EL TEMIBLE GALEÓN ESPAÑOL
Y
LOS DRAGONES DE CUERA
A principios del siglo XVI muchos eran los soberanos
europeos que habían confirmado sus sospechas sobre las tierras a las que había
llegado Cristóbal Colón no hacía muchos años en el lejano Occidente; estas no
eran unas cuantas islas, sin duda era un nuevo gran continente, “nuevo” desde
el punto de vista de los europeos del siglo XVI, claro está. La introducción a
la Cosmografía de Ptolomeo, publicada por la Academia del Vosgo, recogía la
opinión en tal sentido del navegante florentino Americo Vespucio. España
no podía mantener por más tiempo el secreto acerca de sus nuevas posesiones
allende los mares y las noticias sobre la abundancia de oro, plata y
perlas que llegaban a Sevilla, se difundían por toda Europa. Aunque en este
momento la ruta hacia las Indias seguía siendo desconocida y la Corona española
mantenía las cartas de navegación a buen recaudo, se habían abierto de par en
par las puertas de la ambición y la codicia. El triángulo formado por la
península Ibérica, las islas Canarias y el archipiélago de las Azores se
convirtió en terreno propicio de piratas y corsarios para la caza de los buques
que transportaban estas riquezas, las supuestas y las reales. La historiografía
inglesa ha insistido machaconamente en repetir que la actividad pirata fue un constante
quebradero de problemas, con corsarios como Francis Drake o John
Hawkins a la cabeza, de las mercancías del Nuevo Mundo a España. Así, según la
imagen todavía presente en el cine y en la literatura, la corona española
estaba desesperada ante los ataques piratas, fomentados por la Monarquía
Inglesa y otros reinos europeos. Sin embargo, la realidad dista mucho de esta
visión; las cifras de barcos que llegaron a puerto desdicen claramente esta
versión romántica y falseada de la historia y la Flota de Indias se reveló como
un sólido sistema casi sin fisuras.
El galeón será la respuesta española a esta nueva
situación, un buque que surgió por la necesidad de la Corona de un navío que
compartiera la capacidad de carga de la nao con la velocidad y maniobrabilidad
de la carabela, con el objetivo de explorar y comerciar con las Indias
recientemente descubiertas y que podía ser igualmente usada para el comercio o
como buque de guerra. Será el rey de los mares durante dos siglos. Era un buque
más largo y estrecho que la nao y más corto y ancho en proporción que una
galera, generalmente de menos de 500 t, aunque algunos como los galeones de
Manila podían alcanzar las 2000 t y en la Gran Armada de 1588 contra Inglaterra
participaron tres grandes galeones portugueses de 1000 t y 8 de unas 800 t. La
construcción en España se centró en la costa atlántica, (principalmente en
Cantabria y Vizcaya) y en Cádiz y posteriormente también en Lisboa. La costa
mediterránea, que había sido la principal suministradora de embarcaciones
durante la época de las galeras perdió importancia paulatinamente y se dedicó a
la construcción de embarcaciones menores. A partir de 1610 se inicia la
construcción en el Caribe, sobre todo en la Habana cuyos astilleros se
distinguieron pronto por el acceso a maderas tropicales como la caoba. Los
galeones se construían al principio con maderas nativas europeas, ya que las
maderas tropicales, de cualidades superiores, aún no se habían ensayado para la
construcción naval en Europa. Generalmente se usaba roble para la quilla, las
cuadernas y otros elementos estructurales, pino para los mástiles y vergas y
diversas maderas para el forro.
En 1521, piratas franceses a las órdenes de Juan Florin
lograron capturar parte del conocido como “El Tesoro de Moctezuma”, una parte
de las riquezas que Hernán Cortés envió a Carlos I tras la conquista de
Tenochtitlan (se trataba en realidad del “quinto del rey “ o tributo
correspondiente al porcentaje del tesoro sobre el que tenía derecho el monarca
español) , abriendo una nueva vía para asaltos y abordajes. Este pirata francés
acabaría colgado de una soga en Cádiz en el año 1527 tras ser
capturado por el capitán vasco Martín Pérez de Irizar. Sin embargo, los
españoles aprendieron pronto a defenderse de los piratas franceses, a los que
más tarde se unieron los ingleses y los holandeses, a través de impresionantes
galeones, mucho mejor armados que los navíos piratas y a un sistema de convoys
que siglos después, serviría a las naciones aliadas en la Primera Guerra
Mundial para vertebrar su defensa contra los submarinos alemanes. En un
primer momento las tácticas de combate empleadas por España seguían los hábitos
adquiridos en las guerras en el Mediterráneo, con luchas a corta distancia con
numerosa infantería que intentaba abordar las naves enemigas. Las tácticas
fueron haciendo un uso cada vez más intensivo de la artillería. Las piezas de
artillería se clasificaban en numerosas categorías y calibres pero se pueden
dividir en tres clases:
-.Armas menudas de
tiro tenso. Solían ser de retrocarga las cuales eran fáciles y rápidas de
utilizar ya que se cargaban por una recámara trasera. Se empleaban contra la
infantería enemiga y las piezas pequeñas iban montadas en horquillas giratorias
sobre las bordas u otras estructuras pero siempre en cubierta, ya que de lo
contrario, el humo expulsado por la recámara hubiera anegado el interior del
navío.
-.Armas gruesas de
tiro tenso. Las armas más antiguas de este tipo eran las bombardas o
lombardas, de hierro forjado y retrocarga. En el tiempo de los galeones esta
pieza y sus variantes, la bombardeta y el pasavolante estaban ya obsoletas
aunque aparecen en los inventarios reales hasta la década de 1570.Estas se
caracterizan por tener un ánima muy larga en relación con su calibre, lo que le
daba mayor alcance que el cañón aunque a costa de un menor tamaño de munición y
un mayor consumo relativo de pólvora. Los cañones son las armas más grandes en
esta categoría, con un calibre mayor en relación a su tamaño. Estos se dividían
a su vez en cañones, medios cañones y tercios de cañón dependiendo del tamaño
de la munición disparada, siendo los de mayor tamaño los llamados cañones de
batir. El peso de la munición de los cañones oscilaba entre 7 y 40 libras y
entre 2 y 24 para las culebrinas. Estas piezas se montaban por motivos de
estabilidad en las cubiertas inferiores, con las más potentes a proa.
-.Armas gruesas de
tiro curvo. Eran armas de gran calibre y ánima corta que disparaban grandes
piezas desde la cubierta con trayectoria parabólica, casi vertical. Los más
comunes son los pedreros y morteros, que disparaban grandes balas de piedra
especialmente labrada (bolaños) y, desde mediados del siglo XVI bombas. Este
tipo de armas eran pesadas y poco eficaces por lo que su uso fue reduciéndose
hasta desaparecer hacia 1620.
La enorme variedad de piezas y calibres suponía un grave
problema por lo que Carlos I intentó por primera vez simplificar la variedad a
siete piezas de entre 3 y 40 libras, seis de tiro tenso y un mortero. La
artillería era muy valiosa por lo que no formaba parte del navío, sino que se
almacenaba en los arsenales reales y se equipaba en función de la misión que
fuera a desempeñar. Esto era un sistema complicado pero que permitía aprovechar
mejor el armamento disponible.
Durante la época de los galeones la armada española
seguía la norma de dotar un tripulante por cada tonelada de carga, sin embargo
este número podía variar significativamente según las necesidades y las
circunstancias financieras. Así, en 1550 la razón solía ser de un hombre de mar
por cada 5 toneladas y media y en 1629 de 1 marinero por 6 y 1/4 toneladas. Así
un galeón típico de principios del siglo XVII, de unas 500 toneladas dotaría
unas 90 gentes de mar, de los que 15 serían oficiales, 25 marinos, 20 grumetes
o aspirantes a marino, 10 pajes o niños aprendices y 20 artilleros. Aparte de
estos hay que añadir a los soldados embarcados que sumarían una compañía de
unos 125 hombres, una cifra muy superior a la habitual en cualquier otra nación
europea, y que podía aumentar mucho más en tiempo de guerra o en misiones de
riesgo. Por ejemplo, los barcos piratas caribeños de la época podían tener una
dotación comprendida entre los 20 y los 30 marineros, mientras que un galeón
contaba, sólo en artillería, con 160 soldados o incluso más, quedando de este
modo, protegidos contra cualquier amenaza menor que otros barcos de igual
porte, sólo al alcance de los estados europeos o corsarios licenciados por
estos.
A diferencia de otras naciones europeas durante los
siglos XVI y XVII los galeones españoles tenían un mando doble: el capitán de
mar, de mayor rango, y el capitán de guerra, generalmente un soldado que estaba
al mando de la tropa. Ambos cargos se unieron en las ordenanzas de 1633 en el
capitán de mar y guerra. El gobierno de la nave, así como su aprovisionamiento
y mantenimiento residía de facto en el maestre, ya que el capitán solía
dedicarse principalmente a tareas administrativas. A diferencia de otros cargos
que eran nombrados por la duración del viaje o de la misión, el maestre solía
servir en el mismo barco durante toda su carrera. Su asistente y siguiente en
la línea de mando era el alférez de mar, tras él el piloto, a cargo del rumbo
de cada nave y tras el piloto el contramaestre. Otros oficiales de menor rango
eran el guardián (a cargo entre otras cosas de la seguridad a bordo) y el
despensero. Además en cada barco había un cirujano nombrado por el capitán y un
capellán nombrado por el capitán general. La maestranza estaba formada por
marinos especializados e incluía un carpintero, un calafate, un herrero, un
buceador y una corneta. Los artilleros estaban mandados por un oficial llamado
condestable. La tropa seguía la misma jerarquía que en tierra. El capitán de
guerra estaba asistido por un alférez de guerra y este por un sargento. La
compañía se dividía en escuadras de 25 hombres cada una y mandadas por un cabo
de escuadra. Los soldados aventajados tenían más experiencia y un salario
mayor. Entre estos se contaban dos tambores, un pífano y el abanderado. También
cobraban más los arcabuceros y mosqueteros. El resto de los soldados,
aproximadamente la mitad, iba armado con picas.
Entre 1540 y 1650, el periodo de mayor volumen de tráfico
en el transporte de oro y plata, de los 11.000 buques que hicieron el recorrido
América-España se perdieron 519 barcos, la mayoría por tormentas y otros
motivos de índole natural. Solo 107 lo hicieron por ataques piratas, es decir
menos del 1 %, según los cálculos de Fernando Martínez Laínez en su
libro “Tercios de España: Una infantería legendaria”. Un daño mínimo que se
explica por la gran efectividad del sistema de convoys organizado por Felipe
II. Y los galeones tuvieron la importante misión de formar la columna vertebral
de la Flota de Indias que anualmente alimentaba las arcas de la corona española
con las mercancías preciosas traídas desde La Habana a Sevilla y que estaba
organizada por la Casa de Contratación de la ciudad andaluza. Para su defensa
las flotas se organizaron en convoy desde 1520, con gran éxito ya que en los
casi tres siglos que estuvo en funcionamiento, solo cuatro flotas fueron
derrotadas por los ladrones del mar y de ellas, solo dos cargamentos se
perdieron, y nunca en su totalidad.
La Flota de Indias constaba de dos brazos: uno se dirigía
a Veracruz, el puerto que centralizaba el comercio en Nueva España y otro a
Cartagena de Indias, Nombre de Dios y Portobelo, que eran los puertos del
virreinato del Perú (“Tierra firme” lo llamaban aún, como en los tiempos de
Diego Colón). Ambos brazos salían de Sevilla, se reunían en las Canarias y
desde allí cruzaban juntos el Atlántico hasta las islas de Dominica o
Martinica, en las Antillas. Esa travesía duraba habitualmente un mes. Aquí la
flota se dividía nuevamente y cada brazo ponía rumbo a su destino. Con
frecuencia había travesías posteriores a Yucatán u Honduras.
La flota procedente de España llevaba sobre todo
productos manufacturados, alimentos, semillas y telas; desde sus puertos de
llegada se distribuían al resto de los territorios virreinales. Para llegar al
Perú, por ejemplo, había que desembarcar las mercancías en Portobelo,
trasladarlas por tierra a Panamá y desde allí reembarcarlas con destino al
puerto de El Callao. Después de las ferias anuales, generalmente hacia el mes
de marzo, cada brazo de la flota se reunía en La Habana. Llevaban consigo el
oro y la plata de Indias, pero también cochinilla (valiosísima para los
tintes), tabaco, cacao, añil, palo brasil, etc. La de Nueva España traía,
además, las mercancías aportadas por el galeón de Manila desde las Filipinas,
en particular especias. En el mes de abril el convoy partía de nuevo desde La
Habana y atravesaba los canales de las Bahamas hasta ganar, rumbo norte, el
paralelo 38, donde los alisios y la corriente del golfo empujaban a los barcos
hasta las Azores y, después, al cabo de San Vicente.
El viaje de la Flota de Indias se efectuaba dos veces al
año. En Sanlúcar de Barrameda la flota realizaba las últimas inspecciones y
desde allí partía hacia La Gomera, en las islas Canarias. Tras la aguada
(recoger agua en tierra) en tierras canarias, la escuadra conformada por unas
30 naves, navegaba entre veinte y treinta días en función de las condiciones
climáticas, hasta las islas Dominica o Martinica donde se reponían los
suministros. Durante todo el trayecto el convoy era encabezado por la nave
capitana y los galeones mejor artillados se situaban a barlovento para
proporcionar escolta al grupo. El objetivo general era que ningún barco se
perdiera de vista o se desviara del rumbo en solitario. Y por la noche, los
buques encendían un enorme farol a popa para servir de referencia al que tenían
detrás. El sistema de convoy español, cuyo teórico fue el capitán Menéndez de
Avilés, cumplió con su propósito con solo dos convoys apresados en toda su
historia: la primera, en 1628, a la altura de Matanzas (Cuba), a manos del
almirante holandés Piet Heyn; y una segunda vez en 1656 cuando la flota fue
interceptada por la flotilla del inglés Stayner en Cádiz, donde los corsarios
capturaron un galeón (otros cuatro llegaron a puerto). La del año siguiente se
vio sorprendida por el inglés Blake en el puerto de Santa Cruz de Tenerife,
pero el tesoro se salvó porque ya había sido descargado. Lo mismo le ocurrió a
la flota de 1702 en la batalla de Rande, en Vigo, durante la Guerra de Sucesión:
fue atacada por una enorme armada anglo-holandesa de 50 navíos, pero el tesoro
pasó a tierra antes de la batalla. En realidad, mucho más lesivas que los
piratas fueron las tempestades: las flotas de 1622, 1715 y 1733 fueron
desmanteladas por los huracanes del Caribe, el verdadero archienemigo de la
Flota de Indias. Se mire como se mire, y le pese a quien le pese, ha sido una
de las rutas navales más seguras de la Historia.
En caso de necesidad la Flota de la Guardia era apoyada
por la Armada de la Mar Océana, la flota peninsular española formada
principalmente por los galeones de la Escuadra de Portugal. Aparte de estos
contaba con tres o más escuadrones con base en Cádiz, La Coruña, Sevilla,
Santander y Lisboa. La flota consistía tanto de barcos de la Corona como de
naves contratadas y sólo una pequeña parte eran galeones, siendo el resto
navíos armados de distinto porte. En ocasiones se destacaba una Galiflota o
flota de galeones para misiones específicas en las indias, como por ejemplo, en
1625 y 1629.
Sin ninguna capacidad real para atacar a la Flota de
Indias ni a los galeones de gran tamaño, la actividad de los piratas debió
limitarse en la mayoría ataques contra indefensas poblaciones del Caribe. Por
ejemplo el 1 de enero de 1586, el pirata inglés Drake tomó la ciudad de Santo
Domingo durante un mes y luego la incendio impunemente. Los más famosos piratas
encumbrados a la fama hollywoodiense realmente sólo eran capaces de atacar
barcos pesqueros o chalupas de escaso o nulo valor para la Corona
española.
Felipe II se tomó muy en serio el problema de la
piratería y destinó ocho millones de ducados para nuevas naves y
fortificaciones en el Caribe. Estas, como la inexpugnable Cartagena de Indias,
fueron reforzadas por los mejores arquitectos del Imperio. Un esfuerzo
logístico que aceleró la decadencia de este tipo de piratería, aquella
financiada e impulsada en las sombras por países como Inglaterra, Francia o
Holanda. Cabe recordar que, aunque personajes como Drake contaban con patente
de corso, España no reconocía a estos piratas como corsarios sino como piratas,
puesto que actuaban en tiempos de paz. Gracias al Galeón, la Flota de Indias
fue el verdadero nervio de la América virreinal y el puente naval que unió
durante siglos a los españoles de ambos hemisferios.
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LOS DRAGONES DE
CUERA:
EL SALVAJE OESTE ESPAÑOL
Mucho antes de que la famosa caballería estadounidense se
enfrentara con los nativos americanos en las praderas del centro y oeste de norte
América, los españoles ya se encontraban en esos territorios. En el siglo
XVIII, la mayor parte del sur de lo que hoy es Estados Unidos era parte del
Imperio español, que alcanzaba las Montañas Rocosas, Montana, Dakota e incluso
Alaska. Grandes rutas comerciales comunicaban México con California y Florida
con Texas. Para controlar este territorio tan amplio se hizo necesario
establecer un doble sistema defensivo: la protección de costas y puertos con
soldados entrenados al estilo europeo se complementaba con la protección del
territorio hacia el interior, mediante una red de Presidios y misiones fortificadas.
Para custodiar esa porción de terreno, a finales del siglo XVI se pusieron en
marcha una serie de guarniciones, conocidas como presidios, el antecesor español de los célebres
fuertes norteamericanos. La misión de los soldados de presidio era proteger las
vías de comunicación, y las misiones, los poblados y ranchos dispersos y a las
tribus aliadas, los asentamientos dispersos de colonos blancos y tribus indias
locales, a los que se sumaban los refugiados del impetuoso empuje de los
belicosos comanches. Su teatro de operaciones estaba en lo que hoy día es el
sur de Estados Unidos, una línea recta que iba, más o menos, desde San
Francisco, en California, a San Agustín, en Florida, en torno a 4.000
kilómetros, una frontera extensa y dura de territorio desértico, protegiendo de
ésta manera el flanco noroeste del disputado territorio de la Luisiana, y con
él el famoso Camino de Tierra Adentro, que conectaba Florida con Texas. Su
misión era en suma la defensa y la patrulla, la protección de los caminos y los
correos, actuando como una fuerza móvil.
Aunque la idea original del Consejo de Indias era
establecer una red de guarniciones en Nueva Vizcaya (Norte del actual México),
especialmente para controlar el Camino Real, creando para ello una escuadra
volante de caballería, en realidad los puestos se abandonaban y creaban, según
las necesidades defensivas de cada momento. A finales del siglo XVI, por orden
del 4.º virrey Enríquez de Almansa, se comenzó la construcción de la red de
presidios. En 1570, se fundaron los de Celaya, Jerez, Portezuela, Ojuelas, San
Felipe; en 1573 los de Fresnillo, Charcas, Sombrerete, Pénjamo y Jamay; León,
Palmillas y Mezcala, en 1576. El siglo siguiente se construyó una serie de
ellos al norte del río Bravo, creándose los de Saltillo, Parras en Coahulia; y
comenzando, en el siglo XVIII, los de Texas y California, llegando incluso a la
actual Canadá, en la isla de Nootka. Para comprender la evolución de la red
presidial, nos podemos fijar en los existentes en 1683 en la sublevación de las
85 naciones, cuando en toda Nueva Vizcaya había: 30 soldados en Parral, 9 en
Santa Catalina, 25 en Cerro Gordo y 60 distribuidos entre Sinaloa, San Hipólito
y San Sebastián. A comienzos del Siglo XVIII, pese al aumento de las
guarniciones y efectivos en las provincias de Nueva Vizcaya, Nuevo México,
Sonora, Nuevo León y Coahuila, solo 562 hombres guarecían tan inmensos
territorios. Con el avance de la frontera hacia el norte, y debido a los
contactos con los indios seris y apaches, se crearon los presidios de San Pedro
de la Conquista de Pitic y San Felipe de Jesús Gracia Real de Huabi- Terrenate,
en 1741. En 1764, tras la construcción o reforma de los presidios fronterizos,
las tropas desplegadas eran de 1.271 soldados. Las puntas de lanza de éste
dispositivo, que eran también los asentamientos más poblados, eran Santa Fé y
San Antonio de Béjar, poblaciones que se harían famosas durante la expansión
estadounidense hacia el Oeste y la independencia del estado de la estrella
solitaria, tras la famosa expedición de Antonio López de Santa Anna y la
defensa de la antigua misión española de El Álamo.
Esta red de presidios debía cubrir, con tan pocos
efectivos, las inmensas posesiones españolas en Norteamérica; para ello, estaba
diseñada con el objetivo del mutuo apoyo, a una distancia de 27 a 100 leguas
entre los distintos destacamentos. Además, servía de apoyo al poblamiento, al
dotar de protección a las haciendas y misiones que se encontrasen cerca. Por
otra parte, servía de base para la construcción de asentamientos civiles, al
ser abandonados tras el avance de la frontera hacia el norte. Estas
fortificaciones se caracterizaban por su reducido tamaño; construidas en adobe
o piedra, con forma rectangular, de alrededor de 100 metros de lado. Disponían
de torres o bastiones para ubicar cañones, pero carecían del complejo diseño
abaluartado por no tener los atacantes indios piezas de artillería. Además de
la dotación militar, convivían con ellos sus familiares y sacerdotes y no solía
pasar de dos centenares de personas en total.
Para proteger un territorio inclemente y de una extensión
apabullante, se contaba principalmente con una tropa especialista de aspecto y
armamento arcaico, que sin embargo demostró ser uno de los cuerpos más
versátiles y temibles de los extensos territorios en las postrimerías del
imperio español: los dragones de cuera. Reciben este nombre porque ésta era la
prenda que usaban como armadura: un abrigo largo de cuero sin mangas, que podía
llegar a pesar hasta diez kilos, y que servía como protección frente a las
flechas de los nativos. Con el tiempo, evolucionó hacia una chaqueta más corta.
Otra parte del equipo curiosa: empleaban una adarga, un escudo (con las armas
del rey) de origen árabe (nazarí) realizado en cuero y que había sido adoptado
por la caballería ligera cristiana durante la Reconquista, por su utilidad.
Como se ve, los conquistadores lo llevaron a América y seguía empleándose por
ser más ligero y flexible. Su armamento era dispar y podía parecer anticuado,
pero estaba perfectamente adaptado a la naturaleza de los combates contra los
indios de las praderas: consistía en una escopeta, dos pistolas y espada y
lanza (dos piezas muy importantes porque a menudo llegaban al cuerpo a cuerpo
con los nativos). Incluso hubo dragones que usaron el arco y las flechas de sus
adversarios. Las corazas y los morriones propios de los conquistadores dieron
paso al cuero endurecido y a los sombreros de alas abiertas, ideales para
protegerse del sol. En tanto, se recuperó la lanza y las armas de astas, que
estaban en desuso en Europa, para luchar contra los diestros jinetes indios.
Las armas de pólvora eran importantes por el valor psicológico, no así
determinantes porque, a falta de un mecanismo de repetición en este momento,
los arcos indios podían realizar una veintena de lanzamientos en lo que un
dragón recargaba.
El ingreso en el cuerpo era voluntario y para ello se
exigía tener 16 años, medir más de metro y medio, estar sano, ser católico y
libre de pecado, para poder acceder a un compromiso de diez años de servicio.
Como sucedía generalmente en las tropas del Imperio español, eran tropas de
composición multirracial; se ha estimado que sólo el 50% de los Dragones de
Cuera eran soldados españoles; el 37% eran mestizos o mulatos y el 13% restante
eran indígenas. Dado que la mayoría de estos hombres había nacido en Nueva
España, estaban acostumbrados a las duras condiciones de servicio en estas
tierras, siendo grandes conocedores de la zona y sus habitantes. No obstante,
los oficiales siempre fueron españoles o ciudadanos europeos de otras
posesiones imperiales, como italianos o valones. La uniformidad y el
equipamiento de los Dragones de Cuera, que dan nombre a este cuerpo, quedarán
regulados en 1772: ” El vestuario de los soldados de presidio ha de ser
uniforme en todos, y constará de una chupa corta de tripe, o paño azul, con una
pequeña vuelta y collarín encarnado, calzón de tripe azul, capa de paño del
mismo color, cartuchera, cuera y bandolera de gamuza, en la forma que
actualmente las usan, y en la bandolera bordado el nombre del presidio, para
que se distingan unos de otros, corbatín negro, sobrero, zapatos y botines.”
Una peculiaridad de estas unidades
es que cada dragón tenía asignados media docena de caballos y una mula, para
realizar sus misiones; cada jinete debía tener una montura preparada, en todo
momento para salir al combate. Los caballos tenían una gran importancia porque
precisamente una de las misiones que tenían estas tropas era la de impedir el
robo de caballos (cuya cría era muy importante en el Virreinato de la Nueva
España) por parte de los indios, que los empleaban como moneda de cambio para
comprar armas a los comerciantes franceses. La introducción del caballo español
en Norteamérica configuró el “Salvaje Oeste” tal y como hoy se conoce; los
caballos abandonados por los españoles en las praderas del Camino Real dieron
lugar a la denominada raza mesteña, conocida en EE.UU. como los «mustangs», de pequeña alzada y apariencia
robusta. A través del robo y del trueque, la cultura equina se extendió con
rapidez entre las tribus y para 1630 no quedaban pueblos nativos que no
montaran a caballo. La incorporación del caballo recrudeció la lucha contra los
invasores blancos, pero también entre las tribus, ya que los guerreros eran ahora
capaces de recorrer distancias antes inimaginables a pie. Aunque los caballos
cayeron en manos nativas, con las armas de fuego los españoles se cuidaban de
no venderlas bajo ningún concepto a las poblaciones nativas. La legislación
prohibía a los indios la propiedad y el uso de armas de fuego, al considerar lo
peligroso que era que en el futuro las usaran contra ellos. Unas precauciones
que holandeses, ingleses y franceses solo tomaron tras padecer en sus carnes
las terribles consecuencias de que sus comerciantes armaran a los nativos. A
partir de 1746, los comanches empezaron a lanzar incursiones devastadoras
contra la frontera española gracias al suministro de rifles y fusiles
franceses. Las mismas armas de fuego que poco después también apuntarían hacia
el resto de europeos.
San Agustín de Tucson
En las escaramuzas con partidas de indios primaba la
versatilidad. El gran poder de los dragones de cuera, lanza en ristre, era su
capacidad de defender poblaciones dispersas sin apenas recursos y asándose de
calor bajo sus seis capas de piel. Operando usualmente en pequeñas unidades de
castigo de doce jinetes, los dragones tenían como base los presidios, cuya
guarnición estaba compuesta por un capitán, un teniente, un alférez, un
sargento, dos cabos, capellán y en torno a cuarenta soldados (que siempre resultaban
ser menos), a los que se les asignaba un número variable de rastreadores indios
de las tribus aliadas, que acudían a éste territorio en busca de la protección
de los españoles. Desde las primeras décadas del siglo XVIII se venían
enfrentado a los belicosos comanches, que habían cruzado las Rocosas en busca
de nuevos territorios, equipados con las armas de fuego que intercambiaban por
caballos, haciendo la guerra a las tribus locales, a las que derrotaron a
mediados de siglo en la Batalla del Cerro del Fiero, asentándose en una zona
limítrofe con el sistema defensivo español, que se conocería como la
Comanchería. Desde la Comanchería, los jinetes de las praderas atacaban los
ranchos y asentamientos españoles a los que los mandos militares respondían con
veloces incursiones de los dragones de cuera para provocar su retirada de nuevo
hacia la Comanchería. Se trataba de operaciones de castigo, donde lo importante
era dejar claro que los españoles tomarían represalias por cualquier incursión
que se hiciera sobre su territorio.
El desafío de los comanches provocó
varias expediciones de castigo por parte de los españoles, como las de Pedro de
Villasur en 1720. Frente a apaches, comanches y franceses, la colonización en
Texas avanzó con lentitud. La paz con Francia de 1720 permitió despegar a
algunos asentamientos como San Antonio de Bexar, pero obligó a los dragones de
cuera a estirar al límite sus fuerzas. Alarmado por la presencia francesa en
las Grandes Llanuras, el virrey de Nueva España ordenó en el verano de 1720 al
Teniente General Pedro de Villasur, sin apenas experiencia militar, que se
adentrara en el noreste a recabar más información al frente de una escuadra de
estos dragones. El 16 de junio de 1720, unos 45 dragones españoles, 60 indios
pueblo y una docena de guías apaches partieron desde Santa Fe. La expedición
recorrió ochocientos kilómetros a través de los actuales estados de Colorado,
Kansas y Nebraska, hasta llegar a territorio pawnee, una tribu que de un tiempo
a esta parte estaba colaborando con comerciantes franceses. Con los españoles viajaba un pawnee llamado Francisco
Sistaca, del que se esperaba que hiciera de intérprete y mediador con su tribu.
Como señal de paz les llevó tabaco. No obstante, «Paco» el pawnee desapareció
misteriosamente el 13 de agosto. La negativa de su tribu a permitir que
regresara con los españoles y el miedo a caer en una trampa obligaron a
Villasur a retroceder cerca de la actual Columbus (Nebraska). Al amanecer del
14 de agosto, el centenar de hispánicos fue asaltado en su precario campamento
cuando ensillaban sus caballos. Los guerreros pawnee se ampararon en la hierba
alta para esconder su posición mosquetes en manos indias apuntó a que los
pawnee fueron asistidos por soldados y comerciantes franceses. Pedro de Villasur cayó muerto en los primeros instantes y
los escasos supervivientes del ataque sorpresa formaron un círculo en torno al
comandante muerto. La batalla concluyó en matanza con el resultado de 35
soldados españoles y 11 indios pueblo muertos. Los siete españoles y 45 indios
restantes llegaron moribundos a Santa Fe el 6 de septiembre. Aquella fue la
única derrota seria de los Dragones.
Presidio español
A pesar de todo, los dragones de
cuera se recuperaron pronto de aquella derrota. Con un reducido número de
jinetes continuaron combatiendo a apaches, comanches, franceses y todo tipo de
amenazas hasta mediados del siglo XVIII. A partir de 1745, los ataques de los
comanches se volvieron más frecuentes. Equipados ahora con armas de fuego, se
convirtieron en la pesadilla de las tribus locales, y en un quebradero de
cabeza para las autoridades coloniales. En la década de 1770 surgió entre los
comanches un líder carismático, Tabivo Naritgant, más conocido como Cuerno
Verde. Sus ataques fueron inusualmente sangrientos y provocaron la mayor
ofensiva de los soldados presidiales durante toda su historia. La capiteanaba
el victorioso gobernador de Nuevo Méjico, don Juan Bautista de Anza, y la
formaba una fuerza de seiscientos hombres, mezcla de milicianos, aliados indios
e infantería de la guarnición de Santa Fé. Pero el peso del combate recaería
sobre los ciento cincuenta dragones de cuera, la tropa de élite de aquella
expedición. Tras varias escaramuzas, el combate decisivo se libró el 3 de
septiembre de 1779, cuando los hombres de Anza emboscaron a los guerreros más
fieles a Cuerno Verde, que plantearon una última defensa. El jefe indio cayó en
combate, y su curioso tocado fue enviado como trofeo al rey de España, que
posteriormente lo regaló al Papa, estando hoy depositado en los Museos Vaticanos. Los dragones de cuera cumplieron bien su cometido. La
frontera norte quedó en paz tras ésta victoria y la firma de paces que le
siguió y durante las décadas restantes hasta la independencia de México, las
incursiones indias se detuvieron.
En una inspección a la frontera, el enviado real Pedro de
Rivera se asombró, en 1728, de que la línea defensiva la constituyeran apenas
mil hombres (1.006 hombres) entre oficiales y soldados, repartidos en 18
presidios. Las lanzas de los dragones simbolizaban, literalmente, hasta dónde
alcazaba el poder del Rey de España. Más allá era “tierra salvaje” o controlada
por las otras potencias europeas que aspiraban a hacerse con su trozo del
pastel del Nuevo Mundo. En 1821, España retiró la bandera de estos territorios
y con ello desaparecieron los Dragones de Cuera.
https://quevuelenaltolosdados.com/2019/05/30/los-dragones-de-cuera-el-salvaje-oeste-espanol/
https://quevuelenaltolosdados.com/2019/07/04/el-temible-galeon-espanol/
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