LA
DANZA EN MÉXICO
DURANTE
LA ÉPOCA
COLONIAL
Estimados lectores una
vez os voy a poner un trabajo, que si merece la pena leer. La autora Maya Ramos
Smith, hace un trabajo de investigación muy interesante sobre “La Danza en
México durante la época colonial”. La autora es bailarina, actriz e
investigadora mexicana, por lo tanto creo que es la única que sabe y que posee
la suficiente preparación para realizar esta gran tarea de recrear el pasado,
comprueba que el ballet en México cuenta con más de dos siglos de historia.
Esta investigación es una formidable contribución a la literatura de la danza
internacional. A, mi personalmente me gustó mucho, espero que a vosotros os
suceda lo mismo.
Pongo un capítulo al principio de una gran autora,
Lourdes Turrent, que nos habla de la “Música en la España de los Reyes
Católicos”, para así poder continuar, con la obra sobre la danza.
Gracias como siempre de antemano a todos los que me
leéis.
LA MÚSICA EN LA ESPAÑA DE LOS
REYES CATÓLICOS (1)
Desde que España fue
invadida por los musulmanes en el 711, los nobles españoles que vivían al norte
de la península, herederos de la tradición cristiana y del reino de los
visigodos, rechazaron las costumbres árabes y se reorganizaron para
reconquistar su territorio y continuar dentro de la cultura europea. Los más
poderosos en riquezas y vasallos se reunieron para organizar un poblado
defensivo, con el tiempo nombrado Castilla –Castella- por su situación especial
de fortificación contra los ataques moros. Sus señores se hicieron llamar
condes, y paulatinamente extendieron terri9torio e influencia sobre los reinos
vecinos.
En el siglo X (946), bajo Fernán González, Castilla ya
constituía un poblado bastante autónomo, y aunque se debilitó con Fernando I,
quien lo supeditó legalmente a León,
surgió como cabeza cultural de los reinos cristianos con Alfonso VI, en 1085.
Este monarca impuso una plena europeización en la vida cortesana. Bajo su
reinado llegaron los monjes de Cluny a España, para igualar la vida de la
península al resto de la cristiandad: Ellos imprimieron la huella distintiva de
la cultura románica: el uso de la letra carolingia que sustituyó a la letra
visigótica y el misal romano que sustituyó al mozárabe. También se introdujo el
rito religioso del centro de Italia en todas las iglesias católicas de España.
Der este rito, lo más importante eran los cantos que para igualar las
ceremonias del mundo cristiano había mandado recopilar San Gregorio en el siglo
VI (2). Lógicamente la
unificación de costumbres tomó en la península mucho tiempo: se alcanzó hasta
el siglo XVII. Sin embargo, con este paso se logró atraer la atención del Papa
a quien los nobles cedieron muchos de los poderes de la iglesia ibérica
independiente, como el control de los matrimonios entre sus príncipes y los de
Europa, que era la clave de la vida política medieval.
Fue así como la nobleza española se empezó a ligar
sanguíneamente con las grandes familias del continente, relación que maduró en
los últimos años del siglo XII. Ese mismo siglo y ante la constante presión de
los árabes, Fernando el Santo convocó a todo los gentileshombres del continente
a dar la batalla definitiva contra los invasores del territorio español. Las
tropas cristianas vencieron en la batalla de Las Navas de Tolosa a los ejércitos
musulmanes que se replegaron hacia Granada.
En el transcurso de la cruzada los nobles españoles
aprendieron las costumbres de los caballeros europeos y adoptaron sus formas de
vida. (3) Poco después, el rey
Fernando III recuperó Andalucía e impulsó notoriamente la literatura y el arte.
Mandó construir al estilo de Notre-Dame las espléndidas catedrales de León y
Burgos. Mientras tanto, su nobleza se rodeó de lujo y dio cabida en sus
castillos a sabios, hombres de letras y músicos notables. Los ricoshombres promovieron
la edición de libros y manuscritos musicales que mostraron su interés por la
producción sonora de su tiempo. Aún se conservan varios de estos ejemplares,
como el Códice Calixtino que dedica sus primeras cinco partes a
diversos aspectos de las peregrinaciones a Compostela, y la última piezas
musicales monódicas y discantus* a dos o más voces..
Además se preserva el Códice de las Huelgas,
más tardío. Contiene piezas al estilo polifónico en la Escuela de Notre-Dame,
el gran centro musical europeo del siglo XIII, ubicado en París. Notre-Dame
formó grandes maestros como Léonin y Perotin, quienes organizaron la escritura
musical en función de un ritmo terciario, estableciendo así las bases para el
desarrollo de la polifonía renacentista. (4)
El sucesor de Fernando III, Alfonso X El Sabio (1221-1248),
es considerado por muchos como “el gran emperador de la cultura del siglo
XIII”. Aunque no pudo igualar a su padre en hazañas militares ni políticas:
durante su reinado planeó no sólo la reconquista, sino la expansión hasta
África, más el sitio de Algeciras le fue adverso. También fracasó en su intento
por dominar directa e indirectamente a Portugal y Navarra y obtener la corona
de Alemania. Incluso el Papa le prohibió la vanidad de hacerse llamar Rey de los
Romanos. Sin embargo, Alfonso tuvo la brillante intuición de que España podía
llegar a ser el centro político de Europa. Deseaba algo que los Reyes Católicos
y Carlos V lograron hasta el siglo XVI: convertir en eje de la política europea
a Castilla “coto que circundan las adestas tierras bengalíes y los risueños
vergeles andaluces”, dice el cronista. (5)
Y si bien Alfonso X estancó el proceso de las armas, supo
agrupar en torno a su corte a los sabios más destacados en las distintas
disciplinas y a los representantes más notables de las diversas culturas de su
tiempo. La lista de sus colaboradores incluye científicos, astrónomos,
historiadores, escribas y artífices de la miniatura, que trabajaron junto a
poetas, músicos, traductores, etc. Alfonso X era no sólo un gran concertador
sino un gran lírico. Lo demuestra su obra capital Las Cantigas de Santa María.
Magnífica muestra de la primera notación mensural en Europa, esta obra la
forman más de 420 canciones monódicas que relatan milagros y favores de la Virgen,
una de cada diez dedicada a María.
Con la muerte del Rey Sabio, Castilla y los reinos
cristianos entraron en un proceso de cambio ideológico y cultural que se vio
afectado por la situación general de Europa en el siglo XIV. Grandes pestes
acabaron con la mitad de la población central del continente y, junto con la
Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra, provocaron el
debilitamiento de los países tradicionalmente fuertes y posibilitaron el
florecimiento de varias culturas en la región flamenca, los reinos de Alemania
y, por último, Italia, cuna del Renacimiento.
Concomitantemente los valores de la Edad Media entraron
en crisis. “Las virtudes varoniles, los héroes, los actos heroicos, dejaron su
lugar a la Virgen, al amor galante, al triunfo de la sensualidad. Del interés
por las gestas, los escritores pasaron a los temas novelescos de los libros de
caballería (Francia), la escuela del dolce stil nuovo (Italia) y los
comienzos de Dante y la literatura mariana en España. (6)
A partir de 1300
los nobles y gentileshombres de España decidieron esmerar su educación.
Aprenden a leer y hablar latín, oír y recitar versos, a conocer los secretos de
la música y también a cantar y danzar.
La caballería como ideal de vida alcanzó su apogeo con
Enrique IV (1412-1474), a quien sucedería en el trono de Castilla Isabel I.
Bajo su reinado, los romances, los torneos y las fiestas se convirtieron en la
mayor afición de la aristocracia. El rey se declaró inepto para manejar los
asuntos del Estado y encomendó el gobierno al condestable don Álvaro de Luna,
simpático, hábil y ambicioso, que terminó sus días en el patíbulo. Antes de tan
trágico fin, se dedicó a satisfacer las aficiones literarias, artísticas y
festivas del monarca. Así, la Corte de Castilla se convirtió en un centro de
poetas y trovadores, de músicos y caballeros galantes que se enfrentaban en
torneos.
El gusto por el ocio, los torneos y la vida holgada
hicieron de Enrique IV un pésimo rey. No sólo cedió las riendas de su gobierno
a otra persona: incapacitado para controlar a la nobleza, nombró otra de
hidalgos arrogantes e incapaces. Los conflictos entre los nuevos y los antiguos
aristócratas duraron todo su reinado. Mientras se enfrentaban en banderías,
todos se dedicaban a vivir con ostentación. Hombres y mujeres invertían su
tiempo en arreglar su atuendo porque así ganaban la voluntad real. Además, se
esmeraban en manejar bien el caballo, escribir versos y cantar con gracia. (7) Mientras tanto el monarca soñaba: “El tono de
su voz era dulce y muy proporcionada. Todo canto triste le daba deleite- Se
preciaba de tener cantores (capilla de músicos a su servicio que lo acompañaban
siempre) y con ellos cantaba muchas veces”. Además, “en los divinos oficios
mucho se deleitaba, estaba siempre retraído, tañía dulcemente el laúd sintiendo
la perfección de la música”. (8)
Esta situación se agravó con la aparente impotencia del
monarca. Al no poder engendrar un heredero, se dice que permitió a la reina
tener amores con don Beltrán de la Cueva. De esta relación nació una niña, doña
Juana, a la despectivamente el pueblo designó como La Beltraneja. El rey
murió en 1474, y unos cuantos meses después su sucesor, don Alfonso. Quedaron
dos posibles herederas: doña Juana Beltrán y la hermana del rey, doña Isabel de
Castilla.
La nobleza de los reinos se dividió. Unos lucharon por
coronar a La Beltraneja, porque apostaba a que con ella como reina continuaría
el derroche de Enrique IV. Otros prefirieron apoyar a la hermana del difunto
rey. Para entonces doña Isabel ya tenía como confesor al fraile Cisneros y éste
le aconsejó buscar fuera de su reino, casándose con un príncipe fuerte. Fue así
como unió su vida a la de Fernando de Aragón. Después del enlace, los dos
jóvenes se dedicaron a luchar por el trono de Castilla. Recorrieron cada pueblo
importante de este reino, y después de vencer a los seguidores de doña Juana,
Isabel subió al trono. (9)
Para
festejar este acontecimiento, la reina mandó hacer en la plaza de Segovia un
“muy alto asentamiento donde fue puesto si escudo real”. Ella ricamente
adornada, “recibió en tal lugar a los oficiales de armas mientras la
acompañaban trompetas, atabales y tamborines”. (10)
Con esta celebración Isabel se convirtió en la heredera del
trono de Castilla y también de la tradición festiva y musical de las cortes
católicas españolas. Y aunque continuó viviendo con lujo y practicando el
mecenazgo acostumbrado, aplicó desde un principio prácticas para controlar a la
nobleza. Canceló las mercedes y los títulos de las personas más nefastas del
reinado anterior. Al mismo tiempo dio su apoyo a los más cultos e inteligentes,
para que organizaran a través de la Santa Hermandad un ejército fiel que
luchara por la paz y por la seguridad pública. Su consejero, el cardenal
Cisneros, fomentó la restructuración de las órdenes mendicantes y alentó,
desgraciadamente, la implantación de la Inquisición. (Desgraciadamente, porque
esta institución impidió en gran medida el desarrollo9 cultural y económico de
España en los siglos siguientes).
Otra medida política también afectó la estabilidad de las
finanzas y del comercio: la intolerancia del gobierno de los Reyes Católicos
hacia las minorías, entre ellas los judíos. En esta época el manejo de la
Hacienda estaba en sus manos. Los judíos constituían una verdadera
subaristocracia de capitalistas, comerciantes y altos funcionarios dedicados a
las actividades mercantiles y especulativas y que repre4sentaban al sector
económico más moderno de España. En 1492 la Corona les impuso una disyuntiva:
convertirse al catolicismo o salir del país. Algunos se quedaron, pero la
mayoría se fue con sus capitales y empresas. Este éxodo sumió a España en un
atraso económico notable respecto a los demás países de Europa.
En Alcalá, la España renacentista fundó sus primeras universidades,
en un intento de romper con la educación medieval en manos de los colegios
conventuales. La fundación de estos centros de educación superior coincidió con
un deseo asombroso de aprender. La introducción de la imprenta permitió que los
principales textos renacentistas llegaran a todos los rincones de la península.
La reina Isabel y sus hijos estudiaron lenguas romances mientras las damas
tomaban cursos, tenían acceso al magisterio e impartían cátedra. La Universidad
de Salamanca llegó a tener 7 000 inscritos y fue la primera del mundo en
conferir un doctorado en música. La producción sonora de España alcanzó
entonces un alto grado. Se logró un gran profesionalismo en virtud del contacto
de los artistas españoles con los compositores italianos y flamencos. La
península contó con grandes polifonistas que manejaban con maestría el
contrapunto. Un brillante ejemplo: Juan Carnago, músico de la corte de Alfonso
V, que luego pasó a la capilla de Fernando el Católico.
La figura central del Renacimiento literario y musical de
España fue Juan de Fermoselle Encina (1469-1529) (11) músico, poeta y escritor de cancioneros, con
facilidad asombrosa para la creación de melodías. Encina vivió como muchos
artistas de su época mirando por un lado al pasado, a la tradición rígida
medieval, y por otro a la filosofía mundana del Renacimiento que sostenía el
derecho del hombre a la alegría. Encina se educó en Salamanca, en donde recibió
la influencia de las dos filosofías de su tiempo. Fue alumno de Antonio de
Nebrija, con el que aprendió sobre el cosmopolitanismo sevillano, y además
convivió con los campesinos de la pequeña aldea en que estaba asentada la
universidad. De esta doble experiencia surgió una poesía española que requería
aparearse con la música. Encina también escribió villancicos con estribillo,
gracias a él convertidos en obras independientes, no supedidatas a las
representaciones acostumbradas durante la Navidad. Asimismo escribió numerosas
piezas dramáticas de ámbito pastoril para conmemorar el nacimiento de Jesús:
varios personajes, sin necesidad de escenografía o de vestuario especial,
comentaban con gracia hechos y chismes del momento, cuando un ángel o pun
pastor le avisaba que ya había nacido el Niño Dios. Entonces los actores salían
cantando a visitarlo.
Estas obras de Encina se interpretaban en los palacios de
los nobles, en las mismas salas en que se cantaban los maitines de la noche de
Navidad. Representaciones de este tipo se repetían el día de “Antruejo”, el
masrtes último de Carnaval.
Su obra musical, de la que se han conservado
68 piezas, se encuentra reunida en el Cancionero musical de Barberini (1890);
representativo del arte polifónico castellano, viene a reforzar la expresividad
del texto. El Cancionero (Salamanca, 1496)
está formado por sus composiciones juveniles, de tono popular, y lo precede un
tratado, Arte de
la poesía castellana, a la manera de la poética trovadoresca,
que anuncia ya la preceptiva renacentista.
Como
dramaturgo, Encina se sitúa a caballo del teatro medieval y el renacentista. En
las quince églogas que de él se conservan, se percibe el tránsito de un inicial
marco medieval en la concepción de las representaciones pastoriles a una nueva
perspectiva renacentista y pagana, que coincide con su estancia en Roma, en
obras como la Égloga de Fileno, Zambardo y Cardonio, escrita en octavas de arte mayor,
la Égloga de Cristino y Febea o la Égloga
de Plácida y Victoriano, en las que trata el amor, de tipo
erótico, de forma trágica y relacionado con la intervención de dioses paganos.
Con el
teatro escolar, de tradición pastoril y universitaria a la vez. Con una técnica
sencilla afilaba las burlas que los estudiantes hacían a los aldeanos reunidos
en la ciudad de Salamanca los días de mercado. La costumbre de representar
estas pequeñas piezas hizo que algunos estudiantes dividieran su tiempo entre
el estudio y la vida de truhán. Iban de pueblo en pueblo a cantar y actuar.
Estas celebraciones hacían convergir
los rituales de la iglesia con una o varias representaciones teatrales casi siempre
precedidas por un baile acompañado de guitarras. Después el famoso “introito”
explicaba el argumento. Poco a poco a este introito se le añadió música y
bailes que empezaron a ser indispensables aún en aquellas obras escenificadas
dentro de las iglesias y conventos. Hasta piezas populares se bailaban en estos
recintos. (12)
En España también se acostumbraban
los misterios en los que se narraban pasajes de la Biblia o de la vida de los
santos, con su parte musical incluida, y los moros y cristianos, donde los
grupos se enfrentaban acompañados por música. También en estas fechas se
llevaban a cabo las procesiones con disfraces, máscaras o flores, y las danzas
que casi siempre consistían en carreras de hombres y mujeres entrelazados por
las manos. Asimismo, desde el siglo XV se acostumbraban las mascaradas y los
carros de sus dos formas: procesionales y representativas. Las mascaradas eran
a pie y a caballo (cabalgatas), diurnas y nocturnas, y en ellas los
enmascarados corrían por las calles y danzaban empuñando hachas encendidas. Por
otra parte, eran tradicionales las fiestas de cañas y torneos como el
“estafermo y la sortija”, y las coplas en las que intervenían los nobles y los
reyes. Todos los habitantes de uan región participaban en las celebraciones donde
se mezclaban expresiones cultas con otras espontáneas que contribuyeron al
surgimiento del arte nacional español. (13)
LA MÚSICA EN LA CORTE DE FERNANDO E ISABEL
Durante
su reinado, Isabel la Católica desarrolló sobre todo la canción polifónica, ya
para entonces dotada de un ambiente netamente español. El antecedente de este
género se encuentra en la corte que Alfonso el Magnánimo organizó a partir de
1443 en Nápoles y que había sido famosa en toda Europa por su afición a la
música, la poesía y las bellas artes.
Para
tener a la mano música y canciones, los reyes fueron organizando capillas de
músicos que al finalizar el siglo XV ya estaban consolidadas. La reina tenía un
conjunto de 20 cantores y uno o dos organistas, a los cuales se añadían 15 a 25
mozos de capilla. Por su parte el rey Fernando contaba con una capilla formada
exclusivamente por músicos españoles; de 12 cantores en 1476, creció hasta 41
en 1515. En 1477 su conjunto estaba formado de la siguiente manera:
-
Un maestro de capilla, encargado de la
composición de obras de un altísimo nivel de los músicos.
-
Varios cantantes con diversas tesituras: un
tenor, un tiple, un contra, dos capellanes cantores, un cantor tenor, un
contrabasus y un tañedor e cantor. Estas voces se combinaban para cantar
bellas canciones polifónicas.
-
Varios instrumentistas. Cuatro ministriles
y siete trompetas. Unos servían para tañer órgano, guitarra y laúd, otros
para acompañar al rey en sus procesiones.
|
Gran
parte de la música que se interpretó en la corte de Fernando fue recopilada en
un manuscrito, el famoso Cancionero de Palacio, descubierto
en 1870 y resguardado en la Biblioteca Real de Madrid. Publicado por primera
vez en 1890, recoge 460 canciones. Este cancionero presenta todos los elementos
necesarios para fundar el estudio de las costumbres cortesanas y populares de
los siglos XV y XVI relativas a la poesía lírica y la música. “Y digo
cortesanas y populares aunque en rigor no cabe tal distinción en cuanto a la
forma musical, pues por lo general, todas las clases sociales se confundían en
un mismo sentimiento cantando ya la canción seria cortesana, o ya el romance,
el villancico o el cantarcillo popular. Si bien estos últimos el pueblo los
cantaba de memoria y sólo la melodía escueta o simplemente acompañada por la
guitarra. Mientras la aristocracia armonizaba la melodía a tres o más voces o
la acompañaba con el arpa u otro instrumento cortesano.” (14)
Los
Reyes Católicos eran especialmente
amantes de la música instrumental, y entre los instrumentos preferidos de la
corte aparece la vihuela. (15) Los
vihuelistas practicaban los géneros menores, derivados de las formas de las
danzas y de la música vocal de los villancicos y los romances. De los músicos
que formaban parte de las capillas cabe mencionar especialmente a los
trompetas, siempre asociados a los atabaleros y que acompañaban a los reyes en
las festividades solemnes de la corte.
LA MÚSICA EN LAS CATEDRALES
La gran
música religiosa española de los siglos XV y XVI se desarrolló en las
catedrales. Su funcionamiento dependió de las autoridades eclesiásticas y del
trabajo de un músico: el maestro de capilla.
La
función de este artista varió con el transcurso de los años. En la Edad Media
sólo se esperaba de él la organización del canto llano, es decir, la interpretación
de la música sacra apegada a la liturgia entonada “a capella” en las fechas del
calendario de la iglesia (aunque los cantos variaban de lugar en lugar, con
distintas melodías y distintos adornos, no se acompañaban con instrumentos).
Pero a raíz de que las universidades se limitaron a enseñar la filosofía
relacionada con la música, y a que la iglesia
aceptó nuevas composiciones polifónicas en las celebraciones
eclesiásticas, la práctica y enseñanza profunda de la música recayó en las
catedrales y principalmente en su músico más importante: el maestro de capilla.
Desde entonces se exigió a estos artistas no sólo la organización,
interpretación y composición de la música, sino la transmisión de sus
conocimientos a cierto número de niños.
En 1551
la catedral de Sevilla aceptó a Francisco Guerrero como maestro de capilla
suplente, siempre y cuando cumpliera con ocho obligaciones para los niños. (16) De las obligaciones se concluye que el maestro de
capilla era padre y maestro de siete a quince muchachos que ingresaban a las
catedrales antes de los 14 años. Los resultados de esta educación saltan a la
vista: los mejores músicos de España del siglo XVI provinieron de las
catedrales, por ejemplo Guerrero, Lobo y Navarro.
La vida
de los niños cantores de la capilla de catedral no sólo era una rutina de
ceremonias eclesiásticas y estudios; el maestro los llevaba a entretener a la
nobleza con canciones (canzonetas) y con farsas. Algunas veces se excedían en
esto y los reprendían. Era común que los músicos de estas importantes iglesias
tuvieran prestigio entre los nobles y los soberanos. Incluso la Corona
subvencionaba la vida musical de algunas catedrales y por ello pudo intervenir
en el nombramiento de alguno de sus músicos. Ahora es menester destacar una diferencia
entre los niños cantores y los mozos de capilla, adolescentes, que atendían la
catedral. Los segundos únicamente tenían a su cargo el servicio del altar, de
las misas y oficios, y el canto al atril de versículos en canto llano.
Como
contrapartida de sus múltiples obligaciones, el maestro de capilla tenía
derecho a largos periodos de vacaciones si conseguía quien lo sustituyera en la
educación de sus alumnos. Una de las razones para dejar sus clases era la
edición de su música, ya fuera con base en el copiado o en la impresión, y la
supervisión de que las copias llegaran a las catedrales: San Pedro en Roma,
Notre-Dame en París, Sevilla en España, Brujas en Bélgica, etc. Esta costumbre
favoreció el incremento de obras en los archivos de toda Europa y en las
catedrales de las colonias españolas de América que a partir de la segunda
mitad del siglo XVI recibieron la nueva música impresa, casi al mismo tiempo
que la española. (17)
En
cuanto al papel que los ministriles desempeñaron en la música religiosa de las
catedrales, se sabe que algunos instrumentos como sacabuches, chirimías,
cornetas y flautas como instrumentos primarios, y fagotes como instrumentos
secundarios, acompañaban el canto polifónico durante las misas, las fiestas,
los oficios, etc., que el mismo maestro se encargaba de organizar.
Por
ejemplo, en 1553 se decidió ampliar en la catedral de Sevilla los contratos a
los instrumentistas, con base en que: “Los canónigos estuvieron de acuerdo en
que todos los días que fueran fiestas solemnes para los sevillanos, la
celebración debía hacerse con el máximo aparato y autoridad posible,
especialmente porque esto acrecentaba la devoción de la gente. Por lo tanto se
permitió, desde entonces el uso de cualquier tipo de instrumento que sirviera
para dar mayor lucimiento a las celebraciones. Lo curioso es que esta decisión
coincide con una actitud muy crítica de la Iglesia colonial en América, en
relación al exceso de músicas en los pueblos de indios.
Los
canónigos sevillanos también decidieron que las procesiones efectuadas dentro y
fuera del templo, debían ir acompañadas por música, pues así aumentaba la
devoción de la gente y se incitaba al pueblo a seguir la procesión y asistir a
los oficios divinos.
El
papel que estos instrumentos españoles, mencionados anteriormente, que
desempeñaron en la música religiosa fue muy importante, al grado que a fines
del siglo XVI se imitó su forma de interpretar en otros lugares de Europa y se
tituló misas a la forma española a
las composiciones escritas para el ordinario de la misa que se acompañaban de
violines y trompetas.
En
España abundaban estos músicos de las catedrales, que con permiso de los
canónigos, tocaban en las fiestas o romerías de los santos patronos de los
pueblos. En comparación con Inglaterra y Francia, en la península funcionaban
en el siglo XVI más de dos docenas de vigorosos centros artísticos, cada uno
con sus tradicionales liturgias y sus expresiones particulares de cultura.
Gracias a esta riqueza de expresiones y al impulso que la nobleza dio a las artes,
la música religiosa llegó a su mayor esplendor en España. Tres fueron los
principales músicos conocidos y respetados internacionalmente: Francisco
Guerrero, maestro de capilla de la catedral de Sevilla; Cristóbal de Morales,
quien trabajó a las órdenes del Papa Paulo III desde 1535 y fue maestro de
capilla en Toledo, Marchena y Málaga. Por último, Tomás Luís de Victoria, quien
se educó en Alemania y convivió en Roma con Palestrina. Al final de su vida
decidió retirarse al convento de las Descalzas Reales en Madrid en donde
trabajó para la familia real hasta su muerte en 1611.
EL SIGLO DE LA CONQUISTA (18)
El
siglo XVI fue época de transición entre dos mundos cuando se encontraron y
empezaron a mezclarse los elementos indios, negros y españoles que en los tres
siglos de coloniaje y de múltiples influencias, darían origen a las formas
populares –musicables y bailables- de una nueva raza.
En los
primeros años de la colonia, la danza no tenía todavía un carácter definido.
Por un lado, se implantaron formas europeas, a las que pronto se mezclaron
elementos indígenas y negros. Por otro lado, aun cuando se cristianizaron las
antiguas danzas rituales, aplicándoles una temática apropiada a las exigencias
de la nueva religión siguieron, en el fondo, conservando su antiguo simbolismo.
Además de la danza usada por la Iglesia como auxiliar en la evangelización, se
practicaron en Nueva España los mismos tipos existentes en la Europa: la danza
de salón y la danza popular. Ambos, traídos por conquistadores y colonizadores,
se mezclaron con las danzas nativas para dar origen primero, a formas mestizas
y, más tarde, a una danza característica propia y una fisonomía ya mexicana.
Este
proceso se inició en el siglo XVI y continuó durante la época colonial hasta
empezar, hacia fines del siglo XVIII, a fijarse definitivamente muchas de las
formas llegan hasta nuestros días. Muchos factores contribuyeron a la formación
de la actual danza folclórica mexicana. Como factores internos actuaron los
españoles, indios, negros, criollos y mestizos. La principal influencia
exterior procedía de España y, por medio de ella, al resto de Europa pero,
también vía La Habana, por Veracruz y otros puertos, llegaron influencias muy
diversas de las colonias europeas en América.
El Teatro de la evangelización
El
teatro, la música y la danza en Nueva España fueron, durante el siglo XVI y
parte del XVII, instrumentos al servicio de la evangelización. Los frailes
españoles supieron muy bien encauzar para la propagación de las ideas
cristianas, la profunda religiosidad de los indios, su atracción por el ritual
de gran aparato y el amor que por la danza tenían, como acto directamente
vinculado con el culto
Numerosas
representaciones y danzas indígenas habían sido presenciadas por conquistadores
y frailes, y estos últimos no vieron con desagrado la posibilidad de conservar
muchas de ellas, fuera para entretenimiento de los indios o para adaptarlas e
integrarlas al proceso de evangelización. Por otro lado, los españoles traían
consigo la tradición de las danzas religiosas. Éstas habían sido muy usuales en
España, ejecutándose a menudo dentro de las Iglesias, a pesar de las
prohibiciones que desde los primeros siglos del cristianismo, se promulgaron al
respecto. Durante el siglo XV habían sido muy atacadas pero, ya en el XVI,
habían resurgido y eran elemento obligado de las fiestas de Corpus Christi y de los autos
sacramentales, penetrando una vez más en el interior de las iglesias con las
danzas de los seises de Sevilla, que
continúan ejecutándose hasta nuestros días. Además, la tradición teatral
evangelizadora se había mantenido hasta mucho más tarde en España que en el
resto de Europa, pues después de la reconquista, ya unificado el país, se había
tenido que convertir a los moros y judíos que quedaron en él, y catequizar al
pueblo iletrado que había convivido con ellos.
En
Nueva España, la superposición de elementos cristianos a los considerados
paganos se realizó, en muchos aspectos, en forma apresurada y a menudo
superficial. Muchas iglesias fueron construidas inmediatamente después de la
conquista, sobre pirámides y templos. Lo mismo sucedió con las festividades: en
muchas ocasiones se sustituyó al dios del lugar por un santo con atributos
similares, sin cambiar el sitio de adoración ni la fecha de la ceremonia, y los
indios siguieron ejecutando sus danzas donde lo habían hecho antes.
En
las danzas religiosas de la época colonial que han sobrevivido, podemos
observar un cierto simbolismo pagano, de acuerdo con el cual son frecuentemente
tomados en cuenta los puntos cardinales, y cuya ejecución coincide muchas veces
con cambios de estación o con fechas calendáricas aztecas. Es significativo
también el hecho de que cuatro de los principales festivales religiosos que se
celebran anualmente tengan lugar en sitios que se encuentran, con respecto a la
Ciudad de México, orientados hacia los puntos cardinales: Tepeyac al Norte,
Chalma al Sur, Amecameca al Este y los Remedios al Oeste.
Las
principales festividades religiosas en la época colonial tenían lugar durante
la pascua, corpus Christi, la epifanía, la navidad y el día de San Hipólito,
patrón de la Ciudad de México. También se celebraba públicamente la dedicación
de las iglesias. Los pueblos, igual que en España, tenían cada uno su santo
patrón y su fiesta titular. En estas ocasiones se hacían procesiones, danzas y
grandes espectáculos dramáticos en lenguas nativas, en los que intervenían la
música, la actuación, el canto, la danza y la pantomima, tomando parte en
ellos, centenares de indígenas. Las mujeres estaban excluidas de estos
espectáculos; los participantes eran todos hombres, en su mayoría indios. La
imagen de la muerte, representada como un esqueleto, era también muy familiar a
los indios desde la época prehispánica. Se introdujo también la representación
de las “conquistas” (19), cuyo tema era la lucha entre cristianos e
infieles, la derrota de éstos, y su conversión al cristianismo.
Hacia
fines del siglo había también dramatizaciones de pasos de la pasión, durante el
sermón, cuando los viernes se reunía la cofradía de Nuestra Señora de la
Soledad, los que deben haber incluido danza y pantomima. También se
acostumbraban en algunas iglesias, los domingos por la tarde después del
sermón, unos autos llamados Nexcuititli, o pasajes de vidas de
santos y milagros, que se representaron durante más de un siglo.
El
contexto religioso y el popular se mezclaron para producir las pastorelas, que se escenificaban durante
la época de la navidad. En ellas intervenían actores, músicos, cantantes y
bailarines, reclutados todos ellos, en la comunidad. Los personajes principales
eran ángeles y pastores, a quienes se anunciaba el nacimiento de Cristo. Los
ángeles eran casi siempre personajes danzantes; los pastores ejecutaban danzas
campesinas. Aunque sus antecedentes datan delo siglo XVI, este género no
alcanzó su mayor difusión hasta el siglo XIX.
Las
procesiones tuvieron gran importancia en la vida colonial, tanto en fiestas
religiosas como civiles. Una de las más brillantes y solemnes era la del corpus Christi. En ella debían desfilar,
por orden expresa del cabildo y bajo pena de multa o cárcel, “todos los
oficiales y obreros de oficios mecánicos que haya en la ciudad… portando el
pendón de su oficio, imágenes y devociones que acostumbran sacar; los oficiales
de cada gremio deberán llevar hachas y cirios”. (20) En ella
se incluían también elementos profanos, como la tarasca –una inmensa serpiente de papel, tela y madera-, los
gigantes y el diablo cojuelo que, durante más de tres siglos, introdujeron un
elemento jocoso, aún en los momentos más solemnes: “…salió ayer tarde y hoy,
tarasca nueva, de siete cabezas, y anduvo dentro de la catedral, al tiempo de
las vísperas”. (21)
Esta fiesta de corpus Christi fue de muy larga
tradición: la primera se celebró el 21 de mayo de 1526 y la última tuvo lugar
en 1866. Sus costos se dividían casi siempre entre el cabildo de la ciudad y
los gremios de artesanos. Frente a la iglesia mayor se construían tablados y
gradas, y bajo el palio de honor, adornado con alfombras y tapices, se colocaba
el virrey, la audiencia y los consejeros del cabildo. Al terminar la procesión
la celebración culminaba con la representación de un auto sacramental, de un
coloquio o de una comedia, durante los cuales, o en sus intermedios, se
ejecutaban danzas.
En
las fiestas de 1600 el regidor de la Ciudad de México ordenó:
“…que
cada día oviese villancicos y mande venir a los indios de Sumpanguacan y les
mande traer bigüelas de arco y que hiciesen danzas todos los días y que desde
la mañana hasta la noche los ocho días estuviesen tañendo sus bigüelas y
cantando… y mande traer todos los indios de los alrededores, músicos, hasta los
de Huejozingo.” (22)
En 1608 se invitó a danzar
a los indios de Malinalco y Acolman. Si se encontraban bailarines o maestros de
danza se ponían también danzas populares europeas, como en 1592, en que
ejecutaron una danza “de gitanos” y otra de “portugueses”. En 1593 el encargado
de organizarlas fue Alfonso Domínguez; Luys de Lagarto ofreció una danza de
gigantes, por la cual se le pagaron trescientos pesos, más “la seda de sus
vestidos y la herramienta de los carros” (alegóricos). En 1596 el cabildo
ordenó “…que en todo el ochavario haya danzas y fiestas ante el Santísimo
Sacramento”. Ese año se pagó a Diego de Mendoza, vecino de Zumpahuacan, sesenta
pesos, y doce fanegas de maíz “por las danzas que hizo en las fiestas y en la
octava”. Se efectuaron, además, danzas hechas por los “indios panaderos”,
danzas “de pelas” y una danza “de gitanos”. (23) Cuando
la ciudad no tenía suficiente dinero para ofrecer grandes espectáculos, se
suprimían las comedias y se ofrecían sólo danzas y fuegos artificiales. Las
danzas para el corpus variaban de un año para otro, pero las de españoles, y
las de indios –llamadas mitotes-,
formaban casi siempre parte del programa.
Todos
estos espectáculos y las danzas que los acompañaban tuvieron sus opositores,
pero a pesar de repetidas prohibiciones de juntas y concilios -1524, 1555,
1585-, relativas a su ejecución dentro de los templos o en los conventos, éstos
continuaron, más o menos en la misma forma, hasta bien entrado el siglo XVII.
Los
jesuitas en un nivel más culto, cultivaban también el teatro, religioso y
profano, en sus colegios. El triunfo de
los santos, fue representado en 1578, y la danza también tomó parte.
Las Danzas de Moros y Cristianos
Entre las danzas del siglo XVI que produjeron
formas que hasta nuestros días, sobresalen las de moros y cristianos,
introducidas hacía 1539 como parte de las “conquistas”. Actualmente dormán dos
grupos principales: las danzas de moros y cristianos o morismas y las danzas de
la conquista, con multitud de variantes, muchas de las cuales incluyen
relaciones actuadas, estructuradas en forma de diálogos.
La
morisca
fue un género que abarcó numerosas danzas, y tuvo gran difusión en Europa desde
la Edad Media. Su carácter anecdótico y su empleo de la pantomima la señala
también como posible antecesora de las mascaradas, intermezzi, balleti y
demás entretenimientos renacentistas que dieron origen a la valle de corte.
Según Curt Sachs, (24) dos de sus principales características: la
batalla que se representa y el maquillarse la cara de negro, indican también
antiquísimas danzas de fertilidad con un contexto de muerte-resurrección. Al
perderse con el tiempo ese antiguo simbolismo, se identificaría con lo más
exótico que se tenía al alcance: los moros y sus luchas contra los cristianos.
Tuvo muchísimas variantes; también se designaba con su nombre a una mascarada.
En Italia se usó, dentro del teatro napolitano, en forma de sketches groseros
protagonizados por negros. Otra forma, muy usual en Europa central durante el
siglo XV, consistía en danzas masculinas de ronda, en las que se competía por
un premio otorgado por las damas. En su forma cortesana, la morisca consistía generalmente en un solo, ejecutado por un
joven maquillado de moro, exóticamente vestido y con cascabeles en los
tobillos.
La
forma que llegó de España es una especie de epopeya danzada y rimada, a veces
también actuada, que narra las hazañas de los cristianos en sus guerras contra
los infieles, y en cuyo clímax el moro, mattacino,
árabe o turco, es invariablemente vencido. Esta danza fijó su forma durante la
época de las cruzadas, y se localiza geográficamente, hoy en día, a lo largo de
las rutas seguidas por los cruzados, desde España hasta Turquía, pasando por
los Balcanes.
En
la isla yugoslava de Korcula se conserva una versión muy antigua de esta
danza-pantomima; la morezka muy similar a las conservadas en México. Es de
tradición popular y se transmite de padres a hijos. En su ejecución, que tiene
lugar una vez al año, intervienen todos los habitantes del pueblo. En ella hay
narración, pantomima y danza. Los personajes principales son una joven vestida
de odalisca, un rey moro y un rey blanco, entre cuyas huestes se libra una
batalla. En Inglaterra, la Morris dance, como se ejecuta en la
actualidad, incluye también batallas sobre caballitos de madera, bailarines
maquillados de moros con cascabeles en los tobillos, y un muchacho vestido de
mujer. En Alemania, estas danzas se agrupan bajo el título de moriskentanzen.
Fue
en España en donde mayor difusión alcanzó, porque su temática formaba parte de
la vida cotidiana. Se menciona desde el siglo XII, y el XV era parte importante
en los festejos del “corpus Christi”. Su inmensa popularidad y su temprana
exportación a las colonias no fue fenómeno accidental. Esta danza había
arraigado profundamente en el espíritu español durante la guerra de
reconquista, en la cual los españoles se veían así mismos como cruzados, y se
escenificó durante el siglo XVI como una afirmación, a nivel popular, de la
posición de España ante la reforma. La conquista y evangelización del Nuevo
Mundo vinieron a representar, en la imaginación española, una prolongación de
las cruzadas y la reconquista. La ejecución de las danzas de moros y cristianos
por los indígenas vencidos –quienes al principio representaban siempre el papel
de los infieles- venía a ser el reconocimiento, siempre renovado, de la
superioridad del imperio español y de la religión que lo sostenía.
Las
danzas guerreras habían sido práctica común de los indios y este nuevo baile
debió haber sido de su agrado, pues se utilizó mucho durante la época colonial.
Arraigándose en el país. Con diversos nombres y personajes pero con la misma
temática, esta danza se practica hoy en día en casi toda la república y América
Central.
Sus
personajes varían: pueden ser Mahoma, Pilatos, el Sultán, el Gran Turco y hasta
Tiberio quienes luchan contra los cristianos a quienes, a menudo, capitanea el
apóstol Santiago, a caballo, como en las danzas de moros y cristianos, los
matachines, los reyes de la media luna, morismas, alchileos, tastoanes,
santiagueros y retos. Hay también variantes que narran episodios de las guerras
españolas contra los moros –danza de los moros en Michoacán-, y otras como
extraídos de los romances del ciclo carolingio, como la danza de la luna y la
de los doce pares de Francia, que alcanzaron gran popularidad en el siglo XVII.
Al
segundo gran grupo pertenecen las danzas de la conquista. Desde el
siglo XVI se empezaron a ejecutar danzas en las que se presentaba la historia
reciente, y que venían a ser la variante local de los moros y cristianos. Su
tema era la guerra entre españoles e indios, con la consabida derrota de éstos
y su conversión al cristianismo. De ellas nació el tipo llamado danzas de la
“conquista”, que llega también hasta nuestros días. En muchas de ellas, los
indios ya evangelizados hacen el papel de conquistadores, como en la danza de
chichimecas, en la cual éstos son vencidos por los caballeros mexicanos. En la
danza de la pluma, en Oaxaca, se enfrentan Cortés y Moctezuma, y en el estado
de Guerrero se conserva una versión en la cual el personaje central es también
Hernán Cortés.
De
la misma familia son también las danzas de los concheros que se practican en
los estados de Guanajuato y Tlaxcala y en la Ciudad de México. De larga
tradición, los concheros forman en la actualidad grupos llamados
“conformidades” o “mesas”, con jerarquías de tipo militar, y tienen una idea
muy elevada de la dignidad que les confiere su condición de danzantes. A menudo
se dedican a bailar por “manda o acción de gracias”, y se transmite la
tradición de padres a hijos. Se llaman a sí mismos “Soldados de la Conquista de la
Santa Religión”, y asu jefe Capitán General de la Conquista de la Gran
Tenochtitlan. Ejecutan diversas danzas: la de los concheros, en la que
diseñan en pasos y figuras la forma de la cruz; una danza pantomima cuyo tema
es la conquista de Tenochtitlan, y otra, también de “conquista”, entre indios
paganos –llamados “rayados”- y cristianos. En sus danzas se mezclan elementos
cristianos y paganos, como la obediencia y homenaje a los cuatro vientos y
puntos cardinales, y el suchitl o altar de flores que
levantan en el atrio de la iglesia antes de bailar. (25)
El teatro y la danza
cumplieron en el siglo XVI una importante función social. Dentro del contexto
religioso ayudaron a propagar la fe cristiana más efectivamente que cualquier
sermón. La religión fue presentada con gran lujo y aparato, en masivas
producciones teatrales, ante los maravillados ojos de los indios, quienes
contemplaron con asombro la gloria del paraíso y los tormentos del infierno,
viviendo, al representarlos, los milagros y martirios de los personajes.
Las
solemnes procesiones y los importantes servicios religiosos durante los que,
por breve tiempo, se olvidaban las diferencias sociales y vencedores y vencidos
se inclinaban ante el mismo dios, ponían de manifiesto, ante los indios, el
gran poder de la nueva divinidad contra la cual los dioses ancestrales que
ahora dormían, tal vez para siempre, en el fondo de la laguna, en las cuevas, o
en los cimientos de las nuevas iglesias, nada habían podido hacer.
Factor
muy importante para la evangelización de los indios fue la danza, porque esta
había sido, desde antes, “su principal oración”. Su religiosidad se volcó
apasionadamente en las nuevas enseñanzas.
Fiestas y Danzas profanas
Las fiestas de carácter profano tuvieron
también gran importancia en la Nueva España y,
en ellas, es a menudo difícil separar el carácter cívico del religioso.
Una de las más importantes era el llamado paseo del pendón, en la que el
estandarte real desfilaba con gran solemnidad el día de san Hipólito, 13 de
agosto, en memoria de la caía de Tenochtitlan. Además de la procesión y del
servicio religioso, se celebraban banquetes, juegos de cañas, torneos, fuegos
artificiales, corridas de toros, mascaradas y bailes. En otras fiestas había
carros de máscaras y representaciones de comedias profanas o de autos
sacramentales, con intermedios de canto y baile. A estas fiestas de indios
contribuían con sus entretenimientos, juegos y habilidades propias, como los
“voladores”.
Así
como en las celebraciones religiosas y en las fiestas populares se continuaron
en Nueva España las tradiciones medievales europeas, en la fiesta de la
aristocracia se empezaron a introducir los estilos y formas propios del
Renacimiento. Mientras que, a nivel popular, opera el proceso de
interpenetración de la danza religiosa y popular española con las danzas
nativas, los ojos de la aristocracia permanecen puestos en la metrópoli, y sus
bailes y formas musicales reflejan el gusto y la moda de las capitales
europeas, filtrados a través de España. Los indios sirvientes y los negros
esclavos de las casas ricas veían estos bailes y los imitaban. Cuando, a partir
del siglo XVIII, fueron llevados a los escenarios por bailarines profesionales,
muchos de estos bailes alcanzaron más difusión y retomados por el pueblo los
incorporó a sus fiestas satirizándolos o desarrollando formas nuevas.
Los
primeros maestros de danza que llegaron a Nueva España con Cortés fueron: maese
Pedro el del arpa, Benito Bejel o de
Vejel, Ortiz “el músico, gran tañedor
de byola e amostraba a danzar”. Maese Pedro y Benito Bejel solicitaron, en
1526, un lugar para establecer “una escuela de danzar, por ser ennoblecimiento
de la ciudad”. El cabildo les otorgó “un terreno de quince metros de ancho por
nueve de largo, con renta de cuarenta pesos anuales”. (26) A Ortiz, quien ya había tenido una escuela en Trinidad,
se le concedió para “su escuela de danzar y tañer”, un terreno en la calle de
las Gayas. Esta calle pertenecía a las prostitutas y, al abrirse tres burdeles
junto a la escuela, el maestro se mudó. Como Ortiz era también intérprete del
náhuatl, a su segundo establecimiento se le llamó “calle del nahuatlato”. A su
muerte, su casa se incorporó al convento de las monjas jerónimas, donde habría
de vivir Sor Juana Inés de la Cruz.
Pronto
empezaron a llegar otros maestros. Diego Bartolomé Risueño, natural de Talavera
de la Reina, enseñaba, entre 1566 y 1598, a cantar, tañer arpa y vihuela y a
danzar. Hubo también otro Risueño o Briseño, de carácter aventurero y disipado,
que fue procesado por la Inquisición. Estos maestros enseñaban principalmente
las danzas cortesanas de moda en
España. Las danzas comunes a las
cortes europeas durante el siglo XV habían sido la base danse, de carácter
pausado y solemne, y la alta o saltarelo. España había seguido esa corriente, contribuyendo
también con danzas propias, como la pampalona –mencionada ya en 1380-,
la castille
y la bassa morisca, de fines del siglo XV. A mediados del XVI, al
igual que el resto de Europa, la pavana y la gallarda abrían la suite
de danzas de la corte española, pero pronto empezó a manifestarse un estilo
nacional en el cual influyó grandemente el interés que por todo lo español
había despertado la unificación del país. Muchas danzas españolas –canarias,
españoletas, villanos, hachas, pavana española, pie de Jibao- se
pusieron de moda y fueron adoptadas por el resto de Europa.
Las
principales danzas mencionadas como parte del repertorio de los maestros
establecidos en México son la alemanda, de origen alemán, que en
el siglo XVII reemplazaría a la pavana como primer movimiento de la suite; la
zambra, de origen árabe, de carácter sensual y bailada por mujeres, que
había sido prohibida por los reyes católicos; el contrapás,
descendiente de una antigua danza ceremonial catalana; la españoleta, de
carácter campesino; las hachas, de la familia de la morisca, que se bailaba con
antorchas; las danzas de carácter mesurado y escasos movimientos de brazos; las
contradanzas, antecesoras de cuadrillas y cotillones y que serían
más tarde incorporadas a la danza popular; y la pavana, considerada
por algunas autoridades como danza originaria de América.
Durante
mucho tiempo se creyó que los indios que Hernán Cortés llevó a Madrid en 1527,
y cuyas acrobacias y danzas causaron tal sensación en la corte de Carlos V que
fueron enviados hasta Roma, para que los viera el Papa Clemente VII, habían
introducido una nueva danza en la corte de España. Ésta fue descrita como una
imitación de los movimientos del “pavo de Indias” al cortejar a su hembra, y
fue identificada, con la pavana –Diccionario
Universal Larousse y Dictionnaire de Danse Compan (1787)-.
La
confusión se debió a la similitud de su nombre con el de padovana, cuyos primeros
ejemplos, de Joan Ambrosio Dalza, aparecidos en Italia desde 1508, habían sido
introducidos por Luys de Milán, en España, hacia 1535. (27) La pavana, que ocuparía un lugar muy destacado en el
siglo XVI como primer movimiento de la suite de danzas cortesanas, empezó a
practicarse en España hacía 1536, y de allí se extendió rápidamente al resto de
Europa, conociéndose como pavana española.
Danza Popular
Entre las danzas populares llegadas de España
destacan el zapateado, de origen gitano, que tuvo gran popularidad en
España durante el siglo XVI; el fandango (28) y las
seguidillas, ambas danzas andaluzas consideradas entre las más antiguas
de España. Su forma es de coplas, separadas por un estribillo o coro. A partir
de estas y otras danzas andaluzas se empezaron a desarrollar en México formas
como los
huapangos, fandangos, jaranas y jarabes.
Se
introdujo también la danza de las cintas o palo de mayo,
que se practica aún en los estados de Puebla, Veracruz, San Luís Potosí y
Yucatán. En su origen fue una danza de fertilidad vegetal, es común a muchas
culturas y se encuentra en lugares tan apartados unos de otros como Europa,
India, partes de América y el sureste asiático. También llegaron las danzas de
espadas, muy difundidas en el folklor europeo. En México dieron origen a las
danzas de espadas, de machetes –danzas de las espadas de Jalisco y Nayarit-
y de paloteo
–danzas de paloteo de Michoacán-.
Tomando
en cuenta la multitud de danzas que los aztecas y otros pueblos de México
practicaron en la época prehispánica, no son muchas las que se conservan
actualmente, sobre todo en la Ciudad de México, pero en el siglo XVI han de
haber sido muy numerosas. Se ejecutaban con frecuencia las danzas o juegos del
volador (29) y las guaguas, y casi todos los cronistas
de la época mencionan haber presenciado mitotes, nombre bajo el cual los
españoles agrupaban las danzas de los indios.
Los Negros
Un nuevo elemento étnico apareció en Nueva
España en el siglo XVI. Desde 1516 se empezaron a extender en España las
primeras licencias para transportar esclavos negros a los territorios de
América, y para fines del siglo, éstos ya se sumaban, en Nueva España, unos
veinte mil. Pronto empezaron a mezclarse con los indios, mestizos y españoles,
produciéndose nuevas castas. Casi inmediatamente su música y sus bailes
empezaron a predominar entre la masa popular. Organizaban sus fiestas a
cualquier hora y en plenas calles de la ciudad, por lo que el virrey Luís de
Velasco se vio obligado a decretar, en 1569, que sólo los domingos y días
festivos, desde mediodía hasta las seis de la tarde, podrían bailar los negros
en la plaza mayor de la ciudad de México. La influencia de los negros sobre la
música y la danza popular de la época colonial fue muy grande, y pronto
empezaron a producir bailes y coplas que habrían de provocar, en los siglo XVII
y XVIII, indignadas censuras y prohibiciones.
La danza Teatral
En España, muchas danzas, populares y
cortesanas, empezaron a aparecer en los intermedios o dentro de las obras desde
loa época de Juan de Encina. Pronto llegaron a convertirse en parte importante
del espectáculo teatral, y fueron objeto, al igual que las comedias, de
enconados ataques por parte de los moralistas. En un memorial de la villa de
Madrid a Felipe II, se le pide que no prohíba las comedias, pero se ataca la
danza diciéndose que:
…lo que más pueden notarse y censurarse en
las comedias son los bailes y músicas deshonestos, así de mujeres como de
hombres, que de ello esta villa se confiesa escandalizada, y suplica a
Vuestra Majestad mande que haya orden y riguroso freno para que ni hombre ni
mujer baile ni dance sino los bailes y danzas antiguos y permitidos, que
provocan sólo a gallardía y no a lascivia. (30)
|
El
teatro en la Nueva España siguió un desarrollo paralelo al de la metrópoli. En
1553 se había promulgado ya la cédula de creación del corral de comedias del
hospital Real de Naturales, que se inauguraría hacía 1673. En 1579 se mencionan
en la Ciudad de México las “casas de comedia” de Francisco de León, situadas en
la hoy se llama calle de República delo Salvador, y que fuero probablemente
corrales al estilo español; como deben haberlo sido también los de la ciudad de
Puebla y el corral de comedias anexo al Hospital San Juan de Montes Claros de
Veracruz. Al igual que en España, se siguió la costumbre de administrar los
corrales a beneficio de los hospitales.
Hacia
fines de siglo muchas ciudades contaban con un teatro o corral, y podemos
suponer la existencia de incipientes compañías ambulantes que recorrían las
principales ciudades del virreinato. La representación, aunque no siempre seguía
el mismo orden que en España, era muy similar: había loa y comedia,
con entremeses cantados y bailados entre jornada y jornada, y fines
de fiesta para terminar. Las danzas ejecutadas en los entremeses eran
cortesanas, populares españolas y una que otra del país.
A
fines del siglo hay menciones de compañías profesionales, como la de Juan de la
Cruz y Francisco Manuel de Villa Fuerte, y de bailarines y maestros de danza
como Jusepe de Aspilla, originario de la Ciudad de México y que actuó también
en Perú y Melchor de los Reyes Palacios y su hijo, ambos españoles que, hacia
1605, viajaron al Perú.
DANZA DE SALÓN Y POPULAR
EN LOS SIGLOS XVII Y XVIII
La Danza de Salón
Una vez conquistada y pacificada la Nueva
España se convirtió junto con el Perú, en la colonia más próspera del vasto imperio
español. Pronto se estableció, alrededor de la corte virreinal, una
aristocracia que alcanzó grandes riquezas y se distinguió por la suntuosidad de
sus fiestas. Los virreyes y altos dignatarios llegaban de España con gran
aparato y numeroso séquito, y traían consigo las modas de la península,
iniciando en la aristocracia novohispana una época de imitación europea en
todos los órdenes.
Además
de las fiestas privadas en el palacio virreinal y en las casas de los ricos
españoles y criollos, los acontecimientos cívicos más señalados –cumpleaños de
los reyes, sus bodas o el nacimiento de sus herederos, llegadas de virreyes y
autoridades- se festejaban públicamente con gran brillantez. Había desfiles,
mascaradas, arcos triunfales, comedias, danzas y certámenes literarios, todo
ello en un estilo que iba dejando atrás las tradiciones medievales para
participar del fasto renacentista y barroco.
En
el siglo XVII Europa recibió, especialmente en literatura, teatro y danza
cortesana, la influencia del siglo de oro español, y, a su vez, España recibió
y difundió formas musicales y danzas de sus colonias.
En
Nueva España se bailó lo que llegaba de la metrópoli junto con formas
originales o de las colonias vecinas. Los maestros siguieron activos, y quedan
algunas noticias de ellos. Entre 1601 y 1616 son mencionados Florián de Vargas,
Francisco de Morales y el novohispano Pedro Moral. En las fiestas del corpus en Puebla actuaron en 1652m, al frente de un
grupo de once individuos, los maestros y bailarines Gregorio García y Alfonso
de Pineda, y en 1698 Antón de Luna enseñaba a danzar en la Ciudad de México.
Para entonces eran ya muy numerosos los músicos y maestros negros, como Joseph
Chamorro, que en 1681 enseñaba a tañer y danzar en la ciudad de Oaxaca. Estos
maestros llevaban una vida muy activa: se encargaban, año por año, de poner las
danzas para la fiesta del corpus, y enseñaban bailes populares y de salón. A
sus casas acudían gente de las clases bajas para aprender a bailar, mientras
que los ricos que deseaban brillar en los salones en minuetos y alemandas
eran enseñados a domicilio.
Sobre
su repertorio nos ilustra una colección de música de la época, el Método
de Cítara de Sebastián de Aguirre (31). En él
aparecen muchas formas bailables, europeas y americanas: tocotines, hustaeco, panamá,
puertorrico de los negros, puertorrico de la Puebla, chiqueador de la Puebla,
zarabanda, pavana francesa, gallarda portuguesa, vacas, valonas, canarios,
folías, branles, chamberga, hachas, jácaras, marionas, marizápalos, morisca,
pasacalles, torbellinos y villanos.
Dos
danzas americanas, nacidas entre lops negros de Nueva España o del Caribe,
fueron muy difundidas y dieron mucho de que hablar en su momento: la
chacona y la zarabanda, ambas de origen popular, que después de escandalizar
a América y Europa llegaron a ser importantes danzas cortesanas y distinguidos
miembros de la suite. Ambas eran danzas alegres y sensuales, que se cantaban
con atrevidas coplas y se acompañaban con panderetas, castañuelas y cascabeles
en los tobillos. Aunque mucho se ha especulado sobre su nacimiento, todas las
menciones contemporáneas concuerdan en atribuirles origen americano y en
considerarlas danzas escandalosas, con movimientos y pantomima de carácter
erótico.
La
primera mención conocida de la chacona se encuentra en el Entremés del platillo (1599),
de Simón Aguado, quien, en su estribillo, hace una invitación para ir a
Tampico, en la Nueva España, a bailarla:
Chiqui, chiquí, morena mía;
si es de noche o si es de día;
vámonos, vida, a Tampico,
antes que lo entienda el mico;
que alguien mira la Chacona,
que ha de quedar hecho mona. (32)
|
El Diccionario de autoridades (1737) la
definió así:
Son o tañido que se toca en varios
instrumentos, al cual se baila una danza de cuenta con las castañetas, muy
airosa y vistosa, que no sólo se baila en España en los festines, sino que de
ella la han tomado otras naciones, y le dan este mismo nombre. (33)
|
Algunos autores españoles la consideraban como de origen
negro. Cervantes la definió como una forma mulata originaria de las Indias, e
indicaba que era ejecutada por negros llevados a la corte de Francia. Quevedo
por su parte, la llamó también “chacona mulata”. (34)
Por otra parte, se ha pensado que su origen puede ser
italiano (ciaccona), y hasta ha sido
atribuida a los vascos. Lo cierto es que, después de haber sido practicada en
el bajo mundo del México colonial, se difundió por la América Hispana. A
principios del siglo XVII era ya bastante conocida en España, y Lope de Vega se
quejaba de que, por su causa, se empezaban a olvidar “los instrumentos nobles,
como las danzas antiguas, con estas acciones gesticulares y movimientos
lascivos de las chaconas. Su música llegó a penetrar en la Iglesia, donde se
tocaban y se cantaban chaconas “a lo divino”. Posteriormente pasó a Francia,
donde fue adoptada como final de la –suite- de danzas de la corte, ya refinada
y convertida en una danza muy elegante.
Algunas autoridades han atribuido a la zarabanda,
basándose en la etimología de su nombre, origen árabe o moro. Se ha dicho
también que se bailaba ya en España desde el siglo XII, siendo una danza de
carácter sensual, con sinuosos movimientos de cadera, que se acompañaba con
castañuelas. Sin embargo, según algunos autores del siglo XVII, esta danza no
era ni muy antigua ni muy española. Cervantes comentó en El celoso extremeño (1613), “que el endemoniado son de la zarabanda
era nuevo entonces en España; el padre Juan de Mariana escribió que, aunque él
la creía de origen sevillano, “otros le hacen cosa venida de las Indias”, y
Jerónimo de la Huerta la llamó “ramera pública del Guayacán”. (35)
También en México escribió fray Diego Durán, hacia 1579,
que la danza india llamada cuecuechcuícatl era tan lasciva y
ofensiva “como la que nuestros naturales usan”, llamada zarabanda. (36) Para 1598, la chacona y
la zarabanda habían llegado al Perú. Allí, entre las gentes de mal vivir,
gozaban de gran popularidad, además del puertorrico, “la zarabanda y valona, el churumba y
el taparque, la chacona y el totarque”. (37)
En Europa, la “terrible zarabanda”, ejecutada por
bailarinas con escotados vestidos, panderetas y castañuelas, escandalizó
profundamente a los moralistas. Uno de sus más duros críticos el padre Juan de
Mariana, quien escribió: “Entre otros ha salido estos años un baile o cantar,
tan lascivo en las palabras, tan feo en los meneos, que basta para pegar fuego
a las personas muy honestas”.” (38)
Hacía 1583, en España, se amenazaba con doscientos azotes y seis años en las
galeras o el exilio a quien la bailase. Al iniciarse el siglo XVII esta danza
se ejecutaba ya en el teatro español, y aparece en el entremés de Los Negros, de Simón Aguado (1602): “Van
entrando todos los negros que puedan en orden, danzando la zarabanda, con
tamboriles y sonajas, y dan una vuelta al teatro.” (39)
Por el reino de Nápoles pasó a Italia, donde Giambattista
Marino, en su poema L´Adone (1623),
definió a la zarabanda y la chacona como danzas gemelas importadas de Nueva
España:
Piera il sozzo
inventor chetra noi questa
introdusse primier barbara usanza!
Chiama questo suo
gioco empio e profondo,
saravanda e ciaccona il Nuovo Ispano… (40)
|
Para 1613 ya era conocida en Francia, y Malherbe la
consideraba invento de los “salvajes americanos”. Finalmente, al ser adoptada
por la corte francesa, la zarabanda se convirtió, en manos de sus maestros de
danza, en una forma noble y mesurada, similar a la pavana y que, con excepción
del uso de castañuelas y cascabeles, no tenía ya nada que ver con su forma
popular original. Su introducción y apogeo en las cortes y los salones
elegantes tuvo lugar en el primer cuarto del siglo XVII, y se practicó hasta
principios del XVIII. A partir de 1620, su música, en tiempo de 3/4, aparecen manuales
franceses para laúd, pasando a constituir el tercer movimiento de la suite. (41) Cuando su popularidad entre la sociedad
declinó, la zarabanda junto con la chacona, fue absorbida por la danza teatral.
En España, en la segunda mitad del siglo XVII, la danza
de salón de la corte incluía formas italianas, francesas y americanas. En los Sones
de Palacio se mencionan alemandas, canarios, un bailete francés, francesas, gallardas,
granduques, hachas, jácaras, gigas, marizápalos, marionas, matachines,
paradetas, pavanas, ruggeros, saltarelos, tarantelas y voltas.
En el siglo XVII, Francia fue la dictadora de la moda en
bailes de salón, y el minué -de origen campesino y adoptado por la corte
en 1670-, la gavota, rigodón y la contradanza pasaron a España y de
allí a sus colonias.
En la Nueva España se bailó un repertorio muy extenso. En
un manuscrito guanajuatense del siglo XVIII encontramos danzas europeas y
americanas, junto con algunas formas populares –seguramente ya “domadas” por
los maestros de danza-: gallardas, españoletas, villanos, el
caballero, canarios, baylad caracoles, los impossibiles, jota, fandango,
tarantelas, las vacas, el amor, jácaras francesas, las sombras, jácaras de la
costa, gaitas, cumbées, zarambeque o muecas, el paloteado, folías gallegas,
zangarilleja, chamberga, pasacalles para comenzar las seguidillas
manchegas, granduque, marssellas, folías italianas, al verde retamar, las
penas, sarao o bailete de El Retiro, la amable, Fustamberg, payssanos, paspied
viejo, la cadena, el cotillo, la Christian, la vacante, amoroso, afectuoso y
del cisne”. (42)
Otro manuscrito novohispano, de la primera mitad del
siglo XVIII, nos ofrece, entre otras, las siguientes danzas: valona
de voca negra, alemanda, coranta, burro, rigaudón, zarbanda, giga alegre, minué
de las fugas, la gashe, minué que se toca después delburé del Fustamberg, las
cuatro caras, minué para los aficionados, minué guastala, reverencia inglesa,
la María buré, minué de Ansou, bailete de la Bretaña y minué de pichiforte. (43)
El Manuscrito Hague (44) contiene
dos colecciones de música barroca y danzas de salón, y nos ilustra sobre lo que
se bailaba en México entre 1772 y 1829. En él se encuentran, además, las
indicaciones sobre cómo ejecutar danzas como:
El babau fandango cathalan, la gaita nueva, la gatoseada,
el ship, el Kalattin o Jack Latham, el paspié anglois, el paspié de la
princesa, las bodas reales, la gran caza, marché du roy, el carrillon
Dunkerk, la cuadrilla, la ora del pastor, la chacona de Arlequín y el minué
de la princesa.
|
Danza Popular
Las danzas populares siguieron
tomando parte en las festividades religiosas, y eran ya de diversos géneros. En
las fiestas del corpus de 1660 se mencionan, además de las comedias, las danzas
de españoles, negros, indios y mulatos. En ocasiones se ofrecían
premios a las que mejor se ejecutaban, y el pueblo participaba con gusto en
ellas.
Además, la masa popular se divertía con fiestas y danzas
que provocaron, en el curso de los siglo XVII y XVIII, indignadas censuras y
prohibiciones de parte de las autoridades civiles y religiosas y especialmente
del Santo Oficio. Los negros jugaban en este aspecto el papel más importante;
su influencia en la música y la danza de la época colonial fue muy grande, y
sus huellas quedaron impresas en gran parte del folclor de los países donde
hubo esclavos negros.
Por otra parte, continuamente iban y venían nuevas danzas
y nuevas músicas. Desde el siglo XVII, la zona del Caribe fue crisol en el que se reunían, fundiéndose y distribuyéndose
luego por los puertos novohispanos hacia Europa, danzas y música en las que se
mezclaban características negras, mulatas, indias, mestizas y criollas. Hubo
formas que venían de España y regresaban luego transformadas, y otras que iban
de América a Europa para adquirir allá sus características definitivas,
haciendo después el viaje inverso.
La tolerancia de la iglesia del siglo XVI hacia la danza
popular disminuyó grandemente, y en los dos siglos siguientes encontramos que
se ocupó constantemente en censurar, investigar y condenar bailes negros y
mestizos como los jarabes, sones, gatos, los antepasados de los tangos, rumbas, danzones
y habaneras y las guarachas y chuchumbés. Desde mediados del siglo
XVIII se empezaron a hacer coplas, bailes y ceremonias en las que el pueblo se
burlaba de la religión y sus ministros. Pronto adquirieron gran popularidad y,
a pesar de severas reprimendas, interdicciones y castigos, sobrevivieron,
disfrazadas o inventadas de nuevo con diferentes nombres.
De los negros se prohibieron las “juntas” o “bailes” que
se organizaban en plenas calles de la ciudad, las procesiones y las ceremonias
llamadas oratorios, escapularios
y velaciones, en las que se mezclaban elementos paganos con
cristianos. Muy atacadas fueron las coplas del chuchumbé, “por ser sumamente
deshonestas y bajas sus palabras y modo que lo bailan”. (45) Como,
según se decía, “se baila la referida tonada con movimientos y palabras
deshonestas y provocativas, causando grave escándalo”, se ordenó una
investigación especial.
De la familia de la rumba, estas coplas habían llegado de
La Habana, por Veracruz, y pronto adquirieron gran popularidad entre la gente
que desdeñosamente describían los españoles como de “color quebrado”. No fueron
sólo las manifestaciones de origen negro las más perseguidas. Revisando
documentos de la Inquisición se observa que la Iglesia libró una batalla muy
reñida contra la naciente danza popular. A fines del siglo XVIII son numerosos
los documentos en los que se niega a pueblos y ciudades el permiso para
ejecutar danzas en sus fiestas, como en 1784, en que Xochimilco solicitó
licencia para ejecutar danzas de pluma en su fiesta titular, y ésta se le negó.
Las prohibiciones alcanzaron también a algunas danzas y
representaciones que habían sido implantadas como medio de evangelización, como
los Nescuitiles,
las representaciones de la pasión, las danzas de los santiagueros y otros
bailes supersticiosos. (46) En el siglo XVIII apareció el
nombre de SON, para designar jarabes, jaranas, huapangos y otras
variantes mestizas. De carácter alegre y picaresco, su origen está en las seguidillas,
fandangos y zapateados españoles, sin quedar exentos de influencia
negra. En esa época se le dio el nombre genérico de sonecitos del país a
todas las danzas populares. Hasta en las capas superiores de la sociedad se
empezaron a admitir muchas de estas danzas. En las fiestas de la aristocracia
se solía llevar mulatos para que amenizaran la reunión bailando el sarao y
otros bailes, y hacia fines del siglo se acostumbraba cambiar la música de los
relojes europeos por sonecitos populares.
La Iglesia fue también invadida por esta música, y son
muy numerosas las denuncias, hechas ante la Inquisición o las autoridades
civiles, en las que se menciona que se cantaba y bailaba ante los altares, y
que la música de los bailes de pueblos se ejecutaban en las ceremonias religiosas.
Un sacerdote describe que al estar oficiando en una misa solemne, el organista
atacó con estruendo, en plena elevación, el son de Pan de Manteca… También
se investigaron y condenaron los bailes y cantos de Las Bendiciones y del Animal,
consideradas irreverentes e inmorales. En 1803 se denunciaron en Veracruz los
sones del Toro Viejo, Toro Nuevo y Torito, alegándose que usaban “de los
movimientos, acciones y señas más significativas del acto carnal”.
El Jarabe fue blanco favorito de los
ataques de la Iglesia y la mojigatería, ante cuyos ojos aparecía con el epítome
de la más desenfrenada sensualidad. Esta variedad del son, que fijó sus formas
hacia fines de la época colonial, se practica abundantemente en los estados de
Michoacán y Jalisco, conservándose las formas más interesantes en el istmo de
Tehuantepec jarabe tehuano, Veracruz jarabe de sotavento, Tabasco y
Yucatán. Durante la guerra de Independencia, el jarabe adquirió connotación
revolucionaria, y fue adoptado por los insurgentes, extendiéndose por todo el
país.
Otra variante, el Pan de Jarabe, fue denunciado como
obsceno en Puebla, en 1789, y en México, en 1796. El Jarabe Gatuno ofendió de
tal manera a las autoridades eclesiásticas, que el virrey Marquina, en un
edicto del 15 de diciembre de 1802, prohibió su ejecución y lo proscribió de
los escenarios, bajo pena de excomunión y 200 ducados de multa.
Para entonces la lista de “sonecitos del país” era ya muy
extensa, e incluía: Huapango, jarana, La bamba, Las negritas y negritos, El churripampli,
La indita, Los bergantines, El zanganito, El gato, El bejuquito, La
chipicuaraca, Los chimiztlanes, Perejiles, Tototchi, La cosecha, El fiscalito,
La india valedora, La lloviznita, La paterita; todos ellos acusados de
tener “unas letras llenas de expresiones las más torpes, unidas a movimientos
indignísimos”. Muchos de estos bailes ocuparon un lugar destacado dentro de los
espectáculos teatrales.
Mientras tanto, de España seguían llegando bailes, además
de las seguidillas, fandangos y zapateados del siglo XVI, boleras, peteneras, tiranas,
jotas y gaitas. También llegó la Danza de los toreadores, que pronto
adquirió formas nuevas: Toritos, toriteros, caporales, hortelanos;
que se bailan aún en algunos pueblos durante
las fiestas de los santos patronos.
Tampoco las escuelas de danza, en las cuales se enseñaban
y ejecutaban hasta altas horas de la noche muchos de los bailes prohibidos, se
libraron de ser atacadas. En 1779 el virrey Bucareli mandó publicar un bando en
el que declaraba:
Prohibido
en lo absoluto la concurrencia de ambos sexos en tales casas, tertulias o
escuelas de danza: y sólo queda permitida la asistencia de hombres hasta las
diez en punto de la noche y no más; imponiendo como desde luego impongo, a
los maestros, o dueños de ellas, que lo contrario executaren, la pena de
cuatro años a un presidio ultramarino, y a los músicos que asistieren la de
seis meses de cárcel. (47)
|
En 1800 el virrey Marquina prohibió
definitivamente la asistencia a dichas escuelas, ordenando “que no haya casas de
bayles ni de disolución”, y reafirmando la validez de los bandos anteriores. En
todas las épocas se negó, además, el permiso para abrir tertulias o bailes de
paga.
LA DANZA TEATRAL EN ESPAÑA EN
EL SIGLO XVII
Volvamos un poco los ojos
hacia España, para comprender mejor las formas teatrales que se desarrollaron,
bajo su influencia directa, en la Nueva España. El siglo XVII fue un periodo de
grandes realizaciones en el teatro. En Madrid, los corrales de la Cruz y del
Príncipe presentaban las producciones de los grandes dramaturgos del siglo de
oro. Numerosas compañías recorrían el país y el ambiente era de creación y
actividad. El público abarrotaba los teatros, las compañías se multiplicaban, y
los comediantes llevaban una vida activa, alegre y peligrosa, llena de triunfos
y aventuras, en su barrio madrileño alrededor de la plaza del Mentidero y en
los corrales de todo el reino.
Las representaciones seguían generalmente el siguiente
orden: loa, con canto y baile popular; primer acto o jornada de la comedia;
entremés o pequeña pieza en la que se cantaba y bailaba; segunda jornada,
baile, tercera jornada, y fin de fiesta o mojiganga.
La danza gozaba de gran popularidad, y no había
espectáculo sin ella. Se bailaba no sólo en los intermedios y después de la comedia,
sino a menudo dentro de ella. Casi todas las compañías tenían sus músicos y
bailarines, y los actores eran con frecuencia contratados “para representar,
cantar y bailar”. Una compañía típica de la época –la de Manuel Vallejo, en
1633-, constaba de 18 actores –de los cuales doce actuaban y bailaban-, diez
músicos y doce bailarines -6 hombres y 6 mujeres-. Se bailaban en el teatro
danzas populares y de corte, y bailes –generalmente cómicos- acompañados de
pantomima. A este repertorio hay que agregar el baile pantomímico –a
menudo de contexto religioso-, que acompañaba generalmente los autos
sacramentales, en forma de pequeños ballets de carácter alegórico.
Es difícil encontrar una obra del siglo de oro que no
incluya o mencione bailes, y sobre ellos se podrían escribir libros enteros.
Lope de Vega era especialmente adicto a la danza y sobre ella escribió:
Verdad
es que el danzar
el
alma de la hermosura,
que
más que el rostro procura
persuadir
y enamorar. (El maestro de danzar)
|
Lope introdujo muchas danzas en sus obras. En el Auto de los cantares sus personajes
cantan y danzan “a la españoleta, mudando los bailes conformes fuesen las
coplas”. También mencionó y describió otras danzas:
¡Oh,
qué bien que baila Gil
con
los mozos de Barajas
la
Chacona a las sonajas
y el
Villano al tamboril! (Al pasar el Arroyo)
|
Casi todos los autores de la época
mencionan bailes, y por ellos sabemos que las seguidillas, canario, chacona,
zarabanda, capona, fandango, folías, rastreado, gallarda, gambetas, paradetas y
villanos eran muy populares, así como el gateado, de probable
origen americano, del cual también escribe Lope:
Yo y
la mulata
sabemos
un Gateado
que
Capona y Rastreado
son
cuartos y estroto plata. (El premio del bien hablar)
|
A los bailes nacidos en los bajos fondos españoles o
importados de las colonias se les clasificaba como populares o truhanescos. Entre ellos estaban zarabanda, chacona, escarramán,
carreterías, rastro, rastreado y gateado, en oposición a los bayles
antiguos y nobles como pavanas, alemanda, turdión, pie de Jibao,
rey don Alonso el Bueno, etc.
Al escarramán, que provocó muchos
escándalos y censuras, y con el que se designaba, también, a tipos del hampa,
Cervantes lo convirtió en personaje de su entremés El rufián viudo llamado Trámpagos, dándonos a conocer lo que de ese
baile se pensaba:
Hante
vuelto divino, ¿qué más quieres?
Cántante
por las plazas, por las calles,
báilante en los teatros y en las casas,
has
dado que hacer a los poetas
…..
Han
pasado a las Indias tus palmeos.
…..
Bailes
pasaron en la edad del gusto,
Con
apretada y dura residencia,
Pero
llevóse el tuyo la excelencia.
|
Este entremés termina festivamente con una serie de
danzas: “…el personaje llamado Escarramán baila la Gallarda, y todos cantan”,
enumerando en su canción los bailes más gustados de la época:
Muden
el baile a su gusto,
que
yo lo sabré tocar:
el
Canario, o las Gambetas,
o al
Villano se lo dan,
Zarabanda,
o Zambapalo,
el
Pésame Dello y más;
el
Rey Don Alonso el Bueno,
Gloria
de la Antigüedad.
|
En otro de sus entremeses La cueva de Salamanca Cervantes vuelve a ocuparse de los bailes “truhanescos”,
y nos dice lo que las personas serias pensaban de ellos:
Pancracio:
Dígame, señor mío, pues los diablos lo saben todo, ¿dónde se inventaron todos
estos bailes de zarabandas, zambapalo y dello me pesa, con el famoso del
nuevo Escarramán?
Barbero:
¿Adónde? En el infierno; allí tuvieron su origen y principio.
|
Mucho se ha escrito y especulado sobre la chacona y la
zarabanda; poco se sabe sobre cómo se bailaban. Cervantes, en La ilustre fregona, describió
alegremente cómo y entre quiénes se practicaba, así como los sentimientos que
provocaba entre los espectadores. Comenzaba invitando a todos lo que quisieran
bailarla, pues “…que el baile de la chacona es más ancho que la mar”. A
continuación indicaba a los bailarines que trajeran sus “castañuelas” y
ofrecieran un tributo al diablo, ya que éste “de la chacona nunca se suele
apartar”.
Y proseguía:
El
baile de la chacona
encierra
la vida bona.
Hállase
allí el ejercicio
que
a la salud acomoda,
sacudiendo
de los miembros
a la
pereza poltrona.
Bulle
la risa en el pecho
de
quien baila y de quien toca,
del
que mira y del que escucha
baile
y música sonora.
Vierten
azogue los pies,
derrítese
la persona
y
con gusto de sus dueños
las
mulillas se descorchan.
El
brío y la ligereza
en
los viejos se remoza,
y en
los mancebos se ensalza,
y,
sobre todo, se entona.
Que
el baile de la chacona
encierra
la vida bona.
¡Qué
de veces ha intentado
aquesta
noble señora,
con
la alegre zarabanda,
el
pésame y perra mora,
entrarse
por los resquicios
de
las casas religiosas
a
inquietar la honestidad
que
en las santas celdas mora!
¡Cuántas
fue vituperada
de
los mismos que la adoran!
Porque
imagina el lascivo,
y al
que es necio se le antoja.
Que
el baile de la chacona
encierra
la vida bona.
Esta
indiana amulatada,
de
quien la fama pregona
que
ha hecho más sacrilegios
e
insultos que hizo Aroba;
ésta,
a quien es tributaria
la
turba de las fregonas,
la
caterva de los pajes
y de
lacayos las tropas,
dice,
jura y no revienta,
que
a pesar de la persona
del
soberbio zambapalo,
ella
es la flor de la olla.
Y
que sola la chacona
encierra
la vida bona.
|
Muchas otras danzas se ejecutaban en el teatro; en la
segunda mitad del siglo se mencionan, entre otras, la alemanda, branle de
Inglaterra, caballero, contradanza, contrapás, dama, hacha, danzas de espadas,
gitanos, granduque, mariona, marizápalos, matachines, morisca, nizarda, pavana,
pavanilla, pasacalle, pie de Jibao, rugero, saltarelo, sarao francés,
tarantela, torneo turdión, zambra, y una serie de danzas cuyo nombre
sugiere importación americana y filiación negra o mulata: Campeche, gayumba, paracumbé,
cumbé, ye-yé, guacarito, guajira, zarambeque, retambo, tamborito, indio,
americano.
Las danzas y bailes fueron ocupando cada vez mayor espacio
dentro de los entremeses, hasta que terminaron por independizarse de ellos,
desarrollándose el baile –o baile entremesado- como género dramático, en forma
de pequeñas piezas en las que la danza tenía mayor importancia. Emparentados
con ellos estaban: 1. Los fines de fiesta –llamados también mojigangas-;
2. Los matachines o follas –en donde la danza jugaba ya el papel
principal-; y 3. Las jácaras, en las que se representaba,
cantaba y bailaba lo acontecido a algún individuo tramposo o ingenuo, dando
origen a la serie de chascos y engaños que
formaron el argumento de numerosas tonadillas, sainetes y ballets.
Como en épocas anteriores, la danza teatral fue blanco de
ataques en nombre de la moral. El reinado de Felipe III (1599-1621) –de quien
se escribió: “danza muy bien y es la cosa que mejor hace y de que más gusta”-
fue sin embargo, particularmente hostil a la danza teatral. En 1600 se redactó
una petición para que las comedias “con sus dichos y acciones y meneos y bailes
y cantares lascivos y deshonestos” (48) fuesen prohibidas. En 1615 se amonestó a las
mujeres de teatro, ordenándoseles:
..que
no representen cosas, bailes ni cantares, ni meneos lascivos y deshonestos o
de mal ejemplo, sino que sean conformes a las danzas y bailes antiguos, y se
dan por prohibidos todos los bailes de “escarramanes”, “chaconas”,
“zarabandas”, “carreterías” y cualquier otros semejantes a éstos, de los
cuales se ordena que los tales autores y personas que trajeren en sus compañías
no usen en manera alguna, so las penas que adelante irán declaradas, y no
inventen otros de nuevo semejantes con diferentes nombres. (49)
|
El público español supo, a pesar de estas y otras muchas
prohibiciones, defender las danzas y bailes de que tanto gustaba, negándose a
asistir al teatro cuando no las había. Y las entradas mermaron a tal grado, que
la Junta de Hospitales, a cuyo beneficio se administraban los corrales,
escribió a Felipe IV: “Señor, desde que no hay bailes no hay entradas, y los
pobres se mueren.” El monarca procedió a autorizarlos, derogando los decretos
que contra el teatro había promulgado su padre. Y –se dice-, ni las más acerbas
críticas pudieron impedir que en su propia corte se bailaran toda clase de
bailes truhanescos.
La ejecución de la danza teatral se fue haciendo poco a
poco más complicada, y la necesidad de una técnica dio auge a los maestros
especializados, que escribieron tratados como el Discurso sobre el arte del danzado (1642) de Juan Esquivel Navarro.
Con excepción del baile acompañado de pantomima, a fines del siglo XVII se
ejecutaban en el teatro español las mismas danzas que se bailaban en sociedad y
entre el pueblo. El carácter de la danza teatral española era diferente del
tipo de danza “ballet” que se importó, de Francia e Italia, para los
espectáculos de la corte. No fue sino hasta el siglo XVIII, bajo Felipe V y sus
dos esposas italianas, que la danza académica franco-italiana se impuso en
España, provocando la decadencia y desaparición de los bailes y de muchas
danzas del siglo de oro, algunos de los cuales fueron finalmente absorbidos por
la zarzuela
de carácter nacional.
El Ballet de Corte
Los teatros de los
Reales Sitios de Aranjuez, La Granja, La Zarzuela, La Casa de Campo y el
Palacio del Buen Retiro con su coliseo o corral de comedias y su teatro
flotante en medio de un estanque, fueron escenario de magníficos espectáculos,
al estilo de los de la corte de Versalles. En ellos había música, verso, canto,
danza y complicadas tramoyas, tomando parte, a menudo, la familia real y la
nobleza. Había máscaras, dramas u óperas en música, serenatas escénicas, óperas
jocosas, composiciones dramáticas, intermedios y dramas pastorales. En
el estilo del ballet de corte francés, algunas de las producciones más
relevantes del siglo XVII fueron: La
gloria de Niquea, Aranjuez, 1622 con la reina, la infanta y sus damas
bailando el turdión; El jardín de
Falerina texto de Calderón de la Barca y música de Juan Risco, presentado
en 1648 en la boda de Felipe IV y Mariana de Austria; El Nuevo Olimpo 1648 y La
púrpura de la rosa, de Calderón de la Barca que, con motivo de la boda de
Luis XIV con María Teresa, se presentó en 1660.
A semejanza de Francia e Italia, tanto la ópera como el
ballet formaban parte de estos espectáculos, pero en España se gestaba, dentro
de ellos, la zarzuela. En 1626 se había presentado La selva sin amor, égloga pastoral enteramente cantada, de Lope de
Vega. Posteriormente Calderón, como organizador de espectáculos para la corte,
se convirtió en uno de los precursores de este género, escribiendo y montando
obras como El laurel de Apolo, Hado y
Divisa y Ni amor se libra de amor,
en las cuales la actuación, el canto, la música y los ballets eran enmarcados
por las elaboradas tramoyas del ingeniero Florentino Cosimo Lotti. La primera
fiesta de zarzuela tuvo lugar el Palacio de la Zarzuela, el 17 de enero de 1657.
Allí se representó El golfo de las
sirenas, de Calderón. En ella, Zarzuela, interviene como un
personaje, dando, posteriormente, su nombre a este género. Estas obras eran
casi siempre de tema mitológico o pastoral.
El siglo XVIII, que se inició con el reinado de Felipe V
de Borbón, nieto del rey Sol, fue una época de marcada influencia
franco-italiana. La contradanza y el minueto se impusieron en los
salones cuando fue maestro de danza de la corte el francés Pierre Rameau (autor
del tratado Le Maitre a Danser,
París, 1725). Durante veinticinco años, bajo Felipe V y Fernando VI, el gran
cantante italiano Carlo Broschi –llamado “Farinelli”-, organizó, como director
de los teatros Reales, una serie de suntuosas fiestas y espectáculos. Poco a
poco, la influencia italiana empezó a predominar, y numerosas compañías
visitaron España o se establecieron en ella. El rey invitó, en 1703, a un grupo
italiano que se presentó en el Buen Retiro y, en 1709, la compañía de los
Trufaldines (de Truffaldino, personaje de la Comedia dell´Arte), se estableció
en Madrid, abriendo, con el patrocinio real, su propio corral.
Los grandes gastos que ocasionaban las espléndidas
producciones de los teatros Reales y la invasión de italianos, que el auge de
la ópera y el ballet traía consigo, provocaron fuertes censuras e hicieron los
sentimientos nacionalistas. Los opositores a estos espectáculos escribieron, en
la época de Fernando VI, que “los caudales de la corona se consumían entre los
cómicos y danzantes”. Estas quejas continuaron hasta que, en 1764, por orden de
Carlos III, los Sitios Reales dejaron de producir espectáculos a gran escala.
Sin embargo, la ópera y el ballet se establecieron en los teatros públicos.
Siguieron llegando músicos, cantantes, bailarines, actores y mimos italianos y,
hacia el tercer cuarto del siglo, casi no había ciudad importante que no
tuviera su “teatro italiano” con su propia compañía de ópera y ballet.
EL BALLET EN ESPAÑA EN
EL SIGLO XVIII
PANORAMA EUROPEO
Hacia 1780, cuando el
ballet aparece en el Coliseo de México, este arte ya había abandonado la corte
de Francia y se había instalado en el teatro, sufriendo una gran transformación.
El siglo XVIII fue época de profundos cambios para el ballet; una serie de
figuras revolucionarias lo desarrollaron y lo enriquecieron en todos sus
aspectos, llevándolo a convertirse en un arte completo e independiente.
Las mujeres habían aparecido en escena desde fines del
siglo anterior, llevando largos y pesados vestidos, miriñaques, pelucas, joyas
y zapatillas de tacón que limitaban sus movimientos. Se presencia en el
escenario era opacada por la preponderancia de la técnica masculina. Pero Marie
Camargo (1710-1770) acortó sus faldas, inventó nuevos pasos y dio mayor relieve
a la técnica femenina, y Marie Sallé (1707-1756), buscando la expresión y la
verdad histórica se presentó en Londres, en su ballet Pygmalion (1734), portando sólo una túnica de i9nspiración griega,
con el cabello suelto sobre los hombros. Sin embargo, no sería sino hasta la
última década del siglo, con el advenimiento del estilo neoclásico, que el
vestuario de los bailarines empezaría a ofrecer una verdadera y total libertad
de movimientos. Finalmente fueron descartadas las máscaras, los corsés, los
toneletes con corazas a la “romana” y las plumas y tocados gigantescos. El
vestuario neoclásico se basaba en túnicas de materiales ligeros, el cabello
flotante y las zapatillas suaves y sin tacón, que eventualmente conducirían a
las bailarinas a pararse sobre las puntas de los pies.
A lo largo del siglo XVIII, el talento y la personalidad
de grandes bailarines –Dupré, los Vestris, los Gardel, Dauberval, entre otros
muchos-, elevó la técnica masculina a grandes alturas de virtuosismo, pero el
ballet era sólo un divertimento intercalado en las óperas, y un pretexto para
exhibir el virtuosismo técnico de los ejecutantes.
Mientras tanto, algunos grandes maestros (50) –Weaver, De Hesse,
Hilverding, Angiolini, Noverre- trabajaban y experimentaban, fundamentando
algunos sus teorías por escrito, para hacer que el ballet dejara de ser un
accesorio de la ópera y adquiriera vida propia, expresión y profundidad.
Jean-Georges Noverre (1727-1810) publicó en 1760 sus Lettres sur la Danse et sur les Ballets, en las cuales expuso su
filosofía estética, que ejerció una influencia sobre el ballet de su siglo.
Tanto en la teoría como en la práctica, la importancia
del maestro italiano Gaspare Angiolini (1731-1803) es tan grande como la de Noverre.
Influenciado por el maestro vienés Franz Hilverding (1710-1768) y sus teorías
sobre el ballet de acción, creó en Viena, en 1761, su ballet Don Juan o el Convidado de piedra –con
música de C.W. Gluck-, que constituye una piedra de toque en la historia del
ballet. Su influencia, a través de sus numerosas obras y de sus discípulos, fue
muy grande y se extendió también por toda Europa, contribuyendo enormemente al
desarrollo y florecimiento del ballet de acción
El ballet en el siglo XVIII tuvo un carácter
internacional, contribuyendo principalmente los italianos y franceses con su
tradición y estilos propios, a su desarrollo y brillantes. Desde Lisboa hasta
Moscú, los teatros de ópera proliferaron bajo el mecenazgo de príncipes y
monarcas. Londres, París, Sttugart, Milán, Venecia, Nápoles, Viena, Berlín,
Copenhague y San Petersburgo fueron algunos de los centros más importantes. El
ballet floreció también en los teatros de provincia, que reflejaban el gusto y
los estilos de las grandes capitales. Las familias de bailarines se sucedían
sin interrupción, y numerosas dinastías, muchas de ellas activas durante más de
cien años, viajaban constantemente por toda Europa. Los grupos ambulantes se
multiplicaron y, presentando espectáculos que comprendían desde niños
bailarines, maromeros, equilibristas y mimos, hasta grandes óperas y ballets,
recorrían el continente actuando en fiestas, ferias y teatros. Los ballets eran
de diversos géneros: bufos, heroicos, trágicos, pastorales,
tragicómicos, etec. Sus temas abarcaban desde los típicos “chascos” y
“engaños”, descendientes de la farsa popular y de la Commedia dell´Arte, hasta los grandes temas mitológicos, históricos
y heroicos. También se llevaron al ballet obras de autores como Shakespeare,
Cervantes, Voltaire, Goldoni y Metastasio. Muy de moda estuvieron también los
temas “exóticos”, de países lejanos en el tiempo y en el espacio.
Entre ellos, los temas del Nuevo Mundo constituían una
fuente inagotable de exotismo, y en ellos se presentaba al “noble salvaje”,
como lo concebía el siglo XVIII, oprimido por la tiranía europea. Entre muchos
otros, se crearon, con temas americanos, los siguientes ballets: Les Incas du Pérou (Antoine Bandieri de
Laval, París, Ópera, 1735, en Les Indes
galantes de J.P. Rameau); Scoperta dell´America
de Cristoforo Collombo (Gaspare Angiolini, Turín, 1757); MOntezuma ou La Conquete du Mexique (G.
Angiolini, Vienna, 1775); Les Mexicains Londres,
1775); Gli Spanuoli nel Messico (Luigi
Bardotti, Turín, 1781); Colombo nelle
Indie (Domenico Le Fevre, Nápoles, 1784); Guatimozin, ossia La Conquista del Messico (Paolo Franchi, Milán,
1787); Gl´Inglesi in America (G.B.
Giannini, Nápoles, 1787); La Conquista
del Perú (Domenico Ballon, Venecia, 1787); Cortés tradito dal cacico di Cholula Francesco Ricci, Génova,
1788); Cora o La vergine del sole (Gaetano
Gioja, Milán, 1795), Pizarre (Sébastien
Gallet, Londres, 1797); Les Incas (Jean
Coralli, Viena, 1800) y Le mariage
Mexicain (Londres, 1800).
Sobre la paternidad de las obras y los derechos de
autores no había reglas definidas, en la práctica cualquier maestro o bailarín
podía reponer, cambiar, o hasta plagiar libremente las obras de sus maestros y
colegas. Esto creó una especie de patrimonio internacional, facilitando un
amplio intercambio de ideas, temas y estilos en toda Europa y sus ecos
llegaron, en los últimos veinte años del siglo, a los principales centros
americanos: México, Charleston, Nueva Orleans, Boston, Filadelfia, Nueva York y
La Habana, hacia los cuales emigraron numerosos maestros y bailarines, ya
invitados por los teatros, huyendo de la revolución francesa, de los motines de
Santo Domingo o, bien, por cuenta propia para probar fortuna. (51)
Tampoco existía un estilo especial en la música, ni
compositores especializados en escribir para el ballet. Hasta los albores de la
época romántica, la música para ballet consistía, en su mayor parte, en una
mezcla de fragmentos de arias de ópera y melodías de moda, arregladas al gusto
y necesidades del coreógrafo. Las primeras excepciones de importancia fueron
las colaboraciones de Gluck con Angiolini. No había tampoco funciones
exclusivamente de ballet; éste se presentaba por lo general dentro de las
óperas u obras dramáticas, en sus intermedios, o después de ellas.
La técnica había alcanzado un alto nivel, y dos escuelas
predominaban, disputándose la primacía: la escuela francesa, que se
basaba en la nobleza, la gracia, la elegancia y el aplomo, y la escuela
italiana, que se fundaba en la fuerza, la rapidez y la brillantez, logrando
espectaculares alardes de virtuosismo. A los bailarines se les clasificaba,
según su físico y técnica, en tres grupos principales: 1. Bailarines nobles o
de “género serio”, 2. De medio carácter y 3. Grotescos o de carácter. En Italia
existían además los mimos o ballerini per
le parti, que se hacían cargo de la parte pantomímica –o acción- de los
ballets, mientras que los bailarines propiamente dichos se ocupaban de las
partes puramente danzantes.
El ballet del siglo XVIII habría de pasar a la Nueva
España mediante los italianos establecidos en España, donde desde la segunda
mitad del siglo y especialmente entre los años 1787 y 1799, el ballet vivió una
época de florecimiento que es casi desconocida y que aún no ha sido
exhaustivamente investigada. (52)
EL BALLET EN ESPAÑA
Desde los años
cincuenta, Barcelona contaba con su compañía de ópera y ballet, y la seguían en
importancia Cádiz, Valencia, Sevilla y Mallorca, entre otras ciudades. En
Madrid, los teatros de la Cruz y del Príncipe presentaban obras dramáticas, con
intermedios cantados y sainetes para finalizar. El corral de los Trufaldines –que
había sido reinaugurado en 1738 como teatro o coliseo de los Caños del Peral (53) -, fue formalmente
dedicado, en 1787, a presentar ópera italiana y ballet, añadiéndose un tercer
teatro a la capital española. La temporada se iniciaba en abril, hacia la
pascua, terminando en febrero del año siguiente. Durante la cuaresma, el teatro
de los Caños del Peral ofrecía conciertos de “música seria”, mientras que el Príncipe
o la Cruz se presentaban compañías de volatineros, mimos y equilibristas, a los
que se agregaban bailarines de los Caños del Peral y algunos de sus coreógrafos,
que montaban ballets bufos y pantomimas. También se organizaba anualmente una
compañía para presentar, en los Sitios Reales, “con el mayor esmero y decencia,
todo género de dramas teatrales, funciones de música, bayles y pantomimas”. (54)
Antes de inaugurarse oficialmente el nuevo teatro, se
publicó su reglamento. En él, se le ponía bajo la Junta de Hospitales, que administraba
todos los teatros a beneficio de los hospitales de la ciudad. (55)
La compañía de ballet, con veintiocho miembros bajo la
dirección de Domenico Rossi, estaba estructurada, siguiendo los modelos
italianos, por primeros bailarines serios, grotescos, bailarines de medio
carácter y cuerpo de baile o figurantes, y durante toda su existencia estuvo
alimentada, principalmente, por bailarines procedentes de los teatros de Italia. El estreno tuvo lugar el sábado
7 de enero de 1787, con la ópera Il Medonte,
de Sarti, y los ballets Dido abandonada y
Los villanos en la corte.
Domenico Rossi es una
personalidad muy interesante; para conocer su carrera es necesario seguir sus
huellas por toda Europa. Nació en Milán, probablemente a mediados de la década
de 1740, y recibió su formación con los mejores maestros de su tiempo:
Angiolini y Noverre. Inició su carrera profesional en Viena, entre 1762 y 1765,
en el cuerpo de baile de la compañía de Angiolini, distinguiéndose
particularmente en el famoso Don Juan
de su maestro. En 1765 aparece en Venecia, como primer bailarín, bajo la
dirección de Vincenzo Galeotti. Entre 1765 y 1767 estuvo en Roma, Venecia y Milán,
con coreógrafos como Giuseppe Salomoni y Antonio Terrades, antes de regresar a
Viena. Allí reaparece en 1768, como uno de los miembros más brillantes de la
compañía de Noverre, destacando como excelente bailarín e iniciándose en la
coreografía. En 1772 hizo su primera aparición en Barcelona, España, al frente
de una compañía y, en 1776, dirigió la de los Sitios Reales en Madrid, ya
casado con la hermosa y talentosa alemana –también favorita de Noverre-
Geltrude Ablechtscherin-Rossi. (56) A
partir de ese año y hasta 1782 fue coreógrafo y primer bailarín del teatro de
San Carlos en Nápoles, compartiendo ambos puestos con otro célebre alumno de
Noverre: Charles Le Picq. En 1782 y 1783 lo encontramos comoprimo ballerino serio e inventore di Balli
en la Scala de Milán. Su repertorio siguió muy de cerca el de sus maestros
Agiolini y Noverre. También fue coreógrafo, por lo menos en cinco temporadas,
del famoso teatro in Via della Pergola de Florencia. Entre 1785 y 1786 trabajó
en los teatros de Pisa, Padua y Piacenza, regresando a España como primer
bailarín y coreógrafo para la apertura del teatro de los Caños del Peral.
La fuerte personalidad
de Rossi se impuso pronto en Madrid; para la temporada de 1788 y 1789 lo
encontramos no sólo como primer bailarín y coreógrafo, sino como director
absoluto del teatro. Dio así mayor relieve a la compañía de ballet, contrató
estrellas internacionales y realizó espectaculares producciones que alcanzaron
costos inusitados, provocando la indignación y la crítica de los nacionalistas
que se oponían a los espectáculos italianos.
La importancia de Rossi y su renombre internacional se
ponen de manifiesto cuando consideramos la cantidad de bailarines y maestros de
primera magnitud que viajaron a Madrid para trabajar bajo sus órdenes. Muy
fácil hubiera sido para él permanecer como dictador absoluto del ballet
madrileño y, sin embargo, continuamente invitó a maestros cuyas producciones
alternaron con las suyas y que trabajaron también como bailarines.
Durante la temporada 1788-1789, Rossi montó El desertor francés, La victoria de Tamerlán
sobre Bayaceto o La Roxana, El Prado de Madrid y La diversión campestre,
reponiendo, de Noverre, Medea y Jasón y
El juicio de París. Uno de los estrenos más importantes fue el del Convidado de Piedra. Comparando el
libreto de Don Juan de Angiolini con
el de la versión de Rossi, observamos que éste introdujo nuevos episodios y dio
mayor relieve al personaje de Arlequín –sirviente de don Juan- que ahora el
mismo interpretaba. (57)
La temporada 1789-1790 fue especialmente brillante. A la
compañía se incorporaron los primeros bailarines serios Salvatore Viganó y Rosa
Pelosini y los primeros bailarines de medio carácter María Medina y su hermano
Juan, quien años más tarde habría de dirigir el ballet de México. Entre los
grotescos destacaban Anna Tantini, Giovanni Viganó y Gennaro Magri, y en el
cuerpo de baile estaban otros miembros de la familia Medina: Antonio y José
Medina y Teresa Latour Medina. El jueves 23 de abril se anunció el Divertimento de los paysanos, “en el que
saldrá toda la compañía de baylarines completa, y por la primera vez, los
señores Juan Medina y María Medina, naturales de Madrid, y primeros bailarines
de medio carácter fuera de concierto”. (58)
Las fiestas de la coronación de Carlos IV tuvieron lugar en
1790, y se dice que Jean Dauberval aunque esto no ha sido confirmado todavía
por ningún documento- y su esposa, madame Théodore, visitaron Madrid para tomar
parte en ellas. Allí conocieron a Salvatore Viganó, quien ya se había casado
con la hermosa María Medina. Dauverbal habría de jercer una poderosa influencia
sobre Viganó, y es probable que también Juan Medina haya tenido contacto con el
maestro al mismo tiempo que su cuñado, o quizá antes, pues en enero de 1780 se
anunció El desertor. No sería remoto
que Medina haya sido, en algún momento, discípulo de Dauverbal , pues su
repertorio como coreógrafo, tanto en España como en México, incluía varias
obras de ese maestro. Dauverbal, entusiasmado con los Viganó, los invitó a
bailar con él en Londres. Salvatore y María abandonaron la compañía de Rossi
para bailar en Londres., Burdeos, Venecia, Dresde, Hamburgo, Praga, Berlín y
Viena. Hacia 1800 se separaron; Salvatore continuó su carrera como uno de los más
grandes coreógrafos de su siglo hasta su muerte, en 1821, y María murió en
París en 1833.
A la compañía de Madrid regreso Domenico Rossi, y con él
aparecieron Gaetano Gioia y Pietro Angiolini, a quienes pronto, siguieron sus respectivos hermanos,
Ferdinando Gioia y el excelente bailarín grotesco Pasquale Angiolini. Estos
ilustres bailarines y coreógrafos entre 1793 y 1795, alternaron sus actividades
entre Madrid, Lisboa y Milán. Gaetano Gioia dirigió, en 1793, la compañía que
inauguró el teatro de San Carlos en Lisboa y tomó parte, como primer bailarín y
coreógrafo, en las temporadas de cuaresma de 1794 y 1795 en el teatro Alla
Scala de Milán. Pietro Angiolini montó en Lisboa, entre 1793 y 1796, no menos
de dieciocho ballets, viajando entre Madrid y Lisboa, pues formaba parte, también,
del elenco de la compañía madrileña durante las temporadas 1791-1792, 1792-1793
y 1794-1795.
Muchos ballets importantes se vieron en esas temporadas
en los Caños del Peral. Entre los más sobresalientes estuvieron La muerte de Cleopatra, Alejandro y Apeles,
Doña Inés de Castro, Adele de Ponthieu, La primera edad de la inocencia y
Psiquis y Cupido de Rossi; Las
amazonas modernas, Aquiles en Sciro, Los filósofos vencidos y La muerte de
Atila, de Angiolini; Las astucias
morosas y Orbek de G.B. Giannini, y la primera versión de La fille mal gardée vista en Madrid, de
Lauchelin Duquesny, estrenada el 14 de septiembre de 1793.
Para 1795 y 1796 el elenco cambió casi por completo, y el
teatro fue invadido por bailarines procedentes de la Scala de Milán: el primer
bailarín y coreógrafo Gioavanni Monticini y su esposa Teresa
Marzorati-Monticini, y las primeras bailarinas Giuseppina Radaelli y Giuseppina
Spontoni. Entre los grotescos estuvieron Evangelista Fiorelli y Luisa
Cellini-Fiorelli, Gaetano y María Guidetti, Geltrude Danunzio, Pasquale
Agiolini y Piero Bedotti. Nicola Ferlotti se incorporó más tarde, y en 1796-1797
se anunció a “Jean-Pierre Giraud, primer bailarín del mismo teatro, habiéndolo
sido igualmente de los de París, Burdeos, y otros principales de Francia.” (59)
Las ambiciosas producciones de Rossi y sus colegas
siguieron presentándose tres años más, y sus costos y las pérdidas del teatro
continuaron provocando críticas de la Junta de Hospitales. Esta brillante época
llegó bruscamente a su fin en 1799. Un edicto suprimió el teatro de los Caños
del Peral, invitando a los italianos a retirarse a su país, y que en lo
sucesivo sólo se representarían obras españolas. Todavía se llevó a cabo una
última temporada en 1799-1800, bajo la dirección de Carlo Augusto Favier.
El edicto de 1799 rompió brutalmente con la brillante
tradición del ballet que Madrid empezaba a tener (Barcelona invocó los fueros
de Cataluña y continuó con las representaciones de ópera italiana y ballet), y
la zarzuela empezó a tomar auge, con sus bailes y divertimentos nacionales. Sin
embargo, una danza de origen popular se había refinado y fusionado, dando
origen a la danza española, que habría de florecer brillantemente, a su vez, en
el ballet de más allá de los Pirineos.
LA ESCUELA CLÁSICA DEL
BOLERO
Durante el reinado de
Carlos III, la danza española más popular fue el Bolero. Su origen no es
muy claro. La tradición atribuye a Antonio Boliche, Manchego y Sebastián
Cerezo, sevillano, su invención, en la segunda mitad del siglo XVIII. Se cree
que Cerezo, bailarín de la corte, se basó en el bolero popular y lo enriqueció
con pasos de ballet y con elementos del fandango, el polo y la tirana.
Sus discípulos continuaron refinándolo, y pronto se diferenció completamente de
las otras formas populares, convirtiéndose en una forma teatral llamada Escuela Clásica del Bolero, que exigía a
los bailarines un entrenamiento académico y una gran destreza. Su ejecución
requería posiciones en dehors, pies apuntados, elaborados port de bras, equilibrio, claridad en el fraseo, elevación, precisión
en las intrincadas combinaciones y dominio de las castañuelas, que siempre lo
acompañaban. Hacia el segundo cuarto del siglo XIX se introdujo el trabajo en
puntas para las mujeres y una complicada batterie
para los hombres.
Su coreografía contenía, además de pasos populares
estilizados, numerosos pasos académicos, como aseemblés, battements, brisés,
cabrioles, entrechats, glissades, jetés, pas de bourré, pirouettes, sisones;
todo ello con uan terminología propia: matalaraña, por ejemplo, equivalía a
un pas
de chat con sissone; panaderos a coupé y glissade en tournant; escalerilla,
a changements
de pieds; campanela a ronds de jambe; trenzado a entrechat.
Pronto fueron introducidas en esta escuela otras formas
populares: las seguidillas –que se desarrollaron hasta converti9rse en
rivales del bolero mismo- , el olé, el jaleo, la jota valenciana, las
sevillanas, los panaderos, el vito, el fandango y sus variantes –murcianas,
granadinas, malagueñas, rondeñas, javeras, peteneras- y otras muchas.
Una de las bailarinas más distinguidas de la primera época de la escuela bolera
fue la famosa “Caramba”, María Antonia Vallejo Fernández, nacida en Motril en (1751-1787).
Retrato
a plumilla de “La Caramba”, firmado por ella
Rasgo característico de
los españoles ha sido siempre escandalizarse de cuanta danza ellos mismos han
inventado. Así, el bolero no se libró de ser acremente condenado y de adquirir
una pésima reputación. En 1794 se publicaron unos versos “a una señorita que
quería aprender bolero”, en lo que se advertía que:
El
bolero se ha inventado
para
arruinar las conciencias
atrayendo
consecuencias
fatales….
Es
el bolero fomento
de
consecuencias funestas,
sus
acciones nada honestas,
y su
exercicio violento.
Es
fiero y cruel tormento
de
las almas timoratas,
ocasiones
inmediatas
de
perderse la inocencia,
y es
la más segura herencia
de
las gentes insensatas. (60)
|
La danza clásica española habría de alcanzar su apogeo
internacional hacia mediados del siglo XIX, cuando grandes figuras como Dolores
Serral, Lola de Valencia, Josefa Vargas, Manuela Perea la Nena, Mercedes y Luís
Pavía, Pepita de Oliva, Petra Cámara, Rosa Espert y Mariano Camprubí, entre
otros, la llevaron con gran éxito a los escenarios extranjeros. Esta forma de
danza había adquirido ya un refinamiento, una elegancia y un estilo tan
propios, que su influencia se dejó sentir fuertemente en el ballet romántico,
cuyas grandes figuras –Fanny Elssler, Marie Taglioni, Marie Guy-Stéphan entre
otras- la introdujeron en su repertorio y, más tarde, habría de reflejarse en
muchas de las grandes creaciones de Marius Petipa en Rusia.
LA DANZA TEATRAL EN LA
NUEVA ESPAÑA
En Nueva España se
menciona ya en 1601 la existencia de dos compañías dramáticas profesionales, a
cargo de Gonzalo de Riancho y de Juan Corral. Riancho, nacido en Sevilla en
1560, buscó, como tantos otros comediantes, fortuna en el Nuevo Mundo. Llegó a
México, procedente de La Habana, en 1595, y su compañía se distinguió, en 1599,
representando La conquista de México.
Hacia 1603 actuaba también en la capital la compañía de Alonso de Velázquez.
El teatro había encontrado gran aceptación en todas las
clases sociales, y para 1621 la ciudad contaba con dos “casas de comedias” y
tres compañías, las que ponían generalmente obras españolas, pues, decíase,
“las de acá aprueban mal”. Además de los corrales o teatros públicos, el
palacio virreinal contaba con el suyo, con “sus anexos, foros, mutaciones y
tramoyas”. Hacia 1640 también se hacían representaciones en el palacio de
recreo de los vireyes, en Chapultepec.
Ya entonces era costumbre que las representaciones fuesen
acompañadas de danzas. En los intermedios, fines de fiestas y mojigangas que
acompañaban o interrumpían la comedia, había canciones y danzas de corte,
populares “de la tierra” y españolas. Como en España, podemos suponer que las
compañías tenían sus bailarines, o que los mismos actores bailaban.
El primer teatro de carácter oficial fue el Coliseo de México, inaugurado hacia
1673, (61)
año en que
se le menciona con una compañía de trece elementos, a cargo de Mateo Jaramillo.
Era un corral rectangular, construido en madera y techado, con dos pisos de
palcos llamados aposentos o cuartos, y su cazuela o galería. Los palcos tenían,
igual que en España, celosías que podían cerrarse para que los espectadores
importantes pudieran ver sin ser vistos. El escenario era de vara y media de
alto –una vara equivalía a 835 mm y 9 décimas-, quince de largo y ocho de
ancho, y su frente ostentaba un escudo con las armas reales. Se encontraba
situado en el claustro del Hospital Real de Naturales –actual esquina de Lázaro
Cárdenas y Victoria-, y era administrado a beneficio de éste por los frailes de
San Hipólito.
Contaba con una
compañía más o menos permanente formada, cuando las circunstancias lo permitían
y se encontraban los elementos, por actores, cantantes, bailarines y músicos.
En los primeros tiempos las funciones se llevaban a cabo por las tardes,
dándose cuatro o cinco funciones semanales –de domingo a jueves- que se
anunciaban en un cartel colocado en la esquina del portal de Mercaderes. Los
lunes y jueves se dedicaron, por algún tiempo, a espectáculos llamados guanajas, que se ofrecían gratis a los
pobres. En la temporada de 1713 a 1714 se dieron, en total, setenta y cinco
funciones de comedias, cincuenta guanajas y nueve maromas. (62)
El teatro se incendió en 1722, curiosamente en la
madrugada, después de representarse Ruina
e incendio de Jerusalén, y en vísperas de Aquí fue Troya. Fue reconstruido en el mismo sitio y funcionó hasta
que, para evitar el ruido y las molestias que ocasionaba a los religiosos y
enfermos del hospital, se construyó uno nuevo, en la esquina de las ahora
calles de Motolinía –callejón del Espíritu Santo- y 16 de septiembre –La Acequia-,
llamada más tarde del Coliseo Viejo. A este Coliseo, estrenado en 1725, solían
llegar los virreyes en una lujosa canoa que los conducía por la acequia, desde
el palacio virreinal.
Bajo el virrey Güemes y Horcasitas, conde de
Revillagigedo, se edificó en la calle del Colegio de Niñas, después del Coliseo
Nuevo y hoy Bolívar, el Coliseo definitivo. Fue construido, en piedra, en unos
lotes de casas pertenecientes al secretario de la Gobernación del virreinato.
Su modesta fachada constaba de un portal de tres arcos, con una puerta, a la
derecha, que conducía a los palcos. El auditorio, en forma de herradura, tenía
tres pisos con dieciocho palcos cada uno, ya sin celosías. El cuarto piso lo
ocupaba la cazuela, dividida en dos partes, para hombres y mujeres. Entre estas
dos secciones se encontraba el palco de
los vuelos, desde el cual pasaba, por una gran argolla de metal, una cuerda
que llegaba hasta el escenario. Por ella, asidos a una polea, descendían, con
gran estrépito y jugándose la vida, los personajes volantes de las comedias. Una parte de la luneta o patio, al frente, estaba ocupada por
bancas, y la parte posterior, llamada mosquete,
se destinaba a los mosqueteros o
espectadores de pie. En total, la sala acomodaba cerca de 1 500 espectadores.
Los muros estaban pintados de azul y blanco, al frente del escenario estaba
decorado con las armas reales, y el techo ostentaba pinturas de tema
mitológico. Para ensayar y servir como escoleta
a bailarines, actores, cantantes y músicos, se alquiló la casa llamada “de
Yrolo”, situada enfrente del teatro. Este Coliseo Nuevo fue estrenado el 23 de
diciembre de 1753, con la asistencia del virrey Juan Vicente de Güemes Pacheco
de Padilla, conde de Revillagigedo y de la corte, presentándose la comedia Mejor está que estaba. En el siglo XIX
se le llamó Teatro Principal, y funcionó con ese nombre hasta 1931, año en que
fue destruido por un incendio. En total, el Coliseo-Teatro Principal permaneció
activo durante ciento setenta y ocho años. (Su lugar está ocupado actualmente
por un banco y un estacionamiento. En la fachada del banco se instaló una placa
conmemorativa. A su lado, existe todavía el bello edificio del hotel Coliseo.)
La temporada teatral o “año
cómico” se iniciaba en abril, el domingo de pascua de resurrección, y se
prolongaba hasta el siguiente febrero, clausurándose generalmente al terminar
el carnaval. Durante la cuaresma no permanecía inactivo el teatro, ni el
público sin diversión. Siempre que se encontraban los elementos, se ofrecían
espectáculos llamados maromas –con
bailarines, equilibristas, volatineros, mimos y maromeros-. También se usó el
Coliseo, en ocasiones, para espectáculos muy ajenos a su carácter: en 1779 se
celebraron en él corridas de toros, persecuciones de liebres por galgos, y
tapadas de gallos, que fueron inmediatamente prohibidos por el virrey Bucareli.
Desde principios del siglo XVIII se empezaron a contratar
“asentistas” (empresarios) para encargarse de la organización de las compañías
y espectáculos del Coliseo, siendo administrado éste por el mayordomo o
administrador del hospital. En 1760, una cédula real estableció las condiciones
para que el hospital pudiera rentarlo. Dicha cédula autorizaba el arrendamiento
del teatro hasta por siete años, obligando al asentista a pagar cuatro mil
pesos anuales por adelantado, y a dar el producto de “una comedia para los
gastos del Santo Jubileo cada año”. El que lo rentase debía comprometerse,
además, a efectuar las reparaciones necesarias, con excepción de “lo material
de la fábrica del Coliseo”, que correspondía al hospital. Se indicaba también
al asentista que “ha de promover y formar siempre la Compañía de todos los papeles.
(63) necesarios, y han de
ajustarse como lo sea conveniente con las mejores habilidades de música y
cómicos para que el Coliseo no decaiga, y el pueblo tenga la mejor diversión.
Había dos clases de compañías; las que en cada temporada
se formaban en los coliseos de las diversas ciudades, cuyos miembros se
contrataban o “ajustaban” anualmente, y las compañías itinerantes llamadas de la legua o volantes. Estas últimas llevaban una existencia errante y
miserable. Viajaban constantemente en busca de trabajo, transportándose en
carretas, a caballo o en burro los comediantes, sus familias, y sus enseres
teatrales. Cuando las cosas marchaban bien, recibían alrededor de tres reales y
medio por función, pero si no se recaudaba lo suficiente debían conformarse con
dos reales o la comida del día. En el peor de los casos, el empresario o autor
quebraba o huía con el dinero, dejando a la compañía abandonada y endeudada.
Los miembros de estas compañías pertenecían casi todos a las clases más
humildes, y muchos eran tan pobres, que preferían viajar a pie de un pueblo a
otro, para recibir en efectivo el “flete” o costo de us cabalgaduras. (64)
Si organizar el Coliseo traía consigo muchos problemas, más
difícil y arriesgada aún era la vida de los comediantes; mal pagados, vejados
por la autoridad civil, condenados por la Iglesia y despreciados por el público.
Su situación no era nada envidiable; el personal del Coliseo dependía del
virrey, quien junto con otras autoridades civiles tenía toda clase de derechos
sobre ellos, pudiendo encarcelarlos, expulsarlos de la ciudad o del país, o
prohibirles ejercer su profesión ante la menor insubordinación. Cuando la
administración decidía bajar sus sueldos, tenían que aceptarlo, pues de lo
contrario iban a prisión o se les prohibía trabajar en otra parte. En ningún
caso se habla de pensión al retirarse o como reconocimiento a los méritos artísticos,
y la mayoría terminaba su vida en la miseria. Por otra parte, su vida privada
era severamente vigilada, y castigada con encierro, en la cárcel o en un
convento, cualquier trasgresión a la moral imperante, siempre y cuando en ello
no estuvieran involucrados personajes importantes, en cuyo caso se guardaba
silencio. Sin embargo, como los actores y bailarines no eran muy numerosos, las
autoridades se vieron en la necesidad de actuar con cautela y benevolencia para
no privar al Coliseo de elementos importantes. Cuando un actor o bailarina se
encontraban en la cárcel, era conducido por guardias a ensayos y funciones,
regresando después a la cárcel.
Por parte de la Iglesia, los comediantes tenían asegurada
la condenación eterna, y se les negaba los sacramentos, e inclusive, el derecho
a ser enterrados en sagrado. Esta situación era igualmente severa en Europa. En
España, donde desde el siglo XIII los comediantes habían sido declarados
“infames”, el fraile agustino Diego de Tapia había propuesto, en 1587, que no
se les administraran los sacramentos. Sin embargo, los comediantes del reino,
agrupados en la Cofradía de Nuestra Señora de la Novena, gozaban de muchos
derechos y favores, tanto espirituales como materiales, de los que carecían
otros colegas europeos. En París, la prisión de For l´Eveque esperaba siempre a
los bailarines insubordinados, (65) y la iglesia que ya había negado a Moliere, en
1673, la extremaunción y el sepulcro en sagrado, se rehusaba a casar a la gente
de teatro o a administrarle los últimos sacramentos, a menos que renegara de su
profesión y de su vida en el escenario. (66) Todo eso no dejaba de ser paradójico ya que, al
mismo tiempo, muchos altos dignatarios eclesiásticos tenían como amantes a
actrices y bailarinas.
Ana María de Castro, una de las primeras luminarias de
que se tiene noticia en México, abandonó el teatro y renegó de él en 1742,
convertida por los sermones de un sacerdote (algo mismo pasó con la española
María Antonia Vallejo Fernández “La Caramba”), quien conmemoró su hazaña en el
poema La Despedida. También se dieron
casos como el de Diego Francisco de Asís (1708-1753), primer galán del Coliseo,
de quien se escribió que “muy virtuoso debió de ser cuando el clero consintió
que su cadáver fuese sepultado en la iglesia del convento de San Bernardo”.
Actores y bailarines eran escasos en esa época en México,
y muy a menudo se mandaba traer de España. Siendo tan largo, costoso y difícil
el viaje de regreso, la mayoría permanecía y moría en la Nueva España. Hacia
1730 escribe Eusebio Bela, entonces asentista del Coliseo, sobre la falta de
elementos en la compañía, solicitando se le traigan de España:
Graciosa
con la habilidad de cantar y danzar; graciosos con la de danzar y otra mujer
con la de representar, cantar y danzar; para que puedan suplir cualquier defecto
en lo que tenga acá; cómicas con las de representar y danzar con el mismo
intento, solicitando sean casadas, con hijos e hijas para que subsedan a sus
padres y madres. (67)
|
En esos años se hacen más frecuentes las menciones de
bailarines en el Coliseo: en 1730 encontramos a Juan de Castro y sus cuatro
hijos; más tarde a Ana María de Castro, primera dama y “cantarina”, que también
bailaba, y en 1742 a Joseph Pisoni, milanés, “sobresaliente en violín, trompa
de caccia y maestro de danza”. También
el periódico se empieza a ocupar de ellos, y en 1737 La Gaceta comenta sobre “lo gracioso, honesto y faceto de los
bailarines y músicos”. Dos bailarinas, la Bárbara y la Tapia, aparecen en
escena hacia 1775. En 1779 se presentó en el Coliseo una bailarina procedente
de Cuba, pero su estilo no tuvo una favorable acogida de parte de la Real
Audiencia Gobernadora.
El tipo de bailarines conocidos hasta entonces en la
Nueva España era anterior al ballet académico. Su repertorio se componía de
danza de corte y populares y de pantomimas. Su arte descendía, de la Comedia
dell´Arte difundida en Europa por los grupos italianos y, por otra, de la danza
teatral y popular española; practicaban lo mismo la actuación que el canto y la
danza, sin poseer aun plenamente lo que consideramos como técnica académica.
Sin embargo, los primeros bailarines con escuela académica iban a desarrollarse
pronto en México. Hacia 1778-1779, hicieron su aparición los primeros bailes
alegóricos, heroicos y pantomimos, que no eran otra cosa que ballets, llevados
al Nuevo Mundo por maestros europeos.
INTRODUCCIÓN DEL BALLET
EN LA NUEVA ESPAÑA (1778-1785)
En algunas historias
del teatro mexicano del siglo XVIII se ha considerado el año 1786 como la fecha
de introducción del ballet en el Coliseo. Sin embargo, existen pruebas de que
ya desde los años 1778-1780 se conocía este tipo de danza, y de que el Coliseo
contaba con una compañía de bailarines.
Los años de 1780-1785, que fueron muy difíciles para el
Coliseo son, en los archivos mexicanos, sumamente parcos en documentos. Sin
embargo, descubrimos datos interesantes en dos expedientes de finales de los
años 80. El primero es una lista de documentos de años anteriores, que se
guardaba entre los papeles del Coliseo, y en él se menciona brevemente el asunto
que se trataba en cada expediente. El segundo, fechado en 1788, contiene las
declaraciones del administrador del Hospital de Naturales sobre cuantas
funciones se daban a principios de la década de 1780. (68)
Un Virrey balletómano,
el Conde de Gálvez
El breve virreinato del
conde Bernardo de Gálvez (1785-1786), marcó el inicio de un importante periodo
del ballet en la Nueva España. Por su ilimitada protección a este tipo de
danza, Gálvez se le puede considerar un virrey balletómano. Testigo, sin duda,
de los triunfos de los italianos en España, tuvo buen cuidado, a pesar de la
gran cantidad de asuntos políticos y administrativos en que debía ocuparse, de
no partir de Cádiz, hacia La Habana –donde ocupó el cargo de capitán general-,
sin llevar en su séquito al coreógrafo y primer bailarín del Coliseo de Cádiz, Gerónimo Marani, y su
familia, a México al ser nombrado virrey de la Nueva España.
En México, protegió generosamente al teatro y, gracias a
su interés, mejoró su situación económica y su nivel artístico. Cuidó también
del estado del Coliseo, reacondicionándolo, dotándolo de un lujoso telón de
boca, y haciendo construir “a espaldas del foro varias viviendas y un amplio
salón para academia y ensayos de baile”. Expidió también un reglamento u
ordenanzas de teatro, (69)
el más
importante que tuvo México. En él se anunciaba que el Coliseo se pondría, en
adelante, a cargo de una sociedad de accionistas que lo administraría, siempre
en beneficio del hospital
Las ordenanzas del conde de Gálvez fueron aprobadas por
el rey en una cédula que especificaba que:
…componer
las diferencias de los cómicos, conocer de sus causas por razón de su oficio,
señalar la hora, cuidar de que las diversiones sean honestas, como lo demás
anexo y dependiente, corresponde al superior gobierno de su virrey. (70)
|
Sus colaboradores en estos asuntos eran el juez de
teatro, quien visitaba diariamente la escoleta
y asistía a ensayos y funciones para vigilar la disciplina; el mayordomo del
Hospital Real de Naturales, el censor de las obras del Coliseo –por cuyas manos
pasaban, comedias, sainetes, pitipiezas, letras de tonadillas y canciones y
argumentos de ballets-, y cuando era necesario, los alcaldes del crimen y la
Real Audiencia. Entre sus reformas al teatro, el virrey Gálvez hizo cambiar la
hora de las funciones, de las cuatro y media de la tarde a las ocho de la
noche; organizó el personal en compañías de “representado”, de “cantado”, de
bailarines, de orquesta, y elevó el nivel de esta última, solicitando a las
autoridades eclesiásticas que permitieran a los mejores músicos de la capilla
de la catedral trabajar en el Coliseo.
El virrey distribuía también las funciones de beneficio.
En estas ocasiones, el producto de las entradas correspondía al artista
beneficiado, quien pagaba solamente los gastos técnicos de la función, pues sus
compañeros no cobraban por ella. Cuando se trataba de artistas distinguidos y
populares, el público les hacía además toda clase de regalos, desde hojas con
poemas compuestos especialmente para la ocasión, hasta dinero y costosas joyas.
En ocasiones de cumpleaños de reyes, virreyes y altos
funcionarios, se celebraban funciones de gala, como al del martes 27 de
diciembre de 1785 en la cual, para festejar el cumpleaños de la esposa del
visitador José de Gálvez:
…se
hizo una gran función de teatro en el Coliseo, con general iluminación y
asistencia de S.S.E.E., hasta acabado el bayle de la primera jornada, a cuyo
tiempo se regresaron al palacio por estar dispuesto con el mismo objeto un
gran sarao. (71)
|
Desde la segunda mitad del siglo, las formas bailables de
México y la América hispánica habían empezado a destacarse en los intermedios,
y casi no había función en la que no se presentara alguna de ellas. En el
último cuarto del siglo se bailaron en el Coliseo, entre otros “sonecitos”: La
bamba poblana, Los bergantines, El curritico, Los chimiztlanes, El
churripampli, La cosecha, El perseguido, Jarabe, La jarana, El gato, Los
negrillos, El fiscalito, El toticonichi, Los tajamaniles y El zanganito.
Las danzas españolas más bailadas en el teatro fueron zapateados, peteneras, boleros, tiranas, gaitas, seguidillas y el
fandanguillo de Cádiz. De las boleras, que gozaron de mucha popularidad se
bailó una variante americana: las boleras del Negro Charamusquero.
También aparecieron variantes de danzas de corte, cuyos nombres indican
mestizaje e influencia negra, especialmente en el caso del minué. Se bailaron alemandas,
contradanzas, baile inglés, afandangado, polacas y minués alemandado, avalsado,
campestre, de la corte, congo o congot y techet.
Otras ciudades importantes también tuvieron sus teatros. En
1760 se había inaugurado el Coliseo de la ciudad de Puebla, y en 1788 La Gaceta de México, anunció que en
Guanajuato, desde el 27 de mayo. Un año después se estrenaba el Coliseo de
Guadalajara, y hacia 1796 el teatro de Veracruz –ya de larga duración-, tenía
una compañía estable, de las mejores del reino, con sus secciones de comedia, canto y baile. La ciudad de
Durango se enorgulleció, en 1800, de poseer un teatro –estrenado en el
cumpleaños del rey- construido de piedra, con un costo de veintidós mil pesos,
y se comentó que sus compañías “de cómicos y orquesta… son de las más regulares
y desempeñan las funciones con aplauso general”. (La Gaceta de México, 14 de febrero de 1800)
EL BALLET CONTRA LAS
AUTORIDADES (1793-1795)
Bajo el virrey
Revillagigedo, y gracias a su apoyo al teatro, la situación del Coliseo había
mejorado notablemente, pero hacia fines de 1792 empezó a decaer, tanto en el
aspecto económico como en el artístico. El último asentista quebró, y el
Hospital Real de Naturales se encontró una vez más, a cargo del teatro. Hizo
entonces su aparición, como director-administrativo del Coliseo, el mayordomo
del hospital, don José del Rincón, siniestro personaje que durante más de diez
años habría de emplear todas sus energías en intrigar –por mezquinas razones
económicas- contra los Marani y la compañía de bailarines, en estorbar
burocráticamente todo desarrollo del ballet en el Coliseo, y en tratar
sistemáticamente de destruir cuanta compañía se formó durante su
administración. Entre otras cosas, Del Rincón se negaba a proporcionar a los
ballets nuevos una producción adecuada, impedía sus ensayos poniendo otros a la
misma hora, y trataba a los bailarines en forma que siempre se hiciera evidente la distancia social que había entre
ellos y él.
La situación política sufrió un sobresalto: España se
encontraba en guerra con Francia. Este acontecimiento repercutió en el Coliseo
y ayudó a mejorar las relaciones entre los artistas y el virrey. El 8 de junio
los miembros de las compañías dirigieron a Revillagigedo una carta:
Hemos
acordado la compañía de cómicos, bailarines, cantarines y horquesta que
componen el teatro de esa capital; deseosos de manifestar nuestro amor y lealtad
a nuestro soberano, se nos permita licencia de executar una función en su
teatro cada mes, el día que se eligiere por el superior gobierno, durante
todo el tiempo de la guerra, cediendo el todo del estipendio de ella al real
erario de su majestad (que Dios guarde), para el formato de sus tropas; y
procurando cada uno de los individuos, abajo firmados, en el más exacto
desempeño; acreditarán en la parte que les toque, su zelo y amor al soberano,
y para constancia de ser así su voluntad lo firmó cada individuo hoy, 18 de
junio de 1793. (72)
|
Este gesto patriótico de los comediantes hizo que el
virrey se inclinara otra vez a su favor, y que escribiera al recibir su carta:
“…recomienda mucho esta oferta, la infelicidad y escasez que sufren estos individuos,
con los sueldos que disfrutan”. Sin embargo, la situación seguía muy tensa
entre los artistas y el administrador, y la amenaza de los elementos que
llegarían de Europa pesaba sobre sus ánimos. La primera escaramuza entre
comediantes y autoridades tuvo lugar durante el verano. El virrey, deseoso de
mostrar su buena voluntad, concedió veintidós beneficios a las compañías, pero
algunos actores y bailarines, arguyendo diversas razones, se negaron a trabajar
en ellos, por considerar que, participar gratis en veintiún para gozar de uno sólo,
era económicamente desastroso. Sin embargo, al ser severamente amonestados,
tuvieron que ceder, y la temporada continuó, no sin presagios de lo que prontos
sería una verdadera guerra civil, entre artistas y autoridades.
La temporada 1794-1795 es, quizá la más profusa y
detalladamente documentada de todas. Nada sabemos de lo que se bailó en ella,
pero tenemos abundantes y minuciosas noticias sobre la batalla librada entre
actores, músicos, cantantes y bailarines del Coliseo, y el administrador, el
corregidor y el virrey. Con actores y cantantes también surgieron problemas, y
para poder iniciar la temporada, el virrey, asistido por el corregidor, decidió
encargarse personalmente de su organización. Desconociendo la necesidad, y
pensando que con un simple despliegue de autoridad podría arreglarlo todo,
Revillagigedo despidió a los elementos más recalcitrantes, hizo venir otros de
provincias, y organizó las compañías, distribuyendo categorías y sueldos según
su criterio. Esto dio por resultado un grupo tan débil que muchos artistas,
comprendiendo que así no se podría salvar la temporada, solicitaron, con
diversos pretextos, quedar fuera del Coliseo.
A esto respondió el virrey con un fulminante decreto, en
el cual algunos actores y músicos fueron amenazados con la extradición,
mientras que a otros se les prohibía abandonar la ciudad sin permiso superior,
suspendiéndoseles además, a todos, la licencia para continuar ejerciendo su
profesión.
LA DECADENCIA DEL
BALLET DURANTE LA INDEPENDENCIA (1806-1822)
La ausencia de Juan
Medina marcó un cambio muy evidente en la danza teatral. Durante 1806 se
mencionan sólo dos ballets completos y algunos fragmentos, intercalados entre
un acto y otro de las obras dramáticas. Los intermedios y fines de fiesta
vuelven a ser ocupados por bailes de corte, en general españoles aunque
mayormente del país. Éstos van ganado predominio, sobre todo en los años de la
guerra de Independencia, en que se exalta todo lo nacional.
Los programas de la temporada 1806-1807 nos muestran el
reducido repertorio de la compañía:
6/IV.
Minué
Congó, por Guadalupe gallardo y Juan Marani; La Morenita, por
Magdalena Lubert e Isabel Rendón.
7/IV.
Boleras,
por Guadalupe Gallardo y José María Morales; El zanganito, “a
cuatro”.
8/IV.
El
baile inglés, por Isabel Rendón; La bamba, por Guadalupe Gallardo,
Magdalena Lubert, José María Morales y Juan Marani.
10/IV.
El
bejuquito.
13/IV.
La
alemanda, por Guadalupe Gallardo, Morales y Juan Marani.
21/IV.
Boleras,
por Guadalupe Gallardo y Juan Marani, y El sonecito del Rorro, “a cuatro”.
25/IV.
El
churripampli, por Guadalupe Gallardo, Cecilia Ortiz, José María
Morales y Juan Marani.
27/IV.
Minué
Techet, con Isabel Rendón y José María Morales.
13/VI.
Minué
Congot.
9/VII.
Minué
a cuatro, con Guadalupe Gallardo, Cecilia Ortiz, José María Morales y
Juan Marani.
18/VII.
El
sonecito de La Jarana a cuatro y una Alemanda
a tres.
24/VIII.
Un sonecito,
acompañado por tres bandolones.
7/IX.
Boleras,
con Isabel Rendón y José María Morales.
10/IX.
La
Polaca, de Adelaide de Guesclin, con Guadalupe gallardo y Magdalena
Lubert. Segundo intermedio, jarana.
12/IX.
El
zanganito, a cuatro.
28/IX.
La
gaita gallega.
2/X.
Un sonecito del país.
4/X.
“Hoy se ejecuta una primorosa folla, compuesta de las piezas
siguientes: De representado: 1° la pieza La forma del sombrero; 2° Un
loco hace viento; 3° El pleito del Pastor. De cantado:
unas boleras por el Sr. Andrés del Castillo, obligadas a trompa por don
Antonio Salot. El sainete nuevo intitulado La vizcaína y el cirujano, por la
Sra. Dolores Munguía y el Sr. José Estoracio. Se tocará un concierto de
música obligado a violín por don Andrés Ramírez, ciego de nación, del mejor
gusto. El baile grande será del maestro Juan Medina.”
5/X.
El sonecito de La jarana.
9/X.
Los
negrillos, a cuatro, “y por grande uno de los mejores”.
12/V.
Dentro de la zarzuela El licenciado Farfulla: “una
vistosa contradanza de arcos y flores, dispuesta por el Sr. José María
Morales para dar fin, según lo pide el drama”.
4/XXI.
Minué
a cuatro, con su alemanda.
5/XI.
La
contradanza de arcos. (73)
|
Los espectáculos del Coliseo continuaron decayendo. Los
espectadores empezaron a perder todo interés, y terminaron por asistir a las
funciones en plan de tertulia, para ver y ser vistos, para conversar, flirtear
y arreglar sus asuntos, sin prestar mayor atención a la función. Durante esos
años se acostumbró que las damas abandonaran el teatro antes de empezar los
bailes. Los caballeros, naturalmente, permanecían hasta el final, para
supervisarlos y juzgar si eran dignos de que los presenciaran sus familias.
Para 1807 quedaban sólo cinco bailarines en el Coliseo,
incluyendo a su director, el infatigable Morales. En la temporada 1808-1809,
bajo el asentista José Corbelo, se intentó mejorar los bailes. Con Morales y
Antonio Medina dirigiendo, Ana María Zendejas regresó a la compañía, y ésta se
agrandó a doce elementos. En enero se anunció “el solo del bayle de Apeles
y Campaspe, reducido a padedú, por las Sras. Guadalupe
gallardo e Isabel Rendón”, y en mayo se repuso Siana y Silvio, con Ana
María Zendejas, Morales y Medina en los roles principales.
En cuanto a los bailarines, hay pocas novedades durante
esos años. En 1809 Antonio Medina volvió a ser maestro-director, y de 1810 a
1812 lo fue José María Morales, ya con más de treinta años en las tablas. Ana
María Zendejas se retiró definitivamente, y se la deja de mencionar desde 1809.
Otros bailarines, mencionados entre 1807 y 1812 fueron: Juan Marani, Guadalupe
Gallardo, Isabel Rendón, Magdalena Lubert, Sebastiana Peñalosa, Cecilia Ortiz,
María Perñalosa, Josefa, Manuela y Rafaela Olivarre, María Dolores Pérez e
Ignacia Aguilar. La compañía fluctuó entre cinco y ocho bailarines por
temporada, y ni Morales ni Antonio Medina pudieron crear muchas obras nuevas o
reponer grandes ballets. El repertorio se limitó a los bailes usuales y a uno
que otro fragmento de los antiguos ballets.
La situación política no se prestaba en esos momentos
para el auge del teatro; la invasión napoleónica a España tuvo fuerte
repercusión en la colonia, y a ella siguieron los once terribles años de lucha por
la Independencia, que desangraron al país en todos sentidos. La confusión
reinante se reflejaba en el Coliseo; mientras en el centro del país se libraban
sangrientas batallas, en la capital se glorificaba a Fernando VII y se
festejaban en el Coliseo el fusilamiento de Mina o las victorias de Calleja
sobre los insurgentes.
Por otra parte, el teatro mexicano era fiel reflejo del
de Madrid. Con el edicto de 1799 y la expulsión de los artistas italianos, el
desarrollo del ballet y de todo tipo de espectáculo extranjero había sido
detenido. La zarzuela había tomado gran auge, y con ella todo espectáculo de
carácter nacional, a pesar de las protestas de intelectuales como Jovellanos,
quien escribió: “…otras naciones traen a danzar sobre las tablas los dioses y
las ninfas; nosotros a los manolos y verduleras”. (74) En 1806 y 1808 dos
compañías francesas habían visitado a España, y hacia 1808 se hicieron planes
para que Rossi volviera a formar una compañía en Madrid. Esto fue impedido por
la invasión francesa, y el nacionalismo en todos sentidos volvió a exacerbarse.
Esta situación, sumada a sus propias calamidades, se reflejó en la vida teatral
de las colonias españolas.
Una gran miseria se hizo sentir en México durante la
guerra, y casi nadie escapó de ella. El Coliseo se hallaba en plena decadencia;
entre sus miembros había intrigas y disputas constantes, y el público se
solazaba insultando a los artistas y riñendo entre sí. En 1811, el virrey
Venegas lanzó un bando, haciendo saber que prohibía “los silbidos y
cualesquiera otras demostraciones de escarnio con que algunos de los
concurrentes concurrentes insultan a los cómicos”. (75)
En 1813 fue nombrado virrey Félix María Calleja. Amante de
la bella y famosa cantante Inés Garcia “La Inesilla”, protegió al Coliseo y
trató de mejorar su situación. Juan Medina fue contratado una vez más como “compositor
de bayles heroicos”, y Marani regresó como segundo maestro. La compañía se
agrandó, pero no queda una lista completa. En ella estuvieron entre 1813 y 1816
Antonio Medina, Dionisio Hidalgo, Juan Marani, Juan Rosillo, Guadalupe
Gallardo, Ignacia Aguilar, Magdalena Lubert, Sebastiana Peñalosa, Dolores
Vargas, y su hija, Isabel Rendón y una bailarina italiana: Teresa Ferlotti. Se
ignora cuando llegó a México, pues el único dato que existe sobre ella es su
firma, al pie de un documento.
Tampoco faltaron los escándalos en esa época. En 1813
Magdalena Lubert fue arrestada y conducida a la cárcel, acusada de
“incontinencia adulteriana con el patriota del Cuerpo de Caballería don Joaquín
Ángel”, cuyo arresto se solicitó también. Magdalena era conducida por guardias
a cumplir sus diarias obligaciones en el Coliseo, pero como el patriota estaba
prófugo y había amenazado con arrancar a su amada de las manos de la justicia,
se determinó no permitirle salir de prisión. Muchas cartas se cruzaron entre el
juez y el asentista.
La situación del país era cada vez más difícil, y no
sabemos hasta que punto, con el apoyo del virrey, pudieron resurgir Medina y su
compañía. Al dejar Calleja su cargo en 1816, el Coliseo volvió a decaer,
quedando en tan precaria situación que, al no encontrarse asentistas que los
quisieran tomar a su cargo, algunos de los artistas lo tomaron por su cuenta
para poder, por lo menos, seguir subsistiendo. Las últimas temporadas de Medina
no habían sido fructíferas económicamente. En 1816, él y Marani reclamaron
sueldos que se les debían desde 1813, y no fue sino hasta 1819 que se les
pagaron.
Estando el país en guerra, cualquier concentración estaba
prohibida. Calleja había negado, desde 1814, el permiso para que se organizaran
bailes de paga y bailes de máscaras en el Coliseo, y durante las funciones de
teatro esra estrechamente vigilado. Por esos años apareció un prospecto
impreso, en el que se proponía una suscripción para construir un conservatorio
de actuación y ballet, que tampoco esta vez encontró apoyo.
Pocas noticias hay de 1817. En enero llegó de La Habana
Andrés Girona, quien solicitó y obtuvo licencia para actuar en la cuaresma en
el Coliseo, como bailarín de cuerda, equilibrista y mimo. De baile solo sabemos
que el 25 de agosto, Isabel Rendón y Juan Rosillo ejecutaron un minué
serio-alegro. José María Morales, Cecilia Ortiz e Ignacia Aguilar
solicitaron permiso para trabajar fuera de la capital.
El Noticioso
General de 1819-1820 se ocupó bastante de los espectáculos, dando en sus
páginas espacio a las cartas de los espectadores, quienes comentaban las
funciones, proponían reformas, discutían sobre sus bailarinas favoritas y
enviaban ridículos versos en su honor. La compañía estaba a cargo de Antonio
Medina y, por supuesto, de José María Morales. Juan Marani continuaba en
actividad y hacia noviembre llegó un bailarín que, en la siguiente década habría
de convertirse en una de las estrellas del ballet: Antonio del Águila. Del
Águila no tuvo suerte y, seguramente asustado por la guerra y el estado del
Coliseo, partió muy pronto hacia La Habana. Allí se integró a la compañía de
Andrés Pautret y María Rubio, con los que pronto habría de regresar a México
para inaugurar otra brillante fase de la historia del ballet.
Cecilia Ortiz, bailarina y actriz, acababa de revelar, al
interpretar a Desdémona, en Otelo, que también era capaz de cantar. El viernes
5 de noviembre, Cecilia tuvo una función de beneficio, en la cual actuó, bailó
y cantó un sainete acompañándose con la guitarra. El público fue invitado a
asistir por medio del siguiente soneto:
Público
respetable y bondadoso
de
la corte imperial del nuevo mundo,
hoy
vas a confirmarte sin segundo
en
lo amable, clemente y generoso.
No
es de lisonja, hipérbole fogoso
escúchame,
y verá en lo que lo fundo:
yo,
pues, que con la nada me confundo
el
argumento soy más poderoso.
Fui
tan sólo aplicada bailarina,
y
hoy me dispensas de primera dama
a
que el ser obediente me destina.
He
aquí la prueba que mi pecho inflama
y
por lo que hoy ofrece grata y fina
Cecilia
Ortiz mostrarte lo que te ama. (76)
|
Y un desconocido respondió:
El
público imparcial y bondadoso
que
en México da honor al nuevo mundo,
admirando
tu empeño sin segundo
te
prodiga su aplauso generoso.
No
en un carácter tétrico o fogoso
o
sea soberbio, o truhan tu elogio fundo,
ni
tu atractivo mérito confundo
con
el que haya tal vez más poderoso;
te aplicas
y eres diestra bailariona,
tu
estudio empeñas y a primera dama
tu
aplicación constante te destina:
tu
tocar te gusta, tu cantar inflama:
eres
honesta, moderada y fina,
y he
aquí las causas porque el pueblo te ama. (77)
|
Al terminar la guerra, el Coliseo se encontraba en pésima
situación. El repertorio no variaba, salvo en algunas óperas, y se repetían las
comedias, sainetes, bailes y tonadillas del siglo anterior. En 1821 bailaban en
la compañía Isabel Rendón, Ignacia García, José María Morales, Juan Marani,
Mariano Rodríguez, Victoriano Mota y Antonio del Águila. La danza teatral
alcanzó en esos años su punto más bajo. Muchos de los bailarines seguían
bailando, por hambre, cuando ya debían haberse retirado, y la mediocridad y la
tristeza deben haber hecho muy deprimentes sus actuaciones.
Políticamente
no había tranquilidad, ni la iba a haber en muchos años. El odio contra los
españoles era muy profundo, y se exigía constantemente su expulsión. Desde 1819
se dejó de mencionar a Juan Medina, que se dedicó a la enseñanza antes de
reaparecer en el Coliseo, en papeles de carácter, hacia 1825.
En 1822
se estrenó otro teatro, situado en lo que hoy es la calle de Colombia, y que
llevó el nombre e teatro de los Gallos, de las Moras y Provisional. Se encontraba
en el sitio donde había estado un palenque de gallos, y favoreció la existencia
de dos compañías y de una cierta competencia, que debió de ayudar en algo a
elevar el nivel de los espectáculos. Al inaugurarse contó con una pareja de
baile: Margarita Olivares y Juan Marani, quienes bailaron el Bolero
en la función de estreno.
El 21 de
febrero de 1822, un decreto suprimió el Hospital Real de Naturales, y el
municipio quedó a cargo de las rentas y el manejo del Coliseo. Con ello
terminaba una época y pasaban a la historia las figuras –ya lejanas- de Turchi,
Sabella Morali, Marani y Medina, las primeras bailarinas Teresa y Juana Marani
y Ana María Zendejas, y los grandes “bayles heroico-pantomimos”. El Coliseo
tenía ya ciento cuarenta y nueve años de existir; pronto habría de convertirse
en el Teatro Principal y ser testigo de otra época de florecimiento del ballet,
quedándole aún ciento nueve años por vivir antes de caer, definitivamente, por
el fuego.
Con el
régimen colonial termina una etapa de la danza teatral, que había visto
alternarse momentos brillantes y épocas tristes y mediocres. A su existencia
habían contribuido la danza de corte, la popular española y novohispana, la
danza teatral española y el ballet académico franco-italiano. Ligada a su
momento histórico, a la vida de un país que dejaba atrás tres siglos de
coloniaje y empezaba a emprender la larguísima carrera de tratar de alcanzar su
madurez, la danza teatral no había podido menos que decaer durante el periodo
de guerra. La Independencia fue consumada en 1821, y a ella siguió el breve
imperio de Agustín de Iturbide. No fue sino hasta 1823, cuando este fue
derrocado y México empezó a sentirse definitivamente libre, que una cierta
prosperidad volvió al país. Coincidiendo también con esos primeros años de vida
independiente, empezaría otra época de florecimiento del ballet, bajo otro
maestro europeo, quien no solamente pondría en escena importantes obras del
repertorio coreográfico internacional, sino que enseñaría sistemáticamente,
durante más de veinticinco años, propiciando el desarrollo de nuevos talentos
nacionales.
La danza
de salón, con los primeros ejemplos de valses –que ya para 1822 estaban
escandalizando a los mojigatos- se lanzaba de lleno hacia el siglo XIX, durante
el cual seguirían las modas europeas, produciendo variantes nacionales, continuaría
siendo fuente de diversión y burla para el pueblo.
La danza
popular había adquirido ya vida propia. Sus elementos prehispánicos, españoles,
mestizos, negros y criollos, habían sido asimilados, y durante el siglo que
empezaba se afirmaría más profundamente sus características y sus rasgos
nacionales. La joven nación, que emergía de trescientos años de dominación,
llegaría a poseer una danza popular extremadamente rica, con colorido y
personalidad excepcional.
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NOTAS
(1)Turrent,
Lourdes, La Conquista musical de México,
México, FCE, 1996, pp. 17-45.
(2)
Sáenz, Fernando, Historia de la cultura
española, México, 1947, Ed. Nova, Buenos Aires, 1955, p. 42 passim.
(3)
Tuchman, Bárbara, A Distant MirrorPenguin
Books, 1978, segunda parte, pp. 343 passim.
(*)
Discantus.-
Segunda forma de composición polifónica originada en el siglo XII en Francia.
La primera, conocida como organum,
presentaba movimiento sólo en la voz superior mientras que la inferior,
inspirada en el canto llano, se alargaba hasta convertir a cada nota en un
pedal. El discantus liberó a la voz inferior permitiéndole moverse de la
misma forma que la superior.
(4) Grout, Donald, A History of Western Music, Norton,
N.Y., 1973. Cf.
el capítulo sobre la polifonía en el siglo XIII, pp. 75 passim.
(5)
Valbuena Prat, Ángel, Historia de la
literatura española, Gustavo Gili, 1964, vol. I, p.108.
(6)
Ibid., p. 147.
(7)
Anglés, Higinio, La música en la Corte
de los Reyes Católicos, Madrid, CSIC, Instituto Diego Velázquez, pp.
25-30-33.
(8)
Anglés, Higinio, La música en la Corte
de Carlos V, Barcelona, Instituto Español de Musicología, 1944, pp.
19-19.
(9)
Sáenz, Fernando, op. cit., p. 72.
(10)
Anglés, Higinio, op. cit., p. 47.
(11)
Valbuena Prat, op.cit., p. 353.
(12)
Rey, Agapito, Cultura y costumbres del
siglo XVI en la Península Ibérica y en la Nueva España, México, edic.
Mensaje, 1944, p. 53.
(13)
Salazar, Adolfo, La música en la
sociedad europea, Barcelona, Instituto Español de Musicología, 1944, vol.
I, pp. 418-419.
(14) Salazar, Adolfo,
op. cit., p. 383.
(15) Anglés, Higinio,
op. cit., p. 67.
(16) Stevenson,
Robert, Spanish Cathedral music in The
Golden Age, University of California Press, pp. 142-143.
(17) Stevenson,
Robert, op.cit., p. 176.
(18)
Ramos Smith, Maya, La danza en México
durante la época colonial, México, Alianza Editorial, CNCA, Ed. Patria,
Coll. Los Noventa, 1979.
(19)
Los primeros espectáculos de este género de que se tiene noticia tuvieron
lugar en Tlaxcala y en la Ciudad de México en 1539, durante la celebración
del corpus christi y de la paz de Aigues Mortes entre Francisco I y
Carlos V. En Tlaxcala se representó La
conquista de Jerusalén junto con La
tentación de Cristo, La predicación de San Francisco a las aves y El
sacrificio de Abarham y, en la Ciudad de México, La conquista de Rodas.
(20)
Acta de Cabildo de la Ciudad de México, 17 de mayo de 1558.
(21)
Robles, Antonio de, Diario de Sucesos
Notables (1665-1703), México, 1946, p. 155.
(22)
Acta de Cabildo de la Ciudad de México, 21 de abril de 1600.
(23)
Ibid., 28 de mayo de 1593 y 22 y 28
de junio de 1596.
(24) Sachs, Curt, World History of the Dance, Nueva
York, 1937, cap. 7, pp 340-341.
(25)
En las religiones prehispánicas se rendía homenaje a los cuatro vientos y
puntos cardinales, que tenían un dios y un color particular. El altar de
flores es una reminiscencia de homenaje que se rendía, antes de comenzar a
bailar, al dios de las flores y de la danza: Xochipilli-Macuilxóchitl.
(26)
Acta de Cabildo, 30 de octubre de 1526. En el siglo XVI hubo una calle
llamada “De Benito Bejel”, que formaba parte del terreno del actual correo
central, y otra llamada “De la danza”.
(27)
Libro de música de vihuela de mano
intitulada El Maestro, Valencia, 1535.
(28)
Sachs, capit. II, p. 98, afirma que el fandango y sus variantes –malagueña,
rondeña, granadina y murciana- llegaron a España en el siglo XVII,
procedentes de los reinos de Indias, y allí adquirieron su fisonomía
definitiva.
(29)
Durante la época colonial existió, entre el palacio virreinal y la Universidad
–actual calle de Pino Suárez- la plaza del Volador, donde se ejecutaba esta
danza.
(30)
“Memorial de la villa de Madrid a Felipe II (1598)”, en Vida teatral en el siglo de oro, p. 33.
(31)
Puebla, hacia 1650. Tablatura de la Colección Gabriel Saldívar; Stevenson,
Robert, Music in Aztec and Inca
Territory, parte I, p. 235.
(32)Simón
Aguado, “Entremés del platillo”, en Colección
de entremeses, loas, bailes, jácaras y mojigangas desde fines del siglo XVI a
mediados del XVIII, Madrid, 1911, vol. 1, p. 229.
(33)
Diccionario de autoridades, Madrid,
1737, vol. 1, pp. 9, 298.
(34)
Colección de entremeses, loas, bailes, jácaras
y mojigangas desde fines del siglo XVI a mediados del XVIII vol. 1, p.
240.
(35)
“La terrible zarabanda”, en Vida
teatral del siglo de oro, Madrid, 1965, p. 98.
(36)
Fray Diego Durán, Historia de las
Indias de Nueva España.
(37)
“Sátira hecha por Mateo Rosas de Oquendo a las cosas que pasan en el Pirú,
año de 1598”; Stevenson, Music in Aztec
and Inca Territory, parte 1, p. 228.
(38)
Juan de Mariana, “Del baile y cantar
llamado zarabanda”, en Tratado
contra los juegos públicos. Obras, Madrid, 1950, vol. II, p. 433.
(39)
Aguado, op. cit., p. 231.
(40)
Giambattista Marino, L´Adano, Canto
XX, Stanze 84-88 (1623).
(41)
La suite
en el siglo XVI constaba generalmente de alemanda, courante, zarabanda, giga.
Después se compusieron suites de seis partes, que culminan con la suite
clásica de Bach y Haendel. Cuando la suite evolucionó hacia la forma sonata,
la zarabanda se convirtió en su movimiento lento.
(42)
Ms., Colección Gabriel Saldívar, Stevenson, Music in Aztec and Inca Territory, parte I, p. 236.
(43)
Biblioteca Nacional de México, Asuntos de Teatro. Ms., 1560.
(44)
Descubierto por Samuel Martí en la Biblioteca del Museo del Sudoeste de Los Ángeles.
(45)
AGN, Ramo de Inquisición, vol. 1052, f. 292, 296.
(46)
Jiménez Rueda, Julio, “Herejías y supersticiones en la Nueva España”, en Los heterodoxos en México, México,
1946, cap. II, pp. 24-25.
(47)
AGN, Ramo de Bandos, vol. 11, s.f.
(48)
Díaz de Escovar, Narciso, y Francisco de P. Lasso de la Vega, Historia del teatro español, 2 vols.,
Barcelona, 1924, vol. 1, periodo segundo, cap. V, p. 208.
(49)
Ibid., pp. 208-209, cap. 1, p. 134.
(50)
El término maestro de ballet indicaba en esa época, no sólo la enseñanza,
sino la coreografía y la dirección de una compañía.
(51)
La historia del ballet en Cuba y los Estados Unidos es muy interesante y
rica. En Cuba se han realizado estudios esporádicos al respecto. En Estados
Unidos, Lillian Moore (1911-1967), la gran pionera de la investigación, dejó
valiosos artículos y monografías sobre el ballet de su país en los siglos
XVIII y XIX. En América Latina, Claire H. de Robilant ha sido la pionera, y
su archivo y diversas colecciones se encuentran en el NRCD de la Universidad
de Surrey, en Inglaterra, y cubren principalmente Brasil, Uruguay, Argentina
y Chile. En Perú, país de rica tradición, la investigación parece ser
inexistente.
(52)
El único estudio que menciona breve y muy superficialmente este periodo es The Dancing Spaniards, de Anna
Ivanova, Londres, 1970.
(53)
Fue construido en el sitio donde se encontraban los lavaderos públicos
llamados Caños del Peral. En ese mismo sitio se erigió el teatro Real,
inaugurado en 1850.
(54)
Diario de Madrid, 30 de marzo de
1787.
(55)
“Reglamento para el mejor orden y policía del Teatro de la Ópera, cuyo
privilegio se ha servido conceder el rey a los Reales Hospitales, aprobado
por S.M. y comunicado a la Sala de Alcaldes para su publicación, en virtud de
la Real Orden de 11 de diciembre de 1786.” Ibid., 19 de enero de 1787.
(56)
La pareja se separó y en la década de 1780 Geltrude viajó a Londres, donde
con Le Picq obtuvo grandes triunfos. En 1785 bailaron en Varsovia y en 1786
se establecieron en San Petersburgo, donde ella aparece en los programas como
señora Ablechtscherin-Le Picq.
(57)
El libreto de la versión de Rossi apareció en el Diario de Madrid el día de su estreno, 10 d enero de 1788.
(58)
Diario de Madrid, 23 de abril de
1789.
(59)
Íbid., 11 de mayo de 1796.
(60)
“Décimas a una señorita que quería aprender el bolero”, Diario de Madrid, 12 de enero de 1794.
(61)
Su cédula de creación data de 1553.
(62)
“Libro de Casas, Comedias, Rentas, y Censos, Salarios, Gasto hordinario y
extraordinario del Hospital Real de los Yndios de esta Ciudad: del cargo de
don Agustín de Vidarte, mayordomo administrador dél: que corre desde 25 de
marzo de 1713 hasta fin de marzo de 1714”, Archivo Histórico del INAH, C.A.,
621, Ms.
(63)
Los papeles en una compañía dramática se distribuían así: damas,
galanes, graciosos, partes de por medio, barbas y vejetes (actores de
carácter) y “sobresalientes” o suplentes.
(64)
Escritura de uan “Compañía Volante”, Valladolid, Morelia, 22 de marzo de
1791, Asuntos de Teatro, vol. 1410, Ms., ff. 33-36.
(65)
El personal de la Academie Royale de Musique (Opéra) y otros teatros era
enviado, en caso de insubordinación, a ésta prisión, en la calle de Saint
Germain l ´Auxerrois, o a la Force. Entre los huéspedes ilustres de ambas
cárceles estuvieron Gaetan y Auguste Vestris, Mlle. Théodore y Jean
Dauverbal.
(66)
Marie-Madeleine Guimard –quien había sido amante del obispo de Orleans_ y
Jean-Etienne Despréaux fueron obligados a renunciar al teatro antes de
casarse, en agosto de 1787, en la iglesia de Sainte Marie du Temple, en
París.
(67)
“Autos sobre el arrendamiento del Coliseo a Eusebio Bela”, AGN, Ramo de
Historia, Ms., vol. 467, exp. 20.
(68)
Documento del 26 de abril de 1786, Asuntos de Teatro, vol. 1411, Ms., ff.
165-167; documento del 7 de abril de 1788, ïbid., ff. 189-195 y 200-201.
(69)
Olavarría y Ferrari, Enrique de, Reseña
histórica del teatro en México, México, 4 vols., 1894, cap. VII, p. 57.
(70)
Otra cédula casi idéntica a la de 1786, fue promulgada por el rey en 1792.
Hospital Real de Naturales, vol. 103, Ms., ff. 104-105; Asuntos de Teatro,
vol., 1410, Ms., f. 75.
(71)
La Gaceta de México, martes 27 de
diciembre de 1785.
(72)
“Donativo voluntario que ofrecieron las compañías de cómicos, cantarines y
bailarines de este Coliseo para la guerra en Francia”, 18 de junio de 1793,
Colegio de San Gregorio, vol. 152, Ms., exp. 20, ff. 123-127.
(73)
Diario de México, abril a noviembre
de 1806.
(74)
Gaspar Melchor de Jovellanos, Espectáculos
y diversiones públicas, Madrid, 1966, p. 82.
(75)
AGN, Ramo de Historia, vol. 483, Ms., exp. XIV, f. 9.
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