jueves, 31 de enero de 2019


En el barrio de Tepito el albur es contracultura y resistencia y el Cine

El presente ensayo trata de conocer un poco más, el albur, como fenómeno de contracultura y de una manera de identificarse el pueblo, como una especie de idioma sólo para ellos.

Qué mejor lugar que el entrañable -y alburero- barrio de La Meche para realizar esta actividad lúdica -y lúbrica, si se quiere-, que promete dejar satisfecho al respetable. Dejo demostrado que el albur no sólo son peladeces, ingeniosos juegos de palabras o "el combate verbal hecho de alusiones obscenas y de doble sentido (...) en el que el vencido es el que no puede contestar" y "es poseído, violado, por el otro" Este florido lenguaje también es contracultura y resistencia "para no ser domesticados por el sistema", el lenguaje es uno de los elementos de identidad -cada vez más escasos- que conserva esta aguerrida zona ante el embate de la modernidad. El ágil dominio de la lengua -sin doble sentido- caracteriza a los tepiteños

Lo que todo alburero debe agarrar, el albur y otros chorizos

     Los orígenes del albur, "cuando la necesidad de los mexicas de hablar delante de los conquistadores españoles hizo que desarrollaran códigos verbales de doble sentido".
     No hay que confundir el seudoalbur que se habla en la tele con el verdadero albur, el que se define como un chiste interactivo, "en el que no importa demostrar quién es más hombre, sino el componente intelectual que consiste en el dominio del lenguaje, donde gana quien tiene calma y contesta coherentemente, y pierde quien se traba al hablar y se queda como la jaula del pájaro: con el palo atravesado". Aclaro que "a albures no compito, porque me comen", y hablando de comida menciono, entre muchos otros postres, el "anís con pasas". También me refiero a la categoría de análisis diferenciado "donde no es lo mismo Anita siéntate en la hamaca que siéntate en la hamaca Anita", ni "pedir en una tienda un metro de encaje negro a que un negro te encaje un metro", aprovechando que lo volvió a poner de moda Memín Pinguín.
Dentro del lenguaje alburero una palabra puede tener múltiples sentidos, pero lo más importante es fomentar estos ejercicios verbales para superar la pobreza en el habla, que lleva a muchos chavos al aburrido intercambio de "sí, güey, no güey, chale güey". Sin embargo, se considera la idea en el sentido de que ese lenguaje sólo lo practican "los peladitos" en algunos ámbitos marginales de la sociedad. Como muestra de que el albur inclusive ha llegado a la academia, enuncio un clásico: "En ti me vengo pensando", porque "mi novia ya no es Virginia... ahora es Manuela",
     Armando Jiménez, El Gallito Inglés (quítale la cola y los pies y verás lo que es) y a Armando Ramírez, el inspirado autor de la novela emblema de la literatura tepiteña: Chin Chin el teporocho, lo cual me hizo recordar un diálogo en el que el protagonista replica sabiamente a su contrincante: "...qué dijiste, este chile empapas yo me lo embarro" (1)
     En Tepis no sólo se habla albur. "También se habla latín, latón y mascamos lámina". "¿En algotras ocasiones nos hemos visto?", sin que falte la respuesta entre el público versado: "¡atravieso no me ganas!", y se recuerda que en sus años mozos fue "el chico temido de la vecindad". En su texículo Tepito, ese barrio chicoarote, Alfonso Hernández habla de la importancia de la memoria barrial para la sobrevivencia de esa comunidad, porque "aquí perder la memoria es como perder la sombra", y si los tepiteños se dejaran despojar de su lenguaje barrial, sostiene, "estaríamos perdiendo lo último que nos queda: la identidad que nos hace ser como somos". Para el cronista, Tepito es semejante al chicoarote, "una rarísima variedad de chile de árbol, de poco consumo porque al masticarse es más correoso que una charamusca".
Hernández da su testimonio de que "acá, a partir del momento en que se tienen peleas en la coliseo se la tiene uno que aprender a rifar en todo y contra todos en este barrio macabrón, donde se crece, como en todos los barrios, entre la teta y el moco, las lágrimas y la caca, los besos y los coscorrones, las caricias y los pellizcos, el ándele cabrón. "¿Será por eso que siempre que me dicen cabrón me da sueño? Porque de chico todo era puro ¡Ya duérmase, cabrón!" (2)
Los tepiteños, expresa, "excluidos de la sociedad, tenemos inclinación a la libertad de improvisar y reciclar informalmente todo aquello que mejor satisfaga nuestros antojos existenciales". Por ello Tepito es la zona artesanal y comercial más concurrida y tecnificada de la ciudad; "si bien no es un barrio modelo, sí es ejemplar en su sobrevivencia", indica. El cronista barrial dice que "piquen, liquen y califiquen" que los tepiteños "no siempre revelamos por qué nos rebelamos frente a todo aquello que no nos deja ser lo que somos", y observó que pese a la mala fama que le han construido algunos medios, "al obstinado barrio de Tepito les siguen llegando estudiantes de todas las carreras para corroborar si es cierto que México sigue siendo el Tepito del mundo y Tepito la síntesis de lo mexicano". A pesar de los aparatosos operativos policíacos, afirma, actualmente como desde hace décadas medio México sigue acudiendo al tianguis de Tepis "en busca de ropa, zapatos, discos piratas, perfumes, yombina, tinta china, poper, pomadas, un armaño inflable (...) una grapa, un bazookazo, un arponazo, un putazo o para saber por dónde la rola Chin Chin el Teporocho o los personajes de Pu”.
     Alfonso Hernández explica que en el lenguaje tepiteño cada palabra y cada verbo implican rumbos y definiciones propias; mientras el caló es el compendio de claves donde cada cosa tiene otros nombres y significados -"por ejemplo, huevón puede ser un chavo flojo, o un chavo que tiene una morra que tiene las manos muy chiquitas"-, el albur es el juego de palabras con todos los sentidos posibles, hasta convertirlo en un alegre juego de ajedrez lingüístico. "Por ejemplo, siguiendo con los huevos: al escuchar la palabra huevos se puede decir sóplame este ojo, o me los chupas y me los dejas nuevos".

Calambur, categoría master

El calambur es más mandadito, se da entre masters de masters. Es el duelo verbal que no necesita llegar a las groserías, pero implica insospechados dobles y triples sentidos: con el mismo ejemplo de los huevos, "se diría que mis huevos son tus ojos, mis vellos tus pestañas y mis mocos tus lagañas". Así como aprenden a construir el adentro y el afuera de Tepito más allá de sus límites geográficos, también aprenden a no caber en el alfabeto ni en los textos académicos. Los tepiteños saben usar las palabras y todas las letras, y hasta pueden disimular en ellas cuando se topan con un burócrata o un político.
¿Cómo se vislumbra el futuro de Tepito y los proyectos para dignificarlo? –Tepito desde sus orígenes ha sido un barrio modesto. Su nombre nahua, Mecalanilco, significa barrio de los mecapaleros (cargadores). Durante el sitio de Tenochtitlán ahí se atrincheró Cuauhtémoc durante 93 días, y esto hizo que el barrio cambiara de nombre, a Tepeteuhcan, que significa lugar donde comenzó la esclavitud. Después Tepito fue de manera sucesiva "un miserable enclave colonial, el arrabal de la Ciudad de los Palacios, un lupanar metropolitano y ropero de los pobres. Dignificar les preocupa. Ha habido proyectos al respecto, como el de una antropóloga que quería desarrollar estrategias terapéuticas y vivenciales para hacer de los tepiteños seres humanos más plenos. Puso un taller de salud donde quería estudiar el lenguaje y por qué los tepiteños eran tan groseros. ¡En la madre!
Tepito: población más alta de las 35 colonias de la delegación Cuauhtémoc. La población tepiteña, está conformada por dos tribus: "los chingones y los chingadores. Los primeros son los artesanos, los comerciantes buena onda, y los chingadores son los que le cobran a la clientela el impuesto a la ingenuidad. Si no sabes de perfumes, de ropa, de electrónica, de relojes, te la dejan irineo, pero también se consiguen las cosas más baratas de la ciudad". El terremoto de 1985 destruyó la mayoría de los talleres artesanales, y con ello mucho de la creatividad y la productividad tepiteñas, y el tianguis quedó como la principal bujía económica, pero "se ha ido pervirtiendo, porque es una economía cuya riqueza no se ancla en Tepito y los hace muy vulnerables, porque son dependientes de la ideología del mercado. Antes fue la invasión de la fayuca y hoy predomina la piratería, que ha empobrecido el comercio".
Hoy el barrio, es un "laboratorio socioeconómico de la delincuencia, el narcotráfico, la corrupción y las nuevas leyes del mercado. Están librando una batalla muy importante, solos, porque casi nadie entiende lo que significa Tepito. Sin embargo, sigue siendo un barrio vivo, con una tribu aguerrida, que se distingue por su arraigo, identidad y cultura". Esa combatividad se traduce en la proliferación de grupos culturales independientes. Además del pionero Tepito Arte Acá, se encuentran los colectivos Los Olvidados, Tepito Crónico, La Hija de la Palanca y El Zahuán, entre otros que realizan una importante labor para enriquecer la identidad tepiteña.

 Alburear es dar cauce a nuestro deseo infinito

La función del mito en los grupos humanos es eminentemente cohesiva; podríamos decir que compartir mitos es tanto como compartir formas de actuar y de creer. Por medio del mito, los seres humanos damos una respuesta no racional a aquellos misterios o asuntos que no pueden explicarse. De ahí que podamos aceptar que, bajo los símbolos de que se vale el mito, encontramos emociones, pulsiones y pasiones sublimadas. La realidad pasional de los seres humanos, en la medida que no encuentra acomodo en las instituciones o en el llamado sentido común, aparece entonces respirable y soportable en y con los mitos.
Lejos de lo que digan las apariencias, los mitos no son exclusivos de las comunidades primitivas o de la antigüedad. Por más que el hombre contemporáneo se jacte de tener un control casi pleno sobre la naturaleza de su entorno y sobre la naturaleza de sí mismo, el individuo sigue siendo un continente saturado de razones y sinrazones. En nuestro tiempo, a la sinrazón se le intenta "encorsetar" constantemente. En la era de la tecnología y el cientificismo, con no poco peligro, se afirma que los mitos son mentira y, por lo tanto, desterrables. Renuentes a permitir el flujo pasional, se pretende que éste se sujete a una educación estructurada y estructurante que se legitima en el gabinete psicológico, en el confesionario, o en la entrega enfermiza y exclusiva al trabajo. ** Con el mito, los individuos intentamos trascender, tocar el infinito que racionalmente no soportamos. La mitología erótica mexicana cumple, pues, con un doble sentido: dar cauce a un deseo infinito y ordenar mediante palabras y símbolos la constante pulsión erótica.
La existencia del albur como figura retórica recurrente en el habla mexicana permite constatar la manifestación de símbolos y palabras que funcionan como engranes en una mitología erótica singular. Martín Alonso define la palabra albur, en su sentido figurado, como "contingencia o riesgo de que depende el resultado en una empresa"  (3). Así, podemos decir que el mexicano, o la mexicana, alburea ante la posibilidad de que algo suceda. Con el albur, el sujeto manifiesta su deseo inagotado y disparado hacia diversos cuerpos.
Como figura retórica, el albur se vale de la metáfora; múltiples planos evocados responden a un solo plano real: la sexualidad. Los planos evocados suelen ser diversos: se utilizan múltiples verbos con doble sentido para alburear: "pásamela", "métela", "tómala", etcétera. Y a partir de agregar otras palabras acompañando al verbo, el albur enfatiza su función ya no tan sugestiva: "Tómala cuando quieras", podría decirse albureando. Sin embargo, más allá de este juego de doble sentido en ciertos entornos del lenguaje cotidiano mexicano, existe un plano evocado que cobra especial relieve: el de la cocina. Y cuando decimos cocina, nos referimos principalmente a los alimentos que se conocen, pelan, maceran, cuecen y comen ahí, en la cocina.
Las mujeres mexicanas saben muy bien que el albur en el que se enlazan cuerpo y cocina son utilizados cotidianamente. Tanto el mercado como la calle son los contextos públicos en donde no hay mujer que no haya sido albureada. Si Guadalupe Loaeza nos ha mostrado –no muy profundamente, por cierto– la dinámica entre estereotipos femeninos de distintos grupos –entre éstos, el de las Marías y el de las reinas de Polanco–, en la mitología erótica mexicana podemos encontrar otro tipo de presencia femenina en mercados y calles. En el mercado, por ejemplo, puede ser tan arriesgado como divertido –depende del recato y del sentido del humor– llegar a un puesto y preguntar: "Tiene chile poblano" o "a cómo el huevo". Mientras que muy en su albureo, los vendedores suelen lanzar albures al aire para exaltar las virtudes de las compradoras (aunque también puede tratarse de compradores): "¡Qué buenas guayabas traje ora!" o "¡tengo los mejores plátanos de la redonda!".
Pero el albureo no es un ejercicio simbólico limitado a las clases socioculturalmente bajas. Las reuniones, fiestas, partidos deportivos, suelen ser espacios donde, sin importar capacidad económica o pertenencia sociocultural, se alburea. De hecho, Octavio Paz, en su multileído El laberinto de la soledad (México, 1959) hizo notar que, curiosamente, el albureo se da mucho entre hombres y el desdoblamiento del albur señala hacia deseos homosexuales (4)
Por otra parte, la tradicional cocina mexicana, rica en diversidad y combinación de ingredientes, ha estado ligada a los secretos femeninos mejor guardados, a las pasiones escondidas y a la sublimación de un placer prohibido que se entrega al hombre. La mujer mexicana deleitaba al hombre con la comida porque no podía, o no debía deleitarlo con el cuerpo. De ahí que cargados de asociaciones secretas, manzanas, chiles, toronjas, piñas, aguacates, ciruelas, plátanos, naranjas, chocolate, hongos, chicharrones, cueritos, machitos, chalupitas, conchitas, mechudas, elotes, atole, etcétera, han podido aparecer como símbolos de un placer infinito –o prohibido– que es imposible y, por ello, se mitifica. Alburear es dar un cauce ordenado a nuestro deseo infinito, a la imposibilidad de vivir todas las formas del placer erótico. La sinrazón cobra acomodo entre intrascendentes juegos de palabras. Lo más que podemos recibir cuando albureamos es una bofetada o un sí, que convertiría el deseo infinito en deseo concreto y realizable, situación que ya no tendría que ver con la mitología erótica, sino antes bien con la dulce vida.
Es interesante conocer que el barrio de Tepito le ha macheteado para que nos podamos interesar en su forma de hablar, ya que, rascándole a la historia, sabemos que Tepito dio inicio a una reforma en su manera de hablar desde principios del siglo XX. En esos tiempos, artistas del tamaño de Beristaín y la famosa Amparo Pérez, la Rivas Cacho y otros más, servían a las masas algunos espectáculos o puestas en escena que eran auténticas obras proletarias. El público era completamente heterogéneo, pues asistía desde la prostituta, el intelectual y el burócrata, hasta personajes políticos y artísticos. Ahí se podían hablar al tú por tú.
-¿Eres capaz de enseñar el miembro en público?
-¿Por quién me tomas?
Muchas veces en el barrio de Tepito llegaban a instalarse algunas carpas: “las carpas eran pobres, mal vestidas e inestables, y aparecían en cualquier esquina de la barriada proletaria. Se adornaban con trapos y focos de colores, y sostenían sus lienzos remendados sobre armazones de Tablas”. (5)La gente de Tepito las recibía con agrado, hubo participantes destacados, como Cantinflas y Resortes. Hay que destacar que el empleo del lenguaje de los tepiteños siempre va marcado por actitudes de lealtad, orgullo y valoración. (6)


-Conozca México, visite Tepito
-Si un turista viene a visitar Tepito y anda en busca de un autobús y nos pregunta dónde está la parada, somos tan amables que le damos esta información: donde quiera está a sus órdenes.
El habla del mexicano llegó a ser popular y cachonda; y el barrio de Tepito fungió como un verdadero precursor de este fenómeno del habla popular, de un juego simbólico con ciertos signos que se convirtieron de manera dinámica en un conjunto que marcó la identidad del barrio.
-Entre la barriada, rifa la neta con su clarín y corneta.
En el vocabulario de los habitantes de Tepito, no todos son grandes intelectuales en las diferentes ciencia, pero sí viven ahí todos aquellos que no tienen nombre: el artesano, el cargador o diablero, la marchanta, el oficinista, el cilindrero, la lavandera, el doctor, la partera, el mecánico, el panadero, el talabartero, el carpintero, el litógrafo, el taxista, el plomero, el merolico y un largo etc. (7)Todos cuentan con un vocabulario extenso, patentado, creado y reconstruido por ellos, pues en Tepito hay palabras para cualquier ocasión: para charlar, para robar, achicalar, maltratar, ñerear, cotorrear, vender, regañar, para el amarre, arrimar y cachondear, barbear, vacilar, hasta regalar.

Para saludar:
-¿Cómo estanques?
-¿Qué ondón, Ramón, con el camarón?
¿Qué hongo, jorongo, tepetongo, morongo?
-¿Cómo Estados Unidos?

Para responder:
-Yo pensé que ya estabas morongas, pero nopales, estas bien vivorobas
Para ir al baño:
-¡Voy a sacar la carne de la olla!
-¡Voy a echar a nadar al topo!

Para enamorar:
-Quisiera ser mariachi para tocarte la cucaracha.
-Si tu cuerpo fuera cárcel y tus brazos cadenas qué bonito sitio para cumplir mi condena.
-Tepito es como el orgasmo: Cuando lo conoces dices: “de aquí soy carajo”.

El Diplomado de Albures Finos, impartido por Alfonso Hernández, cronista de Tepito y director del Centro de Estudios Tepiteños de la Ciudad de México, reúne todo tipo de participantes: desde amas de casa, secretarias, uno que otro adolescente, universitarios, comediantes, morbosos, de cualquier lugar de la CDMX, quienes experimentan que “Tepito, al igual que otros barrios, posee un encanto adictivo a la trasgresión, con la que se aprende a navegar o naufragar, entre toda su gente, inquieta de mente y corazón, debido a la dialéctica gramatical de su caló, albur, y calambur. (8)
Este Diplomado contribuye a que no se pierda una parte de la forma en que se siguen comunicando los barrios; con éste, se puede llegar a conocer que el barrio de Tepito, existe desde otras perspectiva del lenguaje. Los participantes elaboraron definiciones acerca del albur e incursionaron en el juego:

-Soy una simple ama de casa y desde mi punto de vista, alburear no es repetir fórmulas ya escritas para la autodefensa. Alburear con mayúsculas, consiste en introducir por cualquier orificio nuestro tolete vengador, setecientas veces o las que hagan falta, hasta amacizarle al oponente una tunda por donde nunca ha luchado y con la que nunca había ejercitado la mente.
-Alburear es domar con la lengua, florear con la reata, capotear con la espada, ajedrecear con las palabras. Alburear no es tener el sexo con la boca, tampoco una sucia artimaña que a las mujeres se les impone, cuando se ríen al escuchar lo que se les trata de ocultar. Hay albur espanta suegras, albur que atiza el oído y hasta albures para el chiquito.
El chafa, el chido, el chato, la chava, la bacha, son palabras que se oyen dentro y fuera del barrio de Tepito, y sin duda tienen una historia centenaria; por ejemplo, la palabra chale, conocida por todos los mexicanos. Hay diferentes versiones de cómo nace y que significa:
            La palabra chale, procede del prefijo, sufijo, mefijo “Cha” que a su vez es la primera palabra del término “Cha, cha, Cha” que significa bulla, escándalo, relajo, desmadre y, se complementa con “le” del que todos saben viene del Arameo antiguo y significa aguantar, soportar, tolerar, resistir, luego cuando entonces alguien usa la palabra “chale” lo que está queriendo decir es “aguántese puto”. (9)


Espectáculos: El Cine

Hablar de los espectáculos en México a lo largo de su historia es rememorar actividades que requirieron espacios específicos para desarrollarse. Sin duda alguna el siglo XX ha sido especialmente rica en arquitectura para el espectáculo y la recreación. El desarrollo de la Ciudad de México llevó implícita la presencia de esta arquitectura y hay algunos vestigios urbanos que nos recuerdan ahora otras épocas del presente siglo; quizá pocos lo hacen como los cinematógrafos, esas viejas salas construidas en las primeras décadas que paulatinamente han venido desapareciendo. Incluso es contradictorio pensar en la celebración del centenario del cine en México cuando muchos de los espacios espectaculares donde éste se ha proyectado están en proceso de transformación, subdivisión o demolición.
Es así que nos interesa valorar este género arquitectónico, aportación de nuestro siglo, desde el punto de vista de sus características funcionales, formales, espaciales y tecnológicas, independientemente del gran significado social que han tenido para varias generaciones. Quiero de esta forma llamar la atención sobre estos palacios del espectáculo buscando con ello no sólo recordar el pasado, sino proponer la permanencia de estos inmuebles como potenciales espacios para la convivencia social.
La arquitectura de los cines se desarrolló, en mayor medida, como consolidación de un género o tipo arquitectónico, entre las décadas de los treinta y los sesenta. Esto se debió a que en las primeras etapas de la proyección cinematográfica en México -1896 a 1930-los espacios eran adaptaciones de antiguos teatros o casas como sucedió con los teatros Nacional y Arbeu, el Salón Rojo en la casa Borda, o la utilización de salones como el Bucareli Hall, la Academia Metropolitana o Tabacalera Mexicana
Hay que decir, sin embargo, que hubo excepciones desde finales de la segunda década de este siglo en cuanto a la necesidad de crear espacios más confortables y elegantes para los cines, tal como sucedió con el Granat (después Rialto) en 1918, y sobre todo con el Olimpia, inaugurado en 1921, y con las salas de la época silente de la industria cinematográfica como fueron los cines Isabel, Goya, Palacio, Teresa, Odeón, Regis y otros. En estos casos se relaciona con la idea de los cines-teatros que definían ya el esquema de las salas con lunetario, anfiteatro, galería (s) y escenario, incluyendo además, como en el mismo Olimpia, ciertos servicios adicionales: salones de recepciones, de baile y para fumar, así como oficinas, etcétera.
Es en los años treinta cuando los cines entran en su etapa de consolidación, puesto que se definen las necesidades específicas que cubrirán, independientes de la tradición teatral con la que convivieron en los primeros años. A su vez, la tecnología desarrollada en esa época -lo mismo en los sistemas de proyección cinematográfica (de imagen y sonido), que en los sistemas constructivos- posibilitaron su materialización.
De esta evolución podemos definir en el partido arquitectónico de las grandes salas tres áreas básicas; pórtico, vestíbulo principal y sala de proyección. El pórtico es el elemento de transición entre la calle y el interior, y está conformado por un espacio semiabierto donde se encuentran las taquillas. El vestíbulo principal es el sitio rector y distribuidor de las relaciones y actividades interiores, generalmente amplio y donde la dulcería es una referencia de ese espacio. En esta área de recepción como eje, se ubican dos entradas laterales equidistantes -aunque en algunas casos es un solo acceso central- y en él suelen existir zonas de descanso con sillones, así, como sanitarios, oficinas administrativas y escaleras para el anfiteatro y en algunos casos a las galerías. Por último se encuentra la sala de proyección que de acuerdo a la capacidad del cine, con- tiene pasillos de distribución principales y secundarios que permiten a los usuarios ubicarse en las diferentes zonas de lunetario. Por estos mismos corredores, es posible llegar a las salidas de emergencia, a .los servicios sanitarios o incluso a dulcerías secundarias.
Cuando las salas contaban con anfiteatro y galerías, el ingreso se daba a través de un vestíbulo superior que en algunos casos se complementaba con el foyer, mismo que retornaba el sentido del espacio de estar y para la convivencia social. Este vestíbulo-foyer podía tener en algunas ocasiones dimensiones mayores que las del vestíbulo principal, y es normalmente un mezanine que a manera de balcón define un nivel intermedio en la doble altura que estas áreas del cine llegaron a tener. Al igual que en la planta baja, también en este piso superior existían áreas con sillones, dulcería y sanitarios y era por esta zona donde generalmente se ingresaba a la cabina de proyección. Considerando estas características, dentro de los mejores ejemplos están los cines Opera, Ermita, Paseo y Manacar entre otros, ya que a nivel de dimensiones, circulaciones, distribuciones, isópticas, acústicas y salidas de emergencia, las soluciones fueron eficientes.
Es en el espacio arquitectónico donde las salas cinematográficas aportar mayor espectacularidad, debido a sus grandes dimensiones y diseño de interiores. Vestíbulos y salas de proyección son los lugares que conjugan el encuentro social en el marco de una envolvente mágica, donde remates visuales, decoración e iluminación definen una sensación espacial, en muchos casos de fuerte impacto. Ejemplos como el Hipódromo, Metropolitan, Opera, Latino, Real Cinema y Diana entre otros, permiten al usuario disfrutar de dobles o triples alturas y donde el manejo de la luz -en varios casos indirecta-, provoca matices y claroscuros de efectos elocuentes. No menos espectaculares son las enormes esculturas, candiles gigantes, así como los murales que en vestíbulos y en salas enfatizan una monumentalidad que los espacios de proyección cinematográfica ofrecieron en su época más floreciente. Si comparamos esas características espaciales de los cines de dos, tres y aun cinco mil butacas con las actuales multisalas, en estas últimas se podrán observar propuestas relacionadas más con aspectos de cupo y rentabilidad, que con la riqueza de sus espacios.
En el terreno formal, las aportaciones de las salas cinematográficas del periodo que va de 1930 a 1970 son también de gran relevancia. Las fachadas implicaron la composición de elementos como la marquesina, el nombre del cine y algunos vanos para vestíbulos, escaleras o cabinas de proyección, características que enfatizaron la presencia urbana de salas como el Encanto, Teresa y Maya, entre otras. También fueron propuestos recursos como énfasis volumétricos e incluso esculturas gigantes -caso especial del Opera-, hasta el decorado de los interiores que bien podían ser evocativos de lugares exóticos -Palacio Chino-, palaciegos -Metropolitan y Real Cinema- o sobrios y elegantes -Diana y Latino-. A su vez, los estilos arquitectónicos enriquecieron con sus formas a muchos de estos cines; así, se pueden ubicar ejemplos nacionalistas como fueron el Colonial y Alameda, de Art Decó en el caso del Hipódromo y Encanto y funcionalistas varios; como el Ermita, París y Manacar. Hubo casos donde fue posible la convivencia de un lenguaje exterior con otro interior, como sucedió en las fachadas sobrias del Chapultepec, Metropolitan, Real Cinema y Roble, pero que en cambio sus interiores eran o todavía son de un eclecticismo apabullante.
Para materializar todas estas intenciones funcionales, espaciales y formales en las grandes salas, los arquitectos recurrieron al aprovechamiento de todas las experiencias tipológicas previas como fueron los teatros y salones, pero sobre todo propusieron nuevos elementos que pueden entenderse como innovaciones en los aspectos estructurales y constructivos. Mención especial merece el edificio Ermita, donde el equilibrado manejo en el proyecto dio una propuesta estructural que fue más allá de la cubierta para un gran salón, ya que el uso para cine -el Hipódromo- se compartía con comercios, oficinas y departamentos, en donde el arquitecto Juan Segura supo jerarquizar cada espacio en una adecuada sobreposición estructural.
Es claro entender que en el caso de las salas, la solución estructural fue uno de los elementos relevantes, pero no el único aspecto técnico que debió cubrirse. Los requerimientos en este campo fueron resueltos con nuevas técnicas constructivas; con el diseño de iluminaciones con la intención de enfatizar espacios, con la introducción de equipos de sonido y materiales para plafones y muros que buscaban mejorar la acústica, con sistemas de proyección para presentar imágenes claras en pantalla, aprovechando el avance de la industria fílmica, así como con el aporte de los equipos de control de aire que mejoraban el ambiente interior. Además del cine Hipódromo, otros casos que permiten observar estas características son las salas Olimpia, Opera y Paris entre varias más.
Se puede entender así un proceso evolutivo que se va desarrollando en las décadas posteriores hasta llegar a los años setenta, cuando se transforma por varias razones; la televisión había aparecido en los años cincuenta, incorporándose paulatinamente al tiempo destinado a la recreación en los hogares urbanos, así como el video que surgió en los setentas. Por otro lado, la ciudad había crecido generándose grandes sectores periféricos al centro tradicional, en los que surgieron cines relacionados a 'conjuntos habitacionales como el Tlatelolco; Villa Coapa, Villa Olímpica, Linterna Mágica, además de conceptos novedosos como fueron los multicinemas en centros comerciales o aislados en otros puntos del Distrito Federal. En estos últimos, se empieza a ofrecer no una sino varias opciones de espacios y películas -incluso más recientemente hasta conjuntos de 20 salas-, en contraposición al cine único con capacidad promedio de dos o tres mil asientos, que ya resultaba excesiva desde entonces. Por lo mismo la gran sala inicia su proceso de decadencia al no poder competir con estos nuevos esquemas de exhibición. Esto ha llevado a las fragmentaciones, que deben ser analizadas cuidadosamente, tratando de entender cuál es el verdadero aporte, y cuáles son las alteraciones al concepto arquitectónico de comodidad y servicio para los usuarios. Es así que podemos reconocer ciertas características y valores arquitectónicos de estos grandes palacios del espectáculo, los cuales durante varias décadas de nuestro siglo significaron uno de los principales entretenimientos para la sociedad, así como hitos en el paisaje urbano. Consideramos que es tiempo, ahora que festejamos los cien años del celuloide, que volvamos los ojos a estos inmuebles que conforman un testimonio del patrimonio cultural contemporáneo. De no hacerlo es seguro que intereses particulares seguirán provocando pérdidas definitivas -Roble-, fragmentaciones y deformaciones -Latino, París, Palacio Chino, Ariel, Cosmos y muchos más- así como cambios de uso -Gloria, Edén y Maya, convertidos en bares; Jalisco, Briseño, Victoria y Fernando Soler, ahora reutilizados como templos protestantes- o el completo abandono que presagia su desaparición -Soto, Orfeón, Colonial, Chapultepec, entre otros-.
El cine es parte entrañable de nuestra cultura urbana y las grandes salas pueden convertirse, con propuestas flexibles, en foros para la apreciación de distintas manifestaciones artísticas con- temporáneas, lo mismo que en centros de convivencia social que retornen esa cualidad de espacio para la recreación, en proyectos que deben ser respetuosos de los espacios originales y de su contexto urbano. Las salas cinematográficas son ejemplos arquitectónicos del pasado reciente que pueden aún ser vigentes, al final de nuestro emblemático siglo de modernidad.
Crecí creyendo que las películas se veían de arriba abajo. Mi mamá, que era la que me llevaba de niño al cine, subía siempre a platea aunque hubiera lugar en planta baja, que por razones que conocí después se llenaba siempre más. En aquellos tiempos ese el pasatiempo popular. De todo el pueblo de la ciudad. Sólo si eras de plano indigente no ibas al cine. Pagabas cuatro pesos, que no era poco, en los cines buenos como el Cosmos. Creo que dos cincuenta en el Tacuba. Y luego estaban los "de piojito", a peso.
El chiste que había de los "de piojito" era que tenías que llevar un ladrillo y un palo. El ladrillo para sentarte y el palo para ahuyentar las ratas. ¿O eran cucarachas? (10)

El Cine en el tiempo


     Desde hace poco más de 100 años el ejercicio de ir al cine ha ido evolucionando: desde pequeñas proyecciones privadas, donde se introdujo el nuevo invento y generó un nuevo mercado, hasta los nuevos complejos que hoy conocemos.
     En la década de los 40 la experiencia de ir al cine era todo un evento, porque los asistentes se vestían de manera formal. Los adultos llevaban a los niños a ver caricaturas durante dos horas en cines como el Savoy, Cinelandia y el Cine Avenida, que estaban en la avenida San Juan de Letrán, se podía uno quedar y verlas de nuevo, por la permanencia voluntaria. La entrada para los niños costaba 1.25, siendo un poco más cara para los adultos, pero a parte de las caricaturas, todos podían disfrutar de series extranjeras como El Gordo y El Flaco, Las Aventuras de Flash Gordon y Los Tres Chiflados. En estos años existían cines conocidos “de primera” (el Alameda, el Orfeón, el Metropólitan y el Palacio Chino) a los cuales se tenía que ir vestido de manera formal y donde se proyectaban exclusivamente estrenos nacionales y norteamericanos. Las funciones comenzaban a las 4 de la tarde, el costo de entrada era de 4.00 pesos, las butacas estaban acojinadas y todos los jueves cambiaban de cartelera; en cada uno de estos cines se presentaban diferentes películas con intermedio y acompañadas de los noticieros sobre la Segunda Guerra Mundial. El cine Estrella y el Cine Roxy, también “de primera” proyectaban exclusivamente cintas de la Metro Goldwyn Meyer, dos películas por la cantidad de 1.50, con permanencia voluntaria.
     Una vez que se cambiaba la cartelera, las cintas que habían sido estrenos se pasaban a los cines de menor categoría con un costo de (3.00 pesos por dos películas, una nacional y una extranjera) y una menor categoría como el cine Teresa y el cine Coloso, hasta llegar a los cines conocidos como “piojito”. Estos cines el Mundial, el Politeama, el Goya y el Rialto, eran famosos por su bajo precio: tres cintas por 1.25 en luneta y anfiteatro donde las butacas eran de madera y 50 centavos en galería en donde la gente se sentaba en grandes bancas o ladrillos. Las dulcerías de los cines no eran como las de ahora, pero dentro de las salas se paseaban los famosos “paleteros” ofreciendo sus productos mientras se veía la película.

Años 50
     Durante estos años una mayor variedad de salas que no eran “de primera”, pero tampoco “de piojito”, como el cine Bahía, el Acapulco, el Florida y el Ópera, donde comenzaron las matinés con permanencia voluntaria y los miércoles populares, que por 1.50 se podían ver tres películas. De este mismo tipo era el cine Río donde empezaron a ponerse películas todo el día, y era aquí donde las niñas de la Secundaria N° 6, los de la Preparatoria N° 1 y las niñas de la escuela Miguel Lerdo de Tejada se iban de “pinta”.
     Fue en esta misma época cuando surgió el cine París, donde sólo se proyectaban cintas europeas, la función tenía un costo de 4.00 pesos, con permanencia voluntaria. En estos años llegaron a México las primeras películas de “banda ancha”, Cinemascope, al igual que las de tercera dimensión, con gafas especiales. Las dulcerías de estos cines eran más grandes y llamativas, pero los dulces se seguían vendiendo en “bolsitas de papel estraza”, pero se podía llevar nuestra propia botana, sin que nadie dijera nada. El espectador de esta década sabía del estreno por medio del periódico, pero también a través de la televisión, donde se transmitían durante 30 minutos de cartelera por el canal 4.

Años 60
     Las salas eran más cómodas y los costos variaban, sin embargo en estos tiempos fue cuando aparecieron los Autocinémas, entonces sin tener que ir vestidos tan formales, se podía disfrutar de una cinta en la “comodidad” del coche y a la vez cenar, comprando comida o llevándola. Fue en estos años cuando las “palomitas de maíz” vivieron su llegada, se vendían en bolsitas de papel estraza.

Años 70
     En los 70 fue cuando aparecieron “el plástico y el cartón” en las dulcerías de los cines. A la vez que las palomitas, aparecieron los pequeños complejos cinematográficos, que contaban con dos salas y permanencia voluntaria, para estos años el arreglo personal ya no era tan importante.

Años 80
     En los 80 el auge fue para estos pequeños cines, donde se proyectaban películas casi todas norteamericanas. Los complejos más grandes de esa época contaban con cuatro salas, pero los espectadores disminuyeron.

Años 90
En estos años los asistentes ya no se preocupaban por su forma de vestir sino por llegar temprano a formarse para conseguir un boleto para el estreno, a veces las filas daban la vuelta a la manzana y conseguían entrar, debían de tener cuidado con los pisos pegajosos, las palomitas rancias y de los animales. Fue en la segunda mitad, cuando su vida dio un giro, empezaron a surgir los grandes complejos donde se exhibió gran variedad de películas extranjeras y mexicanas, las eran más de seis, las dulcerías enormes y los boletos se podían comprar en taquilla o por vía telefónica. No necesitaba la gente vestirse seria y el costo subió por los avances tecnológicos y dejaron ganas de ir.

Datos curiosos
     En 1896 llegó el cine a México, traído por Claude Ferdinand Bon Bernard y Gabriel Viere, enviados de los hermanos Lumiére. La primera proyección se llevó a cabo en el Castillo de Chapultepec, en función privada para el presidente Don Porfirio Díaz; ese mismo año se presentó al público en el sótano de la droguería Plateros.
     La primera sala de cine se llamó El Salón Rojo, entre 1916 y 1930 el cine se convirtió en el ámbito favorito de las clases medias y así surgieron las salas cinematográficas donde se proyectaban cintas sin sonido, amenizadas en vivo por un pianista, un conjunto instrumental o una orquesta, según lo que iba sucediendo en la pantalla. (11)

 Citas
 (1)     Jiménez, Armando. Picardía mexicana. 60ª. edición, México, B.Costa-AMIC, editor, 2002. p. 125.
(2)     La Jornada, 27 de octubre de 2005 “Tepito ese barrio chicoarote”.
(3)     Alonso, Martín. Enciclopedia del idioma. Madrid, Edit. Aguilar, 1982. vol. I, II y III.
(4)     Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. México, Lecturas Mexicanas, 1950. p.35.
(5)     Mejía, Jorge, Albures y refranes en México, México, Editorial Panorama,  1985, p. 18.
(6)     Castillo, Laura, “Pasión por el lenguaje en el barrio de Tepito”, en Palabrijes, México, n° 12, julio-diciembre, 2014, UACM, pp. 40-45.
(7)     Idem.
(8)     Idem.
(9)     Etimología de la palabra “Chale”, en http://bit.ly/1GhtqRa
(10) Revista “México en el Tiempo”, n° 15, octubre-noviembre, 1996. “El Cine”
(11) El Universal, Viernes 13 de agosto de 2004. “El cine en el tiempo”



BIBLIOGRAFÍA
La Jornada, 27 de octubre de 2005, “Tepito ese barrio Chicoarote”.
Alonso, Martín. Enciclopedia del idioma. Madrid, Editorial Aguilar, 1982. vol. I, II y III.
Castillo, Laura, “Pasión por el lenguaje en el barrio de Tepito”, en Palabrijes, México, n° 12, julio-diciembre, 2014, UACM.
Jiménez, Armando. Picardía mexicana. 60ª edición, México, B. Costa-AMIC, editor, 2002.
Mejía, Jorge, Albures y refranes en México, México, Editorial Panorama,  1985,
Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. México, Lecturas Mexicanas, 1950.
El Universal, viernes 13 de agosto de 2004. “El Cine en el tiempo”.
Revista “México en el Tiempo”, n° 15, octubre-noviembre, 1996. “El Cine”

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