sábado, 19 de septiembre de 2020

 

LA HISTORIA DEL VESTIDO

LA SAYA DE MUJER en el siglo XV e inicios del XVI

En el siglo XV la saya era un vestido para llevar a cuerpo. Siempre iba ajustada al pecho y siempre era talar.

Saya o gonela encordada con el talle alto (se colocaba un cinturón, tejillo o cinta para marcarlo más todavía) y con pliegues regulares y gruesos de arriba abajo salvo en los costados (la moda de plegar los vestidos es de origen franco borgoñón; en la saya era bastante inusual verlos). Manga con botones. Perfil en la “falda”. Escote en pico ya de moda en los años 50 con  gorguera. Debajo camisa cuyos puños deben ser amplios pues llevan un vuelta en la muñeca. Cristo y la Samaritana, Bernat Martorell, 1445-1452, Catedral de Barcelona (detalle)

 

En la segunda mitad, la cintura se coloca en su sitio natural. Con respeto al escote, el de tipo redondo o en pico.

Saya con cuerpo liso y “falda” fruncida. Escote en pico que llega hasta la cintura, tapado por un cos u otra tela (que a su vez cubre parte de la camisa) (el cos o la tela podían ser del mismo color o diferentes); lleva trena para unir los bordes del escote. El pico del escote se alarga mucho en la segunda mitad del siglo.Talle más bajo, con el tejillo colocado ahora en la misma cintura. Santa Magdalena, h. 1467, sillería del coro, Catedral de León (detalle; imagen obtenida de la obra de Bernis)

¿Saya o brial? (dudo que sea un hábito) con los pliegues gruesos, de moda desde los años setenta. Con perfil de piel en el borde inferior de la "falda". La visitación de la Virgen a su prima Santa Isabel, retablo de San Juan Bautista, Domingo Ram, finales del siglo XV, Metropolitan Museum of Art, Nueva York (detalle)

Saya o gonela con escote en pico (en los años ochenta este tipo de escote y el cuadrado conviven). Cuerpo y "falda" completamente lisos. Con cos o tela. Con manga corta unida a un manga de quita y pon. Abertura del antebrazo unido sus bordes por cordones. Nacimiento San Esteban o El diablo rapta a San Esteban neonato y lo suplanta por una criatura infernal, taller de Vergos, h. 1480 Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona (detalle)

El personaje arrodillado lleva saya o gonela sin mangas y con la "falda" fruncida en la cintura. La manga es independiente del cuerpo. El personaje de la izquierda lleva una "falda" con verdugos. Personaje de la derecha con gonela gris sobre faldilla roja, forrada con otra tela azul por la parte interior. Carece de mangas. "Falda" fruncida en la cintura. Nacimiento de San Juan Bautista, retablo San Juan Bautista, 1480-90, Domingo Ram, Metropolitan Museum of Art, Nueva York (detalle)

Escote cuadrado que se impuso totalmente en los años noventa. Mangas abiertas longitudinalmente en el antebrazo. Con faja alrededor de la cintura. Delantal encima. Anuncio del ángel a Santa Ana o la visión de S. Ana, Pedro Berruguete, h.1490-1500,  Paredes de Navas, Palencia (detalle) 

Se sigue estilando los puños en forma de embudo, aunque era raro. Personaje de la izquierda de la Escena de la vida de Santa Bárbara, Gonzalo Peris Sarria, 1420-35, Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona (detalle) y personaje de la derecha del Retablo de San Juan Bautista y Santa Catalina de Alejandría, Juan de Sevilla (Maestro de Sigüenza), 1425-50, Museo del Prado, Madrid (detalle)

 

A comienzos de los años 60 empezó la moda nacional de abrir las mangas para mostrar las de la camisa. Forma bullones (que evolucionó desde los cinco bullones hasta sólo dos).

Saya o brial con mangas cosedizas, escote en pico que deja ver la camisa y el cos; bordes del escote unidos por una trena. Manga abierta longitudinalmente dejando ver la manga de la camisa. ”Falda” con verdugos. El festín de Herodes, Pedro García de Benabarre, H. 1470-1480, Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona (detalle)

 

A partir de los años 80 la manga se despegará totalmente del hombro, son las mangas independientes. Finalmente surgen los manguitos.

A finales de siglo la saya tiene el escote cuadrado recubierto totalmente por una gorguera o por la camisa. Generalmente irá sin mangas. En este caso concreto lleva una manga independiente con un corte longitudinal debajo para dejar que cuelgue la manga de la camisa. Falda con verdugos falsos. H. 1480. Nacimiento de la Virgen, taller de Pedro García de Benabarre, Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona (detalle) (imagen obtenida aquí)

¿1490? Taller de Fernando Gallego,  The Tucson Museum of Art, Arizona, EEUU (detalle) 

Aparecen las primeras sayas abiertas (seguramente sea el preludio de la futura saboyana).

Obsérvese las mangas cosidas en el hombro con cordones y la abertura longitudinal mostrando las mangas de la camisa. Faldilla con verdugos. La visión delectable, Alfonso de la Torre, 1477, Biblioteca Nacional de París (detalle; imagen obtenida de la obra de Bernis)

Excelente imagen donde podemos observar la trena del escote y de las mangas. Debajo lleva cos y más abajo la camisa muy transparente. La Virgen y el Niño, Pedro Berruguete, Museo del Prado, Madrid (detalle)

Saya o brial con verdugos bajo otra saya abierta por delante y en los laterales. La hija de Marcuello ante San Isidoro, Cancionero, Pedro Marcuello, h. 1488, Museo Condé de Chantilly (detalle)

En el tránsito entre el siglo XV XVI el término saya sustituye al término brial (el vestido rico y con cola que evolucionó junto con la saya). Las mangas serán estrechas o anchas y generalmente serán independientes de la prenda (moda de origen flamenco). Estas mangas se hacían de tela blanca o muy clara, mucho más ligera que la empleada en el resto del traje. En los años 30 las mangas empiezan a ahuecarse (moda franco-borgoñesa), sobre todo desde el hombro hasta el codo.

Saya con escote cuadrado, manga corta unida a una manga suelta o postiza con dos bullones que dejan ver los puños y las mangas de la camisa, sobre un faldellín. Cristo y la mujer de Samaría, Juan de Flandes, h. 1500, Museo de Louvre, París (detalle)

Manga postiza. Santa María Magdalena, anónimo, escuela española, XVI, subasta (detalle) 

Mangas independientes divididas también transversalmente a la altura del codo. Santa María Magdalena, 1558, Retablo Mayor de Carbonero el Mayor, Iglesia de San Juan Bautista, Segovia (detalle) 

Saya con escote en pico en la espalda (no hay datos suficientes para saber si la mujer española llevó este tipo de escote, pero en iconografías centroeuropeas si se ve en briales) y con mangas independientes. Cena en casa de Simón, Juan de Flandes, h. 1496-1504, Palacio Real, Madrid (detalle)

Saya con escote en pico y mangas abiertas longitudinalmente dejando ver un gran bullón de la camisa. La visitación, Maestro de Roda, h. 1515, Museo Provincial de Bellas Artes de Cádiz (detalle)

Saya o brial con escote cuadrado. Mangas con bullones. La resurrección de Lázaro, Juan de Flandes, 1514-19, Museo del Prado, Madrid (detalle)

Saya con tiras. Mangas postizas muy anchas. La predicación de San Félix, Juan de Borgoña, 1518-1520, Museo de Arte de Gerona (detalle)

Saya con rico brocado, escote cuadrado y mangas amplias con la boca abierta a modo de embudo. Retablo de María Magdalena, Pedro Mates, h. 1526, Catedral de Gerona (detalle)

Sayas de todo tipo y estilo. Santa Ursula y las once mil vírgenes, Juan de Borgoña, 1530, Museo de las Úrsula, Salamanca (detalle)

Saya con escote cuadrado y gorguera, mangas postizas dejando visible la camisa en bullones. Maestro de Ororbia, 1513-14 Ororbia, Iglesia de San Julián, Navarra (detalle) (imagen obtenida aquí)



Saya con el escote muy amplio, dejando ver los hombros. Baile de Salomé, Diego de Rosales (Maestro de Ávila) y Baltasar Grande, 1558, Retablo Mayor de Carbonero el Mayor, Segovia (detalle) (imagen obtenida aquí)

 

Y la saya, a mediados del XVI, se llega a dividir definitivamente en cuerpo y falda perdurando así hasta el siglo XVII (de esta separación seguramente derivó la saya referida a una falda que comenzarían a llevar las campesinas o las villanas desde finales del siglo XVI). 

Bibliografía

·                     Astor Landete, Marisa: Indumentaria e Imagen. Valencia en los siglos XIV y XV, Valencia.1999.

·                     Bernis Madrazo, Carmen: Indumentaria Medieval Española, Instituto Diego Velázquez, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC, 1956.

·                     Bernis, Carmen: trajes y modas en la España de los Reyes Católicos: I, Las mujeres II.  Los hombres. Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC 1975.

·                     Bernis Madrazo, Carmen: Indumentaria española en tiempos de Carlos V. Madrid: Instituto Diego Velázquez (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC), 1962.

·                     Descalzo, Amalia: Ajuar funerario de doña Teresa Gil. Siglo XIV. PDF. Museo del Traje, Madrid.

·                     Vestiduras ricas: el Monasterio de Las Huelgas y su época, 1170-1340. Revista de la Subdirección General de Museos Estatales. Patrimonio Nacional. Servicio de Publicaciones 1ª ed., 1ª imp. (03/2005).


http://opusincertumhispanicus.blogspot.com/2012/11/la-saya-de-mujer-iii-en-el-siglo-xv-e.html?m=1


¿Cuándo comenzó la diferenciación sexual del traje?

La mujer no llevará ropa de hombre ni el hombre se pondrá vestidos de mujer, porque el que hace esto es una abominación para Yahvé tu Dios”. Deuteronomio 22-5

Aunque la diferenciación de la forma de vestir entre género femenino y masculino es patente en muchas culturas desde la antigüedad, hay un momento clave en la historia de la cultura occidental cristiana, en el que queda definitivamente sentenciada la diferenciación sexual del traje.

Por herencia del Bajo Imperio Romano y de los usos del vestir de los pueblos bárbaros,  durante la Alta Edad Media la túnica continuó siendo usada indistintamente por hombres y mujeres. Con una curiosa diferencia: el largo de la túnica masculina podía variar de los pies a medio muslo, la de la mujer debía ser obligatoriamente talar, es decir, arrastrar por el suelo. En la Edad Media esta túnica recibe el nombre de saya (con sus variantes según idiomas).


La propia evolución de la saya masculina, y la influencia del atuendo militar que sustituyó la cota de malla por el uso de armadura, culmina en el periodo gótico con la transformación del atuendo masculino en un conjunto de dos piezas: una prenda que protegía el torso (el jubón, la jaqueta o el justillo entre otros) y que se redujo casi hasta la cintura, y las calzas, que se ajustaba a los pies y las piernas hasta las ingles, usada por ambos sexos como prenda interior hasta entonces, que en el hombre quedó a la vista. Este atuendo era más cómodo, y por supuesto más viril (hacer la guerra era cosa exclusivamente de hombres).

Siglo XV.

La diferenciación sexual en el traje culmina en este momento, en el siglo XIV, cuando queda concretado básicamente en “corto y ajustado para el hombre y largo y envolviendo el cuerpo para la mujer” (Lipovetsky 2002: 30)[1]. El hombre divide su atuendo en dos partes, y la mujer continuará vistiendo una sola pieza. La ropa masculina marca la silueta, la femenina la borra de la alta cintura a los pies. Simplificando un porqué, se podría afirmar que una de las razones por las que se definió así el atuendo femenino fue por su sexualidad, destinada a la procreación y la conservación del linaje de esta organización patrilineal (seguridad de herederos legítimos), donde había que preservar la castidad de la esposa y madre custodiando su sexo, preso bajo amplios ropajes. Junto a esta circunstancia, la mujer estaba obligada a responder al engranaje político y social de aquella época, llegando a extremos como la exigencia impuesta a todas las esposas de la familia Albizzi de Florencia, de usar vestidos iguales (s. XIV, 1343) (Duby, Perrot 2000: 189).

1468-79. Loyset Liédet. “Quintus Curtius, Livre des fais d’Alexandre le Grant”

En el transcurso de los siglos XIV y XV, la silueta del hombre fortalece su apariencia. Presume de cintura estrecha y el frontal del torso abombado a base de forros, rellenos y  engrudo en el jubón. También ensalza la silueta con postizos para tornear las piernas y definir una figura vigorosa. La ropa femenina se va complicando hasta hacer de la mujer un ser envuelto en largas telas. Se contrapone a toda practicidad posible, al contrario que la masculina. Cito alguno de los usos que se adoptaron como moda femenina:

Jeanne Cenami viste saya azul y encima hopalanda con mangas perdidas, en las que se han practicado amplias maneras con el contorno de piel. 1434, del Matrimonio Arnolfini, de Jan van Eyck

Se elevó el número de prendas que de una sola vez vestían sobre el cuerpo: traje de debajo (sayacota, brial,...) y traje de encima (pellote, hopa, mongil, hopalanda,…)[2].

Las mangas adoptaron multitud de formas. Se añadieron a los trajes de encima enormes mangas que se abrían o cerradas se tragaban los brazos y las manos,  de ahí que se inventaran las maneras, aberturas que se practicaban en la caída de la manga para sacar las extremidades. Comenzaron a usarse también postizas, atacadas al cuerpo de la sobresaya. De los hombros y los brazos se colgaron piezas de tela que llegaban hasta el suelo, como los pendentes o tippets.

La cola de los vestidos, el gran invento de la Edad Media (Boehn 1951:194), arrastraba metros. Podían vestir incluso dos, la del traje de debajo y la del traje de encima, y si la prenda no la poseía, se añadía postiza; con el consecuente desatino de no saber como entenderse con ella, pues limpiar el suelo con 5 metros de cola no era, entre otras cosas, cómodo, como tampoco lo fue tener que llevarla colgando de un brazo inutilizado. Muchas colas se ensuciaron antes de que apareciese un complemento que facilitó tan pesada condena, una punta en el cinturón para colgar la cola.

A Visit to the Humanist Writer, Metamorphoses d’Ovide. Unknown illuminator, Dated to before 1487, executed in Brughes or Ghent.

En el siglo XIV se inventá lo que sería el antecesor del futuro corsé. Comenzaron a usarlo las damas de la corte francesa (Boehn 1951: 272).

Hacia 1470, en España, aparece el verdugado en la falda. Aros mimbre que se cosen a la falda de la túnica dando un volumen circular, tipo campana.

Los chapinescalzado originariamente para mujeres de clase alta. Se diseñaron en los albores del siglo XV en España. Con suela elevada de corcho, hueso o madera, con la altura de centímetros suficiente para que al salir a la calle, las túnicas no tocaran el suelo. Entonces era un calzado de exterior.

Brial con verdugado y mangas cosedizas atacadas al brial. El festín de Herodes, Pedro García de Benabarre, década de 1470 (detalle).

Chapines. Vida de Santa Elena, verificación de la Santa Cruz, Pedro Berruguete, 1470-71 (detalle).

El tocado será metáfora de la extravagancia, con llamativos diseños de magníficos tamaños, aunque no cómodos: hennín, con forma de cucurucho o truncado, jugando con el velo que colgaba de su extremo superior (tocado mariposa, por ejemplo); los rolllos o guirnaldas, rodete de tela relleno y acolchado que se disponía de varias formas entre circular y oblongo, que deriva en tocados como el de cuernos, y que se acompañaba con otros complementos como los templers, las crisppinettes o las trufas, piezas huecas rígidas en las que se escondía la larga melena. Con estas piezas se confeccionaron otro tipo de tocados, acompañado por sencillas tocas y complicados con alambre, como el de patíbulo árbol de la cruz. Junto a éstos, un sin fin de variedades ocultaban el cabello de las damas, obligadas a velarse, otra de las marcas distintivas en el vestuario de la diferenciación de género.

1439, esposa de Jan van Eyck.

1470, Isabel de Portugal, Rogier van der Weyden.

Junto a estos contados ejemplos, una serie de patrones carcelarios se encuentran en el vestuario de las mujeres medievales, no por elección, sino por imposición. A la mujer se le niega cualquier cualidad relacionada con el intelecto y, aún para una mayoría, en la Baja Edad Media, tampoco con el alma o la moral. Se le veda el acceso a la educación y al trabajo e independencia, subsistiendo relegada a sus ocupaciones de madre y esposa, preservadora del linaje. Sólo le queda demostrar quién es a través de su aspecto, que es su única puesta en valor. Entre sus virtudes debe encontrarse la belleza, ya que debe agradar al marido, como instan desde los teólogos hasta los manuales para perfectas casadas, para así poder cumplir con su fin: procrear. Sin embargo, la Iglesia condena severamente su belleza femenina, tachándola de arma de seducción del diablo. Curiosamente también se censura la fealdad, manifestación de un mal o de una desviación de conducta, con el gravamen de que en la mujer, también la vejez se incluye como signo de fealdad, temas muy recurridos en la literatura medieval.

Miniatura de una edición Le Roman de la Rose, la segunda mitad del siglo XV, escrito por Guillaume de Lorris y continuado por Jean de Meung en el siglo XIII.

Mientras la sociedad le exige estar a la a altura de las circunstancias a través de su exorno, de nuevo la Iglesia ataca y condena modas, excesos y decoros. Algunos trataron de pecado el gusto de las mujeres por la ropa, con la ironía de calificarlo de pecado mortal y otros (más indulgentes) como Santo Tomás, de venial (Duby y Perrot 2000: 196). También se reprocha el maquillaje, pues suponía la alteración de la obra divina, y ser distintivo de lujuria y orgullo. Todas estas condenas provienen de boca de un estamento que viste y calza tan ostentosamente como los más pudientes laicos.

La mujer, adopta una apariencia que, aún siendo moda, está supeditada a una conducta impuesta (Argente 2002: 41-43), que se encuentra muy lejos de coincidir con la realidad femenina. Así nace y se consolida una radical diferenciación sexual en la indumentaria que influye en la construcción ideológica de género, realidad que aún está vigente, porque, cuántos hombres usan falda en la cultura occidental cristiana, y por qué.


[1] Cita a François Boucher en Historie du costume en Occident de l`Antiquité à nos jours (1965): París, Flammarion, págs. 191-198. También Boehn 1951: 229.

[2] Los historiadores han propuesto una división en el atuendo medieval en la que clasifican las prendas según su proximidad al cuerpo, estableciendo 4 categorías: ropa interior, traje de debajo, traje de encima y sobretodo. Bernis 1978a: 14-16 y Netherton 2005: 116.

https://laaletheiadezorba.wordpress.com/2016/09/05/cuando-comenzo-la-diferenciacion-sexual-del-traje/

 

La velación. Una estética impostada.

Velación es un término exclusivo del género femenino. Una imposición estética consecuencia de la construcción ideológica de género, fundamentada en la diferenciación sexual y en la discriminación entendida como inferioridad de la mujer frente al varón.

1515, Bernhard Strigel.

La velación es un hecho ligado a la idea de subordinación de la mujer. La raíz de este postulado se encuentra en la tradición judaica, expresa a través del Antiguo Testamento, y en la ideología cristiana que se modela a partir del Nuevo Testamento, y especialmente de San Pablo. De la Biblia se toman todos los alegatos que en el medievo utilizaron los Santos Padres, escolásticos, teólogos y moralistas, para desarrollar en sus escritos exegéticos la idea de la irracionalidad de la mujer, ser inferior y débil que debe pleitesía al hombre[1]; pensamiento que convirtieron en doctrina, y que también se plasmó en tratados de carácter científico, como los de medicina y salud.

Ya el Génesis habla de la hembra como elemento secundario de la creación[2], que fue culpable de la mayor desdicha de la humanidad: la introducción del pecado en el mundo[3], culpa por la que sufrirá un castigo desde su condición biológica que, además de sufrir preñez y parir con dolor, le obliga a someterse al hombre porque su flaqueza es tal, que su propia ansia la convierte en ser dependiente[4]. La mujer se configura para estos ideólogos, y por lo tanto para toda la sociedad, como ser irracional cuya debilidad conduce a la maldad, o bien, es en sí misma vileza. Por eso el cuerpo femenino se entiende como bien material que pertenece al género masculino, ya que el hombre ha de custodiarlo, porque la hembra carece de razón, pues vive dominada por sus pasiones sufriendo una constante desviación de su moral sexual. No sólo dependerá de él y habrá de obedecerle porque él es su cabeza racional[5], sino que la emancipación femenina se tachará como acto de rebeldía[6], así que, la mujer debe ser sumisa al hombre y acatar su mandato[7].

1430-35, Robert Campin

La velación de la mujer será la manifestación de esta sumisión. La cita clave sobre la que se ha debatido y escrito tantísimo, está contenida en la primera epístola que San Pablo escribe a los Corintios, capítulo XI, versículos 3-15, justificando la velación femenina como signo de sujeción al hombre en los versículos centrales, 7-10:

                  El varón no debe cubrirse la cabeza, pues es imagen de la gloria de Dios;  pero la mujer es gloria del varón. En efecto, no procede el varón de la mujer sino la mujer del varón. Ni fue creado el varón por razón de la mujer, sino la mujer por razón del varón. He aquí porqué debe llevar la mujer sobre la cabeza una señal de sujeción por razón de los ángeles.”

Este comentario pasó a ser fundamento de doctrinas teológicas en boca de infinidad de doctores, cuando las cartas paolinas son definidas por estudiosos como escritos de ocasión (Ubieta López 2000: 1643), una respuesta precisa a un problema o una situación concreta de las comunidades a las que el Apóstol se dirige en su epistolario. Sin embargo, la Iglesia consiguió a través de sus pensadores imponer una creencia que devino en obligación, como fue, en este caso, el uso del velo entre las mujeres.

Personificación de la lujuria. Capitel de San Giovanni in Borgo, Pavía (Lombardía), siglo XII (en el Museo Cívico del Castello Visconteo).

Babilonia, la Gran Prostituta del Apocalipsis. Capitel, deambulatorio de la iglesia colegiata de San Pedro en Chauvigny, Francia. Siglo XII.

La tesis de la velación se refuerza con otro postulado: el cabello femenino como fuente de pecado, tras el que se esconde un imperativo de carga sexual[8]. Los sermones y el arte se encargarán de cubrir a réprobas, pecadoras, prostitutas, personificaciones femeninas de tentaciones y castigos, alegorías de vicios, …, con luengas y desaliñadas matas de pelo. Sin embargo, la mujer debía llevar el cabello largo como condición femenina esencial, pues “la cabellera le ha sido dada (por Dios) a modo de velo” (I Co. XI, 15). De hecho, las jóvenes que se encontraban en edad casadera, doncellas en cavello, lucían su melena suelta o en trenza con algún adorno, a modo de reclamo y valor hacia su persona, además de ser mandato sagrado, como así se recoge en algunos versículos paulinos, pudiendo aludir de nuevo al capítulo XI de la primera carta a los Corintios:

“[…] la cabeza de la mujer es el hombre […]. Y toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta a su cabeza; es como si estuviera rapada. Por tanto, si una mujer no se cubre la cabeza, que se corte el pelo. Y si es afrentoso para una mujer cortarse el pelo o raparse, ¡qué se cubra!” (I Co. XI, 3-6)[9],

que culmina con los versículos 14-15: “¿No os enseña la misma naturaleza que es una afrenta para el varón la cabellera, mientras es una gloria para la mujer la cabellera?. […][10]. Así como afirma el Apóstol que la mujer ha de llevar pelo largo y cubrirse la cabeza, no se olvida de apuntar la deshonra que supone para un hombre la cabellera[11]; sin embargo, esto último nunca se legisló, y la atención que le prestaron los moralistas no tuvo eco en la sociedad. El hombre lució melena cuando quiso, como en los siglos X y XI, en los que se prolongó hasta los hombros, llevándose a veces recogida en trenza; o en siglos posteriores, en los que largo y forma respondían simplemente al gusto que estaba en boga.

1432, Jan van Eyck

Durante la Alta Edad Media, época de expresión románica, la mujer usaba el velo sin excepción, imposición decretada por los estados y la Iglesia. El velo, sencillo paño rectangular que caía sobre cabeza y hombros, se acompañó con una toca de herencia bizantina que cubría el velo y se cerraba en el pecho. Posteriormente se abrió y se combinó con piezas como el reboco, el griñón o el paternóster, todas con un mismo propósito, cubrir garganta y pecho.

Sin embargo para el hombre, no sólo no fue una exigencia cubrirse la cabeza, sino que además no tuvo costumbre de usar tocado, empleándolo únicamente cuando era necesario, como el sombrero para los viajes o la cofia bajo el capiello de armar (casco militar) para proteger (Bernis 1955: 17). Ni que decir tiene que el velo nunca entró a formar parte del vestuario masculino, siendo un elemento exclusivamente femenino.

La Iglesia castiga a las mujeres que no cumplen con el precepto de la velación, incluso con la muerte. Ejemplos de leyes dictadas hay a montones, como la que en 1096 decretó en un concilio Guillaume, arzobispo de Rouen, concluyendo que las mujeres que exhibieran los cabellos largos serían excluidas de la iglesia toda su vida, prohibiendo a familiares y allegados que, incluso después de su muerte, rogaran por su alma. Arrancar el velo a una mujer era la mayor deshonra a la que se la podía someter.


Escena de marido celoso

Desde el arranque del gótico en el siglo XIII, ciclo de crecimiento económico y urbano que traerá notables cambios en la mentalidad, la
indumentaria adquiere gran fuerza como distintivo de poder y de categorización
los historiadores ubican el nacimiento de la moda (Lipovetsky 2002: 30 y
social. En esta época, y más concretamente a lo largo del siglo XIV, es donde Riviere 1992:22) como consecuencia del desarrollo de la ciudad, foco de vida e
exteriorizar la diferenciación en la que se basaba ese sistema jerarquizado. Ya
intercambio, donde el juego de las apariencias empieza a ser substancial al mezclarse las distintas clases en un mismo núcleo, siendo necesario no sólo ostenta el poder la aristocracia, pues la burguesía se enriquece y
entre otros factores, de la indumentaria. compite con ella, buscando la aproximación a la esfera nobiliaria a través,

El varón empleó tocados de manera habitual a partir del siglo XIII (Bernis 1955: 24), por necesidad en las ocasiones precisas y
por moda (apariencia social) fundamentalmente. Entre tanto la mujer sustituirá, poco a poco y a la
sombra del vestir masculino, el uso del velo por el de los tocados. La toca
románica pasa a catalogarse de tocado honesto en el transcurso de
los siglos.


Se idean sencillas maneras de recogerse el cabello con cofias, crespinasalbanegas, alquinales, garvines, tranzados, capillejos,…, junto a tocados que se complicarán a medida que se aproxima el siglo XV, y que inicialmente acompañaban al velo, como las guirnaldas, los rollos, los templers o los bonetes. Pero el velo perderá su sentido originario y pasa a ocupar la categoría de elemento ornamental, colocándose fuera del tocado, como se hizo en el de cuernos, el de corazón, el henin truncado y el de cucurucho o el tocado de mariposa, este último en boga entre 1450 y 1485.

1439, Jan van Eyck

1470, Hans Memling

1511-15, Rogier van der Weyden.

La exoneración del uso del velo procuró su abandono. En su lugar, por fin comenzó a exhibirse tímidamente el pelo, novedoso componente estético que se combinó con tocados y tocas. Serán las italianas las primeras en dejar asomar sus cabellos sin reserva alguna anunciando la Edad Moderna (Argente 2002: 48). El uso del velo y su función simbólica desaparece como obligación doctrinal a lo largo del siglo XVI, la obligación moral ha prorrogado su uso hasta el siglo XX en la cultura cristiana occidental.


[1] A lo largo de la Edad Media fueron Padres de la Iglesia como San Ambrosio o San Agustín, escolásticos como Pedro Abelardo, Bruno de Segni, Pedro de Poitiers, Anselmo de Laón, Hugo de San Víctor, Haymo de Auxerre, Lanfranco de Bec, Pedro Lombardo, etc.

[2] Gn. II, 18-19, 22-23. “Dijo Dios: “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada”. Y Dios formó del suelo todos los animales del campo y todas las aves del cielo y los llevó ante el hombre para ver como los llamaba, y para que cada ser viviente tuviera el nombre que el hombre le diera.[…]De la costilla que Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: “Esta vez si que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Ésta será llamada hembra porque del hombre ha sido tomada””. En el Nuevo testamento se mantiene y se insiste en la idea, I Tim. II, 13. “porque Adán fue formado primero y Eva en segundo lugar”.

[3] Varios son los pasajes bíblicos donde se declara tal culpabilidad, pero es dentro de los libros sapienciales donde queda expresado de forma más directa: “por la mujer empezó el pecado, y por ella morimos todos” (Eclo. XXV, 24). En el Nuevo testamento lo encontramos en cartas de San Pablo como en I Tim. II, 14. “y el engañado no fue Adán, sino la mujer que seducida, incurrió en transgresión”.

[4] Gn. III, 16. “Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará”; I Tim. II, 15. “(la mujer) se salvará por su maternidad, mientras persevere con modestia en la fe, en la caridad y en la santidad”.

[5] Jn. IV, 16. “ve y llama a tu varón que es la razón”; I Co. XI, 3 “[…] la cabeza de la mujer es el hombre”; Ef. V, 21-24 “Sed sumisos […]: las mujeres a sus maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer […]. Como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo.”

[6] Eclo. XXV, 21. “es una vergüenza que la mujer sustente al marido”; Eclo. XXV, 26 “(la mujer) si no quiere someterse a ti, córtala de tu propia carne”; I Tim. II, 12 “no permito que la mujer enseñe ni que domine al hombre. Que se mantenga en silencio

[7] I Pe. III, 3. “[] vosotras, sed sumisas a vuestros maridos [ ...]”; I Tim. II, 11. “La mujer oiga la instrucción en silencio, con toda sumisión”; Col. III, 18. “Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor.”; I Cor. XIV, 33-35. “como en todas las iglesias de los santos, las mujeres cállense e las asambleas; que no les está permitido tomar la palabra; antes bien, estén sumisas como también la Ley lo dice. Si quieren aprender algo, pregúntenlo a sus propios maridos en casa; pues es indecoroso que la mujer hable en las asambleas”.

[8] No fueron pocas las censuras que se atenían, entre otros, al argumento de que el cabello femenino era elemento perturbador y provocador. Tal fue el caso del dominico Vincent de Beauvais (1190-1264), lector del monasterio de Royaumont, que calificándolo como tal, argüía la necesidad de que se llevase escondido bajo el velo o rapado (Bechtel 2001: 268, donde cita De eruditione filiorum nobilium, 1937, Cambridge, Mass., págs. 172-194).

[9] El protagonismo que el cabello femenino ha tenido queda expuesto en gestos simbólicos que ha desarrollado la cultura cristiana, como el uso de rapar la cabeza como gesto de humillación, práctica que queda constatada desde tiempos bíblicos (Is. III, 17) hasta la historia reciente.

[10] En otras traducciones se puede leer “[…] es deshonroso para el hombre dejarse el pelo largo, […]?” (Mateos y Schókel  1984: 1785).

[11] Se cita ocasionalmente este tema en la Biblia, pero el mismo San Pablo lo repite en varias ocasiones, en I Co. XI, 7, se puede leer “El varón no debe cubrirse la cabeza/ llevar cabello largo”, según la traducción manejada. (Ubieta 2000: 1688).

Aristóteles y Filis, Hans Baldung, 1513.
En pelotas sí, pero con el cabello oculto bajo el tocado.




























































































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