jueves, 11 de abril de 2019

EL PRERROMÁNICO ASTURIANO



INTRODUCCIÓN

Uno de los capítulos más desconocidos y desconcertantes del arte español es el del estilo prerrománico asturiano, así denominado en atención a la localización de sus monumentos, que se encuentran diseminados en un reducido radio geográfico alrededor de la ciudad de Oviedo, en la región de Asturias.
            Precisamente esa situación tan limitada y al margen de las rutas turísticas, más conocidas del país han restado popularidad a unas obras que, en cambio, se han conservado por un privilegiado azar en un marco natural casi idéntico al que tuvieron en su origen, nada menos que hace once siglos. De ahí proviene uno de los principales atractivos estéticos de este estilo, tal y como se ha conservado en la actualidad. El poder contemplarlo aislado de las interferencias sociales, urbanas y formales de nuestros días, como en un milagro que muy raras veces se le depara al viajero ya, y que está ligado a la peculiar idiosincrasia de la región asturiana, donde junto a zonas altamente industrializadas aún es fácil encontrar un ambiente rural no muy diferente del que debió existir en la Edad Media.
            Pero las sorpresas que encierra el arte asturiano van más allá del privilegiado emplazamiento de sus edificios, en medio de un hermoso paisaje verde y campesino. El desarrollo de este estilo, que tuvo más de un siglo de vida, presenta aspectos técnicos y formales;  soluciones e intenciones estéticas que se adelantan considerablemente a su época, el siglo IX, para anunciar el arte románico que triunfaría en Europa doscientos años después.
            En el panorama artístico de su tiempo, el arte asturiano fue un arte sorprendentemente innovador y original. Se desarrolló en los territorios españoles conquistados por los musulmanes, al servicio del pequeño rey Astur y del espíritu cristiano; y sin coincidencias con lo que se hacía en otros lugares, a no ser en la contemporánea Francia de Carlomagno, cuya prosperidad y poder bien poco tenían que ver con el minúsculo reino español. Lo que hoy cautiva d los monumentos asturianos a cualquiera que los visite es su simplicidad, a veces rústica, pero siempre cómplice de una singular elegancia. Es un arte que, en resumen, maneja una secreta variedad de recursos, típica d todo el periodo prerrománico español, y los resuelve con una unidad de criterio insólita para su época.
En Asturias se conserva el más completo y homogéneo conjunto de arquitectura altomedieval de todo el Occidente Europeo. Fechado a lo largo del siglo IX y primeros del año del X, no tiene parangón por su calidad y magnífica conservación. El valor de la arquitectura se suma a su extraordinaria orfebrería, y juntos desarrollan una fuerza comparable a la de otros "renacimientos" europeos coetáneos, pudiendo equipararse al nivel alcanzado por las cortes carolingia o bizantina.
Este arte constituye el testimonio más importante de las raíces históricas y de las tradiciones culturales originarias del Reino de Asturias. De este legado, se conservan doce templos y tres construcciones civiles.
Entre los primeros se cuentan Santuyano o San Julián de los Prados (791-842), San Miguel de Lliño (844-850), San Pedro de Nora (siglo IX), Santa María de Bendones (siglo IX), Santa Cristina de Lena (hacia 848), Santo Adriano de Tuñón (consagrada en 891), San Salvador de Valdediós (consagrada en 893), San Salvador de Priesca (consagrada en 921), Santiago de Gobiendes (segunda mitad del s. IX), Santa María de Arbazal (siglos VIII-X), San Andrés de Bedriñana (siglo IX) y la Cámara Santa de San Salvador de Oviedo (hacia 884).

Entre las construcciones civiles se encuentran Santa María de Naranco (altar dedicado en 848), la denominada Torre Vieja de San Salvador de Oviedo (probablemente coetánea a la Cámara Santa) y la fuente de Foncalada en Oviedo (primera mitad del siglo IX). Otros templos asturianos conservan partes atribuibles al período altomedieval, como Santianes de Pravia (774-783) o el testero de San Tirso de Oviedo (791-842).

Desde 1985 seis monumentos del Prerrománico asturiano son Patrimonio Mundial de la UNESCO, por ser una muestra relevante de la cultura del reino cristiano de Asturias, desarrollada en el momento de mayor esplendor del emirato de Córdoba, y por la notable influencia que ejerció en la posterior arquitectura europea.
En estas páginas, se pretende proporcionar al interesado los datos históricos y artísticos indispensables para descifrar el sólo aparente misterio de esa treintena de edificios que constituyen el conjunto del arte asturiano.
El concepto de Prerrománico y su época

Se conoce con el término de prerrománico el periodo artístico comprendido entre los siglos V y XI, en el que Europa vivió, lenta y dificultosamente, una de las transformaciones más radicales de su historia. Nada menos que el tránsito de la sociedad clásica –que había representado el dominio romano- a la sociedad cristiana. Fue la etapa en que se gestaron los modelos estéticos y vitales de los que surgiría un nuevo estilo artístico internacional, el románico, y un nuevo sistema de vida, el feudalismo. Es el periodo, oscuro y violento, pero atractivo, que se conoce como Alta Edad Media.
            El tránsito de la cultura antigua a la medieval, que tiene lugar a lo largo de esos cinco siglos, se realiza de forma gradual, casi imperceptible. La economía, la organización social y el arte romano decaen poco a poco, pero de manera inexorable, debido en buena parte a un fenómeno que caracterizará profundamente todo este periodo: el abandono de las ciudades y el traslado dela población al campo.
            El éxodo comenzó en las clases sociales altas, que oprimidas por el fisco, prefirieron trasladarse a las villas que poseían en el campo para mejor eludirlo. Pero pronto se extendió a toda la población, que acosada por las incursiones de los bárbaros no encontraban protección contra ellos en las ciudades. Así fue como se fueron volviendo inútiles, y como los caminos y carreteras, que en otros tiempos llevaron seguridad y riqueza, en esta época sólo servían para facilitar el paso a los conquistadores extranjeros. Así fue como un escondrijo en el campo llegó a valer más que un palacio en la ciudad.


La vida se volvió tosca y caótica; la economía se redujo a formas de producción autárquica y el comercio casi desapareció. En la vida política también se registraron cambios radicales. Las conquistas de los germanos fomentaron las monarquías absolutas. Los nuevos estados que fueron fundándose permitieron a los reyes victoriosos hacerse independientes de la asamblea popular de hombres libres y, siguiendo el modelo de los emperadores romanos, levantarse por encima del pueblo y la nobleza. Estos reyes consideraron los países conquistados como propiedad privada, y a los miembros de su séquito, como simples súbditos de los que podían disponer a su capricho. Pero su autoridad no estaba en modo alguno asegurada –nada lo estaba por aquel entonces-. Cada uno de los antiguos jefes de tribu podía resultar un rival. De modo que los reyes bárbaros procuraron deshacerse de ellos y sustituirlos por una nueva nobleza a cuyos honores sólo accedían los que más y mejor servían al rey. El servicio, naturalmente, era la guerra. Gracias a ella, y a la obsesión general –de los reyes y del pueblo- por la seguridad personal, la nueva aristocracia fue acumulando a lo largo de estas oscuras centurias tierras, salarios y poder, creando las condiciones para el establecimiento de la sociedad feudal.
La regresión cultural y el estancamiento de la creatividad fueron, durante la primera etapa del periodo prerrománico, verdaderamente espectaculares. Nadie durante los siglos V, VI y VII era capaz en Occidente de representar plasticamente el cuerpo humano, por poner un ejemplo. Las formas artísticas acusan un rusticismo creciente y la orfebrería, a la que pertenecen la mayoría de los restos conservados de esta época, se convierte en su primera manifestación estética.
El arte es para la nueva sociedad, ante todo, adorno y lujo; utensilios magníficos y preciosas joyas.
Pero junto al imperio de la guerra y de los jefes bárbaros, aquellos duros tiempos compartieron otra forma de poder y otros ideales, que terminarían por imponer su espiritual dominio sobre los más diversos aspectos de la vida. Fueron los de la Iglesia, única entidad que mantuvo la organización y la autoridad suficientes para unir a los pueblos semibárbaros de Europa en una sociedad universal.
La Iglesia ofrecía entonces a las gentes un nuevo reino y una nueva capital, la Ciudad Celestial, en todo opuesta al desaparecido mundo romano y perfectamente adecuada a la realidad que la había sustituido. Frente a los ideales del hedonismo, el triunfo personal y la prosperidad material, que animaban la sociedad clásica, el cristianismo proclamaba el valor de la intimidad; de la renuncia a los bienes terrenos y del sacrificio como camino para una vida superior. Y de todas as desgracias que asolaban el discurrir humano en aquellos tiempos de vacío y desorientación, del hambre, la enfermedad, la debilidad y el dolor, la Iglesia hacía una senda de salvación en su prometido reino. Con ellos se convirtió en la única esperanza, espiritual y material, para la maltrecha ciudadanía de la época.

 Arca de las Ágatas. (Catedral de Oviedo)

A través de los monasterios no sólo se conservó la cultura antigua, sino que se consiguió mantener un ideal con el que oponerse a la ignorancia y a la barbarie; un ideal que se encarnaba en el ejemplo, muy concreto de los monjes, cuya vida dedicada al trabajo en el aislamiento y en la disciplina de una regla constituía un modelo nuevo y distinto. Por todo ello, el clero se convirtió en la única clase capaz de suministrar al Estado administradores y consejeros educados, y a través de la colaboración que estableció con las autoridades políticas en todos los reinos europeos, los clérigos se convirtieron también en protagonistas e impulsores del despertar artístico, que tuvo lugar en Francia, Italia y España a partir del siglo VIII. S entonces cuando l arte prerrománico en general alcanza su máximo esplendor, hasta dejar paso, en el siglo XI, al primer estilo cristiano europeo.
Durante este periodo no disminuye la inestabilidad social; al contrario, las invasiones normandas y musulmanas, arrecían por toda Europa. Pero ello no impide que se registre un renacimiento artístico y un despertar de la creatividad en los que se encuadrará, como uno de sus más brillantes manifestaciones, el arte asturiano.
En Francia, el reinado de Carlomagno revoluciona el panorama cultural con su interés por revivir la tradición clásica, en la que procuran inspirarse sus arquitectos y artistas, y cuya influencia se extenderá a Alemania con el estilo otoniano.
En Italia, la influencia bizantina, unida a la tradición clásica, presta a las obras de este momento una personalidad propia. Pero tal vez sea en España donde las manifestaciones prerrománicas adquieren mayor variedad e importancia.
En la Península se desarrolló, en la etapa anterior a la invasión musulmana, en el siglo VIII, un estilo de tipo bárbaro similar a otros europeos, aunque más romanizado; el de los visigodos. Pero a partir del siglo VIII, y coexistiendo con el esplendor urbano y cultural de la España árabe, surgen dos focos artísticos entre los cristianos. Uno de ellos es el asturiano, que se desarrolla en el siglo IX fundamentalmente, en las zonas montañosas no sometidas al dominio árabe del reino Astur. El otro es el mozárabe, que alcanza su máximo esplendor en el siglo X, y que se desarrolla en el territorio musulmán al principio y cristiano después. Ambos son profundamente originales y aportan al repertorio formal románico motivos de inspiración y modelos técnicos.

Vista. Covadonga.

La Región Asturiana
Una de las peculiaridades mayores del arte asturiano, y sin duda uno de sus grandes atractivos para el viajero que se decide a conocerlo, es su localización geográfica. Ningún otro atractivo artístico español se encuentra tan estrictamente ceñido a un solo paisaje ni forma con él una unidad estética tan bella como la que ofrecen los edificios del prerrománico asturiano. Todos ellos se encuentran en pleno campo, y casi siempre en los alrededores de la ciudad de Oviedo, en la región de Asturias.
Esta región, situada en la costa cantábrica española, entre Santander y Galicia, pertenece a la España húmeda. Su paisaje de abruptas montañas y estrechos valles de prados y manzanos, es de una gran belleza natural. Los contrastes, solemnes y recios, entre sus altas cumbres y la apacible suavidad de sus prados son parte inconfundible de su personalidad.

Iglesia de San Pedro de Nora (Sancti Petri de Nora). Las Regueras. Principado de Asturias.
Prerrománico asturiano siglo IX. Por el concejo discurría la calzada romana de Astúrica (Astorga) a Lucus Asturum  (Lugo de Llanera)

El lago Enol, apartamento rural en Cangas de Onís.

Pero Asturias es también, y en la misma medida, una importante zona industrial y minera para la economía española, en la que desde el siglo XIX, se ha transformado parte de su bucólico paisaje. Allí, las comarcas de las minas y las fábricas contrastan enormemente con las campesinas, en las que la vida agrícola todavía sigue desarrollándose como algo ajeno al trajín moderno, con un ritmo lento y secular. Y entre sus ciudades existe el mismo contraste. A la vitalidad y el movimiento portuario de Gijón, se opone la aristocrática prosapia de Oviedo, capital de la región, cuyo antiguo núcleo urbano conserva aún el carácter austero y rancio de la “Vetusta” descrita por Leopoldo Alas Clarín, en una de las más importantes novelas de la literatura española, “La Regenta”.
            Asturias, además, está cargada de resonancias históricas para los españoles. La batalla de Covadonga, que librara en sus montañas Don Pelayo, ha quedado como símbolo del triunfo cristiano frente al Islam. Y el pequeño reino Astur que fundó en el siglo VIII tras su victoria se considera la cuna de la Reconquista; esa larga batalla emprendida desde allí para expulsar a los árabes de España.

Templo rural, Santa María de Bendones, Prerrománica en tiempos del monarca Alfonso II


La inmensa mayoría han sido restaurados, pero en general conservan fielmente el aspecto que tenían cuando se construyeron. Y también, todo hay que decirlo, permanecen casi desconocidos para el público, a pesar de la atención que les han prestado los historiadores, y de su importancia, no sólo en la historia del arte español, sino para el arte europeo. En esta región, a pesar de las transformaciones que sufrió durante el siglo XIX, cuando se puso en marcha la explotación de los yacimientos mineros, la mayor parte del territorio continuó bajo un régimen agrícola, de economía cerrada, similar al que tenía a comienzos del siglo IX. Durante las Edades Moderna y Contemporánea, los cambios fueron también muy superficiales, especialmente en las comarcas alejadas de los centros urbanos. La economía campesina siguió basándose en la ganadería y en los cultivos de subsistencia, con mercados de reducido ámbito. Por otra parte, la parcelación de la tierra y la forma de hábitat, de aldeas con caserío diseminado, no debía diferenciarse mucho de las formas de vida rural que existían durante la Alta Edad Media. De modo que en Asturias, aún hoy, el mundo rural continúa rigiéndose por el ritmo de las estaciones y el discurrir, igualmente inmutable, del calendario eclesiástico, con sus fiestas religiosas, ferias y romerías. Y sus aldeas permanecen inalteradas, pese a la vecindad de centros mineros e industriales en sus alrededores.
            En ese marco en el que el viajero se encontrará con los monumentos asturianos. Entre frondas y colinas; entre antiguos arados y aperos. Como si el tiempo se hubiera detenido y durara aún el mundo rudo y primitivo de la Alta Edad Media. Cuando Asturias no era más que un diminuto reino que luchaba denodadamente por subsistir.
La Historia del Reino Astur

Miniatura del libro de los Testamentos.

La historia del pequeño reino donde surgió el arte prerrománico asturiano se conoce con bastante detalle y resulta una eficaz introducción a su conocimiento. Apenas alcanzó el siglo y medio de existencia, pero en tan breve tiempo la monarquía asturiana logró conformar una estructura política y social que a pesar de la turbulencia de la época y de la peculiar situación de su territorio frente al resto del país, dominado por los árabes, abrió un nuevo y trascendental capítulo de la historia española: La Reconquista; proceso que caracterizaría con sus prolongadas luchas contra el Islam buena parte de la personalidad histórica del país.
            La primera versión de la España conquistadora y guerrera en nombre de la fe cristiana, terca en sus empeños cuando los guía un ideal, y remisa a la derrota hasta cuando más evidente se presenta, tuvo como protagonista al reino Astur, surgido en el siglo VIII, cuando una serie de montañeses de la zona consiguieron vencer la ofensiva musulmana, que ya había sometido el resto del país, y a sus anteriores dueños, los visigodos.
            El moro no concedió importancia a aquella primera derrota sufrida en la batalla de Covadonga. La carencia de centros urbanos y la situación apartada y difícil de la región asturiana no atraía a los invasores, y esa circunstancia permitió a Don Pelayo, que así se llamaba el vencedor, instaurar una modestísima monarquía que habría de causar grandes quebrantos al Islam, y que las crónicas cristianas posteriores consideraron, en cambio, como la “salvación de España”.
            Los primeros monarcas asturianos lucharon sin más perspectivas que la de mantener su antigua libertad e independencia. Pero ese sólo propósito les llevó desde los primeros tiempos de su reinado a conquistar territorios y a expandirse hacia las regiones que tenían más cerca. El destino del nuevo reino estaba trazado. En lo sucesivo los musulmanes no podrían detener su marcha pese a que el Al-Andalus alcanzaba por entonces una brillantez política y cultural sin equivalentes en la Europa de la época.

Fundada como capilla palatina por un rey asturiano, que la historia nombra como Alfonso II el Casto, y que vivió y amó en el siglo IX, la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo. El devenir del tiempo hizo de la Cámara Santa una recóndita y oscura cueva, que nunca dejó de albergar el Arca Santa y el Santo Sudario.
Ahora se aprecia en toda su magnitud la pátina marfileña medieval, la perfección de las tallas románicas que reproducen las figuras de los apóstoles o la sobriedad de las cabezas del calvario. 


Ya en el año 800, tras el reinado de un monarca llamado Fruela, accede al poder su hijo Alfonso II, en todo opuesto a su padre y responsable, a lo largo de sus cincuenta años de reinado, de un periodo de gran esplendor para la monarquía asturiana, que fue también el de su afianzamiento definitivo. Alfonso II, según sus contemporáneos, era “amable a Dios y a los hombres”, y que fue conocido con el apodo de El Casto por su sobriedad, fue un rey guerrero y enérgico, con un alto sentido de la organización y que supo estructurar el reino en lo político y en lo administrativo, proporcionándole por vez primera la envergadura de un Estado.
            Contemporáneo de las dos personalidades más importantes de la época, Abderramán II y Carlomagno, el monarca asturiano se nos presenta como una figura política de gran talla, cuyo principal empeño fue el de restaurar en todo lo que fuera posible el modelo estatal visigodo.

Alfonso II, El Casto, fue nombrado rey de Asturias tras la muerte de Silo gracias a la mediación de Adosinda, la reina viuda, El nuevo monarca era hijo de Fruela I y la alavesa Munia, formando parte del linaje de Alfonso I. El sobrenombre de "el Casto" viene motivado por su renuncia a las mujeres, falleciendo sin descendencia, lo que motivó que la corona recayera en Ramiro I.


Y del mismo modo que Carlomagno, soñó con resucitar el mundo romano. Con este difícil empeño Alfonso II copió las instituciones de la España goda y se preocupó de fijar una ciudad como residencia habitual de la corte. Esa ciudad fue Oviedo, convertida desde entonces en capital del reino, a la que este monarca dotó de una serie de palacios, baños, triclinios, iglesias y construcciones civiles con las que quiso perpetuar, en el aspecto urbano, el esplendor d la que fue capital visigoda, Toledo.
            El resultado de todo ello no fue, lógicamente, un “renacimiento”, como se pretendía, sino, a lo sumo, una evocación del pasado, bien cercano aún, de la España anterior a la conquista musulmana. Y aunque a partir de entonces todos los reyes asturianos se consideraron herederos legítimos de la monarquía visigoda, la sociedad que perfiló Alfonso II fue algo totalmente nuevo: una sociedad prefeudal.
            El avance histórico que supuso para la monarquía asturiana el reinado de este monarca se reflejó muy especialmente en la cultura y el arte. La vocación restauradora y el impulso monumental de Alfonso II fue muy marcado. Engalanó la ciudad de Oviedo, además de con palacios e iglesias, con edificios de utilidad pública, como baños, acueductos, hospitales, tribunales…
            Algo anterior a su época vivió un monje asturiano conocido como el Beato de Liébana, quien escribió una obra titulada “Comentarios del Apocalipsis”, que tendría extraordinaria fama y difusión posterior. Pero, sobre todo, hay que destacar como acontecimiento de máxima transcendencia en este reinado la invención del cuerpo del Apóstol Santiago, que, según una tradición anterior a la invasión a la invasión musulmana, había sido el evangelizador de España. Para los españoles, este supuesto descubrimiento de sus restos se convirtió enseguida en un símbolo de la resistencia frente al Islam, y su atracción rebasó las fronteras atrayendo a peregrinos “de más allá de los montes”, que con el tiempo convertirían la ciudad de Santiago de Compostela, donde se suponía reposaban los restos del Apóstol, en uno de los centros católicos más importantes de Occidente.
            Al largo y fecundo reinado de Alfonso el Casto le sucede otro muy breve, pero esplendoroso el de Ramiro I, que daría al arte asturiano un giro nuevo y genial.

Retrato de Ramiro I en el salón de plenos del Ayuntamiento de Oviedo. Hijo del príncipe Vermudo I
Se fue a la provincia de Vardulia, «para tomar esposa». Vardulia era entonces el norte del territorio que luego se llamó Castilla, y la esposa en cuestión sería Paterna, que aparece como reina en el ara de Santa María del Naranco.


Este monarca hubo de hacer frente a los percances propios de la época: a las crueles luchas dinásticas y a las devastadoras invasiones normandas, lo cual no le impidió, en los ocho años que permaneció en el poder, levantar los edificios más revolucionarios de su época en lo que era el ámbito de la Europa cristiana.
            Tras él, una última figura cabe reseñar en la breve galería de monarcas asturianos. Es la de Alfonso III. Con su persona desaparecerá este pequeño reino, que por entonces, a comienzos del siglo X, ya no lo era tanto, pues había extendido sus fronteras hasta la meseta castellana. El ímpetu conquistador de este rey despertó entre los cristianos que habitaban en territorios musulmanes un fuerte sentimiento nacional. La esperanza en una restauración de la antigua monarquía visigoda era cada vez mayor y empezaron a llegar a Asturias cristianos de Andalucía. Eran los mozárabes, que trajeron consigo un estilo artístico cargado d acentos musulmanes y cuya personalidad daría origen a otro importante capítulo del arte prerrománico español.
            Alfonso III derrotó a los musulmanes en su propio terreno, en Andalucía; fundó monasterios, levantó castillos y repobló las tierras, entonces desiertas y yermas, de Castilla. A su muerte, la capital del reino se trasladó de Oviedo a León, por razones defensivas, desapareciendo con ello el reino asturiano, cuyos ideales llenarían, a partir de entonces, la historia medieval española.

Alfonso III de Asturias


Características generales del Arte Asturiano

La primera impresión que causa al visitante los monumentos prerrománicos de Asturias es la sorpresa. El asombro es inevitable ante unos edificios que recuerdan vagamente el estilo, perfectamente familiar, de las construcciones románicas, pero sin que puedan asimilárseles ni a ellas ni a otras que pueda fácilmente conocer el viajero europeo.
            Los monumentos asturianos ofrecen hoy un aspecto absolutamente insólito, mezcla de rusticidad y de insospechados refinamientos que cautivan el gusto contemporáneo, poco habituado ya a lo inclasificable y enigmático. Y es que el atractivo del arte asturiano es doble. Los monumentos que se describen constituyen con toda probabilidad el único conjunto estilístico coherente que se ha conservado de la Alta Edad Media en la Europa cristiana. Sobre todo si se tiene en cuenta las escasas muestras de arte carolingio que quedan en Francia, aunque se conozca a través de los documentos su gran importancia.

Cancel.

Un segundo aspecto de su interés es sin duda la peculiar variedad y originalidad de recursos técnicos, decorativos y artísticos que tuvieron ocasión de manejar los artistas españoles de la época, y que caracteriza en general a todo el movimiento prerrománico hispano. En este sentido, los historiadores han tenido y tienen aún un arduo trabajo de investigación para esclarecer los orígenes y las influencias que han hecho posible la aparición de este singular estilo: ¿Cómo surge esta arquitectura? ¿Constituyen las primeras iglesias asturianas una evocación de las obras clásicas, tal y como se intentaba en otras partes de Europa? ¿Hubo, en cambio, en estas regiones una tradición clásica continuada, independiente del arte bárbaro de los visigodos?
            Pero antes de responder a estas preguntas, que plantea esta arquitectura, veamos cuáles son sus principales características.
            Es ya habitual el distinguir tres etapas en su desarrollo. En una primera fase, a lo largo de la segunda mitad del siglo VIII, aparecen las creaciones más modestas, en las que, sin embargo se ensayan ya innovaciones importantes para la época. En este periodo, que puede considerarse como de formación, aparece la iglesia de Santianes de Pravia con elementos completamente diferentes a los empleados en las construcciones anteriores, las visigodas. El aparejo es de mampostería o pequeños sillares, en contraposición a los grandes sillares, asentados “a hueso” (sin argamasa que los una) que empleaban los visigodos. Los pilares sustituyen a las columnas en el interior de la iglesia, y su planta deja de ser en forma de cruz, para seguir el modelo clásico de la basílica, de tres naves paralelas y cabecera tripartita. Los arcos de medio punto, de ladrillo –en sustitución del de herradura, hecho de dovelas de piedra-.

Iglesia de San Juan Apóstol y Evangelista, conocida como Santianes de Pravia. Prerrománico asturiano, s. VIII.

En una segunda etapa, la que corresponde al reinado de Alfonso II y Ramiro I, en el siglo IX, estos elementos alcanzarán su máximo desarrollo junto a otros nuevos que proporcionarán a sus monumentos la madurez de este estilo. En esta fase los monarcas asturianos no se limitan ya a construir unas cuantas iglesias, sino que se lanzan a la creación de toda una estructura urbana para la ciudad que han elegido como su residencia, Oviedo. A la nueva capital la dotan de hospitales, palacios, conducciones de agua subterránea, baños… Todo ello en una región apenas poblada y rodeada de altas montañas en la que sólo el transporte del material necesario debió de ocasionar verdaderos problemas. Pero el impulso astur estaba animado por un empeño invencible: la ambición de dotarse de una ciudad regia que fuera, además de una realidad, un símbolo de la fuerza que representaba su diminuto reino frente al poderoso vecino árabe.
            Y de este empeño nacieron sus principales monumentos: San Julián de los Prados, Santa María del Naranco, San Miguel de Lillo…, en los que se advierte, ante todo, la armonía y la homogeneidad de un genial que supo aunar con habilidad sorprendente las más diversas influencias. Caracterizan estos edificios la esbeltez de sus proporciones, la profusión de arcos de medio punto, la cabecera tripartita de perfil recto –al contrario de la que se empleaba en el resto de Europa, siempre curva-, las numerosas ventanas siempre adornadas de bellísimas celosías, los contrafuertes exteriores y las columnas entregas (adosadas a pilares). Pero, por encima de todo, su mayor y más revolucionario hallazgo fue el abovedamiento total de las naves de sus edificios, dos siglos antes de que esta solución (en torno a la cual se gestaría el estilo románico) apareciera en Europa.

Iglesia de San Julián de los Prados, se sabe que su construcción fue ordenada por Alfonso II  y el templo está dedicado a los santos mártires egipcios Julián y Basilisa y se hizo por tanto a principios del siglo IX y es obra del arquitecto Tioda. Se la conoce también por el nombre de Santullano (San Iuliano).

El interior es bellísimo, destacando su grandiosidad y su originalidad que se aparta de modelos visigodos. Con pinturas al fresco, increíbles, que se conservan estupendamente bien, que se hicieron siguiendo la técnica bizantina, anicónicas, con decoración arquitectónica, de claro influjo romano.

Cristo de transición del Románico al gótico que preside la cabecera 

Bóveda de oración

Santa Maria del Naranco. La planta superior fue la planta noble, con una  gran sala central, rectangular y cubierta por bóveda de cañón sujetada por seis arcos fajones apoyados en ménsulas. Está recorrida en sus lados mayores por una arquería ciega que se apoya en dobles columnas de fustes sogueados de origen celta de bellos capiteles.

Balcón de Santa María del Naranco.

Iconostasis de la Iglesia prerrománica de Santa Cristina de Lena

Jamba de la entrada

Si a todo ello se añade la profusa decoración que adornaba los monumentos, las pinturas al fresco que cubrían totalmente sus muros, hoy desaparecidas, pero bien estudiadas, las esculturas y relieves, que se atrevían incluso a bordar la representación de la figura humana, completamente olvidada entonces, tendremos una idea de la importancia de este estilo no sólo en el conjunto del arte español, sino para el acerbo de fórmulas que utilizaría más tarde el arte románico.
            De modo y manera que la sorpresa que causan en vuestros días estas iglesias, levantadas hace mil años en un pequeño rincón español, no debió ser menor en su tiempo, en el que resultaron verdaderamente revolucionarias. Y probablemente algo enigmáticas. Porque si hoy los investigadores se rompen la cabeza para rastrear el origen de los diversos hallazgos que caracterizan este estilo, en su época los contemporáneos se asombraron ante la armonía con que se habían conjuntado. Y más sencillamente: se asombraron pura y simplemente de que se hubiera podido construir, tal y como atestiguan las crónicas que se conservan de entonces. En la actualidad los historiadores consideran que el arte asturiano no se explica como una continuación del arte que existía en la provincia, herencia d los romanos. Ni tampoco como prolongación del de los visigodos, aunque ambos influyeron en su formación.
            La tradición local fue sin duda una base importante para este estilo. La región de Asturias no era terreno virgen, desde el punto de vista artístico, cuando se fundó el reino astur. Allí se conservan notables muestras del arte rupestre del paleolítico; joyas de la época celta en las que aparece un motivo decorativo muy utilizado en la arquitectura asturiana, el sosegado, imitación en relieve del perfil de la cuerda. Y se conservan también restos de la época de la dominación romana, aunque en esta zona fue menor que en otras áreas hispanas, dada su accidentada geografía y el carácter indómito de sus habitantes. En esos restos del arte romano provincial se puede observar también varias fórmulas que aparecerán en el arte astur. Por ejemplo, el empleo de ladrillos en el aparejo y en los arcos; el uso de arcos fajones para construir el abovedamiento de los edificios
            De los visigodos, en cambio, no quedan apenas restos en Asturias, y su influencia s manifestó especialmente en lo decorativo, en motivos empleados para adornar capiteles: hojas de vid, racimos, aves que aparecen en los relieves de sus iglesias.
            Y también hay que señalar la posible incidencia en la región del gran movimiento espiritual y artístico que dominaba entonces el mundo occidental; lo mismo en Roma, que en la corte de Carlomagno, donde se vivía un claro intento de “renacimiento” del arte imperial romano y se copiaban metódica y sistemáticamente sus monumentos. Pero en Asturias no hubo tal copia. En todo caso hubo una evocación, porque si algo caracteriza las creaciones de los arquitectos del reino hispano es su libertad e independencia frente a las tradiciones y las obras de sus contemporáneos. Y en sus monumentos más típicos lo que se pone d manifiesto es una verdadera síntesis de concepciones estéticas orientales y occidentales, llevada a cabo sin duda por un genial artista conocedor de las técnicas arquitectónicas de países lejanos, como Turquía y Siria. Todo este cúmulo de elementos, que los especialistas han ido desentrañando pacientemente en los edificios asturianos, se ofrece en ellos con una unidad admirablemente original.

La Decoración

La decoración tuvo en los monumentos asturianos una importancia grande. Hoy los contemplamos desnudos, y habituados como estamos a una concepción de la arquitectura particularmente austera, no es fácil suponer que las iglesias de hace mil años eran también puro diseño espacial, sin más distracciones para la vista. Pero no era así. Los interiores d los edificios prerrománicos asturianos estuvieron en su época profusamente adornados con todo lujo de pinturas, muebles y alhajas. Cortinas de ricas velas colgaban delante de los altares, pinturas murales cubrían los muros por entero, y toda clase de objetos preciosos, de tipo litúrgico o práctico, se repartían entre el mobiliario.

Detalle. Columna

Iglesia de San Julián de los Prados. Detalle

Catedral de Oviedo

Los personajes representados en las estatuas-columnas han sido identificados como los doce Apóstoles, los cuales, aparecen emparejados de dos en dos (3 x 2 a cada costado) en los ángulos de la nave así como en el centro de la misma.

Santa María del Naranco, S.IX. Columnas con capiteles troncopiramidales decorados con figuras animales.

Y junto a todo ello, la escultura, no de bulto redondo, sino el relieve, también tuvo su lugar. Hasta el reinado de Ramiro I, momento de máximo esplendor del arte asturiano, la escultura de los edificios se nutre, como era habitual en aquel tiempo, de piezas aprovechadas. Es decir, de elementos escultóricos ajenos, pertenecientes a construcciones anteriores demolidas o saqueadas. Así, la mayoría de los capiteles, bases de pilastras y placas que se pueden contemplar en los edificios de la época de Alfonso II son de origen visigodo y muestran motivos vegetales, geométricos o animales, de clara influencia oriental. No obstante, se encuentran también motivos escultóricos propios, entre los que hay que destacar, como el más típico de todo el arte asturiano –porque acompaña con un símbolo la mayoría de sus edificios-, el llamado sogueado, relieve que imita la forma de una cuerda y que se aplica a los más variados lugares.

Leones: Nos los encontramos como elemento figurativo en los capiteles troncopiramidales de algunas de las columnas dentro de Santa María del Naranco. Los leones dobles indican la ambigüedad de Cristo, benevolente con los justos y terrible con los malvados, según San Jerónimo. Bajo un arco con una cuerda sogueada. En el arte medieval desempeñan tareas de justicia: son a menudo asimétricos y no devoran de la misma manera a los Justos o los Malvados.

Detalle del sogueado en San Miguel de Lillo

Es un motivo decorativo muy extendido en toda la zona norte de España y que aparece por primera vez en las llamadas joyas castreñas, de origen celta. Un derivado muy imaginativo de este tema es el que encontramos en las columnas de los monumentos de Ramiro I, que se presenta con un relieve de formas helicoidales muy original y decorativo.

Joyas castreñas. La tipología de las joyas castreñas, en los “castros galaicos”, en las que el oro es el material por excelencia, es muy variada, comprendiendo torques, diademas, arracadas, brazaletes y otros objetos diversos.

Es en este periodo cuando la escultura asturiana adquiere mayor interés. Dejan de utilizarse piezas aprovechadas y se advierte por primera vez el trabajo de talleres especializados en realizar todo el aspecto ornamental a la manera que se generalizaría en siglos posteriores por toda Europa.
            El caso es que los edificios asturianos del siglo IX ofrecen una sensación de unidad artística desconocida en la época y debida, en gran medida, a que toda su decoración escultórica en columnas, capiteles, basas y relieves fu labrada en un mismo taller artesano, que fue también el que construyó la arquitectura. Pero además, en monumentos como el de Santa María del Naranco, la decoración escultórica se concibe con un criterio verdaderamente avanzado: con un criterio monumental. Es decir: los elementos escultóricos se aplican en zonas perfectamente estudiadas del edificio para resaltarlas subrayando con la mayor maestría la estructura arquitectónica y organizando rítmicamente el espacio.
            Los capiteles de esta época son de dos tipos: unos corresponden a la tradición romana, estilo corintio; otros son troncopiramidales, de influencia bizantina. Pero lo más destacable de la escultura ramirense es el tratamiento de la figura humana y animal, que presagia claramente la obra románica. La representación del hombre había desaparecido de la plástica occidental de la época, y aquí aparece redescubierta con singular vigor en capiteles y relieves completamente originales, en los que alterna su presencia con un bestiario en el que se aprecia idéntico impulso naturalista. Un naturalismo, desde luego, muy alejado del clásico; pero igualmente ajeno al fuerte simbolismo que dominaba por entonces la decoración oriental y occidntal, y que fue también imitado por el arte asturiano, aunque muy a su manera. Prueba de ellos son los numerosos y extraños discos que aparecen en Santa María del Naranco, en el interior y en el exterior del edificio, representando pájaros y cuadrúpedos muy estilizados, y que proceden del mundo oriental, pues se han encontrado muchos parecidos en palacios y residencias nobles de Armenia, Palestina y Turquía.
            Todos estos motivos escultóricos, unidos a la omnipresente utilización del sogueado, que aquí se emplea hasta en las columnas, convierten el edificio de Santa maría del Naranco, cumbre del arte asturiano, en una pequeña obra maestra ornamental, a la vez sutilmente refinada y bárbara.
            En la decoración de estos monumentos hay un tema que llama especialmente la atención. Son las celosías que adornan las ventanas en todos ellos. La utilización de este sistema para cubrir los vanos tenía entonces un doble modelo: el romano y el árabe. Ambos usaron la celosía ara embellecer sus edificios, y a la vez para resguardar su interior de las miradas extrañas. En Asturias su uso es evidentemente decorativo, dada la altura a la que se sitúan las ventanas y la función no privada a la que estaban destinados los monumentos que se han conservado. Los dibujos de estas celosías, cuyo trazado se va complicando conforme avanza el tiempo, indica en las últimas etapas la presencia en la corte asturiana de artistas andaluces para este trabajo. En todo caso, el resultado es, una vez más, completamente original y constituye uno de los aspectos más característicos de esta arquitectura.

La decoración pictórica fue otro aspecto importante en la ornamentación asturiana. Aunque en la actualidad, apenas quedan vagos y escasos restos sobre los muros, los investigadores han podido reconstruir los diseños completos gracias a que la técnica empleada para realizar los frescos incluía el grabar en la pared el dibujo que se iba a representar antes de usar los colores. Debido a esa técnica hoy sabemos que estos edificios estuvieron totalmente decorados con temas de carácter simbólico que se copiaron una y otra vez, con fidelidad estricta, en cada iglesia, sin que se registre evolución alguna en ellos, a no ser en el último periodo del arte asturiano. Cuando por la influencia árabe se introdujo esporádicamente en los muros pintados alguna figura humana.



Muy elegantes son los ventanales con celosías de piedra o estuco que combinan arcos geminados o triples, sobre columnas con acentuado éntasis o engrosamiento central de los fustes en forma de barril, capiteles corintios, soportando una estructura de redes geométricas ciertamente espectaculares.

Pero en su conjunto todos estos diseños, siempre repetidos, no fueron sino una última fase de la pintura mural clásica, que quedó anquilosada y convertida, pese a su grandiosidad, en una pura academia. No logró enlazar con una temática contemporánea y no encontró por ello artistas que la renovaran, por lo que se agotó n sí misma.
            Los temas de los frescos asturianos representan siempre los mismos motivos: vasos con guirnaldas de flores; cortinajes, arquitecturas, círculos entrelazados; grecas y casetones. Todo ello muy en línea con una tradición aúlica de tipo romano, que tanto Carlomagno como los reyes asturianos intentaron resucitar en la medida de sus posibilidades como expresión de la majestad regia que intentaron otorgar a sus creaciones arquitectónicas. Por todo ello, estas pinturas son como un último y melancólico eco del mundo antiguo, en un medio radicalmente diverso cuyo futuro apuntaba en una dirección bien distinta.

Los frescos de la iglesia de Santullano, en Oviedo. Hace mil doscientos años recubrían sus paredes por entero. En gris-azul, ocre-amarillo, rojo carmesí y negro humo, todos ellos presentes en la pintura romana, aquel despliegue de colores era un esplendoroso reflejo del poder del rey que mandó construir el templo, Alfonso II.

Iglesia de Santullano. Pinturas murales. Oviedo. Siglo IX.

Para terminar este recorrido por las manifestaciones decorativas del arte prerrománico asturiano debemos hacer referencia a la orfebrería, que tuvo un gran desarrollo en la época; tanto en los reinos occidentales como en los orientales. Es una manifestación artística que contó con la preferencia de los pueblos bárbaros, y en muchos casos constituyó su única aportación en este aspecto.
            En el reino asturiano se le dedicó también una atención especial a los ornamentos preciosos, aunque no se han conservado muchos ejemplos, tan solo dos cruces y dos cajas de reliquias. Pro con esas muestras se advierte suficientemente que en este ámbito los asturianos siguieron corrientes estilísticas franco carolingias, y no visigodas, como hubiera sido de esperar, dado que en la España anterior a la conquista musulmana la orfebrería alcanzó una extraordinaria perfección. Una vez más, los caminos elegidos por un pueblo para el desarrollo de un estilo artístico son imprevisibles.
            La pieza más antigua de las cuatro conservadas es la llamada Cruz de los Ángeles, que fue un encargo del rey Alfonso II en el año 808 para la Catedral de Oviedo, donde se conserva actualmente. Lleva una significativa inscripción en su reverso, a base de letras soldadas, que dice así: “Recibido con complacencia, permanezca en honor de Dios esto que ofrece Alfonso, humilde siervo de Cristo. Quien quiera que osare quitármelo de donde mi libre voluntad lo donare, sea fulminado por el rayo divino.” Frase, como se ve, muy adecuada para ahuyentar a posibles ladrones, dada la riqueza de estas piezas.

Cruz de los Ángeles. (Cámara Santa de la Catedral de San Salvador de Oviedo)
La Cruz de los Ángeles fue donada a la Catedral de San Salvador de Oviedo por Alfonso II el Castorey de Asturias, en el año 808, según consta en una inscripción colocada en el reverso de la cruz. Numerosos autores señalan la posibilidad de que el rey donase la cruz con motivo de la consagración del nuevo templo dedicado a San Salvador en la ciudad de Oviedo.

La Cruz de los Ángeles es de madera recubierta de láminas de oro y salteadas de piedras preciosas y perlas. Su nombre viene de una leyenda de la época que contaba que fueron los ángeles los que la fabricaron. Y alguna base tiene esa tradición, porque los historiadores piensan hoy que la hicieron artistas ambulantes venidos a la corte asturiana de más allá de los Pirineos.

 Cruz de la Victoria, siglo X. Catedral de Oviedo.
Según cuentan las leyendas, cuando Pelayo acaudilló a los refugiados en Cangas de Onís, se echó en falta una bandera, ya que el pendón rojo de los godos había sido preso en Jerez. En ese momento San Antonio Anacoreta se acercó a Pelayo ofreciéndole una tosca cruz de roble y diciéndole: «He aquí esforzado campeón, la señal de la victoria». Pelayo besó la cruz y la enarboló con la diestra diciendo «Esta será desde hoy mi divisa y mi bandera»

También en la Catedral de Oviedo se conserva la otra cruz asturiana, la de la Victoria, más elegante y suntuosa que la anterior, encargada por el rey Alfonso III, poco antes de la desaparición del reino, y de estilo franco carolingio.
            Las dos cajas de reliquias que completan el conjunto de obras de orfebrería conservadas hoy están: una, en la catedral de Astorga, en la provincia de León, y, otra, en la de Oviedo. Ambas presentan influencias de estilo mozárabe, la corriente artística que dominaría el panorama estético español tras la disolución del reino astur.

Los primeros monumentos

Los primeros monumentos de que se tiene noticia datan del siglo VIII, y los restos que de ellos se han conservado son escasos, por lo que su valor es histórico más que artístico. El edificio más antiguo fue una iglesia que el rey Favila mandó construir en Cangas de Onís, y que edifico sobre un dolmen. Estaba dedicada a la Santa Cruz, en el año 737 el Rey Favila construyó una capilla que albergase la Cruz de madera que Pelayo enarboló en la Batalla de Covadonga y que luego se convirtió en la Cruz de la Victoria. Se cree además que fue la primera iglesia cristiana que se levantó en Asturias tras la reconquista. La estructura del dolmen está formada por cinco grandes lajas de piedra y dos más pequeñas que forman un rectángulo. La cámara interior estuvo cubierta por un gran túmulo de cantos rodados y piedras. La losa que hoy vemos es una losa sepulcral moderna.
En la construcción de los bloques se emplearon rocas calizas, areniscas y cuarcitas. Las caras interiores del dolmen tienen grabados, pinturas y piqueteados.
La capilla, que alberga al dolmen es una construcción reciente de acuerdo con los modelos estilísticos de la zona. Tiene planta rectangular, dividida en dos partes, capilla y pórtico. El pórtico engloba la escalera de acceso. La cubierta del pórtico se sujeta con una columna toscana y un muro rematado con espadaña.
La Capilla de la Santa Cruz albergó la Cruz de la Victoria y está declarada Bien de Interés Cultural.

El Esplendor Ramirense

El arte asturiano alcanza su máxima perfección durante el breve reinado de Ramiro I, de cuya época se han conservado tres monumentos, que probablemente sean los más bellos de toda la arquitectura prerrománica española. Se trata de las iglesias de Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, emplazadas en la ladera del monte Naranco, a unos tres kilómetros de Oviedo, en medio de un paisaje encantador con el que armonizan a la perfección, y Santa Cristina de Lena, muy cerca de Pola de Lena.
            Ante estos antiquísimos edificios no se sabe qué resulta más admirable, si la audacia d las formas arquitectónicas o la novedad de su programa decorativo. El caso es que, de repente, nos hallamos ante monumentos en los que la arquitectura y la escultura están íntimamente unidas, en contraste con lo que sucedía en las iglesias de la etapa anterior, en la que la escasa decoración escultórica era provechada de otras obras. Aquí, en cambio, se advierte una unidad estética de todos los elementos, como no se había visto desde la época de los romanos, y una originalidad que casi parece milagrosa por lo temprano de la fecha en que surge y la modestia del reino que la promueve.
            Y también en este caso hay que pensar en la presencia en la corte asturiana de un artista de excepcionales dotes, que, si no era extranjero conocía muy bien estilos de tierras lejanas, con los que supo renovar la estética asturiana y adelantarse al arte europeo de su tiempo.
            Santa María del Naranco.

Santa María del Naranco
Fue transformada en iglesia, probablemente durante el siglo XII, cuando se derrumbó parte de la Iglesia de San Miguel ,pues ya la crónica silense de 1150 la registra como templo de Santa María y hace pensar que el edificio hubo de tener primeramente carácter de palacio o residencia real dedicada al ocio.
Tiene dos pisos. La planta baja consta de un amplio cuerpo central cubierto de bóveda de cañón recorrido por arcos fajones que descansan directamente sobre el muro, por lo que presenta gran parecido con la cripta de santa Eulalia de la Cámara Santa de la catedral.
Se sigue especulando con que se trata de una cámara regia donde se recibía en audiencia, esta teoría se apoya en la bancada que recorre las paredes. También se especula con que fuera un oratorio.

Este edificio, obra cumbre del arte asturiano, situado al pie del monte del mismo nombre, fue en su origen proyectado como residencia real, con baños y estancias anejas en la planta baja, salón para celebraciones con miradores en el piso superior. En el mismo siglo de su construcción, el XI, el palacio se convirtió en iglesia, y como tal ha estado funcionando hasta el año 1930, en que se inició su restauración y se le devolvió su aspecto primitivo.
            Santa María del Naranco es un edificio rectangular de dos pisos de parecida distribución: un cuerpo central y dos laterales más pequeños. En la planta baja es una cripta cubierta por bóveda de cañón, hay una sala de baños. El piso superior, de una altura notable, es un gran salón, también abovedado, que se abre al exterior por amplios miradores en forma de arco. Este abovedamiento total del edificio es la novedad más trascendental de la arquitectura ramirense. Un logro técnico se sólo se conseguiría realizar en el resto de Europa dos siglos después. El sistema utilizado por los arquitectos asturianos para construir las bóvedas era el de arcos fajones (arcos que atravesaban el techado como fajas), apoyados en el interior por pilastras adosadas al muro, y en el exterior por contrafuertes. Este sistema ya había sido utilizado por los romanos, pero sus bóvedas eran mucho más pesadas que las asturianas, mientras que la característica de éstas es su esbeltez, conseguida por el empleo de materiales muy ligeros en su construcción y por las dimensiones bastante reducidas del edificio.
            La otra hazaña técnica que presenta este extraordinario edificio es el abrir grandes ventanales en la sala abovedada; atrevimiento que enlaza con las soluciones del estilo gótico. Todos estos alardes suponen un gran avance respecto a la arquitectura de Alfonso II, que reservaba la bóveda para el pequeño espacio de las capillas en la cabecera, y revela una habilísima combinación de tradiciones del mundo romano y del oriental. Tradiciones que se advierten también en la decoración del edificio, en la que son de destacar los capiteles de tipo bizantino, pero con el típico sogueado asturiano y representaciones escultóricas de animales y figuras humanas. Son muy característicos en el aspecto decorativo los numerosos discos con relieves que adornan el monumento; motivo de procedencia oriental y palaciega.

San Miguel de Lillo

San Miguel de Lillo También es obra del 842 y era la iglesia palatina del complejo regio de Ramiro I . Durante el siglo XIII se arruinó, posiblemente debido a las malas condiciones del suelo, constantemente erosionado por las aguas que descienden del monte y pasan bajo ella.
Se conserva únicamente el vestíbulo y el arranque de sus tres naves. Sobre el primero se encuentra la tribuna real, flanqueada a ambos lados por dos pequeñas estancias.

Esta iglesia, que se supone era la que correspondía al palacio del rey, está situada muy cerca de la anterior, por lo que se puede ir de una a otra dando un paseo. Aunque se hundió parte del edificio en el siglo XIII, debido a las malas condiciones del terreno en que se asentaban sus cimientos, sigue siendo una de las más importantes creaciones del arte asturiano. Lo más destacable de su arquitectura es su alzado, de una gran esbeltez y con soluciones muy originales.
            Como en el anterior, se advierte aquí la preocupación del arquitecto por las proporciones de forma que la altura resulta tener tres veces el ancho de la nave central. Está también completamente abovedada y, por primera vez en el arte asturiano, las naves no están separadas por pilares, sino por columnas. La decoración en esta iglesia es sumamente interesante, sobre todo por los relieves que se encuentran en las jambas de la puerta. En ellos se representan escenas de circo, con saltimbanquis y domadores, al parecer copiadas de un modelo bizantino. Esta fachada tiene, además, una disposición d sus elementos (puerta en arco, gran ventana sobre ella y otras dos pequeñas a los lados), de carácter monumental, y es probablemente la primera de este tipo que se encuentra en la arquitectura medieval española. Otros aspectos destacables en la decoración de Lillo son las celosías, de refinado diseño, y la tribuna del interior, ideada para dignificar las ceremonias religiosas a las que asistía el rey.

Santa Cristina de Lena

Santa Cristina de Lena, año 850. Pola de Lena


 Esta es la tercera iglesia que se atribuye al arquitecto de Ramiro I. Es una pequeña ermita situada a unos 40 kilómetros de Oviedo, en la carretera que conduce a León, en una colina. Se la conoce popularmente como la iglesia de las esquinas por sus numerosos ángulos rectos, y lo cierto es que exteriormente resulta más tosca que los modelos anteriores. Tiene una única nave rectangular y cuatro fachadas correspondientes a otros tantos cuerpos salientes; está abovedada, como todos los edificios de este periodo, según la fórmula empleada en Santa María del Naranco. Tiene la peculiaridad de poseer una iconostasis dividiendo el tramo entre la nave principal y la capilla mayor, fórmula de gusto oriental, que, junto al dibujo de las celosías en las ventanas, denotan en esta iglesia la presencia de artistas mozárabes (cristianos que habían convivido con los árabes en territorio español).

La época de Alfonso III y el final del Arte Asturiano

El reinado de Alfonso III, que se adentra ya en el siglo X, señala el fin de la monarquía y del arte asturiano. El reino había adquirido entonces una extensión notable –llegaba ya al valle del Duero- y el monarca emprendió una política de repoblación de los territorios conquistados que produjo una fuerte corriente inmigratoria de mozárabes. Estos mozárabes, que venían de la Andalucía mora, trajeron un estilo estético distinto, que poco a poco se fue adueñando del quehacer artístico de la España cristiana, desplazando por completo al arte asturiano e inaugurando un nuevo periodo en la arquitectura prerrománica española.
            Pero todavía con Alfonso III se levantaron monumentos que continuaron la tradición asturiana, aunque se percibe en ellos un declive y una menor audacia. De ellos el más importante es la Iglesia de San Salvador de Valdediós.

San Salvador de Valdediós, cerca de Villaviciosa. Consagrado en el año 893, es el monumento más importante del llamado período posramirense. Presenta tres naves con pórtico lateral. En su interior destacan los restos de pinturas murales, los arcos de herradura y la gran altura de la nave central.

Ventanal del pórtico. Iglesia de San Salvador de Valdediós.

 Y pintoresco valle próximo a Villaviciosa, lugar a donde se retiró cuando fu destronado por sus hijos. Es una pequeña basílica de tres naves, inspirada en San Miguel de Lillo, y que, como ella, impresiona por esa combinación de proporciones que presta a la nave central una altura tres veces mayor que su ancho. En la decoración se advierten en cambio claros influjos musulmanes en los arquillos en forma de herradura de las ventanas y el alfiz que las enmarca, a la manera que se usa en la mezquita de Córdoba.

Ventana de la Iglesia de San salvador de Valdediós

De un carácter más popular aún es la pequeña iglesia de San Adriano de Tuñón, situada a 23 km, de Oviedo, a orillas del río Trubia. En ella se percibe una regresión constructiva muy clara, como lo demuestra el hecho de que su cobertura vuelva a la fórmula del techado de madera, que no se empleaba desde tiempos de Alfonso II. En todo caso resultan de destacar las pinturas murales de la capilla mayor, que son las primeras de estilo mozárabe en España.

La Iglesia de Santo Adriano de Tuñón es una de las menos conocidas y visitadas del total de templos asturianos, a pesar de encontrarse muy cerca de Oviedo (a 23 kms) en el concejo de Santo Adriano. Formó parte de un monasterio benedictino y se construyó durante el reinado de Alfonso III el Magno y Jimena y consagrado en el año 891 siendo dedicada a los mártires Adriano (oficial romano) y su esposa Natalia.


Otras iglesias de esta etapa son las de Gobiendes, a cuatro km, de Colunga, cuyo mayor encanto es la situación frente al mar Cantábrico, ya que su arquitectura está muy restaurada.

Iglesia de Gobiendes

Parecida recomendación cabe hacer con San Salvador de Priesca, cercana a la anterior, y desde cuyo emplazamiento se domina la desembocadura de la ría de Villaviciosa y Bendriñane.


La iglesia se construyó tras la muerte de Alfonso III y fue consagrada en el año 921. Es la más tardía de las iglesias prerrománicas. Tiene planta basilical, con tres naves separadas por triple arco de ladrillo sobre gruesos pilares. La techumbre es de madera con cabecera tripartita y cubierta con bóveda de cañón. A los pies de la iglesia se encuentra el nártex, de composición tripartita, sobre él se coloca una tribuna de madera. La decoración escultórica es pobre, tienen más importancia los restos pictóricos, donde aparecen figuras, escenas historiadas, representaciones de edificios y motivos geométricos.


Finalmente, dentro de las obras pertenecientes al reinado de Alfonso III se suele situar una fuente construida con sillares, en forma de edículo cubierto con tejado, que se conserva en la ciudad de Oviedo, en la esquina de las calles Gascona y La Foncalada. Se trata de una obra de gran interés por ser la única de tipo urbano que ha sobrevivido a su época. Tiene labrada una cruz, del mismo tipo de las que se conservan en ls Catedral, y diversas inscripciones.

La fuente de Foncalada es una fuente de agua potable construida por órdenes del rey asturiano Alfonso III en la ciudad de Oviedo y situada en la calle de su mismo nombre, Foncalada (del latín fonte incalata).
Su construcción está basada en las obras civiles romanas

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El Prerrománico Asturiano, España,  Industrias Gráficas Alvi, S.A., Secretaría General de Turismo, INPROTUR, 1986.


Apéndice


Arte románico, partes de una Iglesia




Ventana trifora de San Tirso.


Iglesia de San Esteban, siglo XII

Portada con tejaroz y ábside.

Iglesia de San Pedro en Teverga, nave bastante estrecha que nos recuerda los edificios pre-románicos con el templo dividido, casi como los visigodos, en tres tramos, para los pecadores, los bautizados y los monjes, que se distinguen por la calidad de los capiteles, sencillamente asombrosos por la ingenuidad que encierra su grandeza.

En el hastial tiene su correspondiente tribuna, en este caso de autoridades, a la que se puede acceder en este caso por el interior.

Iglesia vieja de Sabugo o de santo Tomás del s.XIII, románica, de bella fachada





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