CARTELES PUBLICITARIOS
“Huevos frescos de Castilla, se reciben diariamente”,
reza un cartel publicitario de los años cincuenta en el que el ilustrador
dibujó unas gallinas picoteando, con una granja de fondo. “Antes de acostarme,
crema Nivea”, dice en otro de los años treinta una bella mujer que se mira en
el espejo; “Cola-Cao, el alimento de la juventud”, se anunciaba en los sesenta
con un niño sonriente y ¡con un guante de boxeo!… La evolución de la sociedad
española puede comprobarse en la colección de carteles comerciales que atesora
el economista Carlos Velasco, unos 9.000 (500 de ellos en chapa), un conjunto
en el que los más antiguos son de 1870 y los últimos, de los años setenta del
siglo XX.
El economista Carlos Velasco es el propietario
de una colección de unos 9.000 carteles, casi todos comerciales, que empezó a
comprar en 1992. Ahora, un libro recoge unos 2.000 como este de la marca Gypsa,
de los años treinta, un original de un metro de alto. COLECCIÓN CARLOS VELASCO (LA RETROGRAFÍA)
El libro 'Carteles españoles del siglo XX',
de la editorial Susaeta, los clasifica por apartados según el producto que
anunciaban. En el de 'Qué comíamos' se incluye este de 1929 del suplemento
alimenticio para animales Energil, impreso en litografía sobre cartón.
En la historia del cartelismo publicitario
español la mujer ha sido utilizada como reclamo, como sucede en este, de tono
bucólico, de la levadura Cinta Roja.
Conservas Ortiz es una de las marcas
populares en España desde principios del siglo XX. En el libro se explica que
este bello anuncio se realizó probablemente en los años treinta, obra del
ilustrador húngaro Géza Zsolt.
Anuncio de los años
cincuenta de un invento llamado Cabeza-Lux, un casco con luces para prevenir
accidentes de motoristas que se iluminaba al inclinar la cabeza.
Carlos
Velasco, en su casa de Madrid, rodeado de carteles de su colección.
La compañía Iberia recordó las misiones en
América para publicitar sus vuelos a ese continente. Lo firmó Ángel Esteban.
Otra marca tradicional
es la de Chocolates Suchard. Carlos Velasco cuenta en el libro que esta marca
suiza, nacida en 1826, llegó en 1910 a España. Velasco explica que un cartel
puede costar desde los 30 euros a los 10.000.
Iodophoscall fue una
marca de yodo, producto usado para niños que padecían raquitismo, en una España
donde la población no estaba bien alimentada.
La célebre marca de
máquinas de coser Singer encargó este anuncio, de finales del siglo XIX, en
chapa lisa con el borde en relieve. El mensaje es que hasta una niña podía usar
una máquina así.
Otro producto que hoy
provoca asombro es este artefacto para el cuidado de los senos femeninos,
llamado Massosein. El afiche es de los años treinta del siglo XX.
Unos 7.000 carteles de
los 9.000 que posee Velasco están clasificados, con útil información sobre cada
uno de ellos, en la web laretrografia.es. Este cartel alerta, con humor, del
cuidado que debe tenerse en las obras para evitar accidentes laborales, una
cuestión que no ha dejado de tener actualidad.
Velasco
enseña uno de los afiches de su colección.
Los cambios en las
modas también se reflejaban en los anuncios, como este en cartón troquelado de
la firma de fajas Silvana, de 1950.
Original cartel de la
marca de cremalleras Diana, de los años sesenta.
Un
escaparate parece este cartel, del año 1873, de una zapatería de Madrid.
Bello cartel
publicitario para anunciar la marca Unión Española de Explosivos, en 1923,
firmado por Álvaro Alcalá Galiano, discípulo de Sorolla.
De todos ellos, cerca de 2.000 se han recopilado
ahora para el libro Carteles españoles
del siglo XX (editorial
Susaeta), con una
pequeña ficha de cada uno, en la que se informa también de la marca que
publicitaba. Incluso de aquellas hoy desconocidas, como el del refresco
Colayork, un ejemplo de cómo aprovecharse del éxito de la bebida más conocida
del mundo entero.
“He sido coleccionista desde niño, de sellos,
vitolas, llaveros…”, dice Velasco (Madrid, 72 años) en su piso de la capital,
en el que, colgados en las paredes, en grandes carpetas, o en cajones, pueden
verse ejemplares de la afición que le apasiona desde 1992. “Fue cuando murió mi
padre, tuve una caída de ánimo, pero al poco encontré en el Rastro un cartel en
chapa del insecticida Orión, uno en el que el elefante esparce el producto con
la trompa. Me envicié a comprar porque equilibraba mi tristeza, empecé a
almacenar, me gastaba mucho dinero”, añade. Cuando la colección empezó a tomar
cuerpo, los clasificó por sectores y los documentó. El siguiente paso fue
comprar un local porque ya no le cabían en casa.
Velasco no solo los almacenaba, sino que estudiaba
el contexto económico y social de los anuncios y su lenguaje, más que su
estética, que le ha interesado menos. Un análisis que ha podido mostrar en
varias exposiciones y en este volumen de 246 páginas. En él llaman la atención
muchos ejemplos, como el de la marca Potasa de Suria, de los años veinte, en el
que un campesino de brazos musculosos, con un pueblo castellano de fondo, siega
con el siguiente mensaje nacionalista: “A campo español, abono español”.
O el del Centro Industrial de Vizcaya que, en su
campaña de prevención de accidentes en el trabajo, muestra a un trabajador
agarrado a una viga de acero para no caer al vacío mientras una araña, que
cuelga de su telaraña, le dice: “Tú no puedes quedarte como yo, si no tienes el
cinturón de seguridad”. Los hay que incluso dan un poco de miedo, como el
del medicamento
Iodophoscal, para paliar
la falta de yodo en los niños. En la escena, dos niños de espaldas, raquíticos,
salen de una gruta oscura hacia la luz, en la que aparece dibujado un niño de
cara gordita, bien alimentado.
En esta andadura, Velasco ha compartido su hobby con
su hijo, Roi Velasco, y su nuera, Ángela Suau, que le ayudan en las tareas de
catalogación y búsqueda de nuevas piezas. Tienen una web (laretrografia.es), en la que hay documentados unos 7.000, con su
fecha de creación, autor, características… y a través de la que venden carteles
antiguos y gestionan el legado para futuras muestras. Junto a los que Velasco
tiene en el almacén y en su casa (algo más de 7.000), hay otros 1.100 que
guarda la UNED, la universidad en la que dio clases, y casi 500 en el Museo de
Artes Decorativas. En cuanto al tamaño, “los más grandes son de 100 por 70
centímetros, desde ahí para abajo pueden llegar a ser como un folio”.
¿Cuánto cuesta un cartel? “Desde 30 euros a
10.000... dependiendo de su antigüedad, del autor, de si hay muchos
ejemplares…”. Velasco recuerda un caso gratificante: “Cuando vendí uno en el
extranjero por 2.500 euros y me había costado 10”. También se ha llevado algún
chasco: “Pagar 200 euros por uno y al poco tiempo te enteras de que había un
lote con muchas copias. Así que valía cinco euros”.
Para Velasco, “la etapa más brillante del
cartelismo español fue durante la Segunda República y la Guerra Civil, en la
que el bando republicano tenía a la mayoría de ilustradores”. Rafael de
Penagos, Ramón Casas, Josep Bardasano, Federico Ribas, Carlos Sáenz de Tejada o
el húngaro Zsolt, que recaló en España… son algunos de los nombres que destaca,
aunque advierte de que en ocasiones los cartelistas no firmaban sus obras
porque les daba vergüenza, se consideraba un arte muy menor.
Sin embargo, tuvieron mucho tirón popular porque
los carteles eran “el único elemento publicitario grande, bonito y en color”,
apunta. “Tenían que ser imágenes claras, que se entendiesen, y con poco texto,
porque había muchos analfabetos. Mientras que la publicidad en prensa era en
blanco y negro y con mucho texto”. El reinado del cartel acabó con la llegada
de la televisión, sobre todo, cuando esta fue en color.
Este coleccionista lamenta que corren tiempos
complicados para continuar su labor. “En el Rastro hace años había mucho
movimiento, ahora no hay casi nada”. No han sobrevivido tampoco las subastas
que había en Madrid, solo hay una al año en Barcelona. Su hijo y su nuera le
informan de nuevas oportunidades de compra, a través de webs especializadas,
que puedan unirse a joyas como el anuncio del
Cabeza-Lux, que se
publicitaba en los años cincuenta, un invento que consistía en un casco para
los motoristas que se iluminaba inclinando la cabeza. Una manera de evitar
accidentes y, como decía su mensaje, "tomar curvas sin extender la mano”.
En el libro 'Carteles españoles del siglo XX' hay
varias categorías, en función de lo que se anunciaba: comida, bebida, ropa,
vehículos, salud, belleza… que sirven para conocer, por ejemplo, el papel de la
mujer en la sociedad, que ha estudiado Ángela Suau, historiadora: “A principios
del siglo XX, la mujer en los carteles es un florero: muy bien vestida, con
plumas y tocados. A partir de los años veinte se la ve en la cocina, luego pasa
a ser ya dibujada en sujetador o enseñando pierna, siempre como reclamo, sin
tener nada que ver con el producto”. Así sucede con la mujer rubia y sonrosada
que, en una imagen bucólica, entre espigas de trigo, promocionaba la levadura
Cinta Roja. Posterior es el anuncio en el que, también rubia y con vestido
corto, se ve a una mujer en el interior de una botella de la cerveza Cruz
Blanca, con este lema: “Rubia y… transparente”.
https://elpais.com/espana/madrid/2020-11-15/el-hombre-de-los-9000-carteles.html
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