CASTILLOS DEL JAPÓN FEUDAL
SEPPUKU
Castillo de
Kumamoto. Prefectura de Kumamoto
Los castillos del Japón feudal eran lo suficientemente
espaciosos como para albergar al señor o daimio y su familia junto a la
totalidad de su ejército samurái. Como sucede con este tipo de fortificaciones
por todo el mundo, vigilaban lugares estratégicos o importantes como puertos,
ríos, o caminos y casi siempre tenían en cuenta las características físicas del
lugar para su mejor defensa.
Eran fortificaciones construidas
inicialmente en madera que fueron evolucionando progresivamente, sustituyendo
la madera por la piedra hasta las formas más conocidas que surgieron a finales
del siglo XVI y principios del siglo XVII, siguiendo el ejemplo del Castillo
Azuchi, construido por Oda Nobunaga (el primero de su tipo que utilizó la
piedra en el basamento del castillo, haciéndolo más resistente). Normalmente
estaban construidos sobre una colina, que podía ser natural o artificial, hecha
por el hombre. Los cimientos estaban construidos en piedra y formaban muros
empinados e irregulares. Esto servía para proteger los castillos de los terremotos,
pero los hacía también más fáciles de escalar. Las lluvias torrenciales y los
constantes terremotos que padecían les obligaba a tener especial cuidado a la
hora de preservar la consistencia del terreno donde edificaban sus castillos,
haciendo uso de tepe y dejando sin talar los árboles que crecían en las laderas
de la colina a fin de sustentar el terreno. Esta serie de inconvenientes
insalvables obligaba a que las estructuras defensivas fuesen muy ligeras,
intentando en todo momento aliviar al máximo el peso de las torres que, en
muchos casos, se limitaban a ser simples armazones prácticamente desprovistos
de elementos de defensa para sus ocupantes los cuales a veces se veían luchando
literalmente a pecho descubierto.
A diferencia de Europa, donde la utilización de armas de
fuego en los combates marcó el final de la existencia de los castillos, en
Japón nunca se desarrolló la artillería, por lo que los castillos sólo se
reforzaron pensando en resistir los disparos de arcabuz y las cargas de
caballería. También a diferencia de otras regiones, en Japón no se desarrolló
completamente la construcción en piedra, por lo que esta únicamente fue
utilizada en las bases y no en la construcción de castillos, los cuales eran
básicamente de madera. Otro aspecto a resaltar es que, aunque desde el exterior
los complejos pueden verse similares, ya que ambos seguían el modelo de la mota
castral, los castillos japoneses contenían edificios completamente autóctonos
en su interior. Mientras que en el siglo XI las motas castrales europeas ya se
construían enteramente de piedra, en pleno siglo XV aún seguían en el Japón con
sus empalizadas y sus torres de madera que, además, eran muy vulnerables al
fuego como podemos suponer.
Por su forma y color, el Castillo de Himeji es conocido
como el "Castillo de la Garza Blanca".
En 1591, en pleno apogeo del típico castillo japonés, Toyotomi
Hideyoshi decretó el «Edicto de Separación», en virtud del cual se buscaba
separar formalmente a los samuráis de los campesinos. Este edicto afectó a la
organización de las ciudades castillo ya que mientras los soldados vivían
dentro, el resto de la población debía permanecer fuera de la fortaleza. En una
sociedad tan jerarquizada como la japonesa era de suma importancia el rango que
se ocupaba dentro del clan, pues cuanto más arriba se estuviera, más cerca se
encontrarían las habitaciones propias de la torre del homenaje, donde residía
el señor. Los sirvientes más antiguos, o karō, quedaban fuera de la torre
principal y ya fuera del recinto, los soldados ashigaru, sólo protegidos por
fosos o muros de tierra. Entre los ashigaru y los karō se encontraban los
artesanos y mercaderes. Fuera del anillo formado por las habitaciones de los
ashigaru se encontraban los templos y santuarios, los cuales constituían los
límites de la ciudad castillo. Justo a las afueras se encontraban los campos de
arroz.
Dentro del recinto amurallado, existía frecuentemente un
foso o niveles adicionales de muros que conducían al edificio principal: el
torreón. El torreón del castillo estaba hecho de madera pero quedaba
generalmente a salvo de las llamas porque era muy difícil llegar hasta él.
Tenía muchas plantas, con enormes techos curvados tan gráciles como las alas de
un pájaro, cubiertos de tejas blancas o azules. Escondidas entre las ventanas y
los muros había aberturas para las flechas y los mosquetes.
Dependiendo de su localización, los castillos japoneses
se pueden dividir en tres tipos:
-. Yamashiro o castillo de montaña: fue el tipo más
utilizado en tiempos de guerra que se caracterizaba por estar construido en la
cima de las montañas.
-. Hirashiro o castillo de planicie,construidos en medio de planicies o
llanuras siguiendo el modelo del Castillo Osaka, el primero construido de este
tipo.
-Hirayamashiro, construidos sobre colinas o montañas de poca altura.
La principal característica común a estos castillos era
que las torres de homenaje se encontraban en el punto más alto del área cerrada
del castillo, rodeada por una serie de empalizadas intercomunicadas. Muy
vistosas, con su apariencia de pagodas, dan un aire elegante y cuasi mágico a
estos castillos, más bien lo contrario que suelen inspirar las austeras y
generalmente siniestras torres de Europa.
En su interior, el castillo japonés era un laberinto de
patios, habitaciones y pasadizos construidos hábilmente de manera que el
invasor podía quedar atrapado en cada sección por un complicado sistema de
puertas. El término general empleado para referirse a los múltiples patios y
áreas cerradas formadas por este tipo de disposición se denomina kuruwa. Uno de
los aspectos a considerar en el momento de planificar la construcción de un
castillo era saber cómo esos kuruwa ayudarían en la defensa de la fortificación,
lo que generalmente era deseado basándose en la topografía del lugar. El área
central del kuruwa era la sección más importante en el aspecto defensivo, y se
denominaba hon maru o ciudadela interior. En el hon maru se localizaban el
tenshu kaku y otros edificios residenciales para el uso del daimyō. A su vez,
el segundo patio se denominaba ni no maru y el tercero san no maru. Aunque en
el caso de castillos de mayores proporciones se podían encontrar secciones
circundantes llamadas soto-guruwa o sōguruwa los estilos existentes están
definidos por la ubicación del honmaru:
-. Estilo Rinkaku: El hon maru está localizado en el
centro y los ni no maru y san no maru forman anillos concéntricos a su
alrededor.
-. Estilo Renkaku: El hon maru se ubica en el centro, con los ni no maru y san
no maru a los lados.
-. Estilo Hashigokaku: (aplicado prácticamente sólo a castillos de montaña), el
hon maru se localiza en un vértice, mientras que los ni no maru y san no maru
van descendiendo en forma de escalera.
En el centro de la fortaleza había lujosos apartamentos
donde vivían los señores con sus esposas e hijos. Otros pisos contenían las
habitaciones del trono, barracones para los soldados, habitaciones para el
servicio, despensas, etc.
Los sucesivos kuruwa y maru estaban divididos entre sí
por fosos, diques, muros de menor tamaño construidos sobre bases de piedra,
llamadas dobei y murallas de piedra, llamadas ishigaki. Las grandes bases de
piedra, que llegaban a alcanzar alturas de hasta cuarenta metros, constituían
los fundamentos del castillo. Dichas bases solían construirse según el diseño
del maru y los kuruwa, uniendo las bases con un diseño de cuña. Los muros,
hechos a base de yeso y rocas, solían tener aspilleras o hazama cuya función
era permitir a los defensores atacar a los sitiadores desde una posición
interior lo más protegida posible. Se utilizaban orificios circulares o
triangulares para arcabuces, y rectangulares para flechas. Las murallas del
castillo japonés carecían de almenado. Sus paramentos eran como los de un muro
normal corriente en el que solo se abrían aspilleras para permitir a los
tiradores de arcabuz y arco respectivamente disparar a cubierto. En un país
sometido a constantes lluvias, se remataban estas murallas con techumbres de
retama o de tejas para permitir a la guarnición combatir al resguardo del
aguacero de turno, lo que anulaba a los arcabuces y ponía las cosas difíciles a
los arqueros ya que sus armas perdían tensión con la humedad.
Estos muros tenían también una función estética, por lo
que eran pintados y adornados con hileras de árboles y arbustos.
Las murallas se pueden clasificar dependiendo de cómo
estas han sido acomodadas. En el estilo Ranzumi se utilizaban piedras de
distintos tamaños sin un patrón, mientras que en el estilo Nunozumi se usaban
aquellas de un tamaño similar que se alineaban a lo largo de la muralla.
Este complejo sistema amurallado requería de gran
cantidad de puertas y portones, llamados Mon de tipología muy variada aunque
todos poseían características en común: dos columnas (kagamibashira),
generalmente unidas a dos pilares (hikaebashira), conectadas por un dintel
(kabuki). El resto de los detalles arquitectónicos dependía de su posición,
función o necesidades defensivas. Carecían de otros dispositivos habituales en
Europa como los rastrillos, las puertas en recodo, con patio simple o doble,
etc. Si a eso unimos su construcción realizada con materiales especialmente
sensibles al fuego, ya podemos imaginar que vulnerar una de estas puertas era
bastante más fácil que la de un castillo Occidental.
Entre los distintos tipos de
portones destacan:
·
Yaguramon .- Contaban con una yagura ver mas abajo) arriba
para defender el acceso.
·
Yakuimon .- Con techos que cubrían tanto las columnas frontales como los
pilares traseros.
·
Koraimon .- Los pilares frontales y las puertas estaban cubiertas con
un techo independiente del que cubría los pilares traseros y las vigas de
apoyo. Este tipo de portones sustituyó al Yakuimon.
·
Munamon .- con un techado similar a la koraimon, pero
sin el techo extra.
·
Tonashimon .- Este estilo es prácticamente una koraimon pero
sin la puerta.
·
Kabukimon .- muy sencillo con dos pilares y una viga horizontal, con
puerta pero sin techo.
·
Heijūmon .- Tipo similar al kabukimon,
pero sin la viga horizontal.
·
Nagayamon .- el portón atravesaba grandes almacenes y bodegas de
alrededor de el.
·
Karamon .- Portón ornamental con un remate triangular
·
Uzumimon .- Se construían cortando una abertura en medio de un muro
de piedra.
·
Masugata .- Complejos de dos portones: un koraimon en el
exterior, y un yaguramon en el interior formando un ángulo
recto, y rodeadas de muros para crear un área cercada cuadrada.
Yagaumon
Karamon
Koraimon
Otro elemento indispensable en un
castillo son las torres, en japonés, yagura («almacén de flechas» que se emplea
genéricamente para designar las distintas torres) y en los castillos japoneses
existía una gran.
Por ejemplo, los pórticos
amurallados construidos en forma de atalayas o watari yagura o los tamon
yagura, edificios de un sólo piso construidos en forma de murallas sobre las
bases de piedra. Esta construcción, además de proporcionar una posición
defensiva, podía además establecerse como un centro de observación.
Los yagura también se clasificaban
(como no) dependiendo que se almacenara en ellos:
Teppō yagura (arcabuces),
Hata yagura (banderas),
Yari yagura (lanzas),
Shio yagura (sal),
Taiko yagura (en las que se
guardaba un tambor), o sus funciones:
Tsukimi yagura (para observar la
luna) e
Ido yagura, en donde se alojaba un
pozo.
Curiosamente, estas torres no tenían capacidad
de flanqueo. En vez de ser emplazadas en una posición saliente respecto a la
muralla, estaban ubicadas hacia dentro e incluso distribuidas por el interior
del recinto sin contacto alguno con los muros. Su misión era pues más bien de
atalaya y para hostigar al enemigo que permaneciera bajo su ángulo de tiro; o
sea, que si los atacantes lograban acercarse a la muralla, automáticamente
quedaban ocultos a los tiradores emplazados en las torres, quedando relegadas
en ese momento a atacar desde ella a los enemigos que lograran acceder al
interior del recinto. No obstante,
una andanada de flechas incendiarias o de mixturas inflamables contenidas en
vasijas podrían arrasar una de sus torres o la muralla sin muchas complicaciones. De ahí que
optaran por un peculiar sistema constructivo similar al usado en las torres de
las motas castrales europeas más primitivas. Dicho método consistía en clavar
postes a una distancia de unos dos metros de unos a otros tras lo cual se
tendían entre ellos hileras de cañas de bambú horizontales y verticales atadas
entre sí por ambas caras. A continuación se las cubría con un revoco a base de
arcilla y piedras trituradas y, finalmente, se encalaba. No obstante, el
mantenimiento que requería este tipo de muros era constante ya que aún en el
caso de que las lluvias o los terremotos no arruinaran el revoco, al menos cada
cuatro o cinco años era preciso renovarlo o, al menos, repararlo en diversas
zonas.
Por su color
negro, el Castillo de Matsumoto es conocido como el "Castillo del
Cuervo". Prefectura de Nagano
https://japonandmore.com/2019/09/30/20-mejores-castillos-japon/
Castillo
Toyama (Borogata)
Castillo de Inuyama. Prefectura de Aichi.
Uno de los aspectos defensivos más
importantes dentro de un castillo es su sistema de fosos o hori (De hecho, lo
único que se interponía entre los sitiadores y el castillo era el foso), muy
variados:
hakobori o con fondo en forma de «caja»,
yagenbori o con fondo en forma de «V»,
katayangenbori, con fondo recto cargado hacia
algunos de sus lados y
kenukibor, con fondo en forma de «U».
Era común encontrar estos fosos
llenos de agua llamados (mizuhori).Además se construían estructuras en el fondo
de los fosos a modo de muros, con la finalidad de reducir el ejército enemigo
que intentara cruzarlo, creando barreras adicionales que tendrían que sortear
los invasores, estaban compartimentados en todo su perímetro. Para cruzar el foso
disponían de un puente construido de madera.
Los principales daimyō para evitar ser asesinados por
ninjas de sus enemigos dotaron a sus castillos de todo tipo de medidas; el
Castillo Inuyama, por ejemplo, contaba con puertas corredizas en la parte
trasera de las habitaciones privadas, donde siempre se encontraban algunos
guardias preparados para atacar. En el Castillo Nijō de Kioto se diseñó un piso
especial llamado uguisubari o «piso del ruiseñor», en el que es prácticamente
imposible caminar sin que el piso rechine y emita un sonido parecido al canto
de esos pájaros, con lo que se alertaba de la existencia de un intruso en los
pasillos. A pesar de estas medias y de que los castillos eran construidos de
forma que los visitantes pudieran ser vigilados desde el momento en que
cruzaban la puerta exterior del complejo, fueron pocos los daimyō que no se
enfrentaron a intentos de asesinato, por lo que vivían rodeados de sus hombres
de mayor confianza, quienes no se separaban de su señor en ningún momento.
Takeda Shingen, un importante daimyō del período Sengoku, recomendó que aún en
la intimidad con la esposa, un daimyō debía tener una daga a mano.
Asaltar un castillo japonés era una larga y costosa
tarea. Los combates terminaban siendo normalmente salvajes y sangrientos. Los
ataques sorpresa resultaban difíciles de organizar porque los castillos solían
tener torres vigía, de manera que los guerreros tenían que transportar enormes
escalas a los muros exteriores o bien intentar hacer un túnel debajo de ellos.
A veces el mejor plan era simplemente bloquear los suministros y dejar que el
enemigo muriera de hambre.
Castillo Uwajima. Prefectura de
Ehime.
Los castillos japoneses vivieron varias etapas de
destrucción. Durante el shogunato Tokugawa se decretó una ley para limitar el
número de castillos que cada daimyō o señor feudal podía poseer, limitándose a
uno por feudo, por lo que muchos fueron destruidos. Después de la caída del
sistema shogunal y del regreso al poder del Emperador de Japón durante la
Restauración Meiji, nuevamente muchos castillos fueron destruidos y algunos
otros desmantelados, en un intento de romper con el pasado y modernizar el
país. Durante la Segunda Guerra Mundial muchos castillos fueron destruidos
durante los bombardeos en las regiones de la costa del Pacífico y sólo algunos
castillos ubicados en áreas remotas, como el Castillo Matsue o el Castillo
Matsumoto permanecieron intactos.
Castillo de Shuri. Prefectura de Okinawa.
Castillo
de Iwuamura. Prefectura de Gifu.
Castillo
de Nijo. Prefectura de Kioto.
EL SEPPUKU
Para salvar su honor y morir con una última muestra de
valor, desde al menos el siglo XII los guerreros japoneses se suicidaban
mediante un método llamado hara kiri.”El
camino del samurái es la muerte”, rezaba el código del samurái escrito por
Yamamoto Tsumemoto en el siglo XVII y no se refería tan sólo a la muerte del
guerrero en combate, sino también a su deber de suicidarse antes que aceptar la
rendición. Este rito se convertirá en una seña de identidad para la clase samurai. No hay otro rasgo del código
de conducta del guerrero japonés que haya hecho correr tanta tinta en Occidente
como el celebérrimo harakiri, el suicidio por honor pero en realidad, en
japonés se suele aludir a esta práctica como seppuku, y el término harakiri es infrecuente y Harakiri, como
Mikado, es una de esas palabras que se extendieron por Europa para hablar de lo
japonés y que no son en realidad habituales en el propio Japón.
El suicidio por lealtad o por deshonra no ha sido (ni es)
en la cultura japonesa exclusivo del guerrero. Desde muy antiguo, en Japón, se
practicaban diversos métodos de suicidio de honor, como arrojarse a las aguas
con la armadura puesta o tirarse del caballo con la espada en la boca. Pero el
más conocido e icónico fue, sin duda el llamado hara kiri o según el término
más formal, seppuku, rajarse el vientre con un puñal. Aunque seguramente surgió
con anterioridad, el primer caso documentado se remonta al siglo XII,
concretamente a 1180, cuando el septuagenario (74 años) samurái Minamoto
Yorimasa, al verse herido y acorralado al término de una batalla, se quitó la
vida de ese modo. Su reducida tropa estaba compuesta por un grupo de monjes
guerreros; herido y vencido, compuso un poema en el reverso de su abanico tras
lo cual, atravesándose el abdomen con su daga se suicidó a la manera
tradicional ordenando antes que hundiesen su cabeza en el río para que sus
enemigos no pudieran reclamarla. Durante siglos, Yorimasa fue recordado como un
modelo de compostura y de nobleza en la derrota, la más noble de las muertes
para un samurái. En el Japón feudal, la decisión de suicidarse puede explicarse
por el deseo de evitar la muerte que esperaba a los prisioneros, que podía
llegar a ser muy dolorosa (se practicaba la crucifixión), y además, evitar la
deshonra que ello suponía para el samurái y su clan. No obstante el suicidio
era un recurso excepcional, pues no era raro que los samuráis derrotados
pasaran a luchar bajo otra bandera si ello aseguraba la supervivencia de su linaje.
Puede resultar muy extraño a nuestros ojos que alguien
eligiera un método de suicidio tan doloroso como el seppuku, en el que el
samurái se evisceraba ejecutando un corte horizontal y otro vertical en el
estilo jumonji o “del número diez”,
por el ideograma que dibujaban los tajos. El objetivo era cortar los centros
nerviosos de la columna, lo que provocaba una larga agonía; por ello, aunque se
consideraba honroso inmolarse solo, se acostumbraba a emplear a un “segundo”,
el kaishakunin, para decapitar al
suicida tan pronto como se apuñalase. Por ello, un método tan brutal se
entendía en su sociedad como una suprema manifestación de coraje. Los japoneses
pensaban que en el bajo vientre residían el calor y el alma humanos y que,
abriéndolo, el suicida liberaba así su espíritu: en el término hara kiri, hara significa a la vez “vientre” y
“espíritu”, “coraje” y “determinación”. Obviamente, las circunstancias no
siempre permitían este elaborado procedimiento y a menudo se recurría solo al
wakizashi. Aparte de la derrota militar existían otros motivos por los que un
samurái decidía acudir al suicidio, de acuerdo con el concepto de honor o
bushido; podía ser una forma de expiar la culpa por un error (sokotsu-shi), de
hacer pública una animadversión (funshi) o de protestar por una decisión
injusta (kanshi). También para defender la propia inocencia (memboku) o
acompañar al señor en la muerte (junshi). Por otro lado, el seppuku obligatorio
podía dictarse por un tribunal como una modalidad de pena de muerte para el samurái,
pero había que tener cuidado: Hattori Ujinobi recuerda que hubo un condenado
“que tomó la espada del inspector e hirió a multitud de personas”.
En el año 1701, el soghún planeaba
recibir en su castillo a tres embajadores del emperador de Japón que
presentarían los saludos de Año Nuevo. Sería una ocasión formal que requeriría
ceremonias elaboradas. El soghún encargó al noble Asano que encabezase las ceremonias,
pero este, que era de la provinciana ciudad de Ako, no estaba familiarizado con
las intrincadas costumbres de la corte. De forma que tendría que depender de
los consejos del Maestro de protocolo de la corte del sogún, Kira Yoshinaka. El
noble Asano envió a Kira regalos en pago por su ayuda. Kira no estaba
satisfecho con dichos presentes pero no dijo nada. En su lugar, fingió querer
ayudar pero en realidad ignoraría al noble Asano, o peor aún, le diría algo
equivocado. Así, el noble al llegar a la corte vestido con pantalón corto, tal
y como Kira le había aconsejado, se encontró con que todos llevaban
pantalón largo.
El noble Asano intentó hacerlo
lo mejor que pudo pero, en la ceremonia de despedida, quedó profundamente
avergonzado al colocarse en el lugar erróneo. Kira no le estaba ayudando.
Encolerizado, Asano lanzó su wakizashi (una espada más corta que la katana que
era utilizada en tareas tales como decapitar al enemigo o realizar el seppuku)
y le hizo un corte a Kira en la frente. El sogún se puso furioso: incluso sacar
un arma en la corte era una grave ofensa. Ordenó al noble Asano realizar la
ceremonia del seppuku. El noble escribió su poema de despedida y se suicidió.
Sus tierras fueron confiscadas y sus 47 samuráis se convirtieron en ronins. Los
47 juraron que vengarían la muerte de su señor, a pesar de que sabían que el
sogún también les ordenaría que se suicidasen si lograban matar a Kira. Pero
para un samurái la vida es corta, como un cerezo, florece para marchitarse
después. El honor es más importante. Durante dos años, los ronins fingían llevar vidas disolutas, emborrachándose de taberna
en taberna y malgastando el tiempo en mujeres. Una noche en que nevaba, vestidos con una armadura que
habían fabricado en secreto, los 47 ronins se colaron en la mansión de Kira y
le cortaron la cabeza. Envolviendo su truculento trofeo en un paño blanco, lo
depositaron sobre la tumba del noble Asano con un mensaje que reclamaba su
autoría. Tal y como esperaban, el sogún ordenó su suicidio. Y en 1703, los ronins
llevaron a cabo su orden.La gente de
Japón declaró a los 47 ronins héroes y fueron enterrados cerca de su señor,
Asano. Todavía vivirían algunos testigos de la venganza de los guerreros de
Asano cuando se estrenaba la primera de las muchas obras de ficción inspiradas
en el episodio de los cuarenta y siete samurai que habrían de sucederse a lo
largo de los siglos. Se trata de Kanadehon Chushingura, una obra de teatro para
marionetas. Para no herir susceptibilidades, los autores del drama situaron la
acción mucho tiempo atrás, a principios del shogunato Muromachi, y cambiaron
los nombres de los protagonistas. Ese mismo año, 1748, apareció también una
versión de la obra para teatro kabuki. Todavía hoy la gente visita su tumba y
su historia es contada en libros, obras de teatro y películas.
El diplomático inglés Freeman-Mitford, que presenció en
1868 un seppuku obligatorio, dejó una descripción muy detallada del mismo: la
escena tuvo lugar en un jardín cerrado, donde el samurái que iba a inmolarse
iba vestido de blanco, como los peregrinos o los difuntos, y acompañado del
kaishakunin, normalmente un amigo o sirviente de confianza (aunque podía ser
designado por las autoridades cuando el seppuku era aplicado como pena de
muerte). En este caso, un oficial leía la sentencia y después se permitía al
reo pronunciar un alegato terminado el cual el reo se sentaba y un asistente le
ofrecía el arma: el wakizashi, un sable corto (a menudo desmontado para hacerlo
más manejable, de modo que se empuñaba directamente por la hoja envuelta en una
tela) o bien el tanto o puñal. Tras escribir un poema de despedida, se abría el
vestido, tomaba el arma e iniciaba el ritual: “tomó el puñal ante sí; lo miró
melancólicamente, casi afectuosamente; por un momento parecía que había reunido
sus pensamientos por última vez y entonces, apuñalándose profundamente bajo el
vientre en el costado izquierdo, desplazó el puñal lentamente hacia el costado
derecho y, llevándolo hacia arriba, efectuó un leve corte hacia lo alto.
Durante esta enfermizamente dolorosa operación nunca movió un músculo de la
cara”. A continuación, el kaishakunin “se irguió tras el samurái”, de cara al
sol o la luna para no revelar su sombra, “desenvainó y lo decapitó de un solo
golpe”. Luego limpió su arma y se inclinó. En la ceremonia del seppuku, el reo
podía saltarse el primer paso y en lugar de apuñalarse se le ofrecía una
simbólica daga de madera. Tras el ritual, la cabeza del muerto era presentada a
los oficiales y tras limpiarla la enviaban a la familia del suicida para que le
diera sepultura.
El seppuku se realizaba mediante un ritual perfectamente
codificado que no sólo se aplicó hasta el final de la historia de los samuráis,
en 1871, ya que sabemos que las tropas japonesas utilizaron este ritual hasta
el final de la Segunda Guerra Mundial. El emperador Mutsuhito, embarcado en la
modernización del país, creó un ejército al modo occidental y suprimió la
antigua casta guerrera en 1871. El atuendo kamishimo y el peinado chonmage
quedaron abolidos y se prohibió llevar katana. Muchos guerreros se resignaron;
otros prefirieron suicidarse antes de cortarse la coleta. Pero la suerte estaba
echada. Cuando Mutsuhito murió en el año 1912, el fiel conde Nogi, tutor de su
nieto el joven príncipe Hirohito y general del nuevo ejército japonés, decidió
seguir a su señor y, aun en contra de su imperial voluntad, cometió seppuku. En
1944 el espíritu samurái resurgió en forma de kamikazes que intentaban frenar
el avance norteamericano sobre sus islas. Como sabemos, todo fue inútil y aquel
viento divino terminó por estrellarse contra el acero blindado de los buques
aliados. Y aunque el guerrero japonés y su código de honor siguen
protagonizando novelas, tebeos y películas, lo cierto es que hoy en día solo
llevan peinados de tipo chonmage los luchadores de sumo.
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