Pedro Salazar de Mendoza
(1549-1629): cronista nobiliario y bruñidor de linajes*.
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El presente trabajo aborda el linaje y la biografía de
Pedro Salazar de Mendoza, prestigioso canónigo de la catedral de Toledo. Nos
centramos en su doble dimensión de cronista histórico y linajudo o escudriñador
de estirpes. A través de sus obras y de sus declaraciones en los expedientes de
limpieza de sangre descubrimos a un personaje que hizo del estudio del pasado
su forma de vida, enalteciendo o denigrando a las familias de poder toledanas,
según su interés.
Pedro Salazar de
Mendoza (1549-1629): cronista nobiliario y bruñidor de linajes[1].
“los que
escriven historia de muertos, es fuerça que se atengan a lo que hallan escrito,
o que si quieren saber con mas certeza lo que escriven, recojan muchas
tradiciones, se anden tras manuscriptos arrinconados y archivos melindrosos”[2].
La gestión de la memoria
colectiva por cronistas de linajes o linajudos fue un fenómeno sociocultural en
auge en la Castilla de los siglos XVI y XVII, a semejanza de lo que ocurre en
otros reinos europeos coetáneos, en los que triunfa el ideal caballeresco,
agravado en el caso hispano por los prejuicios derivados de obsesión por la
limpieza de sangre. Una época cuando la nobleza europea hace gala tanto sus
armoriales, como de sus gestas pasadas o presentes e interminables genealogías
legendarias; pero también cuando quienes tienen que callar omiten decir sus
antepasados a la Inquisición o se camuflan en la mayoría cristianovieja.
En el presente artículo,
desgranaremos la bio-bibliografía de unos de los más importantes personajes de
la Ciudad Imperial en tiempo de los Felipes: el doctor Pedro Salazar de
Mendoza; pero también nos adentremos en tres facetas suyas mucho menos
conocidas: su formidable biblioteca nobiliaria, su vertiente de linajudo y su
tesón por acrisolar la oscura ascendencia de diversas familias de poder toledanas.
Biografía.
En una época en la cual el individuo es menos importante que la familia y debe
comportarse según se espera de su estatus, para acercarnos a este personaje nos
parece indispensable pergeñar en primer lugar quiénes fueron sus antepasados,
con el fin de conocer su perfil cultural, aspiraciones estamentales y anhelos
personales.
Pedro Salazar de Mendoza era tataranieto del gran cardenal Pedro González de
Mendoza (†1495), a la sazón hijo del marqués de Santillana. Humanista y mecenas
de las artes, llegó a ser arzobispo de Toledo y durante toda su vida se
comportó como un auténtico príncipe de la Iglesia renacentista. A la muerte de
su padre, todavía joven, se convirtió en cabeza de linaje o pariente mayor de la
Casa de Mendoza, participando en las conjuras políticas del momento, hasta
ponerse definitivamente del lado de Isabel I de Castilla. Fruto de sus amores
de juventud, tuvo tres hijos, el último de los cuales fue Juan Hurtado de
Mendoza (†1523), concebido con la vallisoletana Inés de Tovar. Dichos vástagos
fueron legitimados por la reina en 1476 y por el sumo pontífice en 1478.
Su bisabuelo recibió la educación esmerada de un caballero renacentista. Sin
embargo, a diferencia de sus hermanos mayores -el marqués de Cenete y el conde
de Mélito- parecía destinado a la carrera eclesiástica. Sin embargo, Juan tenía
otras inclinaciones más mundanas y, con el patrocinio regio, logró ser nombrado
contino real (1496), dedicándose a la carrera de las armas y capitaneando una
capitanía. Tan mujeriego como su padre, se casó en tres ocasiones[3]. Su primera boda se celebró con Ana
de Beaumont y Aragón, hija de Luis de Beaumont, condestable de Navarra, y de
Leonor de Aragón, lejanamente emparentada con Fernando el Católico.
Este matrimonio fue tormentoso, hasta tal punto que abandonó el hogar
conyugal y viajó por el Imperio, llevando una vida aventurera. Tras anular
estos primeros esponsales, en segundas nupcias se casó con Inés de Orozco,
vecina de Valladolid, hija del caballero calatravo Juan Pérez de Orozco,
vecino de Ocaña y comendador de Beas (Jaén). Su tercer enlace lo concertó
con su pariente doña Mencía de la Vega Sandoval, señora de Castrillo,
Tordehumos y Guardo[4]. Enemistado con Cisneros, abrazó la causa
comunera, debiendo huir a Francia, donde murió en 1523, siendo hombre de armas
de Francisco I.
Precisamente fruto de su
matrimonio con la hija del condestable nació su primogénito: Diego de Mendoza.
También acusado de comunero, se exilia a Francia, donde se casa con la baronesa
de Manevil y sirvió en la corte gala a Francisco I. Además de este hijo, tuvo
otras dos hijas: Catalina de Mendoza, casada con Juan de Quintana; y Úrsula de
Mendoza y Orozco, quien entroncó con el toledano Pedro de Salazar, con tanta
prosapia como cortas rentas[5].
Estos últimos fueron,
precisamente, los abuelos de nuestro personaje y su unión fue fruto, como
tantas otras, de una calculada estrategia política y/o económica. El marido
había sido alcalde mayor de la encomienda mayor de Castilla de la Orden de
Calatrava (1511-1516)[6], ejerciendo después de contino y receptor
de bienes confiscados a los comuneros en Guadalajara (1523)[7]; de este modo, se compensaba, en cierto
modo, la traición del padre y del hermano a Carlos I con la boda de la hija
menor de la familia con un servidor al emperador. Pedro de Salazar murió hacia
1540, ejerciendo como gobernador del Estado de Cifuentes, mientras su señor
servía como embajador en Roma[8]. Así, Pedro y Úrsula fueron enterrados en
el convento de San Francisco de Cifuentes, en la capilla del Crucifijo. Ambos
procrearon tres hijos varones: Diego de Salazar[9]; Cristóbal de Salazar (inquisidor de
Toledo, 1561-62[10] y benefactor de la prestigiosa
cofradía de la Santa Caridad urbana[11]); así como Fernando/Hernando de Salazar
y Mendoza, hidalgo pobre, según dejó escrito su propio hijo Pedro, con el paso
de los años.
Don Fernando se casó en Toledo
con Catalina de Quintanilla, hija de Diego de Quintanilla y doña Ana de
Espinosa[12]. Su esposa era oriunda de Burujón,
localidad próxima a la ciudad de Toledo, donde su familia[13] poseía casas, censos, tierras,
olivares, viñedos “y harto tributos de maravedís y gallinas”, donde estaban
enterrados sus padres “en lo mas principal desta iglesia”[14]. En la Ciudad Imperial, esta pareja
residió en la parroquia de San Bartolomé de Sonsoles[15].
De este matrimonio nacieron
Pedro Salazar de Mendoza; doña María, monja franciscana profesa en San Juan de
la Penitencia; doña Úrsula de Mendoza, monja cisterciense o bernarda del
Imperial Monasterio de San Clemente; doña Catalina, doncella educada en el
Colegio de Nuestra Señora de los Remedios[16]; frey Diego Salazar de Mendoza,
religioso de la Orden de Calatrava (desde 1582)[17], prior de Daimiel y comisario del Santo
Oficio, de quien no hemos podido seguir su carrera[18] y una niña llamada Juana, que murió
en la infancia.
Así pues, sus progenitores (de
su padre Fernando tenía un retrato colgado en las paredes de su casa)[19] pertenecen a la tercera generación
de una rama colateral de hidalgos segundones, sin más expectativas que
consagrar toda su descendencia a la carrera eclesiástica, rentabilizando, cien
años después, el capital de prestigio atesorado por el cardenal Mendoza. Su
recuerdo seguía vivo entre las piedras de la sede primada, trufadas con sus
blasones[20], o en fundaciones como la del hospital
de Santa Cruz, por no citar que algunos de sus descendientes integraban aún al
cabildo de sede primada, empezando por su mayordomo y tesorero Pedro González
de Mendoza (1572-1579)[21]. A su memoria y a su sangre confió su
futuro, a lo largo de toda su vida.
IMAGEN 1.
Árbol genealógico con la descendencia de cardenal Pedro González de Mendoza
hasta Rodrigo de Mendoza, conde del Cid. Autógrafo de Pedro Salazar de Mendoza
dedicado a la Casa del Infantado (1620). AHNOB, Osuna, carp. 6, doc. 7
Posiblemente estudió en Ocaña
y en la Universidad de Osuna cursó estudios de Derecho Civil y Canónico, además
de ser profesor de esa institución (1574-1581), ejerciendo luego también como
tal en el Colegio-Universidad de Santa Catalina de Toledo, mientras desempeñaba
diversos cargos eclesiásticos. Perfectamente integrado de los principales
cabildos de la Ciudad Imperial (cofradías de Clérigos de la Madre de Dios y de
la Santa Caridad[22]), su carrera religiosa se inició ligada
a la figura del cardenal Gaspar de Quiroga[23], arzobispo de Toledo (1577-94) y firme
aliado de los Mendoza, quien le nombró con 21 años su ayuda de cámara para que,
como era costumbre, pudiera utilizar su asesoramiento como jurisconsulto, a la
par que desempeñaba también el oficio de consejero en los asuntos pontificios.
En la década de 1580, ya era tesorero de la Colegial de Talavera, encargado de
la custodia de los vasos sagrados y ornamentos y consultor del Santo Oficio,
ocupándose en dictaminar aspectos doctrinales de relevancia. Luego fue vicario
general y juez de residencia, así como oidor del Consejo de la Gobernación, en
cuya calidad participó activamente en la administración de la archidiócesis,
dado que el prelado titular se encontraba de manera casi de forma
permanentemente en la Corte, al servicio del monarca en diferentes puestos de
gobierno, y no podía atender debidamente a la administración de la Sede
Primada.
En 1587 es nombrado por sus
patronos, los marqueses de Malagón, administrador del Hospital de San Juan
Bautista, que había erigido el cardenal Tavera. Desempeñó este oficio, rico en
rentas, poder e influencia[24], durante casi tres décadas. Durante
todos esos años parece que el “señor duque del Infantado y el ilustrísimo
cardenal don Juan de Mendoza por este título los favorecían”[25]. No obstante, hubo un momento de
zozobra, en 1605, cuando la marquesa le intentó sustituir por otro clérigo,
dando lugar a un litigio entre ambas partes, que todavía coleaba en 1611[26], de modo que continúa en el cargo hasta
1614, aunque fue sancionado con la exorbitante multa de 17.000 ducados[27].
A fines de la centuria,
defendió a su pariente Alonso de Mendoza (†1603), hijo del conde de Coruña, a
la sazón canónigo magistral de Toledo y abad de San Vicente (1580), implicado
en el tan famoso como turbio proceso inquisitorial instruido hacia 1587-1591[28] contra el soldado navarro Piédrola,
la profetisa Lucrecia León y sus supuestas visiones proféticas, de las que se
hace eco el linajudo clérigo, eterno candidato a una diócesis. Desequilibrado,
sino loco, don Alonso fue encarcelado en 1590, siendo por entonces
inquisidor de Toledo su también pariente Lope de Mendoza, recibiendo un
descarado trato de favor a pesar de los 204 cargos que se le imputaron[29]; así, desde 1594 se le buscó un convento
urbano donde ser recluido, aunque todavía en 1597 estaba su causa sin
sentenciar, muriendo confinado un lustro más tarde[30].
Por otra parte, aunque Salazar
de Mendoza ya había opositado a fines de 1594 para ingresar en la catedral[31], la culminación de su trayectoria
eclesiástica tiene lugar el 18 de julio de 1609 cuando el cabildo de la Santa
Iglesia de Toledo le admite como canónigo penitenciario, al obtener por
oposición dicha canonjía, uno de las cuatro llamadas de oficio junto a la lectoral,
magistral y doctoral,[32] de la catedral “atento que
satisfizo al estatuto”, es decir que sus ascendientes “son y fueron no
solamente cristianos viejos sino de mucha calidad, muy hijos dalgo y por tales
avidos y tenidos en esta ciudad [...] sin que tengan ninguna raza de moros
judíos ni ereges ni penitenciados por el Santo Oficio de la Ynquisicion”[33].
Dicho expediente, medular para
su futuro, nos evoca a sus incondicionales y a su círculo clientelar: el
próspero Diego Mexía de Gómara[34]; el presbítero y licenciado Alfonso de
Rioja (cuya familia traficaba con lana); don Diego de Toledo y Guzmán, vecino
de sus padres en la parroquia de san Bartolomé de Sonsoles, caballero cercano
al obispo de Ávila y antaño administrador del arzobispado (Sancho Busto de
Villegas), conocido inversor en juros[35], dueño del mayorazgo de Villaminaya y
Fuentelcaño[36], además de ser la persona encargada de
que la ciudad de Toledo aprobase el servicio de 1590[37]; Diego Sirvendo, bien relacionado en el
cabildo de regidores[38]; Alonso Gómez Cabezón, racionero de la
catedral desde 1594[39]; Francisco Juárez Cifuentes, criado del
conde de Cifuentes; Francisco de Ruyloba, agente de la Cofradía de la Santa
Caridad hacia 1617 y testigo habitual de expedientes sobre limpieza de sangre;
el señor José Pantoja, cofrade de la Hermandad de San Miguel y antiguo servidor
del Santo Oficio, quien tenía en su poder un informe genealógico del hermano
del candidato, realizado en 1596 y que se adjunta al expediente: Diego Vázquez
de Contreras, racionero, rector de Colegio de Infantes y capellán de Reyes
Nuevos desde 1544[40]; el licenciado Luis Bonifacio de Tovar,
capellán mayor de la capilla de la Reina Catalina desde 1572 (y futuro capellán
de los Reyes Nuevos)[41]; así como Gaspar Yáñez Tofiño, canónigo
y abad de Santa Leocadia (que, ya en 1611, fue obrero mayor de la catedral)[42].
Como miembro destacado del
cabildo catedralicio, su nombre es recurrente en las actas capitulares y libros
de memoria coetáneos, como el diario emprendido por el racionero Juan Bautista
de Chaves Arcayos (†1643)[43]. Así, pronto se le confiaron arduas
empresas, tales como la comisión que se le encarga por sus compañeros de escaño
en 1610 para que:
“haga
diligencia secretamente con papeles o como pudiere sobre el lugar donde fue el
poço que la tradición dice en que Nuestra Señora del Sagrario estuvo escondida
el tiempo que los moros ocuparon a España y que el señor Gaspar Yañez Tofiño,
Obrero, reconozca un pozo que se a hallado junto al altar de la Descension y de
su sitio y capaçidad y de todo haga relacíon en cabildo”[44].
Durante los siguientes años,
tan pronto nos lo encontramos asistiendo a autos de fe del Santo Oficio como
participando en una procesión girada a los hospitales urbanos[45], cuando no se nos informa acerca de que
se vio envuelto en una pendencia protocolaria, suscitada entre el ayuntamiento
y el cabildo, con ocasión de una fiesta de toros[46].
Poco sabemos de sus medios y
modos de vida. Apenas que era beneficiario de unos juros de poca monta[47]. No obstante, al final de su carrera y a
la sombra de la Sede Primada desempeñó el cargo de tesorero, por muerte de
Diego Morejón, uno de los cargos de más responsabilidad de todo el microcosmos
catedralicio, al ser el custodio de las alhajas litúrgicas. Precisamente él fue
quien tomó la llave del Sagrario durante la polémica visita del doctor Alonso
de Villegas, canónigo y administrador del Cardenal-Infante[48].
Algún especialista ha sugerido
que Pedro de Salazar y Mendoza habría inspirado a Cervantes el personaje del
canónigo de Toledo que aparece al final de la primera parte de El Quijote y que
basa sus estudios en la verdad histórica, fundada en documentos auténticos o
cuanto menos fiables, descartando leyendas y quimeras. Imposturas como los
falsos cronicones del padre de la Higuera, pese a haber sido su discípulo en
Ocaña[49].
Amigo personal de Domenico
Theotocopuli, El Greco, a quien prestó dinero, llegó a ser receptor
de varios cuadros del genial cretense (los famosos óleos Ciudad de
Toledo con su planta o Toledo a la puerta de Alcántara).
En este sentido, Salazar de Mendoza se sirvió de su cargo de administrador del
Hospital de Afuera para hacer varios encargos al pintor cretense. En 1596,
contrató con el artista la ejecución de un tabernáculo de madera destinado a la
capilla; después, en 1608, le encargó una serie de retablos para el mismo
lugar; y, en varias ocasiones, le adelantó dinero para ayudarle a superar apuros
económicos. Su amistad también le ayudó en la formulación de las ideas
religiosas que plasmaba en sus lienzos, moviéndose siempre dentro de la más
estricta ortodoxia cristiana[50], aunque dicho comitente consideraba a
Toledo una segunda Roma y epicentro de la Cristiandad. No hay que olvidar que,
en palabras del propio don Pedro “las pinturas son un muy fuerte argumento y
mayor que el que se toma de la escritura, si van conformes con la tradición o
con las historias”[51].
Pedro Salazar de Mendoza muere
anciano en 1629, rodeado de sus queridos libros y de las valiosas obras de arte
que él y los suyos habían atesorado durante generaciones. Su prestigio en la
Ciudad Imperial estaba en su cenit y buena parte de la elite urbana lloraría su
muerte, si bien también tuvo tiempo de granjearse la enemistad del clan de los
Sandoval, afincado en Toledo y encumbrado durante el primer cuarto del
Seiscientos, el tiempo en que el duque de Lerma fue valido del monarca.
En su testamento fijó cuál
sería su última morada: junto a la capilla catedralicia de Santa Elena (también
conocida como de don Pedro González de Mendoza), donde se trasladaron los
restos de sus padres. Todo un símbolo que cerraba el ciclo de su vida. Entre
sus últimas voluntades no se olvidó de sus criados más cercanos: el hidalgo
Diego Suárez, quien declara haberle servido muchos años y cuya fidelidad
recompensa, encomendando al cabildo y al deán para que le otorgasen alguna
merced; o el presbítero y licenciado Juan Maldonado[52], a quien, atento a su pobreza, le
concede la capellanía de San Pedro[53].
Bibliofilia: Genealogías y
nobiliarios.
Este erudito toledano se
propuso, al igual que otros coetáneos suyos, como Francisco de Pisa, Pedro de
Alcocer, Jerónimo Román de la Higuera o Francisco Rades de Andrada, glorificar
el pasado de Toledo y sus linajes. El contenido de sus estudios humanistas trasluce
no solo que nos hallamos ante un erudito genealogista, experto en derecho e
historia sino también con un intelectual preparado en teología, historia
eclesiástica y en los clásicos. Nada mejor que el examen de la biblioteca[54] que dejó a su muerte, compuesta por
1.304 títulos y más de 1.600 volúmenes, para verificar su inclinación
típicamente renacentista hacia la antigüedad clásica, unido a una cultura
cosmopolita que le lleva a leer autores en latín, griego, italiano y
castellano, y a abordar una temática tan dispar como el derecho (civil y
canónico, fundamental para el desempeño de su función como clérigo
catedralicio), la religión (vital dada su condición de miembro del estado
eclesiástico), la filosofía, geografía, filología, política, economía,
literatura didáctica, la milicia y algunos libros científicos de materias como
la medicina, el mar, la agricultura, sin olvidarnos de su gran pasión: la
historia, ya fuera universal, de lugares remotos, española o eclesiástica...
Nada escapaba a su entusiasmo por el conocimiento del pasado. Él mismo, en su
lecho de muerte, expresa entre sus últimas voluntades su amor por la historia y
su preocupación porque se editen investigaciones que deja manuscritas: “Item
digo y declaro que en ratos libres de mis principales ocupaciones he
entretenido el tiempo en algunos estudios de letras humanas. Particularmente en
saber cosas de historia que son muy necesarias y de grande utilidad”[55].
La sangre noble de Salazar de
Mendoza probablemente influyó en sus aficiones literarias y esté en el origen
de su reconocida fama como genealogista o como ha escrito Enrique Soria, como
linajudo, es decir un individuo en todo el sentido de las diferentes acepciones
que se dan al término: jactancioso de su nobleza de estirpe, estudioso de
genealogías o persona que comercia en juicios de honor o probanzas de nobleza[56]. En su colección de libros se aprecia
una decena de genealogías, nobiliarios, linajes de España o de otros países como
Portugal o de la Casa de Austria, árboles de familia, parentescos con la
realeza, etc. A ellos habría que añadir otros tantos centrados en aristócratas
castellanos, tales el duque del Infantado (su pariente), o italianos (Orsina,
Pescara) escritos en latín como De nobilitate, castellano o
italiano. En suma, estamos ante una nutrida presencia de títulos genealógicos y
de autores como Elías Reusnerio, Wolfgang Guilaci, Pedro López de Ávila, Alonso
Pérez, Esteban Garibay (su conocida Nobleza de España), Enrique
Cornelio (autor de una De nobilitate feminarum), Alonso López de
Haro, o Juan García.
Si nos fijamos de nuevo en la
lectura de su testamento observamos como insiste en su producción intelectual
“en orden a que se estime y tenga en mucho la nobleza de España escribí y
publiqué algunos libros en que he dado muestra de mi ánimo y deseo. Para esto
junté muchos nobiliarios y papeles de diversos autores manuscritos que dejo en
mi estudio en un estante de nogal con puertas y cerradura. También hay otros de
mucha importancia tocantes a la historia de España y de sus estados que recogí
a mucha costa para ordenar los trabajos que dejo escritos”[57].
Su producción como historiador
genealógico tiene dos vertientes: las genealógicas y las propiamente
históricas. De las primeras ha sido considerado uno de los grandes
especialistas, así lo valora Luis de Salazar y Castro, maestro en esta ciencia.
En este grupo cabe citar sus Dignidades Seglares, el Gran
Cardenal Pedro González de Mendoza, sus crónicas de la Casa de
los Ponce de León, la Historia del cardenal Tavera, Crónica de
la Casa de Sandoval, de clara tendencia aduladora, Casa de Ayala...
La mayoría de sus tratados genealógicos se relacionan con la ciudad de Toledo,
Casa de Fuensalida, Pantoja, cardenal Francisco Dávila, arcediano de Toledo.
Respecto a la segunda categoría, realizó varias biografías de ilustres prelados
toledanos, san Ildefonso, Juan de Tavera, Bartolomé de Carranza y, sobre todo,
el cardenal Mendoza. Como experto en temas eclesiásticos escribió algunos
tratados concernientes a órdenes religiosas e incluso abordó cuestiones de
actualidad en su momento, como los memoriales sobre la expulsión de los
moriscos en 1609, justificando su salida, o sobre los gitanos, a quienes
condena con aspereza.
Con todo, sus dos grandes
obras podemos decir que fueron el Origen de las Dignidades Seglares de
Castilla y León y la Monarquía de España, que se
publicará póstumamente. La primera, valorada como un texto de gran autoridad,
está estructurada en cuatro libros siguiendo un orden secuencial de reinados,
desde el mítico don Pelayo hasta el rey Felipe III. Junto a los monarcas
analiza toda una extensa nómina de “dignidades”, tales infantes, ricoshombres,
justicia mayor, condes, duques, marqueses, grandes... La Monarquía de
España constituía su gran obra, su mayor aportación, de la que la
anterior sólo sería un precedente. La devoción que siente por las crónicas
históricas se aprecia de nuevo en el codicilo redactado un mes después del
testamento, el 8 de julio de 1629, que prácticamente está dedicado en su
integridad a precisar algunos detalles en relación con sus trabajos de
investigación:
“La Monarquía de España ya la dejo acabada y con
privilegio para poderse imprimir luego y si algo le falta es apretar un poco un
argumento en lo que es el derecho que nuestros reyes tienen a las Indias
Occidentales. También tratando de los derechos que tiene el rey Nuestro Señor
al estado de Milán se me olvidó de poner entre ellos como le pertenece la
Valtelina que es cosa muy antigua en la casa de Austria y del estado de Milán y
poner cuatro o cinco autores que lo dicen. En cuanto a la Cronología de los
arzobispos de Toledo también puedo decir que era acabada lo que yo ordené
porque es muy poco lo que le falta y Diego Suárez Montes con los papeles que
tiene de mi letra y de la suya lo podrá acabar”.
En cuanto a las fuentes que
utilizó para elaborar sus estudios se pueden citar historias nacionales y
locales, crónicas de los reyes castellano-leoneses; textos legislativos como
el Fuero Juzgo, las Partidas, la Nueva
Recopilación; tratados genealógicos y crónicas, sin olvidar las
archivísticas, en particular y de forma destacadísima el archivo capitular de
la Iglesia toledana, al que hay que añadir los procedentes de diversos
conventos y monasterios castellanoleoneses.
Así, si nos detenemos en su
crónica de los Ponce de León (1620) apabulla la mera enumeración de autores y
obras citadas, muchas de ellas aún manuscritas: las inevitables crónicas de los reyes Alfonso XI, Pedro I, Enrique
IV (Alonso de Palencia y Lorenzo Galíndez de Carvajal), los Reyes
Católicos (Hernando del Pulgar y Andrés de Bernáldez, más conocido por el “Cura de los
Palacios”) y Carlos V (Pedro Mejía);
la famosa crónica medieval De
rebus Hispaniae, escrita por el arzobispo
Rodrigo Ximénez de Rada; el libro del infante don Juan Manuel sobre el
Conde Lucanor (1330-35); los poemas prerrenacentistas de Juan de Mena (†1456); las Genealogías del conde don Pedro de Portugal; Pedro Gracia Dei y su manuscrito Blasón
general y nobleza del universo (1489);
el historiador siciliano Lucio Marineo Sículo y sus Varones ilustres de
España; el también humanista Antonio de Nebrija y sus Décadas;
la obra de Pedro Barrantes Maldonado Ilustracion de la Casa de Niebla (1550);
Francisco de Rades Andrada y su Crónica de las tres Órdenes Militares (1572); Diego Hurtado de Mendoza y su Guerra de
Granada (1575); Jerónimo de
Aponte y su Lucero de la Nobleza (mss. S. XVII)[58] cuyos escritos considera “de mucho
credito”; Gonzalo Argote de Molina y su Nobleza de Andalucía (no
impresa hasta 1886); Jerónimo Zurita y sus Anales de la Corona de
Aragón (1562-80); Juan de Mariana (SI.) y su Historia
de rebus Hispaniae (1592); Antonio
de Fuenmayor y su Vida de Pio V (1595); fray Alonso Chacón
(OP.) y su Historia de los Papas y los Cardenales (1601) o el maestro Polo y su Nobiliario;
además de manejar la profusión de escritos dejados por Esteban de Garibay
Zamalloa, cronista de Felipe II y coleccionista de epitafios toledanos; los
dislates de Jerónimo Román de la Higuera (SI) y sus cronicones conocidos
como Centurias; así como el compendio del doctor y canónigo de
Córdoba Bernardo Aldrete titulada de Varias Antigüedades de
España, Africa y otras provincias (1614), entre otros, cuyas citas textuales imprime en
cursiva.
En su testamento, Pedro
Salazar de Mendoza lega su biblioteca al cabildo catedralicio, aunque la
mayoría pasarán al canónigo magistral Gregorio Barreiro que la adquirirá en
almoneda pública y puntualiza que “en orden a que se estime y tenga en mucho la
nobleza de España escribí y publiqué algunos libros en que he dado muestra de
mi ánimo y deseo. Para esto junté muchos nobiliarios y papeles de diversos
autores manuscritos que dejo en mi estudio en un estante de nogal con puertas y
cerradura”[59]. Tan importantes eran para él estas
obras y papeles que los conservaba a buen recaudo, bajo llave.
Excepcionalmente, podemos
seguir durante un tiempo a los propietarios de algunas de sus obras, como por
ejemplo el manuscrito escrito de varias manos conservado en la Real Academia de
la Historia, cuyo escolio explicita quiénes poseyeron y, seguramente leyeron,
uno de los compendios más laboriosos que circularon por la Ciudad Imperial:
“Este libro de epitaphios, está escrito [se halla borrado el papel] en parte
por Es] tevan de Garibay Zamalloa, chronista de su Magestad, cuia letra es la
de los folios 1, 2, 3, y otras que se parecen a ellas. Fue despues de Pedro de
Mendoza, canonigo de Toledo, de quien hay algunos apuntamientos y en especial a
los folios 4, 65, 69 y otros; y últimamente fue de Thomás Tamayo de Vargas,
chronista de su Magestad, de cuya almoneda lo compré en noviembre de 1641,
Manuel Pantoja y Alpuche[60] (rubricado)”[61].
Genealogista y cronista nobiliario.
El doctor Salazar de Mendoza
ha pasado a la historia como biógrafo del arzobispo primado más señero, san
Ildefonso (†1667)[62]; y de algunos de los últimos cardenales
toledanos de su tiempo, salvo el cardenal Cisneros: Pedro González de Mendoza
(†1495)[63], Juan Pardo de Tavera (†1545)[64], Bartolomé Carranza (†1576)[65] y Francisco Dávila (†1606), además
de algún otro prelado coetáneo, como Sancho Busto de Villegas (†1581),
gobernador del arzobispado entre 1569-1576 y luego obispo de Ávila, glosado en
el manuscrito sobre Carranza. Sin duda, estas seudohagiografías episcopológicas
eran un buen modo de congraciarse con el cabildo de la catedral, en el cual
termina por ingresar, de paso que se ensalzaba él mismo; es el caso de su
tatarabuelo, así como el linaje de sus patrones, en calidad de administrador
del Hospital de Afuera[66].
Siempre obsequioso con las
oligarquías urbanas, no duda en escribir un monumental tratado sobre el Origen
de las Dignidades Seglares de Castilla y León[67] o su obra impresa mucho tiempo
después de muerto, Monarquía de España (1770-71)[68], ni un elogioso panegírico a la Casa de
Sandoval[69], en un momento en que el duque de Lerma
estaba en la cumbre de su valimiento y era alcalde del Alcázar de Toledo y su
tío arzobispo primado.
En clave familiar, también
podríamos entender su cronicón de la Casa de los Ponce de León. Pedro López de
Ayala (†1599), IV conde de Fuensalida y comendador mayor de Castilla (Orden de
Santiago) era pariente de los Álvarez de Toledo radicados en la Ciudad
Imperial, con los que estaba lejanamente emparentado nuestro canónigo[70]. Encomendó a Pedro Salazar de Mendoza
confeccionar un panegírico de su Casa, que ilustró con floridos árboles
genealógicos[71]. Sin embargo, su trabajo no mereció la
aprobación de su cliente, un cortesano muy cercano al Rey Prudente y cuyo
mayorazgo había acrecentado en 1587. De este modo, el administrador del
Hospital de San Juan Bautista quedó sin cobrar durante años el precio acordado[72], debiendo abonar su importe y costas su
hijo homónimo, el V conde de Fuensalida (†1609), a la sazón casado con María de
Cárdenas y Zúñiga, su prima segunda e hija de los duques de Maqueda. No
obstante, dicho panegírico fue impreso a costa del autor, en 1620[73]. En desagravio, o como agradecimiento,
Salazar de Mendoza escribió su crónica de la Casa de Ayala, condes de
Fuensalida[74].
Mientras tanto, se encargó una genealogía alternativa de los Ponce de
León al cronista calatravo frey Franscisco Rades de Andrada (1598)[75], tal vez espoleado por el pleito de
tenuta por el condado de Bailén y sus mayorazgos. Un litigio entablado,
primero, por el toledano Fernando Álvarez Ponce de León y Luna (1584-1599)[76] contra Alonso Ponce de León, Álvaro
Ponce y Pedro Ponce; y luego por los condados de Bailén y Casares, disputado
entre Eugenio Ponce de León (1616-1629) y Rodrigo Ponce de León, III duque de
Arcos, y que de la Audiencia de Granada se eleva a la Sala de
Mil Quinientas del Consejo de Castilla[77]. Un pleito interminable que dejó
exhaustas las arcas del aristócrata andaluz, cuando muere en 1630[78], aunque termina fallándose a su favor.
En esa misma clave cabría contextualizar su Crónica de la Casa
de Pantoja[79], señores de Mocejón. Baste señalar que
los Pantoja, a caballo entre los siglos XVI y XVII, estuvieron muy vinculados
al Colegio de Doncellas Nobles, fundación del cardenal Silicio, quien se
preocupó por establecer que sus parientas tuvieran preferencia para ingresar
como colegialas. Una fundación piadosa, donde se educó su hermana Catalina
Salazar, tratándose pues de una deuda de gratitud. Aunque nunca pasó por los
tórculos, copias de dicho manuscrito genealógico tuvo una amplia difusión
dentro y fuera de los muros de la Ciudad Imperial[80].
Así pues, bien relacionado con el patriciado urbano, Pedro Salazar de
Mendoza desgranó buena parte de las gestas atesoradas por las estirpes
toledanas, cuya historia enlaza con los destinos de la Ciudad Imperial. Así del
linaje mozárabe de los Barroso[81] desliza en el panegírico a la Casa
de Arcos que “ha sido muy estimado en Toledo”[82]. También sabemos de un
nobiliario que pertenecía al doctor Salazar de Mendoza, y luego pasó a la
librería de Pedro de Rojas, conde de Mora, en el título De los de
Saavedra, Rivera y Sotomayor[83], aunque desconocemos si se trata de una
obra suya o simplemente estaba anotada de su puño y letra.
Algunas características comunes de las crónicas de estirpes de Salazar
de Mendoza son su tono apologético; su tendencia a recurrir a antepasados
míticos para recalcar la antigüedad de tales sagas; el acudir a lugares
comunes, como la ejemplaridad de algunos de sus biografiados (santas ellas,
líderes militares ellos, sensatos y buenos cristianos todos); sus continuas
referencias a los archivos y bibliotecas consultados, que se ufana en haber
investigado en profundidad[84]; y sus habituales referencias a crónicas
y cronistas como fuente de autoridad, aunque esporádicamente critique a
determinados eruditos coetáneos. Así,
acerca del cronista y prelado fray Prudencio de Sandoval (OSB.), célebre
cronista del emperador, opina que escribe lo que le parece
“que
anduvo siempre muy lejos de la verdad. De los copiadores y escrivientes bien es
savido quan depravados y viciosos suelen andar sus trasumptos; las mudanças de
los nombres proprios y de los apellidos; los errores de las datas, puniendo el
año de el nacimiento por el de la era de Cesar; y al contrario, un año por
otro, un mes y dia, como ha venido a quento”[85].
Entre su círculo de amistades aparecen otros genealogistas importantes,
de la talla de Diego Sarmiento de Acuña, conde de Gondomar y protegido de
Felipe III, cuyas cartas conserva la Real Biblioteca. Pero sobre todo parece
muy próximo a Alonso López de Haro y su ¿sobrino? Blas de Salazar (que trabajo
junto a su tío algunos años hacia 1620), a quienes conoció personalmente en
Madrid y tan linajudos como él[86]. Debió existir una intensa
correspondencia entre tan polémicos genealogistas, ya que entre los papeles en
poder de éste último se hallaban varias cartas. Entre ellas destacamos una
misiva de Alonso López de Haro al doctor Salazar sobre los Pineda, por estar su
hábito detenido (1622), el procedimiento habitual cuando se encontraban tachas
y no se quería agraviar al pretendiente; una carta de Salazar de Mendoza a
Alonso López de Haro sobre el linaje de los Franco, donde el toledano trata a
Blas de amigo (1622) y una tercera de Alonso López de Haro dirigida al canónigo
toledano “sobre que a rezivido los papeles de los Nuñez de Toledo y que no los
lavara el agua del Tajo”[87]. Tales ejemplos parecen indicar que
había una red de genealogistas que colaboraban estrechamente para bruñir linajes notados.
Linajudo.
Granjearse fama de buen
genealogista era un triunfo en la España de los Austrias. En una sociedad
enferma por la limpieza de sangre, alardear de una ascendencia intachable
garantizaba prestigio y permitía altas aspiraciones. Todo ello en una Ciudad
Imperial repleta de judeoconversos, cuyo patronímico se convierte en
quintaesencia de sagas familiares manchadas en jácaras y novelas picarescas[88]. Tampoco es casualidad que entre los
personajes satirizados por Zabaleta se haga un semblante feroz del linajudo.
Unos personajes a quienes se les respeta o se teme, pero ante los cuales nadie
permanecía indiferente.
En este contexto general,
cuajado de prejuicio e intolerancia, Toledo era una caldera a presión. Sede del
tribunal de distrito del Santo Oficio, de la catedral Primada; de una orgullosa
comunidad mozárabe y de tantos linajes nobles como conversos, la obsesión por
la sangre pura envenenaba las relaciones sociales urbanas, enrocándose los
cristianoviejos en los privilegios que les otorgaba su pureza y empeñándose el
resto en camuflarse entre la mayoría dominante. Precisamente para coartar su
ascenso estamental se impuso la exigencia de pruebas de ingreso a las
principales corporaciones y cabildos urbanos en las décadas centrales del
Quinientos.
Para recordar la infamia de
los condenados por la Inquisición estaban los sambenitos. Hasta el año 1538,
tales hábitos infamantes estaban colgados en el claustro de la catedral, pero
luego se trasladaron a las diferentes parroquias e incluso monasterios donde
habían radicado los penitenciados:
“Es de notar que los sambenitos de todos estos quemados se ponian e pusieron colgados
en la claustra de la sancta iglesia de Toledo á la parte del güerto en unos
maderos colgados; e yo los vi alli. Mas porque, andando el tiempo, con los
aires, soles y aguas los dichos sambenitos, estavan ya rotos y gastados y no se
podían leer, y por las razones y causas que a los señores inquisidores movio,
fueron mandados renovar y poner en cada perrocha desta çibdad, donde los tales
quemados o reconçiliados eran perrochanos, y en las iglesias de los lugares de
donde eran naturales. Lo qual se hizo en el año de mil y quinientos y treynta y
ocho años, siendo en esta çibdad inquisidor el liçençiado Johan Yañez, que
después fue obispo de Calahorra, y el doctor Diego Giron de Loaysa, y asi se
pusieron en esta çibdad los dichos sambenitos en las perrochas donde estan, e
yo lo vi”[89].
En las postrimerías del siglo
XVII, hasta 487 sambenitos se colgaban de 19 iglesias y en la capilla
catedralicia de San Pedro[90] cuyo desglose es el siguiente:
TABLA 1.
SAMBENITOS EXPUESTOS EN LA IGLESIAS TOLEDANAS
PARROQUIA |
NÚMERO DE SAMBENITOS |
San Cebrián |
1 |
Santa Eulalia (Mozárabe) |
2 |
San Cristóbal |
3 |
Santiago del Arrabal |
5 |
San Lorenzo |
5 |
San Andrés |
6 |
San Miguel el Alto |
7 |
San Antolín |
9 |
Santos Justo y Pastor |
13 |
San Isidoro |
16 |
San Bartolomé de Sonsoles |
24 |
Santa Leocadia |
26 |
San Juan Bautista |
28 |
San Ginés |
28 |
San Salvador |
28 |
Santa Magdalena |
35 |
San Vicente |
42 |
San Nicolás |
60 |
Capilla de San Pedro
(catedral) |
61 |
Santo Tomé |
88 |
TOTAL |
487 |
Por si fuese poco, la
segregación étnico-religiosa y el desprecio inherente a esta discriminación
trascendieron de la nobleza al pueblo. Un pueblo ignorante y católico a
machamartillo que interiorizó tanto esta supuesta cualidad genética que incluso
los niños jugaban a disfrazarse con sambenitos o a remedar autos de fe; las
tradicionales danzas de judíos a veces se desvirtúan tanto que algunos
bailarines visten sambenitos de familiares o vecinos y se puso de moda entre
los chavales jugar a soplarse a los ojos, de tal modo que si los cerraban eran
tildados de confesos y sus amigos se burlaban de ellos. Es más, en tierras toledanas
se motejaba a los judeoconversos con el apodo de rapones, repelones o rapaculos,
por la costumbre hebrea de afeitar sus genitales al amortajarlos. Los
miserables labriegos y artesanos cristianoviejos ya tenían a quién despreciar:
los cristianos nuevos. En este contexto, el deseo de medrar de algunos y de
preservar su estatus de las elites suscitaba a cada paso rencillas,
resquemores, rumores y odios enconados, algunos heredados y otros generados por
las ínfulas personales o las vanidades estamentales.
De la segunda, nos consta su
existencia a fines del Cuatrocientos y en 1532 ya sabemos que veta la entrada
de algunos candidatos notados, aunque no será hasta 1556 cuando se refrenda
definitivamente su carácter exclusivista[94]. En todo caso, no será hasta 1602 cuando
la hermandad encarga al capellán de Reyes
Nuevos Martín Gómez de Herrera (1587-1602), al capellán de coro Juan de San
Pedro, así como al cofrade y licenciado Juan Barrantes para “que hiçiesen un
libro becerro de la hazienda ymbentario de las escrituras”, revisando el arca
de papeles custodiado en el hospital cofradiero. Su proceder era similar, pero
cuando en 1550-1551 no coincidieron los dos informantes nombrados por el
cabildo “por no conformarse la cofradía puso perpetuo silencio para que no se
hablase en ello”[95]. La cofradía de San Miguel poseía un
libro ordenanzas de 1581 “escriptas en pergamino de quartilla de marca mayor en
cuarenta quatro ojas y encuadernadas con la vida de Sant Bartolomé en tablas
guarneçidas de becerro”[96]. Lejos de lo que cabría esperar, su
corporativo, depositado en un arca de tres llaves, distaba mucho de estar bien
controlado; Francisco Gutierre de Luján, llavero de la hermandad durante más de
veinte años, presionado para que acreditase unos documentos en 1621, se excusa
por el extravío de una ejecutoria de la Chancillería de Valladolid sobre la
familia Mesa diciendo “que como era cosa que ya a la cofradía no le ymportaba,
a veces estaba en el archivo y otras en un cajon de la mesa vieja sin llave
entre otros papeles antiguos y de poca importancia como cosa que ya a la
cofradía no le haçia al caso”[97].
Por algunos
testimonios indirectos, sabemos de la presencia de libros verdes en
la Ciudad Imperial. En el reinado de Felipe II, el
polígrafo toledano Sebastián Orozco nos evoca en sus
escritos cuál habían sido sus fuentes más fiables para documentar la actuación
del Santo Oficio local:
“En un libro antiguo de un vezino desta cibdad de Toledo, hombre curioso, que
ponía y asentava por memoria las cosas notables que en su tiempo pasavan, entre
otras memorias y cosas, hallé las cosas siguientes. Las quales sabemos por muy
cierto aver así sido y passado, porque yo lo he oydo contar e referir asi
muchas personas contiguas, que se hallaron presentes y lo vieron, y son cosas
muy públicas en esta çibdad; y aun yo, el licenciado Sebastián de Horozco,
vezino de esta muy noble çibdad de Toledo, que esto al presente escrivo, me
aqüerdo, en confirmación de lo que de yuso se dirá, aver visto un retablo
pintado en tablas, que estava puesto é colgado á la puerta de la capilla de
Sant Pedro, que es en la santa yglesia mayor de esta çibdad, en que estava
pintada una processión de reconciliados, como se yban açotando, y un frayle en
un púlpito predicándoles; creo que dezían ser fray Viçente Ferrer, que agora es
sancto canonizado”[98].
Tal es el
caso de Bernardo Sánchez de Ayala, familiar del Santo Oficio local, sabemos
que, con ocasión del pleito mantenido en 1597 entre su padre Pedro de Hostia y
su tío materno Gregorio de Illescas de Miranda y Barreda con algunas familias
de Toledo “en materia de calidades”, se reunían en su casa con frecuencia
“muchos cristianos viejos bien nacidos” para debatir sobre la ascendencia de
sus convecinos[99]. Unos conciábulos y cuadrillas de
linajudos que se reproducen en otras grandes ciudades de la Corona de
Castilla, como Sevilla, Córdoba, Granada, Jerez o Cuenca[100], no tanto en Madrid, donde termina por
asentarse la Corte y al ser rompeolas de las Españas se extiende su cortina de
anonimato sobre muchas de las familias de poder.
Así, cuando había que
acreditar que un linaje era cristianoviejo se acudía a ancianos que
atestiguasen la buena fama de tal o cual familia; pero también a genealogistas
de prestigio que acrisolasen la buena sangre de cualquier aspirante a una
distinción honorífica. Todo el ascendiente y crédito atesorado durante
generaciones se jugaba a una baza y, en tales bretes, la figura de Pedro
Salazar de Mendoza se erigía en autoridad casi incontestable.
Y no solo él, su tío Diego de
Salazar se vio envuelto en un oscuro caso de compra de testigos en 1585 para
acreditar una falsa limpieza de sangre. Bernardino de Torres, hijo del jurado y
escribano toledano Álvaro de Madrid, quiso ocupar un banco de regidor por el
estado de los hijosdalgo, ante la oposición cerrada del abogado y licenciado
Martín de Rojas y otros miembros nobles de la corporación municipal[101]. Consultada la Inquisición, demuestra
que, por líneas paterna y materna, tenía ascendientes penitenciados. Ante el
descaro de los testimonios a su favor, y la certeza de que el dinero estaba por
medio, el Santo Oficio actúa con severidad contra los dieciséis testigos que
abonaron su sangre limpia. Bernardino fue multado con 50.000 mrs. y el resto
sufrieron una sanción ejemplar[102]. El mismo Diego de Salazar fue
procesado por perjuro entre 1585-1590 y quedó descalificado como testigo[103].
Pero volvamos al doctor
Salazar de Mendoza. Su costumbre de ensalzar o denigrar a familias de
poder notadas le conllevó no pocas cuitas y despertó
murmuraciones entre quienes se consideraban depositarios de la memoria colectiva.
El caso del toledano don Juan Chacón de Figueroa, candidato a un hábito de
caballero de la Orden de Santiago desde 1617, es el paradigma de sus
maquinaciones, compartidas por otros linajudos urbanos[104].
Era el hijo primogénito
legítimo de Francisco Chacón de Figueroa (†1625) e Isabel del Campo y
nieto de su abuelo paterno homónimo, fiscal mayor del Consejo de la
Gobernación arzobispal hasta la avanzada edad de más de 80 años. A la sombra de
su parentela Francisco Chacón fue nombrado pronto, sin tan siquiera ser
presbítero, arcediano de Calatrava y luego refitor de su tío el cardenal
Sandoval (a la sazón tío del valido Lerma) y canónigo de Toledo (como su
hermano Bernardo de Rojas, arcediano de Talavera). Como su abuelo y su padre
habían superado las pruebas sobre limpieza del cabildo catedralicio, se suponía
que todo iría sobre ruedas. Craso error, ya que la estrella de los Sandoval
estaba en declive y varios testigos alertan contra la falta de calidad del
aspirante ante los informantes arbitrados por el Consejo de Órdenes: el
caballero santiaguista Diego López de Mendoza y Mudarra y el religioso frey
Diego Ramírez de Cepeda.
Según declara el propio doctor
Salazar de Mendoza en el expediente de ingreso a la milicia santiaguista[105], su abuelo materno, Martín del Campo,
que por entonces contaba con unos 74 años de edad, ejercía de abogado (sin
título) de la Inquisición y era oidor del Consejo de la Gobernación hacia 1618,
reedificando a su costa la iglesia de San Cristóbal, donde estableció la
capilla funeraria familiar. Sin embargo, al moverse papeles se acredita que era
hijo del racionero Cristóbal de Campo (oriundo de un lugar cercano a Ledesma,
Salamanca), que llegó a ser obispo de anillo de Toledo y quién
mantuvo relaciones con una criada soltera suya vecina de Ocaña y de apellido
(si bien otros decían que su amante había sido Magdalena de Cabrera, esclava de
don Juan Pérez de Cabrera, hermano del marqués de Moya); en tanto que su abuela
materna, Juana de Argaez tampoco tendría nada de que enorgullecerse, al
descender de Mencía de Ribadeneira, esclava morisca al servicio del mariscal
Hernando Valladolid de Rivadeneira, amancebada con el hidalgo Juan de Salazar
(según recuerda que constó en la información que se hizo de Juan Suárez,
capellán de Reyes Nuevos; aunque no falte quien asegure que la madre de Mencía
de Rivadeineira procedía de los Cornejos de Salamanca, gente principal de
aquella ciudad universitaria).
Ante estos y otros testimonios
infamantes, un memorial con la tacha de testigos realizada por el progenitor
del candidato no deja títere con cabeza. El memorial que hace llegar a la Corte
el ya arcediano de Toledo no tiene desperdicio[106]:
“quando llegaron los informantes a Toledo dijo Juan Vazquez Velluga contador de
la Santa Iglesia de Toledo que estaban conjurados quarenta hombres contra el
dicho doctor del Campo, abiendome dicho esto lo sabia el doctor Corral [Alonso
Corral de Bustamante], comisario del Santo Oficio, le able porque como hombre
que sabia cosas de Toledo me dijese que fundamento tenia tan gran maldad y me
dijo vuesa merced crea que es el hombre mas mal quisto su suegro que ai en el
mundo porque siempre es en la defensa de los christianos […] y ansi quantos
confesos hay en Toledo se an de conjurar contra el”[107].
Entre los descalificados por
ser enemigos capitales suyos se menciona expresamente a Juan de Soria, oriundo
de Ágreda pero secretario del ayuntamiento de Toledo, por la calidad de su
oficio (asociado desde antaño a los confesos); así como también al cura de
Novés y a dos intelectuales de primer orden de la Ciudad Imperial: el doctor
Jerónimo de Ceballos y el doctor Eugenio de Narbona, cura de san Cristóbal. De
estos letrados dice que hacían juntas contra su suegro en la casa del también
doctor Pedro Salazar.
De éste último asegura que,
camarero del cabildo de canónigos, había tenido varios encontronazos con él,
pues como hechura del cardenal Sandoval y Rojas († diciembre
1618), era el mayor enemigo que tenía en su cabildo. En concreto, declara que
“tengo por sospechoso al doctor Salazar de Mendoza, entre otras razones por
haberme dicho el doctor Corral, comisario del santo Oficio, que me guardase del
doctor Salazar de Mendoza, porque era mal hombre y mala vestia”. Además,
comenta que el doctor Salazar, siendo compañero suyo en el cabildo de la Santa
Iglesia de Toledo, le había felicitado por las pruebas genealógicas presentadas
de su hijo; una actitud cínica que justifica que lo califique que de Judas.
Asimismo habla de unas cartas misteriosas remitidas desde Madrid para dinamitar
los trámites comenzados ante el Tribunal del Honor.
Posiblemente este fuese el
motivo por el cual, en 1618, se le tiró un redomazo de tinta (la venganza
aplicada a los autores de libelos), viéndose implicados su compañero
el doctor Martín del Campo, abogado del real fisco del Santo Oficio
de Toledo, el alférez Juan Luis de Heredia, Nicolás Monroche y Antonio
Pulgar, reos en rebeldía huidos a Madrid cuando don Luis de Paredes,
consejero real y alcalde de Casa y Corte publica la sentencia por las calles de
la Ciudad Imperial el 9 de septiembre de dicho año[108]. Por si fuese poco, después se suscitó
un enojoso pleito jurisdiccional entre la Inquisición y el juez regio, al
alegarse quebrantamiento de fuero (1618-1622), en el que se vio envuelto don
Pedro[109].
Tampoco Francisco Chacón
de Figueroa ni Juan Chacón de Figueroa salieron a bien de esta
desventurada apuesta, arrastrándoles al vacío la muerte del Cardenal Primado y
la caída del Valido. Padre e hijo disputaron con su suegro por la herencia de
Juana de Orgaz y Rivadeneira, diligenciada en la Chancillería de Valladolid
(1619-1621)[110].
Poco después, ambos litigaron de nuevo con su suegro, al quedarse don Juan
huérfano de madre[111].
Además, aunque el 10 de octubre de 1626 (muertos ya tanto su padre el canónigo
como el doctor Salazar de Mendoza) se nombran nuevos comisarios para revisar
las pruebas genealógicas depositadas en la Corte, pero su suerte estaba echada,
ya que muere antes de despachársele hábito. Era el modo habitual de no
desprestigiar a una estirpe sin traicionar los estrictos, aunque devaluados,
estatutos de dicha Orden Militar[112].
El propio Martín del Campo murió amargado a su vejez, ya que pese a haber
invertido mucho tiempo y dinero en labrarse un lugar en la memoria de sus
paisanos, a última hora todo se fue al traste por las ínfulas de la familia de
su yerno.
Por su parte, apenas
cerrado este frente, Pedro Salazar de Mendoza se verá envuelto en
otros tejemanejes genealógicos en la Ciudad Imperial, es este caso
ensalzando al presbítero Fernando de Mesa y
Covarrubias, aspirante a una canonjía de la sede primada entre
1618-1621. Sus tíos abuelos maternos habían sido nada menos que don Diego de Covarrubias (1512-1577), presidente del
Consejo de Castilla (1572-1577), y el licenciado Antonio de Covarrubias
(1514/24–1602), jurista y maestrescuela de la catedral de Toledo, además de
profesor de Derecho y consejero del Real de Castilla. La mayoría de
los testigos depusieron a favor del pretendiente (incluido un alcalde de
Toledo, un caballero del hábito de Calatrava, varios racioneros del cabildo y
otras personas cualificadas), pero tiene la mala fortuna de que se cruza en su
camino nada menos que Juan Bautista de
Chaves Arcayos, de 43 años de edad y capellán de coro (desde 1589 y futuro
secretario del cabildo y racionero entre 1623-1643), con ínfulas de anticuario
y cronista[113],
a pesar de terminar siendo investigado por el Santo Oficio, quien declara que:
“en esta ciudad hubo un hombre onrado rico llamado Rodrigo Alonso Cota casado
con Ines Gonzalo y demas de los hijos legitimos tuvo por hija bastarda a Mari
Basquez Cota alias Mari Cota avida de una esclava suya mora llamada Elvira de
Torrijos la qual dicha Mari Basquez caso con un Antón de Rivera criado [de Juan
de Rivera] primer marques de Montemayor que todos eran parroquianos de Sant
Nicolas donde tenian casas el dicho marques y el dicho Rodrigo Alonso y los
dichos Anton de Contreras y Mari Bazquez Cota tuvieron por sus hijas a Beatriz
Basques de Contreras y a Ines y a Juana y a la dicha Beatriz Vazques caso con
Joan Alvarez y estos fueron padres de Hernando Alvarez de Mesa abuelo
paterno del dicho pretendiente y declara que el dicho Joan Alvarez fue casado
segunda vez con una Juana Nazi (sic) de la qual no tuvo hijos y el todo lo sabe
y tiene noticia por averlo oido decir a diversas personas y en particular a au
padre dese testigo que a diez año que murio y tenia setenta y nueve años y a
Isabel de Salazar tia deste testigo ques ya difunta y tambien tiene noticia de
que un Juan Baptista de Mesa hermano de Alonso de Mesa padre del pretendiente
de padre y madre fue cofrade de la cofradía de San Miguel por pleito y carta
ejecutoria que alcanzo de la Real Chancillería de Valladolid por lo qual si es
verdad lo referido los tiene por moros y judios; ansi al presente como su padre
y abuelo por la linea paterna porque por lo Cota es confeso y por la
esclava moro, pero que de veinte años a esta parte ha oído decir algunos actos
positivos que tienen”[114].
Además
de ponderar que su nieto el doctor Alonso Cota, hijo de Sancho Cota y de
Catalina de Cuadra, había sido quemado por judaizante; y que su hermano Rodrigo
de Cota fue reconciliado hacia 1486-1490 o que sus sambenitos colgaban en San
Nicolás. Si bien no era menos cierto que las casas del doctor Cota se habían
convertido en monasterio de recoletas Bernardas.
Para
contrarrestar un testimonio tan contundente, los Mesa, con hacienda en Guadamur
y tan ricos como interesados en disipar toda duda en su turbia genealogía,
contaron con la ayuda del doctor Salazar de Mendoza. A estas alturas de su vida
tenía 58 años y ya era canónigo penitenciario. Declaró que por el cabildo
circulaba una carta donde se decía que Fernando de Mesa y su padre no eran
limpios; un libelo que califica como “impostura y enveleco de sus enemigos y
les han querido hazer daño so color de una casa que tienen en la Silleria”[115],
cerca de la Judería, que había pertenecido a Rodrigo Alonso de Cota.
El
resto de la parentela del pretendiente a la canonjía no tiene desperdicio. Dos
hermanos son familiares de Santo Oficio desde hacía poco tiempo y uno de ellos
dominico en el convento de San Esteban (Salamanca). El propio Fernando era
cofrade de San Miguel, igual que su tío Juan Bautista de Mesa. Catalina de
Mesa, su tía abuela, se casó con Alonso de Sosa, alcalde ordinario de Toledo y
cofrade de las Hermandades de San Pedro y San Miguel, cuyos hijos fueron
Ambrosio de Mesa (caballero del hábito de San Juan), en tanto que doña Beatriz
de Mesa profesó como freila de Santiago en el convento de Santa Fe. Asimismo,
en el Colegio de Doncellas se educaba doña Petronila, hija de Baltasar de Mesa,
también familiar de la Inquisición. No en vano a los Mesa los apodaban
los ametalados, por ufanarse del brillo de sus antepasados.
Por su
parte, el doctor Francisco Hurtado de Zárate, comendador del Hospital de San
Antón, extramuros de Toledo “dijo entre dientes aunque de manera que se le pudo
entender que los Mesas no tenian mas culpa en la voz que andava acerca de la
descendencia de los Cotas que Judas en la muerte de Christo”[116],
aunque no quiso que se levantase acta de su testimonio y opinaba que todo se
debía a enemistades entre familias.
Para
dilucidar la verdad, durante los siguientes meses se recaban testimonios de un
sinfín de vecinos; también se indaga en la Hermandad de San Miguel y en el
archivo del tribunal de distrito de la Inquisición; además de viajarse a la
villa de Simancas[117],
consultarse en la Real Chancillería Valladolid y revolver en los fondos del
Colegio de Escribanos Públicos de Toledo. No en vano, el expediente de ingreso
tramitado consta de más de mil folios.
Por su
parte, el canónigo Francisco Doria afirma que, hablando con un toledano de
quien prefiere no dar el nombre, le dijo “que se habia metido el dicho don
Fernando en buen ruido”; y respondiendo el testigo que poco importaba, ya que
los Mesas ostentaban tantos actos positivos, su paisano le replica “es verdad,
pero la iglesia es otra cosa”[118].
A pesar
de todo, los testimonios favorables del conde de Fuensalida y de Diego de
Robres Gorbalán, regidor de Toledo y poderoso señor de ganados comarcano,
terminan por decantar la candidatura a favor de Fernando de Mesa, aunque poco
tiempo tuvo para gozar tal prebenda[119].
En esta senda, arquetipo de familia encumbrada, aunque
manchada, lo constituían los Zapatas, señores de Peromoro y Cedillo. Según los
cronicones urbanos, en víspera de los progroms antisemitas,
espoleados por las encendidas prédicas de San Vicente Ferrer en Santiago del
Arrabal (Toledo), la familia de los Chapatel se tornó cristiana, con el nombre
de Zapata, integrándose en la elite urbana y en la Corte castellana.
De su prolífica saga,
destacó Fernán Álvarez de Toledo, regidor de Toledo (1471) y recaudador regio,
que hizo carrera durante el reinado de los Reyes Católicos[120],
primero ejerciendo como Escribano Mayor de Privilegios y Confirmaciones (1475)
y luego como su secretario de cámara (1476), siendo considerado persona de
confianza de Isabel la Católica. Años después compró el lugar de Tocenaque y en
1487 adquiere el señorío de Cedillo y Manzaneque a los condes de Fuensalida.
Por fin, en 1495 se les permite amayorazgar sus villas de Cedillo y Manzaneque,
y en 1497 se erige en I señor de Cedillo[121].
Su
hermano, Francisco Álvarez de Toledo Zapata (h. 1450-1523), llevó una vida más
azarosa. Destinado a la carrera eclesiástica[122],
obtuvo en Roma importantes cargos. Miembro del cabildo catedralicio toledano[123],
en 1483 era vicario general del arzobispado de Toledo con el cardenal Mendoza y
en 1485 logra de Inocencio VIII licencia para fundar en la Ciudad Imperial el
Colegio-Universidad de Santa Catalina. Durante años fue hombre de confianza de
Cisneros. Hacia 1503 es acusado de judaizante y solo se libra de una condena
segura la protección del Papa Julio II y de Diego Deza,
arzobispo de Sevilla e Inquisidor General. La sentencia
dada en 1507 le absolvía de tales acusaciones y logró que su causa de fe se custodiase en el Sagrario de
la Sede Primada.
Durante
las Comunidades, el maestrescuela promueve juntas y se alinea con los líderes
de la revuelta, sirviendo de enlace entre el ayuntamiento comunero y el cabildo
catedralicio. Cuando el obispo Acuña se apodera de la ciudad, el maestrescuela
fue nombrado su obispo auxiliar; pero, al fracasar la rebelión, el proceso
retorna al Archivo del Secreto, en represalia “como lo estan todos los
dichos proçesos que en la dicha Inquisicion se han hecho asy de libres como de
condenados segund que es de derecho e se acostumbra hazer en todas las
inquisiciones del Reyno lo otro por ques cosa muy agraviada e nunca vista ni
oyda que proceso original hecho por Inquisidores sobre crimen e delito de
eregia estoviese fuera del oficio e se depositase en sagrario de una iglesia
tan sancta donde ay tantas reliquias de sanctos y era necesario que tal se
remediase” [124]. De ese modo, se sacó un traslado “muy
fielmente sin quitar ni poner una jota mas de lo que el esta” para dejarlo
en el sagrario y se devolvieron los autos originales al archivo del Tribunal de
Distrito toledano. En esta línea, el perdón general otorgado en 1522 exceptúa
al maestrescuela Zapata, preso en Valladolid, donde muere en 1524, aunque su
cuerpo sería trasladado a Toledo, donde se enterró en su fundación preferida:
el Colegio-Universidad de Santa Catalina. Poco después, en octubre de 1525 se
dictó su absolución y la devolución de los bienes secuestrados. Durante el
Siglo de Oro, la universidad toledana fue foco de humanistas
y conversos[125].
Pero un
nuevo revés recibió la Casa de Cedillo en 1547, cuando el cardenal Silíceo
instituye el estatuto de limpieza de sangre en el cabildo catedralicio de
Toledo, a cuya sombra medraban varios miembros del linaje[126]. Así,
todavía a inicios del siglo XVII, un impreso anónimo atribuido a Salazar de
Mendoza, que intenta salvar el buen nombre los Álvarez de Toledo, asegura que
el estatuto se implantó “por enojos con los Zapatas, y que así se lo intimó
al escribano mayor de los ayuntamientos de Toledo, Rodrigo Ponce su amigo”[127].
Por su parte, Silíceo para justificar el estatuto dice “que común fama
es en España que las Comunidades y desasosiegos que hubo en ella los años
pasados fueron por inducimiento de este linaje de hombres que descienden de
judios”[128],
hasta el extremo que en los siguientes años menudean los testimonios
que acreditan no ser descendientes de comuneros o
agermanados en las pruebas de limpieza de sangre.
Este
intento por limpiar el nombre del linaje no era un brindis al sol. Casi una centuria
después de verse envuelto en la causa comunera, el 31 de enero de 1624, Felipe
IV otorgó a Antonio Álvarez de Toledo y Heredia Ponce de León y Luna, III
titular de la Casa y Notario Mayor de Granada, el título nobiliario de conde;
aunque parecía ser una gracia de Felipe IV o su alter ego el
conde-duque de Olivares, el trasfondo fue el compromiso de que pagaría una
elevada suma para paliar las maltrechas arcas regias[129].
Su ascenso a la nobleza titulada fue básico para entroncar con la aristocracia
castellana y aragonesa, gracias a una meditada estrategia matrimonial
endogámica, si bien su heredero litigó infructuosamente por algunos títulos y
mayorazgos[130].
Profundamente religiosos, desde hace generaciones, los
Cedillo fueron patronos de la capilla de Santa Catalina (sita en la capilla de
San Salvador de dicha ciudad), así como de los conventos femeninos de San
Miguel de los Ángeles, San Antonio, y Corpus Christi, del monasterio bernardo
de Monte Sión. Por su parte, la viuda de Fernando Álvarez de Toledo, Leonor de
Mendoza, fue clave en la fundación de un cenobio de la Orden de San Juan de
Dios en Toledo (1598). Sobre todas estas instituciones proyectaron su mecenazgo
artístico y cultural, sirviendo a su vez de última morada. De ser investigados
por el Santo Oficio habían pasado a ostentar un título del reino y erigirse en
pilares del catolicismo contrarreformista. La transformación se había operado
con éxito.
Por su parte, su pariente Pedro de Ayala Manrique, III
señor de Peromoro y San Andrés (1539-1599), procedía de una rama bastarda de
los Fuensalida que entroncaron con la Casa de Cedillo, cuyo abuelo y padre eran
a la sazón conocidos comuneros[131].
Se casó con Juana de la Cueva Guzmán, nieta de los señores de Solera. Sus hijos
fueron Juan de Ayala Manrique, caballero de Calatrava y corregidor de Jerez de
la Frontera; María Manrique de Ayala (esposa de Juan Vaca de Herrera, señor de
Daganzo) y Pedro de Ayala Manrique, sucesor del señorío y corregidor de Guadix
y Baza (1629-33), Plasencia (1637), Burgos (1641-50) y Valladolid (1638-44 y
1652-56)[132],
además de apoderado del toledano Hospital de San Pedro, ya anciano[133].
Pues bien, cuando se comenzó a tramitar el hábito de
Órdenes a Juan de Ayala Manrique, el 8 de abril de 1623, media Toledo se
escandalizó. Surgieron corrillos en las plazas, se celebraron reuniones
secretas e incluso circularon manuscritos infamantes para impedir que el nieto
de un bastardo, a la sazón comunero y descendiente de criptohebreos, se
vistiera con la cruz roja al pecho.
Para contrarrestar esta ofensiva de los linajudos se
imprimió un memorial anónimo en defensa de los Zapata, atribuido al doctor
Salazar de Mendoza, para bruñir un linaje calificado por su autor como “tan
limpio que no debe nada a nadie”. El argumentario de este opúsculo asegura
basar su contralibelo en documentos auténticos, ya que había comparado la
caligrafía de escribanos medievales con el archivo de Pedro de Silva, alférez
mayor urbano, y con el registro del Colegio de Escribanos de Toledo. En
realidad no le falta razón a su autor: era verdad que García Zapata, prior
jerónimo del monasterio de la Sisla, había sido relajado por el Santo Oficio,
pero había confesado bajo tortura y terminó con los brazos descoyuntados;
también que el maestrescuela fue infamado sin razón, a pesar de su trayectoria
impecable al servicio de la Iglesia; asimismo, rechaza que el estatuto de
limpieza de catedral fuese un arma arrojadiza contra los Zapata, pues quienes
por entonces estaban vinculados a la catedral no eran descendientes directos de
los señores de Cedillo, sino sus primos, que “no se casaron con la igualdad que
sus padres y ascendientes, sino por su gusto y antojo” y que si el señor de
Cedillo habló contra el estatuto fue solo para proteger a su linaje, recordando
que otros canónigos igualmente rechazaron su implantación; concluyendo que, si
realmente estuvieran contaminados, “huyeran del apellido sus hijos y
descendientes”[134].
No faltaba a la verdad Salazar de Mendoza, pero no era menos cierto que la
simple sospecha ya era un baldón insufrible para quienes se consideraban
integrantes con pleno derecho de la elite urbana.
Curiosamente, dicho memorial fue enviado al conocido
genealogista granadino Blas de Salazar[135],
prolífico autor de nobiliarios (entre otros, sendas crónicas de Casas toledanas
que nunca imprimió[136]),
quien también dejó manuscrito un armorial, profusamente ilustrado,
titulado Genealogía de los Condes de Zedillo. Y de la diferenzia de
armas de que usan los que tienen el apellido de Toledo (1629)[137],
que se erigió en todo un documento/monumento emblemático de la estirpe.
El hijo del señor de Peromoro fue armado caballero hacia
1634[138],
aunque años después todavía se le reclamaba el dinero invertido en dilucidar su
genealogía[139].
En este sentido es curioso comprobar como la cabeza de su linaje, su hijo Pedro de Ayala Manrique, IV señor de Peromoro,
cuando muerte en 1656 ejerciendo como corregidor de Valladolid, conservaba en
su librería unos nobiliarios en dos tomos empergaminados y un opúsculo
titulado Discurso contra judios, de tamaño cuartilla y también
encuadernado en pergamino[140],
consciente de que en el pasado se había fraguado su brillante presente.
Conclusiones
Pedro Salazar de Mendoza
fue un personaje destinado a la carrera eclesiástica, al igual que la práctica
totalidad de sus hermanas y hermanos, siguiendo la tradición de otros muchos
miembros de un linaje, que tenía como uno de los puntos de referencia más
preclaros en el cardenal Pedro González de Mendoza, el tercer rey de
España.
Con una sólida formación
en ambos Derechos, estudios que abrían muchas puertas para conseguir la ansiada
promoción social, su trayectoria como servidor de la Iglesia aparece claramente
vinculada y a la sombra de encumbrados personajes eclesiásticos, en singular el
cardenal y primado de España Gaspar de Quiroga, en cuya archidiócesis
desempañará diversos cargos de responsabilidad (tesorero de la Colegial de
Talavera, vicario, consejero de Gobernación, etc.) alcanzando la cima de su
promoción con la obtención en 1609 de la canonjía penitencia de la Santa
Iglesia de Toledo, que desempeñará durante dos décadas hasta su fallecimiento
en 1629.
Su proximidad a
determinadas ramas de la nobleza castellana, seguramente, también contribuyó a
perfilar su trayectoria profesional y a limpiar de obstáculos el camino en su
proyección personal. Sin duda su condición de erudito y de prestigioso autor de
crónicas, genealogías o nobiliarios le facilitaba una proximidad y una
familiaridad a través de unos conocimientos puestos al servicio de los
respectivos linajes. Tanto es así que algunas Casas, al ser puestas en
entredicho, acudían a Salazar de Mendoza en busca de auxilio y en demanda de
argumentos históricos para contrarrestar las críticas vertidas. En estas circunstancias
cabe preguntarse sobre la fiabilidad de algunas de sus genealogías, por estar
elaboradas con el fin premeditado de satisfacer a sus clientes y amigos, no
tanto por su deseo de investigar y conocer la auténtica naturaleza de un
linaje, a tenor de las fuentes históricas de que se disponían.
Sin duda alguna, la
faceta de Pedro Salazar como hombre de letras, como historiador, como amante de
los libros y de la cultura escrita, es quizás la que le ha dado mayor
proyección intelectual y un merecido reconocimiento en el tiempo. Sorprende la
rica biblioteca de la que es poseedor, no solo por el número de obras, sino por
la presencia de autores genuinamente representativos del humanismo y de la
cultura renacentista, tales son Erasmo, Tomás Moro, Marsilio Ficino, Petrarca,
así como de nutridas obras de la cultura clásica grecorromana (Aristóteles,
Platón, Séneca, Cicerón, Ovidio, Virgilio, Marcial). Pero, sin duda alguna,
fueron los historiadores, tan presentes en la librería privada, quienes
alimentaron esa afición y quienes propiciaron la formación especializada en
asuntos históricos a la que supo sacar partido para la confección de
genealogías, nobiliarios o crónicas. Autores que narraron la historia de Grecia
(Herodoto, Tucídides, Jenofonte), de Roma y sus conquistas (Julio César, Tito
Livio, Tácito, Plutarco, Apiano de Alejandría) o cronistas más o menos
contemporáneos como Juan de Mariana, Jerónimo Zurita, Esteban de Garibay,
Francisco de Pisa, que se ocuparon de España, sin olvidar estudiosos que centraron
sus pesquisas en Francia, Flandes, Portugal, Italia, Inglaterra, más otros
célebres que dieron a conocer el Nuevo Mundo (Bartolomé de las Casas, Gonzalo
Fernández de Oviedo, Agustín de Zárate) se convirtieron en fuente de
inspiración, en obras de consulta obligada, en referencias de calidad para sus
eruditos estudios.
Además de las menciones a estas autoridades, otros rasgos
característicos de los libros de Pedro de Salazar son el carácter apologético
de los personajes historiados; el frecuente recurso, por otro lado muy
característico de la época, de rastrear en personajes míticos de dudosa
verosimilitud para resaltar la antigüedad de determinados linajes (concepto
clave en las genealogías); así como el ensalzamiento exagerado de las virtudes
y méritos de los biografiados. Por su condición de prebendado de la iglesia
toledana y por el contacto frecuente con el estamento nobiliario, resulta
lógico inferir que las ricas bibliotecas y los archivos, tanto institucionales
como familiares, se convirtieron en un recurso de incalculable valor a la hora
de investigar y aportar pormenores que aportaran verosimilitud a sus asertos.
No conviene perder de vista la afición o, quizás sea más
preciso decir, la obligación a pleitear de la sociedad castellana, aún más acentuada
entre los nobles, en defensa de intereses materiales o inmateriales cuyos
derechos invocados intentaban justificarse en base a noticias y documentos,
títulos, escrituras, nombramientos o ecos del pasado. Hasta tal punto su
palabra fue respetada que las obras de Salazar de Mendoza se convirtieron,
fueran o no concebidas con afanes legitimadores o pueda dudarse de su rigor
historiográfico, en un argumento de peso esgrimido ante los tribunales y ante
la propia Corte.
Nos hallamos pues ante un hijo de su tiempo, que manejó
con acierto todos los resortes en su mano para hacerse un hueco en la historia
y para congraciarse con el poder. Signo de una época, en que los méritos
personales no eran tan importantes como la larga sombra proyectada por los antepasados
en sus propias vidas.
NOTAS
[1] La presente
contribución se enmarca en el Proyecto de Investigación HAR2012-35901, titulado
“Gestores de lo escrito: construcción, conservación y difusión de la memoria en
el ámbito hispánico, siglos XIII-XVII”, financiado por el Ministerio de
Economía y Competitividad del Gobierno de España y cuyo investigador principal
es el doctor Enrique Villalba Pérez.
[2] “El linajudo” en Juan de ZABALETA, El
día de fiesta por la mañana [1654], ed. de Cristóbal Cuevas, Madrid,
Castalia, 1983, p. 266.
[3] Ian MACPHERSON,
“Juan de Mendoza, el bello malmaridado”, en Alan DEYERMOND e Ian
MACPHERSON (eds.), The Age of
the Catholic Monarchs 1474-1516: Literary Studies in Memory of Keith Whinnom, Liverpool, 1989,
pp. 99-109.
[4] No todos los
medievalistas están de acuerdo con el orden de sus nupcias. Ver Alfonso FRANCO SILVA, La fortuna y el poder:
estudios sobre las bases económicas de la aristocracia
castellana: S. XIV-XV, Cádiz, Universidad de Cádiz, 1996, p.
313.
[5] Las casas de sus padres Juan de Salazar,
caballero del hábito de Santiago y de María López de Múgica fueron incorporadas
al monasterio de Santorcaz (antigua iglesia mozárabe de San Torcuato). Archivo
Catedral de Toledo (ACT), Limpieza sangre, leg. 6, exp. 108, f. 7r.
[6] Archivo General de Simancas (AGS), Registro General del Sello (RGS,) leg. 151210,
exp. 122 y Archivo Histórico
Nacional (AHN), Órdenes Militares (OM.), Judicial, Registro del Sello de la
Orden de Calatrava (RSC), leg. 44956, sf.
[7] AGS, Consejo Real de Castilla, leg. 105, exp.
14.
[8] Archivo Catedral de Toledo (ACT), Limpieza
sangre, leg. 6, exp. 108, f. 7v.
[9] No sabemos si se trata de Diego de Salazar,
vecino de Toledo, a quien la Casa de la Contratación da licencia para emigrar a
Nueva España, siendo calificado de pobre; 1578-9-16, Madrid. Archivo General de
Indias (AGI), Indiferente, leg. 1969, lib. 22, f. 187v y 2059, nº 106.
[10] AHN, Inquisición, leg. 2104, exp.1. No
confundir con su homónimo, secretario del embajador español en Venecia. Jean
Michel LASPERAS, “La biblioteca de Cristóbal de Salazar, humanista y bibliófilo
ejemplar”, Criticón, 22 (1983), pp. 5-132.
[11] Juro de 25.000 mrs. a favor de los cofrades
de la Caridad de Toledo, inserto entre las cláusulas del testamento de
Cristóbal de Salazar. AGS, CME, leg. 211, exp. 28.
[12] Cuando fallece Hernando de Espinosa, capellán
de coro de la catedral, tenía entre sus pertenencias “un repostero con las
armas del cardenal don Pedro Gonçalez de Mendoza” 7-XII-1572, Toledo. Archivo
Histórico Provincial de Toledo (AHPT), Protocolos Notariales, leg. 1555,
f. 1544r.
[13] Su pariente
Jerónimo de Espinosa litigó su hidalguía en la Chancillería de Valladolid desde
1538. Archivo de la Real Chancillería de Valladolid (ARCHV), Sala de
Hijosdalgo, caja 824, exp. 17.
[14] ACT, Limpieza
sangre, leg. 6, exp. 108, f. 17v.
[15] Su magro legado fue plasmado en su testamento
y codicilo. AGS. CME. leg. 564, exp. 25.
[16] Siendo ya canónigo Pedro Salazar, el cabildo
catedralicio libró dos ducados de limosna a su hermana doña Catalina de
Salazar, doncella pobre; 10-V-1609, Toledo. ACT,
Actas Capitulares, lib. 25 (1609-1610), f. 49v.
[17] Fernando de COTTA
Y MÁRQUEZ DE PRADO, “Lista de profesos de la Orden de
Calatrava desde 1535 a 1595: trascripción
de las relaciones inéditas y nota preliminar”, Cuadernos de Estudios
Manchegos, 1 (1970), p. 58.
[18] No pensamos que fuese el mismo que el doctor
Diego de Salazar que litiga con el licenciado Sahagún por una cátedra de
vísperas de Medicina en la Universidad de Santa Catalina de Toledo (1621). AHN,
Consejos, leg. 27950, exp. 21.
[19] En el inventario
de pinturas se registra un “retrato de Fernando de Salazar padre del señor
doctor Salazar”. Igualmente aparece otro de un antepasado de nombre Alonso de
Mendoza. AHPT, Protocolos Notariales, leg. 2549, caja 1/3, f. 514.
[20] El áspero incidente suscitado por quitarse
una vidriera heráldica del cardenal Mendoza durante las obras de la Sacristía,
a inicios del siglo XVII, en Miguel Fernando GÓMEZ VOZMEDIANO, “Espacios de
poder y pugna de vanidades: litigios por cuestiones heráldicas en la Castilla
de los Austrias”, en Comercio y cultura en la Edad Moderna,
Sevilla, Universidad de Sevilla, 2015, pp. 2633-2646.
[21] Canónigo desde 1566, tesorero desde 1572,
muere en 1579. Toledano, desciende de los condes de Feria y los duques del
Infantado. Ángel FERNÁNDEZ COLLADO, La
catedral de Toledo en el Siglo XVI: vida, arte y personas, Toledo,
Diputación Provincial, 1998, p. 77. No es casualidad que, entre sus valiosas
pertenencias se hallara “un abentador de lienço con un escudo de
Mendoças”. AHPT, Protocolos Notariales, leg. 1577, f. 732v.
[22] Linda MARTZ, Poverty
and welfare in Habsburg Spain. The exemple of Toledo,
Cambridge, 2009, p. 189.
[23] Henar PIZARRO
LLORENTE, Un gran patrón en la corte de Felipe II: Don Gaspar de
Quiroga, Madrid, Universidad de Comillas, 2004.
[24] El doctor Salazar de Mendoza, quien se dice
autor la crónica del cardenal Tavera, en una carta solicita al corregidor de
Toledo que tome por servidor a uno de sus sobrinos-nietos, primogénito de su
linaje; 10-IX-1603, Toledo. Archivo Municipal de Toledo (AMT) Documentos
curiosos, nº 48.
[25] ACT, Limpieza de Sangre, núm. 108, f. 7r. En
este sentido, pensamos que este personaje está detrás de un espinoso litigio
suscitado en el cabildo catedralicio en 1609 cuando, aprovechando obras en
el Sagrario catedralicio, se quita una vidriera con las armas del gran
cardenal Mendoza, protestando el duque del Infantado como cabeza del linaje.
Miguel Fernando GÓMEZ VOZMEDIANO, “Espacios de poder […]
[26] AHN, Consejos,
leg. 24698, exp.3.
[27] Fernando
MARÍAS FRANCO, El Greco: Historia de un
pintor extravagante, Madrid, Nerea,
2013, p. 174.
[28] AHN, Inquisición
leg. 3712 y 3713. María V. JORDÁN ARROYO, Soñar
la Historia: riesgo, creatividad y religión en las profecías de Lucrecia de
León, Madrid, Siglo XXI de España Editores, 2007.
[29] Vicente BELTRÁN DE HEREDIA, “Un grupo de
visionarios y pseudoprofetas que actúa durante los últimos años de Felipe
II”, Miscelánea Beltrán de Heredia, Salamanca, 1972, III, pp.
335-405.
[30] Julio PORRES MARTÍN-CLETO y Juan BLÁZQUEZ
MIGUEL, “Un proceso inquisitorial y cuatro conventos toledanos”, Anales
Toledanos, 24 (1987), pp. 91-140.
[31] 6-XI-1594, Toledo.
Juan Bautista de CHAVES ARCAYOS, Libro de las cosas memorables
acaeçidas el año de 1593, 1594, 1595, 1596, 1597. ACT, Secretaría
Capitular I, mss. 63, f. 78v.
[32] El canónigo penitenciario se ocupaba de
confesar a los canónigos y explicar materias morales. A él se reservaba el
perdón de los pecados más graves y cualificados, salvo las exceptuadas por el
Derecho Canónico y que se atribuían al Papa. Esta discrecionalidad le confería
un extraordinario ascendiente, además de que en calidad de confesor del
personal de la catedral sabría muchas verdades incómodas. Pedro de Salazar
accede a la canonjía penitenciaria por muerte del doctor Francisco de Espinosa;
1-VII-1609, Toledo. ACT. Limpieza sangre, leg. 6, exp. 108, sf.
[33] ACT, Limpieza de Sangre, núm. 108
[34] Bien relacionado con el cabildo catedralicio
y cofrade de la linajuda Hermandad de San Miguel. Susana VILLALUENGA DE GRACIA,
“Antecedentes y reforma en la Administración de depósitos del Cabildo Catedral
de Toledo (1591-1613)”, De Computis. Revista Española de Historia de la
Contabilidad, 12 (2010), p. 161.
[35] AGS, Contaduría
Mayor de Hacienda, legs. 202, exp. 34 y 235, exp. 25
[36] Alonso LÓPEZ DE HARO, Nobiliario
genealógico de los reyes y titulos de España, Madrid, 1622, p. 238.
[37] AGS, Patronato
Regio, leg. 82, docs. 239 y 240.
[38] En 1612, su propio
hijo tomó el hábito de franciscano capuchino en el monasterio del Ángel de la
Guarda (Toledo), recientemente fundado. Era pariente de Luis Sirvendo, regidor
de Toledo y patrono en 1612 de la capellanía fundada por doña Isabel Oballe.
Almudena SÁNCHEZ-PALENCIA MANCEBO, “Una toledana en Indias: Isabel de Oballe”, Anales Toledanos, 23, 1986, pp. 23-100, en concreto p. 32.
[39] Henar PIZARRO LLORENTE, “Los miembros del
cabildo de la catedral de Toledo durante el arzobispado de Gaspar de Quiroga
(1577-1594)”, Hispania Sacra, LXII, 126, (julio-diciembre 2010),
pp. 563-619, en concreto p. 594.
[40] Famoso por
traducir al castellano el Orlando Furioso de Ariosto,
publicado en prosa en Madrid en 1585, labor que elogiada, entre otros, por
Alonso de Ercilla. Asimismo, era hermano de Alonso de Contreras, caballero de
hábito de la Orden de San Juan. Mario ARELLANO GARCÍA, “Las Capillas eales de
la Catedral Primada: Sancho IV”, Toletvm. Boletín de la Real Academia de Bellas
Artes y Ciencias Históricas de Toledo, 57 (2010) pp. 9-35, en concreto pp.
21-22. Asimismo ver Alonso de CONTRERAS, Discurso de mi vida, edición,
introducción y notas de Henry ETTINGHAUSEN, Barcelona, 1983.
[41] Mariano GARCÍA RUIPÉREZ, “Catálogo de los
expedientes de admisión de hermanos en las Ilustres Hermandades de San Pedro,
San Miguel y San Bartolomé”, Archivo Secreto, 3 (2006), p. 50.
[42] ARCHV, Registro de
Ejecutorias, caja 2085, exp. 67.
[43] Una reciente y
cuidada edición de sus manuscritos en Ángel FERNÁNDEZ COLLADO, Alfredo
RODRÍGUEZ GONZÁLEZ e Isidoro CASTAÑEDA TORDERA, Anales del Racionero
Arcayos. Notas históricas sobre la Catedral y Toledo, 1593-1623, Toledo,
2015.
[44] 9-VI-1610, Toledo. ACT,
Actas Capitulares, lib. 25 (1609-1610), f. 162r.
[45] 10-V-1615 y
18-X-1615, Toledo. ACT, Fondo de Secretaría, lib. 65, ff. 121 y 139,
respectivamente.
[46] 18-VIII-1622,
Toledo. ACT, Fondo de Secretaría, lib. 66, ff.188r-ss.
[47] Juro a favor de Pedro Salazar de Mendoza por
valor de 7.009 maravedís. AGS, CME. leg. 470, exp. 20.
[48] 18-XII-1622, Toledo. ACT. Fondo de Secretaría,
lib. 66, f. 193v.
[49] Abraham MADROÑAL, “Entre Cervantes y Lope:
Toledo, hacia 1604”, eHumanista/ Cervantes, 1 (2012), pp. 300-331,
pero, sobre todo, pp. 304-305.
[50] Fernando MARÍAS, El Greco. Un […]
op.cit, p.174. Richard L. KAGAN,
“Pedro de Salazar de Mendoza as Collector, Scholar, and Patron of El
Greco”, Studies in the Historiy of Art, 13 (1984), pp. 85-93.
[51] Pedro SALAZAR
DE MENDOZA, El glorioso doctor San Ildefonso, arçobispo de Toledo,
Primado de las Españas, Toledo, Diego Rodríguez, 1618, p. 123.
[52] Tal vez se trate
del mismo Juan Maldonado, natural de
Villatobas (Toledo), que cursó Cánones en la Universidad de Alcalá (1572). AHN,
Universidades, lib. 477, f. 388.
[53] Ramón SÁNCHEZ
GONZÁLEZ, “Religiosidad barroca y sentimientos ante la muerte en el Cabildo
catedralicio de Toledo”, Studia historica. Historia moderna, 18
(1998), pp. 299-320, sobre todo pp. 303 y 312-313.
[54] Ramón SÁNCHEZ GONZÁLEZ, “La cultura de las
letras en el clero capitular de la catedral toledana”, en Sociedad
y elites eclesiásticas en la España moderna, Cuenca, Universidad de
Castilla-La Mancha, 2000, pp. 163- 236.
[55] AHPT, Protocolos Notariales, leg. 2548.
[56] Enrique SORIA MESA, Estudio preliminar
de Origen de las dignidades seglares de Castilla y León, (edición
facsímil), Granada, 1998, pp. 1-44.
[57] AHPT, Protocolos
Notariales, leg. 2548
[58] Jerónimo DE
APONTE, Lucero de la
nobleza, Biblioteca Nacional de España (BNE) mss. 11424.
[59] Ramón SÁNCHEZ
GONZÁLEZ, “La cultura de […], pp. 163-236, en especial 175-176) una
trascripción de la librería de Barreiro en Ramón SÁNCHEZ GONZÁLEZ, Iglesia
y sociedad en la Castilla Moderna, Cuenca, Universidad de Castilla-La
Mancha, 2000, pp. 183-223.
[60] Hijo legítimo del
canónigo José Pantoja y de su esposa doña María de Figueroa. Regidor del banco
de caballeros del cabildo municipal y secretario del Santo Oficio, además de
procurador en Cortes por Toledo (1615).
[61] Real Academia de
la Historia (RAH), Salazar y Castro, 9/329 bis.
[62] El glorioso
doctor San Ildefonso, arçobispo de Toledo, Primado de las Españas, Toledo,
Diego Rodríguez, 1618.
[63] Crónica del gran cardenal de España Don
Pedro Gonçalez de Mendoça, Toledo, María Ortiz de Saravia, 1625. Donde
se ensalza su apoyo a la corona y, a la sazón, se bosqueja la figura de Gaspar
de Quiroga (†1594); pp. 289-325.
[64] Propuesto como un
“perfecto y verdadero prelado”. Chronica de el Cardenal Juan Tavera,
Toledo, Pedro Rodríguez, 1603.
[65] Donde se empeña en
exonerar al prelado del baldón que pesaba sobre su figura al enajenarse en su
pontificado el Adelantamiento de Cazorla. Vida y sucesos prósperos y
adversos de don fray Bartolome de Carranza y Miranda, arzobispo de Toledo,
Chanciller Mayor de Castilla y León, Antonio Valladares de Sotomayor,
Madrid, 1788. Curiosamente Pedro de Salazar asistió al cabildo donde se
reincorpora el Adelantamiento de Cazorla por breve de Paulo V; 24-III-1611,
Toledo. ACT. Fondo de Secretaría, lib. 65, f. 11v. Los términos de este
espinoso litigio en Appendice y defensa de la alegacion en derecho dada
por el illustrissimo señor Cardenal de Sandoval, Arçobispo de Toledo, Primado
de las Españas, Chanciller mayor de Castilla, del Consejo de Estado de su
Magestad, y el señor Fiscal, con Don Francisco de los Covos Marqués de
Camarasa, sobre el Adelantamiento de Cazorla, Valladolid, Imprenta del Licenciado Varez de Castro
1603, Real Biblioteca.
[66] A esta misma conclusión llega también Fabrice
Quero: “¿Tres arzobispos en busca de ejemplaridad? Distorsiones axiológicas y
fluctuaciones genéricas en tres biografías eclesiásticas de Pedro Salazar de
Mendoza”, Criticón, 110 (2010), pp. 27-37.
[67] Origen de las Dignidades
Seglares de Castilla y León con relacion sumarial de
los reyes de estos Reynos, de sus acciones, casamientos, hijos, muertes,
esculturas; de los que las han criado y tenido y de muchos ricos-hombres
confirmadores de privilegios, Toledo, Diego Rodríguez, 1618.
[68] Monarquía de
España, Ibarra, Madrid, 1770-71, 3 vv.
[69] Crónica de la
Casa de Sandoval, dividido en XXII elogios al rey Católico Felipe III (mss).
[70] Cláusulas del testamento de Luisa María de
Mendoza Salazar (†1606), mujer de Eugenio Álvarez Ponce de León, donde dispone
su entierro en la capilla de Santa Catalina (Toledo); 25-XI-1598, Madrid.
Archivo Condal de Cedillo (ACC), cajas 31, doc. 67 y caja 84, doc. 4.
[71] Como pariente mayor de los Ayala (1537-1599),
tal vez su obra de referencia fuera el espectacular rollo armoriado en
pergamino firmado, en 1572, por Tomás de Gamarra ACC., Fondo Especial, 1. Era
éste un criado de los Fuensalida, que todavía en 1594 lo vemos realizado el
juicio de residencia de la capital de su señorío en ARCHV, Registro de
Ejecutorias, caja 1768, exp. 26), a su vez basado en el célebre vate y
genealogista Gracia Dei y su Vergel de la nobleza o De
las armas e insignias de los mejores y más principales linajes de
Castilla, BNE. ms. 3449 y en Libro del linaje de los señores de
Ayala desde el primero que se llamó don Vela hasta mi padre Fernán Pérez; Real
Academia de la Historia (RAH), B-98.
[72] Hilario RODRÍGUEZ
DE GRACIA, El Toledo que vio Cervantes, Ciudad Real, Almud, 2006,
pp. 161-162.
[73] Publicación dedicada “a don Rodrigo Ponce de León, quatro de este nombre, tercero
duque de la ciudad de Arcos, marques de Zahara, conde de Casares, señor de la
Casa de Villagarcia, de las villas de Marchena, Mayrena, Rota, Chipiona,
Parada, Pruna, Guadajoz, los Palacios y de la Serrania de Villalengia, cabeça y
pariente mayor de los Ponces de Leon en España y Francia, caballero de el
Tuson, etc”. Chronicon de la Excelentisima Casa de los Ponce de Leon,
Toledo, Diego Rodríguez, 1620.
[74] Crónico de la
Casa de Ayala, dividido en cuarenta y tres párrafos (mss).
[75] Genealogía de
los Ponces de León, escrita por Rades de Andrada, BNE. mss. 11596, ff.
138r-161v.
[76] Archivo Condal de Cedillo (ACC), cajas 48,
docs. 5-12 y 65, doc. 40.
[77] ACC, cajas 51, 10-11 y 13, así como caja 54,
doc. 56. Por ejemplo, se conserva la carta de pago otorgada por el impresor
Juan González al apoderado de Eugenio Álvarez Ponce de León, por los 393 reales
del resto de la impresión del porcón presentado en el pleito de tenuta por el
condado de Casares. 20-IX-1626, Madrid. ACC, caja 57, D. 45.
[78] Solo un dato. A su
muerte, las maltrechas arcas ducales estaban empeñadas en más de 150 millones
de maravedís. David GARCÍA HERNÁN, Aristocracia y señorío en la España
de Felipe II. La Casa de Arcos, Granada, Universidad de Granada, 1999, p.
162.
[79] Relacion del
linaje de los Pantojas, originarios de la ciudad de Toledo (mss).
[80] “Discurso del
linaje, familia, Casa y apellido de Pantoja. Hallado entre los opúculos
manuscritos que no se han impreso, escritos por el doctor Pedro Salazar de
Mendoza, canónigo penitenciario de la Santa Iglesia metropolitana del
Arzobispado de Toledo. Copiose en la ciudad de Sevilla por don Joseph Maldonado
de Saavedra en el año de 1668. Están añadidos en algunas líneas los
descendientes que ha habido y hay hasta este año de 1669, que no alcanzó en
vida el autor de este discurso”. ACC, leg. 94, d. 50.
[81] Los
pergaminos sobre este antiguo linaje se
conservan en el archivo del castillo de Malpica de Tajo, (Toledo) propiedad del duque de Arión.
[82] Pedro SALAZAR
DE MENDOZA, Crónico (sic) de la […], ff. 100r-v.
[83] Rafael de FLORANES, Vida literaria
del Canciller Mayor de Castilla D. Pedro López de Áyala, restaurador de las
letras en Castilla, CODOIN, 19, Madrid, 1851, p. 508.
[84] En el caso de los duques de Arcos pide indulgencia al titular de la Casa por las
omisiones que hubiese cometido, pues “no haviendo visto los archivos de Vuesa
Excelencia de donde se pudiera tomar aprovechamiento, para que en lo esencial y
acidentes, saliera todo con la certidumbre y precision que se ha deseado”.
[85] Pedro SALAZAR DE MENDOZA, Crónico (sic) de la
Excelentisima Casa de los Ponçes de León, Toledo, 1620, f. 11r.
[86] Enrique SORIA MESA, “Blas de Salazar, un genealogista granadino
olvidado”, Revista del Centro de Estudios Históricos de Granada y su
Reino, 2ª época, 9 (1995), pp. 109-120.
[87] Antonio RODRÍGUEZ MOÑINO, Catálogo de
los manuscritos genealógicos de Blas de Salazar, Valencia, Castalia, 1952,
pp. 41-43.
[88] En Las Harpías de Madrid, la
pícara protagonista para entrar en la Corte “se puso a escoger como en peras; y
así quiso que su hija mayor se llamase doña Feliciana de Toledo”; hasta el
punto que en el mundo al revés de la picaresca española Toledo se convierte
sinónimo de apellido inventado, como es el caso de la obra Vida y
milagros de Añasquillo de Toledo y Ectongo el de Talavera. Aurora
EGIDO MARTÍNEZ, “Linajes de burlas en el Siglo de Oro”, Ignacio Arellano Ayuso,
Carmen Pinillos, Marc Vitse y Frédéric Serralta (coords.), Studia aurea: actas del III Congreso de la AISO. (Toulouse,
1993), I, 1996, pp. 19-50, en concreto pp. 33 y 35.
[89] Fidel FITA COLOMÉ,
“La inquisición toledana. Relación contemporánea de los autos y autillos que
celebró desde el año 1485 hasta el de 1501”, Boletín de
la Real Academia de la Historia, 11 (1887), pp. 289-322, en especial p.
309.
[90] Archivo Diocesano de Toledo (ADT), Cárcel,
caja 1, sc. Las instrucciones inquisitoriales de 1561 perpetuaban la infamia de
los penitenciados, al ordenar que “todos los sambenitos de los condenados
vivos y difuntos, presentes o ausentes, se pongan en las iglesias donde
fueran vezinos… porque siempre aya memoria de la infamia de los hereges y de su
descendencia”.
[91] Mariano GARCÍA RUIPÉREZ, “Apuntes para una
guía de fondos de cofradías en el Archivo Municipal de Toledo”, Archivo
Secreto, 2 (2004), pp. 378-383.
[92] ACT, Limpieza de Sangre, nº 130, f. 170r.
[93] ADT, Cárcel, caja 1, sn.
[94] Mariano GARCÍA RUIPÉREZ, “Catálogo de los […]
op.cit., pp. 32-71.
[95] ACT, Limpieza de Sangre, nº 130, f. 10r.
[96] Ibidem,
f. 5r.
[97] Ibidem,
f. 6r.
[98] Fidel FITA COLOMÉ, “La inquisición toledana.
Relación contemporánea de los autos y autillos que celebró desde el año 1485
hasta el de 1501”, Boletín de la Real Academia de la
Historia, 11 (1887), pp. 289-322, en especial p. 291.
[99] Ibidem, f. 173r.
[100] A este respecto, nos
remitimos a los trabajos de R. PIKE, Linajudos and Conversos in
Seville. Greed and Prejudice in Sixteenth and Seventheenth Century Spain,
New York, 2000; Miguel Fernando GÓMEZ VOZMEDIANO, “El silencio de los
inocentes. Ecos inquisitoriales en
Madrid durante el epígono Trastamara: una aproximación prosopográfica”, Cuadernos de Historia Moderna, 30 (2005), pp. 41-62; Enrique
SORIA MESA, “Los linajudos. Honor y conflicto social en la Granada del siglo de
Oro” en Julián José LOZANO NAVARRO y Juan Luis CASTELLANO CASTELLANO,
(coords.), Violencia y conflictividad en el Universo Barroco,
Granada, Comares, 2010, pp. 401-427; así como Domingo Marcos GIMÉNEZ CARRILO,
“El oficio de linajudo. Extorsión en torno a hábitos de órdenes militares en
Sevilla en el siglo XVII”, Chronica Nova, 37, 2011, 331-348.
[101] 16-V-1585, Valladolid. ARCHV, Registro de
Ejecutorias, caja 1531, exp. 35.
[102] Henry C.
LEA, A history of
the Inquisition of Spain, Nueva York,
1906, II, p. 891
[103] AHN. Inquisición,
leg. 212, exp. 27.
[104] La primera pista sobre este escabroso caso
nos la proporciona Rafael Laínez Alcalá, Don Bernardo de Sandoval y
Rojas, protector de Cervantes, Salamanca, 1958, siendo comentado luego
también de manera sucinta por Jean Vilar, “Intellectuels et noblesse: le doctor
Eugenio de Narbona. (Une admiration politique de Lope de Vega)”, Etudes
Ibèriques, 3 (1968), pp. 7-28.
[105] Según consta en
una nota marginal “este testigo dijo su dicho por una memoria que tenia escrita
de su mano”. AHN. Órdenes Militares, Caballeros, Santiago, exp. 2304,
f. 62v.
[106] Está fechado
en 19-VII-1618, Toledo. No puede ser casualidad que entre agosto de 1617 y
septiembre de 1618 se consuma la caída del todopoderoso duque de Lerma como
valido de Felipe III. A este respecto, remitimos, entre otras, a las
monografías de Antonio FERÓS, El duque de Lerma: realeza y
privanza en la España de Felipe III, Madrid, 2002 y de Alfredo ALVAR EZQUERRA, El duque de Lerma: corrupción y
desmoralización en la España del siglo XVII, Madrid, 2010.
[107] AHN. Órdenes
Militares, Caballeros, Santiago, exp. 2304, sf.
[108] 12-X-1618, Toledo. ADT, Cardenal Bernardo de
Sandoval y Rojas (1599-1618), caja 1, exp. sin signaturar.
[109] AHN, Inquisición, leg. 2092, exp. 1.
[110] ARCHV,
Pleitos Civiles, Alonso Pérez (Fenecidos), caja 1970, exp. 2.
[111] 2-IV-1621,
Valladolid. ARCHV, Registro de Ejecutorias, caja 2308, exp. 33.
[112] El periclitar de tales institutos
caballerescos durante el barroco en Elena POSTIGO CASTELLANOS, Honor y
privilegio en la Corona de Castilla: el Consejo de las Órdenes y los Caballeros
de Hábito en el s. XVII, Junta de Castilla y León, 1987.
[113] Su perfil
biográfico en Hilario RODRÍGUEZ DE GRACIA, “El Arcayos: una fuente precisa para
historiar el Corpus toledano”, en Gerardo FERNÁNDEZ JUÁREZ y Fernando MARTÍNEZ
GIL, La fiesta del Corpus Christi,
Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 2002, pp. 463-484.
[114] ACT,
Limpieza de Sangre, nº 130, ff. 7r-v.
[115] Ibidem, 16r
[116] Ibidem, 60r.
[117] Parece que hacía
unos 30 años ya estuvieron en Simancas
buscando estos papeles viejos para unos caballeros de Toledo; el documento
aportado era un testamento antiguo de Francisco Vázquez, vecino de
Simancas, “escrito en cuartilla de pliego ordinario de papel con cubierta
de pergamino”. Sin embargo, cuando el doctor Horacio Doria, comisario de la
información, solicita opinión al licenciado Francisco Sánchez, un presbítero
cuarentón oriundo de Valdabero (cerca de Alcalá de Henares) “muy practico en
letras antiguas en conocerlas y leerlas” dictamina que dicho registro estaba
falsificado; 2-XI-1619, Toledo. Ibidem, ff. 93v, 126v y 127r.
[118] Ibidem, ff. 108v y 109r.
[119] En la Canonjía 34 se recoge el siguiente asiento “Don
Fernando de Mesa por bulas de Paulo V [se] presento lunes 30 de abril de 1618.
Tomo posesion sabado 5 de febrero de 1622. Fallecio lunes 28 de septiembre de
1623. Yace depositado al Sagrario”. ACT. Secretaría Capitular. Sucesión de
Prebendas, 2, f. 417.
[120] La Corte de Isabel y Fernando como santuario
de burócratas cristianos nuevos en María del Pilar RÁBADE OBRADÓ, Una elite
de poder en la Corte de los Reyes Católicos. Los judeoconversos, Madrid,
Sigilo, 1993.
[121] La genealogía del
linaje en María del Carmen VAQUERO SERRANO, Fernán Álvarez de Toledo,
secretario de los Reyes Católicos. Genealogía de la toledana familia Zapata,
Toledo, 2005, pp. 28-33.
[122] Una biografía
exhaustiva de este personaje en María del Carmen VAQUERO SERRANO, El
libro de los maestrescuelas. Cancelarios y patronos de la Universidad de Toledo
en el siglo XVI, Toledo, 2006.
[123] Un cabildo
curiosamente más beligerante contra los sarracenos
granadinos que
contra sus vecinos cristianos nuevos. Ver por ejemplo el panfleto antislámico
escrito por el canónigo Pedro XIMÉNEZ DE PREXANO, Confutatorium errorum
contra claves ecclesie nuper editorum, Toledo, Juan Vázquez, 1486.
[124] “Testimonio
de los autos que se hicieron a pedimiento de don Francisco Albarez de Toledo
canonigo y maestrescuela de la Santa Iglesia de Toledo sobre la causa escrita
contra dicho maestre escuela por la Santa Inquisicion de Toledo sobre averle
acusado de crimen y delito de heregia por averle introducido entre sus
escrituras y papeles una nomina de la ley de moyses sobre que se le dio
sentencia absolutoria del dicho maestre escuela y los testigos salieron
condenados a muerte de horca y otros atenazados, cuyo prozeso original se avia
mandado poner en el sagrario de dicha Santa Iglesia y aora el abad Inquisidor
avia mandado sacar el proceso original y ponerlo entre los demas papeles de
dicha Inquisicion dejando un traslado de dicho proceso en dicho sagrario”;
9-VI-1522, Toledo. ACC, caja 61, doc. 149. Parte de los autos,
inconclusos y prácticamente ilegibles por tintas traspasadas en ACC. caja 51,
doc. 27.
[125] Luis LORENTE
TOLEDO, La real y pontificia Universidad de Toledo (siglos XVI al XIX),
Cuenca, 1999 y José Carlos VIZUETE MENDOZA, Los antiguos
Colegios-Universidad de Toledo y Almagro (siglos XVI-XIX),
Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 2010 y David MARTÍN LÓPEZ, Orígenes
y evolución de la Universidad de Toledo (1485-1625), Toledo, Ediciones
Parlamentarias de Castilla-La Mancha, 2014.
[126] La imbricación de este linaje en la Catedral Primada en Ángel FERNÁNDEZ COLLADO, “Grupos de poder en el cabildo toledano del siglo XVI”, en Sociedad y elites eclesiásticas en la España Moderna, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 2000, p. 149-162; así como Ángel FERNÁNDEZ COLLADO y María José LOP OTÍN, “Documentación biográfica en el Archivo Capitular de Toledo y personalidad relevantes”, Memoria Eccclesiae, 29 (2006), pp. 147-164.
[127] “el intento
con que se hizieron estos borrones fue cumplir a mucha gente de capa negra, el
deseo de que salga el vulgo de un error y engaño manifiesto en que le tiene su
mala condicion y liviandad”. Inserto en manuscrito de Juan del
CORRAL, Noblezas de España, 1650 en Archivo Histórico
de la Nobleza (AHNOB), Torrelaguna, caja
433, sf.
[128] “Livro de las causas
que el reverendisimo arzobispo de Toledo, Don Juan Martinez Silizeo y su
cavildo movieron a hacer el estatuto”. BNE, mss. 6170.
[129] Testimonio de una
escritura de fundación de censo otorgada por Antonio Álvarez de Toledo y Luna,
I conde de Cedillo, para acudir en socorro del reino con 4.000 ducados,
hipotecando para ello parte de las rentas de los mayorazgos de Cedillo y Olías
(Toledo); 4-X-1625, Madrid. ACC, caja, 18, doc. 21.
[130] “este mes ha visto el pleito del Conde de Casares, entre el Sr. Duque de Arcos y el heredero de la casa de Cedillo”. Cartas de Andrés de Almansa y Mena. Novedades de esta corte y avisos recibidos de otras partes, 1621-1626, en Colección de Libros Españoles Raros o Curiosos, tomo XVII, p. 264-265.
[131] La genealogía de
los señores de Peromoro en Linda Martz, A
Network of Converso Families in Early Modern Toledo: Assimilating a Minority,
Ann Arbor, 2003, p. 12.
[132] Luis
de SALAZAR Y CASTRO, Historia genealogica de la casa de Lara,
justificada con instrumentos, y escritores de inviolable fe, Madrid, 1696,
I, p. 587
[133] ACC, caja, 55,
doc. 91.
[134] ACC, caja 42, doc. 4, f. 1r.
[135] Copia manuscrita de un memorial impreso que
Pedro de Ayala Manrique, señor de Peromoro y San Andrés, envió a Blas de Salazar;
11-III-1631, Toledo. ACC, caja, 42, doc. 7, ff. 1-7.
[136] En concreto,
de los Niño de Toledo, los Ayala señores de Cebolla , de los
Gaytanes toledanos, de los Toledo señores de Casarrubios, los Núñez de
Toledo Antonio RODRIGUEZ MOÑINO, Catálogo de los […] pp.
30-31, 36-37
[137] ACC, Legajo Especial 3, doc. 1. Existe, al
menos, otra copia de este libro de linajes, que se conserva en la RAH (9/120) y
ha sido estudiado por Alfonso de CEBALLOS-ESCALERA Y GILA (vizconde de Ayala),
"Los Condes de Cedillo de la primera raza en los siglos XV al XVII (Una
Historia Genealógica Toledana)", Cuadernos de Ayala, 53
(enero-marzo de 2013), pp. 3-20.
[138] Juan Ayala Manrique de la Cueva y Guzmán
(1634). AHN, OM, Caballeros
Calatrava, exp. 202.
[139] Reales provisiones
de Felipe IV dirigidas a Agustín de Cevallos, juez ejecutor nombrado por su
majestad en el apremio y ejecución en la persona y bienes de Pedro de Ayala
Manrique, para el pago de 9.500 reales gastados en pruebas y otras diligencias
de la Orden de Calatrava (1633-36). ACC, caja, 9, doc. 2.
[140] 31-III-1656,
Valladolid. ACC, caja 56, doc. 11.
http://www.tiemposmodernos.org/tm3/index.php/tm/article/view/559/587