viernes, 4 de abril de 2025

 

Por las ánimas de negros bozales. Las cofradías de personas de origen africano en la ciudad de México (siglo XVII)

El lienzo pertenece a la serie de veinte cuadros de castas y de mestizaje existentes en el Virreinato de Perú realizados por encargo del virrey D. Manuel Amat y Junyent (1761-1776) . La serie primero formó parte de los fondos del Real Gabinete de Historia Natural (1776) y más tarde a los del Museo Nacional de Ciencias Naturales.

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En la capital novohispana la población de origen africano fue numerosa. Durante el siglo XVII, las cofradías de africanos y afrodescendientes favorecieron el desarrollo de relaciones sociales que les permitieron recuperar y recrear ciertos elementos identitarios. Ser parte de estas hermandades les permitió cumplir con las demandas religiosas cristianas aceptadas por las autoridades novohispanas, a la vez que generar relaciones sociales con personas del mismo origen. Las autoridades buscaron controlar y desarticular estas cofradías porque sospechaban que tenían vínculos con los alzamientos de la época. Controlarlas no era una tarea sencilla pues los africanos y afrodescendientes de la Ciudad de México contaban con varias cofradías, organizaciones aceptadas y promovidas por la Iglesia.

En la capital novohispana la población de origen africano fue numerosa y su participación en actividades económicas, sociales, políticas y religiosas es indudable [Aguirre, 1972; Martínez y Reyes, 1993; Velázquez 1998 y 2006]. Tanto en América como en Europa, los africanos y afrodescendientes conformaron diversas cofradías: organizaciones religiosas formadas principalmente por laicos que representaron espacios de reunión y expresión para sus miembros [Moreno, 1985; Gutiérrez, s/a [a]].

En este artículo se presenta información novedosa que amplía el conocimiento sobre las cofradías de negros, morenos y mulatos de la Ciudad de México, sus formas de organización, sus creencias y prácticas, así como la relación entre estas corporaciones y los alzamientos. Me propongo mostrar que las cofradías de personas de origen africano de la capital novohispana fueron espacios de convivencia a partir de los cuales esta población desarrolló relaciones sociales que le permitieron recuperar y recrear ciertos elementos identitarios. Estas cofradías, a la vez que facilitaron la integración de sus miembros a la sociedad novohispana en su conjunto, fueron consideradas una amenaza al orden establecido precisamente por estas relaciones sociales. Ello se reflejó en ordenanzas que buscaron controlarlas o eliminarlas por asociarlas a los alzamientos de africanos y afrodescendientes de principios del siglo XVII.

No sólo los negros y mulatos formaron cofradías, sino que los españoles y los indígenas también lo hicieron, lo que muestra que estas corporaciones eran aceptadas y promovidas tanto por la Iglesia como por la sociedad novohispana en general [Bazarte, 1989; Martínez, 1977]. De hecho, formaban parte de los esfuerzos por evangelizar a los negros en Europa y América [Negro y Marzal, 2005; Gutiérrez, s/a [b]; Alberro, 1994]. Las autoridades novohispanas procuraron integrarlos a la Iglesia, modificando sus prácticas y creencias religiosas previas. Ello se observa en los Concilios Provinciales Mexicanos donde se ordenó a los españoles que entraran con sus esclavos a la Iglesia y les hicieran escuchar misa [Lorenzana, 1769:72 [1555 y 1565]; Galván, 1859: 140 [1585]]. También se insistió en la importancia de que recibieran instrucción religiosa, y se procuró su participación como músicos en ceremonias eclesiásticas [Zedillo, 1993:208-210].

A partir de relatos de viajeros sabemos de la participación de personas de origen africano en procesiones, lo cual sin duda, formó parte de su vida cotidiana y de su formación religiosa. Gemelli Careri narró que durante su estancia en la Ciudad de México a finales del siglo XVII, hubo procesiones de negros e indios en Semana Santa. Se trataba de miembros de la cofradía de Santo Domingo, quienes iban con "personas que se disciplinaban, y hacían otras penitencias", acompañándose de hombres armados, imágenes y "el sepulcro de Nuestro Señor" [Gemelli, 1976:73 [1700]].

Sin duda, la imposición de una nueva religión no fue sencilla. Ello puede observarse en los documentos inquisitoriales donde se les acusó, principalmente, de reniego, blasfemia, hechicería, bigamia, amancebamiento y herejía [Alberro, 2004:456; Velázquez, 2006:241-247]. Es importante recordar que en ocasiones los esclavos se denunciaban a sí mismos o denunciaban a otras personas, lo que muestra su comprensión de las instituciones novohispanas; mientras que a su vez, sus amos u otros conocidos podían acusarlos a ellos [Alberro, op. cit.:455-485].

Los africanos y afrodescendientes no sólo llevaron a cabo prácticas juzgadas por el Santo Oficio, sino que también participaron en actividades religiosas aceptadas por la Iglesia, como se ha descrito. En este sentido es posible considerar que la religiosidad de las personas de origen africano estuvo caracterizada tanto por la obediencia como por la transgresión a las normas. Pertenecer a las cofradías implicaba acatamiento, pero al mismo tiempo les daba la oportunidad de organizarse y desarrollar prácticas y expresiones propias, como se verá a continuación.

 

Las cofradías de africanos y afrodescendientes en la ciudad de México

En la Nueva España hubo numerosas cofradías de personas de origen africano, por ejemplo, en Veracruz, Valladolid, Parral y ciudad de México [Roselló, 1998; Chávez, 1997; Germeten, 2006 y 2009]. Además de ser un espacio religioso y una oportunidad para reunirse, las cofradías también representaron un apoyo a los cofrades, quienes recibían de ella: "botica, y Doctor, y diez pesos para ayuda de su entierro" [Vetancourt, 1982:36 [1697]]. Varios autores coinciden en que las cofradías de africanos y afrodescendientes no sólo impulsaban el fervor religioso católico, sino que además fomentaron el sentido de comunidad y de pertenencia a un grupo, la conservación y reproducción de elementos culturales y la construcción de alianzas basadas en el parentesco espiritual [Roselló, 2000; Gutiérrez, s/a [a]; Martínez, 1992:112-113; Palmer, 1976:54-55, Ngou-Mvé, 2008].

Nicole von Germeten, basándose principalmente en testamentos, consideró que las cofradías de la ciudad de México promovieron lazos entre los africanos y sus descendientes antes de 1650, pero eventualmente fueron un medio de integración a la sociedad colonial. La información sobre las cofradías hallada en los testamentos mostró el deseo que tenían por hispanizar- se e integrarse a la sociedad novohispana (Germeten, 2006). En este artículo se analiza otro tipo de documentos con la finalidad de mostrar la importancia que las cofradías de la capital novohispana del siglo XVII tuvieron en el desarrollo de relaciones sociales entre personas de origen africano, así como algunos elementos identitarios que se recuperaron y recrearon a partir de ellas.

Hubo diversas cofradías formadas por africanos y afrodescendientes en la Ciudad de México desde el siglo XVI. Por ejemplo, la Cofradía de San Nicolás de Tolentino se fundó en la iglesia de la Santa Veracruz en 1560 [Bazarte, 1989:42]. La Cofradía de Nuestra Señora de la Concepción fue instituida en el Hospital de la Inmaculada Concepción en el siglo XVI[AGN Indiferente Virreinal, caja 6486, exp. 040, f. 1, 1604]. Otra cofradía, la de los Morenos de San Benito, fue de gran importancia, por lo menos desde 1599 [Vetancourt, op. cit.:36]. Inicialmente se fundó en la iglesia de Santa María la Redonda bajo el nombre de Cofradía de la Coronación de Cristo Nuestro Señor y San Benito y posteriormente se trasladó al Convento de San Francisco, como se verá más adelante.1 A esta cofradía estaba añadida la Hermandad de Nuestra Señora de las Lágrimas.

En 1628 se erigió otra cofradía en la parroquia de la Santa Veracruz, llevando el título de Cofradía de la Exaltación de la Cruz de los Negros [Bazarte, op. cit.:43, 64]. La Cofradía de la Preciosa Sangre de Cristo fue fundada en la iglesia de Santa Catalina en 1665 [AGN, Indiferente Virreinal, caja 0906, exp. 028, 1690; Germeten, op. cit.:83]. Aunque se desconoce la fecha exacta de su constitución, la Cofradía de Nuestra Señora de las Angustias fue instituida en el convento de San Francisco originalmente, si bien en 1665 se solicitó que se pasara al colegio de San Juan de Letrán [AGN, Indiferente Virreinal, caja 4120, exp. 2, 1665]. En 1668, en el Monte del Calvario, una Cofradía a San Nicolás Tolentino fue fundada por mulatos [Germeten, op. cit.:91]; aunque tiene el mismo nombre que la Cofradía de 1560, probablemente se trataba de una distinta. Sin duda hubo otras cofradías de personas de origen africano en la capital novohispana durante el siglo XVII.

Al parecer una de las cofradías mencionadas fue fundada por africanos de nación Zape [ídem:86-88], denominación española de la etnia africana Kpwesi o Kpelle [Aguirre, op. cit.:99-152]. Su fundación se realizó en el Hospital de la Inmaculada Concepción y aunque Germeten reconoció que a ella pertenecieron africanos biafara y wolof, la consideró una cofradía monoétnica puesto que varios cofrades defendieron la exclusividad étnica de su organización [Germeten, op. cit.:88]. Indicó que fue fundada por zapes y controlada por ellos en la primera mitad del siglo XVII, aunque para 1674 ya no se les mencionaba. He hallado información sobre esta cofradía en el Ramo de Indiferente Virreinal del Archivo General de la Nación.2 En los documentos que he revisado, de 1604, 1622 y uno posterior a 1666, no se alude a los zapes, sino que se habla de la cofradía de "negros y mulatos libres", si bien algunos esclavos también pertenecieron a ella [AGN, Indiferente Virreinal, caja 6486, exp. 040, f. 1, 1604; AGN, Indiferente Virreinal, caja 5695, exp. 37, 1622; AGN, Indiferente Virreinal, caja 2831, exp. 017, sin fecha posterior a 1666]. Además, en estos documentos se menciona que africanos bañol, así como otros libres y esclavos, fueron parte de la cofradía, por lo que si bien es probable que haya sido fundada por personas zape como señaló Germeten, no era monoétnica como ella proponía, sino pluriétnica, pues africanos biafara, wolof y bañol formaron parte de la hermandad.

Lo anterior significa que africanos de varias procedencias se relacionaban entre sí a partir de estas organizaciones, mediante las cuales convivían. Así, es posible aseverar que esta cofradía, como otras, implicaban la asociación de personas de África de varios orígenes y de afrodescendientes nacidos en la Nueva España de modo que, a pesar de su heterogeneidad, estas corporaciones fomentaban el desarrollo de relaciones sociales entre personas de origen africano. También es importante señalar que en este periodo las denominaciones referentes a la procedencia parecen haber tenido cierta relevancia pues las personas podían reconocerla o nombrarla, si bien ello no parece haber limitado las relaciones sociales entre africanos y afrodescendientes.

Las relaciones sociales al interior de esta cofradía no eran pacíficas ni siquiera entre personas del mismo origen, lo que confirma la complejidad de estos vínculos. En 1604, Diego, un negro libre bañol, sacó de la cofradía a Pablo, negro esclavo también bañol, sin razón aparente [AGN, Indiferente Virreinal, caja 6486, exp. 040, f. 1, 1604]. Se dijo que Pablo había sido cofrade por veinte años, lo que nos permite suponer que la cofradía ya existía en 1584, aunque no se conoce la fecha exacta de su fundación. La adscripción a la Cofradía de la Inmaculada Concepción por más de veinte años muestra que estas organizaciones favorecían el desarrollo de un sentido de pertenencia a un grupo. Sabemos que los esclavos podían cambiar de amo y de residencia, por lo que sin duda haber sido parte de estacofradía por tantos años le dio cierta estabilidad, así como la posibilidad de conocer y relacionarse con otros cofrades de origen africano. Ser expulsado de la congregación después de veinte años debió impactar su vida de manera notable. También es importante añadir que el negro libre, Diego, al que se hace referencia en el documento, era "capitán de los negros de tierra bañol" [ídem], lo que sugiere que había un grupo de africanos reconocidos como tal que construían relaciones sociales con personas de su mismo origen étnico, así como con africanos de otras procedencias, y con afrodescendientes a partir de las cofradías.

Acerca de esa misma cofradía se tiene información más tardía. El 26 de febrero de 1622, Luis de Torres, moreno libre, respondió a una acusación que se le hizo días antes, en la cual se decía que había "usurpado la limos- na" que se recogió [AGN, Indiferente Virreinal, caja 5695, exp. 37 f. 2av, 1622]. Especificó que, en efecto, él había sido "mayordomo de la cofradía de Nuestra Señora de la Concepcionsita [sic], en el Hospital del Marques del Valle, tiempo de tres meses, poco más o menos", y que había recibído y gastado "los pesos contenidos en esta memoria que presento" [ídem: f. 3av]. Como respuesta a lo que se le imputaba, pidió y suplicó que se nombrara a un notario de la audiencia para que recibiese las cuentas de la cofradía, contenida en libros. Por ello se nombró a Luis Núñez, notario de la audiencia, para recibir dichas cuentas de la cofradía que fue fundada, según él, por "negros y mulatos libres" [ídem, fs. 6av y 7av].

Finalmente se decidió que Luis de Torres debía recibir 24 pesos y un tomín, y él a cambio debía dar un plato de plata, cuatro alcancías y un libro, así como "cinco cirios y una candela de libra y media que parece haber entrado en su poder" [ídem, f. 8rv]. Para tomar esta resolución, en los primeros días de marzo del mismo año se hizo un resumen de las limosnas recibídas y de los gastos. En las siguientes tablas se resumió la información del documento (no es una transcripción).



De los ingresos y los gastos se puede obtener información interesante. Por ejemplo, en pocos meses la cofradía tuvo un movimiento continuo de dinero y los gastos superaron los ingresos, lo cual eventualmente pudo derivar en problemas financieros o en disputas al interior de la cofradía; de hecho el documento tiene su origen en el pleito por el robo de la limosna. Además, se realizaron gastos importantes por el plato para pedir limosnas, así como en la compra y pintura de alcancías, pero también para las velas y cirios que se usarían para la cofradía y, específicamente, en los entierros.

Tanto hombres como mujeres formaban parte de la cofradía. Algunas pedían limosna y en otros casos ésta se solicitó para entierros de mujeres. Aunque la cantidad recolectada para el entierro de una de las hermanas fue baja (6 tomines), comparada con lo que se juntó por la muerte de Domingo de Hermosillo (6 pesos), la cantidad que juntó Pascuala (3 pesos) fue mayor a la que se recogió por algunos negros o mulatos varones, aunque quien más limosna logró entregar a la cofradía fue un hombre (15 pesos).

Dado que la cofradía había sido fundada por negros y mulatos libres, de acuerdo al notario de la audiencia, es interesante la importancia que se dio al entierro del esclavo Domingo de Hermosillo. Se gastó una cantidad considerable (5 pesos con dos tomines) para una misa cantada y para su entierro, en el Hospital de la Inmaculada Concepción. Aunque primero se indicó que murió en la cárcel, posteriormente se señaló que falleció en el Hospital donde fue enterrado. De esta manera es posible observar la convivencia entre personas de origen africano esclavizadas y libres, lo que además muestra el desarrollo de relaciones sociales que favorecían el sentido de pertenencia a un grupo formado por personas de orígenes sociales y étnicos afines. Además, el conocimiento que los africanos y afrodescendientes muestran de las cofradías revela que las utilizaron para realizar actividades aceptadas y promovidas por la sociedad novohispana, a la vez que les permitía reunir dinero para fines sociales propios, construyendo así relaciones y redes sociales.

Otra hermandad fue la de San Benito y la Coronación de Cristo, la cual se mencionó previamente. Juan Congo, quien dijo ser de casta "mengala",3 pidió en 1651 que cuando muriese se le hiciese un funeral al que acudieran sus hermanos de la cofradía. Se trataba de un africano que era propietario de una casa modesta, ganado y otros bienes, lo cual hace pensar que gozaba de una buena condición económica [Germeten, op. cit.:89]. Además, su petición indica que los entierros tenían un papel especial en las experiencias de los cofrades. Algunos años antes, en 1647, se presentó una queja contra un miembro de la Cofradía de San Benito de Palermo, y probablemente se trataba de la misma a la cual se ha hecho referencia, puesto que también fue fundada en el Convento del Señor San Francisco.

Alonso de la Torre, negro, y Pedro Camarena —rector y mayordomo de esta cofradía, respectivamente—, pidieron que se expulsara de la cofradía a Francisco, esclavo negro de doña Mariana, viuda de Melchor Cuellar. La razón de tan drástica solicitud era que había alborotado el cabildo que habían de realizar: "dio voces y gritos por decir que no había de llevar yo el estandarte con cuya ocasión no se acaeció el dicho cabildo" [AGN, Indiferente Virreinal, caja 5593, exp. 46, f. 1, 1647]. Se insistía en que el esclavo de ninguna manera debía ser "admitido a ningún cabildo por ser tal alborotador" [ídem]. Este hecho nos muestra que las relaciones entre los cofrades no siempre eran pacíficas, sino que la convivencia al interior de ellas a veces generaba conflictos.

No obstante, sin lugar a dudas se desarrollaban relaciones entre los africanos y afrodescendientes que formaban parte de estas organizaciones y en ocasiones eran estrechas, como en el caso del rector y el mayordomo, quienes conjuntamente se quejaron del "alborotador". En el documento se explicita que el rector es negro, aunque no se dice nada acerca del mayordomo con quien se presenta la denuncia, sin embargo, se puede considerar que era negro, moreno o mulato puesto que la cofradía sólo admitía a personas de estas calidades, y sólo es hasta 1700 que, con dificultades, se admiten españoles en la misma [AGN, Indiferente Virreinal, Caja 0665, exp. 009, 1700]. Así, africanos y afrodescendientes constituían agrupaciones en las que la continua convivencia entre los miembros producía conflictos internos, mismos que en ocasiones se buscaba resolver utilizando las vías españolas. De esta manera, se observa un involucramiento con el sistema dominador, a la vez que se percibe el desarrollo de relaciones entre las personas de este origen, en la capital novohispana.

Mención aparte merece la Cofradía de Nuestra Señora de la Merced pues es una de las cofradías que aparece en los relatos referentes a los alzamientos de la ciudad en 1612, como se detalla más adelante. Se tienen noticias de ella gracias a un documento de 1664, donde se manifiesta que la congregación de la Santa Cruz tenía un pleito, sin que se detalle al respecto. Esta congregación había sido fundada en la esquina de Santa Teresa de Jesús, mientras que la Cofradía de Nuestra Señora de la Merced había sido erigidase erigió "en el convento de religiosos de dicha advocación por los negros de Guinea" [AGN, Indiferente Virreinal, Caja 2299, exp. 008, f. 1av, 1664]. En el documento se solicitó que se recibiera información sobre las cuentas y cabildos (todo ello registrado en libros), con la finalidad de que la cofradía de Nuestra Señora de la Merced no se viera perjudicada por el problema señalado dado que, al parecer, ambas tenían el mismo mayordomo.

La información que se tiene proviene de Jacinto de Baldés, "negro de nación Congo, mayordomo de la Cofradía de Nuestra Señora de las Mercedes" [Ídem]. Se le solicitaron los libros de la cofradía y las cuentas de las limosnas, lo cual entregó especificando lo siguiente: "Juro a Dios y a la Cruz [las cuentas] son ciertas y verdaderas y sin ningún fraude ni malicia" [ídem]. Se mandó entregar los libros a los contadores de los tribunales para que hicieran cuenta de las limosnas y los bienes que estas cofradías tenían en su poder, así como sus gastos; con esta información podrían tomar la decisión "que convenga" [ídem]. La preocupación que las autoridades mostraban por las cuentas de las limosnas hace suponer que la congregación recibía una importante suma de dinero y ello les permitía realizar acciones que inquietaban a los eclesiásticos. Finalmente se dictó que el mayordomo debía exhibir todas las licencias para pedir limosna y éstas serían revocadas y anuladas. No sabemos si efectivamente se derogaron las licencias, si tuvieron la posibilidad de que no se revocaran, o si les concedieron otras posteriormente. Controlar las licencias de las limosnas, que representaban sin duda un ingreso significativo, implicaba un acto de intimidación y represión que amenazaba la continuidad de la cofradía.

El mayordomo Jacinto de Baldés indicó que las limosnas eran asentadas "por mano de el Padre Fray Domingo Ximenes", probablemente con la intención de dar mayor credibilidad a sus cuentas, pero también podría sugerir que él mismo no sabía escribir. La cofradía contaba con varios libros: en uno de ellos se asentaban las misas de caridad por las "ánimas de los hermanos difuntos"; en otro se inscribían los cabildos particulares de la cofradía; y en otros tres se apuntaban las limosnas que se pedían "por las ánimas de los negros bozales [las cursivas son mías]" [ídem]. Es notable que para los negros bozales se requiriera tres libros, mientras que para los otros fines sólo uno. Esto sugiere que para los africanos y afrodescendientes de esta cofradía, los negros bozales tenían una importancia simbólica especial.

No se sabe exactamente qué entendían por "negros bozales". Tradicionalmente se ha utilizado esta palabra para referirse a quienes recién habían arribado al continente americano [Aguirre, 1994:44], pero el término bozal también podía designar a los africanos que aún no habían aprendido la lengua y los rasgos culturales españoles o europeos sin necesidad de que hubiesen salido de África [Sandoval, 1987:383, 380-381, 139 [1625]]. De acuerdo al Diccionario de Autoridades el bozal era el inculto, y aunque ordinariamente se usaba para hablar de los negros cuando recién habían llegado del continente africano, también se aplicaba a los "rústicos", es decir quienes hubiesen permanecido en sus propias tierras [Diccionario de Autoridades, 1987:666 [1732]]. Por lo anterior, considero más probable que se refirieran a los negros boza- les que habían quedado del otro lado del océano, implicando un vínculo con sus propios antepasados de África (familiares vivos o ancestros). Así, los cofrades que pedían limosnas "por las ánimas de los negros bozales", mantenían un lazo simbólico con sus ancestros mediante estos actos espirituales, lo cual podría haber representado la idea de un origen común.

Este pasado común es fundamental para estudiar la identidad y la conciencia étnica o social, pues de acuerdo a Richard Adams [1995:38], "los grupos étnicos se definen en términos de un modelo de ascendencia, que especifica ciertas relaciones con los antepasados y que ratifica una continuidad de formas culturales seleccionadas, que significan o simbolizan la continuidad biológica y cultural con el pasado". Además, la "noción de pertenencia o membresía por adscripción a un pasado común" [Bartolomé, 1979:0316] es un elemento constitutivo de la conciencia étnica o histórica que se genera a partir de "la valorización de aquellas formas tradicionales o de relativamente reciente adquisición que el grupo haya asumido como propias, en un momento dado de su proceso histórico" [ídem].

También debe considerarse que dar misas o pedir limosnas por las ánimas de africanos y afrodescendientes implicaba la adopción de las prácticas religiosas cristianas, lo cual se reafirma con la pertenencia a una cofradía y la participación en sus actividades. No conocemos cuáles eran las prácticas al rezar, ni la manera en que entendían el término ánima, pero sin duda conservaban aún algunos rasgos africanos. Así, las cofradías eran espacios de interacción y reproducción de elementos sociales y culturales propios, a la vez que fomentaban la integración de sus miembros al resto de la sociedad novohispana.4

Los problemas que se suscitaban a causa de la recolección de dinero no fueron exclusivos de estas cofradías. Algo similar sucedió en 1666 con la Hermandad de Nuestra Señora de las Angustias, que había sido fundada por "morenos" [AGN, Indiferente Virreinal, caja 2475, exp. 34, f. 1, 1666]. En esa ocasión, el mayordomo de la cofradía Andrés de la Cruz, negro, señaló que el mandatario de la hermandad, Joseph Limón, solía recolectar el dinero "del jornalillo que dan los hermanos para su curación" [ídem], y lo distribuía a su voluntad, sin dar cuenta de ello. Por eso pidieron que no se le permitiera distribuir ni pagar a nadie con aquello recolectado para fines específicos. Finalmente se solicitó que mostrara las cuentas que los demás cofrades requerían, pero es probable que no haya ocurrido así pues posteriormente, en 1672, se presentó la misma queja contra Joseph Limón [agn, Indiferente Virreinal, caja 5424, exp. 072, 1672].

Los conflictos que tenían no sólo eran internos, ni exclusivos de causas económicas, sino que también tuvieron problemas con las autoridades religiosas novohispanas. En 1665, Andrés de la Cruz, probablemente el mismo que presentó quejas contra Joseph Limón, solicitó que la cofradía se trasladara del Convento de San Francisco al Colegio de San Juan de Letrán. El motivo de este cambio era que tenían problemas con el Padre Vicario del Convento de San Francisco. Habían determinado hacer la fiesta de Nuestra Señora de las Angustias conforme su obligación, y habían cubierto el pago de la limosna de la misa, el sermón y otros gastos necesarios. A pesar de ello, se suscitaron problemas puesto que "el padre vicario de dicho convento [de San Francisco] salió, impidiéndonos el hacer dicha fiesta sin haber habido ningún pretexto por donde se nos prohíbe el celebrar nuestra fiesta" [AGN, Indiferente Virreinal, caja 4120, exp. 2, 1665]. Se añadió que dejarían en el convento señalado "el retablo e imagen que se hizo a nuestra costa" [ídem: f. 8]. Así, es posible saber la importancia que daban los miembros de esta cofradía a sus fiestas, pero también nos permite conocer el poder adquisitivo que tenían, a causa de lo cual lograron hacer un retablo que cordialmente dejaban en el convento de San Francisco.

Aún a pesar de su importancia en la cofradía, Andrés de la Cruz, seguía siendo esclavo. La esclavitud no le impedía realizar actividades relacionadas con la Cofradía; quizá por ello no intentó aprovecharla para liberarse, o quizá simplemente no pudo disponer de las limosnas para ese efecto. Así pues, Andrés de la Cruz, quien dijo ser esclavo negro del doctor don Simon Estevan de Alsate, desempeñaba un papel activo y de suma envergadura dentro de la cofradía. No sólo era fundador de la misma, sino que solicitó a nombre de los cofrades el cambio del Convento de San Francisco al Colegio de San Juan, además de presentar dos quejas contra el mandatario de la cofradía, Joseph Limón, por malversar los fondos de la hermandad.

De esta manera, es posible percibir que los cofrades no siempre buscaban utilizar las hermandades como medio de ascenso social, aunque ser parte de ellas podía influir de alguna manera en su estatus social. Las cofradías tenían medios para reunir dinero y ello colaboró a que los africanos y afrodescendientes tuvieran posibilidad de llevar a cabo actividades que implicaran un gasto, por ejemplo las ceremonias por el fallecimiento de algún cofrade o las fiestas de la hermandad. Además, las mismas actividades asociadas a la cofradía aseguraban la movilidad espacial de sus miembros.

Como se ha visto, en las cofradías de personas de origen africano del siglo XVII se estrechaban relaciones sociales que permitían organizarse para defenderse de elementos externos, si bien en ocasiones resultaban conflictos internos. No deben generalizarse estos problemas, pues era más probable que quedaran registrados estos y no las actividades o relaciones pacíficas. Aún en los documentos que describen conflictos es posible observar otro tipo de relaciones y convivencia, así como algunas de las actividades cotidianas que realizaban los miembros de estas organizaciones. Debe notarse que a partir de las cofradías, las personas de origen africano podían organizarse y resistir las presiones de los religiosos, por ejemplo, lo que muestra que estas asociaciones también eran espacios importantes de poder.

Los vínculos entre esclavos y libres, así como entre africanos y afrodescendientes, implicaban relaciones sociales entre personas con recursos económicos y posiciones sociales distintos. En estas cofradías se conservaban y reproducían elementos propios que fomentaban la organización de un grupo con fines comunes y, quizá, con la definición de un pasado común que les permitiese compartir una identidad. La organización social que estas personas lograron a partir de las cofradías fue importante no sólo por los fines sociales, culturales, religiosos y económicos señalados, sino también por el temor que las autoridades mostraron ante ellas, así como por su posible relación con los alzamientos de la época. ¿Tendrían las cofradías de africanos y afrodescendientes del siglo XVII la fuerza suficiente para quebrantar el orden novohispano?

 

Que no les admitan tener cofradías: los alzamientos de principios del siglo XVII

Las autoridades novohispanas supusieron una relación intrínseca entre las cofradías y los alzamientos de las personas de origen africano de la capital novohispana, a principios del siglo XVII. Esta sospecha, sin duda, se vio fortalecida por las rebeliones de africanos y afrodescendientes que hubo no sólo en la ciudad de México, sino en otros lugares de la Nueva España [Guevara, 2005; Naveda, 2001]. Sin embargo, esta no fue la única razón; las autoridades debieron ver, en estas cofradías, una fuerza de organización que les hizo temer.5 De hecho, se dice que estas cofradías "reunían a toda la población negra y mulata de la ciudad de México" [Bazarte, op. cit.:43], o al menos a un sector importante de ella.

Aunque los intentos por suprimirlas no tuvieron efecto, el hecho de que se insistiera tanto en ello significó que los africanos aprovechaban las organizaciones que los europeos les habían impuesto —cuando menos— para relacionarse entre sí. Hemos visto que las cofradías tenían objetivos religiosos que no tenían por qué estar asociados a la violencia, sin embargo, reunían africanos y afrodescendientes organizados. Fue así como 1,500 negros pertenecientes a la "Cofradía de Nuestra Señora [de la Merced]"6 se manifestaron en la ciudad de México a finales de 1611, cuando una esclava negra murió a causa de los golpes que le había dado su amo, Luis Moreno de Monroy [Palmer, op. cit.:138]. De este evento se inició un motín que las autoridades españolas reprimieron, sin embargo, eligieron a una pareja de reyes procedentes de Angola y preveían sublevarse en la semana santa de 1612 [Israel, 2005:77]. Aunque Jonathan Israel duda de la existencia del plan, Colin Palmer subrayó que se trató de una demostración de la solidaridad, el enojo y la indignación de los negros, lo que no tardó en causar pánico entre los españoles. Rumor o no,7 en la época se habló del "motín y rebelión que intentaron hacer en esta ciudad los negros y mulatos" [AGN, Ordenanzas, vol. 1, exp. 178, fs. 152rv-153, 1612].

En 1612, un par de traficantes de esclavos, portugueses, que decían conocer la lengua de Angola, descubrieron una movilización al escuchar a "unos negros que estaban discutiendo en el mercado de la ciudad de México acerca de la supuesta conspiración" [Israel, op. cit.:77]. Domingo Chimalpáhin [(2001:283 [1624]] relató que el temor invadía a los españoles puesto que decían que sus esclavos les habían asegurado que los matarían; por ello "estaban muy asustados, y andaban averiguando muchas cosas acerca de sus esclavos negros; estaban temerosos de ellos, y los trataban con mucho tiento cuando tenían que ordenarles algún trabajo". Se preveía que el Jueves Santo se levantarían los negros, por lo cual se dispusieron elementos especiales para la protección de la ciudad. Por esos días recorrían las calles muchas procesiones, aunque posteriormente se prohibió que se hicieran más; el 16 de abril de 1612 se dictó una ordenanza prohibiendo que hubiera procesiones [AGN Ordenanzas, vol. 1, exp. 173, fs. 150-150rv, 1612; Chimalpáhin, op. cit.:283-285, 289, [1624]].

A partir del 17 de abril se dispuso de "soldados españoles con sus armas para vigilar" [Chimalpáhin, op. cit.:285], no sólo en las calzadas sino en los principales canales. Aunque la rebelión se daría en la capital novohispana y los amos de esclavos tenían miedo, al parecer los rebeldes provenían de Acapulco y Veracruz; se trataba de negros cimarrones que habitaban en dichas costas pero que habían huido de los españoles de la Ciudad de México previamente [ídem:287]. Sin duda, se creía que los negros y mulatos de la capital se unirían a los cimarrones que llegarían.

El castigo para los rebeldes fue la horca y el descuartizamiento. De acuerdo al relato de Domingo Chimalpáhin, el miércoles 2 de mayo, en las calzadas principales colgaron los miembros de los seis negros descuartizados, mientras a los demás los sepultaron, pues los expertos temían que sus cuerpos se pudrieran y "el hedor se convertiría en pestilencia, y luego con los vientos entraría a la ciudad de México y hallándose sobre nosotros nos causaría enfermedades" [ídem: 299]. El 14 de mayo de 1612 se colgó al "capitán de los negros ahorcados previamente" [ídem].

Además de los asesinatos descritos, otra consecuencia para la población africana y afrodescendiente, libre o esclava, fue una diversidad de ordenanzas que se impusieron en la Ciudad de México. El 3 de abril se pregonó una ordenanza dictada el día anterior que indicaba que los negros y mulatos, libres o esclavos, no podían portar espadas, dagas ni ningún otro tipo de armas, aunque tuviesen licencias para portarlas o fuesen las que utilizaban en su servicio [AGN, Ordenanzas, vol. 1, exp. 164, f. 146, 1612], lo que se insistió el 17 del mismo mes [AGN, Ordenanzas, vol. 1, exp. 172, fs. 149 rv, 1612]. También Chimalpáhin mencionó estas restricciones, que se referían no sólo a las armas, sino que también pedían "que las mujeres negras no podrían usar mantos negros, y la misma prohibición se impuso a las mulatas bajo penas" [Chimalpáhin; op. cit.:281].

Asimismo, se prohibió que se juntaran —pública o secretamente, ni de noche ni de día—, más de tres negros o mulatos, sin importar que fueran libres o esclavos, de tal manera que se les impedía reunirse en "cofradías, bailes, plaças[sic], tianguis, calles y otras partes" [AGN, Ordenanzas, vol. 1, exp. 164, f. 146, 1612], debido a que de ello resultaba "mucha inquietud a los vecinos, daños e inconvenientes de consideración a que conviene poner remedio" [ídem]. En caso de que no obedecieran la ordenanza se darían doscientos azotes a cada uno. Puesto que se les prohibió reunirse aunque fuera con motivo de sus cofradías, se decidió solicitar a "los priores y vicarios de los conventos y partes donde tienen las dichas cofradías no les admitan ni consientan tenerlas más de aquí adelante" [ídem], o de lo contrario recibirían el mismo castigo.

Las ordenanzas que se escribieron a partir de abril de 1612 fueron múltiples, pero debe considerarse su duración. Por ejemplo, la ordenanza contra la portación de armas se derogó el 29 de septiembre del mismo año, a partir de la fiesta de San Miguel, con la finalidad de que los amos españoles pudieran contar con un acompañamiento de negros y mulatos armados [AGN, Ordenanzas, vol. 1, exp. 178, fs. 152-153, 1612]. Es probable que esto se haya promovido sólo por conveniencia de los amos, pero sin duda se habían calmado las tensiones. Acerca de la prohibición de que negras y mulatas vistieran finamente, algunos viajeros como Thomas Gage y Giovanni Gemelli, quienes visitaron la ciudad en 1625 y 1697, respectivamente, describieron que estas mujeres vestían con joyas y ropas distintivas [Gemelli, op. cit.; Gage, 1994 [1648]]. Sobre la petición de que no vivieran solos y que no se reunieran más de tres, ni de día ni de noche, podemos suponer que no tuvieron mucho éxito tampoco, puesto que algunas ordenanzas del Marqués de Gelves, en 1622 y 1623, solicitaron que ello se evitara, sugiriendo que seguía ocurriendo.

Aunque no se considera un alzamiento de africanos o afrodescendientes, se sabe que negros y mulatos tuvieron una participación importante en el movimiento contra el marqués de Gelves en 1624 [Israel, op. cit.:163]. Una de las causas de este conflicto fue la imposición de fuertes restricciones que el Marqués había impuesto a la población novohispana en general. Entre las represivas ordenanzas que se expidieron bajo el gobierno del marqués de Gelves, se encontraba la del 22 de abril de 1622, según la cual se prohibían las juntas de más de tres negros o mulatos, libres o esclavos, so pena de 200 azotes y de cortarle una oreja a los esclavos aprehendidos, y en caso de ser libres estarían condenados a servir tres años en un obraje [AGN, Ordenanzas, vol. 4, exp. 40, fs. 41 av-41rv, 1622]. Se incluye como pena la pérdida de una oreja, medida radical que no se había presentado ni siquiera tras el alzamiento de 1612. Esta ordenanza afectaba tanto a las personas de origen africano, como a los amos de esclavos, pues se especificaba que se debía ejecutar la reglamentación sin importar que los esclavos pertenecieran a las autoridades españolas [ídem]. Casi un año después, el 22 de mayo de 1623, se solicitó que no salieran las cofradías de negros y mulatos en procesión, ni se juntaran para hacer cabildos o por otra razón. De no cumplir la ordenanza se les castigaría con 200 azotes y tres años de servicio en algún obraje [AGN, Ordenanzas, vol 4, exp. 61, f. 60, 1623]. A pesar de sus fines religiosos y de estar acorde a las normas sociales de la época, el marqués de Gelves consideró necesario controlar las acciones y reuniones de las cofradías.

Aún después del derrocamiento de Gelves, las cofradías parecían seguir ocasionando desconfianza entre las autoridades. En 1665, se pidió que "se suprimieran las juntas y cofradías (de negros) porque había muchas en la ciudad de México" [Serrano, 1993: 85], pero, además, porque creían que servían para que "los negros se emborracharan y gastaran, robando lo que podían de las casas de sus amos para este efecto" [ídem].

 

COMENTARIOS FINALES

A partir del estudio de las cofradías de personas de origen africano es posible observar la manera en la que aprovechaban los espacios que los españoles les permitían tener para conformar grupos organizados. Se trata, en este sentido, de una manifestación de resistencia, es decir de "una forma de rebeldía compatible con la aparente sumisión" [Gonzalbo, 1993:28]. Por ello, los africanos y afrodescendientes no pueden ser considerados, simplemente, transgresores del orden novohispano. Debemos considerar que se trataba de una población heterogénea, pues aunque en efecto algunos se rebelaron abiertamente contra el poder español, en otras ocasiones participaron en sus milicias [Serna, 2005; Vinson III, 2005]; en el plano religioso sucede lo mismo, aunque a veces llevaron a cabo prácticas por las que fueron culpados ante la Inquisición, también participaron en actividades religiosas católicas como procesiones y cofradías.

Las cofradías significaron importantes formas de organización social a partir de las cuales negros, morenos y mulatos tuvieron la oportunidad de reunirse y compartir una identidad y un sentido de comunidad, donde la solidaridad se valoraba de manera especial. Así, sin duda, ser parte de estas hermandades les permitió no sólo generar relaciones con otros africanos y afrodescendientes, sino cumplir con las demandas religiosas cristianas aceptadas por las autoridades novohispanas. Las cofradías se aprovecharon también como una forma de resistencia cultural, donde se conjugaron distintos elementos.

En las confraternidades del siglo XVII había personas de distintas adscripciones étnicas o denominaciones de procedencia, por ejemplo, personas congo, biáfara, wolof, bañol,zape, menguela, entre otros. Por ello podemos decir que las cofradías eran pluriétnicas. Además, reunían tanto a personas libres como esclavizadas, y de distintas calidades (negros, morenos, mulatos y en ocasiones mestizos), por lo que se puede considerar que buscaban agrupar a africanos y afrodescendientes sin importar su condición o calidad.

Aunque fueron las autoridades novohispanas quienes comenzaron por imponer tal separación, las personas de origen africano aprovecharon esa diferenciación para desarrollar una religiosidad y una organización social propia que se basaba en las instituciones de origen europeo. Ello se observa en algunas prácticas como los entierros y el rezo por los negros bozales, lo cual sólo puede comprenderse como parte de una cofradía que compartiera un hecho fundamental: el provenir de África o —al menos— descender de africanos. Y con ello no se está afirmando que se tratara de un grupo homogéneo, por el contrario, la diversidad étnica que implica el provenir de África, así como las características personales, sin duda marcaban las relaciones sociales.

La conformación de un grupo que compartiera una identidad social es un fenómeno sumamente complejo. Sólo de esa manera se puede comprender la existencia de conflictos al interior de agrupaciones de negros y mulatos que, por otro lado, compartían un sentimiento de comunidad y solidaridad. Sin este tipo de sentimientos, es difícil que se hubieran presentado alzamientos, motines y rebeliones. De otra manera no podría explicarse que africanos y afrodescendientes se hayan manifestado cuando una esclava negra fue asesinada a golpes por su amo, que escogieran reyes y reinas, que se prohibieran sus cofradías en tiempos de tensión, que se solicitara que no se reunieran más de tres, que se les acusara de jugar y apostar los bienes de sus amos, que aquellos que eran libres fueran culpados de ocultar y ayudar a esclavos huidos, y que eligieran tener hijos, parejas, padrinos y compadres con personas de su mismo origen y condición [Masferrer, 2009].

Los alzamientos de principios del siglo XVII no fueron simples rumores, y si acaso lo fueron, de cualquier manera es fundamental considerarlos por las consecuencias que tuvieron. Las ordenanzas y relatos sobre los alzamientos muestran que las cofradías tenían tal fuerza de organización y reproducción cultural que, tanto las autoridades como la sociedad en general, temían que originaran rebeliones. Este temor es reflejo de las relaciones sociales que a partir de ellas se generaban y de la oportunidad que ofrecían de integrar elementos propios a las actividades religiosas permitidas por la Iglesia. Mientras rezaban por las ánimas de los negros bozales, las cofradías les permitían mantener un vínculo con la tierra de la cual procedían y establecer relaciones sociales entre personas del mismo grupo socioétnico, a la vez que se integraban a la sociedad novohispana.

 

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NOTAS

1 Si bien Germeten señala que su fundación fue en 1600, Agustín de Vetancurt menciona que en 1599 ya existía esta cofradía. Germeten, op. cit.:83; Vetancourt, 1982:36 [1697].

2 Se trata de una cofradía con el mismo nombre: "Cofradía de Nuestra Señora de la Conce[p]ción" [AGN, Indiferente Virreinal, caja 6486, exp. 040, f. 1]. No se puede asegurar que sea la misma, pero parece que así era porque corresponden a la misma temporalidad.

3 Podría referirse a "Benguela", un puerto en Angola, v. Mariana Cándido, 2011, pp. 183-208. El nombre también tiene similitud a "bengala", sin embargo el nombre "Juan Congo" no parece indicar una relación con la India, de donde probablemente proviene el nombre "bengala". Gonzalo Aguirre Beltrán, 1972, p. 50, 147.

4 Como bien lo demuestra Barth, con su concepto de fronteras étnicas, la interacción o la aceptación de nuevas normas no implica la desaparición de un grupo social sino que éste se define por los límites étnicos que se construyen entre los grupos que conviven. Frederik Barth, 1976.

5 De acuerdo a Pilar Gonzalbo "la ignorancia agrava las situaciones de miedo, provoca inseguridad, trastorna la razón y engendra violencia" [Gonzalbo, 2009:33].

6 Aunque no se indica la advocación de la cofradía parece ser que se trataba de una cofradía a "Nuestra señora de la Merced", o al menos de que estaba en el Convento de la Merced. V. Rodríguez, 2007, pp. 321-322 .

7 "En la diversidad de los miedos no es sencillo discernir los miedos naturales y los culturales, porque los miedos culturales tienen su origen en miedos reales[...]" [Pilar Gonzalbo, 2009:32].

https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-16592011000200006







jueves, 3 de abril de 2025

 

La esclavitud, la abolición y los afrodescendientes: memoria histórica y construcción de identidades en la prensa mexicana, 1840-1860

RESUMEN:

Por medio del análisis de la prensa mexicana entre las décadas de 1840 y 1860, este estudio demuestra que los afrodescendientes, la esclavitud y la abolición siguieron siendo temas de interés público después de la independencia. La discusión de estos temas en los periódicos de la época tuvo usos políticos al contribuir en la formación de identidades relacionadas con la ciudadanía y también, a nivel macro, en la creación de una memoria histórica regional y transnacional. Al usar la prensa como fuente principal, este trabajo revela las formas en que México fue partícipe de los debates sobre la esclavitud y la abolición en el mundo atlántico de la época, a la vez que resalta la contribución de los periódicos mexicanos en la formulación de las ideas de Hispanoamérica y Latinoamérica. Por medio de estos planos analíticos, el artículo contribuye a la discusión historiográfica que ha dado visibilidad a la presencia de la esclavitud y los afrodescendientes en México, expandiendo el periodo de estudio de la ampliamente estudiada época virreinal a la republicana.

INTRODUCCIÓN

En sus interpretaciones de la historia nacional, escritores clásicos del siglo XIX como Lucas Alamán, José María Luis Mora o Lorenzo de Zavala, minimizaron tanto la existencia de la esclavitud como la presencia de la población afrodescendiente en México, a la vez que algunos de ellos exaltaban el abolicionismo mexicano.1 Por ejemplo, en su obra Zavala afirmaba sobre el estado de Yucatán que: "la raza negra apenas se ha conocido en aquel estado, en donde no pasaba de doscientos el número de esclavos, cuya mayor parte estaba en Campeche".2 Por su parte, Mora aseveraba: "Los negros del África siempre han sido en México muy pocos, y de veinte años a esta parte ha cesado del todo su introducción", de tal suerte que en México "puede asegurarse ha sido desconocida la esclavitud; así es que no ha costado trabajo el abolirla, y en el día no hay un solo esclavo en todo el territorio de la República".3

La influencia de estos autores en generaciones posteriores sentó las bases de una narrativa histórica en la que la esclavitud y los afrodescendientes son apenas mencionados. Diversos investigadores han tratado de desmantelar esta narrativa desde hace ya varias décadas; sin embargo, la mayoría de sus esfuerzos se han concentrado en el periodo virreinal o en la época contemporánea.4 Para algunos, está claro que la esclavitud y los afrodescendientes "desaparecen de la historia nacional" pocos años después de la independencia, o que estos temas fueron silenciados o invisibilizados durante el proceso de construcción del Estado-Nación, especialmente después del decreto de abolición de la esclavitud de Vicente Guerrero en 1829.5 A pesar de la notoria e innegable minimización de estos temas por parte de algunos escritores del siglo XIX, una lectura de los periódicos mexicanos más importantes de esa época evidencia que la esclavitud y la presencia de los afrodescendientes en el país siguieron siendo temas de interés público.

En este sentido, el propósito de este artículo es mostrar que estos temas siguieron formando parte de la vida pública mexicana por medio de la prensa entre las décadas de 1840 y 1860. Sin embargo, más allá de devolverle visibilidad a estas cuestiones, la relevancia de exponer su vigencia en esa época radica en el poder retórico que tuvieron, es decir, en los usos políticos que los escritores hicieron de estos temas, y en su papel como referentes en la construcción de identidades y narrativas históricas que siguen ejerciendo una influencia en el mundo actual. Asimismo, analizar las discusiones sobre la esclavitud, la abolición y los afrodescendientes en periódicos mexicanos revela diversas conexiones atlánticas. Esto es, el escrutinio de estos temas en la prensa nos lleva a considerar la resonancia de la esclavitud transatlántica y de los movimientos abolicionistas de mediados del siglo XIX en México. Este análisis, entonces, nos ayuda a situar a México como parte de procesos más amplios y a mostrar de qué manera México participó, a la vez que amplió, en los debates internacionales sobre la esclavitud y la abolición al ligarlos con discusiones so bre hispanismo y latinidad.

Este artículo está dividido en tres secciones. La primera parte establece un contexto histórico e historiográfico que enmarca la pregunta sobre por qué es relevante considerar que la esclavitud y la abolición siguieron siendo temas discutidos durante el siglo XIX, a pesar de que en México la esclavitud africana ya no existía durante esa época. La segunda parte analiza los diferentes usos que los escritores le dieron a estos temas en los dos periódicos más importantes del país durante la época, El Siglo Diez y Nueve y El Universal, así como el poder retórico que tuvieron estas cuestiones, especialmente en los procesos de construcción de identidades y narrativas históricas nacionales. Por último, la tercera sección amplía el análisis anterior y examina cómo, al discutir sobre la esclavitud y la abolición, estos periódicos contribuyeron en la formación de las ideas mexicanas sobre Hispanoamérica y Latinoamérica.

La historiografía sobre la esclavitud, los afrodescendientes y la prensa mexicana

Desde la llegada de los españoles a lo que actualmente es México en el siglo XVI y hasta la primera mitad del XVIII, cuando se registró el desembarco de la última nave esclavista en la Nueva España, se estima que entraron a dicho territorio más de 300 000 esclavos africanos.6 Aunque la población negra nunca superó el 2% del total de la población del virreinato mientras duró el tráfico transatlántico, su gradual liberación, reproducción y mezcla con los demás grupos dio origen a una de las poblaciones afrodescendientes libres más grandes del continente a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Estimaciones recientes sostienen que antes de la guerra de independencia aproximadamente 10% de la población del virreinato era afrodescendiente, o, en la terminología de la época, negros, mulatos, pardos y moriscos.7 De estos, es probable que al menos 10 000 aún fueran esclavos antes de la independencia.8

A pesar de que actualmente sabemos bastante sobre las poblaciones afrodescendientes del periodo virreinal y de la época actual, es poco lo que conocemos sobre lo que pasó con los afro-descendientes, libres o esclavos, una vez concluida la guerra de independencia. En efecto, como se dijo al principio, es como si la esclavitud y los afrodescendientes desaparecieran de la historia una vez terminado el proceso de independencia. De aquí resulta la relevancia de resaltar que estos temas siguieron vigentes en los periódicos de mediados del siglo XIX. En las siguientes líneas, entonces, se trata de establecer la trayectoria de los estudios sobre afrodescendientes en México y de enfatizar la necesidad de un estudio sobre este grupo en el siglo XIX que tome en cuenta a la prensa como fuente para la historia cultural de la esclavitud.

El estudio de la esclavitud y la población afrodescendiente en México datan de la primera mitad del siglo XX, con un trabajo de Gonzalo Aguirre Beltrán.9 Sin embargo, los investigadores no empezaron a prestarle atención al tema sino hasta hace unos 30 años. Desde entonces, numerosos historiadores en México y Estados Unidos han expandido nuestro conocimiento sobre este grupo poblacional. En conjunto, estudiosos como Luz María Martínez Montiel, María Elisa Velázquez, Juan Manuel de la Serna, Adriana Naveda, María Guadalupe Chávez y Cristina Masferrer en México,10 así como Ben Vinson III, Herman Bennett, Patrick Carroll, Nicole von Germeten, Joan Bristol, Frank Proctor y Pablo Sierra en Estados Unidos,11 sólo por mencionar unos pocos, han ampliado las fuentes que usamos para estudiar estos temas y las preguntas que nos planteamos sobre su historia. Gracias a estos autores ahora tenemos cifras más precisas sobre el tráfico de esclavos hacia la Nueva España; ahora sabemos que los afrodescendientes participaron en la conquista de México; que su presencia se extendió a lo largo de todo el territorio que ahora es México; que participaron en prácticamente todas las actividades económicas importantes; y que, a pesar del lugar subordinado que ocuparon, construyeron comunidades y tuvieron un rango de maniobra para negociar su lugar dentro de la jerarquía social.

A pesar de estos grandes progresos sobre la historia de la esclavitud y los afrodescendientes, uno de los temas que aún necesitan ser más estudiados es el complejo proceso por el cual la esclavitud africana llegó a su fin en México. El abolicionismo mexicano, ciertamente, ha recibido atención desde el siglo XIX,12 pero aún no queda claro ni el alcance ni la efectividad de los distintos bandos y decretos que trataron de abolir la esclavitud en las primeras décadas del siglo XIX. Sin embargo, gracias a los trabajos de Juan Manuel de la Serna, Adriana Naveda y María Guevara Sanginés, por ejemplo, sabemos que a pesar de que la esclavitud estaba en declive en México desde el siglo XVIII, en algunos lugares pudo haber persistido hasta 1830 y en otros hasta 1840,13 es decir, después de la abolición de Hidalgo en 1810, la de Vicente Guerrero en 1829 y de la ley de 1837. Además, aunque este artículo se enfoca en los afrodescendientes, vale la pena señalar que algunos autores han demostrado que la esclavitud, particularmente la indígena, siguió existiendo bien entrado el siglo XIX.14 Por lo tanto, es factible decir que más que tener que ver con las leyes, el fin de la esclavitud en México tiene que ser explicado por otros factores. Empero, esto no quita relevancia al tema del abolicionismo mexicano, pues como se verá en la siguiente sección, afirmar que México desempeñó un papel pionero en este proceso ha sido una estrategia retórica fundamental en la formación de narrativas e identidades.

Ahora bien, los estudiosos de las poblaciones afrodescendientes que viven en el México moderno se han interesado en la construcción de identidades. En particular, en cómo estos grupos forman su identidad considerando la ideología de mestizaje, que privilegia las herencias indígena y europea de la nación, a la vez que minimiza la herencia africana. Al menos dos corrientes diferentes pueden distinguirse en estos trabajos. Por una parte, investigadores principalmente formados en Estados Unidos utilizan en sus estudios nociones surgidas de la realidad histórica de las poblaciones afroamericanas, tales como negritud (blackness), raza o diáspora.15 Autores como Christina Sue, por ejemplo, han argumentado que los "negros" de Veracruz no se identifican a sí mismos de esta manera debido a la hegemonía de la idea de mestizaje.16 Por otra parte, otros estudiosos argumentan que los modelos surgidos de la academia estadounidense no explican las diferentes realidades históricas de las poblaciones afrodescendientes de México. Ellos prefieren hacer un análisis de las diversas formas en que estos grupos se autoidentifican antes de imponer cualquier marco teórico.17 Laura Lewis, por citar un caso, ha descubierto que los pobladores de San Nicolás, Guerrero, han creado su propia versión del mestizaje al afirmar que ellos son "morenos", producto de la mezcla indígena y africana.18

Un problema con los trabajos sobre las poblaciones afrodescendientes contemporáneas es que, al explicar los procesos de construcción de identidad, obvian o desconocen procesos del siglo XIX que desembocaron en las situaciones que ellos estudian. Análisis demográficos de la Nueva España, en específico de ciudades como Guadalajara, Oaxaca y México, han descubierto que mientras la población de españoles, indios y mestizos crecía a fines del siglo XVIII y principios del XIX, la de negros, mulatos y moriscos disminuía, a la vez que la población total aumentaba. Para los autores de estos estudios, es poco probable que los individuos que ahora llamamos afrodescendientes hayan muerto o migrado en mayor porcentaje que los otros grupos; por el contrario, es muy probable que hayan dejado de identificarse a sí mismos como negros y mulatos, para decir que eran mestizos o indios.19 Por lo tanto, los procesos que sociólogos y antropólogos describen en la época actual tienen sus raíces en el siglo XIX.

En años recientes, autores como María Camila Díaz, María Dolores Ballesteros, América Nicte-Ha López y Peter Guardino han contribuido al entendimiento de cómo los afrodescendientes desaparecieron de los registros oficiales y cómo dejaron atrás sus identidades de negros, mulatos o moriscos. El consenso actualmente es que este proceso fue multifactorial, aunque algunos autores se enfocan más en unos aspectos que en otros. Algunos enfatizan que los afrodescendientes y la herencia africana de México fueron silenciados debido a prejuicios raciales.20 Otros, sin negar la discriminación existente, aseguran que después de la independencia los propios afrodescendientes empezaron a identificarse a sí mismos simplemente como mexicanos para tratar de mejorar su situación social; resultando, inadvertidamente, en su propia "invisibilidad".21 Este argumento, además, es consistente con los descubrimientos de la historia demográfica. Una limitación de estos trabajos es que se detienen antes de 1850, y con ello, de alguna manera refuerzan la idea de que la esclavitud y los afrodescendientes dejaron de ser relevantes después de la independencia. Asimismo, a pesar de los avances logrados, estos estudios le han prestado poca atención a la prensa como fuente para devolverle visibilidad a estos temas o para conectarlos con otros que ya hayan sido trabajados. Es decir, al no enfocarse en la prensa, estos trabajos no han capturado el carácter público que estos temas siguieron teniendo a mediados del siglo.

En ese sentido, una contribución de este artículo es aprovechar una fuente poco utilizada en los estudios sobre la historia cultural de la esclavitud y la memoria histórica en lo que se refiere a los afrodescendientes. La prensa jugó un papel fundamental en el desarrollo de la vida política y de la opinión pública en el México del siglo XIX. Impresores, editores y libreros de la época cumplieron la función de mediadores culturales. Esta élite intelectual contribuyó en el proceso de construcción nacional de diversas formas, por ejemplo, preservando ciertos valores y principios hispánicos de la época colonial, que ayudaron a la creación de una incipiente identidad, asimismo, favoreciendo la diseminación de nuevas ideologías o dando a conocer las tendencias o movimientos culturales de la época.22 Los editores mismos eran conscientes de su papel dentro de la sociedad de la época. Por ejemplo, El Siglo Diez y Nueve reprodujo en 1857 un artículo en el que la prensa sudamericana reflexionaba sobre su lugar en la sociedad y en el cual afirmaba: "La prensa comprendió su misión en toda su estensión [...] por esto fué por lo que ella proclamó el derecho humano en todas las manifestaciones de la vida social, la abolición de la esclavitud, la destrucción de los privilegios, la igualdad ante la ley".23 Los periódicos, entonces, fueron el lugar por excelencia donde se discutieron los problemas más importantes de la nación. Las publicaciones periódicas del siglo XIX han sido una de las fuentes más importantes para el estudio de este periodo tan trascendente en la historia de México. Sin embargo, las discusiones sobre la esclavitud y su abolición en la prensa mexicana han sido relegadas a un lugar secundario en comparación con temas como la formación de facciones o partidos políticos durante la primera mitad del siglo XIX, los debates parlamentarios durante la Reforma, o los intentos por construir una identidad nacional.24 El considerar a la esclavitud y a los afrodescendientes como algo del pasado, como se ha visto, es la razón principal por la cual estos debates no han recibido atención.

Utilizar la prensa como principal fuente, sin embargo, implica ciertos problemas. En primer lugar, los periódicos fueron un producto de las élites, por lo que estos reflejan los puntos de vista de este grupo específico y no necesariamente de la sociedad en su conjunto. En segundo lugar, y en relación con lo anterior, los periódicos necesariamente reflejan la posición política de sus creadores, por lo que es necesario contrastar distintos periódicos de diversas facciones políticas para obtener un panorama un poco más completo de los procesos estudiados. Es por eso que la investigación para este artículo se basa en la lectura sistemática de todas las notas relativas a la esclavitud, abolición, raza y negritud en el periódico El Universal -quizá el periódico conservador más importante de la época-, desde su primera publicación en 1848, hasta su final en 1855; asimismo, de los artículos relacionados con esos temas publicados por El Siglo Diez y Nueve -el periódico liberal más importante-, entre 1841 y 1858, año en que la divulgación de este periódico fue suspendida por un lapso de dos años. Los ejemplares de estos periódicos fueron consultados en línea a través del sitio web de la Hemeroteca Digital Nacional de México y del World Newspaper Archive.

Además de este análisis sistemático, por medio de la herramienta de búsqueda avanzada del sito de la Hemeroteca Nacional, se hizo un análisis más general con el propósito de saber la frecuencia con la que estos temas eran discutidos y su importancia relativa en comparación con otros. La búsqueda de los términos esclavo, esclavos y esclavitud en todos los periódicos mexicanos disponibles en dicha base de datos entre 1840 y 1860 arrojó un total de 7 750 menciones en 72 periódicos de 11 estados del país. Los dos periódicos seleccionados para este artículo fueron los que más prestaron atención a estos temas, de ahí que hayan sido elegidos. En contraste, el término "indios", por ejemplo, contó con 7 825 menciones en 73 publicaciones también de 11 estados. Ambos están bastante lejos de términos como religión, que es mencionado más de 21 000 veces en los periódicos de la época, o nación, que cuenta con casi 40 000 menciones en el mismo periodo. Un análisis más puntual de los dos periódicos seleccionados, además, revela que en promedio dos notas o artículos por mes hablaban de la esclavitud durante el periodo de estudio.

De lo anterior, se puede concluir que en términos de visibilidad y alcance los temas aquí analizados estuvieron a la par de los que fueron elegidos para comparar. Sin embargo, no puede decirse lo mismo de la frecuencia en que aparecían en los periódicos. Es decir, aunque todos estos temas fueron discutidos en la misma cantidad de publicaciones disponibles en los mismos lugares, las cuestiones aquí analizadas no aparecían tan frecuentemente en los periódicos. Entonces, la relevancia de resaltar el carácter público de las discusiones sobre la esclavitud, la abolición y los afrodescendientes no radica en la frecuencia con que estos aparecían en la prensa, sino en los usos políticos de esos escritos y en el poder retórico de estos temas para la creación de narrativas e identidades que aún siguen teniendo influencia.

Los usos políticos y el poder retórico de la esclavitud y la negritud en la prensa

El 16 de septiembre de 1857, El Siglo Diez y Nueve publicó un artículo editorial con motivo de un aniversario más del inicio de la guerra de independencia. En éste, Francisco Zarco, el autor, destacaba el carácter y las acciones individuales de los insurgentes, así como el legado que cada uno de ellos había dejado a la nación y al mundo. Iniciando con el padre Miguel Hidalgo, Zarco señalaba: "La gloria de HIDALGO consiste a los ojos de la humanidad entera, haber sido el primero en proclamar la abolición de la esclavitud, gloria que es hoy de la nación, y que nadie puede empañar". Después de repasar el temperamento y las obras de varios de los insurgentes, como José María Morelos, Nicolás Bravo y Guadalupe Victoria, entre otros, el autor pasaba a reflexionar sobre los actos colectivos de estos personajes y sus repercusiones para el México de su época: "los insurgentes caminaban sin plan; adelantándose a su época iban en pos de instituciones liberales y humanitarias, proclamaban la igualdad de todas las razas, abolían la esclavitud y los tributos, querían alojar a México entre las naciones cultas de la tierra". Recapacitando sobre su propio tiempo, Zarco se lamentaba de que después de medio siglo el legado de los insurgentes siguiera enfrentando las mismas "calumnias" y "resistencias". A pesar de esto, el autor concluía su nota esperando que los mexicanos pudieran corresponder al legado de los insurgentes: "El más digno homenage que este pueblo puede ofrecer a la memoria de HIDALGO y de MORELOS, consiste en las conquistas de la civilización".25

Aunque México fue con certeza un país pionero en la abolición de la esclavitud, actualmente sabemos que estas afirmaciones de Zarco no son históricamente precisas, ya que diversos territorios abolieron dicha práctica antes o al mismo tiempo que México. Independientemente, esta nota ejemplifica la manera en que la prensa -en este caso la liberal- reinterpretó el pasado esclavista y abolicionista de México a mediados del siglo XIX con el fin de construir una narrativa sobre la cual fincar una identidad nacional centrada en valores modernos como la igualdad y la libertad, y que fue opuesta a la idea (también producto de la prensa) de Estados Unidos esclavista.

La vigencia de esta y otras narrativas en el mundo actual y su importancia en la formación de identidades de algunos mexicanos no puede ser sobrestimada. En efecto, a pesar de que la esclavitud continuó, aunque en decadencia, por al menos dos décadas después del bando de Hidalgo, este acontecimiento ha pasado a formar parte de la memoria histórica de los mexicanos por encima del decreto de 1829 o de cualquier otra ley posterior aboliendo la esclavitud. Así, los libros de texto gratuito de cuarto grado de primaria sólo mencionan el bando de 1810;26 además, los informantes o colaboradores de estudiosos de las poblaciones afrodescendientes en el México moderno recuerdan la abolición de Hidalgo y le otorgan un lugar central en su identidad como mexicanos.27 En este sentido, lo que aquí se pretende es mostrar el papel de la prensa en la reproducción, cimentación incluso, de una memoria histórica que sigue vigente.

Estas narrativas comenzaron a gestarse en los años siguientes al conflicto contra Texas y posteriormente durante la guerra con Estados Unidos. Hablar de la igualdad de todos los seres humanos y sostener una posición fundamentalmente opuesta a la esclavitud fue una estrategia -al menos a nivel discursivo-de las élites nacionales para diferenciarse de Estados Unidos (y en ocasiones de España y otras potencias europeas), y para argumentar que México tenía una posición moral más elevada. Por ejemplo, el 15 de noviembre de 1841, El Siglo Diez y Nueve publicó una nota que enumeraba los progresos de México desde su independencia, a la vez que aludía sutilmente al esclavismo texano y al reconocimiento de este territorio como república por parte de Inglaterra: "¿Cuánto más honor no hace á la república mexicana la abolición de la esclavitud, como una de las primeras leyes, que a ciertas otras naciones el reconocimiento de esa esclavitud, introducida en un suelo que estaba prohibida, inconsecuentes con los principios que tienen proclamados?"28 Las "otras naciones" de esta cita son, desde luego, aquellas que reconocieron y apoyaron la independencia de Texas.

Posteriormente, el 25 de octubre de 1842, el mismo diario publicó un discurso pronunciado con motivo del fin del año escolar en Guanajuato, en el que claramente se entrelazan nociones de igualdad:

“México toma el mayor empeño por la enseñanza de la multitud, estendiendo la instrucción á todos los ramos posibles: es decir, que no se limita a la igualdad ante la ley, principio fundamental de su pacto; sino que trata de proporcionar á los individuos que forman las masas la más noble de las igualdades, la igualdad intelectual, hasta donde esta pueda caber en la raza humana; concepciones sobre la libertad: "México aspira á una libertad omnímoda, que no confunde con el libertinage; sino que hace consistir precisamente en la sujeción de todas las clases de la sociedad á una sola ley equitativa"; y una posición radicalmente antiesclavista:

[...] sin que en México se piense en libertad para unos y en esclavitud para otros, como se practica vergonzosamente en algunos países, que de un modo gratuito se han creído el emporio de la ilustración y de la justicia, cuando con un pretesto criminal á par que ridículo, el color de una piel, atan perpetuamente las manos de nuestros semejantes, y ponen sobre sus cervices un yugo de hierro [...] ¡Oh! [... ] México jamás pensará de esa manera.29

En ese mismo año, y mostrando aún resentimiento por la guerra contra Texas, El Siglo Diez y Nueve, en línea con la opinión de este periódico sobre la esclavitud en general, publicó sobre el futuro de este territorio como país independiente: "nos parece muy difícil que Tejas llegue a formar una nación digna de alternar con los pueblos civilizados mientras mantenga en su seno la esclavitud".30

También, entre enero y febrero de 1849, cuando el congreso mexicano discutía una nueva ley de colonización, la cual permitiría entrar al país a extranjeros sin pasaporte, El Siglo Diez y Nueve consideraba que quizá el ejemplo de orden y prosperidad de Estados Unidos perjudicaría cualquier intento de México de atraer nuevos colonos. Sin embargo, esperaban que las ideas sobre la libertad y la igualdad manifestadas en el país desde su independencia lograran atraer más población. Así, deseaban que "el estrangero inteligente y virtuoso se decida mas bien por el delicioso clima de nuestro país y por la posesión de algunas ventajas importantes, entre otras, la de la abolición de la esclavitud, decretada hace años en esta parte del continente americano".31 Similares ideas seguían presentes en 1855, cuando el mismo periódico tradujo una nota de la Sociedad Religiosa de los Amigos de la Gran Bretaña e Irlanda, en la cual se exhortaba a la abolición de la esclavitud en el mundo a nombre de la religión cristiana.32

Hablar de la esclavitud y la igualdad en la prensa implicó frecuentemente -como los ejemplos anteriores ya lo adelantan- hacer referencia a los afrodescendientes, o "personas de color", como los periódicos los llamaban. Este tipo de testimonios contrastan con la idea, aún presente en la historiografía, de que las personas de ascendencia africana desaparecieron del imaginario de la nación después de la independencia. Sobre todo, contradicen afirmaciones como que "la preocupación por crear una nación homogénea [...] junto con el conocer y reproducir prejuicios raciales [...] influyeron en el silenciamiento de la presencia afrodescendiente en la historia nacional".33 Más que un silenciamiento, las evidencias de la prensa revelan que hablar de los afrodescendientes en México fue una forma de reforzar ciertos proyectos políticos.

Por ejemplo, entre julio y agosto de 1857 se presentó una polémica entre distintos periódicos sobre la llegada de un grupo de familias de afrodescendientes libres al estado de Veracruz procedentes de Nueva Orleans. El 15 de julio de ese año, El Siglo Diez y Nueve anunciaba la llegada de este grupo a Papaloapan y esperaba que con su "inteligencia en distintos géneros de cultivo, hábitos de moralidad, costumbres cultas, disposiciones, deseos y esperanzas para el progreso de la industria" la zona pronto estuviese llena de haciendas productivas.34 La controversia comenzó cuando el Mexican Extraordinary expresó su alarma de que la nueva colonia "degenerara" o se convirtiera en una "peste para la sociedad".35 Diversos periódicos, como El Progreso de Veracruz y El Siglo Diez y Nueve, no hicieron esperar su respuesta, y en una nota firmada por Francisco Zarco, este último periódico afirmaba que "hombres que vienen con capitales y se dedican al trabajo buscando el aire de la libertad, y huyendo del país en que son esclavos sus hermanos" no inspiraban tales temores, puesto que "El trabajo, el bienestar, la libertad, no son á propósito para hacer degenerar las razas". Además, concluía Zarco, "hace honor a nuestro país el establecimiento de colonias negras, cuyos individuos vienen a gozar de los derechos del hombre, que sin distinción concede nuestro código fundamental".36 Por su parte, El Progreso concordaba con la opinión de Francisco Zarco sobre la capacidad de los colonos y sus posibles contribuciones a la Nación: "No creemos en manera alguna que llegue a realizarse la dejeneración, la gangrena, el azote, que teme el Extraordinary, sobre todo [...] cuando los que vienen a fijarse en el país traen los hábitos de moralidad y de trabajo, traen una civilización adelantada, fuerza, capacidad [e] inteligencia". Incluso, el periódico llevaba su réplica más allá y comparaba a los colonos de Papaloapan con aquellos que llegaban a Estados Unidos: "mayores seguridades ofrecen para el porvenir del país [...] esos hombres, a quienes se quiere imponer una mancha injusta [...] que esa multitud hambrienta y desnuda, incivilizada, semisalvaje, que hemos visto acudía a los Estados Unidos huyendo del hambre". Por último, El Progreso anunciaba que tras los colonos de Papaloapan "seguirán muchas otras familias, que vendrán huyendo del trato cristiano y civilizador de los americanos, para quienes el negro es cosa y no persona", puesto que, el periódico, aseguraba: "atendemos mejor en México la gran institución republicana, la sublime ley de la igualdad natural, y el humanitario y regenerador principio del cristianismo".37

El debate en la prensa sobre los colonos de Papaloapan reivindicaba el tipo de proyecto liberal que Zarco defendía; un proyecto, además, que difería del de Estados Unidos. De hecho, hacer este contraste entre la retórica estadounidense y las acciones "progresistas" de México, según los estudiosos de las poblaciones afromexicanas, sigue siendo parte fundamental de la memoria histórica e identidad de estos.38 Asimismo, este episodio contrasta con otros similares de la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX. En esos años, según han documentado varios autores, el asentamiento de colonos afrodescendientes en México generó bastantes respuestas negativas y diversos sectores cuestionaron si ese era el tipo de inmigración que el país necesitaba.39 Aunque seguramente las discusiones sobre la inmigración de afrodescendientes a México en la segunda mitad del siglo XIX fueron más multifacéticas de lo que han sido pintadas, es interesante resaltar los cambios a lo largo del tiempo en las concepciones sobre raza e ideas racistas que estos debates dejan entrever.

La entrada de esclavos fugitivos a México provenientes de Texas produjo reacciones análogas a las de los debates sobre la llegada de afrodescendientes libres a Veracruz. Desde la época colonial la corona española implementó una política santuario, la cual estipulaba que todos aquellos esclavos pertenecientes a territorios extranjeros que huyeran al imperio español podían ser libres si se convertían al catolicismo. Después de la independencia de México, diversos estados decretaron leyes que liberaban a todos los esclavos de otros países que ingresaran al territorio nacional.40 Así, en los primeros años de la década de 1850 El Siglo Diez y Nueve y El Universal publicaron diversos artículos que mencionan cómo algunos habitantes de Coahuila protegían a los esclavos fugitivos de algunos texanos que cruzaban la frontera para recuperarlos.41 De la misma forma, en 1854 la prensa mexicana señaló que los texanos trataron de expulsar a los mexicanos que aún vivían en ese territorio por considerar sus ideas abolicionistas como peligrosas.42 Además, entre 1855 y 1856 el congreso mexicano discutió una ley de extradición de esclavos fugitivos procedentes de Estados Unidos y, aunque hubo opiniones encontradas al respecto, a mediados de 1856 los diputados decidieron no aprobar tal ley.43 Así, estas discusiones sobre la migración de afrodescendientes a México, forzosa o libre, matizan y añaden un poco de complejidad a los estudios más recientes que han enfatizado el racismo que sin duda enfrentaron estas poblaciones.

La historiografía sobre la formación del Estado-nación en México ha dejado claro que la religión fue uno de los aspectos que sirvieron como aglutinadores para tratar de crear una identidad nacional. El papel de la religión también fue un tema muy discutido en la prensa y, como en el caso de otros debates, la esclavitud y la abolición estuvieron estrechamente relacionadas con estos. La religión y la moral cristiana fueron vistos como catalizadores de la libertad, la igualdad y la abolición de la esclavitud. Así, en enero de 1850, en una carta firmada por "un africano" y publicada por El Siglo Diez y Nueve, se afirmaba: "El desarrollo de los principios del cristianismo, entre sus nuevos resultados sociales, ha producido el de la igualdad de derechos". Este documento es importante, porque está escrito como un testimonio de primera mano de un afrodescendiente, por lo que valdría la pena examinarlo en detalle. El autor continuaba: "Los hombres de tez negra [...] deben el restablecimiento de la dignidad de hombres a las doctrinas sacrosantas hijas de la sublime predicación del Nazareno". Después, escribiendo en un estilo más personal y directo, reconocía los beneficios de la religión y la democracia:

“Yo, que soy descendiente de los hombres de ese color degradado un tiempo y regenerado hoy, me muestro, y debo mostrarme agradecido á los beneficios del cristianismo, base sólida e indestructible de las doctrinas democráticas, que derribando las barreras que la inquietud unida al orgullo establecieran entre morenos y blancos [...] han proclamado la igualdad en la ley, gracias á Dios que tenemos ya el paso franco y libre acceso [...] para ascender hasta los primeros puestos públicos de donde nos alejaba la política mezquina del derecho privado y de donde alejarnos quisieran algunos malos cristianos.

La cita anterior es interesante en distintas formas. En primer lugar, el supuesto afrodescendiente adjudicaba el fin de la esclavitud a la moral cristiana, y no a razones económicas, lo cual sería probablemente más preciso históricamente. Asimismo, afirmaba que gracias a la religión en México se implantó la igualdad de todos los hombres, la cual ha sido cuestionada por la historiografía reciente que encuentra ciertas continuidades entre las épocas virreinal e independiente.44

Subsecuentemente, el autor de esta nota preguntaba qué sería de las personas de color sin la "filantropía" de la religión, y sobre el porqué algunos descendientes de africanos estaban en contra de la religión y la democracia, y deseaban "el restablecimiento de la política de la colonia". En sus palabras: "No me parece estraño que tal pretendan nuestros antiguos dominadores; me asombra, sí, que algunos descendientes de africanos que merced á la democracia han ascendido á elevados puestos ya en estado eclesiástico, ya en el orden civil, se manifiesten acérrimos enemigos de ella". Por último, reafirmaba su compromiso con los principios mencionados y esperaba que sus "paisanos en origen" siguieran su mismo camino: "aunque gracias á Dios tengo algo más de cuatro reales, quiero mejor que me llamen sans-culotte estando libre, que noble en la esclavitud, y pido á Dios que ilumine á varios de los que se hallan en mi caso para que no sean víctimas del engaño tan sagazmente manejado"; y remataba: "El cielo les ponga un espejo por delante para que se vean, y á mí no me lo quite nunca á fin de no caer en la tentación".45 Aunque es difícil, y quizá imposible, saber si el autor del texto era en realidad un afrodescendiente, es interesante que El Siglo Diez y Nueve decidiera publicar este artículo de crítica social dando voz a un grupo que para ese momento ya era considerado minoritario, o incluso en vías de desaparición,46 sobre todo si se toma en cuenta la atención que la prensa de la época ponía en la población indígena. A pesar de esto, hay indicios de que para esta época los afrodescendientes todavía eran vistos como un grupo diferenciado. Por ejemplo, el 16 de marzo de 1853, un D. Mariano Morales publicó un anunció en El Universal en el que solicitaba "dos jóvenes (criadas) morenas legítimas de la costa de África, que den buenos informes y garantías de su conducta".47 Y aunque sin contexto alguno no se puede más que especular, una nota como esta quizá indica remanentes de una ideología paternalista o una visión nostálgica del pasado esclavista y de las clasificaciones sociales usadas en la época colonial.

La relación entre religión, libertad e igualdad ocupó el centro del debate nuevamente entre julio y agosto de 1856, cuando la prensa siguió las discusiones del Congreso Constituyente sobre la libertad de cultos. Dirigiéndose al Congreso en agosto de 1856, el diputado Ponciano Arriaga, por ejemplo, argumentó que: "La moral cristiana es la fuente de la civilización. Ella abolió la esclavitud, ella acabó con las castas, con los privilegios, y al proclamar que todos los hombres son hermanos, hijos de un mismo Padre que está en los cielos, estableció la igualdad que es la base del sistema republicano".48

En conjunto, la reinterpretación del pasado esclavista de México, la carta del supuesto africano y los debates sobre el papel de la religión en la sociedad mexicana, refuerzan la idea de que sostener estas posiciones ideológicas en favor de la igualdad y en contra de la esclavitud permitió a los escritores argumentar que México tenía una posición moral más elevada que las naciones esclavistas en el mundo atlántico. Además, subrayar la importancia del catolicismo como fuente de estos principios implicó, aunque quizá de una manera más sutil, hacer una distinción entre los países protestantes esclavistas, como Estados Unidos, y México, un país católico. Por su parte, oponer protestantismo y catolicismo fue una manera de tratar de consolidar una identidad mexicana en torno a uno de los pocos rasgos que en esos momentos unía a la mayoría de la población del país.

Ahora bien, entretejer la esclavitud con los discursos sobre la igualdad y la religión no sólo fue una forma de distinguir a México de otros países, sino una forma de atacar a facciones políticas contrarias en los debates nacionales. Por ejemplo, el 21 de enero de 1855, en medio de la revolución de Ayutla, El Universal expresaba su malestar en contra del movimiento armado y se preguntaba qué pasaría con la nación si los federalistas llegaran a ganar:

Quién no se estremece al contemplar la época de ignominia y de baldon que vendría sobre nosotros? [...] veríamos hundirse muy pronto la patria en el abismo de perdición [...] sin que encontráramos sosiego sino entre los hierros de la esclavitud que nos pondría la codicia estrangera. ¿Hay quien quiera ser esclavo? Ese sea amigo de la rebelión y de los rebeldes.49

Una vez que la revolución de Ayutla resultó triunfante y que se convocó a un congreso constituyente, las referencias sobre relación entre federalismo, esclavitud y Estados Unidos, no se hicieron esperar en los debates.50 Así, al discutir las obligaciones que los estados debían guardar respecto a la federación, Ignacio Ramírez criticaba la noción que otros diputados tenían sobre el sistema federal. En una de las sesiones de octubre de 1856, Ramírez opinaba sobre algunos diputados que su idea de federalismo consistía en una "servil imitación" de Estados Unidos y que seguramente estaban "ya en vía de proponer en México, en nombre del principio federativo, que se adopte la esclavitud y se hable un mal inglés".51

También, como ya se ha visto, se aludió a la esclavitud en los debates sobre la libertad de cultos, generalmente para argumentar que gracias al catolicismo se había abolido esta práctica. Sin embargo, en esas mismas discusiones, también se mencionó la esclavitud en Estado Unidos en otras formas. Por ejemplo, al tratar de justificar el catolicismo como religión única en México, los diputados Eligio Muñoz y Antonio Aguado compararon el intento de establecer la libertad de creencias en México con una hipotética abolición de la esclavitud en Estados Unidos. Para estos dos congresistas, la sociedad y la cultura mexicanas tendrían que experimentar una profunda transformación antes de que tal medida se pudiera tomar. De hecho, argumentaban, debería esperarse hasta que la propia libertad de creencias se manifestara por sí misma en la sociedad para convertirla en ley. Siguiendo con la comparación con Estados Unidos, ellos creían que la única forma en que la esclavitud se acabaría en esos territorios sería dejándola extinguirse gradualmente. Tratando de defender su posición, y llevando la analogía más lejos, Aguado llegó a afirmar que las leyes y las constituciones "no deben ser otra cosa que el retrato, por decirlo así, del pueblo para quien se forma: ¿no vemos en los Estados Unidos en medio de esa democracia pura que tanto se admira [...] consignado el principio más atroz, el más cruel, el mas humillante para la especie humana, cual es la esclavitud?",52 por lo tanto, si México era una nación católica, la Constitución debía reflejar ese hecho.

Hasta aquí se ha visto que la prensa mexicana hablaba de la esclavitud como algo externo a la nación, como una práctica cuya ausencia distinguía a México de otros países, y particularmente de Estados Unidos. Sin embargo, pensar que México fue completamente ajeno a la esclavitud, o que la prensa sólo la utilizaba como un instrumento retórico o arma política, implicaría dejar de lado una realidad. Así, aunque la prensa sólo deja entrever indicios de ello, parece que algunos barcos mexicanos, o al menos con bandera mexicana, seguían participando en el tráfico transatlántico. A finales de julio y principios de agosto de 1851, El Siglo Diez y Nueve reportó que el Senado estuvo discutiendo sobre la esclavitud en sucesivas sesiones, al menos una de ellas secreta, y el primero de agosto decidió que se impusieran penas a los barcos mexicanos que participasen en el tráfico de esclavos.53 Algunas semanas más tarde, el mismo periódico mencionaba que México estaba buscando establecer políticas comunes con el resto de Hispanoamérica; una de ellas era el combate del tráfico de esclavos.54 Así, el hecho de que el congreso mexicano discutiese cómo combatir la esclavitud sugiere que esta práctica no era algo del pasado o completamente ajeno a la realidad nacional. Las notas anteriores también pueden ser interpretadas en términos de la posibilidad que el abolicionismo daba a estas repúblicas para construir identidades en común, lo cual es el objeto del siguiente apartado.

De esta manera, un análisis de los periódicos más importantes de la época revela que los afrodescendientes y la esclavitud no habían desaparecido de la memoria histórica, ni realmente fueron silenciados como se ha asumido. Asimismo, este análisis revela los motivos por los cuales los afrodescendientes y la esclavitud eran, ante todo, un marco de referencia simbólico y político para discutir otras preocupaciones nacionales como el catolicismo, la migración, etcétera.

Esclavitud, abolición y las ideas de Hispanoamérica y Latinoamérica

En 1858, a diez años de la guerra con Estados Unidos, El Siglo Diez y Nueve especulaba sobre lo que pasaría con México, particularmente con la gente de color, si el vecino del norte continuara con su expansión: "los americanos introducirían la esclavitud en el país y los mexicanos verían con horror azotar a los mismos hombres libres que están ya acostumbrados a mirar como hermanos".55 Estas preocupaciones, junto con el intento de unir a las repúblicas hispanoamericanas en contra del imperialismo estadounidense, ya estaban presentes en la prensa mexicana desde inicios de esa misma década. El 13 de agosto de 1850, El Universal publicó un artículo reflexionando sobre el futuro de las repúblicas hispanoamericanas a la luz de la reciente invasión (fallida) de Cuba por Narciso López y auspiciada por Estados Unidos. En esa oportunidad, el periódico se preguntaba "¿Qué sería de ellos [los pueblos hispanoamericanos] bajo la garra del anglosajón, cuyos progresos en el Nuevo Mundo están manchados con la sangre de sus hijos? ¿Qué le debe la civilización, por más que se proclame libre con sus instituciones democráticas?" Y advertía sobre un futuro desolador en caso de que la política expansionista estadounidense continuase: "Y téngase presente que sus proyectos esterminadores [...] se estienden a toda la raza hispano-americana que puebla el nuevo continente: los individuos de ella serían sus esclavos, y morirían arrastrando ignominiosas cadenas, mientras que sus señores entonarían mentirosos himnos á la libertad y a la igualdad". Sin embargo, el artículo continuaba en un tono más esperanzador y apremiaba a México a tomar un papel más activo en la región: "México, que habría de ser la primera víctima, es quien debe dar el primer grito de alarma. Despierte la América de su letargo, ponga los ojos en el coloso del Norte que la acecha, ávido de sus riquezas". La nota concluía proponiendo a las repúblicas hispanoamericanas un cambio de política para contrarrestar la amenaza del norte: "Y si quiere resistir el golpe de su caída, fortifique sus gobiernos, fomente el patriotismo de sus hijos, y establezca una política continental, fundamentada en la identidad de origen, de creencias y de necesidades, donde se estrellen los planes de la orgullosa potencia que quiere dominarnos".56

En esencia, estas notas de los dos periódicos mexicanos más importantes de mediados del siglo XIX capturan los temas en torno a los cuales gira esta sección. La asociación de Estados Unidos con el fortalecimiento de la esclavitud, y los intentos de unir a las naciones hispanoamericanas en contra de lo que se consideraba una amenaza real de expansionismo estadounidense, fueron un tema presente en la prensa mexicana desde la década de 1840 y prácticamente hasta finalizar la década de 1850. Dicho periodo estuvo marcado por contrastes y fue crucial en la historia de la esclavitud atlántica. Por un lado, la esclavitud se expandió y fortaleció en lugares como Cuba, Estados Unidos y Brasil. Por otra parte, cada vez más países, incluidos los hispanoamericanos, abolieron el tráfico y la práctica de la esclavitud en sus territorios. México no fue ajeno a estos procesos fundamentales de mediados del siglo XIX. Por medio de la prensa, los mexicanos pudieron seguir el desarrollo de estos aconte cimientos. Al situar a México en el centro de este momento de la historia atlántica y enfocarse en las discusiones sobre la esclavitud y la abolición, esta parte del artículo analiza cómo la prensa mexicana, mediante su interpretación de estos procesos internacionales creó nuevas narrativas sobre la identidad nacional e hispanoamericana.

En primera instancia, los periódicos analizados se dedicaron a seguir las noticias sobre la esclavitud y la abolición en Hispanoamérica y Estados Unidos de manera muy general. La cobertura de la esclavitud en los países hispanoamericanos tuvo un tono más optimista, e incluso positivo, que la de Estados Unidos. Aunque en comparación con Estados Unidos la cobertura sobre la esclavitud en el resto del continente fue mínima, este patrón es notorio en varios casos. Así, en 1851, se decía sobre Colombia, entonces Nueva Granada, que "Las autoridades de la república […] han tomado grande empeño en poner en libertad a los esclavos que aún hay en algunas provincias, y los dueños no han querido recibir ninguna indemnización".57 La prensa mexicana siguió atentamente el proceso de abolición en Colombia, publicando la ley de abolición y un tratado que dicho país firmó con Inglaterra para combatir el tráfico de esclavos.58 Cuando se dio la abolición definitiva en la Nueva Granada, El Siglo Diez y Nueve afirmó: "Al fin esta república ha abolido la esclavitud de los negros, siguiendo el ejemplo de las naciones hermanas".59 Por último, en 1853, Patrocinio Cuéllar, secretario de gobierno de la Nueva Granada, en su informe al Congreso afirmaba: "La esclavitud, que antes era un elemento de desorden, ha desaparecido para siempre".60

Un cariz similar tuvo el seguimiento de la abolición en Ecuador. En 1857 el mismo periódico reprodujo un discurso del entonces presidente ecuatoriano José María Urbina, en el que éste repetía el mismo tipo de retórica que ha sido analizado en la sección anterior para el caso de México. Así, Urbina señalaba: "Abolida la degradante esclavitud que reducía al hombre a la vil condición de mercancía, cuenta la república con una multitud de ecuatorianos capaces de contribuir a su adelantamiento con el trabajo libre, que es el más productivo". Además, al igual que los políticos mexicanos, el presidente de Ecuador enfatizaba la igualdad de todos los seres humanos, diciendo que ahora "podemos estender nuestros brazos a todos esos seres que hoy llevan el mismo título que sus antiguos señores", pues las leyes les habían dado "la posibilidad de colocarse en el rango de ciu dadanos". Por último, el mensaje de Urbina también resaltaba la elevada posición moral del país al abolir la esclavitud: "Al devolver a tantos seres los derechos que les había concedido la naturaleza, ha ganado la república y ha hecho por su parte una inapreciable conquista en los fueros de la humanidad", puesto que "la propiedad del hombre sobre el hombre [es] a los ojos de la humanidad y de la religión, un derecho impío, sacrílego, ecsecrable".61 Sobre el caso de Venezuela, la misma publicación dedicó una página completa a la ley de abolición en este país, promulgada en julio de 1854, aunque sin hacer ningún comentario adicional.62 Incluso, al seguir las noticias en los países latinoamericanos que aún conservaban la esclavitud, como Brasil, la prensa mexicana se limitaba a reportar ciertos acontecimientos, sin hacer muchos comentarios sobre ellos.63

El seguimiento de la esclavitud en Estados Unidos tuvo un carácter completamente distinto. La prensa mexicana siguió mucho más de cerca los debates sobre la esclavitud en dicho país que en cualquier otra parte del mundo. De hecho, dos tercios de las notas relacionadas con la esclavitud usadas en este trabajo se refieren a Estados Unidos. El desarrollo de estas discusiones en ocasiones era considerado como de interés nacional, debido a la percepción que existía de Estados Unidos como una amenaza constante para la existencia de México. Años antes de la intervención estadounidense, ya se hablaba de la expansión de los estados del sur de ese país y el restablecimiento de la esclavitud en México. La prensa hablaba sobre el futuro conflicto como una guerra para ampliar la economía esclavista de Estados Unidos hacia México.64 Aun mucho después de la guerra, conforme las tensiones en torno al problema de la esclavitud se incrementaban en Estados Unidos, este tipo de discurso era común en los periódicos mexicanos. Por ejemplo, en 1859 el periódico La Sociedad señalaba que, si Estados Unidos se anexara los estados de Sonora y Chihuahua, así como el territorio de Baja California, esto alteraría el balance entre los estados abolicionistas y esclavistas, y precipitaría un conflicto grave.65

Más allá de su relación, directa o indirecta, con México, la prensa siguió muy de cerca las discusiones sobre la esclavitud en Estados Unidos en momentos claves, como el compromiso de 1850 y la ley Kansas-Nebraska entre 1853 y 1854, aunque generalmente los periódicos reprodujeron los discursos políticos de aquella nación y se limitaron a remarcar las contradicciones de la retórica estadounidense. A lo largo de gran parte del año 1850 pudieron leerse titulares sobre la esclavitud en Estados Unidos como "¿Está la unión en peligro?", o "Disolución de la unión".66 Asimismo, la mayor parte de la cobertura en ese año de 1850 giró en torno a la invasión fallida de Cuba por Narciso López y auspiciada por Estados Unidos. Tal y como la historia que abrió este apartado evidencia, el seguimiento de este acontecimiento generó debate en la prensa sobre lo que pasaría si Estados Unidos siguiera con su política expansionista. En términos generales, los escritores formularon los mismos argumentos sobre qué pasaría con la "gente de color" si Estados Unidos siguiese con su política expansionista. Así, hablaban de que la posible anexión de Cuba o del norte de México resultaría, no sólo en el endurecimiento de la esclavitud, sino en detrimento de la situación de los afrodescendientes, quienes según la prensa gozaban de igualdad en México y de una mejor condición en Cuba en comparación con Estados Unidos.67 Por último, en 1857, El Siglo Diez y Nueve publicó sobre el problema de la esclavitud en Estados Unidos: "La cuestión de la esclavitud por sí sola, bajo cualquier punto de vista que se la considere, podría ser en día más o menos inmediato el instrumento de muerte para la Unión, y por consiguiente para ese poder que tanto asombro nos causa".68

Ahora bien, la atención que la prensa daba a estos temas, y la forma en que los interpretaba, sirvió para sentar las bases de lo que más adelante sería conocido como hispanismo y latinidad, o la creencia de que los pueblos hispanos o latinos debían estar unidos y eran superiores al pueblo anglosajón. Aunque una incipiente idea de Hispanoamérica puede rastrearse hasta los años inmediatos después de los movimientos de independencia en la región, no fue sino hasta las décadas de 1840 y 1850 que las ideas de hispanismo y latinidad empezaron a discutirse y a circular más ampliamente. Este resurgimiento se debió tanto a cambios sociales y culturales internos en las naciones hispanoamericanas, como a cambios en la geopolítica mundial. De manera interna, una vez pasados los resentimientos exacerbados de las guerras de independencia, las élites criollas del continente empezaron a revalorar su herencia hispánica en oposición a las civilizaciones precolombinas.69 Externamente, la expansión de Estados Unidos y su creciente intervencionismo en el continente, así como la cambiante política exterior de Inglaterra y Francia, influyeron de alguna manera en esta reconsideración de la herencia hispana en México y el resto del continente al sur del río Bravo. Según varios autores, las ideas de Hispanoamérica y Latinoamérica surgieron a la vez como parte del, y en oposición al, imperialismo de la época. Detrás de estas ideas había un sentimiento de unión y superioridad, cultural y racial, de los llamados pueblos latinos en oposición a los anglosajones.70 En este sentido, como la anécdota que abrió esta sección adelanta, hablar de la esclavitud, la abolición y de una raza latina o hispanoamericana sirvió para sentar las bases de este discurso político que pretendió unificar a diversos pueblos del mundo atlántico.

A la luz del conflicto con Texas y la creciente amenaza de Estados Unidos, algunos políticos mexicanos comenzaron a hablar de una "raza hispanoamericana", de una "raza latina", o incluso de una "raza hispano-latina" en contraste con la raza anglosajona. Una de las primeras menciones de este tipo de frases apareció en 1842, en un discurso del entonces presidente Manuel Gómez Pedraza, publicado por El Siglo Diez y Nueve. En su exposición, Gómez Pedraza ya expresaba la supuesta superioridad de los pueblos hispanos que caracterizarían este tipo de discursos de la época. Primero, al igual que el artículo de El Universal que abrió la sección, el presidente destacaba el papel de México dentro de la región: "México sin duda ocupará un lugar distinguido entre las naciones de primer orden: su influencia sobre los destinos de la América será prodigiosa". Posteriormente, analizando la historia de los países hispanoamericanos desde la independencia, reflexionaba sobre el periodo de aprendizaje, casi natural, que estos tenían que experimentar para unirse a las llamadas naciones civilizadas y reafirmaba su fe en el papel que esta raza jugaría en el futuro: "[los mexicanos] no ignoran que la raza hispanoamericana debe subordinarse el movimiento universal que conmueve a las sociedades. Ellos prevén que esa raza está llamada, por su misma importancia, á figurar en las grandes escenas del mundo político".71

En los años previos a la invasión estadounidense de México, conforme las tensiones entre los dos países aumentaban, este tipo de discursos se incrementaron y radicalizaron. En 1843, El Siglo Diez y Nueve decía sobre Estados Unidos: "maquinan todos los años nuevas agresiones, con el descaro de anunciar que su objeto es el robo y el pillage de la raza que apellidan degradada".72 Sin embargo, publicaba el mismo periódico en ese año:

[...] por fortuna la raza hispano-americana no reconoce esa supe rioridad que se proclama en la raza anglosajona, mas aun cuando así fuese, México sabrá con gloria sostener el territorio que supo por sí solo hacer independiente de su antigua metrópoli, y conservar su honor y sus derechos, o perecer en la demanda antes que sufrir tan degradante vilipendio.73

En general, desde esos momentos, el futuro conflicto fue visto como una guerra entre dos razas, para ver cuál de las dos dominaría el continente.74 Una vez que el ejército estadounidense tomó la capital mexicana empezó a circular el Daily American Star, un periódico bilingüe que mantenía informadas a las tropas invasoras sobre los acontecimientos en Estados Unidos. Dicho periódico señaló que las políticas "raciales" de la corona española eran las responsables del estado de las repúblicas hispanoamericanas, además de que enfatizaba el carácter mestizo de los mexicanos como una razón de peso para no anexar todo el territorio nacional a Estados Unidos.75

Sin embargo, pensar que este discurso político fue sólo un fenómeno mexicano, producto del conflicto con Estados Unidos, sería erróneo. En efecto, como los citados autores argumentan, este supuesto conflicto entre dos distintas razas tuvo un carácter atlántico. Periódicos franceses como La Démocratie Pacifique e ingleses como el Times de Londres opinaron sobre el progreso de las repúblicas hispanoamericanas y la política expansionista de Estados Unidos. El periódico francés alababa los adelantos de las naciones hispanoamericanas, a la vez que lamentaba que Francia no hubiese intervenido en el conflicto entre México y Texas en favor del primero, para proteger a la "raza hispano-latina" de la anglosajona.76 Por su parte, el periódico británico señalaba que la "decrepitud de la raza española" conduciría al dominio de la "raza anglo-americana" en todo el continente, pero se lamentaba que ello llevaría a la expansión de la esclavitud en los nuevos territorios que adquiriese.77 Así, tal como varios autores han argumentado, este tipo de discursos raciales sentaron las bases para las ideas de Hispanoamérica y Latinoamérica, las cuales no se consolidarían sino hasta la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX.78

Uno de los temas que la prensa de la época utilizó para establecer la división entre las razas hispanoamericana o latina y la anglosajona fue hablar de la esclavitud y la abolición. Los escritores de este periodo distinguieron a la América española de la inglesa diciendo que los países hispanoamericanos eran abolicionistas o, aunque en algunas de estas naciones aún existiera la esclavitud, ésta era de un carácter completamente diferente a la practicada en Estados Unidos y el resto de las naciones. Intelectuales mexicanos de la primera mitad del siglo XIX, como José María Luis Mora, ya argumentaban en sus obras que el tráfico de esclavos hacia México había terminado mucho antes que en otros países. Además, según Mora, en general los españoles daban un trato más "benigno" a sus esclavos, pues la legislación ponía límites a los excesos de los dueños. Sin embargo, el autor condenaba que al momento en que él escribía España era una de las pocas naciones que conservaba su tráfico transatlántico.79

Presentar la esclavitud en el imperio español y en sus antiguas colonias como más benigna fue una manera más de cimentar la idea de Hispanoamérica en contraposición con lo "anglosajón". Por ejemplo, entre marzo y abril de 1842, La Hesperia, una publicación bisemanal que defendía los intereses de los españoles radicados en México, publicó una serie de artículos en los que comparaba los diferentes tipos de esclavitud en el continente. Sobre Inglaterra, el periódico opinaba que "Esta nación que se llama hoy la protectora esclusiva de la raza negra, es la que trataba á sus esclavos con más inhumanidad [...] Las antiguas leyes inglesas sobre la esclavitud están escritas con sangre: no pueden leerse sin espanto". Incluso, argumentaba el autor de la nota, era probable que un esclavo de ingenio en Cuba estuviera en mejores condiciones que un trabajador libre en una fábrica inglesa.80 De hecho, continuaba el periódico, la cruzada inglesa contra la es clavitud era una estrategia para arruinar la economía española.81

Sobre Estados Unidos, el mismo periódico afirmaba que incluso en los estados donde se había abolido la esclavitud y otorgado ciertos derechos a los afrodescendientes, éstos rara vez eran respetados. Aquellos hombres de color libres que se presentaran a votar temían por su vida; podían acudir a los tri bunales, pero siempre eran juzgados por los blancos; no podían asistir a las mismas escuelas, iglesias, o aun ser sepultados en los mismos lugares que los hombres blancos. Así, el periódico concluía: "El negro [en Estados Unidos] pues, es libre, mas no puede participar ni de los derechos, ni de los placeres, ni de los trabajos, ni de los dolores, y ni aun del sepulcro de aquel de quien ha sido declarado igual".82

En contraste, La Hesperia decía sobre la situación de los es clavos en las posesiones españolas que, a diferencia de las otras naciones, en las Antillas españolas los esclavos tenían derecho a un conuco, o pedazo de terreno que el esclavo podía utilizar para su propia subsistencia o para comprar su propia libertad. Además, en contraste con un trabajador inglés que trabajaba 16 horas y al final del día "no ha ganado lo necesario para el mantenimiento de su familia", un esclavo en las posesiones españolas, según el periódico, trabajaba entre 9 y 10 horas, recibía un desayuno de "carne y legumbres", una comida de "carne cocida, guisada con bananas y sazonada con ajonjolí" y era cuidado durante su vejez.83

Los mismos argumentos pueden encontrarse más de una década después. Por ejemplo, a razón del debate sobre la inmigración afrodescendiente a Papaloapan, mencionado en la sección anterior, se afirmaba que en Estados Unidos se mantenía a las "clases de color" en una "separación rigorosa, y mas que rigorosa injusta, y tan injusta como insultante á la humanidad". El periódico también notaba las contradicciones en la sociedad estadounidense y se pasmaba ante la situación de los afrodes-cendientes en los estados del norte y sus "distintas anomalías". En cuanto a los territorios del sur, decían: "son más estrictas aún estas humillantes condiciones".84 Independientemente de la precisión histórica de estas aseveraciones, lo que importa resaltar de ellas es su carácter político y su oposición entre el mundo hispánico y el "anglosajón".

Sin embargo, lejos de ser exclusivas del mundo hispánico, estas afirmaciones sobre el carácter de la esclavitud y el trato a los afrodescendientes en general deben ser situadas como parte de las discusiones entre los abolicionistas y esclavistas en el mundo atlántico. Por ejemplo, en una traducción de un periódico estadounidense (cuyo nombre no se especifica, pero sin duda proesclavista), se hablaba de que varios esclavos en Estados Unidos alcanzaban edades tan longevas como los 100 años gracias a los cuidados que sus dueños les daban en la vejez. Según este periódico: "Es hasta cierto punto una felicidad para los negros tener un amo que los cuide y provea á sus necesidades, cuando ellos mismos son incapaces de hacerlo". Además, la nota presen taba una crítica a los abolicionistas, similar a la que los españoles usaban en contra de los ingleses. Así, para ese periódico, al parecer sureño, por más "que los abolicionistas prediquen en buena hora desde el amanecer hasta la noche contra la esclavitud; no por eso dejará de ser una institución humana [en los estados del sur]". En cambio, en los estados del norte según el periódico: "al paso que vemos á la raza africana, libre en los Estados del Norte, pobre independiente y cuando llega a la vejez va á concluir sus días en las casas de beneficencia por falta absoluta de recursos". De esta forma, para los proesclavistas del sur, si se aboliera la esclavitud: "la raza de color perecería casi de miseria al tocar cierto periodo de la vida".85

Estas discusiones, entonces, se relacionaron directamente con otros temas ya tratados aquí, como la supuesta superioridad del catolicismo sobre el protestantismo y la defensa de una cultura hispánica por encima de las formas de vida en otras naciones. Así, hasta conservando la esclavitud, para algunos las naciones hispanoamericanas eran "moralmente superiores" a las anglosajonas. De esta manera, estas formulaciones de las ideas de Hispanoamérica y Latinoamérica en la prensa mexicana difícilmente pudieron haber sucedido sin tener en cuenta la larga historia del continente con la esclavitud y el lugar de ésta tanto discursiva como económicamente en las luchas interimperiales.

CONSIDERACIONES FINALES

Al ser cuestionado sobre las relaciones interétnicas, el racismo y el desarrollo de la identidad negra o afro en México, uno de los colaboradores de Henry Louis Gates Jr. en su estudio sobre la Costa Chica afirmó categóricamente: "España nos conquistó [...] su cultura ya estaba familiarizada con los negros antes de la conquista [...] era una cultura diferente [...] por ejemplo, si alguien era un gran artesano la sociedad lo aceptaba y le daba privilegios. Eso explica mucho sobre la asimilación y el mestizaje".86 Afirmaciones como la anterior ejemplifican la vigencia en la memoria histórica de los mexicanos de las narrativas forjadas durante el siglo XIX sobre la esclavitud hispánica, la abolición y los afrodescendientes.

En años recientes la historiografía ha dedicado bastante esfuerzo a devolverle visibilidad a temas como la esclavitud africana y la presencia afrodescendiente en México. Sin embargo, pocos trabajos se adentran en el siglo XIX, y los que lo hacen generalmente se detienen antes de la primera mitad de esa centuria. Esto ha generado la idea de que los afrodescendientes y la esclavitud desaparecieron de la memoria histórica de México después de la independencia o después del decreto de abolición de la esclavitud de 1829. Por el contrario, el análisis de los dos periódicos mexicanos más importantes de mediados del siglo XIX presentado aquí revela que estos temas seguían presentes en la memoria histórica del país.

Más allá del lugar común de que la presencia afrodescendiente fue silenciada, sería más preciso afirmar que su aparición en la prensa fue parte de una estrategia para defender o atacar tal o cual proyecto político. El hecho de que los afrodescendientes no fueran mencionados tan frecuentemente como los indígenas, por ejemplo, no debería llevarnos a concluir inmediatamente que fueron silenciados. Por el contrario, este hecho es consistente con la creencia de algunos políticos de la época de que al eliminar todas las distinciones de la época virreinal se estaba creando una sociedad más igualitaria. Para ellos, no había razones para diferenciar a una población que, se creía, se había asimilado e integrado a la sociedad completamente. En contraste, la mayoría de las veces que los afrodescendientes eran mencionados explícitamente era para defender o atacar este proyecto político liberal. Asimismo, el hecho de que la imagen de los afrodescendientes fuera usada como referente en la creación de estas narrativas históricas debería servir como aliciente para que los investigadores llevaran sus estudios más allá de darle visibilidad a este grupo, lo cual ya se ha hecho bastante bien, para empezar a conectar su historia con procesos más amplios.

Por último, reportar sobre los acontecimientos más recientes relativos a la esclavitud y la abolición de ésta en el continente no sólo situó a México dentro de una red de circulación de ideas e información a través del mundo atlántico, sino que sirvió para cimentar las ideas de Hispanoamérica y Latinoamérica. Presentar a las repúblicas hispanoamericanas como más progresistas que Estados Unidos o diferenciar entre la esclavitud en el mundo hispánico y el anglosajón fue una estrategia recurrente en la construcción de estas identidades supranacionales.

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NOTAS

1 Sobre este punto véase Ballesteros, "Los 'otros' mexicanos".

2Citado en Ballesteros, "Los 'otros' mexicanos", p. 157. Sobre este punto también López, "Haciendo visible".

3Citado en Ballesteros, "Los 'otros' mexicanos", pp. 158 y 172.

4Para una revisión historiográfica véase la primera sección de este trabajo.

5Sobre el primer punto véase Ballesteros, "Los 'otros' mexicanos", p. 153; sobre el segundo, López, "Haciendo visible", p. 254.

6Klein y Vinson III, Historia mínima de la esclavitud, p. 45; el último registro de un barco esclavista en la Nueva España data de 1735. Véase Borucki, Eltis y Wheat, "Atlantic History and the Slave Trade", p. 437.

7Vinson III, "La historia del estudio", p. 15.

8Olveda, "La abolición", p. 11.

9Aguirre Beltrán, La población negra.

10Martínez Montiel, Afro-América; Velázquez, Mujeres de origen africano; Serna, "Disolución de la esclavitud"; Naveda, Esclavos negros; Chávez Carbajal, Propietarios y esclavos; Masferrer, Muleke, negritas y mulatillos.

11Vinson III, Bearing Arms; Bennett, Africans in Colonial Mexico y Colonial Blackness; Carroll, Blacks in Colonial Veracruz; Von Germeten, Black Blood Brothers; Bristol, Christians, Blasphemers and Witches; Proctor, "Damned Notions of Liberty"; Sierra, Urban Slavery.

12Algunos de los trabajos enfocados en las leyes son: Guevara, "El proceso de liberación"; Herrejón, "La abolición de la esclavitud"; Olveda, "La abo lición" y Méndez Reyes, "Hacia la abolición".

13Guevara, "El proceso de liberación", p. 139; también Naveda, "El nuevo orden" y Serna, "Disolución de la esclavitud".

14Por ejemplo: Reséndez, The Other Slavery y Rugeley, Rebellion Now. A diferencia de la historia de los afrodescendientes, la historia de los indios en México ha recibido bastante atención; de aquí la necesidad de enfocarse en la esclavitud africana más que en la indígena. La historiografía sobre el tema es demasiado vasta como para tratar de sintetizarla aquí. Para una excelente revisión historiográfica sobre el tema véase Menegus, Los indios en la historia de México.

15Algunos ejemplos de esta corriente son: Vinson III, Flight; Githiora, Afro-Mexicans y González, Afro-Mexico.

16Sue, Land of the Cosmic Race.

17Por ejemplo, Hoffmann, "Negros y afromestizos"; Cunin, Mestizaje, diferencia y nación; Espinosa y De la Serna (coords.), Raíces y actualidad y Cunin y Hoffmann, Blackness and Mestizaje.

18Lewis, Chocolate and Corn Flour.

19Anderson, "Race and Social Stratification", pp. 215 y 240; Chance, Race and Class, pp. 155-157 y Valdes, "The Decline", p. 27.

20Véanse Ballesteros, "Los 'otros' mexicanos"; Díaz, "¿De esclavos a ciudadanos?".

21Guardino, "La identidad nacional"; Gaitors, "The Afro-Mexican Presence".

22La historiografía sobre el tema es vasta, algunas lecturas clave son: Chávez Lomelí, Lo público y lo privado; Gantús y Salmerón, Prensa y elecciones; Palacio, La disputa por las conciencias y Rompecabezas de papel; Suárez, Constructores de un cambio; Suárez y Castro, Empresa y cultura y Wright-Rios, Searching for Madre, pp. 49-86.

23El Siglo Diez y Nueve (13 ene. 1857), p. 2.

24Véase, por ejemplo, Costeloe, La primera República; Earle, The Return of the Native; Green, The Mexican Republic; McGowan, Prensa y poder; Pérez Vejo, "La invención de una nación" y "Extranjeros interiores y exteriores" y Ruiz, La prensa periódica. No sucede lo mismo en otros países, donde se ha analizado el lugar de los afrodescendientes, la abolición y la esclavitud en la construcción de la nación. Véase, por ejemplo, Geler, Andares negros, cap. 1.

25El Siglo Diez y Nueve (16 sep. 1857), p. 1. Mayúsculas en el original. El mismo autor expresó un punto de vista similar en el mismo periódico en distintas ocasiones, por ejemplo (30 mar. 1857), p. 1.

26La más reciente versión de los libros de texto gratuitos puede ser consultada en línea en: https://libros.conaliteg.gob.mx/; el libro de cuarto año le dedica algunos párrafos a la esclavitud africana durante el virreinato y a la abolición de Hidalgo.

27Sue, Land of the Cosmic Race, p. 156; Gates Jr., Black in Latin America, pp. 77-78.

28El Siglo Diez y Nueve (15 nov. 1841), p. 3. Criticar a Inglaterra y a Francia por reconocer a Texas fue un tema recurrente en la prensa mexicana. Véase por ejemplo, El Mosquito Mexicano (18 mayo 1841), p. 2 y (29 jun. 1841), pp. 2-4.

29El Siglo Diez y Nueve (25 oct. 1842), p. 2. Cursivas en el original. Para más ejemplos sobre las ideas de igualdad en la prensa véase El Siglo Diez y Nueve (10 feb. 1850), p. 4.

30El Siglo Diez y Nueve (14 sep. 1842), p. 3.

31El Siglo Diez y Nueve (2 feb. 1849), p. 3.

32El Siglo Diez y Nueve (6 mayo 1855), p. 2.

33Ballesteros, "Los 'otros' mexicanos", p. 150.

34El Siglo Diez y Nueve (15 jul. 1857), p. 3.

35Citado en El Siglo Diez y Nueve (3 ago. 1857), p. 3.

36El Siglo Diez y Nueve (3 ago. 1857), p. 3.

37Citado en El Siglo Diez y Nueve (27 ago. 1857), p. 2.

38Sue, Land of the Cosmic Race, pp. 156 y 183.

39Pérez Vejo, "Extranjeros interiores y exteriores", pp. 97-101 y Saade Granados, "Inmigración de una raza 'prohibida'".

40Sobre la época colonial véase Landers, Black Society; sobre las legislaciones estatales véase Olveda, "La abolición", pp. 22-25.

41El Siglo Diez y Nueve (23 nov. 1850), p. 1292 (15 ago. 1851), p. 798 y (12 nov. 1855), p. 3; El Universal (28 oct. 1854), p. 2.

42El Universal (27 dic. 1854), p. 2.

43El Universal (23 feb. 1855), p. 1; El Siglo Diez y Nueve (19 jul. 1856), p. 1.

44Para una revisión de esta historiografía véase Guardino, The Time of Liberty, Introduction.

45"Remitido", El Siglo Diez y Nueve (8 ene. 1850), p. 2.

46López, "Haciendo visible" y Ballesteros, "Los 'otros' mexicanos".

47El Universal (16 mar. 1853), p. 4. El anuncio fue publicado durante una semana. Cursivas en el original. Agradezco al doctor Celso Castilho por proporcionarme esta referencia.

48El Siglo Diez y Nueve (6 ago. 1856), p. 3. José María Lafragua afirmó algo similar en su discurso al Congreso, El Siglo Diez y Nueve (16 ago. 1856), p. 2.

49El Universal (21 ene. 1855), p. 1.

50Sobre el Congreso Constituyente de 1856-1857, véase Pani, Una serie de admirables acontecimientos, pp. 107-117.

51El Siglo Diez y Nueve (11 oct. 1856), p. 1.

52El Siglo Diez y Nueve (13 ago. 1856), p. 2.

53El Siglo Diez y Nueve (29 y 31 jul. 1851) y (1o ago. 1851).

54El Siglo Diez y Nueve (15 ago. 1851).

55El Siglo Diez y Nueve (2 jun. 1858), p. 2.

56"La isla de Cuba-Peligros de las Repúblicas hispano-americanas. Sesgo que deben dar á su política", El Universal (13 ago. 1850), p. 1.

57El Siglo Diez y Nueve (4 nov. 1851), p. 4.

58El Siglo Diez y Nueve (10 dic. 1851), p. 2; (10 ago., 6 y 7 sep. 1852).

59El Siglo Diez y Nueve (23 abr. 1852), p. 4.

60El Siglo Diez y Nueve (22 mayo 1853), p. 1.

61El Siglo Diez y Nueve (22 feb. 1857), p. 2, cursivas en el original.

62El Siglo Diez y Nueve (9 jul. 1854), p. 2.

63Noticias sobre Brasil pueden consultarse en El Siglo Diez y Nueve (10 oct. 1850), p. 4; (27 nov. 1850), p. 4; (15 dic. 1850), p. 1; (27 ene. 1853), p. 1, en la cual, interesantemente, se incluye a Brasil dentro de Hispanoamérica y (22 jun. 1853), p. 3.

64El Siglo Diez y Nueve (14 mayo 1843), p. 4 y El Mosquito Mexicano (29 mar. 1843), p. 3.

65La Sociedad (12 ene. 1859), p. 1.

66El Siglo Diez y Nueve (17 marzo, 8 abr. y 28 dic. 1850).

67El Siglo Diez y Nueve siguió muy atentamente esta situación durante 1850. Noticias relacionadas con Estados Unidos o Cuba pueden encontrarse en (6, 7, 12, 24 y 25 mar.); (6, 14 y 23 abr.); (7, 8, 11, 21 y 29 mayo); (12, 14 y 27 jun.); (19 y 26 ago.); (10 sep.); (6 y 25 nov.); y (2, 5, 17, 22, 25, 30 y 31 dic.).

68El Siglo Diez y Nueve (6 abr. 1857), p. 2.

69Sobre este punto véase Earle, The Return of the Native, cap. 2.

70Sobre el surgimiento de estas dos ideas véase, por ejemplo, Gobat, "The Invention of Latin America"; Granados y Marichal, Construcción de las identidades; Tenorio, Latin America; Mignolo, La idea de América Latina; Soler, Idea y cuestión nacional; Zea, El pensamiento latinoamericano. Sobre la idea de raza en Hispanoamérica, Leal y Langebaek, Historias de raza; y Pérez Vejo y Yankelevich, Raza y política.

71El Siglo Diez y Nueve (29 sep. 1842), p. 2.

72El Siglo Diez y Nueve (22 jun. 1843), p. 2.

73El Siglo Diez y Nueve (26 dic. 1843), p. 1.

74Por ejemplo, El Siglo Diez y Nueve (17 jun. 1844), p. 1; (21 jun. 1844), pp. 2-3; (26 jun. 1844), p. 1; (29 jun. 1844), p. 2; y (25 mar. 1845), p. 4. Sobre el carácter central de las ideas sobre raza en la guerra entre México y Estados Unidos, véanse Guardino, The Dead March, pp. 116-117; Sanders, The Vanguard, cap. 3; y Vaughn, "México negro".

75Daily American Star (1o ene. 1848), p. 4 y (9 feb. 1848), p. 4.

76Las reproducciones de este periódico se pueden encontrar en El Siglo Diez y Nueve (10 feb. 1844), p. 4 y (24 abr. 1845), p. 2.

77Reproducido por el Diario de Avisos (29 ene. 1859), p. 1.

78Por ejemplo, Gobat, "The Invention of Latin America".

79Ballesteros, "Los 'otros' mexicanos", pp. 158-159.

80La Hesperia (30 mar. 1842), pp. 1-2.

81La Hesperia (2 abr. 1842), p. 2 y (6 abr. 1842), p. 2.

82La Hesperia (26 mar. 1842), p. 1.

83La Hesperia (30 mar. 1842), p. 2.

84El Siglo Diez y Nueve (27 ago. 1857), p. 2.

85El Siglo Diez y Nueve (5 mar. 1850), p. 2.

86Gates Jr., Black in Latin America, pp. 86-87.

https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2448-65312019000400743

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