Salud, beneficencia y mutualismo: la colonia
española en la Ciudad de México durante el Porfiriato
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El artículo se acerca a las iniciativas
de salud impulsadas por la colonia española en la capital mexicana durante el
Porfiriato. Primero, se explica la importancia que adquirió la Sociedad de
Beneficencia Española (SBE) durante este periodo. Se ubica la SBE en el
contexto de expansión y profesionalización de los servicios médicos por el
Estado, y la red de relaciones sociales, políticas y económicas entre los
individuos prominentes de la colonia y el gobierno de Porfirio Díaz.
Posteriormente, se indaga en las insatisfacciones que generó la SBE, que dio lugar
a la fundación de un efímero proyecto de características mutuales,
protagonizado por dependientes de comercio españoles: la Quinta de Salud.
El objetivo de este artículo es realizar un
acercamiento a las iniciativas, los proyectos y las instituciones de salud de
la colonia española residente en la Ciudad de México que existieron durante el
periodo del Porfiriato (1876-1911): la Sociedad de Beneficencia Española (en lo
sucesivo, SBE) y la Quinta de Salud. La existencia y duración de ambas
instituciones es profundamente disímil, pues mientras la primera se fundó en
1842 y pervive hasta la actualidad, así como es considerada la principal
asociación en materia de salud dentro de la colonia española en la Ciudad de
México; la segunda existió por un corto periodo de tiempo, tan solo durante
unos pocos meses de 1901. Aunque la función de estas asociaciones era similar,
relacionada con la gestión de las cuestiones de salud para los españoles
residentes en la capital mexicana, la base constitutiva de cada una de ellas
fue diferente, por lo que la intención es comprender la función que
desempeñaron en la sociedad de recepción y problematizar su labor asistencial
en un contexto histórico determinado, tal y como se explicará a continuación.
Las
investigaciones de Alicia Gil Lázaro acerca de la Beneficencia Española en la
Ciudad de México constituyen un importante referente para este estudio. Esta
autora ha analizado la cobertura médico-sanitaria de la SBE, las prácticas
mutualistas, el discurso caritativo y la repatriación asistida de españoles
practicados por esta institución; a partir de las memorias anuales de la
asociación, fundamentalmente (Gil Lázaro, 2015, 2014, 2011a, 2011b, 2010a, 2010b,
2008). Además, existen tres estudios monográficos sobre la SBE – muy tempranos
– realizados por descendientes de españoles, que aunque tienen un tono
apologético y un escaso aparato crítico, arrojan datos de interés ( Carreño, 1942 ; Laguarta, 1955 ; Matute, 1966 ).
En el presente artículo se incorpora información relevante hallada en el Archivo
Histórico de la Ciudad, referente a los espacios que ocupaba la SBE antes de
contar con un asilo propio o cuestiones de financiación, documentos que no han
sido considerados en estudios anteriores. También se pone el acento en las
insatisfacciones que generó esta asociación y se presenta el efímero proyecto
de la Quinta de Salud. Pese a su brevedad, esta iniciativa presenta interés
porque proponía un tipo de asociacionismo de base mutual, muy común entre las
colectividades de inmigrantes del Cono Sur americano, pero practicamente
inexistente para el caso mexicano.
La
SBE y la Quinta de Salud representan una ventana a las necesidades y
aspiraciones de la colectividad española residente en la capital mexicana y su
particular configuración como grupo inmigratorio. Los españoles en México,
durante este periodo, eran un grupo caracterizado por una escasa afluencia
numérica, que nunca representó más del 0,2% dentro del conjunto de la
población. Pese a ello, eran el grupo extranjero más numeroso, seguido de guatemaltecos
y estadounidenses, cuya presencia dentro de la inmigración extranjera en México
era aún menor.1 Así,
en 1877 había 6.400 peninsulares en toda la República, que llegaron a ser casi
treinta mil en vísperas de la Revolución Mexicana (1910), lo que representa un
aumento promedio de setecientos individuos al año ( Lida, 1994 , p.30).
De estos, 40% residían en la Ciudad de México, lo que resultaba en un número de
6.300 individuos para 1900 y casi el doble para la década siguiente ( Gil Lázaro, 2015 , p.37).
Asimismo, se trata de una inmigración singularizada por su inserción en
sectores económicos que proporcionaban grandes capitales y beneficios, como la
industria, el comercio, la banca o las empresas agrícolas, de las que en muchas
ocasiones eran propietarios. Sin embargo, el grueso de la población se dedicaba
al comercio, en calidad de dependientes, sector en el que era común
experimentar un ascenso socioeconómico a lo largo de los años de trabajo
( Pérez Herrero,
1981 ; Jarquín, 1981 ).
Todo lo anterior ha merecido que la inmigración española en México haya sido
calificada como “privilegiada” ( Lida, 1994 ).
Muchos de los individuos pertenecientes al primer grupo se asociaban en el
Casino Español, lugar en el que fortalecían sus lazos económicos mediante el
contacto con otros grandes hombres de negocios y donde llevaban a cabo una
sociabilidad restringida con otros miembros de su mismo nivel socioeconómico,
lo que aumentaba su reconocimiento como miembros de la élite ( Herrera Lasso,
1998 ; Gutiérrez
Hernández, 2004 ). Por último, a los grandes comerciantes y
dependientes de comercio se sumaban, en menor número, aquellos españoles
dedicados a otras actividades laborales, así como los que se ubicaban en un
escalafón social más bajo, quienes se encontraban desempleados, contaban con
una escasez de recursos o estaban en situación de indigencia.
La
SBE estaba administrada por el sector mejor posicionado de la colectividad, con
el objetivo de atender a los menos afortunados, por lo que fue la respuesta
“dada por los primeros” ante los desequilíbrios generados por el propio
fenómeno migratorio ( Llordén
Miñambres, 1995 , p.152). Por su parte, la Quinta de Salud
fue una propuesta derivada de los dependientes de comercio de origen español,
quienes a fines del siglo XIX cuestionaron el funcionamiento asociativo de la
colectividad, basado en el control de las instituciones de la colonia por los
españoles más acaudalados los cuales se vinculaban con el gobierno mexicano por
medio de relaciones políticas y personales. Aunque la Quinta de Salud tuvo una duración
muy corta y un impacto bastante limitado en la práctica, resulta interesante
prestar atención al proyecto, pues es representativa no solo de los retos que
enfrento La Beneficencia, sino también de sus carencias.
Cada
una de las instituciones anteriores tenía un periódico (o varios) que, aunque
de manera informal, actuaba de facto como
su vocero. Así, la SBE contó, entre 1873 y 1914, con las siguientes
publicaciones: La Iberia (1867-1876), La Colonia Española (1873-1879),2El Centinela Español (1879-1883), La Voz de España (1879-1888), El Pabellón Español (1883-1890) y El Correo Español (1890-1914). Por su
parte, La Nación Española (1900-1901)
actuó como portavoz de la Quinta de Salud. La asociación de estas instituciones
con órganos de prensa resultaba fundamental, ya que estos periódicos publicaban
información acerca de la celebración de reuniones y juntas entre los socios.
Sobre La Nación Española , cabe
destacar que fue una publicación que, en el contexto posterior a la pérdida de
Cuba para España (1898), impulsó nuevas propuestas de organización asociativa
para la comunidad española, en clara oposición al grupo reunido en torno
a El Correo Español , vocero del
Casino Español y la élite de la colectividad ( Granados García,
2000 ,
p.417). En esta coyuntura surgió la Quinta de Salud, de alcance muy restringido
pero a la que es importante prestar atención como muestra de las actividades
que se promovieron. La única información que hasta el momento se ha encontrado
sobre la Quinta de Salud se encuentra en las páginas de La Nación Española.
La
“caridad”, la “beneficencia”, la “filantropia” y la “asistencia” son términos
con los que se refirió la labor realizada por la SBE, algunos de los cuales
fueron posteriormente cuestionados por los individuos que impulsaron la Quinta
de Salud. Además, fueron característicos de los debates ideológicos y las prácticas
sociales de la época, por lo que una breve atención a su significado resulta
pertinente. La “caridad” se relaciona con la idea de limosna a los pobres, que
se llevaba a efecto de manera indiscriminada por parte de particulares y que en
la mentalidad cristiana permitía salvar el alma del donante. La “beneficencia”
se inspira en la caridad cristiana, pero implica una modernización respecto a
la manera en que se considera la atención a los más desfavorecidos – pobres y
enfermos –, pues supone la concentración de la ayuda en una institución, como
parte de un plan para racionalizar las labores de asistencia. Así, la
“beneficencia” formaba parte de un proyecto para favorecer al conjunto de la
sociedad. En relación con el proyecto institucional, los individuos que se
encontraban al frente se caracterizaban por su labor “filantrópica”, pues en
teoría buscaban resolver la cuestión de la pobreza y la enfermedad sin obtener
réditos a cambio. Por último, la labor “asistencial” era la que se realizaba
dentro de estas asociaciones de “beneficencia”, las cuales incluían una amplia
gama de actividades que variaban según la institución ( Arrom, 2011 ,
p.80).
La salud durante
el Porfiriato
La
SBE fue fundada en 1842 por el cónsul español Francisco Preto y Neto, con la
intención de socorrer a los españoles pobres y enfermos, enterrar los cadáveres
de personas de escasos recursos y ayudar a los inmigrantes españoles a
encontrar un trabajo en la capital del país ( Matute, 1966 ,
p.13). No obstante, como indica Gil Lázaro, no fue hasta las décadas de 1870 y
1880 que puede considerarse una agrupación económica y socialmente poderosa,
momento en que consolidó sus estatutos, creó el primer asilo-hospital para la
colectividad española y se dotó de una fuente de financiación privilegiada: la
Junta Española de Covadonga, cuyo fin principal era conseguir recursos para
sufragar los gastos de la SBE ( Gil Lázaro, 2015 ,
p.135). Además, en 1901 la SBE obtuvo el reconocimiento de personalidad
jurídica, lo que situó a la asociación y sus dirigentes bajo la mirada del
Estado y permitió la consolidación de vínculos políticos e institucionales, que
ya existían en el ámbito económico y financiero, entre la cúpula dirigente de
la colonia española y el gobierno de Porfirio Díaz.3 Así,
el Porfiriato fue la época de consolidación de la labor asistencial de los
españoles en México.
Lo
anterior no debe obviar la preeminencia que durante este periodo adquirió el
discurso sobre la salud pública en México, como consecuencia de la gradual
centralización, profesionalización y expansión de los servicios médicos. Esto
se debía al objetivo de Díaz de implementar políticas que llevaran al país por
la senda de la civilización y el progreso, con el objetivo de insertar a México
en el concierto de las naciones “modernas” ( Carrillo, 2002 ).
La introducción de medidas sanitarias, en particular en el área urbana,
resultaba fundamental para la imagen de una ciudad moderna, por lo que
higienistas, médicos e instituciones de salud adquirieron en esta época un
impulso sin precedentes por parte del Estado (Soto Laveaga, Agostoni, 2011,
p.563; Agostoni,
2003 ). Además, en el proceso de pacificación del país
que caracterizó al régimen de Díaz, la labor de la beneficencia era un
mecanismo útil para conseguir el equilibrio social, pues apelaba a la utilización
de recursos para aliviar la miseria y la enfermedad ( Padilla Arroyo,
2004 ,
p.151). Así, la expansión de la SBE corrió de manera paralela al
fortalecimiento de la Beneficencia Pública en México, que durante este periodo
experimentó un progresivo proceso de federalización (Lorenzo Río, 2017). Por
último, es importante asociar la pacificación de México con el deseo de abrir
el país a las inversiones y fomentar la expansión capitalista, donde
participaron de manera muy activa los individuos mejor posicionados de la
colectividad española. Finalmente, este periodo de bonanza económica dio lugar
a un aumento de la inmigración española. Así, modernización, pacificación,
expansión de los servicios médicos, desarrollo capitalista y aumento de la
emigración repercutieron de manera favorable en el crecimiento de la SBE.
La Sociedad
de Beneficencia Española: la Casa de Salud y Asilo
La
SBE responde al modelo asistencial inspirado en la caridad cristiana pero
promovido por particulares sin relación institucional directa con la Iglesia
católica. No obstante, las enfermeras que atendieron la SBE fueron, en un
primer momento, las Hermanas de la Caridad – hasta su expulsión de México en 1873
– y luego las religiosas josefinas, que renunciaron en 1901 como consecuencia
de una serie de quejas por parte de personas que no estaban conformes con sus
servicios. Esto dio lugar a la propuesta para traer de España a las Hermanitas
de los Pobres, para que a partir de entonces se ocupasen de la Casa de Salud y
Asilo (Vieyra, 2010, p.475; Laguarta, 1955 ,
p.292). Lo anterior refleja que el asistencialismo liberal, del cual es
representativa la SBE, estuvo concebido en base a criterios tradicionales de
atención a pobres y enfermos. En este sentido, Esteban de Vega sostiene que los
poderes públicos y las iniciativas individuales se limitaron a controlar la
desaparición del aparato asistencial del antiguo régimen y sustituirlo por
otras iniciativas benéficas, por lo que no es sorprendente la presencia de las
religiosas como enfermeras (Esteban de Vega, 1992, p.124-125). Este modelo de
beneficencia privada, destinado a la atención de pobres y enfermos, convivió
con la beneficencia pública, a partir de la Ley de Secularización de Hospitales
y Establecimientos de Beneficencia (1861), de perfil liberal. En lo sucesivo,
los establecimientos de atención a pobres y enfermos patrocinados por la
Iglesia católica serían administrados por la Federación ( Padilla Arroyo,
2004 ,
p.128-132).4 De
hecho, la secularización de la asistencia nunca supuso el monopolio de la misma
por parte del Estado, pues la carencia tanto de recursos – y, en ocasiones, de
voluntad política – para crear una red de protección social a huérfanos,
ancianos o enfermos, permitió un amplio margen de acción para la iniciativa
privada ( Esteban de Vega,
1992 ,
p.132).
En
este contexto, los filántropos españoles que dirigían la SBE dotaron a la
colectividad de este origen de un espacio propio para la atención médica y
hospitalaria: la Casa de Salud y Asilo, que actuaba de manera paralela a las
iniciativas estatales. Lo anterior permitía ubicar a la institución y a sus
dirigentes en un sistema de relaciones dentro de la sociedad que les aseguraba
un lugar de privilegio y reconocimiento social, debido a la creciente
importancia de los proyectos en torno a la salud. El ejercicio de la caridad
privada, junto con la administración de la asistencia pública, se convirtieron
en piezas centrales a la hora de definir la identidad de los círculos afines a
Porfirio Díaz. Así, los actos institucionales de caridad privada estaban
relacionados con la construcción y consolidación de una identidad cívica, por
parte de las clases políticas y sociales leales a Díaz. Esto es lo que ha dado
lugar al término de “benevolencia conspicua”, acuñado por Ann S. Blum (2001 ,
p.31) para hacer referencia a las iniciativas benéficas privadas por parte de
individuos que querían consolidar sus relaciones con el gobierno porfiriano.5 Desde
1901 la SBE se atuvo a los lineamientos establecidos en la Ley de Beneficencia
Privada para el Distrito y Territorios Federales (1899), obteniendo el
reconocimiento de personalidad jurídica y abriendo la sociedad a la eventual
vigilancia del Estado mexicano (Ley..., 6 nov. 1899, p.2-6).6 Además,
se reglamentó la posibilidad de recibir donativos y beneficiarse de exenciones
fiscales que, en el caso de la SBE, resultaron en la liberación de impuestos
para el Panteón Español.7
Como
indica Gil Lázaro, antes de la adquisición de un local propio, la SBE había
rentado diferentes espacios y pagado una cuota por el cuidado de sus enfermos
en distintos hospitales de la Ciudad de México (Gil Lázaro, 2015, p.298). A
partir de 1860, por medio de un acuerdo con el Ayuntamiento, arrendaba una sala
con seis camas en el Hospital de San Pablo – denominado Hospital Juárez desde
1872 –, en la que se alojaban tanto los españoles enfermos como aquellos recién
llegados a México sin familia con la que alojarse ni medios para subsistir, de
tal manera que la habitación fungía también como “hotel de inmigrantes”. El
Hospital estaba atendido por varios médicos y por las Hermanas de la Caridad.
No obstante, la sala de españoles contaba con médicos pagados por la propia
SBE, lo que aunque en principio contravenía el acuerdo establecido con el
Ayuntamiento se llevaba a cabo con total normalidad (La Sociedad..., 1870,
p.5-6). A partir de 1870 se hizo evidente la necesidad de aumentar el espacio
para alojar a los pacientes, así como de establecer una separación entre los
enfermos comunes y aquellos febricitantes o con enfermedades contagiosas; y de
estos con los asilados.8 Por
ello, la SBE solicitó la mudanza a un local contiguo a la sala que en ese
momento ocupaban, dentro del mismo hospital, con el objetivo de satisfacer las
comodidades y condiciones higiénicas y de salud antes mencionadas. Además, con
esta mejora, la asociación española planeaba aumentar el número de socios de la
Beneficencia, lo que previsiblemente traería un incremento en el número de
pacientes, que en los últimos años se había reducido debido a la “falta de un
establecimiento que responda convenientemente las exigencias de la misma” (La
Sociedad..., 1870, p.2).
El
traslado de la sala de los españoles dentro del Hospital de San Pablo se
verificó a lo largo del año siguiente (1871) y las obras necesarias para
cumplir con los requisitos previos fueron sufragadas por el propio
Ayuntamiento.9 Las
condiciones establecidas por la SBE para la nueva sala se plasmaron en un
plano, encargado al arquitecto don Lorenzo Hidalgo por la propia SBE (La
Sociedad..., 1870, p.3), en el cual se establecía por primera vez la separación
entre los enfermos contagiosos – quienes contaban con una habitación propia – y
los enfermos comunes. No obstante, ambos tipos de pacientes compartían un mismo
baño, mientras que el acceso a la sala de los aquejados con enfermedades
infecciosas podía realizarse tan solo mediante la sala general de enfermos.
Estos datos muestran tanto la incorporación de los nuevos saberes médicos del
periodo como sus limitaciones, reflejadas en la manera en que se implementaron
estos nuevos conocimientos. De manera adicional, se construyó una zona de
tránsito para aislar completamente a los enfermos de los asilados, quienes
contaban con un comedor propio. Por último, cabe destacar que aunque la SBE
solicitó la creación de un acceso independiente del resto del hospital,
exclusivo para la atención de los españoles, este no llegaría a concretarse porque
el ayuntamiento no lo aprobó (La Sociedad..., 1870, p.24). A excepción de este
último aspecto, las obras se ejecutaron tal y como había dispuesto Lorenzo
Hidalgo, siguiendo las instrucciones de la SBE. No obstante, en 1874 la
atención a los españoles enfermos se trasladó al Hospital de San Cosme,
aludiendo a los deseos de “mejorar las condiciones de temperatura” (Mayora
Martín..., 1874a, 1874b), lugar en el que la SBE se mantendría también a lo
largo del año siguiente. Así, entre 1860 y 1875, la SBE se encontraba inserta
dentro del sistema público de hospitales, en lo que se refiere a la
infraestructura; pero administrada de manera privada, como hemos visto.
Como
indica Gil Lázaro (2015 ,
p.160), en 1876 la SBE compró un edificio en el n.17 de la calle Niño Perdido –
cuartel VI, actual Eje Central Lázaro Cárdenas, entre avenida Dr. Río de la
Loza y Dr. Lavista –, que hasta 1932, cuando se construyó el actual Sanatorio
Español, sería la Casa de Salud y Asilo de los españoles en la Ciudad de
México, el primer hospital propio con que contó la colectividad de este origen.10 La
ubicación del asilo-hospital fue calculada en base a los criterios urbanísticos
de la época “debido a que suposición en el extremo sur de la ciudad le libra de
la fuerza y peligro de los vientos reinantes en la capital, y merced también a
varios hornos de fábricas que hay por aquel rumbo, y que coadyuvan a purificar
la atmósfera”. Además, la Casa de Salud contaba con un pozo de agua potable,
“un hermoso estanque” y “tomando en cuenta los modernos adelantos de la
higiene, además de los baños habituales que se construyen, se establecen
regaderas y duchas en que se puede disponer de agua caliente” ( Carreño, 1942 ,
p.175, 192). La comprensión de estas características como las ideales para la
salud e higiene pública se relaciona con estudios contemporáneos que
coadyuvaron a la circulación de nuevos saberes médicos. Entre estos destaca el
del doctor Domingo Orvañanos Orvañanos (1889), quien en su Ensayo de geografía médica y climatológica establecía
la importancia de conocer las características de los vientos para saber sus
efectos en el cuerpo humano o el nivel de calidad del agua para el mejoramiento
de la salud, entre otras cuestiones.
La
Casa de Salud del Niño Perdido fue aumentando sus instalaciones conforme las
necesidades lo iban requiriendo, es decir, a medida que la demanda de atención
de enfermos se incrementaba cada vez más (en relación directa con el aumento de
españoles que llegaban a la ciudad), y de acuerdo a un plan no racional. Así,
un año después de la adquisición del primer local se compró un corral adyacente
al sanatorio; en 1890 se compró una casa en la Calzada del Campo Florido, que
lindaba por el este con los inmuebles anteriores; en 1898 y 1899 se compraron
otras dos casas que limitaban por el sur con las edificaciones anteriores;11 en
1906 se compró una fracción más de la misma Calzada. Finalmente, todo el
complejo del Hospital Español sería completado en 1918. El primer local se
compró por un precio de $3.500, a lo que se agregaron las sumas de $700,
$9.000, $3.000, $5.000, $10.000 y $18.000, correspondiente a las respectivas
ampliaciones, arrojando un monto total de $49.200. Lo anterior permite dar una
idea de la desigual evolución del entonces Hospital Español, que se encontraba
en función de la liberación de espacios urbanísticos adyacentes al predio
inicial y merced a las facilidades otorgadas por el Ayuntamiento. En total, las
propiedades anteriores terminaron por ocupar una superficie total de 6.925m2,
de los cuales 1.945m2 correspondían a espacios abiertos y lo
restante era construido.12
Respecto
a cuestiones de tratamientos y enfermedades, la intención inicial fue que el
sistema de curación en la Casa de Salud fuera el homeópata, y así fue
implementado en 1876. No obstante, el año siguiente se comentó en la junta
directiva que el sistema homeopático “no había sido admitido aún por ninguno de
los establecimientos oficiales del mundo”, por lo que se regresó de nuevo al
sistema alopático ( Laguarta, 1955 ,
p.256). Otra característica del nuevo asilo-hospital fue que al momento de su
fundación prohibió la admisión a los enfermos de sífilis – que no obstante
serían incorporados unos años más tarde –, mientras que la asistencia a las
enfermedades crónicas se realizaría solo por un periodo máximo de dos meses, a
excepción de las personas suscritas a la SBE y que se encontraran al corriente
de los pagos a la asociación ( Carreño, 1942 ,
p.155-158, 175). Lo anterior probablemente se debía a lo costoso que resultaba
para la sociedad el tratamiento de estas enfermedades, las cuales implicaban un
largo periodo de convalecencia. Como indica Gil Lázaro, a fines del siglo XIX,
los padecimientos que se trataban en la Casa de Salud eran fundamentalmente los
infecciosos (viruela, sarampión, tifo y erisipela) y las enfermedades venéreas
(entre las que destacaba la sífilis), seguidos de reumatismo, pulmonía,
tuberculosis, enfermedades del aparato digestivo, respiratorias etc. A medida que
avanzó el nuevo siglo, se fueron incorporando en número notable las operaciones
quirúrgicas, la medicina interna y las enfermedades de la piel; así como la
capacidad de la Casa de Salud para atender estos padecimientos (Gil Lázaro,
2011a, 2011b). A partir de 1901 apareció una serie de anuncios en El Correo Español publicitando el
antisifilítico “Oriental Africano” como una vía para atraer a los enfermos de
sífilis a la Casa de Salud de la SBE, lo cual es indicio del gran número de
afectados por esta enfermedad y los réditos que ello podía proporcionar a la
sociedad en términos de aumento de socios (El gran medicamento..., 5 oct.
1901). Todo lo anterior refleja la introducción de tratamientos relacionados
con los avances bacteriológicos de la época, que durante las dos últimas
décadas del siglo XIX comenzaron a consolidarse a nivel internacional.13 Por
último, resulta interesante observar cómo a comienzos del nuevo siglo ya se llamaba
la atención acerca de que “entre las medidas que más urgentemente reclaman
nuestro esfuerzo, figuran... la mejora del asilo permanente para los inválidos...
por los accidentes de trabajo” (Circular, 16 mar. 1901). Lo anterior puede
relacionarse con el perentorio asunto de la “cuestión social”, pues en el
contexto de la rápida urbanización e industrialización de la ciudad, así como
la falta de garantías laborales y la persistencia de las desigualdades
sociales, se temía la emergencia de una clase obrera militante ( Blum, 2001 ,
p.9).
Como
indica Gil Lázaro, la Casa de Salud y Asilo comprendía un espacio para alojar a
los enfermos, otro para las consultas médicas y un albergue para dar cobijo a
los ancianos e indigentes. No obstante, la atención a estos últimos fue
minoritaria y las labores de la Casa de Salud y Asilo se centraron en la
atención a los enfermos. En 1899 el hospital contaba con cincuenta camas, que
en 1909 se ampliaron a ochenta. En términos de afiliación podemos observar la
pujanza de la SBE, que pasó de tener 269 socios en 1843, a cuatrocientos en
1862, 1.044 afiliados en 1887, 3.191 miembros en 1905 y 4.325 cuando acabó el
Porfiriato, en 1910. En la misma época la otra asociación de referencia de la
colectividad, el Casino Español, oscilaba entre los trescientos y setecientos
socios ( Gil Lázaro, 2015 ,
p.127-130). Aunque la SBE se regía por un sistema de cuotas para sus miembros,
el perfil caritativo de la asociación estableció en 1892 que la Casa de Salud
acogería a los españoles enfermos, sin recursos, sin lugar donde alojarse o que
no contasen con medios de subsistencia. No obstante, a lo largo de este
periodo, en ningún caso se atendería a mujeres ni a niños menores de 10 años.
Además, la atención a los socios de la SBE era preferente por encima de los que
no lo eran ( Gil Lázaro, 2015 ,
p.163-173). Según Lilia Vieyra (2010, p.486), a los enfermos pobres se les
atendía en horarios diferentes y en salas separadas. Lo anterior muestra el
interes por parte de los dirigentes de la asociación en crear una asociación de
perfil paternalista, con relaciones de poder y lineamientos jerárquicos en base
a la nacionalidad (atención únicamente a españoles, al contrario del
funcionamiento de otras asociaciones, como la francesa),14 la
clase (atención privilegiada a los socios y segregación de los enfermos pobres,
al tiempo que se planteaba la obligación de que los más favorecidos
económicamente auxiliasen a los más necesitados, apelando a la caridad), el
género (los hombres como merecedores exclusivos de la atención médica) y la
edad (ausencia total de atención a la infancia).
Como
muestra Gil Lázaro (2015 ,
p.176-185), la financiación de la SBE procedía de fuentes muy diversas: las
suscripciones de los socios, la Casa de Salud, el Panteón, donativos, cesiones,
así como los rendimientos que generase la propia institución; aunque la mayor
parte provenía de los tres primeros rubros, lo cual constituía entre el 70-90%
de la financiación que, por tanto, tenía un origen privado. Además de lo
anterior, durante el Porfiriato cabe destacar la celebración de corridas de
toros con el objeto de financiar las actividades de la Casa de Salud y Asilo.
Con este fin, en diversas ocasiones se solicitó al Ayuntamiento que eximiera a
la SBE del pago del impuesto del 15% que aplicaba para todos los eventos
relacionados con diversiones públicas, entre los que se encontraban los toros.
No obstante, la respuesta del Ayuntamiento siempre fue que no resultaba posible
satisfacer la petición, ya que este impuesto estaba destinado a financiar las
obras del desagüe del valle de México y emprender la labor de saneamiento de la
ciudad (Benito..., 1887). A partir de 1895, la SBE ideó un mecanismo
administrativo donde jugaba un importante papel el elemento discursivo. Así,
trás exponer lo costoso que resultaba para la sociedad el pago del impuesto
mencionado, pero manifestando que comprendían la necesidad de cumplir con este,
los presidentes y secretarios de la SBE solicitaban al Ayuntamiento que a
cambio fijase una contribución para la corrida de toros “equivalente al término
medio del producto que haya obtenido el Ayuntamiento en las últimas dos
corridas de toros”, para “aliviar los dolores de sus semejantes” (Quintín
Gutiérrez..., 1895). En la práctica, la contribución del Ayuntamiento a la SBE
suponía el equivalente a la reducción del 34% del total del impuesto municipal.15 Lo
anterior muestra otro de los mecanismos de financiación de la SBE, que por este
medio se allegaba recursos públicos, que eran destinados a fines privados.
Asimismo, la SBE solicitó al Ayuntamiento en diversas ocasiones que se le
eximiera del pago de otros impuestos – derivados de la necesidad de hacer
reformas, ocupar la vía pública con material de construcción o la exención de
impuestos municipales de aguas, pavimentos y atarjeas –, alegando el “objeto a
que se dedica dicha finca, objeto que siempre ha encontrado el más poderoso
auxilio en las autoridades” (El Presidente..., 1891; Miguel Díaz..., 1899;
Peláez..., 1890).16 Gil
Lázaro, muestra que los gastos de perfil más caritativo fueron menores en el
cómputo total de la SBE – no se destinaba más de un 10% de los gastos a este
rubro17 –,
pero tenían un enorme peso simbólico. Esto se encontraba relacionado con el
proyecto de caridad cristiana sobre el que descansaba la sociedad, el cual se
manifestaba sobre todo a través de la vía discursiva y constituía el sostén
ideológico para el mantenimiento del status social de los directivos de la
asociación. Los componentes discursivos centrales oscilaban entre la apelación
a la virtud cristiana y el patriotismo español, por lo que el interés en
proteger a los españoles por parte de los más pudientes, lo cual se planteaba
en términos de solidaridad y obligación, se expresaría mediante la atención a
los enfermos y el apoyo a quienes no tuvieran recursos (Gil Lázaro, 2011b,
p.101, 2015, p.185-191). Todo lo anterior muestra que la SBE era un proyecto
comunitario para fomentar la unidad del grupo de españoles, sobre una base
jerárquica.18
La Nación Española : el Centro
de Dependientes y la Quinta de Salud
Para
que este artículo no acabe por reflejar una visión triunfalista y laudatoria de
la SBE, resulta necesario indagar en las insatisfacciones que generó y las
aspiraciones de los inmigrantes que finalmente no logró cumplir,
fundamentalmente la de aquellos que trabajaban en actividades comerciales.19 La
experiencia de la guerra de Cuba (1895-1898) dio lugar a que en los años
posteriores al final del conflicto se produjese un gran enfrentamiento dentro
de la colonia y un fuerte cuestionamiento de las bases identitarias de los
españoles y los fundamentos sobre los que se asentaba la experiencia
asociativa.20 En
este contexto se fundó el periódico La Nación
Española (1900-1901). Esta publicación estaba vinculada a una
iniciativa para renovar la organización de la colonia española en la Ciudad de
México en torno a un proyecto que situaba como protagonistas a los dependientes
de comercio;21 en
oposición al sector mejor posicionado desde el punto de vista socioeconómico –
propietarios, capitalistas, industriales y banqueros, fundamentalmente –, que
ostentaban la dirigencia del Casino Español, la Cámara Española de Comercio22 y
la SBE.
La Nación Española representa
una ventana a las insatisfacciones de los españoles en México, sobre todo en lo
que respecta a su relación con las instituciones de la colonia que se arrogaban
la representación de este colectivo de inmigrantes. En lo que se refiere a la
SBE, esta publicación buscó divulgación y legitimidad mediante la publicación
de las experiencias sufridas por los españoles atendidos en la Casa de Salud y
Asilo. Lo anterior reviste una particular importancia, pues se trata de la
única fuente documental existente acerca de la visión que algunos pacientes
tenían del hospital de la colonia, sobre todo aquellos que – por diversas
razones – se encontraban más descontentos con la atención brindada.
Evidentemente, por los intereses del periódico, no se recogieron las opiniones
favorables a la institución benéfica; las cuales, por otro lado, eran las que
solían circular en los periódicos hegemónicos de la colonia, como en ese
entonces era El Correo Español .
Así, en su primer número, el periódico informaba de la inhospitalidad que
sufrían los españoles en México, pero “no de México, que es muy hospitalaria,
sino de muchos españoles que no acogen con hospitalidad a muchos españoles”
(Inhospitalidad, 1 sep. 1900). Desde entonces las quejas hacia la SBE y su Casa
de Salud proliferaron en el nuevo periódico. A continuación se copian las más
representativas:
el
día último de octubre fue atacado por la pulmonía un socio de la Beneficencia
... acudió a la Beneficencia, en demanda de asilo, pero era día de fiesta ...
volvió al siguiente día, y como era fiesta también, las oficinas no estaban
abiertas. El pobre enfermo volvió al tercer dia... y a las pocas horas de
ingresar al ‘benéfico’ establecimiento, entregó su alma á Dios. ... ¿Qué
importa que se muera un enfermo por falta de oportuno auxilio, si en cambio se
emplean dos días en ‘cumplir’ con la Iglesia? (Beneficencia..., 20 nov. 1900;
énfasis adicional).
La
Beneficencia Española de México, no sabemos si será española, pero nos consta
que no es Beneficencia... Si en nuestras manos estuviera, el palacio de la
calle del Niño Perdido, llenaría su misión debidamente (Chismes..., 30 nov.
1900).
El
día 26 de enero próximo pasado, ingresó a aquella casa nuestro compatriota D.
Jesús Fernández, y el día 26 se le hizo una delicada operación. Las pocas ó
ningunas atenciones que con él se tuvieron después, hizo que el paciente
reclamara. ... El día que lo hizo... fue arrojado á la calle á petición de la
superiora y de los practicantes (¡Oh, la Beneficencia!, 2 feb. 1901).
para
formar las Juntas Directivas siempre se echa mano, no de los más capaces, antes
bien, de los más ricos, como si la plata aumentara las circunvoluciones
cerebrales, ... lo que da por resultado que ... las quejas se pierdan en el
vacío (La Beneficencia..., 16 mayo 1901).
El
contenido de las quejas se orienta hacia los siguientes aspectos: escasa
calidad de la atención médica, en oposición a un fuerte discurso caritativo;
ineficacia de la atención a los pobres y enfermos más necesitados, frente a la
ostentación económica de sus dirigentes y pésima administración de la institución,
en detrimento de los pacientes. En suma, el descontento recogido en estas
líneas trataba de cuestionar la supuesta “caridad” y “filantropía” practicadas
por la pretendida “Beneficencia” Española en sus labores “asistenciales”.
Como
afirma Gil Lázaro (2015 ,
p.185), lo anterior hacía referencia a las bases fuertemente jerárquicas sobre
las que se había organizado el sistema asistencial de la SBE que, al estar en
manos de los miembros de la cúspide del poder económico, impusieron unas reglas
de funcionamiento que situaban a los enfermos en una posición de absoluta
subordinación, basada en la idea de que sobre ellos se ejercía una acción
generosa y caritativa. Además, La Nación Española opinaba
que “la llamada Beneficencia... no es sino Sociedad de socorros mutuos” (¿Con
qué derecho?, 28 dic. 1900), lo que en realidad aludía al hecho de que la
principal fuente de financiación provenía de las cuotas de los miembros y, en
consecuencia, eran ellos los privilegiados en la asistencia. De este modo, el
entramado caritativo se encontraba en conjunción con una organización más bien
mutual (Gil Lázaro, 2011b, p.101).
La
exposición pública del descontento anterior propició que el equipo directivo
de La Nación Española impulsara la
fundación del Centro de Dependientes del Comercio, una nueva asociación formada
por jóvenes españoles asalariados en diferentes ramos del comercio. La mayoría
trabajaba en tiendas de abarrotes, pero era notable también su presencia en las
cantinas, panaderías, tiendas de ropa y casas de empeño, que en muchas
ocasiones eran propiedad de otros españoles. El objetivo del centro era
proporcionar a los dependientes un lugar de sociabilidad propio y destinar un
espacio para la formación en estudios del ámbito mercantil (Un paso..., 15 sep.
1900). Además, entre los objetivos prioritarios estaba la creación de una
Quinta de Salud. Con estos fines se aprobaron los estatutos de la nueva
asociación y, en lo que respecta a la salud, se organizó una comisión de
beneficencia: “el único requisito será la exhibición de los recibos expedidos
por la Junta, al corriente. Se nombrará una Comisión Vigiladora de Enfermos,
que se encargará de cuidar que todo socio enfermo sea medicinado y auxiliado
con escrupulosidad” (Centro..., 22 sep. 1900). Además, los estatutos incluían
los siguientes artículos:
Art.
52. La Comisión de Beneficencia tiene por objeto proporcionar los medios de
curación de los asociados, los cuales no podrán hacer uso de este derecho sino
después de dos meses de haberse inscrito.
Art.
54... II. Inspeccionar y resolver cuanto se relacione con la asistencia sanitaria...
IV. Visitar a los enfermos y cuidar se les atienda con el esmero que marca el
Reglamento (Estatutos..., 17 dic. 1900, p.30).
Aunque
la Quinta de Salud del Centro de Dependientes no comenzó a funcionar hasta
febrero de 1901, se coordinaron esfuerzos desde noviembre de 1900 para que los
socios pudieran ser atendidos. El doctor Juan Antiga y Escobar, cirujano y médico
homeópata, ofrecía atención gratuita en su consulta a todo aquel que demostrase
la pertenencia al Centro de Dependientes (Centro..., 7 nov. 1900). A partir de
diciembre, el Centro – ubicado en la calle de Santa Clara, cuartel III (actual
calle Tacuba, entre Bolívar e Isabel la Católica) –, contó con un consultorio
médico donde cuatro doctores atendían de manera gratuita a los socios – un
número de más de 1.600 asociados (Un salvaje..., 22 feb. 1901) –, en consulta
diaria de 3 a 7 de la tarde (Centro..., 5 dic. 1900; Memoria..., 7 nov. 1900).
En febrero de 1901 se inauguró al fin la Quinta de Salud, un local destinado
exclusivamente a la atención sanitaria, y se convocaron plazas de practicantes
y enfermeros (Centro..., 10 ene. 1901). Su director, el doctor Ricardo Marín –
cirujano y especialista en ginecología, pediatría y cardiologia –, era redactor
jefe del Boletín de Higiene, órgano
oficial del Consejo Superior de Salubridad (Gacetilla, 28 feb. 1901).
La
Quinta de Salud revierte interés por constituir la única experiencia conocida
hasta el momento de organización mutual de los españoles en la Ciudad de
México.23 Se
trata, además, de una sociedad donde pese a la importancia del elemento de
identidad nacional, prevalecía la identidad de oficio: “De cerebros españoles
surgió la idea y español será el mayor contingente que aporte a la obra, pero
es necesario el concurso de todos, y muy especialmente el de muchos empleados mexicanos,
hoy dedicados al comercio, y confundidos con nuestros compatriotas” (Centro...,
12 sep. 1900).
No
obstante, la Quinta de Salud nunca llegó a ser un proyecto de salud
consolidado. A partir de mayo de ese mismo año, diversos artículos
periodísticos dan cuenta de los pleitos que suscitó la fundación del Centro de
Dependientes y la Quinta de Salud, entre los impulsores de estas iniciativas y
los individuos acaudalados de la colonia. Esto se debía al miedo de que el
nuevo proyecto provocase una baja notable en el número de afiliados a la SBE,
pues los dependientes de comercio constituían, como se ha comentado, la mayor
parte de los españoles residentes en la capital mexicana. Lo anterior desembocó
en la cooptación del Centro de Dependientes y la Quinta de Salud por el
elemento pudiente de la colonia, por medio de maniobras de infiltración dentro
de la directiva de la sociedad.24 Poco
antes del cierre de La Nación Española, sus
redactores se lamentaban de que
en
el mes de febrero se inauguró oficialmente la Quinta de Salud con muy modesto
lunch. Y el domingo pasado nos viene la Directiva con nueva y pomposa
inauguración oficial ... y andan ahora como dos novios el Centro y El Correo Español ... La mamarrachada de enumerar las
salas de enfermos con los nombres de unas cuantas virtuosas señoritas, no
compensa (El diablo..., 24 mayo 1901).
A
partir de este momento fueron notables las mejoras materiales advertidas en la
Quinta de Salud que pronto tuvo un nuevo y lujoso recinto para alojar a los
pacientes ubicado en la antigua residencia del General Juan B. Caamaño. El
nuevo hospital contaba con treinta camas distribuidas en seis habitaciones, de
las cuales una de ellas estaba destinada al tratamiento de enfermedades
contagiosas. Asimismo existía una sala de operaciones. El doctor Ricardo Marín
seguía siendo el director, mientras que el gerente era Arturo Marín, su hijo. A
ellos se sumaban los médicos doctor Ángel J. Nieto y doctor Juan Antiga y
Escobar. La revista El Mundo Ilustrado no
dudó en publicar un breve reportaje al respecto, en el que incluyó sendas
imágenes de la nueva Quinta de Salud, en la cual pueden observarse el lujo
tanto exterior como interior del nuevo espacio destinado a la atención de
enfermos (La Quinta..., 26 mayo 1901). No obstante lo anterior, no se ha
encontrado más información con posterioridad al mes de junio de 1901. Es muy
probable que el espacio desapareciese y fuese destinado a otros fines y que los
españoles enfermos volviesen a ser atendidos en exclusiva en la Casa de Salud
de la SBE.
Los
servicios ofrecidos por la Quinta de Salud habían tenido la intención de
alejarse de las políticas caritativas de la SBE y promover un tipo de
organización mutual, pues se enfatizaba que la atención a los enfermos sería
solo para los socios del Centro de Dependientes que hubiesen pagado su cuota
correspondiente. No obstante, hemos observado que en realidad el funcionamiento
de la SBE no se encontraba muy alejado de este tipo de actividad. Tampoco
cabría suponer que la cuota de la SBE fuese superior a la del Centro de
Dependientes, pues este último cobraba $1,50 mensual en 1901 (Centro..., 4 nov.
1900), mientras que la Beneficencia cobraba entre $0,33 y $5,00 en 1863 y en torno
a $2 en 1924,25 de
tal manera que el monto de la suscripción no varió mucho a lo largo del
periodo. Por tanto, más bien cabría pensar que, en el contexto del cuestionamiento
acerca de la adecuada organización asociativa para la colonia española, la
implementación de un espacio destinado a materia de salud resultaba
fundamental.
Para
finalizar, cabría preguntarse cuál fue el impacto que la efímera existencia de
la Quinta de Salud provocó sobre el funcionamiento asociativo de la SBE. Así,
el año 1901 – aquel en que la Quinta fue cooptada por el elemento más pudiente
de la colectividad, justo antes de desaparecer cualquier referencia
hemerográfica o documental sobre ella – coincide con la salida de las
religiosas josefinas de la SBE, debido a las quejas expuestas por varias
personas que se encontraban disconformes con los servicios de las profesas. Ese
mismo año, la SBE se adhirió a los lineamientos de la Ley de Beneficencia Privada.
De lo anterior se podría inferir que la existencia de la Quinta de Salud
fortaleció una discusión intestina acerca del funcionamiento interno de la SBE
que, aunque no era nueva – como se há expuesto en páginas anteriores –,
permitió la consecución de pequeños logros para los pacientes, como se demostró
al forzar la renuncia de las religiosas josefinas debido a quejas de los
internos. Por otro lado, la aparición de una sociedad contestataria – la Quinta
de Salud – probablemente propició que aquellos individuos que se encontraban al
frente de la gestión y administración de la SBE buscaran el respaldo legal de
las autoridades porfirianas. Lo anterior no solo abría la sociedad a la
eventual vigilancia del Estado mexicano y a las exenciones fiscales, sino que
fortalecía el reconocimiento político y social de dicha asociación y de los
rectores de la misma.
Consideraciones
finales
La
Casa de Salud y Asilo de la SBE, administrada por el sector más pudiente de la
colonia española, se fundó en un contexto de crecimiento de las iniciativas de
salud, impulsadas durante el Porfiriato. La Casa de Salud incorporaba los
avances bacteriológicos de la época en materia de enfermedades contagiosas y
venéreas, fundamentalmente, otorgando atención en dichos padecimientos únicamente
a los hombres de origen español y mayores de 10 años. Lo anterior permitía a
los directivos de la SBE adquirir un fuerte reconocimiento social por parte del
grupo nacional al que representaban, así como entablar lazos sociales y
políticos con la élite gubernamental, lo cual les beneficiaba en las
iniciativas empresariales e industriales que estaban desarrollando de manera
paralela en el país. El contexto posterior a 1898 permitió que se cuestionara,
desde adentro, la organización asociativa de la colectividad española en la
Ciudad de México. Lo anterior se materializó en la fundación del Centro de
Dependientes del Comercio, que trató de disputar la legitimidad del sector
mejor posicionado de la colectividad y su aparato institucional. Así, la centralidad
que adquirió el debate en torno a la utilidad o no de la SBE y, en
consecuencia, la necesidad de fundar una Quinta de Salud, muestra la
centralidad de las iniciativas de salud para los individuos que trataban de
arrogarse la dirección de la colectividad, además de la importancia de los
centros de salud a la hora de construir una institución fuerte y poderosa, en
el contexto del Porfiriato.
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NOTAS
1 A este respecto, véase la tesis doctoral de
Delia Salazar Anaya (2007 , p.83), en la que analiza la presencia
extranjera en México e incluye datos sobre el número de extranjeros en México
durante el periodo del Porfiriato.
2 El caso de La Colonia
Española ha sido trabajado de manera detallada por Lilia Vieyra Sánchez (2010 , p.465-489), quien ha estudiado el espacio
que se dedicó a algunas actividades de la SBE, como las reuniones de la
institución, los avisos para exhortar a los miembros a apoyar con donativos,
obras caritativas o la promoción de colectas, aunque no hay una atención
especial a aspectos de salud.
3 Sobre los vínculos económicos y financieros entre
la élite española y el gobierno de Díaz, véase el estudio de Mario Cerutti (1995) , acerca de la importancia del capital y las
propiedades de españoles en el proceso formativo de la sociedad capitalista en
México. Para un estudio pormenorizado acerca del proyecto económico en México
durante el Porfiriato, caracterizado por el desarrollo del libre comercio y la
expansión de las comunicaciones, gracias a las concesiones gubernamentales
otorgadas a empresas privadas o potentados capitalistas, muchos de los cuáles
eran españoles, véase Garner (2003 , p.163-192).
4 No obstante, una visión contraria a la aceptación
acrítica de esta postura es la expresada por Silvia Marina Arrom (2007 , p.446) a partir de su estudio “Las señoras
de la caridad”, que matiza el alcance de la beneficencia pública en la historia
de la asistencia social moderna: “los historiadores de la beneficencia se
creyeron la propaganda liberal de que a partir de 1861, cuando el gobierno
nacionalizó los establecimientos de beneficencia y creó una agencia para
administrarlos, el sistema público suplantó a la Iglesia y a los grupos
filantrópicos privados”.
5 Para ejemplos similares en otros países,
véase Bryce (2015 , p.214, 225).
6 Desde el comienzo del Porfiriato, Díaz había
incentivado la caridad privada y buscó proteger estas iniciativas mediante la
regulación estatal. Esto significaba que la caridad privada no podía actuar sin
la mirada del Estado, lo que fortalecía el poder de este último. Así, el
gobierno ajustó el sistema público de hospitales y otras instituciones
(orfanatos, asilos etc.) en consonancia con la proliferación de fundaciones de
caridad privadas ( Blum, 2001 , p.12).
7 La experiencia asociativa en otros lugares donde
también se crearon asociaciones de beneficencia por parte de comunidades
inmigrantes, como el caso de Buenos Aires, muestra que los subsidios
gubernamentales eran similares al caso mexicano o incluso mayores: financiación
parcial por parte del Estado a estas entidades o recepción de una pequeña
porción de la Lotería Estatal, entre otras cuestiones ( Bryce, 2015 , p.217).
8 En 1870 la SBE pagaba un monto de $0,75 diarios por
paciente alojado en el Hospital, cantidad que no aplicaba para los
exclusivamente asilados, por quienes no se pagaba nada (La Sociedad..., 1870,
p.5-6).
9 El monto total de la obra, adelantado por la SBE,
fue de $2.463. La reforma incluía la construcción de paredes para separar los
diferentes espacios, la creación de nuevos tabiques, así como la construcción
de un techo con cuatro armaduras y la instalación de una cubierta de zinc,
entre otras cuestiones menores.
10 Para consultar la ubicación exacta de la SBE en un
plano contemporáneo, véase Reducción… (1899-1900).
11 Esta ampliación fue posible gracias al proyecto que
en ese momento llevaba a cabo el Ayuntamiento respecto del alineamiento y
ampliación de la Calzada Chica del Campo Florido, para lo cual era necesario
derribar la casa n.16 del Niño Perdido. Como la SBE podía aprovechar una parte
de esta casa – en torno a una tercera parte de lo que ocupaba el edificio antes
de la demolición – sin afectar al alineamiento; la asociación se comprometió al
pago de la mitad de la indemnización que el correspondiente derribo costaría al
Ayuntamiento, y la consiguiente adquisición del terreno (José..., 1899).
12 Una imagen del exterior de la Casa de Salud del
Niño Perdido, así como uno de sus patios interiores, puede verse en Laguarta (1955 , p.163). Los números 5-7 de la revista El Arquitecto estuvieron dedicados al concurso
para el nuevo Sanatorio Español, que finalmente se establecería en 1932. Se
trata de una fuente documental de gran interés, ya que incluye una serie de
antecedentes históricos y datos estadísticos de relevancia para el periodo de
estudio (Sociedad..., ene.-mar. 1924, p.2).
13 Entre 1880-1910 se consolidó la bacteriología a
nivel internacional. Con anterioridad, el contacto de las personas con el medio
ambiente era la explicación predominante acerca del origen de gran parte de las
enfermedades. La consolidación de la bacteriología supuso la atribución de
causas concretas – bacterias y gérmenes – a las enfermedades.
14 La Asociación Francesa, Suiza y Belga comprendía
entre sus funciones la atención en una Casa de Salud a los enfermos pobres de
estas nacionalidades de manera gratuita, y de pago a los de cualquier
nacionalidad ( Torre, 1887 , p.45-46).
15 En uno de los casos, el impuesto pagado por la SBE
al Ayuntamiento fue de $1.424,92, mientras que la contribución del Ayuntamiento
a la SBE fue de $500; en otra ocasión el impuesto pagado por la Beneficencia
fue de $1.575,88, en tanto el Ayuntamiento aportó $600 a la sociedad (Quintín
Gutiérrez..., 1895; Los señores..., 1896).
16 Tan sólo en una ocasión fue denegada la solicitud
de exención del pago del impuesto sobre materiales empleado en la Casa de Salud
de la SBE (José..., 1897).
17 Entre estos se incluían: pensiones, pasajes y
socorros a inmigrantes sin recursos, ayudas en especie, raciones de comida
diaria, entrega gratuita de medicinas a domicilio, enterramiento de los
fallecidos en suma pobreza y asilo a indigentes y ancianos sin recursos, entre
otros.
18 Estrategias discursivas similares pueden observarse
en las colectividades de inmigrantes de diferentes países ( Bryce, 2011 , p.91-100).
19 Moisés Llordén Miñambres (1995 , p.166) afirma respecto de este tipo de
instituciones, aunque no sólo para el caso mexicano sino a nivel continental,
que “pronto se pondrán de manifiesto determinadas insatisfacciones… que no
consiguen cubrir parte de las aspiraciones de algunos inmigrantes,
especialmente de aquellos que trabajan en actividades comerciales o en la
industria artesanal”.
20 Sobre el enfrentamiento entre los españoles con
motivo del final de la guerra de Cuba y la organización de juntas patrióticas,
véase Granados (2000).
21 El comercio era la ocupación a la que se dedicaba
un mayor número de españoles en la Ciudad de México, quienes llegaron a
controlar el 49% del comercio de ultramarinos ( Pérez Herrero, 1981 , p.124-173).
22 Fundada en 1889, la Cámara Española de Comercio fue
creada por el grupo mejor posicionado de la colectividad, bajo la iniciativa y
el patrocinio de la Legación Española en México. No obstante, las primeras
décadas de su existencia tuvo una actividad bastante restringida en la práctica
( Cano Andaluz, 2009 ).
23 Como indica Alejandro Fernández (1992 , p.331-333), en España el mutualismo
descendía de las formas de previsión social del Antiguo Régimen, como las corporaciones
de oficios, y constituyó un intento de paliar la miseria y aislamiento urbano
de quienes, provenientes de un pasado rural en el que predominaban los vínculos
primarios de la familia y el vecindario, se integraban al trabajo de fábrica.
Las sociedades de Socorros Mutuos funcionaban por medio del pago de cuotas
periódicas de sus miembros, que permitían a estos tener una mayor participación
en la gestión de la asociación, sobre todo en comparación con las entidades
caritativas, como la SBE, donde eran mucho más fuertes los mecanismos de
control y dirección externos a la propia clase.
24 El acercamiento entre el Centro de Dependientes y
el Casino Español venía sucediendo desde febrero de ese año, cuando la nueva
Junta Directiva del primero, presidida por Emilio Cuenca, comunicó a La Nación Española su decisión de que
abandonara el local que compartía con esta sociedad. El Centro siguió bajo la
presidencia de Emilio Cuenca a lo largo de 1901 (Centro..., 18 ene. 1901; La
Nación..., 5 feb. 1901).
25 En 1863 la mayoría pagaba entre $0,50-2,00
(Sociedad..., ene.-mar. 1924, p.1-2).
https://www.redalyc.org/journal/3861/386167870006/html/
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