 En tiempo de secas el pan se ponía <<cuerudo>>; en tiempo de lluvias se mojaban las canastas y el pan no servía. Otras veces a los que llevaban el pan les sucedía de todo, se caían, resalaban, el pan iba al lodo o tierra y no le importaba limpiarlos, lo vendían así.

     Un punto interesante no sólo en materia de higiene sino también en el campo de la tecnología, es el concerniente a la manera de elaborar el pan. En esta época no era común que alguien se preocupara en sí la masa estaba limpia o no, si se lavaban las manos los panaderos o si se tapaban la cabeza por el sudor.

     Por otro lado, si uno quería hacer bien el pan, necesitaría mecanizar acciones o trabajos nuevos, para esto tenían que pedir permiso a la Junta de Policía, pero había un pero, la burocracia que existía a veces obligaba a desistir por el tiempo que pasaba para que le dieran los permisos correspondientes.

     En 1773 el señor Francisco Antonio Horcasitas inició las gestiones para poder utilizar una máquina que “beneficia la masa sin el contacto de la mano de los operarios. Sirve para cernir la harina con el movimiento de una bestia."30
30. AHDF, Ramo: Panaderías y pulperías, vol. 3452, exp. 37, Informe sobre la máquina inventada por don Francisco Antonio Horcasitas para amazar la masa con más limpieza, México,  6 de febrero de 1779, f. 79.
 El propietario,  proponía que “amasar y apuñar la masa con molinetes, sin que los operarios metieran las manos. La masa se introducía con una pala, la máquina la cerniría y la sobaría.” Añadía que “los médicos vieron bien en evitar el manoseo con que los operarios, ó ya con dañado cutis, ó ya con fiebre, ú otras enfermedades infeccionarían las masas, de lo que el público resultaba perjudicado…, ya que por lo general, los panaderos eran gente inculta e inmunda.”31
31. Idem.
Después de muchos años de lucha, Horcasitas obtuvo positivas respuestas a sus dos peticiones. Consiguió la autorización para poner en marcha la máquina y vender el pan en puestos pequeños, aparte de en la panadería, pero se le aclaró que no estaba autorizado a aumentar los precios del pan.

La Junta de Policía se convenció del instrumento recién inventado, diciendo que “se fabricaba el pan con una limpieza muy superior a la que se estila, pues con la máquina se evita la fatiga de los operarios, ni les agita la sangre, ni el sudor o fluidos de que son consiguientes las infecciones y suciedades que se comunican al pan.”32
32. Idem, f. 17.
      Pero de todas formas era imprescindible la limpieza para la higiene pública, para así lograr la salud de la población.

7.- LA ROPA USADA

Durante el siglo XVIII las constantes epidemias sobre todo la de viruela, ocasionaron muchas muertes, por lo que se tomaban precauciones, como el poner en cuarentena a los enfermos. Para tal fin se establecieron Lazaretos y hospitales provisionales a cierta distancia de las zonas urbanas. También se tomaron otras medidas, como la inhumación de las víctimas en cementerios alejados, la interrupción de las comunicaciones y la prohibición de vender o empeñar ropa, sábanas, frazadas, trastes y muebles que hubieran pertenecido a los fallecidos.

    El segundo conde de Revillagigedo le dejó a su sucesor el marqués de Branciforte instrucciones al respecto, por lo que este marqués emitió un bando en noviembre de 1797 que prohibía la venta o empeño de la ropa que se ministraba a los virolentos, decía que “…con dolor mío he sabido que los mismos padres y parientes de los enfermos socorridos venden o empeñan las frazadas, camisas y demás ropa que se les ha administrado. Sin embargo, para evitar contagios, me veo precisado a evitar por todos los medios tan perniciosos abuso y solicito a la Junta de Policía que estuviera pendiente de que se cumpliera lo dictado en el bando."33
33. AGN, Ramo:Epidemias, t. 6, exp. 2, Bando del virrey Branciforte al público en general, prohibiendo la venta de ropa de enfermos, México, 16 de noviembre de 1797, f. 22-23.
 Así mismo, Felix María Calleja, virrey de 1813 a 1816, publicó un bando el 14 de mayo de 1813 prohibiendo a los tenderos y baratilleros que compraran o recibieran en prenda las frazadas y ropa que ministraba la caridad a los enfermos de alguna epidemia. El documento decía: “Habiendo llegado a mi noticia que algunas personas de las que asisten de cerca a los desvalidos enfermos de esta Capital,…les quitan las frasadas que les sirven de único abrigo, vendiéndolas en el Baratillo, ó empeñándolas en las Tiendas, de cuyo tráfico puede también resultar la propagación de la actual epidemia; he resuelto prohibir, como prohíbo a los Tenderos y Baratilleros, que durante ella compren ó reciban en prenda frasadas, ni ropa alguna de cama, baxo la multa de diez pesos aplicados la mitad al denunciante,…encargando a los Gefes y Autoridades respectivas la mayor vigilancia sobre el cumplimiento de esta resolución.”34
34. AHFM (Archivo Histórico de la Facultad de Medicina), Bando del virrey Felix Calleja prohibiendo la compra venta de ropa de enfermos, México, 14 de mayo de 1813, f. 2.
 Era más fácil prevenir las epidemias que exterminarlas, por eso la importancia de poner atención a lo que concernía a la salubridad.

8.- LOS BAÑOS Y LAVADEROS

Cabe notar que de acuerdo a los documentos consultados, al hablar de baños, se refieren a los temazcales –que eran los cuartos muy calientes en que tomaban baño los indios- y no a las letrinas.

Toda persona que estaba interesada en abrir un baño público tenía que solicitar una licencia a la Junta de Policía. El dueño del negocio lo podía poner en el patio de su casa o en los lavaderos y lugares comunes, anunciando siempre a la Junta de Policía cuantos ponía. También tenía que aprobar la licencia el virrey, además de los abusos que se cometían en los temazcales, al bañarse juntos hombres y mujeres, hecho que estaba prohibido, pues todo baño tenía que llevar un letrero expresando el sexo, los problemas más frecuentes, se refieren a los desagües.

La Junta de Policía afirmaba que “del baño a la calle Canoa (hoy Donceles), derramando mucha excreta, procedente del lugar común del baño que está en la calle de la espalda…insistían en que debían tener agua limpia, ser de buen tamaño, con respiraderos, bien aseados,  especificar bien a que sexo estaban destinados, establecer una separación entre el cuarto destinado a la leña y el del baño propiamente dicho, así como la habitación para el remojo u <<oficina del temazcal>>; el cuarto con los lugares comunes debía tener su llave y el lavadero, que debía ser de regular extensión, tenía que contar con su propia corriente de agua para el abasto de las lavanderas."35 
35. AHDF, Ramo: Policía, Baños y lavaderos, vol. 3621, t.1, exp. 12, Reconocimiento de la Junta de Policía al Baño de la Quemada en el barrio de San Pablo, México, 23 de septiembre de 1795, f. 8.
 Valle-Arizpe comenta que “los baños escaseaban durante el coloniaje, no sólo los públicos sino que los había en poquísimas casas, y éstos eran los dichos placeres. Los encopetados señores solamente los tomaban muy de lejos en lejos…Los muy aseados se limpiaban el cuerpo con pomadas más o menos finas y olorosas, no con agua y jabón y un fuerte estropajo."36 Además de la escasez de baños, los pocos que existían no siempre eran accesibles a toda la población.
36. Valle-Arizpe, Artemio de, Calle vieja y calle nueva, México, Editorial Jus, 1949, p. 396.
 En las Actas de Cabildo, se dice que “el administrador de los Baños del Peñón no debía imponer que se bañaran de manera gratuita la gente de escasos recursos económicos ni que se opusieran a que sacaran agua del hervidero para utilizarla como medicina, costumbre que provenía del México Prehispánico, utilizada frecuentemente después del parto."37
37. AHDF, Actas de Cabildo, vol. 111-A, 5 de diciembre de 1791, f. 2
      Como dice Solange Alberro sobre los dos grupos humanos enfrentados –españoles e indígenas- que, “pese a sus prácticas distintas no participan en realidad de condiciones radicalmente opuestas, si tomamos en cuenta el juicio favorable y hasta elogioso formado por los primeros españoles que llegaron a nuestro territorio, misioneros y guerreros, acerca de los usos americanos del baño."38
38. Alberro, Solange, Del gachuín al criollo o de como los españoles de México dejaron de serlo, México, El Colegio de México, 1992, (Jornadas, 122),  p. 88.
 Los lavaderos de ropa también eran revisados por la Junta de Policía, quien autorizaba el permiso para establecerlos siempre y cuando se sujetaran al reglamento de baños. Todo ciudadano se consideraba con derecho para disponer de las calles como si fueran suyas, donde encontraba un derrame no muy sucia, ponían un lavadero y colgaban una cuerda para secar. Se aprecian dos tipos de problemas, uno que las lavanderas se quitaban la ropa y el otro la higiene.

9.- LAS BOTICAS

Los productos medicinales que se podían encontrar en las boticas novohispanas eran múltiples, como los bálsamos, aguas aromáticas, árabes, píldoras, extractos, yerbas, flores, semillas, resinas, leños, animales, sales, polvos compuestos, mercuriales, alcoholes, emplastos, ungüentos y tinturas entre muchos otros, por lo que tenían que ser supervisados por las autoridades gubernamentales, o sea por el Real Tribunal del Protomedicato.

EL PROTOMEDICATO EN EL SIGLO XVIII

En el siglo XVIII, los españoles peninsulares y los españoles americanos entendían la salud pública como algo diferente de la percepción americana contemporánea. De hecho, para los españoles americanos de este tiempo, la salud pública significaba la adecuada concesión de licencias a médicos, flebotomianos, cirujanos y farmacéuticos; la inspección de hospitales y boticas; el control de información médica falsa o peligrosa; la supresión de impostores y curanderos, y la impartición de justicia en casos médicos. En cambio, el americano moderno ve la salud pública como la reglamentación de las medidas de las medidas de sanidad, los parámetros del control de drogas, la detección de enfermedades y la atención médica preventiva, normalmente sin costo para la persona.

Hasta cierto punto, españoles y administradores ilustrados en las Indias españolas opinaban lo mismo y, de hecho, el Protomedicato realizaba muchas de estas funciones de salud pública. El Protomedicato jugó una importante función en la aplicación de las leyes contra la promoción de curas falsas y en la divulgación de nuevos remedios entre el público expectante. Sin embargo, en tiempos de crisis generales, sobre todo cuando ocurrían epidemias, el Protomedicato participaba poco en los esfuerzos por remediar los problemas de salud pública. Los funcionarios virreinales o locales, debido a que tenían la autoridad y el dinero, eran los que actuaban con el Protomedicato, proporcionándoles consejo y asesoría.

MEDIDAS SANITARIAS URBANAS EN ELSIGLO XVIII EN CIUDAD DE MEXICO.

El autor español Salvador de Madariaga, en su panegírico que defiende a España en las Indias, describe con elocuencia la elegancia y riqueza de las ciudades de la América colonial hispánica. Pero más que eso, elogia su limpieza, particularmente en comparación a sus contrapartes europeas. Por ejemplo, “cuando se compara al Londres de finales del siglo XVII con la ciudad de México, ésta era elegante, noble y limpia. San James Square era un receptáculo para toda la basura y cenizas, para todos los gatos y perros muertos de Westminster. El desagüe era deficiente, los baches abundaban por doquier y las ventanas abiertas a las calles de Londres eran usadas para librar las casas de excremento, basura y desperdicios con poco o ningún cuidado hacia los transeúntes. En contraste, la ciudad de México era virtualmente un paraíso limpia y bien vigilada.”39
39. Madariaga, Salvador de, The Rise of the Spanish American Empire, Nueva York, The Macmillan Company, 1947,  p.191.
 Un virrey muy empeñoso fue el Marqués de Croix, quien dictó una disposición en 1769, la cual logró muy buenos resultados. “Mandó enlosar las aceras, desde el cimiento de las paredes de cada casa, vara y media hacia el caño, con piedra. De igual manera se interesó por empedrar las calles, como la de San Francisco."40
40. Rodríguez, Martha Eugenia, Contaminación e insalubridad en la ciudad de México en el siglo XVIII México, Facultad de Medicina/UNAM, serie Monografías de Historia y Filosofía de la Medicina n° 3, 2000, p. 50.
 Después durante el virreinato de don Matías de Gálvez quien gobernó de 1783 a 1784, cabe mencionar su inquietud por la evolución de las obras públicas, a pesar de sus esfuerzos no se consiguió mejorar el aspecto de la ciudad.

En época de lluvias el lodo era abundante y al mezclarse con la inmundicia, dificultaba el aseo de la ciudad y cuando se removía salía un olor pestífero a manera de humo. También rebaños de vacas vagaban por la ciudad comiendo las basuras, también recorrían las calles los cerdos, se sabe que el cerdo cría gran cantidad de piojos que se propagan por todos lados y en la ropa de las personas.

Cuando el virrey Bernardo de Gálvez, hijo del anterior inició su gestión en 1785, solicitó al Tribunal del Protomedicato que sugiriera como enfrentar las enfermedades en tiempos de epidemias. En el informe elaborado por la Junta de Médicos, integrada por tres protomédicos: José Ignacio García Jove, José Ambrosio Giral y Matienzo y Juan José Matías de la peña, además de otros médicos destacados, se señalaba que “la causa más común de las enfermedades era el aire viciado, por la presencia de las miasmas, toda persona que los inhalaba, estaba expuesta a contraer alguna enfermedad."41
41. AHDF, Ramo Policía, salubridad, vol. 3674, exp. 4, México, 36 f.
 El informe que el Tribunal del Protomedicato entregó al virrey Gálvez muestra claramente las causas de las enfermedades. Un extracto del documento dice:

“Hablaremos primeramente de la ciudad de México. Aquí, además de las cusas comunes que pueden dar origen a una epidemia, hay otras que pueden iniciarlas o fomentarlas. No diremos nada acerca de los lagos, ni de los canales, que regularmente se hace referencia como las perversas madrastras de esta ciudad, porque al respecto ya se ha dicho lo suficiente y todos los días se toman medidas oficiales para lograr que sus aguas circulen y permanezcan limpias. Tampoco mencionaremos los servicios sanitarios, ya que son tan pocas las casas que cuentan con ellos, ni hablaremos de la falta de ventilación o de limpieza; ni de los lugares donde la basura, desde las casas de vecindad se arroja a las calles, donde… ofende a los sentidos del olfato y de la vista de los pasantes y es muy perjudicial a la salud. No consideraremos por ahora el hecho de que en las mañanas hasta en las calles principales las gentes “hace aguas”, que pueden correr o no por las cunetas, ya que éstas son depósitos de toda clase de suciedad, que con su fétido olor contamina las casas, a los habitantes y a los pasantes. No discutiremos sobre la ropa vieja que se vende en el baratillo, y que se empeña en las pulperías, y de la que resultan en gran parte las enfermedades de la ciudad, porque no se sabe si lo que allí se compra viene de una persona sana, enferma, moribunda o muerta;… Hay poca atención… para los animales muertos en la calle, cuya descomposición infecta el aire y a los que los respiran.”42
42. Idem, f.29.
 Por otra parte, el 19 de junio de 1787 la Junta de Policía envió una carta a Alonso Núñez de Haro y Peralta, virrey de mayo a agosto de 1787, sobre la epidemia existente, y le mencionaba que “la mayor parte de las causas de las epidemias tienen relación con la poca limpieza y saneamiento de las calles de la ciudad."43
43. Idem, f. 35.
 No puede decirse lo mismo de lo que ocurría en las postrimerías del siglo XVIII. En 1789, cuando el segundo conde de Revillagigedo llegó a ser virrey de la Nueva España, se encontró con unas condiciones sanitarias que revolvían el estómago.44 Al ir hacia el Zócalo, la plaza principal y la plaza del Volador, donde el deterioro sanitario era manifiesto, observó cuerpos de perros muertos medio flotando en los canales poco profundos y estancados. A orillas de los canales, mujeres y hombres en cuclillas, frente a frente, “haciendo sus necesidades” y hablando a la vez con cordialidad. Se fijó en las ventanas cerradas, sólo se abrían para tirar excrementos. La zanja del desagüe que corría en medio de la calle, atascada con excremento y orina de animales como de personas. Cuando el virrey llegaba al Zócalo, debía concentrarse únicamente en sus pasos, sin mirar atrás. Si retrocedía hacia la catedral, se encontraría que su atrio había sido convertido en letrina. En las fuentes, veía a mujeres indias lavando a la vez sus cabezas con pañales y mantillas de sus niñas, y a las prostitutas, bañándose, si alguna vez lo hacían.
44. Testimonio de los informes de los protomédicos de esta capital, y otros individuos de la misma facultad en la prueba dada por el Exmo. Sr. Conde de Revillagigedo en su residencia pública. Estos testigos y las referencias de sus informes son: el doctor y maestro José Ignacio García Jove, 8 de agosto de 1796, AGNM, ramo Civil, 11, 3, fs. 1-198. Doctor y maestro José Francisco Rada, 12 de agosto de 1795, Ibidem, fs. 1-3v. Doctor Gabriel de Ocampo, 22 de julio de 1796, Ibidem, fs. 3v-13. Bachiller Mariano Arnáez, 20 de junio de 1796, Ibidem, fs. 13-27.
 La insalubridad de la ciudad también se dejaba sentir a través de las acequias. La ciudad de México, tenía tres clases de calles, unas totalmente de agua y se transitaba por ellas sólo en canoas; otras de tierra, en donde se encontraban las entradas de las habitaciones y por último, las de tierra y agua. Según Valle Arizpe, “en el siglo XVIII estuvieron en uso siete canales principales para el desagüe de la ciudad: la acequia Real, la de la Merced, la del Carmen, la del Chapitel, la del Tezontle, la de Santa Ana y la acequia de Mexicaltzingo."45
45. Valle Arizpe, Artemio de, Calle vieja y calle nueva, México, Editorial Jus, 1949, p. 25.
 La acequia más famosa de la ciudad corría a un costado de la Plaza Mayor, al sur, donde estaba el portal de mercaderes, conocida como la calle de la Acequia. Era importante por los servicios de comunicación y abastecimiento que prestaba al núcleo poblacional. Por ejemplo, dice Valle Arizpe que:

“El canal que hacía “calle de agua” al callejón del Espíritu Santo, no era de los amplios como los que iban por otras rúas de la ciudad, sino que su importancia era muy secundaria. En él se estacionaban las chalupas y barcazas para no interrumpir o estorbar el tránsito de las que constantemente bogaban por el grande de la calle de las Canoas. Ancladas en el Callejón eran como variados puestos flotantes a los que se iba a comprar las diversas cosas que expedían los indios, y así a diario había en ese lugar un perpetuo y algarero bullicio con los compradores y los vendedores, entre los largos y cadenciosos pregones de éstos, que se incrustaban muy sonoros en el aire, y la ininterrumpida algarabía de los regateos con los que daban interminables vueltas sobre dos centavos o una cuartilla.”46
46. Idem, p. 234.
 El conde de Revillagigedo ante todo lo que observó tomo medidas pertinentes, probablemente lo motivaron algunas circunstancias como, primero que la ciudad de México necesitaba urgentemente limpieza, segundo el virrey estaba inmerso en las prédicas de la ilustración y tercero que Revillagigedo era lo bastante presumido como para no apartarse con repugnancia de las cosas que vio. “Era tan aficionado a bañarse muy seguido que inclusive firmaba los documentos en el baño. También sus roperos y tocadores estaban aprovisionados con un gran surtido de “jabones, cepillos, uniformes limpios con fragancia de cedro y sándalo, pantalones de colores claros y perfumes discretos."47
47. Manfredini, James, The political Role of the Count of Revillagigedo, Viceroy of New Spain, Nueva Jersey, New Brunswick, 1949, p. 3.
 Su primer paso en la limpieza de la ciudad fue la publicación de un bando, de gran alcance y con fuertes penalidades. Los problemas sanitarios resultaban enormes tanto por la naturaleza del hombre como por la naturaleza del terreno. Sin forma de retirar de las casas los excrementos y la orina, el virrey Revillagigedo ordenó que “la inmundicia se llevara en una carreta y los excrementos en otra. Los que transportaban la primera aparecían una hora antes de la salida del sol y permanecían fuera hasta las ocho y media de la mañana.”48
48. AHIAH, Bando del virrey conde de Revillagigedo sobre la limpieza de la ciudad, México, 31 de agosto de 1790,  Hospital de Naturales, 84, 9, fs. 112r-114v.
 Cualquiera que eligiera permanecer en su cama y vaciara las bacinicas después en la calle, enfrentaría estas multas: “doce reales por la primera falta, el doble por la segunda y el tripe por la tercera (artículos 1 y 2). También ordenó que los propietarios de establecimientos, serían los responsables de deshacerse del estiércol, cascajos y desperdicios de curtidurías y rastros de marranos. El teniente corregidor tenía el deber de disponer del cascajo y de hacerse cargo de la reparación de edificios y obras públicas (artículo 3). Ociar y barrer el frente de sus edificios y casas a las seis o siete de la mañana era una obligación de la que no escapaban ni las iglesias ni los conventos. Si no lo hacían o no apilaban la basura para que la recogieran los basureros se les aplicaría una multa de doce pesos por la primera falta, el doble por la segunda y el triple por la tercera, gravada contra los propietarios y no contra los domésticos. Aquellos que no podían pagar dinero pagaban con tres días de confinamiento solitario por la primera falta, seis por la segunda y seis por la tercera junto con veinticinco azotes, administrados en dos turnos en la cárcel (artículo 6).”49
49. Idem.
 Revillagigedo comunicaba a su sucesor, el virrey marqués de Branciforte que “el aseo interior de las casas no había adelantado tanto como el exterior, el de las calles, pero no obstante se advirtió una notable mejoría, a la cual contribuyó bastante el aseo personal de la clase más baja, que andaba prácticamente desnuda, puesto que utilizaban una manta o sábana, que les servía de traje, de cama y para todos los usos que había menester.”50 Revillagigedo también comentaba que remedió muchos puntos referentes a la sanidad; por ejemplo, estableció los mercados públicos de la plaza del Volador (hoy Pino Suárez y Corregidora), Santa Catarina (hoy calle de Brasil) y el Factor (hoy calle de Allende).
50. Torre Villar, Ernesto de la, Instrucciones y memorias de los virreyes novohispanos, compilación e índices: Ramiro Navarro de Anda, México, Editorial Porrúa, 1991, (Biblioteca Porrúa, 102), vol. 2, p. 1072.
CURAS Y REMEDIOS POR PARTE DEL GOBIERNO

El progreso en la sanidad fue primero responsabilidad y de los funcionarios administrativos locales, quienes tenían tanto el dinero como la autoridad para, llevar a cabo las mejoras que se necesitaban. El Protomedicato normalmente se encontraba como asesor en los límites de tales esfuerzos. Sin embargo, en otros asuntos de salud pública, los protomedicatos tenían mayor injerencia; uno de estos era controlar la diseminación de nuevos conocimientos médicos, los cuales, si se hubieran permitido que salieran a la luz sin control ni censura, podían haber provocado resultados desastrosos para la población. 

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BIBLIOGRAFÍA

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