El Catarismo, la religión del amor
Desde
mediados del siglo X, un movimiento religioso se propagó rápidamente por toda
Europa Occidental, hasta ser erradicado por la Iglesia Romana: el catarismo.
El origen del movimiento ha sido discutido por la historiografía, sin
resultados concluyentes, por lo que el debate sigue abierto. Algunos autores lo
consideran una evolución de las formas heréticas orientales, otros lo ven
como un impulso renovador totalmente occidental, surgido de una parte del
clero latino, descontento con la Reforma gregoriana y vinculado a la llegada a
Oriente del bogomilismo.
El movimiento recibió diferentes nombres (búlgaros, publicanos, patarinos,
tejedores, bougres…). El término “cátaro” les fue aplicado por primera
vez hacia el 1163 por el monje renano Eckbert de Schöu, quien en sus discursos
se refiere con dicha palabra a una secta herética surgida en las
ciudades de Bonn y Colonia.
Un
personaje y un hecho histórico resultan relevantes a la hora de analizar los
orígenes del catarismo: Nicetas, obispo bogomilo de Constantinopla (algunas
fuentes lo llaman “papa Nicetas”), y el gran concilio cátaro celebrado en San
Félix de Caramán, al sur de Francia, en 1167 (nos ha llegado un documento que
relata lo sucedido en dicho concilio: la carta de Niquinta, publicada en 1660 por Gillaume
Besse en su “Historia
de los condes, marqueses y duques de Narbona”, si bien, algunos autores dudan de su
autenticidad). Nicetas impuso a su llegada a Lombardía su visión
dualista absoluta, e impartió entre sus seguidores el “Consolamentum”. Posteriormente fue a
Languedoc donde, en presencia de representantes de las diferentes
iglesias cátaras, presidió el concilio de San Félix de Caramán,
confirmó en el cargo a seis obispos cátaros (Robert d’Espernon, obispo francés;
Sicard Cellarier, obispo de Albi; Marcos, obispo de Lombardía;
Bernard Raymond, obispo de Toulouse; Gerald Mercier, obispo de
Carcassona; y Raymond de Casals, obispo de Agen), y renovó los “consolamenta”.
Pese al intento unificador de Nicetas, más que de catarismo, deberíamos hablar
de “catarismos” pues, en su origen, lo encontramos vinculado a grupos como
los Albigenses, los Bogomilos, Paterinos, o los mismos trovadores de la
época. Por otro lado, al menos las comunidades asentadas en Italia, estaban
fragmentadas en seis iglesias locales con obispado propio, no existiendo una
organización diocesana.
Cruz cátara
El dualismo cátaro
Para
comprender la religión cátara creemos necesario tener presente las raíces
gnósticas de la misma, y su dualismo (proclama la existencia de dos
principios antagónicos que actúan en el mundo: el Bien y el Mal).
Zoroastro o Zaratustra, el iniciado que estructuró y dio forma al
mazdeísmo en el Irán de los siglos VI y VII a.C., enseñaba ya a sus alumnos la
existencia de dos dioses, de dos fuerzas opuestas que se enfrentan en el
Universo: el dios del Bien o de la Luz, Ormuz, y el dios del mal o de las
tinieblas, Arriman.
El mazdeísmo enseñaba que el hombre vive en un continuo debate entre estas dos
fuerzas o principios, y que es castigado o recompensado según sus propios
actos. Las enseñanzas de Zoroastro influyeron notablemente en las
religiones posteriores, especialmente en el cristianismo y en el maniqueísmo.
Manes, nacido en el año 216, en Persia, recoge la antorcha de los misterios de
Zoroastro y proclama, igualmente, que en el Universo existen dos principios: el
dios de la Luz y el dios de las Tinieblas o de la materia.
Las creencias del maniqueísmo, están vinculadas al gnosticismo cristiano de los
primeros siglos y, en particular, a la gnosis cristiana de Pablo.
La religión cátara que se propagará rápidamente a principio del siglo XI por
toda Europa, diferencia claramente entre el Espíritu y sus obras, y el cuerpo,
creación material y, por tanto, obra de Satanás.
No faltan fuentes históricas que permitan profundizar en los aspectos
filosóficos, doctrinales y prácticos que generaban tal antagonismo. No
obstante, aparte de los documentos procedentes de los archivos de la
Inquisición y los tratados escritos con el fin de desacreditar a los cátaros,
se conservan tres documentos estrictamente cátaros que nos ofrecen luz al
respecto:
- El libro de los dos principios,
manuscrito latino de los años 1260 y que es un resumen de una obra
compuesta por el doctor cátaro Juan Lugio, en 1230.
- El ritual occitano (o ritual de Lyon).
- El ritual latino.
Estos últimos (aproximadamente,
del año 1250), son de gran importancia para todo lo concerniente a la liturgia
cátara. A estos tres valiosos documentos cabe añadir dos evangelios apócrifos
que ejercieron una clara influencia en las formulaciones doctrinales de los
cátaros:
- La Cena Secreta o Interrogación de Juan,
escrito transmitido por los bogomilos hacia 1190 y que tuvo especial
importancia entre los cátaros franceses e italianos, y
- La Ascensión de Isaías, antiguo
texto búlgaro usado entre los bogomilos.
El libro de los dos principios, aboga por un dualismo creador
que se asienta en la existencia de dos órdenes de realidades opuestos: la
realidad espiritual, invisible y eterna, y el mundo visible, temporal, en el
que reina la maldad y la destrucción.
Los cátaros no podían concebir que un Ser único, sabio y bondadoso,
hubiera podido crear al mismo tiempo ambos órdenes de existencia, por lo que
presuponían la existencia de dos creadores distintos y opuestos: el primer
orden de existencia sería creación del Dios Bueno o Dios Legítimo,
mientras que este mundo material se consideraba obra del Dios Malo.
El principio creador del Mundo (el Dios malo), sería co-eterno del Dios Bueno,
mas no era un Dios verdadero. Es el Príncipe de este Mundo, el Príncipe
de las Tinieblas, mas no tiene la existencia absoluta que solo el Dios
verdadero posee.
Frente a este dualismo
absoluto,
otros sectores del catarismo abogaban por un dualismo moderado, considerando este
mundo como obra de Satanás o Lucifer, quien en su caída, su rebelión contra su
creador, arrojó a las almas a la “tierra del olvido”, el mundo de la materia,
en el que el alma pierde el conocimiento de su origen y esencia.
Para los dualistas moderados, solo el Cristo es el Creador, puesto que él
es Dios, Pero Lucibel, el príncipe de la guerra y las calamidades, “no ha creado, pero ha transformado al mundo,
imagen grosera y terrestre del mundo perfecto y celeste”.
En ambos supuestos, según la concepción cátara, no hay más infierno que el de
este mundo. El hombre participa, por su alma, del Reino del Espíritu, y por su
cuerpo del mundo del Dios malo. La salvación se llevaría a cabo mediante la
unión del alma con el Espíritu. Tal unión solo podría llevarse a cabo mediante
el bautismo instituido por Cristo y transmitido sin interrupción por los
Apóstoles: el bautismo de fuego, la efusión del Espíritu Santo por
aquellos que lo poseen, a través de la imposición de manos.
Cátaros expulsados de Carcasona en 1209. Grandes Chroniques de
France, hacia 1415. British Library.
El “consolamentum” o bautismo
de fuego
El bautismo de fuego, o de la
Luz, era el principal sacramento cátaro, y, según sus concepciones, el
verdadero bautismo del Cristo.
Tanto El ritual occitano (o
ritual de Lyon) como El ritual latino, describen ampliamente el
bautismo de fuego bajo el nombre de Consolamentum o bautismo espiritual. A
través de él, se realiza una verdadera unión mística entre el alma
prisionera del cuerpo y su Espíritu.
El Consolamentum lo recibían los
novicios en el momento de ser ordenados, tras una estancia de tres
años en una casa de Perfectos, en los que se les preparaba en las enseñanzas y
en la práctica de las estrictas reglas de vida.
En el Ritual Occitano leemos al respecto:
Si queréis recibir este poder y
fortaleza, es preciso que guardéis todos los mandamientos de Cristo y del Nuevo
Testamento según vuestro poder. Y sabed que ha mandado que el hombre no cometa
ni adulterio ni homicidio, ni mentira, que no jure ningún juramento, que no
robe ni desole, que no haga al prójimo lo que no quiera que se haga con
él, y que el hombre perdone a quienes le hayan hecho daño, que ame a sus
enemigos, y rece por sus calumniadores y por sus acusadores y los bendiga, y si
se le roba la túnica, que dé también el manto; que no juzgue ni condene, y
muchos otros mandamientos.
La ceremonia de
ordenación se desarrollaba en presencia de otros Perfectos. Tras el intercambio
de frases rituales, el oficiante colocaba el Nuevo Testamento sobre la cabeza del
neófito y ponía sobre él su mano derecha para llevar a cabo el Consolamentum o bautismo espiritual.
Pero antes de poder recibir el Consolamentum, el novicio debía pasar por un
periodo de trabajo y rigurosa ascesis conocido bajo el nombre de endura.
La “endura”
El
verdadero sentido de la “endura” ha sido, ciertamente, mal comprendido,
acusando a los cátaros de entregarse al suicidio. Nada más lejos de la
realidad. La “endura”, ciertamente representa la muerte, pero no de la
personalidad, sino la aniquilación de lo impío en el ser, en el
microcosmos, y la santificación de todo el sistema. La base fundamental
de tal trabajo era apartarse del mundo para consagrarse por entero a
Dios, y purificar el cuerpo mediante una dieta estrictamente vegetariana.
También los simples creyentes, en caso de grave enfermedad, podían recibir
el Consolamentum, lo que no significaba que se
les abrieran automáticamente las puertas celestes, sino que podían ser
perdonados.
Una vez que los novicios eran consagrados, convirtiéndose en Perfectos o
Perfectas, debían vivir y desplazarse, de dos en dos, predicando y
ejerciendo alguno de los oficios aprendidos en su estancia comunal.
Veamos ahora el segundo aspecto del catarismo que hemos mencionado: su relación
con el cristianismo romano.
La religión de los “buenos
hombres”
En
un primer momento la religión de los “Buenos Hombres” se desarrolla dentro del
seno de la Iglesia Católica Romana.
Si
bien los cátaros no asumían, en su totalidad, los dogmas cristianos y
rechazaban el Antiguo
Testamento,
reivindicaban el cristianismo primitivo, proclamando un desprendimiento total
de la materia (encarnación del mal), y un decantamiento hacia un
ascetismo riguroso.
Es evidente que un posicionamiento tan radical, atrajo pronto las sospechas de
la ortodoxia Católica. Se produce con ello una segunda fase, en la que la
religión cátara es vista como un peligro para el futuro de la Iglesia Católica
Romana y en la que, durante cerca de un siglo, el catarismo se desarrolla
paralelamente, pero al margen del cristianismo romano.
La tercera fase, la constituye, la cruel y fanática persecución a la que fueron
sometidos los “Buenos Hombres”, los “Puros”, o “perfectos”, término
utilizado por los católicos romanos para burlarse de los que consideraban sus
adversarios.
En el año 1.165, se celebra cerca de Albi el concilio de Lombers, última tentativa de acercamiento entre cátaros y católicos romanos. Sin embargo, el concilio resulta un verdadero fracaso y, a partir del mismo, la Iglesia de Roma, toma la decisión de extirpar por las armas la religión cátara, considerada como herejía, y una verdadera amenaza para la unidad de la Iglesia.
“Capilla de Belén” con la gran mesa pétrea del
altar. A la derecha el “pentagrama místico” (espulga de Ornolac, Francia). Foto
de Jesús Zatón.
La cruzada contra la herejía cátara
El
catarismo fue ante todo una religión cristiana que afirmaba ser portavoz
del auténtico mensaje de Cristo.
Disponemos de una carta enviada a Bernardo de Claraval por el preboste Evervin
de la abadía de Steinfield (diócesis alemana de Colonia), en 1147, en el
que se alude a un grupo de cristianos considerados herejes:
Recientemente, en nuestra casa,
cerca de Colonia, se han descubierto herejes, algunos de los cuales, para
nuestra satisfacción, han vuelto a la Iglesia. Dos de entre ellos, a saber,
aquellos a los que llamaban el obispo y su compañero, se nos han enfrentado en
una asamblea de clérigos y laicos, en la que estaba presente su ilustrísima el
arzobispo con personas de la alta aristocracia; ellos defendían su herejía con
las palabras de Cristo y de los apóstoles (…) Cuando se hubo oído esto, se les
amonestó por tres veces, pero ellos rechazaron arrepentirse; entonces, a pesar
nuestro, fueron llevados por un pueblo con demasiado celo,
arrojados al fuego y quemados. Y lo que es más admirable, es que entraron
en el fuego y soportaron sus tormentos no solo con paciencia, sino incluso con
alegría. Sobre este punto, Padre santo, quisiera, si estuviera cerca de ti,
tener tu respuesta de ¿por qué estos hijos del diablo pueden encontrar en su
herejía, un valor semejante a la fuerza que la fe en Cristo inspira a los
verdaderos religiosos?
Según el
testimonio de Evervin, estos “hijos del diablo”, decían de sí mismos que eran
la Iglesia de Cristo, heredera de la tradición apostólica, porque ellos seguían
a Cristo, y que eran los verdaderos discípulos de la vida apostólica, porque no
buscaban el mundo ni poseían casa, ni campos, ni dinero alguno, así como el
propio Cristo no poseía nada ni permitió a sus discípulos que poseyeran nada.
Afirmaban que “no son de este mundo”. Evervein señala también que bautizaban y
eran bautizados, no con agua, sino con el fuego y el Espíritu, invocando el
testimonio de Juan Bautista. Tal bautismo lo llevaban a cabo por imposición de
manos, a través del ritual conocido como “Consolamentum”.
Los “herejes cátaros” cuestionaba los sacramentos de la Iglesia de Roma, decían
que no era necesario bautizar a los niños, ni rezar por los muertos, ni pedir
la intersección de los santos (a finales del siglo XII, Matfre Ermengaud de
Bézier, en su tratado contra los herejes, señala que de todos sus errores, el
de mayor trascendencia era la interpretación del sacramento de bautismo).
Según el
testimonio de Evervin, la estructura de la Comunidad de los herejes,
comprendía tres niveles: “los elegidos” (los que habían recibido el “Consolamentum”, los “perfectos”, el grupo más
interior), “los creyentes” (los que seguían las doctrinas, pero no habían sido
bautizados), y “los oyentes” (los que escuchaban las predicaciones de los
herejes). Señala el preboste que tales herejes tenían su propio Papa y que,
incluso entre las mujeres, había “elegidas”.
Los
cátaros utilizaban profusamente el Nuevo Testamento, así como algunos libros del
Antiguo, si bien mostraban una clara predilección por el Evangelio de Juan. Igualmente, tenían en muy alta
estima la oración del “Padre Nuestro”, considerando a Cristo como el medio por
el que Dios se revelaba a la humanidad.
Las interpretaciones que los cátaros hacían de las Sagradas Escrituras,
desataron muy pronto la ira de la ortodoxia romana, hasta el punto de que
el Papa Inocencio III organizó una cruzada con el fin de acabar con
lo que se considera herejía cátara. Así, en el año 1209, un ejército de
unos 30.000 soldados devastó el sur de Francia. Solo en Béziers, una de las
primeras ciudades en caer, fueron exterminados más de 15.000 hombres, mujeres y
niños. Los cruzados, bajo el liderazgo de Simón de Montfort,
sembraron el terror y propagaron la quema colectiva de miles de
“buenos hombres”.
Cabe preguntarse qué horribles crímenes justificaban tan crueles persecuciones
y matanzas. Bernardo de Claraval, tenido por santo por la Iglesia romana, y
declarado enemigo del catarismo, en sus sermones 65 y 66 sobre el Cantar de los Cantares (muy probablemente
teniendo en mente la carta que le envío Evervin) compara al hereje (cátaro) con
una raposa que disimula sus actos:
“Si los interrogáis por su fe,
nadie parece más cristiano que esos herejes. Si observas su modo de vivir, le
encontrarás irreprensible en todo; y lo que predica lo prueba con sus obras.
Verás que frecuenta la iglesia como testimonio de su fe, honra a los
presbíteros, da sus limosnas, se confiesa, participa en los sacramentos. ¿Hay
alguien más fiel?
Repasando su vida y costumbres,
con nadie es violento, a nadie envuelve, con nadie se sobrepasa. Además
palidece por los ayunos, no come su pan de balde, trabaja con sus manos para
ganarse la vida”.
Pese
al tono irónico del texto, el retrato moral que hace Bernardo de Claraval no
puede ser más encomiástico para unos hombres y mujeres que son tachados de
herejes y agentes del diablo.
La realidad es que el cristianismo de los cátaros y su forma práctica de
vivirlo amenazaba las estructuras dogmáticas de la iglesia ortodoxa, pues los
“buenos hombres”, no creían en el bautismo por el agua, ni en la eucaristía, ni
en ningún otro sacramento de la iglesia católica romana.
Las diferencias entre el
bautismo romano y el cátaro
En
los registros de la Inquisición, se encuentran recogidas las palabras del
cátaro Pierre Authié, quien al predicar en la casa de la familia Péire, en
Arques, explicó las diferencias entre el bautismo Romano y el cátaro con las
siguientes palabras:
El bautismo de la Iglesia
romana no vale nada -–dijo así–, puesto que se hace en el agua materia y porque
en el curso de este bautismo se dicen grandes mentiras; preguntan efectivamente
al niño: ¿quieres ser bautizado? Y responden en su lugar que sí quieren, lo
cual no es cierto, mientras él, por el contrario, llora. Luego, le preguntan
también si cree esto o aquello y responden por él que sí cree y, sin embargo,
no cree en nada, puesto que no tiene uso de razón. Le preguntan si renuncia al
diablo y a sus pompas, y responden por él que sí, y, sin embargo, no renuncia a
nada, puesto que empieza a crecer, a decir mentiras y a cometer diversas obras
del diablo… En cambio, nuestro bautismo sí que es bueno, puesto que es de
Espíritu Santo y no de agua, y porque somos mayores y estamos dotados de razón
cuando lo recibimos, y por este bautismo, nos convertimos en Hijos de Dios1…
Sibelly Péire,
en su interrogatorio ante la Inquisición, cita las palabras pronunciadas por el
mismo buen
hombre respecto
a la consideración que le merecían las iglesias católicas romanas.
(…) son las casas de los
ídolos, explicaron, llamando ídolos a las estatuas de los santos que hay en las
iglesias. Y los que adoran a estos ídolos son tontos, puesto que son ellos
mismos quienes han hecho esas estatuas, ¡con un hacha y otras herramientas de
hierro!2
Vemos
así que los cátaros, cuya iniciación, se llevaba a cabo en la más estricta
austeridad y, muy a menudo en cuevas, rechazaban las imágenes de los santos,
vírgenes, y del mismo Jesús, consideradas sagradas, cuando no eran sino
obras del propio hombre.
Para los cátaros, la verdadera Iglesia, no era un espacio exterior, consagrado
a la oración, sino que debía buscarse en lo más interior del ser humano.
En la deposición de Arnaud Sicre ante el inquisidor Jacques Fournier, se citan
unas palabras de un campesino afiliado a la causa cátara, el cual expone que:
El corazón del hombre es la
verdadera Iglesia de Dios, no la iglesia materia3.
La
cita nos permite comprender que los cátaros eran muy conscientes de que el
hombre que busca a su Dios, no debe afanarse buscando fuera de sí, sino
en lo más profundo de su corazón. Por otra parte, los cátaros no
admitían que Cristo tuviera cuerpo humano, lo que equivalía a decir que Jesús
no era Cristo. Tal concepción queda muy patente en las
palabras de Raymonde Bézarza, quemada en 1270, quien dice:
“El Cristo no tuvo un cuerpo
humano, ni una verdadera carne humana. La virgen María no fue verdaderamente,
la madre del Cristo ni siquiera una mujer real. La Iglesia Cátara es la
verdadera virgen María: verdadera penitencia, casta y virgen, que lleva al
mundo a los hijos de Dios4”.
El gran
inquisidor en el Sabarthez, Bernard Gui, en su Práctica inquisitionis, p. 238, recordando sus muchos
interrogatorios de cátaros, escribe:
“En cuanto a la encarnación de
Nuestro Señor Jesucristo, en el seno de la bienaventurada María, siempre
virgen, ellos la niegan. Pretenden que el Cristo no ha tenido un verdadero
cuerpo humano, ni una verdadera carne humana, como todos los otros hombres.
Niegan que la Virgen María haya sido verdaderamente la madre de nuestro Señor
Jesucristo, e incluso una mujer real. Dicen que es su propia secta la que es la
Virgen María, es decir la verdadera penitencia, casta y virgen, que lleva
al mundo a los Hijos de Dios”.
Para
entender la concepción cátara sobre el cuerpo de Cristo, hay que tener
muy presente que los cátaros diferenciaban muy claramente entre la entidad
Jesús, y Cristo. Para ellos, Cristo, como entidad macrocósmica, no tuvo nunca,
ni podrá tener jamás, un cuerpo humano. Cristo, sin embargo, sí
pudo manifestarse en la personalidad de Jesús y actuar a través dela
misma, pero en ningún caso confundían el cuerpo de Jesús con el propio Cristo.
De modo similar, los cátaros diferenciaban claramente entre la Virgen Maria,
como madre de Jesús, y la Virgen María como Iglesia, es decir como
cuerpo electromagnético puro donde poder llevar a cabo el nacimiento del
Cristo interior.
Es evidente, según sus concepciones, que la Virgen María, mujer, si bien pudo
ser la madre de Jesús, no pudo ni podría ser nunca la madre del Cristo
macrocósmico. En hebreo, los nombre de María son: Miriam o Mariah. El
primero significa la muerte que engendra y la vida que hace morir; el segundo
significa: muerte y resurrección en Dios. María alude por tanto a la Madre
Original, el lado femenino de la Palabra hecha carne, los nuevos éteres puros
que se manifestaban al interior de la Iglesia cátara y por cuya intervención,
los buenos hombres, tras un largo proceso de purificación, podían dar
nacimiento al Cristo interior.
Los sacramentos cátaros
La
deposición de Pierre de Gaillac ante el inquisidor Geoffroy de Ablis, nos
permite entender el concepto que tenían los cátaros sobre la comunión y sobre
la comunión católica romana:
Decían que el pan puesto en el
altar, y bendecido con las mismas palabras que el propio Cristo utilizó el día
de la cena con sus apóstoles, no era el verdadero cuerpo de Cristo y que, al
contrario, es un escándalo y una superchería afirmarlo, puesto que ese pan es
un pan de la corrupción, producido y salido de la raíz de la corrupción;
mientras que el pan del que Cristo dijo en el Evangelio “Tomad y comed de él,
etcétera” es el Verbo de Dios… De todo ello, concluyeron que la palabra de Dios
era el pan del que se habla en el Evangelio y, por lo tanto, que el Verbo era
el cuerpo de Cristo5.
El
texto deja claro las diferencias que separaban a las dos iglesias. Los cátaros
rechazaban categóricamente el milagro de la transubstanciación, estos es,
de la conversión total del pan en el cuerpo de Cristo durante la Eucaristía.
Los cátaros, practicaban dos únicos sacramentos, “la bendición del
pan” y el “Consolamnetum”. La bendición del pan no se celebraba en el templo,
sino en las casas, en cada comida. Para los cátaros, el “pan”, el verdadero
alimento santo, era la palabra de Dios, el Verbo, o explicado en términos más
actuales, las radiaciones puras provenientes del mundo divino, pues solo tales
radiaciones espirituales, son capaces de transmutar el hombre natural y
despertar en quien las recibe, el Cristo interior
En
la misma deposición se nos dice la opinión de los cátaros respecto a la
acción de los cruzados, señalando que su labor no tenía ningún valor y no
redimía en nada los pecados del hombre, para señalar a continuación que la cruz
que llevan los cruzados a ultramar no debería ser la de los objetos visible y
corruptibles, sino “la
cruz que es de buenas obras, y de verdadera penitencia, y de buena observación
de la Palabra de Dios, ya que así es la Cruz de Cristo, y quien obra así sigue
verdaderamente a Cristo, y se olvida de sí mismo, y carga con su propia cruz,
que no es una cruz de corrupción6”.
Sobre la cruz y la crucifixión
Una
vez más, la cita nos permite comprender cuan alejados estaban los conceptos de
ambas iglesias, pero sobre todo, deja entrever, de manera sutil, que los
cátaros no entendían en modo alguno la crucifixión de Cristo en el
sentido literal que ha impuesto la iglesia romana, sino como un trabajo de
purificación interior, de morir a los deseos y apetitos de mundo, una renuncia
al egocentrismo.
Los
cátaros consideraban que los sufrimientos de Cristo en el Gólgota, fueron muy
superiores a los que podría soportar un cuerpo humano, pues “sufrió en espíritu”;
y “tuvo las torturas del alma, la
agonía de Getsemaní. Pero no murió: un Dios no puede morir”
Este es, sin duda, uno de los aspectos más antagónicos de ambas iglesias.
Mientras la iglesia romana basa la redención en el hecho histórico acontecido
una sola vez en el Gólgota, para los cátaros, la muerte de Cristo,
es ante todo un hecho simbólico que debe acontecer diariamente en el
candidato. Cada hombre que aspira a la salvación, debe morir al mundo,
sus vanidades y sus deseos. Pues solo por la muerte de los lazos
terrenos, es posible la “resurrección”, no la resurrección, claro
está, del Cristo histórico, sino del Cristo interior, del Dios personal.
Sobre la reencarnación
Los
cátaros, por otra parte, creían en la reencarnación, como se desprende de
la deposición de Sibylle Péire ante la Inquisición, donde refiriéndose a los
clérigos romanos, dice:
“Que estaban ciegos y sordos,
puesto que no veían ni oían la voz de Dios por el momento. Pero al final,
aunque a duras penas, llegarían a la comprensión y al conocimiento de su
Iglesia, dentro de otros cuerpos en los que reconocerían la verdad7”.
El
término “dentro de otros cuerpos”, alude claramente a la necesidad de numerosas
reencarnaciones, antes de poder encontrar la verdadera comprensión. Por ello,
el mensaje de los cátaros, pese a que a primera vista pueda parecer falto de
alegría, era un mensaje lleno de esperanza. Rechazaba de pleno los castigos de
un infierno eterno inventado por la iglesia de Roma, y abogaba por la salvación
de todos los hombres, tras un inevitable proceso de peregrinaje y purificación
del alma, llevado a cabo en diversos cuerpos materiales.
Tras lo expuesto, podemos comprender claramente, la animadversión que la Iglesia
de roma ante la Iglesia del Amor, del Espíritu Santo, la Iglesia cátara.
La Iglesia que huye y perdona y
la iglesia que posee y mata
En
uno de los muchos testimonios narrados ante los inquisidores, uno de los
testigos cita las palabras que recuerda de las predicaciones de Pierre y
Jacques Authié, dos de los últimos cátaros occitanos. En el documento leemos
como el Buen Hombre dice:
“Hay dos Iglesias: una huye y
perdona. La otra posee y mata, la que huye y perdona es la que sigue el camino
recto de los apóstoles: no miente ni engaña. Y esta Iglesia que posee y
mata es la Iglesia romana”.
El hereje me preguntó entonces
cuál de las dos Iglesias consideraba yo mejor. Respondí que estaba mal poseer y
matar. Entonces el hereje dijo: “Nosotros somos los que seguimos el camino de
la verdad, los que huimos y perdonamos”. Le respondí: “Si de verdad lleváis el
camino de verdad de los apóstoles, ¿por qué no predicáis, como hacen los curas,
en las iglesias?”
Y el hereje contestó a esto:
“Si hiciésemos eso, la Iglesia romana, que nos aborrece, nos quemaría
enseguida”.
Le dije entonces: “Pero, ¿por
qué la Iglesia romana os aborrece tanto?”
Y el hereje contestó: “Porque
si pudiésemos ir por ahí predicando libremente, dicha iglesia
romana ya no sería apreciada; en efecto, la gente preferiría escoger
nuestra fe y no la suya, porque no decimos ni predicamos otra cosa que la
verdad, mientras que la Iglesia romana dice grandes mentiras”.
Con
lo expuesto hemos intentado resaltar los aspectos más significativos de la religión
cátara, la religión del Paráclito, la religión del Amor.
Restos de la “Muralla
simbólica” (grutas-Iglesias de Ussat). Foto de Jesús Zatón.
NOTAS
1 Deposición de Sibylle Péire, cita de “Las mujeres cátaras”, pág. 373
y 374.
2 Deposición de Sibylle Péire, cita de “Las mujeres cátaras”, pág. 373
y 374.
3 Deposición de Arnaud Sicre ante Jacques Fournier, cita de “Las
mujeres
cátaras”, pág. 384.
4 (Colección, Dota, 15, p.57) Cita de “La herencia de los cátaros. El
druidismo”,
pág.6
5 Deposición de Pierre de Gaillac ante Geoffroy de Ablis, cita de “Las
mujeres
cátaras”, pág. 381 y 382.
6 Deposición de Pierre de Gaillac ante Geoffroy de Ablis, cita de “Las
mujeres
cátaras”, pág. 381 y 382.
7 Deposición de Sibylle Péire, cita de “Las mujeres cátaras”, pág. 388.
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