martes, 1 de julio de 2025

 

MEIGA

Meiga es el nombre que se da en Galicia y en zonas colindantes de León y de Asturias, a la bruja o a la hechicera cuyo cometido es megar o enmeigar, es decir, hacer el mal a personas y animales, para lo  que establece un “pacto con el diablo”. Según el antropólogo Carmelo Lisón Tolosana, la meiga no debe confundirse con la bruxa, que hace el bien y es capaz de deshacer los conjuros maléficos y el mal de ojo de las meigas. 1.

El Sabbat de las brujas (1606) de Frans Francken el Joven.

Historia

La referencia más antigua de la existencia de personas que en Galicia recurren a algún tipo de magia es de finales del siglo XIII: un sínodo reunido en Santiago de Compostela en 1289 prohíbe a los clérigos, bajo ciertas penas, que sean adivinos, augures, sortílegos y encantadores. La prohibición se extiende a tofo tipo de personas en el siglo siguiente bajo la pena de excomunión. 2

En el siglo XVI se menciona la existencia de mujeres hechiceras que hacen hechizos y maleficios a los hombres.  El sínodo del Obispado de Orense celebrado en 1543-1544 proclama la excomunión de todas aquellas “personas así varones como mujeres, [que] queriendo saber lo que no saben, o lo que ha de ser…  va[n] a encantadores, hechiceros y hechiceras”. El sínodo denuncia que al estar el “santo olio… en la pila del bautismo, hechiceros y hechiceras con sacrílega temeridad y atrevimiento diabólico lo han hurtado para mezclar con sus hechizos y supersticiones erróneas”. Por otro lado ni la palabra bruxa ni la palabra meiga aparecen en la documentación de la época. 3

El tribunal de la inquisición española de Santiago de Compostela, que comenzó a  actuar en la segunda mitad del siglo XVI, se ocupó de los hechiceros y de las hechiceras. Los primeros casos datan de 1565 cuando se acusó a un sastre de “hechicero” e “invocador de demonios”, al que acudía la gente para preguntarle “cosas futuras y escondidas” y a un ciego de ser “hechicero e invocador de demonios que llamaba {en sus conjuros y prácticas] a… Belcebú”. En un tercer caso se menciona, probablemente por primera vez, a las brujas, cuando un campesino acusado de invocar  a  “Satanás y a Barrabás” declara que le habían llevado un joven para que lo curara y que “eran tres brujas [las que] hacían mal al muchacho. 4

En los casos de los que se ocupó el tribunal de Santiago durante el resto del siglo XVI a los acusados de practicar la magia se les llama  “hechiceros” y “hechiceras”, pero algunos de ellos habrían sido considerados brujos y brujas por otros tribunales debido a los “tratos” que mantenían con el demonio. En 1579 una hechicera es interrogada y torturada por “haber tenido invocaciones, tratos y cópula con el demonio”, en 1582 otra “hechicera e invocadora de demonios” “confesó el pacto que tenía con el demonio y cómo a veces… había tenido con él acceso carnal, unas veces de día y otras de noche y haberse ofrecido [en] cuerpo y ánima al demonio, ofreciéndole así mismo la sangre del dedo” O más claramente en el caso de un “hechicero… [que] iba donde andaban las brujas… de noche”. 5

A finales del siglo  XVI y principios del siglo XVII estudiando las actas de los procesos de la Inquisición se puede observar que se empieza a distinguir entre hechicera y buja, como ha destacado Carmelo Lisón. El concepto de hechicera se relaciona “más con la manipulación de ensalmos, hierbas, nóminas, bendiciones, filtros, polvos, pelo, ropa, incienso, tierra de cementerio, agua bendita, conjuros, ligar y desligar, etc., mientras que el de bruja va adquiriendo características demoníacas (hacer el mal, vuelos y reuniones nocturnas, pacto y  acceso carnal con el demonio, muerte de niños, etc.)” En el caso de una mujer a la que sus vecinos le llaman bruja sin que ella lo niegue que le gritó  a uno de ellos “que le había de hacer cosa que no medrase en su vida”, o de otra que también es acusada por sus vecinas de “que tenía fama de bruja y se lo llamaban y ella los sufría y lo debía de ser porque había[n] visto cómo había amenazado a una mujer de que se lo había de pagar y hacer que no viese ni pudiese ganar de comer y que había sucedido que dentro de ocho días se le soltó a la amenazada mucha sangre por la boca y tuvo los ojos para perder”. También la palabra bruja empieza a ser usada a nivel popular, como lo contrario a una mujer “honrada y limpia” moralmente. 6

A partir de 1612, solo dos años después del proceso de las brujas de Zugarramurdi en Logroño, la actividad del tribunal de la Inquisición de Santiago se dirige más contra las “brujas” que contra las “hechiceras”. Y es precisamente en esa segunda década del siglo XVII cuando aparece la palabra meiga para referirse a la bruja maléfica cuyo propósito es enmeigar, es decir, hacer el mal a personas y animales. 7

En las décadas siguientes la bruja-meiga reproduce los rasgos de la idea de bruja que predomina entonces en Europa Occidental y que llega a Galicia a través de la brujería vasca. Así en las actas del tribunal de Santiago aparecen todas las fantasías atribuidas en Logroño a las brujas de Zugarramurdi: “respetan una jerarquía entre ellas, se untan para salir de casa y volar, reniegan de la fe y cumplen con el ósculo infame y, así mismo, después de la apostasía tienen relación carnal con el demonio (en figura de cabrón) por sus partes traseras”, “se casan con el diablo que las marca con la uña por suyas, destruyen los frutos de los  campos en salidas nocturnas, matan a niños, entran en aposentos para poner hechizos a los que duermen y para consumirles la vida”. Se reúnen junto a una fuente de cangas en la “noche de San Juan”. 7

Grabado de 1498 que representa a unas brujas preparando una poción en un caldero para provocar una tormenta.

La meiga en la cultura popular gallega

Diferencias entre meiga y bruxa

El antropólogo Carmelo Lisón Tolosana es sus estudios sobre la brujería gallega diferencia entre meiga y bruxa. La gente acude a la bruxa cuando piensa que detrás de lo que le sucede hay una voluntad oscura, perversa y dañina que hay que identificar para atajarla. La experta en ese mundo no natural es la bruja, que no solo puede averiguar quién ha echado el mal de ojo o el hechizo maléfico sino que tiene el poder decontrarrestarlo. Como destaca Carmelo Lisón, “allí donde está el mal ataca la bruja convirtiéndose, de esta manera, en abanderada del bien”. Para combatirlo se sirve de conjuros, recitaciones e invocaciones a poderes ocultos, aunque aquí reside la “ambigüedad moral” que define siempre a la bruja, ya que al conocer ese mundo también lo podría utilizar para causar el mal, que es precisamente lo que la diferencia de la meiga. 8

La meiga es la bruja satánica cuyo cometido es causar el mal en virtud del pacto que tiene con el demonio. En las encuestas llevadas a cabo por Carmelo Lisón, la meiga para los entrevistados es “mala, dañosa”, “con potestad… para dominar… a personas”, con “poder de hacer el mal”, “ofenden”, “hacen perder el sentido”, “quitan la salud”, “enferman a un vecino o a un animal”, “secan a los niños”, “destruyen el fruto… y la pesca”, “envidian”, o “echan la mala suerte en casa”. Y todos coinciden que su poder le viene del demonio –cuando les mira una mujer que tienen por meiga dicen: vioume o demo, “me ha visto el demonio”-. Sus dos notas esenciales y distintivas son que envidian y aojan, no sólo a las personas sino a sus pertenencias –a su casa y  a  su ganado-. Según Carmelo Lisón, por envidia se entiende “una mala idea o mal pensamiento siempre intencional, una voluntad perversa junto con una emotividad  que consiste en puro deseo del mal, en querer hacer el mal, de forma gratuita y satánicamente. Su objetivo puede ser también la venganza por agravios reales o supuestos”. 9

En conclusión, según Carmelo Lisón:

         Cuando la bruja es requerida para deshacer la envidia opera de un modo simbólico del restablecimiento del orden, de la salud, de la vida. Contrariamente, la meiga equivale a las fuerzas que quiebran la armonía de las partes con el todo, las que introducen el desorden, la enfermedad y la muerte. Aquélla suele asociarse a la altura, la luz y lo sagrado, ésta con lo ínfimo, oscuro y satánico, operando en la impunidad de su acción a distancia. La justicia y el sentido de equidad están de parte de la bruja; la envidia y la injusticia no se apartan de la meiga que a su vez cristaliza el descontento y la inferioridad, mientras que aquélla condensa la igualdad y la libertad. Amistad/hostilidad, ayuda benévola/competición agresiva, serenidad/ansiedad, felicidad/desgracia, moralidad/inmoralidad son otros tantos sistemas sémicos que acompañan a bruja y meiga, respectivamente.

Tipos de meigas

Se dice que hay un gran número de ellas, cada  una con diferentes poderes:

Meigas chuchonas (0 chupadoras): son las más peligrosas, y se presentan con distintas caras o transformadas en vampiros, insectos, como abejorros. Chupan la sangre a los niños y les roban los untos (grasa corporal) para ser empleados en la elaboración de ungüentos y pociones.

Asumcordas o brujas callejeras: espías de la gente y vigilantes de quienes entran y salen de las casas.

Marimanta: es la meiga del saco, roba niños y los hace desaparecer.

Feiticeira (Hechicera): viven cerca de los ríos y  riachuelos, aunque anciana, su aspecto no repele, posee una voz muy bella que con sus cantos hipnotiza a los chicos que se acercan al río y hace que se vayan metiendo en el río, donde al fín se ahogaran.

Lavandeira: esta meiga sorprende al caminante que pasa por un lavadero, invitando a este a que la ayude a escurrir las prendas que lava, tintas de sangre todavía tibia, a consecuencia, según se dice, de un mal parto. La persona ha de tener cuidado de torcer la ropa en el mismo sentido que ella, porque de lo contrario, la desgracia caerá sobre su casa.

Lobismuller (mujer loba): tienen que haber nacido en Nochebuena o Viernes Santo, o bien serf la séptima o novena de una familia donde todas las hijas son mujeres.

Vedoira: es esbelta y agradable en el tacto. Posee facultades adivinatorias, y son expertas en contactar con el más allá para decir si alguien fallecido está gozando eternamente en el Cielo o si aún penan en el Purgatorio.

Voladoira: vuela y hace piruetas acrobáticas en el cielo.

Cartuxeira: saon meigas echadoras de cartas, que siempre aciertan en sus vaticinios.

Agoreira: estas meigas envejecen prematuramente, pero viven muchísimos años.

Dama de castro: estas meigas viven bajo castros milenarios o bajo tierra en un castillo de cristal, llevan siempre un largo vestido blanco de cola y siempre atienden a solicitudes de la gente. Ya que goza de bienestar y fortuna tipo de halago o favor sirven para recibir de ella consejos o regalos; al contrario suelen aparecerse a personas afligidas por alguna situación difícil de su vida, y a esas personas otorga sus favores.

Métodos para protegerse de las meigas

Para defenderse de ellas y de sus hechizos existen amuletos que pueden colocarse en las casas o colgarse  del cuello del afectado. Estos son algunos de ellos:

·         Colocar una escoba vuelta del revés tras la puerta de la entrada.

·         Llevar un diente de ajo, una castaña pilonga. Llevar una higa  (mejor de azabache compostelano) colgada del cuello o unos cuernos de vacaloura (un tipo de escarabajo)

·         Tener en casa tierra bendita de los cementerios o ramas de laurel bendito el Domingo de Ramos.

·         Buscar garras de fieras o dientes de lobo.

·         Poseer en forma de varitas, colgantes o pectorales, trozos de azabache, ámbar y distintas piedras capaces de rechazar los venenos y encantamientos.

·         Tradicionalmente se cree que saltando la cacharela de San Juan tres veces o múltiplo de tres se espanta a las meigas.

Es muy popular la frase, “Eu non creo nas meigas, mais habelas, hainas” (Yo no creo en las meigas, pero haberlas, las hay”), que resume a la perfección el equilibrio del carácter gallego entre los práctico, la incredulidad y el misticismo.

El meigallo es el hechizo que realizan las meigas. Un ensalmo muy común es “meigas fora”, que es acompañado del gesto de la higa.

La meiga en América

En la provincia de Chiloé de Chile, conocida en los primeros tiempos de la colonia como Nueva Galicia, la creencia en meigas fue probablemente introducida por los conquistadores de origen gallego durante los siglos XVI y XVII. En esta región reciben la denominación de meicas, y la diferencia de las meigas gallegas, se asocian a curanderas benignas asimilables a las machis del pueblo huiliche, con quienes los conquistadores coexistieron y se mezclaron. Como figura secundaria, también en esta zona subsiste la creencia en la voladora.

Referencias

1.    Lisón Tolosana, 1993, pp. 299-324.

2.    Lisón Tolosana, 1993, p. 299.

3.    Lisón Tolosana, 1993, p. 300.

4.    Lisón Tolosana, 1993, pp. 300-301.

5.    Lisón Tolosana, 1993, p. 301-302.

6.    Lisón Tolosana, 1993, pp. 302-303.

7.   ↑ Saltar a:a b Lisón Tolosana, 1993, p. 304.

8.    Lisón Tolosana, 1993, p. 310-316.

9.   ↑ Saltar a:a b Lisón Tolosana, 1993, pp. 316-322.

Bibliografía

·         Lisón Tolosana, Carmelo (1992). Las brujas en la historia de España. Madrid: Temas de Hoy. ISBN 84-7880-219-3.

 

https://es.wikipedia.org/wiki/Meiga





 

1936: 18 días de Julio según “El Sol”

El periódico El Sol fue publicado por primera vez en Madrid en 1917 y desapareció tras la guerra civil. En sus orígenes pertenecía a un grupo de accionistas de la empresa Papelera Española S.A. El socio mayoritario y principal impulsor del nuevo proyecto editorial fue Nicolás María de Urgoiti, un empresario vasco afincado en Madrid, fundador también de la editorial Calpe y figura esencial en la cultura liberal española del primer tercio del siglo XX. Su formación de ingeniero y su gran afición por la lectura lo convirtieron en el paradigma perfecto de los nuevos hombres de negocios españoles: profesionales de clase media y liberales de pensamiento político, que fueron los impulsores de las transformaciones sociales y económicas que vivió el país en las primeras décadas del siglo.[1] Madrid se transformó en ese tiempo en una moderna metrópoli, con los mismos problemas que el resto de grandes capitales europeas. Superada la gripe de 1918 —que causó estragos— la ciudad dobló su número de habitantes, que pasó de medio millón a principios de siglo a un millón en 1930. Estos cambios supusieron la aceleración del crecimiento urbano y la irrupción de la modernidad, al mismo tiempo que alteraron totalmente las coordenadas sociales, políticas y culturales del vetusto orden social tradicional. Nuevos usos y costumbres (publicidad, consumo, cine, etc.) deudores de la nueva sociedad de masas hicieron acto de presencia en España en los años anteriores a la guerra..[2]

Cabecera de El Sol en 1938, como órgano del PCE

El periódico El Sol, una cabecera de no muy amplia tirada, con un enfoque elitista —como declaración de intenciones no publicaban crónica taurina ni información de loterías—, que estaba dirigido a un público ilustrado y urbanita —que no tenía problemas en pagar por este diario el doble de lo que era corriente— se convirtió en la expresión periodística de las transformaciones operadas y en un factor determinante en las mismas.  Las mejores plumas del momento escribían en El Sol, desde Ortega y Gasset, Unamuno o José Bergamín hasta José Castillejo.

Rotativa de El Sol (foto: El País)

A la caída de la Dictadura de Primo de Rivera en 1930, El Sol era un periódico inequívocamente republicano, sobre todo por su redacción, que ofrecía una orientación de izquierda templada, pero las dificultades económicas a las que tuvo que enfrentarse su propietario mayoritario, Nicolás Mª Urgoiti, obligaron a la entrada de capital nuevo. En marzo de 1931 —en vísperas de la proclamación de la Segunda República— un grupo de monárquicos pasaron a controlar el periódico. Entre ellos estaba José Félix de Lequerica —financiador de publicaciones del incipiente fascismo— y otros hombres muy vinculados al rey, como el conde Gamazo, el Marqués de Aledo o el Conde de Barbate. La línea editorial del periódico cambió por completo. Al frente de El Sol colocaron como director a Manuel Aznar y con él desembarcaron algunos periodistas, que luego engrosarían las filas del falangismo periodístico, como Rafael Sánchez Mazas, José María Alfaro y Víctor de la Serna.[3]

En los años de la Segunda República la línea editorial de El Sol sufrió una serie de vaivenes ideológicos en consonancia con los tiempos que corrían y con la falta de rentabilidad de la cabecera. Frente a los periódicos rivales del momento, el “Heraldo de Madrid” y “El liberal”, afectos al régimen democrático y de orientación netamente de izquierdas, que pertenecían a la sólida empresa Editora Universal S. A., el tándem formado por El Sol y el vespertino La Voz (ambos propiedad de Papelera Española S.A.), sufrió una trayectoria azarosa. El Sol siguió perdiendo dinero y tras el fracaso de la Sanjurjada, la intentona golpista de 1932, el mencionado grupo monárquico abandonó la dirección del periódico, que pasó a manos de Luis Miquel, un inquieto hombre de negocios catalán que dispuso la integración de La Voz y El Sol, junto a su periódico Ahora, en la empresa Editorial Española S.A. En un primer momento el flamante empresario mantuvo la primitiva línea editorial republicana, pero muy pronto conforme su amistad con Manuel Azaña se iba resquebrajando, El Sol cambió su línea y pasó de ensalzar la figura del jefe del gobierno a vituperarlo.

La sempiterna falta de rentabilidad económica de El Sol llevó al empresario catalán a sacarlo a subasta en septiembre de 1934. La nueva propiedad, según Antonio Checa Godoy, recobró otra vez su línea editorial globalmente republicana de izquierdas y recuperó publicidad y ventas,[4] pero las vicisitudes de El Sol no terminaron ahí. En 1937, durante la guerra civil, fue incautado por el Partido Comunista y paso a ser el órgano de la formación política. Más tarde, con la victoria franquista, los talleres del periódico fueron requisados por los falangistas y se empezó a imprimir en ellos el periódico Arriba.

En las páginas que se muestran a continuación de El Sol se pueden seguir los acontecimientos de los 18 días de julio anteriores al golpe de Estado contra el Gobierno legal de la República. Leyendo estas planas no parece en principio fácil presagiar un desenlace tan trágico, aunque no faltaran rumores, sospechas y advertencias en su día.[5] La España de preguerra no era el escenario de caos y violencia política extrema que algunos se empeñan en presentar. No existía ninguna conspiración protocomunista, ni judeo masónica ni había peligro de revolución socialista, si bien no se puede negar la aguda conflictividad social que sacudía el país aquellos días y que queda patente en las páginas de El Sol. Una “epidemia” generalizada de huelgas sacudía el país, tal como rezaba un titular del martes siete de julio en el diario. Había huelgas en la construcción, en los transportes y en el campo, sobre todo en el campo. De hecho, este tema preocupaba tanto que, dado “el estado de desasosiego e inquietud en que vive estas horas dramáticas el campo en nuestro país” y para trasladarlo a los lectores con toda su “crudeza y exactitud”, la dirección del periódico había decidido contar con un enviado especial a Extremadura y Andalucía, que no se distinguía precisamente por sus afinidades con la reforma agraria. Las huelgas eran también protagonistas de una serie de artículos muy críticos con las políticas republicanas que venía publicando José Castillejo en El Sol desde 1935. Este catedrático de Derecho de la Universidad Central de Madrid, vinculado a la Institución Libre de Enseñanza y factótum de la puesta en marcha de la Junta de Ampliación de Estudios, escribía una semana antes de la sublevación militar, concretamente el domingo cinco de julio, un artículo con el premonitorio título de “Meditaciones sobre huelgas. De la paz a la guerra”. En cualquier caso, lo que ocurría en España no era significativamente distinto (tal vez lo contrario) de lo que se estaba produciendo en otros países europeos, como ha argumentado Julián Casanova,[6] si bien a juzgar por lo leído en las páginas de El Sol de los primeros días de julio de 1936, la fuerza del movimiento huelguístico había llegado a límites inauditos, un hecho que la investigación actual no comparte en esos términos.[7]


José Castillejo Duarte (foto: Ateneo de Córdoba)

Es imposible señalar en esta breve presentación las líneas más importantes que condensan las primeras páginas del periódico. Cada lector las puede descubrir por sí mismo. En todo caso, haría solo tres observaciones. Una sobre la carga política que transmiten las viñetas del dibujante Bagaría. Sus dibujos destilan una amarga crítica, que centra sus dardos en las largas y poco efectivas discusiones parlamentarias de las Cortes republicanas (se prolongan por la noche hasta la madrugada en esos primeros días de julio de 1936). Una de sus viñetas muestra a un campesino desesperado que musita: “Si arasen las palabras”. La segunda observación se refiere a la de la censura. La reproducción de los largos debates, con las preguntas parlamentarias que debía responder el gobierno, encubre una forma de eludir la censura. El debate se convertía así en altavoz de los partidos de la oposición, un hecho imposible de ignorar por la prensa y del que se hacían eco las primeras planas de los periódicos. Llamaría la atención en tercer lugar sobre la importancia de la coyuntura internacional que se refleja en las páginas de El Sol. Nos informan del atentado frustrado que ha sufrido el rey de Inglaterra, Eduardo VIII, y de los primeros enfrentamientos entre las tropas chinas y japonesas en Shanghai, preludio de la invasión japonesa de 1937. La coyuntura internacional empieza a agitarse, pero como suele ocurrir “obedeciendo a una ley irrevocable —según Stefan Zweig— la historia niega a los contemporáneos la posibilidad de conocer en sus inicios los grandes movimientos que determinan su época”[8] y los lectores del El Sol están muy lejos de atisbar lo que se les viene encima.

El Sol seguía con mucha atención los acontecimientos de Unión Soviética en los días previos a la guerra civil. Publicaban el día cuatro de julio que “El interés indudable de las transformaciones democráticas en Rusia, ha movido a El Sol, en obsequio a sus lectores, a contratar con carácter exclusivo una serie de reportajes”. El periodista Corpus Barga —un viajero impenitente, entrevistador de Lenin, Trotski, Mussolini, Hitler, Pio XI y otras personalidades políticas de su tiempo, hombre de acción y amante de empresas arriesgadas que fue pasajero del primer vuelo París-Madrid en 1919 y formó parte de la tripulación del Graf Zeppelin que cruzó por primera vez el océano atlántico—  era el enviado especial de El Sol al país de los soviets. Sus crónicas —interrumpidas abruptamente por el golpe de Estado del 18 de julio— ofrecían la visión de un viajero decimonónico que cruzaba las fronteras de Europa en tren, pertrechado con grandes baúles: “lo mismo estorba una maleta —decía— que varias, y solo se viaja de modo natural como se pasea, teniendo a mano lo que se necesita. Yo viajo con una maleta-armario para la ropa, otra maleta-cajón para los libros y papeles, una maleta para el tocador, la máquina de escribir y una cámara fotográfica”. En Rusia, siempre acompañado por las señoritas del Inturist, la agencia de turismo estatal soviética, que le abrían paso graciosamente en las sempiternas colas, describía para los lectores de El Sol las ciudades que iba atravesando desde Odesa a Sebastopol. Les contaba, entre otras cosas, que se hospedaba en hoteles exclusivos enclavados en palacios, como el Hotel Londres de Odesa, donde departía con los únicos clientes del hotel, una aventurera dama inglesa y un hombre de negocios francés.

 

Ese mundo burgués, confiado y seguro, estaba amenazado de muerte en esos días y los primeros envites no tardaron en aparecer. El martes 14 de julio un gran titular cubrió a ocho columnas la primera página del periódico: “En la madrugada del domingo el diputado Sr. José Calvo Sotelo es sacado de su domicilio y asesinado”. En una pequeña columna a la izquierda se informaba a los lectores del asesinato a tiros en la calle Augusto Figueroa del teniente Castillo de las fuerzas de Asalto y les remitían a una ampliación de la noticia en la página 12. A pesar de todo, la amable crónica de Corpus Barga no desapareció del periódico en esos días. Volvió a salir el jueves 16 de julio, pero ya por última vez. El domingo 19 de julio un gran titular a toda página informaba: “Se sublevan los núcleos del ejército en Marruecos y Sevilla, con los cuales luchan fuerzas leales. El Sr. Azaña confiere el poder a Martínez Barrio”.

Vistos estos acontecimientos desde la distancia, hoy los historiadores no dudan en señalar que —pese a todo— los intensos procesos de crisis de diversa naturaleza política, social, económica y en todos los ámbitos, que se vivieron en España en esos días de julio de 1936 y que de manera tan dramática reflejó El Sol en sus páginas al hablar de la epidemia de huelgas que azotaba el país en los días previos a la contienda, no fueron por sí solos los que abocaron necesariamente a la guerra civil. El desencadenante de la guerra fue el fracaso parcial de la sublevación militar contra el régimen legalmente constituido.[9] Ni el radicalismo de los discursos políticos ni los estallidos de violencia, ni la oleada de huelgas que paralizó el país, pueden ser vistos como la plasmación de una irreversible polarización que condujo ineludiblemente a la guerra civil.

El Sol entre el 2 y el 19 de Julio de 1936

Las ediciones completas de El Sol correspondientes a estos días de julio están disponibles en la web de la Biblioteca Nacional de España


[1] Véase CABRERA, Mercedes, La industria, la prensa y la política. Nicolás María Urgoiti (1869-1951), Madrid, Alianza Editorial, 1994.

[2] OTERO CARVAJAL, Luis Enrique, “La irrupción de la Modernidad en la España Urbana. Madrid metrópoli europea, 1900-1931”, en Miguel Ángel del Arco Blanco, Antonio Ortega Santos y Manuel Martínez Martín (eds.), Ciudad y modernización en España y México, Editorial Universidad de Granada, 2013, pp. 247-292.

[3] CHECA GODOY, Antonio, Prensa y partidos políticos durante la II República, Salamanca, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Salamanca, 1989, pp. 104-105

[4] Ibid.

[5] Así lo han puesto de manifiesto estudios recientes sobre el golpe de Estado de julio. Véase ALÍA MIRANDA, Francisco, Conspiración y Alzamiento contra la República, Barcelona, Crítica, 2011; VIÑAS, Ángel (ed.), Los mitos del 18 de Julio, Barcelona, Crítica, 2013; VIÑAS, Ángel (ed.), En el combate por la historia, Barcelona, Pasado y Presente, 2011.

[6] CASANOVA, Julián, Europa contra Europa, Barcelona, Crítica, 2011.

[7] GONZÁLEZ CALLEJA, E., COBO, F., MARTÍNEZ RUS, A., PÉREZ, F. , Historia de la Segunda República  , Barcelona, Pasado & Presente, 2015,  p. 1129.

[8] ZWEIG, S., El mundo de ayer, Memorias de un europeo, Barcelona, Acantilado, 2001, p. 451.

[9] GONZÁLEZ CALLEJA E. y NAVARRO COMAS, Rocío (Eds.), La España del Frente Popular. Política, sociedad, conflicto y cultura en la España de 1936, Granada, Comares, 2011, p.16.

https://conversacionsobrehistoria.info/2020/03/22/1936-18-dias-de-julio-segun-el-sol/




 

CARTA A HITLER

Muerto Sanjurjo, Franco, desde su privilegiada posición de mando de la guarnición de Marruecos, comenzó a labrar su carrera hacia el poder absoluto. Tenía a sus órdenes el mejor cuerpo del ejército, el de África, con unos 1.600 jefes y oficiales y cuarenta mil hombres, incluida su tropa más afamada y mejor adiestrada, el llamado Tercio de Extranjeros, la Legión, y las Fuerzas Regulares Indígenas. Pero el primer problema al que debió enfrentarse era cómo pasar esas tropas de África a la Península, dado que el estrecho de Gibraltar estaba controlado por las tripulaciones de la escuadra republicana que se habían amotinado contra los oficiales sublevados.

Franco pidió entonces ayuda a Adolf Hitler y a Benito Mussolini. Durante esos primeros días que siguieron a la sublevación los dirigentes de la Alemania nacionalsocialista no habían dedicado especial atención al conflicto armado que había estallado en España. Con la Italia fascista, sin embargo, algunos políticos y militares monárquicos ya negociaron suministros de aviones en la primavera de 1936 y los primeros contactos se habían producido nada más proclamarse la República.

Para llegar hasta el Führer, Franco utilizó a un hombre de negocios alemán residente en el Marruecos español, Johannes Bernhardt, miembro del partido nazi, amigo de Mola, Yagüe y el coronel Juan Beigbeder, buen conocedor de la cultura islámica y la lengua árabe. Bernhardt viajó el 23 de julio a Alemania con un avión de la compañía Lufthansa en el que le acompañaban Adolf Langenheim, jefe local del partido nazi en Marruecos y el capitán de aviación Francisco Arranz. Se entrevistó con Hitler en la noche del 25 de julio en la villa Wahnfried, propiedad de los herederos del músico Richard Wagner, le informó de los acontecimientos en España, del carácter derechista y antibolchevique de la rebelión militar y le entregó la carta de uno de los generales que se habían sublevado.

Los negociadores de Franco a punto de despegar con rumbo a Berlín. De izquierda a derecha:  Francisco Arranz Monasterio, Johannes Bernhart (supuestamente con la carta de Franco para Hitler en su mano), el piloto Alfred Henke,  alguien no identificado y Adolf Langenheim (Foto: Air services in Nationalist Spain during the Civil War, 1936-1939 de F. Gómez-Guillamon/hispaviacion.es).

La carta de Franco estaba escrita en español y Bernhardt se la tradujo a Hitler. Según recordaría Bernhardt, pedía armas para «la lucha que hemos empezado contra el caos y la anarquía». Y el hombre de negocios le informó de que en Tetuán Franco disponía solo de doce millones de pesetas y de una pequeña cantidad de francos franceses. «¡Así no puede empezarse una guerra!», exclamó Hitler. No obstante, llamó a sus ministros de la Guerra y de Aviación, Werner von Blomberg y Hermann Göring, y les dijo que iba a poner en marcha la operación Fuego Mágico para enviar armas y aviones a Franco:

Si España llega realmente a hacerse comunista, Francia en su situación actual será bolchevizada […] y entonces Alemania está liquidada. Emparedados entre el poderoso bloque soviético por el este y un fuerte bloque francoespañol por el oeste, no podríamos hacer prácticamente nada si Moscú decidiese atacarnos.

La primera remesa incluyó veinte aviones de transporte Junker Ju 52, seis cazas Heinkel, veinte cañones antiaéreos, municiones y personal de vuelo y de tierra que comenzaron a llegar a Marruecos el 29 de julio, apenas diez días después del inicio de la sublevación. El envío del material militar se mantuvo en secreto y se camufló como importación de una empresa privada hispano-alemana en Marruecos. Göring mostró entusiasmo con esa idea, la primera vez en la historia que se transportaba un ejército por vía aérea de un continente a otro. «Convoy de la victoria», «primer puente aéreo de la historia militar», lo denominó la propaganda franquista. La decisión de Hitler de enviar material a Franco y no a Mola alteró la posición de liderazgo entre los generales rebeldes. El Führer ordenó enviar a Franco más armas y aviones de los que este había pedido originalmente.

Antes del viaje de Bernhardt a Alemania, Franco ya había tramitado reiteradas demandas de ayuda a Benito Mussolini a través del cónsul italiano en Tánger y de su agregado militar. El 28 de julio, Galeazzo Ciano, ministro de Asuntos Exteriores italiano, confirmó el envío de una escuadrilla de doce bombarderos Savoia SA-81 y de dos buques mercantes con cazas Fiat C.R. 32El uso de esos aviones permitió a Franco eludir el bloqueo naval de la Marina republicana, pasar las tropas desde África hasta Andalucía y comenzar así el avance sobre Madrid. El 7 de agosto, Franco estaba ya instalado en Sevilla, en el palacio de los marqueses de Yanduri. En dos meses y medio, 868 vuelos transportaron 13.952 hombres, 44 cañones, 92 ametralladoras y 500 toneladas de pertrechos.

Franco llega a Sevilla el 23 de julio de 1936 en un Douglas DC-2 de las líneas aéreas postales de España (LAPE), aún sin el bigote, que se afeitó para pasar desapercibido en el viaje de Canarias a Marruecos (foto: ABC)

Los fascistas italianos, al contrario que los alemanes, conocían la conspiración militar y la trama civil. El 20 de julio, el general Franco ya era considerado capo movimento spagnolo, el líder sublevado que tenía las mejores tropas del ejército español y que necesitaba ayuda contra los enemigos del Frente Popular.

Franco jugó sus cartas con destreza y ambición. Se presentó ante periodistas y diplomáticos como el principal general de los militares rebeldes y así informó también a alemanes e italianos, de tal forma que pocos días después se referían a la sublevación como el «movimiento de Franco». Hitler eligió como enlace con Franco al almirante Wilhelm Canaris, jefe del servicio secreto alemán, quien conocía bien España y hablaba español desde que fue agente secreto durante la primera guerra mundial. Canaris contactó con el general Mario Roatta, jefe del servicio secreto italiano, y a finales de agosto ya habían acordado que la ayuda de los dos países se canalizaría exclusivamente hacia Franco. Con la solución rápida que Franco dio al transporte del Ejército de África a la Península se aseguró que la ayuda de las potencias fascistas pasara por sus manos. Y lo que había comenzado como un golpe de Estado con desarrollo incierto se convirtió en una guerra internacional en suelo español.

A la vez que la ayuda italo-germana permitía a los sublevados continuar en su empeño, el Gobierno de la República buscó de forma urgente el auxilio en las democracias. «Hemos sido sorprendidos por un peligroso golpe militar —le dijo José Giral a Léon Blum, presidente del Gobierno de Francia, en un telegrama enviado el 19 de julio—: solicitamos que se ponga en contacto con nosotros inmediatamente para suministrarnos armas y aviones

La reacción del Gobierno francés fue, en palabras de Blum, «poner en marcha un plan de ayuda, en la medida de nuestras posibilidades, para proporcionar material a la República española». Pero no fue posible. Un agregado militar en la embajada española en París, agente de los sublevados, filtró la información sobre esa decisión del Gobierno francés al diario derechista L’Écho de Paris, que inició «una campaña fortísima revelando al público todas las decisiones tomadas de la forma más precisa y generando una conmoción considerable, particularmente en los medios parlamentarios».

La opinión pública se dividió, como iba a pasar también en Gran Bretaña, entre quienes mostraban simpatía a la causa republicana, representados por la izquierda, y la derecha política, amplios sectores católicos y de la administración, que rechazaron ese plan de ayuda por miedo a la revolución y a que el conflicto de España se extendiera a Francia.

Campaña contra la ayuda a la República Española, editado en 1936 por  el Centre de propagande des républicains nationaux (Musée Carnavalet, Paris)

Las noticias que los representantes diplomáticos de Gran Bretaña en España transmitían a su Gobierno tampoco iban a ayudar a la República. Desde el primer momento describieron a quienes defendían la causa republicana como comunistas al servicio de la Unión Soviética. El cónsul del Reino Unido en Barcelona, Norman King, que creía que los españoles eran una «raza sanguinaria», transmitió el 29 de julio al Foreign Office que «si el gobierno triunfa y aplasta la rebelión militar, España se precipitará en el caos de alguna forma de bolchevismo».

Los conservadores británicos, en el poder desde 1931, temían que cualquier intervención en España obstaculizase su política de apaciguamiento con Alemania. El Gobierno francés siguió los consejos de su principal aliado en Europa y el 25 de julio anunció la decisión de «no intervención de ninguna manera en el conflicto interno de España».

Ese fue el punto de partida de la política de no intervención que se pondría en marcha desde el verano de 1936, aunque la extensión del conflicto español al escenario internacional no pudo evitarse porque Hitler y Mussolini ya habían comenzado a enviar ayuda militar a Franco y además la Alemania nazi y la Italia fascista nunca respetaron esa política. En consecuencia, la República, un régimen legítimo, se quedó inicialmente sin ayuda, hasta que la Unión Soviética comenzó a intervenir en el otoño de 1936, y los militares rebeldes carentes de legitimidad recibieron casi desde el principio el auxilio indispensable para continuar con su misión salvadora. Para lograr los apoyos exteriores, tanto el Gobierno republicano de Madrid como la Junta de Defensa Nacional de Burgos tuvieron que reconstruir y crear sus respectivos cuerpos diplomáticos. La República lo hizo con prestigiosos intelectuales y profesores universitarios, procedentes casi todos del campo socialista: Fernando de los Ríos fue embajador en Washington; Luis Jiménez de Asúa, en Praga; Marcelino Pascua, en Moscú; Luis Araquistáin, en París, y Pablo de Azcárate, el único que tenía de verdad experiencia como funcionario internacional, en Londres.

Los militares rebeldes, por el contrario, pudieron contar con ilustres miembros de la aristocracia y de los círculos diplomáticos y financieros muy bien conectados con los selectos grupos de la diplomacia internacional, como Jacobo Fitz-James, duque de Alba, y Juan de la Cierva en Londres; José María Quiñones de León en París; y el marqués de Portago y el barón de las Torres en Berlín. El 4 de agosto de 1936, José María de Yanguas Messía, exministro de Estado de la dictadura de Primo de Rivera, recién nombrado director del Gabinete Diplomático de la Junta de Defensa Nacional de Burgos, informaba de que «el tono general de la situación diplomática es favorable a nuestro movimiento […] porque en el mundo entero están hoy en plena lozanía los ímpetus arrolladores de los Estados totalitarios» y pronosticaba que «la toma de Madrid» sería «determinante para que se reconozca oficialmente la legitimidad absoluta de nuestro movimiento». Al mismo tiempo, el duque de Alba transmitía a sus interlocutores británicos que los militares rebeldes contra la República no eran fascistas, sino unos conservadores patriotas.

Toledo, 28 de septiembre de 1936. Personas detenidas por los sublevados en el Zocodover y calles cercanas, asesinadas en la cercana Plaza del Miradero (foto: Associated Press)

La combinación de triunfos y fracasos en la sublevación pronto demostró a los militares rebeldes que la lucha iba a ser dura, larga, a varios asaltos. De ahí el clima de terror, calculado, nada espontáneo, que presidió sus conquistas desde el primer día. Franco contaba para ello con las fuerzas militares de Marruecos, célebres ya por su brutalidad. Mola tenía el apoyo de miles de carlistas de Navarra y Álava con los que aplastó las resistencias y sembró esa zona norte y Aragón de cadáveres republicanos. En otras ciudades como Sevilla, Córdoba, Granada, Cáceres o León, los militares y las fuerzas de policía contaron con el entusiasmo de centenares de derechistas y falangistas que se consagraron desde entonces a tareas de limpieza, a edificar una nueva España.

El Estado republicano, al perder el monopolio del poder y de las armas no pudo impedir la quiebra del orden. Una revolución súbita y destructora se extendió como la lava de un volcán por pueblos y ciudades, con especial intensidad en Madrid, Barcelona y Valencia. Era el momento del poder de los comités, de quienes nunca lo habían tenido. Los medios políticos dejaron paso a los procedimientos armados y la obediencia a la ley fue sustituida por el culto a la violencia.

Durante el verano, las milicias socialistas y anarquistas, de trabajadores y campesinos, fueron un recurso de emergencia para responder a la rebelión militar y a la escasez de unidades regulares del ejército fiel a la República. Pronto se comprobó que esas milicias mal organizadas, peor pertrechadas y sin organización ni disciplina para combatir en campo abierto, no servían para hacer la guerra al ejército que avanzaba desde diferentes frentes hacia Madrid. Así las cosas, con esas dos formas tan diferentes de estrategia militar, en agosto y septiembre se produjeron sustanciales avances rebeldes y pérdidas republicanas, incluidas dos capitales de provincia, Badajoz y San Sebastián.

Cuando cayó esa ciudad vasca, el 13 de septiembre, las columnas de moros y legionarios de África estaban cerca de Madrid. Sus jefes, Antonio Castejón, Yagüe, Sáenz de Buruaga y Varela, forjados en la guerra colonial, pusieron en marcha tácticas de combate y de «castigo ejemplar» para vencer las resistencias, asegurar el territorio y eliminar a los rojos. En cuatro semanas habían avanzado casi quinientos kilómetros. Mataban milicianos mal armados, violaban mujeres y sembraban el terror por donde pasaban. Ahí destacó el entonces coronel Mohammed ben Mizzian, quien había entrado en 1913 en la Academia de Infantería de Toledo apadrinado por Alfonso XIII, célebre por su forma salvaje de hacer la guerra, por estimular a sus tropas al abuso y violación de mujeres y por matar con granadas de mano a los heridos del hospital toledano de San Juan Bautista. Esos legionarios y regulares arrollaron todo, «embriagados con la sangre», «con el aliento de la venganza de Dios sobre las puntas de sus machetes», según describió el sacerdote jesuita Alberto Risco en La epopeya del Alcázar de Toledo: «persiguen, destrozan, matan» a «malditos del Frente Popular», «hijos de rameras».

Franco, junto a Varela y Moscardó tras la ocupación de Toledo por los sublevados. Delante de ellos, el reportero alemán Hans-Georg von Studnitz (fotograma de un documental de Hearst Metrotone News/SZ Photo/blog de Carlos Vega/La Tribuna de Toledo)

Franco, en contra de lo previsto por Mola y otros militares, avanzó hacia Madrid desde Sevilla por el itinerario más largo, por Mérida y Badajoz. De esa forma, se aseguró el flanco cubierto por la frontera con Portugal, desde donde contó con el apoyo incondicional de Antonio de Oliveira Salazar. Cuando las columnas del teniente coronel Juan Yagüe tomaron Badajoz el 14 de agosto y tiñeron de sangre la plaza de toros y las calles, muchas personas huyeron de la ciudad. La policía salazarista no les permitió la entrada o les entregó a los militares rebeldes.

Para Salazar, desde la sublevación de julio de 1936, el apoyo a Franco constituía una ayuda esencial para frenar la expansión del comunismo en la península Ibérica. Portugal ofreció una base de operaciones para la compra de armas y en los primeros momentos de la contienda facilitó a los militares la utilización de carreteras, puertos y ferrocarriles para comunicar la zona noroccidental con Andalucía. El puerto de Lisboa fue punto de llegada de buques alemanes que transportaban material bélico, que se trasladaba desde allí hasta las zonas en poder de los militares sublevados. La ayuda de Salazar fue también muy eficaz en la defensa de la causa rebelde en el Comité de No Intervención, en la Sociedad de Naciones y en otros foros internacionales. El peligro lo constituían los «rojos», no Italia y Alemania, y así se lo dijo Armando Monteiro, ministro de Exteriores, a su homónimo británico, Anthony Eden, en una visita a Londres el 30 de julio: «Una victoria del Ejército no implicaría necesariamente una victoria de tipo italiano o alemán, en tanto que una victoria de los rojos sería fatalmente una victoria de la anarquía, con graves consecuencias para Francia y, por ende, para Europa».

En esas primeras semanas de combates, Franco consolidó su autoridad entre sus compañeros de armas con gestos que revelaban también ambición política. El 15 de agosto, sin recabar la opinión de los otros miembros de la Junta de Defensa Nacional, decidió en Sevilla adoptar, «restaurar», la bandera roja y gualda monárquica: «Ya tenéis aquí la gloriosa bandera española —dijo—. Cuando se ha pasado toda la vida con una enseña, con una religión y con un ideal, eso no puede destruirse […] Porque sería lo mismo que si quisiéramos quitar a Dios de los altares». Franco concedió desde el principio una relevancia primordial a las representaciones plásticas del poder. Compartió el ceremonial con sus compañeros golpistas y el ejército, amparado por la Iglesia, pasó a tener una presencia notable en la pompa y simbolismo de los actos religiosos.

Al día siguiente, domingo, voló a Burgos, capital del mando militar sublevado. Tras saludar a la «valiente raza del Norte de España» que lo aclamaba, se dirigió a la catedral a oír misa. Iban con él los generales Mola, José Cavalcanti y Manuel García Álvarez. En la escalinata, «completamente abarrotada de público», según la crónica del Diario de Burgos, les esperaba el arcipreste Pedro Mendiguren. El arzobispo de la diócesis, Manuel de Castro, ocupó su sitial en el presbiterio. Los generales oyeron la santa misa «con unción».

Franco con su estado mayor en el patio del palacio de los Golfines de Arriba, sede de su cuartel general en Cáceres, el 6 de septiembre de 1936  (foto: Javier García-Téllez/archivo de El Periódico de Extremadura)

Antes de acabar agosto, varios obispos ya habían aplicado explícitamente la categoría de «cruzada religiosa» a la guerra. La violencia anticlerical que se desató desde el primer momento donde el golpe fracasó corrió paralela al fervor y entusiasmo que mostró la jerarquía eclesiástica y los clérigos allá donde triunfó. El éxito de la movilización religiosa, de esa liturgia que creaba adhesiones de las masas en las diócesis de la España «liberada», animó a los militares a adornar sus discursos con referencias a Dios y a la religión, ausentes en las proclamas del golpe y en las declaraciones de los días posteriores. Franco, a partir del 1 de octubre, se apropió de ese concepto de cruzada, no solo en defensa de España, sino también de la fe católica, aunque en la justificación del «alzamiento» que dio en su discurso del primer aniversario la «defensa de la patria» constituía el principal motivo.

La sublevación fue «providencial», escribió el cardenal Isidro Gomá, primado de la Iglesia católica española, en el «Informe acerca del levantamiento cívico-militar» que envió al secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Eugenio Pacelli, el 13 de agosto de 1936. Ahí estaba «el verdadero y tradicional pueblo español». Y desde sus primeras declaraciones, Gomá contribuyó a alimentar la fama de Franco. «Gracias al genio militar de Franco —le comunicó el 13 de septiembre al general de los jesuitas P. W. Ledóchowski—, se salvó la crisis de los primeros días y, aunque no se puede cantar victoria, la balanza se inclina sensiblemente, hace ya algunas semanas, del lado del movimiento salvador.»

El 26 de agosto, tras los éxitos de las columnas africanas en su avance por Badajoz, Franco trasladó su cuartel general a Cáceres, al palacio de los Golfines de Arriba, donde ya se dispuso de un aparato político, con José Antonio de Sangróniz en la oficina diplomática, el general Millán-Astray, recién llegado de Argentina, a cargo de la propaganda, su hermano Nicolás y, desde finales de septiembre, el comandante Lorenzo Martínez Fuset, que había regresado de Francia con Carmen Polo y Carmencita. Fue un paso más en su ascenso al mando supremo, marcado asimismo por el fervor con que la población lo recibió el 3 de septiembre, tras la toma de Talavera por Yagüe, en «una manifestación popular» «espontánea», que se congregó bajo el balcón del palacio y comenzó a gritar tres veces el nombre de Franco, la fórmula que se convirtió en ritual durante todo su mandato.

En Cáceres aparecieron también su mujer Carmen y su hija, tras dos meses de ausencia en Francia, en la casa de la antigua institutriz de la familia Polo, madame Claverie. Llegaron el 23 de septiembre. Cuando el dueño del palacio, Gonzalo López de Montenegro, anunció su presencia, Franco «levantó los ojos de alegría» y dijo: «Aún tengo que recibir varias visitas». Tuvieron que esperar más de una hora, pero Carmen llegó a tiempo para asistir, pocos días después, a la investidura de su esposo como «jefe del Gobierno del Estado español». La influencia de doña Carmen comenzó a sentirse pronto en aquel hombre adicto al trabajo y que no parecía tener vida de intimidad o preocupación por los asuntos familiares. Tenía cuarenta y tres años, y el grupo más selecto de los generales rebeldes estaba a punto de poner a España en sus manos.


Fuente: Capítulo 8, páginas 97-106 y sumario del libro de Julián Casanova Franco (Barcelona, Crítica, 2025)

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