jueves, 2 de julio de 2020

CASTILLOS   DEL  JAPÓN  FEUDAL

  Y  EL

  SEPPUKU

Castillo de Kumamoto. Prefectura de Kumamoto

Los castillos del Japón feudal eran lo suficientemente espaciosos como para albergar al señor o daimio y su familia junto a la totalidad de su ejército samurái. Como sucede con este tipo de fortificaciones por todo el mundo, vigilaban lugares estratégicos o importantes como puertos, ríos, o caminos y casi siempre tenían en cuenta las características físicas del lugar para su mejor defensa.

Eran fortificaciones construidas inicialmente en madera que fueron evolucionando progresivamente, sustituyendo la madera por la piedra hasta las formas más conocidas que surgieron a finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, siguiendo el ejemplo del Castillo Azuchi, construido por Oda Nobunaga (el primero de su tipo que utilizó la piedra en el basamento del castillo, haciéndolo más resistente). Normalmente estaban construidos sobre una colina, que podía ser natural o artificial, hecha por el hombre. Los cimientos estaban construidos en piedra y formaban muros empinados e irregulares. Esto servía para proteger los castillos de los terremotos, pero los hacía también más fáciles de escalar. Las lluvias torrenciales y los constantes terremotos que padecían les obligaba a tener especial cuidado a la hora de preservar la consistencia del terreno donde edificaban sus castillos, haciendo uso de tepe y dejando sin talar los árboles que crecían en las laderas de la colina a fin de sustentar el terreno. Esta serie de inconvenientes insalvables obligaba a que las estructuras defensivas fuesen muy ligeras, intentando en todo momento aliviar al máximo el peso de las torres que, en muchos casos, se limitaban a ser simples armazones prácticamente desprovistos de elementos de defensa para sus ocupantes los cuales a veces se veían luchando literalmente a pecho descubierto.



A diferencia de Europa, donde la utilización de armas de fuego en los combates marcó el final de la existencia de los castillos, en Japón nunca se desarrolló la artillería, por lo que los castillos sólo se reforzaron pensando en resistir los disparos de arcabuz y las cargas de caballería. También a diferencia de otras regiones, en Japón no se desarrolló completamente la construcción en piedra, por lo que esta únicamente fue utilizada en las bases y no en la construcción de castillos, los cuales eran básicamente de madera. Otro aspecto a resaltar es que, aunque desde el exterior los complejos pueden verse similares, ya que ambos seguían el modelo de la mota castral, los castillos japoneses contenían edificios completamente autóctonos en su interior. Mientras que en el siglo XI las motas castrales europeas ya se construían enteramente de piedra, en pleno siglo XV aún seguían en el Japón con sus empalizadas y sus torres de madera que, además, eran muy vulnerables al fuego como podemos suponer.

Por su forma y color, el Castillo de Himeji es conocido como el "Castillo de la Garza Blanca".


En 1591, en pleno apogeo del típico castillo japonés, Toyotomi Hideyoshi decretó el «Edicto de Separación», en virtud del cual se buscaba separar formalmente a los samuráis de los campesinos. Este edicto afectó a la organización de las ciudades castillo ya que mientras los soldados vivían dentro, el resto de la población debía permanecer fuera de la fortaleza. En una sociedad tan jerarquizada como la japonesa era de suma importancia el rango que se ocupaba dentro del clan, pues cuanto más arriba se estuviera, más cerca se encontrarían las habitaciones propias de la torre del homenaje, donde residía el señor. Los sirvientes más antiguos, o karō, quedaban fuera de la torre principal y ya fuera del recinto, los soldados ashigaru, sólo protegidos por fosos o muros de tierra. Entre los ashigaru y los karō se encontraban los artesanos y mercaderes. Fuera del anillo formado por las habitaciones de los ashigaru se encontraban los templos y santuarios, los cuales constituían los límites de la ciudad castillo. Justo a las afueras se encontraban los campos de arroz.

Dentro del recinto amurallado, existía frecuentemente un foso o niveles adicionales de muros que conducían al edificio principal: el torreón. El torreón del castillo estaba hecho de madera pero quedaba generalmente a salvo de las llamas porque era muy difícil llegar hasta él. Tenía muchas plantas, con enormes techos curvados tan gráciles como las alas de un pájaro, cubiertos de tejas blancas o azules. Escondidas entre las ventanas y los muros había aberturas para las flechas y los mosquetes.

Dependiendo de su localización, los castillos japoneses se pueden dividir en tres tipos:

-. Yamashiro o castillo de montaña: fue el tipo más utilizado en tiempos de guerra que se caracterizaba por estar construido en la cima de las montañas.


-. Hirashiro o castillo de planicie,construidos en medio de planicies o llanuras siguiendo el modelo del Castillo Osaka, el primero construido de este tipo.


-Hirayamashiro, construidos sobre colinas o montañas de poca altura.

La principal característica común a estos castillos era que las torres de homenaje se encontraban en el punto más alto del área cerrada del castillo, rodeada por una serie de empalizadas intercomunicadas. Muy vistosas, con su apariencia de pagodas, dan un aire elegante y cuasi mágico a estos castillos, más bien lo contrario que suelen inspirar las austeras y generalmente siniestras torres de Europa.


En su interior, el castillo japonés era un laberinto de patios, habitaciones y pasadizos construidos hábilmente de manera que el invasor podía quedar atrapado en cada sección por un complicado sistema de puertas. El término general empleado para referirse a los múltiples patios y áreas cerradas formadas por este tipo de disposición se denomina kuruwa. Uno de los aspectos a considerar en el momento de planificar la construcción de un castillo era saber cómo esos kuruwa ayudarían en la defensa de la fortificación, lo que generalmente era deseado basándose en la topografía del lugar. El área central del kuruwa era la sección más importante en el aspecto defensivo, y se denominaba hon maru o ciudadela interior.​ En el hon maru se localizaban el tenshu kaku y otros edificios residenciales para el uso del daimyō.​ A su vez, el segundo patio se denominaba ni no maru y el tercero san no maru. ​ Aunque en el caso de castillos de mayores proporciones se podían encontrar secciones circundantes llamadas soto-guruwa o sōguruwa​ los estilos existentes están definidos por la ubicación del honmaru:

-. Estilo Rinkaku: El hon maru está localizado en el centro y los ni no maru y san no maru forman anillos concéntricos a su alrededor.


-. Estilo Renkaku: El hon maru se ubica en el centro, con los ni no maru y san no maru a los lados.


-. Estilo Hashigokaku: (aplicado prácticamente sólo a castillos de montaña), el hon maru se localiza en un vértice, mientras que los ni no maru y san no maru van descendiendo en forma de escalera.


En el centro de la fortaleza había lujosos apartamentos donde vivían los señores con sus esposas e hijos. Otros pisos contenían las habitaciones del trono, barracones para los soldados, habitaciones para el servicio, despensas, etc.

Los sucesivos kuruwa y maru estaban divididos entre sí por fosos, diques, muros de menor tamaño construidos sobre bases de piedra, llamadas dobei y murallas de piedra, llamadas ishigaki.​ Las grandes bases de piedra, que llegaban a alcanzar alturas de hasta cuarenta metros, constituían los fundamentos del castillo. Dichas bases solían construirse según el diseño del maru y los kuruwa, uniendo las bases con un diseño de cuña. Los muros, hechos a base de yeso y rocas, solían tener aspilleras o hazama cuya función era permitir a los defensores atacar a los sitiadores desde una posición interior lo más protegida posible. Se utilizaban orificios circulares o triangulares para arcabuces, y rectangulares para flechas.​ Las murallas del castillo japonés carecían de almenado. Sus paramentos eran como los de un muro normal corriente en el que solo se abrían aspilleras para permitir a los tiradores de arcabuz y arco respectivamente disparar a cubierto. En un país sometido a constantes lluvias, se remataban estas murallas con techumbres de retama o de tejas para permitir a la guarnición combatir al resguardo del aguacero de turno, lo que anulaba a los arcabuces y ponía las cosas difíciles a los arqueros ya que sus armas perdían tensión con la humedad.

Estos muros tenían también una función estética, por lo que eran pintados y adornados con hileras de árboles y arbustos.​

Las murallas se pueden clasificar dependiendo de cómo estas han sido acomodadas. En el estilo Ranzumi se utilizaban piedras de distintos tamaños sin un patrón, mientras que en el estilo Nunozumi se usaban aquellas de un tamaño similar que se alineaban a lo largo de la muralla.

Este complejo sistema amurallado requería de gran cantidad de puertas y portones, llamados Mon de tipología muy variada aunque todos poseían características en común: dos columnas (kagamibashira), generalmente unidas a dos pilares (hikaebashira), conectadas por un dintel (kabuki). El resto de los detalles arquitectónicos dependía de su posición, función o necesidades defensivas. Carecían de otros dispositivos habituales en Europa como los rastrillos, las puertas en recodo, con patio simple o doble, etc. Si a eso unimos su construcción realizada con materiales especialmente sensibles al fuego, ya podemos imaginar que vulnerar una de estas puertas era bastante más fácil que la de un castillo Occidental.

Entre los distintos tipos de portones destacan:

·         Yaguramon .- Contaban con una yagura  ver mas abajo) arriba para defender el acceso.

·         Yakuimon .- Con techos que cubrían tanto las columnas frontales como los pilares traseros.

·         Koraimon .- Los pilares frontales y las puertas estaban cubiertas con un techo independiente del que cubría los pilares traseros y las vigas de apoyo. Este tipo de portones sustituyó al Yakuimon.

·         Munamon .- con un techado similar a la koraimon, pero sin el techo extra.

·         Tonashimon .- Este estilo es prácticamente una koraimon pero sin la puerta.

·         Kabukimon .- muy sencillo con dos pilares y una viga horizontal, con puerta pero sin techo.

·         Heijūmon .- Tipo similar al kabukimon, pero sin la viga horizontal.

·         Nagayamon .- el portón atravesaba grandes almacenes y bodegas de alrededor de el.

·         Karamon .- Portón ornamental con un remate triangular

·         Uzumimon .- Se construían cortando una abertura en medio de un muro de piedra.

·         Masugata .- Complejos de dos portones: un koraimon en el exterior, y un yaguramon en el interior formando un ángulo recto, y rodeadas de muros para crear un área cercada cuadrada.


Yagaumon

Karamon

Koraimon

Otro elemento indispensable en un castillo son las torres, en japonés, yagura («almacén de flechas» que se emplea genéricamente para designar las distintas torres) y en los castillos japoneses existía una gran.

Por ejemplo, los pórticos amurallados construidos en forma de atalayas o watari yagura o los tamon yagura, edificios de un sólo piso construidos en forma de murallas sobre las bases de piedra. Esta construcción, además de proporcionar una posición defensiva, podía además establecerse como un centro de observación.​

 

Los yagura también se clasificaban (como no) dependiendo que se almacenara en ellos:


Teppō yagura (arcabuces),

Hata yagura (banderas),

Yari yagura (lanzas),

Shio yagura (sal),

Taiko yagura (en las que se guardaba un tambor), o sus funciones:

Tsukimi yagura (para observar la luna) e

Ido yagura, en donde se alojaba un pozo.

 

 Curiosamente, estas torres no tenían capacidad de flanqueo. En vez de ser emplazadas en una posición saliente respecto a la muralla, estaban ubicadas hacia dentro e incluso distribuidas por el interior del recinto sin contacto alguno con los muros. Su misión era pues más bien de atalaya y para hostigar al enemigo que permaneciera bajo su ángulo de tiro; o sea, que si los atacantes lograban acercarse a la muralla, automáticamente quedaban ocultos a los tiradores emplazados en las torres, quedando relegadas en ese momento a atacar desde ella a los enemigos que lograran acceder al interior del recinto. No obstante, una andanada de flechas incendiarias o de mixturas inflamables contenidas en vasijas podrían arrasar una de sus torres o la muralla sin muchas complicaciones. De ahí que optaran por un peculiar sistema constructivo similar al usado en las torres de las motas castrales europeas más primitivas. Dicho método consistía en clavar postes a una distancia de unos dos metros de unos a otros tras lo cual se tendían entre ellos hileras de cañas de bambú horizontales y verticales atadas entre sí por ambas caras. A continuación se las cubría con un revoco a base de arcilla y piedras trituradas y, finalmente, se encalaba. No obstante, el mantenimiento que requería este tipo de muros era constante ya que aún en el caso de que las lluvias o los terremotos no arruinaran el revoco, al menos cada cuatro o cinco años era preciso renovarlo o, al menos, repararlo en diversas zonas.


Por su color negro, el Castillo de Matsumoto es conocido como el "Castillo del Cuervo". Prefectura de Nagano

https://japonandmore.com/2019/09/30/20-mejores-castillos-japon/

Castillo Toyama (Borogata)


Castillo de Inuyama. Prefectura de Aichi.

 

Uno de los aspectos defensivos más importantes dentro de un castillo es su sistema de fosos o hori (De hecho, lo único que se interponía entre los sitiadores y el castillo era el foso), muy variados:


 hakobori o con fondo en forma de «caja»,

 yagenbori o con fondo en forma de «V»,

 katayangenbori, con fondo recto cargado hacia algunos de sus lados y

 kenukibor, con fondo en forma de «U».

 

Era común encontrar estos fosos llenos de agua llamados (mizuhori).Además se construían estructuras en el fondo de los fosos a modo de muros, con la finalidad de reducir el ejército enemigo que intentara cruzarlo, creando barreras adicionales que tendrían que sortear los invasores, estaban compartimentados en todo su perímetro. Para cruzar el foso disponían de un puente construido de madera.

 

Los principales daimyō para evitar ser asesinados por ninjas de sus enemigos dotaron a sus castillos de todo tipo de medidas;​ el Castillo Inuyama, por ejemplo, contaba con puertas corredizas en la parte trasera de las habitaciones privadas, donde siempre se encontraban algunos guardias preparados para atacar. En el Castillo Nijō de Kioto se diseñó un piso especial llamado uguisubari o «piso del ruiseñor», en el que es prácticamente imposible caminar sin que el piso rechine y emita un sonido parecido al canto de esos pájaros, con lo que se alertaba de la existencia de un intruso en los pasillos. A pesar de estas medias y de que los castillos eran construidos de forma que los visitantes pudieran ser vigilados desde el momento en que cruzaban la puerta exterior del complejo, fueron pocos los daimyō que no se enfrentaron a intentos de asesinato, por lo que vivían rodeados de sus hombres de mayor confianza, quienes no se separaban de su señor en ningún momento. Takeda Shingen, un importante daimyō del período Sengoku, recomendó que aún en la intimidad con la esposa, un daimyō debía tener una daga a mano.

Asaltar un castillo japonés era una larga y costosa tarea. Los combates terminaban siendo normalmente salvajes y sangrientos. Los ataques sorpresa resultaban difíciles de organizar porque los castillos solían tener torres vigía, de manera que los guerreros tenían que transportar enormes escalas a los muros exteriores o bien intentar hacer un túnel debajo de ellos. A veces el mejor plan era simplemente bloquear los suministros y dejar que el enemigo muriera de hambre.

Castillo Uwajima. Prefectura de Ehime.

Los castillos japoneses vivieron varias etapas de destrucción. Durante el shogunato Tokugawa se decretó una ley para limitar el número de castillos que cada daimyō o señor feudal podía poseer, limitándose a uno por feudo, por lo que muchos fueron destruidos. Después de la caída del sistema shogunal y del regreso al poder del Emperador de Japón durante la Restauración Meiji, nuevamente muchos castillos fueron destruidos y algunos otros desmantelados, en un intento de romper con el pasado y modernizar el país. Durante la Segunda Guerra Mundial muchos castillos fueron destruidos durante los bombardeos en las regiones de la costa del Pacífico y sólo algunos castillos ubicados en áreas remotas, como el Castillo Matsue o el Castillo Matsumoto permanecieron intactos.

Castillo de Shuri. Prefectura de Okinawa.

Castillo de Iwuamura. Prefectura de Gifu.

Castillo de Nijo. Prefectura de Kioto.


EL SEPPUKU


Para salvar su honor y morir con una última muestra de valor, desde al menos el siglo XII los guerreros japoneses se suicidaban mediante un método llamado hara kiri.”El camino del samurái es la muerte”, rezaba el código del samurái escrito por Yamamoto Tsumemoto en el siglo XVII y no se refería tan sólo a la muerte del guerrero en combate, sino también a su deber de suicidarse antes que aceptar la rendición. Este rito se convertirá en una seña de identidad para la clase samurai. No hay otro rasgo del código de conducta del guerrero japonés que haya hecho correr tanta tinta en Occidente como el celebérrimo harakiri, el suicidio por honor pero en realidad, en japonés se suele aludir a esta práctica como seppuku, y el término harakiri es infrecuente y Harakiri, como Mikado, es una de esas palabras que se extendieron por Europa para hablar de lo japonés y que no son en realidad habituales en el propio Japón.

El suicidio por lealtad o por deshonra no ha sido (ni es) en la cultura japonesa exclusivo del guerrero. Desde muy antiguo, en Japón, se practicaban diversos métodos de suicidio de honor, como arrojarse a las aguas con la armadura puesta o tirarse del caballo con la espada en la boca. Pero el más conocido e icónico fue, sin duda el llamado hara kiri o según el término más formal, seppuku, rajarse el vientre con un puñal. Aunque seguramente surgió con anterioridad, el primer caso documentado se remonta al siglo XII, concretamente a 1180, cuando el septuagenario (74 años) samurái Minamoto Yorimasa, al verse herido y acorralado al término de una batalla, se quitó la vida de ese modo. Su reducida tropa estaba compuesta por un grupo de monjes guerreros; herido y vencido, compuso un poema en el reverso de su abanico tras lo cual, atravesándose el abdomen con su daga se suicidó a la manera tradicional ordenando antes que hundiesen su cabeza en el río para que sus enemigos no pudieran reclamarla. Durante siglos, Yorimasa fue recordado como un modelo de compostura y de nobleza en la derrota, la más noble de las muertes para un samurái. En el Japón feudal, la decisión de suicidarse puede explicarse por el deseo de evitar la muerte que esperaba a los prisioneros, que podía llegar a ser muy dolorosa (se practicaba la crucifixión), y además, evitar la deshonra que ello suponía para el samurái y su clan. No obstante el suicidio era un recurso excepcional, pues no era raro que los samuráis derrotados pasaran a luchar bajo otra bandera si ello aseguraba la supervivencia de su linaje.

Puede resultar muy extraño a nuestros ojos que alguien eligiera un método de suicidio tan doloroso como el seppuku, en el que el samurái se evisceraba ejecutando un corte horizontal y otro vertical en el estilo jumonji o “del número diez”, por el ideograma que dibujaban los tajos. El objetivo era cortar los centros nerviosos de la columna, lo que provocaba una larga agonía; por ello, aunque se consideraba honroso inmolarse solo, se acostumbraba a emplear a un “segundo”, el kaishakunin, para decapitar al suicida tan pronto como se apuñalase. Por ello, un método tan brutal se entendía en su sociedad como una suprema manifestación de coraje. Los japoneses pensaban que en el bajo vientre residían el calor y el alma humanos y que, abriéndolo, el suicida liberaba así su espíritu: en el término hara kiri, hara significa a la vez “vientre” y “espíritu”, “coraje” y “determinación”. Obviamente, las circunstancias no siempre permitían este elaborado procedimiento y a menudo se recurría solo al wakizashi. Aparte de la derrota militar existían otros motivos por los que un samurái decidía acudir al suicidio, de acuerdo con el concepto de honor o bushido; podía ser una forma de expiar la culpa por un error (sokotsu-shi), de hacer pública una animadversión (funshi) o de protestar por una decisión injusta (kanshi). También para defender la propia inocencia (memboku) o acompañar al señor en la muerte (junshi). Por otro lado, el seppuku obligatorio podía dictarse por un tribunal como una modalidad de pena de muerte para el samurái, pero había que tener cuidado: Hattori Ujinobi recuerda que hubo un condenado “que tomó la espada del inspector e hirió a multitud de personas”.


En el año 1701, el soghún planeaba recibir en su castillo a tres embajadores del emperador de Japón que presentarían los saludos de Año Nuevo. Sería una ocasión formal que requeriría ceremonias elaboradas. El soghún encargó al noble Asano que encabezase las ceremonias, pero este, que era de la provinciana ciudad de Ako, no estaba familiarizado con las intrincadas costumbres de la corte. De forma que tendría que depender de los consejos del Maestro de protocolo de la corte del sogún, Kira Yoshinaka. El noble Asano envió a Kira regalos en pago por su ayuda. Kira no estaba satisfecho con dichos presentes pero no dijo nada. En su lugar, fingió querer ayudar pero en realidad ignoraría al noble Asano, o peor aún, le diría algo equivocado. Así, el noble al llegar a la corte vestido con pantalón corto, tal y como Kira le había aconsejado, se encontró con que todos llevaban pantalón largo. El noble Asano intentó hacerlo lo mejor que pudo pero, en la ceremonia de despedida, quedó profundamente avergonzado al colocarse en el lugar erróneo. Kira no le estaba ayudando. Encolerizado, Asano lanzó su wakizashi (una espada más corta que la katana que era utilizada en tareas tales como decapitar al enemigo o realizar el seppuku) y le hizo un corte a Kira en la frente. El sogún se puso furioso: incluso sacar un arma en la corte era una grave ofensa. Ordenó al noble Asano realizar la ceremonia del seppuku. El noble escribió su poema de despedida y se suicidió. Sus tierras fueron confiscadas y sus 47 samuráis se convirtieron en ronins. Los 47 juraron que vengarían la muerte de su señor, a pesar de que sabían que el sogún también les ordenaría que se suicidasen si lograban matar a Kira. Pero para un samurái la vida es corta, como un cerezo, florece para marchitarse después. El honor es más importante. Durante dos años, los ronins fingían llevar vidas disolutas, emborrachándose de taberna en taberna y malgastando el tiempo en mujeres. Una noche en que nevaba, vestidos con una armadura que habían fabricado en secreto, los 47 ronins se colaron en la mansión de Kira y le cortaron la cabeza. Envolviendo su truculento trofeo en un paño blanco, lo depositaron sobre la tumba del noble Asano con un mensaje que reclamaba su autoría. Tal y como esperaban, el sogún ordenó su suicidio. Y en 1703, los ronins llevaron a cabo su orden.La gente de Japón declaró a los 47 ronins héroes y fueron enterrados cerca de su señor, Asano. Todavía vivirían algunos testigos de la venganza de los guerreros de Asano cuando se estrenaba la primera de las muchas obras de ficción inspiradas en el episodio de los cuarenta y siete samurai que habrían de sucederse a lo largo de los siglos. Se trata de Kanadehon Chushingura, una obra de teatro para marionetas. Para no herir susceptibilidades, los autores del drama situaron la acción mucho tiempo atrás, a principios del shogunato Muromachi, y cambiaron los nombres de los protagonistas. Ese mismo año, 1748, apareció también una versión de la obra para teatro kabuki. Todavía hoy la gente visita su tumba y su historia es contada en libros, obras de teatro y películas.

 

El diplomático inglés Freeman-Mitford, que presenció en 1868 un seppuku obligatorio, dejó una descripción muy detallada del mismo: la escena tuvo lugar en un jardín cerrado, donde el samurái que iba a inmolarse iba vestido de blanco, como los peregrinos o los difuntos, y acompañado del kaishakunin, normalmente un amigo o sirviente de confianza (aunque podía ser designado por las autoridades cuando el seppuku era aplicado como pena de muerte). En este caso, un oficial leía la sentencia y después se permitía al reo pronunciar un alegato terminado el cual el reo se sentaba y un asistente le ofrecía el arma: el wakizashi, un sable corto (a menudo desmontado para hacerlo más manejable, de modo que se empuñaba directamente por la hoja envuelta en una tela) o bien el tanto o puñal. Tras escribir un poema de despedida, se abría el vestido, tomaba el arma e iniciaba el ritual: “tomó el puñal ante sí; lo miró melancólicamente, casi afectuosamente; por un momento parecía que había reunido sus pensamientos por última vez y entonces, apuñalándose profundamente bajo el vientre en el costado izquierdo, desplazó el puñal lentamente hacia el costado derecho y, llevándolo hacia arriba, efectuó un leve corte hacia lo alto. Durante esta enfermizamente dolorosa operación nunca movió un músculo de la cara”. A continuación, el kaishakunin “se irguió tras el samurái”, de cara al sol o la luna para no revelar su sombra, “desenvainó y lo decapitó de un solo golpe”. Luego limpió su arma y se inclinó. En la ceremonia del seppuku, el reo podía saltarse el primer paso y en lugar de apuñalarse se le ofrecía una simbólica daga de madera. Tras el ritual, la cabeza del muerto era presentada a los oficiales y tras limpiarla la enviaban a la familia del suicida para que le diera sepultura.


El seppuku se realizaba mediante un ritual perfectamente codificado que no sólo se aplicó hasta el final de la historia de los samuráis, en 1871, ya que sabemos que las tropas japonesas utilizaron este ritual hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. El emperador Mutsuhito, embarcado en la modernización del país, creó un ejército al modo occidental y suprimió la antigua casta guerrera en 1871. El atuendo kamishimo y el peinado chonmage quedaron abolidos y se prohibió llevar katana. Muchos guerreros se resignaron; otros prefirieron suicidarse antes de cortarse la coleta. Pero la suerte estaba echada. Cuando Mutsuhito murió en el año 1912, el fiel conde Nogi, tutor de su nieto el joven príncipe Hirohito y general del nuevo ejército japonés, decidió seguir a su señor y, aun en contra de su imperial voluntad, cometió seppuku. En 1944 el espíritu samurái resurgió en forma de kamikazes que intentaban frenar el avance norteamericano sobre sus islas. Como sabemos, todo fue inútil y aquel viento divino terminó por estrellarse contra el acero blindado de los buques aliados. Y aunque el guerrero japonés y su código de honor siguen protagonizando novelas, tebeos y películas, lo cierto es que hoy en día solo llevan peinados de tipo chonmage los luchadores de sumo.












 













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