lunes, 14 de septiembre de 2020

 

LEYENDAS Y TRADICIONES

LA UNAM Y SUS RECINTOS HISTÓRICOS (1)

 

SANTA MARÍA LA RIBERA Y SUS HISTORIAS (2)

LA ACADEMIA DE SAN CARLOS


https://www.maspormas.com/ciudad/kiosco-morisco-historia/


Tradicionalmente los kioskos en los centros de los parques han sido espacios de reunión para la banda de música, para las tertulias, para los enamorados. En México, el kiosko también ha cumplido su función de centro cívico, tribuna y punto de referencia.

            El kiosko mudéjar que adorna la Alameda fue construido por el ingeniero José Ramón de Ibarrola como parte del pabellón que México presentó en la Exposición Internacional efectuada en Nueva Orleans (1884-1885), y en la Feria Mundial de París de 1889. Entonces el kiosko sirvió para la exposición de los productos mexicanos y las artesanías. El edificio octagonal o Palacio Alhambra, que representó a México, estuvo repleto de las más variadas plantas y artículos. Estaban representados los estados de Chihuahua, Zacatecas, Guanajuato e Hidalgo, con sus reservas de hierro, cobre, zinc y plata. Había también finísimas joyas, sombreros con remates de oro, figuras de cera; la flora mexicana representada en más de diez mil especies, plantas medicinales, flores, frutas en conserva, vinos, tabaco, etc.

            Después de la Feria Internacional de San Louis Missouri, antes de su regreso a México. A principios de siglo, estuvo ubicado frente al templo de Corpus Christi, en la Alameda Central, donde sirvió para la celebración de los sorteos de la Lotería Nacional. Posteriormente fue trasladado a la Alameda de Santa María de la Ribera, para dejar lugar al Hemiciclo a Juárez (1910). Se cree que fue fundido en Pittsburgh, dada las relaciones que tenía el arquitecto Ibarrola con Andrés Carnegie, dueño de grandes fundiciones en Estados Unidos. Por estar hecho en hierro fundido se lo considera único en el mundo.

            Alrededor del kiosko se han tejido multitud de anécdotas y conjeturas:

            El licenciado Gabriel Peñaloza contó que el kiosko lo habían regalado a México pero que no llegó porque el barco en que venía naufragó, entonces hicieron uno nuevo. O como nos platicó don Sergio Vázquez: “Fue obsequiado por el gobierno de Francia a México; incluso en una exposición que hubo en París sacó el tercer lugar en monumentos”.

            Los ribereños adoran su kiosko y están orgullosos de él. Cristina Limón, quien conoció el pabellón original, abunda en detalles: “está hecho copiando el trabajo morisco que se usaba en España, sólo que en España no era construido en metal, y éste está hecho de fierro desarmable, y cuando estuvo en la Alameda grande duró hasta 1910, que fue cuando nos lo trajeron”.

            En 1963, en tiempos del licenciado Ernesto P. Urruchurtu, se ordenó una reparación y pintura en general, la que fue hecha en unos seis meses, volviendo a lucir en todo su esplendor, sin tocar nada, tal como era”. No obstante, los que han vivido por el rumbo de la Alameda en los últimos años, afirman que el kiosko ha sufrido cambios.

            Sentadas cómodamente en la tradicional nevería de Santa María la Ribera, “La Especial”, platicaba con la señora López Espinosa sobre el kiosko y comentaba qué:

            En 1982 se hizo su restauración en cinco años, a pausas. Después de minuciosos estudios hechos por arquitectos y artistas de Bellas Artes, se acordó entonces quitar el barandal azul que tenía por cierto que el barandal original, era verde y que ofrecía una visión magistral. Al primer impacto, a la vista era como un kiosko cualquiera, pero después el impacto era sorprendente desde cualquier ángulo del que se lo viera. Desgraciadamente, entonces, cuando le pusieron los barandales, ya no eran los originales. Además, tenía un cielo, esa manta de lona que se acostumbraba antes, debajo de los vitrales de cristal para proteger las maderas, como se usaba en las casas antiguas. Tenía además una lámpara original que desapareció.

            El señor Ocádiz afirma que en 1945 los vecinos donaron una lámpara.

            Parece que no sólo ocurrió lo del barandal; se habla de dos leones que tenía a cada lado en las escalinatas, y que al igual que la lámpara desaparecieron. Don Carlos Bernardo Castilla insiste en que había dos leones, pero la señora López Espinosa, dice, que no recuerda los leones, pero si se acuerda de los jarrones, y en la fotografía de la Compañía Cerillera La Central que fue para el Centenario, aparecen dos jarrones.

            La reinauguración del pabellón, como comenta la dicha señora López Espinosa, la hizo Félix Díaz, el sobrino de don Porfirio, mientras su tío inauguraba otros edificios más importantes. Eso fue el 13 de septiembre de 1910.

            El kiosko, a lo largo de su historia, ha tenido muchas funciones, se ha considerado un lugar casi sagrado, es decir, intocable, o se le ha usado para las fiestas, como la independencia. Sin embargo, eso de bailar dentro del pabellón, con el tiempo se ha prohibido, quedando tan sólo destinado a las bandas de música como la de Marina y la de la Policía, que se presentaban los domingos y los jueves.

            En la época de López Portillo, un buen día los vecinos se encontraron con que se habían llevado la cúpula del kiosko y también el barandal azul, dizque para arreglarlos. Total, que pasaba el tiempo y no lo devolvían. Era algo natural, porque cuando los López Portillo veían algo que les gustaba, cargaban con ella. Pero tal fue la presión de los vecinos y de la prensa, que devolvieron la cúpula, y aunque ya no tenía vitrales, por lo menos ya estaba ahí.

            Ricardo Rocha, pintor, quién vivió su infancia y juventud en Santa María de la Ribera, comenta: “El kiosko yo lo use para patinar, Patine ahí todo el tiempo. Era un piso magnífico de cemento. Saltaba uno las escaleras. Estaba prohibido patinar dentro, pero lo hacíamos.

            En tiempos de Miguel de la Madrid se reinauguró, el último año de su gobierno, ahí está la placa. Los restauró Antropología y el que supervisó la obra fue el ingenio Bonfil, gerente de la constructora CARAPAN. Entonces pusieron vigilancia para que no se subieran los muchachos y tenían numeradas las piezas.

           

 

(1)Leyendas y Tradiciones, La Unam y sus recintos históricos, México, DGIRE, 2007.

(2) Henríquez Escobar, Graciela, y Armando Hitzelin Égido Villarreal, “Santa María la Ribera y sus historias”, en Leyendas y Tradiciones, La Unam y sus recintos históricos, México, DGIRE, 2007. pp. 1-8

 

 BREVE HISTORIA DE LA

ACADEMIA DE SAN CARLOS

Y DE LA

ESCUELA NACIONAL DE ARTES PLASTICAS (*)


http://academiasancarlos.unam.mx/galerias/historia-academia.php

 

ANTECEDENTES

Es bien conocida la especial disposición de los mexicanos para el cultivo de las artes. Testimonios de ello son los vestigios arquitectónicos que se conservan en Teotihuacan, Tajín, Chichén, Uxmal, Monte Albán, etc., las pinturas de Bonampak y las recientemente descubiertas en Cacaxtla (Tlaxcala) y, sobre todo; las fascinantes esculturas de Tula, de la Venta, etc., producidas por las culturas prehispánicas de nuestro territorio, que bien pueden parangonarse con las de los egipcios, asirio-caldeos, persas, griegos, etc.

            De la época colonial existen pruebas de la capacidad del indígena para absorber el arte europeo que se le imponía y aun, para agregarle su propio sello y con él, enriquecerlo.

            Rodrigo de Cifuentes fue el primer pintor profesional que pisó suelo americano en 1523 y maestro de aquellos indígenas de los que Bernal Díaz del Castillo, en su “Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España” dice, con exagerado entusiasmo: “Los tres indios Andrés de Aquino, Juan de la Cruz y el Crespillo, pueden muy bien compararse con Berruguete y Micael Angelo”.

            Fray Juan de Zumárraga decía, en 1531, en carta dirigida a los franciscanos de Tolosa “los indios son castos y muy ingeniosos, especialmente para el arte de la pintura”. El obispo de Tlaxcala, en 1537, comunicaba al Papa Paulo III que en las escuelas que funcionaban en los conventos, donde cabían entre trescientos y cuatrocientos indígenas, “se enseñaba pintura y escultura”.

            Pero la primera escuela dedicada expresamente a la enseñanza artística fue la que fundo fray Pedro de Gante en el Convento de San José, la que funcionó hasta principios del Siglo XVIII. A partir de entonces los artistas se formaban con su propio esfuerzo o con las enseñanzas esporádicas que les impartían los artistas peninsulares que llegaban a la Nueva España.

            Y en 1753 hubo el primer intento de fundar, en la capital de la Nueva España, una Academia de Pintura. El protagonista principal fue el pintor criollo, nacido en Oaxaca, Miguel Cabrera, quien por esa época era artista de la iglesia, la que le encargaba nutrida pintura religiosa que se encuentra hoy diseminada por todo el territorio nacional. A Cabrera lo rodeaban no sólo sus discípulos, sino todos los pintores del momento y lo respetaban como figura principal. Al margen, es interesante señalar que fue el encargado de realizar la mejor copia que existe de la imagen de la Virgen de Guadalupe y también que, a petición de sus amigos jesuitas, emitió un dictamen, fundado más en su fe religiosa que en el rigor técnico o científico. En él declaraba que dicha imagen es de origen divino y que no fue pintada por humanos.

            Aprovechando la influencia de que gozaba, Miguel cabrera se propuso fundar dicha Academia con el pomposo nombre de “Academia de la Muy Noble e Inmemorial Arte de la Pintura” y para el efecto redactó unos estatutos, en los que daba absurdas disposiciones para seleccionar a los estudiantes. Estos tendrán que ser hijos de españoles y “de buenas costumbres” y no podrían ser admitidos los indios o los de color “quebrado”. Aquí ocurre pensar cómo pudo reconocer el origen divino de la imagen morena de la Guadalupana, a la que seguramente no hubiera aceptado cómo alumna, pero esto es un juicio del autor del presente trabajo. Pero la Academia nunca llegó a funcionar.

LA FUNDACIÓN

En 1778 llegó de España don Jerónimo Antonio Gil, nombrado por el rey Carlos III como Tallador Mayor de la Real Casa de Moneda, con el encargo, además, de fundar una escuela de grabado en hueco, destinada a preparar el personal que dicha Casa requería. Esta se encontraba en el edificio que hoy ocupa el Museo de las Culturas, en la calle de Moneda.

            No es de extrañar que una escuela así, dirigida con la capacidad sobresaliente de don Jerónimo Antonio, tuviera una entusiasta respuesta y que una multitud de alumnos solicitara ingresar, así como que los aceptados hicieran rápidos progresos, produciendo plena satisfacción a su director, quien por ello concibió la idea de ensanchar su horizonte y fundar una Academia al estilo de las que funcionaban en Europa.

            Comunicó su proyecto al superintendente de la Casa de Moneda don Fernando Mangino, a quien al principio no entusiasmó la idea,  pero la insistencia de Gil terminó por convencerlo y, al hacerla suya, la llevó a la consideración de don Martín de Mayorga, virrey en turno.

https://commons.wikimedia.org/wiki/File:46_Mart%C3%ADn_Mayorga_Ferrer_(Palacio_Ayuntamiento_M%C3%A9xico).jpg

            Sería imposible pormenorizar aquí las dificultades que hubo que vencer y las gestiones  realizadas para que el virrey elevara la propuesta al Rey Carlos III y para que éste diera, al fin, su aprobación. La Academia abrió sus puertas el 4 de noviembre de 1781, día del santo del monarca y en honor del cual se llamó Academia de las Tres Nobles Artes de San Carlos, pintura, escultura y arquitectura.

            Su sede siguió siendo la misma de la Casa de Moneda. Su primer director fue, como era justo, son Jerónimo Antonio Gil, hombre iluminado, quien concibió la idea de su creación y en su realización no omitió esfuerzo alguno.

            Para su funcionamiento se nombró una Junta que atendiera todo lo necesario la que fue integrada por notables, en la que figuraba el propio virrey Mayorga, el superintendente Mangino, el regidor decano del Ayuntamiento, el prior del consulado, el cónsul más antiguo, el director y el administrador del Tribunal de Minería, los marqueses de Ciria y de San Miguel de Aguayo y el propio director don Jerónimo Antonio Gil.

            El rey la dotó de una renta de 12 mil quinientos pesos anuales y se contó también con las aportaciones anuales siguientes: Real Tribunal de Minería 5 mil pesos, Tribunal del Consulado 3 mil pesos, Ayuntamiento de la Ciudad mil pesos, Ayuntamiento de Veracruz doscientos pesos y el de Querétaro cine pesos, Villa de San Miguel el Grande cincuenta y las de Orizaba y Córdoba, quince cada una. Todo lo cual sumaba 9 mil trescientos ochenta pesos, lo que, con la renta del Rey, resultaba suficiente para su subsistencia.

            Gil solicitó que se enviaran de España profesores capaces para impartir las clases, así como el instrumental necesario. Se decidió asimismo nombrar un director para cada una de las especialidades de pintura, escultura y arquitectura.

            Carlos III estuvo pendiente de los informes que le enviaba el virrey y como éstos eran satisfactorios, decidió expedir la Cédula Real por la que el 18 de noviembre de 1784 quedaba oficialmente erigida con el nombre de Real Academia de San Carlos de la Nueva España, se recomendaba el envío de los profesores solicitados, se ordenaba que se le aumentara la renta y se le otorgaran los estatutos que la rigieran. La real orden fue difundida por el virrey Matías de Gálvez el 1° de julio de 1785.

            En ese mismo año llegó de España el primer profesor de arquitectura don Miguel Constansó, quien era, además de arquitecto, ingeniero militar, y realizó importantes obras, entre ellas la Ciudadela, de estilo sobrio, elegante y al mismo tiempo apta para servir como fortaleza militar.

            La planta de profesores fue integrándose con los que enviaba la Academia de San Fernando. Como directores de pintura llegaron Cosme de Acuña y Troncoso y Ginés de Andrés y Aguirre, de escultura José Arias, de arquitectura Antonio González Velázquez y de grabado en lámina Joaquín Fabregat. Algunos de este grupo sufrieron penalidades: Arias padeció de locura y murió poco después, González Velázquez solicitó regresar a España, Cosme de Acuña no pudo adaptarse y hasta amenazó con suicidarse. Todos ellos se quejaban del trato que les daba Gil y de que los obligaba a trabajar en exceso. Al parecer todo eran intrigas contra don Jerónimo Antonio, originadas por la supuesta humillación de los profesores hispanos al ver que Gil a pesar de su origen italiano se le hubiese preferido para el puesto de director general.

            La Academia empleó a otros profesores que ya tenían cierto renombre, como José Alcíbar, Francisco Clapera, Santiago Sandoval y otros. Para sustituir a Acuña y Arias se hizo venir de España al pintor Rafael Ximeno y Planes y al escultor Manuel Tolsá, como directores de sus respectivas especialidades.

JERONIMO ANTONIO GIL (1732-1798) GRABADOR DE LA REAL CASA DE LA MONEDA Y DIRECTOR DE LA REAL ACADEMIA DE SAN CARLOS DE LA NUEVA ESPAÑA. Autor: Rafael Ximeno y Planes (1759-1825). Ubicación: MUSEO NACIONAL DE ARTE, CIUDAD DE MÉXICO, CIUDAD DE MÉXICO.

EL NEOCLASICISMO

Con el funcionamiento de la Academia empezó a imperar el neoclasicismo, que fue sustituyendo al barroco y churrigueresco imperantes en los siglos XVII y XVIII, que a fines de éste ya acusaban manifiesta decadencia.

Teatro Degollado, Guadalajara, neoclásico.

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Museo del Prado. Neoclásico.

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En arquitectura se impusieron los órdenes clásicos: dórico, jónico y corintio, se preconizó el regreso a la simetría, a las reglas que se establecían en tratados como el de Vitrubio y la ornamentación casi despareció.

De acuerdo con los estatutos el dibujo de desnudo se hacía al natural, utilizando solamente modelos masculinos. También se copiaban de las estatuas en yeso traídas exprofeso para el efecto. En la actualidad se conserva una interesante colección de los dibujos que fueron realizados por maestros y alumnos, quienes siguieron la corriente neoclásica. En pintura Ximeno y Planes, traía la influencia de Tiépolo y Meng, por entonces pintores de la corte española. Tolsá, en escultura y sobre todo en arquitectura, impuso también el neoclasicismo.

La Academia duró solamente 10 años en la Casa de Moneda. Para establecer su sede su sede había adquirido un terreno en Nipaltongo. González Velázquez había dibujado los planos, pero el edificio nunca  se construyó y el terreno citado es el que hoy ocupa el Palacio de Minería. En 1791 la Academia alquiló, por 1,300 pesos anuales, el edificio que hasta 1788 había sido el Hospital del Amor de Dios y antes casa de monjas y predio que fray Juan de Zumárraga había adquirido para erigir la cárcel de la mitra.

La llegada de Tolsá en 1791 fue acompañada con la primera remesa de los vaciados en yeso de las estatuas clásicas que existían en San Fernando, y que desde 1785 había solicitado el virrey conde de Gálvez, a petición de Gil. El preciado cargamento, que viajó en barco hasta La Habana, en otro a Veracruz y de allí hasta la capital, a lomo de mula y con deficiente embalaje, llegó muy deteriorado. El propio Tolsá, con un ayudante, se encargó de la restauración de las esculturas. El Barón de Humboldt, cuando visitó la Academia, declaró su admiración por esta colección. A propósito de esta visita del sabio humanista, es interesante que en su “Ensayo Político sobre la Nueva España” escribió una hermosa página, que por su hondo significado y clara visión, me permito transcribir:

Todas las noches se reúnen, en grandes salas, centenares de jóvenes… En esta reunión (cosa bien notable en un país en que tan inveteradas son las preocupaciones de la nobleza contra las castas), se hallaban confundidas las clases y las razas; allí se ve al indio o al mestizo al lado del blanco, al hijo del pobre artesano entrando en concurrencia con los de los principales señores del país. Consuela ciertamente el observar que bajo todas las zonas, el cultivo de las ciencias y las artes, establece una cierta igualdad entre los hombres y les hace olvidar, a lo menos por algún tiempo, esas miserables pasiones que tantas trabas ponen a la felicidad social”.

 

La presencia de Tolsá fue muy importante aquí para el desarrollo del arte. De sus obras arquitectónicas son notables el Palacio de Minería, la cúpula de la catedral metropolitana y de las escultóricas: Fe, Esperanza y Caridad que rematan la fachada principal de la misma catedral y sobre todo, el monumento a Carlos IV, considerado entre las más importantes estatuas ecuestres del mundo.

De esta época conviene mencionar el paso por la Academia de los siguientes artistas académicos distinguidos: José Luis Rodríguez Alconedo, pintor y grabador, en cuya obra se percibe algún parentesco con la de Goya. De su pintura lo más conocido es un buen autorretrato. Pedro Patiño Ixtolinque, (discípulo de los escultores Arias y Tolsá) que  fue el primer mestizo que ocupó, en 1826, la dirección, asimismo académico de mérito, grado obtenido por su famoso relieve del Rey Wamba, y autor de las figuras alegóricas en mármol que estuvieron flanqueando el pie de la escalera del patio de la Academia. Trabajó en diversos retablos religiosos y proyectó la tumba de Morelos. Luchó por la independencia al lado de Vicente Guerrero. Francisco Eduardo Tresguerras, además de arquitecto, cultivó todas las artes, incluyendo la música y la literatura: se distinguió como seguidor del neoclasicismo; entre sus obras civiles destaca la espléndida mansión del conde de Casa Rul y entre las religiosas, la interesante iglesia del Carmen en Celaya, su tierra natal.

La primera etapa del florecimiento de la Academia terminó en 1810. A causa de la guerra de independencia, perdió la principal pensión con que se sostenía, proveniente de la casa real española y cuando la situación económica se agravó al máximo, cerró sus puertas en 1821, las que, gracias al ministro Lucas Alamán, pudo volver a abrir en 1824, sólo para seguir padeciendo, con las convulsiones y vaivenes políticos que en esos momentos sufría el país, una existencia verdaderamente precaria. En 1834 culminaba una de sus más agudas crisis económicas, situación que todavía se prolongó por varios años.

En 1840 la marquesa Calderón de la Barca, al visitarla, se lamentaba de la decadencia de las bellas artes. “ una triste prueba de los efectos de la guerra civil y de la inestabilidad del gobierno”.

https://migueldesnudo.com/2016/01/06/el-desnudo-en-el-artedos-artistas-neoclasicos-alemanaes/

Manuel Tolsá, Palacio de Minería y el “Caballito”

http://www.mexicanisimo.com.mx/manuel-tolsa/

REORGANIZACIÓN DE LA ACADEMIA

Los propósitos de México de erigir varios establecimientos “donde se enseñaran las ciencias naturales y exactas, políticas y morales” se habían visto frustrados. La Universidad acababa de ser suprimida cuando el gobierno de Gómez Farías dispuso que la Dirección General de Instrucción Pública se hiciera cargo de proteger los monumentos artísticos y antigüedades y emitió una ley que establecía la libertad de enseñanza de toda clase de artes y ciencias en el Distrito y Territorios.

            Después de la Independencia la Academia recibió el nombre de Academia Nacional de San Carlos.

            Don Javier Echeverría, consiliario de la Junta de Gobierno de la Academia y personaje con gran influencia política, obtuvo para ella algunas dotaciones económicas que no fueron sino paliativos, pero después logró, con la ayuda de don Manuel Baranda, Secretario de Justicia e Instrucción Pública, que el gobierno de Santa Anna, que había restablecido la Universidad, expidiera el decreto el 2 de octubre de 1843, para reorganizar la Academia. Santa Anna, personaje de triste memoria para el país, tuvo este gesto en favor de la institución, digno de ser recordado. En los artículos del decreto se establecía un sueldo de 3 mil pesos anuales para cada uno de los directores de las especialidades y que éstos fueran escogidos de entre lo mejor que hubiera en Europa. Se establecían seis pensiones para que estudiantes aventajados fueran a estudiar al viejo Continente y se restablecían las destinadas a los que debían estudiar aquí, así como los premios anuales. Se disponía la adquisición de los mejores cuadros y esculturas europeos, mediante concurso, para ir formando las galerías y por último, se ordenaba la compra del edificio, su reparación y ornato, para volverlo digno del objeto al que estaba destinado. Un año después Santa Anna fue aún más lejos y dispuso que el producto de la Lotería le fuera asignado a la Academia y aquella tomó el nombre de Lotería de la Academia de San Carlos y aunque ambas instituciones funcionaban separadas, tenían el mismo presidente, que lo era don Javier Echeverría.

            En esta forma la Academia recibió un gran apoyo económico, disfrutó de una gran prosperidad, un esplendor que nunca había tenido ni ha vuelto a tener. Cabe acreditar aquí todo el mérito que corresponde a don Javier Echeverría. La sirvió con amor y celo ejemplares, no obstante ser, además, un hombre importante que llegó a desempeñar interinamente el cargo de Presidente de la República.

            El encargado de negocios en Roma, don José María Montoya, después de  fallidos intentos por convencer a artistas distinguidos como Silvagni, Podesti y Cogneti, que no aceptaron, logró contratar al pintor Pelegrin Clavé y al escultor Manuel Vilar, catalanes ambos, para hacerse cargo de las respectivas direcciones. Llegaron juntos a México en 1846. A ellos estaba reservada la misión de dar un gran impulso a las bellas artes y hacer realidad los planes de reorganización tan largamente preparados.

            Las direcciones de grabado no pudieron tampoco cubrirse con italianos.. En 1847 se contrató en Inglaterra a Santiago Baggally para hacerse cargo de la de grabado en hueco en 1854 a otro inglés, Jorge Agustín Periam, para la de grabado en lámina. Con el pintor italiano Eugenio Landesio, contratado en 1855 y el arquitecto Javier Cavallari también italiano, quien llegó a nuestro país en 1856, se completó el cuadro de maestros académicos que trabajó arduamente para reanimar a la Academia y sacarla de su letargo. En los planes de estudio que hasta entonces se fincaban principalmente en la copia de láminas, fueron introducidos el dibujo del natural, el anatómico, la perspectiva y el paisaje, se volvieron a emplear los modelos vivos y algo que causó gran sorpresa, la utilización de maniquíes articulados, a la usanza en los métodos de las Academias de Europa. La iniciación de esta reforma se efectuó el 6 de enero de 1847 y no obstante los tristes sucesos de la primera intervención norteamericana, fue celebrada con suntuoso baile en el propio local.

            Cavallari había dejado su puesto en la Academia de Milán y llegado a México precedido de gran fama. Había construido la Catedral de Ramdaso en estilo gótico y escrito tres tratados: Historia de la Arquitectura, Historia de las Artes después de la División del Imperio Romano (tesis con que se doctoró en la Universidad de Gotinga, en Alemania) y un Atlas del Etna. Cavallari se dedicó, como lo hicieron Clavé y Vilar en sus respectivas áreas, a organizar la carrera de arquitectura, cuyo plan de estudios se aprobó el 4 de febrero de 1858, el que unía las carreras de arquitectura e ingeniería e incluía la de agrimensor y la de maestro de obras. Al mismo tiempo que se instruía a los jóvenes en los órdenes clásicos, se les impartían conocimientos básicos para construir puentes, caminos y vías férreas. Cavallari estableció también las cátedras de historia del arte e historia de la arquitectura e intentó llevar a cabo, con sus discípulos, el proyecto de construcción del ferrocarril México-Veracruz, que no llegó a realizarse. Formó la primera generación de arquitectos-ingenieros que transformaría urbanísticamente la ciudad de México. Posteriormente hizo desaparecer del plan de estudios la dualidad arquitecto-ingeniero, para volver a la carrera de arquitecto solamente.

Francesco Saverio Cavallari (Palermo, 1809–1896), también conocido como Javier Cavallari,

https://es.wikipedia.org/wiki/Francesco_Saverio_Cavallari

 

INTERVENCION DE MAXIMILIANO

Como correspondía al esplendor de una corte imperial que se respetara, aunque efímera y endeble fuera la suya, Maximiliano estaba obligado a dar impulso a la cultura nacional y, de acuerdo con su fama de amante de las artes, a proteger la Academia, a la que impuso el nombre de Imperial, y a estimular a los artistas; pero la verdad es que bien poco hizo por ella, salvo visitarlas en varias ocasiones, asistir en diciembre de 1864 a una distribución de premios, en compañía de la emperatriz, en una pomposa ceremonia “a la que concurrió una multitud de damas y caballeros de la mejor sociedad”. Maximiliano hizo a la Academia grandes elogios y ofrecimientos de apoyo, que quedaron sólo a nivel personal, porque no pudo o no tuvo tiempo de cumplir.

            De la Academia eran, sin embargo, los artistas que el emperador favoreció, haciéndoles los siguientes encargos:

            A Rubull, su retrato –cuerpo entero, capa imperial y gran prestancia- y el de la emperatriz Carlota, que sólo fue terminado –del natural- hasta el busto, porque ella se negó a seguir posando. Ambos cuadros fueron enviados a Miramar y en el Museo de Historia existen excelentes copias. También a Rebull, seis tableros pintados al fresco, representando las bacantes, para las terrazas del Castillo de Chapultepec.

            A José Salomé Pina, una pintura sobre la visita del Papa Pío IX, en Roma, a los emperadores. Además lo nombró sucesor de Clavé en la Academia.

            A Landesio, varias pinturas: las que éste siempre se negó a hacer.

            A Vilar –por recomendación de Couto- la estatua de Iturbide –que no llegó a fundirse- y la ya citada estatua de Colón.

            A Felipe Sojo, su busto y el de la emperatriz Carlota, el primero de calidad excelente, se conserva en el Museo de Historia.

            A Sebastián Navaleón –discípulo y sucersor de Baggaly-, los troqueles para acuñar su moneda.

            Con Clavé no llevaba Maximiliano muy buenas relaciones: En alguna ocasión habló desdeñosamente de España, lo que molestó al pintor. Sin embargo, poco después, para desagraviarlo, enterado de que era aficionado a la música, le regaló una flauta de cristal. Tal vez esta supuesta animadversión hacia Clavé estuviera relacionada con el empeño, varias veces expresado por Maximiliano, de que las obras de arte de su gobierno fueran hechas exclusivamente por mexicanos. En un discurso que pronunció ante el cuerpo diplomático, acusó a las escuelas europeas de estar ya corrompidas y remató exaltando a “sus” pintores Rebull, Ramírez, Obregón, Pina y Urruchi, a los escultores Sojo, Calvo y Noreña y a algunos ingenieros como “capaces de llevar a cabo obras de la mayor importancia”.

            Pero el pretendido esplendor de la corte de Maximiliano requería, sobre todo, de obras arquitectónicas que fueran digno marco para el fasto imperial. Hizo reacondicionar el antiguo castillo que en Chapultepec habitaron los virreyes españoles, edificado en el mismo en que estuvo el palacio de los emperadores aztecas. Maximiliano se empeñó en que se le diera un aspecto que le recordara a su amado Miramar. En éstas y otras obras intervino el arquitecto Rodríguez Aramgoity, antiguo pensionado de la Academia a quien se llegó a llamar “arquitecto imperial”.

            Para unir el alcázar de Chapultepec con el Palacio Nacional, mandó abrir el paseo del Emperador –hoy Paseo de la Reforma- a cuyos lados, para evitar que hasta allí llegaran los inmensos llanos que quedaban descubiertos, hizo construir unas altas bancas de piedra; detrás de éstas fueron edificándose residencias de dos pisos, imitando todos los estilos arquitectónicos de moda en Europa.

            Aunque en las últimas décadas del siglo XIX, en la arquitectura persistía la influencia italiana, empezaba a manifestarse la tendencia al afrancesamiento, la que se generalizaría a principios del siguiente.-

 

PRESENCIA DE JUÁREZ

Al triunfo de los liberales sobre los conservadores, en febrero de 1861, fue disuelta la Junta de Gobierno y suprimida La Lotería. La Academia volvió a su anterior indigencia. En ese mismo año se nombró director a Santiago Rebull. En el año de 1862 había mucha inquietud por los acontecimientos políticos que tenían lugar en el país. Sin embargo, por primera vez en la historia de la Academia, hubo distribución de premios, entregados personalmente por el Presidente Juárez, pero al final de año no hubo exposición, por falta de fondos.

            En enero de 1863 se avisó a Clavé que si deseaba seguir trabajando después de terminado su contrato, tendría que contentarse con menor sueldo; pero al mes siguiente, como ya se ha dicho, se le destituyó, junto con Landesio y Cavallari, por las causas antes señaladas y “porque no se dignaron siquiera a dar una muestra de simpatía al país a cuyas expensas viven”.

            El 28 de marzo se recibió en la Academia, la orden del gobierno de “cesar sus actividades, empacar y enviar al interior todos los cuadros que fuera posible y dejar todo al cuidadito de un mayordomo”.

            Se esperaba que de un momento a otro entraran en la ciudad de México las tropas francesas, lo que efectivamente sucedió el 8 de junio y Juárez tuvo que abandonar la ciudad para iniciar su peregrinar por el norte del país.

            Entonces la Junta de la Academia volvió a constituirse, Clavé y Landesio regresaron a sus puestos y Rebull renunció como Director. La institución vivió todos esos años llena de vicisitudes, los maestros extranjeros eran presionados para que declararan su adhesión al gobierno en turno, como si les hubiera hecho venir al país para hacer política. Pocos deben haber entendido la posición de Landesio, quien no quería estar con ninguno de los contendientes y especialmente por ser tan distinta de la de su compatriota Giusseppe Garibaldi, quien en mayo de 1867 dirigió una proclama al pueblo de México.

            Igual que lo había hecho Víctor Hugo en 1862, su compatriota Georges Clemenceau también envió constancia, en 1867, de su simpatía, por la causa de México contra el imperio y terminaba diciendo “Benito Juárez está en lo justo”.

            Como corolario de la incesante lucha, caído el segundo imperio y derrotados los invasores y los traidores, Juárez volvió a la ciudad de México, en julio de 1867. Nuevamente el el poder dispuso que fuera expedida la Ley Orgánica de Instrucción Pública en el Distrito Federal, fechada el 2 de diciembre de ese mismo año, por la que se fundaba la Escuela Nacional Preparatoria y se restablecía la Academia, ahora con el nombre de Escuela Nacional de Bellas Artes.

            Al revisar este medio siglo de la historia de la institución y el papel que cada uno de sus actores desempeñó, se impone analizar las razones que movieron a un gobierno despótico y negativo para el país, como el de Santa Anna, a promover el florecimiento de la Academia y al de un intruso, como Maximiliano, a estimular a tantos artistas. Los dictadores necesitan rodearse de pompa y belleza y utilizar el arte como un medio para adormecer a los pueblos. Nota del que transcribe esto: Y Juárez si?

 

EL PORFIRIATO

Durante las tres últimas décadas del siglo XIX, San Carlos atravesó por otra mala etapa. Además don Porfirio y sus científicos, lejos de estimular a los artistas que se formaban en la Academia, contrataban, para casi todas las obras de Estado, a franceses e italianos. Tenemos de ellos las siguientes construcciones arquitectónicas: el Palacio de Comunicaciones y Obras Públicas, el edificio de Correos, el Palacio de Bellas Artes y la estructura del Palacio Legislativo, que como sabemos, después se aprovechó para el Monumento a la Revolución. En los demás aspectos de las artes plásticas también se dejó sentir la avalancha extranjera, especialmente el afrancesamiento que saturó la vida social durante todo el llamado porfiriato.

            Quizá el acontecimiento de mayor importancia para la Academia durante la dictadura del general Díaz haya sido la llegada a México, en 1903, del pintor catalán Antonio Fabrés, contratado por don Justo Sierra. Al arribar de Europa dicho pintor académico hizo una espectacular exposición que causó gran sensación, pues mostraba profundos conocimientos técnico y una excepcional habilidad. Su obra mostraba fuerte influencia de Velázquez.

Antonio Fabrés (1854-1936). Pintor y escultor español. Grabado por P. Ross. La ilustración artística, 1886.

En la Academia se hizo cargo de la sección de pintura y se le consideró maestro supremo.

            Entre los numerosos discípulos de Fabrés se encontraban Saturnino Herrán, por quien su maestro tuvo especial predilección, Roberto Montenegro, Ramón López, Benjamín Coria, los hermanos Garduño, Francisco de la Torre, Romano Guillermín, Armando García Núñez, Diego Rivera, Miguel Ángel Fernández y José Clemente Orozco. Este último, en su autobiografía dejó escrito sobre Fabrés:

“Inmediatamente fue rodeado por un grupo numerosos de discípulos y empezó a trabajar él mismo en un gran estudio que le fue proporcionado en la misma Academia. Los salones de clases nocturnas fueron reconstruidos por Fabrés, instalando muebles y enseres especiales, muy propios para el trabajo de los alumnos. La iluminación eléctrica era perfecta y había la posibilidad de colocar un modelo vivo o de yeso en cualquier posición o iluminación por medio de ingeniosa maquinaría parecida a la del escenario de un teatro moderno. Para los modelos vestidos trajo de Europa una gran cantidad de vestimentas, armaduras, plumajes, chambergos, capas y otras prendas algo carnavalescas muy a la moda entonces en los estudios de pintores académicos”

“…Las enseñanzas de Fabrés fueron más bien de entrenamiento intenso y disciplina rigurosa, según las normas de las Academias de Europa. Se trataba de copiar la naturaleza fotográficamente, con la mayor exactitud”. “…Al terminar de copiar un modelo determinado durante varias semanas, un fotógrafo tomaba al modelo una fotografía, a fin de los estudiantes compararan sus trabajos con la fotografía. Otro ejercicio muy frecuente era copiar un modelo de yeso puesto de cabeza, la Venus de Milo, por ejemplo. Por todos estos medios y trabajando de día y noche durante años, los futuros artistas aprendían a dibujar, a dibujar de veras sin lugar a duda”.

“En la Academia había modelo gratis, tarde y noche, había materiales para pintar, había una soberbia colección de obras de maestros antiguos, había una gran biblioteca de libros de arte, había buenos maestros de pintura, de anatomía de historia del arte, de perspectiva y, sobre todo, había un entusiasmo sin igual. ¿Qué más podía desear?

 

            Otro aspecto que es importante señalar de esta época es que en la Academia tenía lugar el único evento artístico que anualmente se llevaba a cabo en la ciudad de México; las exposiciones nacionales, que con gusto bastante dudoso se instalaban en el patio. Algún crítico se quejaba de lo poco frecuentes que eran las exposiciones y que esa era la causa principal de que no existiera el gusto por las bellas artes en la sociedad mexicana.

            Durante el interinato del arquitecto don Carlos Lazo, como director, gestionó la adquisición de un buen número de reproducciones en yeso de esculturas clásicas, entre ellas: detalles del Partenón, la victoria de Samotracia, el Moisés y los grupos que Miguel Ángel realizó para la tumba de los Medicis cuyos originales se encuentran en Florencia. Estas esculturas llegaron en 1909.

            Para poder colocar los yesos en el patio, especialmente la reproducción de una columna del Partenón, se proyectó una cúpula de hierro y cristal que defendiera las piezas de lluvia e intemperie. Finalmente se trajo una de Bélgica, que fue instalada en 1913 y que sirvió admirablemente para los fines que se perseguían.

            En mayo de 1910 fue incorporada la Academia a la Universidad Nacional y en septiembre con motivo de las fiestas del Centenario, se inauguró la Columna de la Independencia, obra del arquitecto Antonio Rivas Mercado, quien fuera director de la Academia.

            En esa misma ocasión, algunos alumnos presentaron una exposición paralela a la que organizó el gobierno, en la que figuraban artistas extranjeros. El gobierno de Italia donó a México, con motivo de las mismas fiestas una reproducción en bronce del San Jorge de Donatello, la que se colocó en un nicho en lo que fue la ventana en el extremo izquierdo de la fachada de la Academia.

            En 1911 y acorde con el movimiento revolucionario iniciado un año atrás, se produjo en San Carlos una huelga, encabezada por el entonces estudiante Davis Alfaro Siqueiros, con la cual se presionaba al director Rivas Mercado, para que suprimiera los métodos académicos tradicionales. El disgusto se debió a la imposición que hicieron algunos maestros europeizantes, del sistema Pilet, importado de Francia y que era, según opinión de Orozco “peor que la copia de estampas y yesos”.

            En 1913 la Escuela volvió a tomar el nombre de Academia de Bellas Artes. A partir de este momento se distinguen entre el profesorado: Saturnino Herrán que sustituyó a su maestro Fabrés, Germán Gedovius, Leandro Izaguirre, Ignacio Rosas y Alfredo Ramos Martínez.

         


Con el movimiento huelguista se consiguió establecer las Escuelas al Aire Libre, uno de los pasos más importantes en la difusión de la enseñanza artística, entre las clases humildes. La primera en funcionar fue la de Santa Anita, bajo la dirección de Alfredo Ramos Martínez, siguieron la de Coyoacán y al de Churubusco. En 1925 funcionaban tres escuelas más: la de Xochimilco, a cargo de Rafael Vera de Córdoba, la de Tlalpan que dirigía Francisco Díaz de León y la de Guadalupe Hidalgo a cargo de Fermín Revueltas.

            En el funcionamiento de las Escuelas al Aire Libre no faltó la efervescencia política y puede decirse que las primeras fueron la semilla del nacionalismo en el arte mexicano, que floreciera pocos años después.

            No obstante que en nuestros días parezcan casi nulos los resultados obtenidos por las Escuelas al Aire Libre, en su momento despertaron entusiasmo e inquietud entre los artistas y las clases populares. A este entusiasmo no era ajeno el Dr. Atl, quien al frente de la dirección de la Escuela, se convirtió en animador principal de artistas como Orozco, Siqueiros, Fermín Revueltas y otros, quienes posteriormente, contagiados por su dinamismo, se lanzaron a la lucha armada en las filas de don Venustiano Carranza.

Dr. Atl

Escudo de la Academia Nacional de San Carlos

http://academiasancarlos.unam.mx/galerias/historia-academia.php

 

 

ARQUITECTOS QUE REVOLUCIONARON LA ARQUITECTURA MEXICANA

De los pocos arquitectos mexicanos que se salvaron de la discriminación que ejerció el gobierno de Porfirio Díaz, podemos citar a Emilio Dondé, a quien se debe el Palacio Dondé (actualmente Secretaría de Gobernación) Antonio Rivas Mercado, quien además de la Columna de la Independencia construyó el Teatro Juárez, de la Alameda Central, Mauricio Campos Sr., constructor de la antigua Cámara de Diputados y Manuel Gorozpe, quien lo fue del Palacio Municipal (primer edificio del hoy Departamento del Distrito Federal) y de la Iglesia de la Sagrada Familia.

Palacio Dondé – Decretaría de Gobernación

            En 1918 Hubo en la Academia un movimiento, en alguna forma similar  a la huelga de 1911 de los estudiantes de pintura y escultura; pero esta vez sus actores fueron los de arquitectura, quienes se organizaron para recorrer el país y encararse a la realidad social. Se enfrentaron abiertamente a sus profesores y reclamaron la práctica de teorías avanzadas como el “funcionalismo” que preconizaba Le Corbusier.

            En 1924 el arquitecto José Villagrán orientaba las nuevas prácticas a través de su cátedra de composición y teoría de la arquitectura. Construyó el Instituto de Higiene de Popotla (1925) y un Sanatorio para tuberculosos en Huipulco, y otros dispensarios.

Instituto de Higiene de Popotla, 1925

https://upcommons.upc.edu/bitstream/handle/2117/93393/06CAPITULO4.pdf

            Simultáneamente un grupo de profesionales establecía un puente hacía el nacionalismo en la arquitectura. De ellos mencionaremos a Samuel Chávez, responsable de la construcción del Anfiteatro Bolívar y del plan urbanístico de la ciudad de Aguascalientes, a Bernardo Calderón y a Estanislao Suárez Solórzano, autor en 1925, del primer aeropuerto de la ciudad de México. Destacaron también Carlos M. Lazo, Federico Mariscal y Carlos Obregón Santacilia de quien en su obra se puede advertir dos etapas, la primera aún con influencia neoclasicista en los edificios de la desaparecida Secretaría de Relaciones Exteriores, y el Banco de México y la segunda, la modernista, con el edificio de la Secretaría de Salubridad y el Monumento a la Revolución, que realizó aprovechando la estructura de lo que iba a ser el Palacio Legislativo porfiriano.

            Juan O´Gorman fue quien dio el primer paso radical hacia el funcionalismo lecorbusiano construyendo en 1929, su casa estudio, al año siguiente, la casa-estudio de Diego Rivera y posteriormente otros 28 edificios escolares.

            Egresados de la Academia, fueron también, los arquitectos que en los años siguientes producirían obras revolucionarias y espectaculares, como La Nacional, primer edificio en que se emplearon pilotes de profundidad y que fuera el más alto de la ciudad de México, debido a los arquitectos Manuel Ortiz Monasterio, Fernando Calderón y Luis Ávila.

EFECTOS DE LA AUTONOMÍA UNIVERSITARIA

Con las escuelas al Aire Libre se había fomentado cierto autodidactismo entre los artistas. En la Escuela, sin embargo, persistía como contraparte, el rigor académico que sostenían maestros como Leandro Izaguirre, Francisco de la Torre, Germán Gedovius, Ignacio Rosas y Saturnino Herrán, aunque éste en su obra personal, el el primero en apuntar hacia el nacionalismo de la pintura.

            Roberto Montenegro es el iniciador de nuestra pintura mural de este siglo, en el exconvento de San Pedro y San Pablo, movimiento que después es fuertemente impulsado por Rivera, Orozco, Siqueiros, con seguidores como Fermín Revueltas, Fernando Leal y otros. Rufino Tamayo está inscrito en otra corriente en cuanto a forma y temática. Pero todos son hijos de la Escuela.

            En 1929, al declararse la autonomía de la Universidad, la Academia de Bellas Artes quedó dividida en Escuela Nacional de Arquitectura y Escuela Central de Artes Plásticas. Ambas, con estructuras administrativas distintas, continuaron compartiendo el edificio de la Academia, en la que se alojaban también las galerías de pintura y escultura; éstas como resultado de la autonomía, quedaron con dependencia de la Secretaría de Educación y más tarde del Instituto Nacional de Bellas Artes.

            Durante ciento cuarenta y ocho años la Academia había ido formando su acervo de obras de arte, con los envíos de Carlos III, más las que se adquirieron en Europa (por concursos que estableció Santa Anna), las que enviaban los becarios mexicanos, los vaciados del Vaticano que se compraron a Tenerani en 1861, las pinturas de Clavé y sus discípulos, las pinturas coloniales procedentes de los conventos que se derribaron para abrir o ampliar calles, la llamada colección Pani que se adquirió en 1926, las pinturas de primitivos catalanes que se adquirieron en 1934 y una que otra donación de particulares.

            La ahora Escuela se vio, pues, privada de las colecciones que originalmente habían sido destinadas a usarse como material didáctico, puesto que los yesos sirvieron de modelo a los estudiantes y los maestros acudían con sus alumnos a las galerías de pintura para explicar tal o cual técnica.

            Con las obras de las antiguas galerías de la Academia se nutrieron los siguientes museos: el Museo de San Carlos con la pintura europea traída del Viejo Mundo, y la producida en nuestro país por maestros europeos, la Pinacoteca Virreinal con la pintura colonial, el Museo del Convento de Churubusco también con pintura colonial, el Museo del Palacio de Bellas Artes con la pintura de la escuela mexicana del siglo XIX, la que después, junto con la escultura del XIX, pasó al Museo Nacional de Arte. Al Museo de Historia del Castillo de Chapultepec, fueron algunas piezas del XIX, entre las que se encuentran esculturas de Felipe Sojo y finalmente, en la Casa Morelos de Ecatepec, está –o estuvo- una colección de retratos de los virreyes protectores de la Academia que pertenecieron a ésta.

LA ESCUELA  NACIONAL DE ARTES PLÁSTICAS

Durante algún tiempo la escuela estuvo convertida en talleres libres. Un alumno podía permanecer varios años al lado de un solo maestro y asistir libremente a las clases teóricas. Las carreras prácticamente habían desaparecido y durante cerca de veinte años no se expidió ningún título profesional. Por este tiempo fueron profesores los pintores Carlos Mérida, Francisco de la Torre, Sóstenes Ortega, Eduardo Solares, Fernando Leal y los escultores Domínguez Bello y Armando Quezada.

            Y al finalizar la década de los treinta e iniciarse la siguiente, pintores como Benjamín Coria, Luis Sahagún, Pastor Velázquez, escultores como Fidias Elizondo e Ignacio Asúnsolo todavía impartían sus clases dentro de rígidos métodos académicos, alternando el uso del modelo vivo con la copia de yesos clásicos. También lo hacía Francisco Goitia, quien ya había pintado su obra maestra Tata Jesucristo. Lorenzo Rafael atendía el taller de relieve en metales, Carlos Alvarado Lang con técnicas del grabado ya olvidadas o que habían sido mantenidas en secreto, descubría otras nuevas y formaba varias generaciones de grabadores.

            En 1939 Manuel Rodríguez Lozano, como director, organizó las carreras de artes plásticas y los cursos nocturnos de carteles y letras, destinados a obreros, atendidos por Daniel Núñez y Huberto Ramírez Bonilla, e incorporó a la planta de maestros a los pintores Julio Castellanos, Jesús Guerrero Galván y al escultor Luis Ortiz Monasterio, al fotógrafo Manuel Álvarez Bravo, quienes orientaron a sus discípulos hacia nuevas tendencias. En 1939 se editan las interesantes monografías de Escultura Tarasca e Imaginería Colonial y se publican cuatro números de la revista Artes Plásticas (primera época).

            Siendo director Carlos Alvarado Lang, conservó, con algunas reformas, los planes de estudio y en su taller de grabado recibía a artistas destacados que acudían a aprender las técnicas de esta rama del arte. Durante este periodo llegaron como profesores José Chávez Morado y Alfredo Zalce quienes, como exponentes de la escuela mexicana impusieron sus modalidades. Antonio Rodríguez Luna, español exiliado, llegó a enseñar pintura y formó varias generaciones de estudiantes. Durante estos años impartieron clases los grabadores Erasto Cortés, Abelardo Ávila y Francisco Moreno Capdevila, quien fue el discípulo más destacado de Lang. Capdevila mantuvo brillantemente la tradición del grabado y formó nuevas generaciones de artistas. También se incorporaron los pintores Fernando Castro Pacheco y Gabriel Fernández Ledesma; los escultores Modesto Barrios, José Natividad Correa Toca y Gustavo Martínez Bermúdez. Entre la cuarta y sexta década del presente siglo se distinguieron como profesores de materias teóricas los arquitectos Francisco Centeno, Alfonso Pallares, Domingo García Ramos, Lorenzo Favela, los doctores en medicina Carlos Dublán y Hermilo Castañeda, los doctores en arte Justino Fernández y Francisco de la Maza, los licenciados y críticos de arte Salvador Toscano, José Attolini, Raúl Flores Guerrero, Elisa Vargas Lugo y el escritor Andrés Henestrosa. Don Lino Picaseño impartió la clase teórico-práctica de composición ornamental y fue un personaje legendario por haberse encargado de la biblioteca durante cincuenta y cinco años.

            En 1953 la Escuela de Arquitectura mudó su sede a su nuevo local en Ciudad Universitaria, lo que permitió a Artes Plásticas ocupar, más holgadamente todo el local de la antigua Academia.

            Durante la administración del escultor Ignacio Asúnsolo no hubo cambios en los planes de estudio; pero en la siguiente del profesor Rafael López Vázquez de 1954 a 1958, se implanto en el que se admitían niños de primaria y abundaban materias correspondientes a secundaria.

            En 1959, se inició otra reforma a los planes de estudio, implantando las carreras profesionales de pintor, de escultor, de grabador y de dibujante publicitario, así como los cursos de artes aplicadas. Se acondicionaron salas de exposiciones temporales, se construyeron nuevos talleres y se adaptó un pequeño jardín botánico y zoológico en las azoteas, para que plantas y animales sirvieran de modelos. Se impulsó la difusión cultural con conciertos, recitales, conferencias y la presentación permanente de exposiciones. En estas tareas fueron importantes colaboradores maestros jóvenes como Luis García Robledo, Norberto Martínez, Luis Nishizawa, Celia Calderón, Manuel Herrera Cartalla, Oscar Frías, Trinidad Osorio, Javier Íñiguez, Héctor Cruz, Antonio Trejo, Antonio Ramírez, Héctor Ayala, Nicolás Moreno, Fermín Rojas, , Adolfo Mexiac, Pedro Pablo Preux, Armando López Carmona, Elizabeth Clatlet y Adrián Villagómez.

            Atendiendo sus clases en la carrera de dibujo publicitario, se distinguieron Huberto Ramírez Bonilla, Rafael Jiménez, Rodolfo Briseño, Rafael Muñoz López, Carlos Felipe Vázquez, y Miguel Hisi Pedroza.

            En los curso de artes aplicadas Horacio Durán enseñaba diseño; Guillermo Castaño cerámica; y Lázaro López talla en madera, entre otros.

            Durante el periodo 1966-1970 del director Antonio Trejo se dio un gran salto al implantar las licenciaturas, de pintura, escultura, grabado; se suprimieron las artes aplicadas. Santos Balmori impartió teoría de la composición y Alberto de la Vega, escultura.

LAS ARTES VISUALES

En 1970 al hacerse nuevamente cargo de la dirección, el autor de estas líneas había inscritos unos cuantos alumnos en las diferentes licenciaturas y ninguno en el primer año de alguna de ellas. Una encuesta practicada en el alumnado, evidenció las demandas que desde tiempo atrás habían sido bandera de inquietud estudiantil, desde la generación del 65 y agudizada durante el movimiento estudiantil del 68, para que fueran reformados los planes de estudio, por considerarlos obsoletos.

            Después de una consulta y un trabajo colectivo, se aprobó y entró en vigor en 1971, el plan de estudios para la licenciatura de Artes Visuales, en sustitución de las de pintura, escultura y grabado; pero conservando estas disciplinas dentro de la nueva carrera, la que incorporó, además, nuevas materias como educación visual, diseño básico, diseño gráfico, arte cinético, etc., las que contribuirían a la actualización de los métodos de enseñanza de las artes plásticas, al no serles ajenas disciplinas científicas y técnicas. Como respuesta, la población estudiantil empezó a crecer nuevamente.

            En 1973 se creó la licenciatura de Diseño Gráfico, la que consideró de suma importancia dentro de los imperativos del desarrollo social, económico y cultural del país. Para ello se contó con la destacada colaboración de los profesores Omar Arroyo y Alfonso Miranda. Posteriormente, en el mismo año 73, se fundó también la licenciatura de Comunicación Gráfica, en sustitución de la de Dibujante Publicitario, lo que representó también un esfuerzo para modernizar sus métodos y elevar el nivel de los mensajes que utiliza la publicidad, los que frecuentemente desvirtúan la fisonomía cultural de país.

            Importante papel en la implantación del plan de estudios de artes visuales fueron originalmente los profesores Carlos Sandoval, Manuel Felguérez y Luis Pérez Flores. Después e incorporaron con entusiasmo los maestros Oscar Olea, Federico Silva, Héctor Trillo, Kasuya Sakai, Juan Antonio Madrid y Manuel González Guzmán. A partir de 1975, con el director Antonio Ramírez se intentaron y lograron ligeras reformas.

             A fines de 1979, siendo Luis Pérez Flores director, la Escuela trasladó sus instalaciones al nuevo domicilio en Constitución No. 600, Barrio de Santiago, en Xochimilco, D.F., donde se imparte el nivel de licenciatura de las tres carreras, contando con mayor espacio y más elementos para desempeñar mejor su cometido. En el periodo de Gerardo Portillo, se continuó proveyendo a la Escuela de mobiliario y equipo de trabajo y se inició la publicación de la revista Artes Plásticas dirigida por Armando Torres Minchúa.

            El edificio de la Academia se aloja la División de Estudio de Posgrado, donde se imparten las siguientes maestrías: Artes Visuales, arte urbano, diseño gráfico y comunicación gráfica, así también los cursos de educación continua. También se encuentra la Coordinación de Difusión Cultural, de la que depende la organización de exposiciones temporales, así como diversas actividades culturales, como conferencias, conciertos, recitales, etc. En el mismo edificio funcionan departamentos de diseño, fototeca, computación, restauración de obras, producción gráfica e imprenta y biblioteca tradicional de la Academia.

            La Escuela de Artes Plásticas logró conservar el rico acervo bibliográfico y los grabados originales europeos. Los hay del siglo XVI al XIX e incluye la escuela española, francesa, inglesa, italiana, alemana, flamenca y holandesa, la nutrida colección de escayolas, medallas y troqueles, así como los dibujos originales de maestros y alumnos de finales del XVIII, XIX y principios del XX, así como planchas y grabados del XIX. Con todo este material se proyecta organizar el Museo Universitario de la Academia, en el local de las antiguas galerías

            Por disposición de la Universidad, la Escuela Nacional de Artes Plásticas compartirá algunas áreas del edificio de la Academia con la hoy Facultad de Arquitectura.

 

(*)Garibay, Roberto S., “breve historia de la ACADEMIA DE SAN CARLOS y de la ESCUELA NACIONAL DE ARTES PLASTICAS”, México, División de Estudios de Posgrado/Escuela Nacional de Artes Plásticas/UNAM, 1990, en Leyendas y Tradiciones, la UNAM y sus recintos históricos, Recopilación: Itzel Vega Morales, UNAM-DGIRE, junio 2007.

 

 

 












 





















 





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