jueves, 2 de julio de 2020

EL  TEMIBLE  GALEÓN  ESPAÑOL

 

 Y

 LOS  DRAGONES  DE  CUERA



A principios del siglo XVI muchos eran los soberanos europeos que habían confirmado sus sospechas sobre las tierras a las que había llegado Cristóbal Colón no hacía muchos años en el lejano Occidente; estas no eran unas cuantas islas, sin duda era un nuevo gran continente, “nuevo” desde el punto de vista de los europeos del siglo XVI, claro está. La introducción a la Cosmografía de Ptolomeo, publicada por la Academia del Vosgo, recogía la opinión en tal sentido del navegante florentino Americo Vespucio. España no podía mantener por más tiempo el secreto acerca de sus nuevas posesiones allende los mares y las noticias sobre la abundancia de oro, plata y perlas que llegaban a Sevilla, se difundían por toda Europa. Aunque en este momento la ruta hacia las Indias seguía siendo desconocida y la Corona española mantenía las cartas de navegación a buen recaudo, se habían abierto de par en par las puertas de la ambición y la codicia. El triángulo formado por la península Ibérica, las islas Canarias y el archipiélago de las Azores se convirtió en terreno propicio de piratas y corsarios para la caza de los buques que transportaban estas riquezas, las supuestas y las reales. La historiografía inglesa ha insistido machaconamente en repetir que la actividad pirata fue un constante quebradero de problemas, con corsarios como Francis Drake o John Hawkins a la cabeza, de las mercancías del Nuevo Mundo a España. Así, según la imagen todavía presente en el cine y en la literatura, la corona española estaba desesperada ante los ataques piratas, fomentados por la Monarquía Inglesa y otros reinos europeos. Sin embargo, la realidad dista mucho de esta visión; las cifras de barcos que llegaron a puerto desdicen claramente esta versión romántica y falseada de la historia y la Flota de Indias se reveló como un sólido sistema casi sin fisuras.

El galeón será la respuesta española a esta nueva situación, un buque que surgió por la necesidad de la Corona de un navío que compartiera la capacidad de carga de la nao con la velocidad y maniobrabilidad de la carabela, con el objetivo de explorar y comerciar con las Indias recientemente descubiertas y que podía ser igualmente usada para el comercio o como buque de guerra. Será el rey de los mares durante dos siglos. Era un buque más largo y estrecho que la nao y más corto y ancho en proporción que una galera, generalmente de menos de 500 t, aunque algunos como los galeones de Manila podían alcanzar las 2000 t y en la Gran Armada de 1588 contra Inglaterra participaron tres grandes galeones portugueses de 1000 t y 8 de unas 800 t. La construcción en España se centró en la costa atlántica, (principalmente en Cantabria y Vizcaya) y en Cádiz y posteriormente también en Lisboa. La costa mediterránea, que había sido la principal suministradora de embarcaciones durante la época de las galeras perdió importancia paulatinamente y se dedicó a la construcción de embarcaciones menores. A partir de 1610 se inicia la construcción en el Caribe, sobre todo en la Habana cuyos astilleros se distinguieron pronto por el acceso a maderas tropicales como la caoba. Los galeones se construían al principio con maderas nativas europeas, ya que las maderas tropicales, de cualidades superiores, aún no se habían ensayado para la construcción naval en Europa. Generalmente se usaba roble para la quilla, las cuadernas y otros elementos estructurales, pino para los mástiles y vergas y diversas maderas para el forro.



En 1521, piratas franceses a las órdenes de Juan Florin lograron capturar parte del conocido como “El Tesoro de Moctezuma”, una parte de las riquezas que Hernán Cortés envió a Carlos I tras la conquista de Tenochtitlan (se trataba en realidad del “quinto del rey “ o tributo correspondiente al porcentaje del tesoro sobre el que tenía derecho el monarca español) , abriendo una nueva vía para asaltos y abordajes. Este pirata francés acabaría colgado de una soga en Cádiz en el año 1527 tras ser capturado por el capitán vasco Martín Pérez de Irizar. Sin embargo, los españoles aprendieron pronto a defenderse de los piratas franceses, a los que más tarde se unieron los ingleses y los holandeses, a través de impresionantes galeones, mucho mejor armados que los navíos piratas y a un sistema de convoys que siglos después, serviría a las naciones aliadas en la Primera Guerra Mundial para vertebrar su defensa contra los submarinos alemanes. En un primer momento las tácticas de combate empleadas por España seguían los hábitos adquiridos en las guerras en el Mediterráneo, con luchas a corta distancia con numerosa infantería que intentaba abordar las naves enemigas. Las tácticas fueron haciendo un uso cada vez más intensivo de la artillería. Las piezas de artillería se clasificaban en numerosas categorías y calibres pero se pueden dividir en tres clases:

-.Armas menudas de tiro tenso. Solían ser de retrocarga las cuales eran fáciles y rápidas de utilizar ya que se cargaban por una recámara trasera. Se empleaban contra la infantería enemiga y las piezas pequeñas iban montadas en horquillas giratorias sobre las bordas u otras estructuras pero siempre en cubierta, ya que de lo contrario, el humo expulsado por la recámara hubiera anegado el interior del navío.

-.Armas gruesas de tiro tenso. Las armas más antiguas de este tipo eran las bombardas o lombardas, de hierro forjado y retrocarga. En el tiempo de los galeones esta pieza y sus variantes, la bombardeta y el pasavolante estaban ya obsoletas aunque aparecen en los inventarios reales hasta la década de 1570.Estas se caracterizan por tener un ánima muy larga en relación con su calibre, lo que le daba mayor alcance que el cañón aunque a costa de un menor tamaño de munición y un mayor consumo relativo de pólvora. Los cañones son las armas más grandes en esta categoría, con un calibre mayor en relación a su tamaño. Estos se dividían a su vez en cañones, medios cañones y tercios de cañón dependiendo del tamaño de la munición disparada, siendo los de mayor tamaño los llamados cañones de batir. El peso de la munición de los cañones oscilaba entre 7 y 40 libras y entre 2 y 24 para las culebrinas. Estas piezas se montaban por motivos de estabilidad en las cubiertas inferiores, con las más potentes a proa.

-.Armas gruesas de tiro curvo. Eran armas de gran calibre y ánima corta que disparaban grandes piezas desde la cubierta con trayectoria parabólica, casi vertical. Los más comunes son los pedreros y morteros, que disparaban grandes balas de piedra especialmente labrada (bolaños) y, desde mediados del siglo XVI bombas. Este tipo de armas eran pesadas y poco eficaces por lo que su uso fue reduciéndose hasta desaparecer hacia 1620.

La enorme variedad de piezas y calibres suponía un grave problema por lo que Carlos I intentó por primera vez simplificar la variedad a siete piezas de entre 3 y 40 libras, seis de tiro tenso y un mortero. La artillería era muy valiosa por lo que no formaba parte del navío, sino que se almacenaba en los arsenales reales y se equipaba en función de la misión que fuera a desempeñar. Esto era un sistema complicado pero que permitía aprovechar mejor el armamento disponible.



Durante la época de los galeones la armada española seguía la norma de dotar un tripulante por cada tonelada de carga, sin embargo este número podía variar significativamente según las necesidades y las circunstancias financieras. Así, en 1550 la razón solía ser de un hombre de mar por cada 5 toneladas y media y en 1629 de 1 marinero por 6 y 1/4 toneladas. Así un galeón típico de principios del siglo XVII, de unas 500 toneladas dotaría unas 90 gentes de mar, de los que 15 serían oficiales, 25 marinos, 20 grumetes o aspirantes a marino, 10 pajes o niños aprendices y 20 artilleros. Aparte de estos hay que añadir a los soldados embarcados que sumarían una compañía de unos 125 hombres, una cifra muy superior a la habitual en cualquier otra nación europea, y que podía aumentar mucho más en tiempo de guerra o en misiones de riesgo. Por ejemplo, los barcos piratas caribeños de la época podían tener una dotación comprendida entre los 20 y los 30 marineros, mientras que un galeón contaba, sólo en artillería, con 160 soldados o incluso más,​ quedando de este modo, protegidos contra cualquier amenaza menor que otros barcos de igual porte, sólo al alcance de los estados europeos o corsarios licenciados por estos.

A diferencia de otras naciones europeas durante los siglos XVI y XVII los galeones españoles tenían un mando doble: el capitán de mar, de mayor rango, y el capitán de guerra, generalmente un soldado que estaba al mando de la tropa. Ambos cargos se unieron en las ordenanzas de 1633 en el capitán de mar y guerra. El gobierno de la nave, así como su aprovisionamiento y mantenimiento residía de facto en el maestre, ya que el capitán solía dedicarse principalmente a tareas administrativas. A diferencia de otros cargos que eran nombrados por la duración del viaje o de la misión, el maestre solía servir en el mismo barco durante toda su carrera. Su asistente y siguiente en la línea de mando era el alférez de mar, tras él el piloto, a cargo del rumbo de cada nave y tras el piloto el contramaestre. Otros oficiales de menor rango eran el guardián (a cargo entre otras cosas de la seguridad a bordo) y el despensero. Además en cada barco había un cirujano nombrado por el capitán y un capellán nombrado por el capitán general. La maestranza estaba formada por marinos especializados e incluía un carpintero, un calafate, un herrero, un buceador y una corneta. Los artilleros estaban mandados por un oficial llamado condestable. La tropa seguía la misma jerarquía que en tierra. El capitán de guerra estaba asistido por un alférez de guerra y este por un sargento. La compañía se dividía en escuadras de 25 hombres cada una y mandadas por un cabo de escuadra. Los soldados aventajados tenían más experiencia y un salario mayor. Entre estos se contaban dos tambores, un pífano y el abanderado. También cobraban más los arcabuceros y mosqueteros. El resto de los soldados, aproximadamente la mitad, iba armado con picas.



Entre 1540 y 1650, el periodo de mayor volumen de tráfico en el transporte de oro y plata, de los 11.000 buques que hicieron el recorrido América-España se perdieron 519 barcos, la mayoría por tormentas y otros motivos de índole natural. Solo 107 lo hicieron por ataques piratas, es decir menos del 1 %, según los cálculos de Fernando Martínez Laínez en su libro “Tercios de España: Una infantería legendaria”. Un daño mínimo que se explica por la gran efectividad del sistema de convoys organizado por Felipe II. Y los galeones tuvieron la importante misión de formar la columna vertebral de la Flota de Indias que anualmente alimentaba las arcas de la corona española con las mercancías preciosas traídas desde La Habana a Sevilla y que estaba organizada por la Casa de Contratación de la ciudad andaluza. Para su defensa las flotas se organizaron en convoy desde 1520, con gran éxito ya que en los casi tres siglos que estuvo en funcionamiento, solo cuatro flotas fueron derrotadas por los ladrones del mar y de ellas, solo dos cargamentos se perdieron, y nunca en su totalidad.

La Flota de Indias constaba de dos brazos: uno se dirigía a Veracruz, el puerto que centralizaba el comercio en Nueva España y otro a Cartagena de Indias, Nombre de Dios y Portobelo, que eran los puertos del virreinato del Perú (“Tierra firme” lo llamaban aún, como en los tiempos de Diego Colón). Ambos brazos salían de Sevilla, se reunían en las Canarias y desde allí cruzaban juntos el Atlántico hasta las islas de Dominica o Martinica, en las Antillas. Esa travesía duraba habitualmente un mes. Aquí la flota se dividía nuevamente y cada brazo ponía rumbo a su destino. Con frecuencia había travesías posteriores a Yucatán u Honduras.

La flota procedente de España llevaba sobre todo productos manufacturados, alimentos, semillas y telas; desde sus puertos de llegada se distribuían al resto de los territorios virreinales. Para llegar al Perú, por ejemplo, había que desembarcar las mercancías en Portobelo, trasladarlas por tierra a Panamá y desde allí reembarcarlas con destino al puerto de El Callao. Después de las ferias anuales, generalmente hacia el mes de marzo, cada brazo de la flota se reunía en La Habana. Llevaban consigo el oro y la plata de Indias, pero también cochinilla (valiosísima para los tintes), tabaco, cacao, añil, palo brasil, etc. La de Nueva España traía, además, las mercancías aportadas por el galeón de Manila desde las Filipinas, en particular especias. En el mes de abril el convoy partía de nuevo desde La Habana y atravesaba los canales de las Bahamas hasta ganar, rumbo norte, el paralelo 38, donde los alisios y la corriente del golfo empujaban a los barcos hasta las Azores y, después, al cabo de San Vicente.


El viaje de la Flota de Indias se efectuaba dos veces al año. En Sanlúcar de Barrameda la flota realizaba las últimas inspecciones y desde allí partía hacia La Gomera, en las islas Canarias. Tras la aguada (recoger agua en tierra) en tierras canarias, la escuadra conformada por unas 30 naves, navegaba entre veinte y treinta días en función de las condiciones climáticas, hasta las islas Dominica o Martinica donde se reponían los suministros. Durante todo el trayecto el convoy era encabezado por la nave capitana y los galeones mejor artillados se situaban a barlovento para proporcionar escolta al grupo. El objetivo general era que ningún barco se perdiera de vista o se desviara del rumbo en solitario. Y por la noche, los buques encendían un enorme farol a popa para servir de referencia al que tenían detrás. El sistema de convoy español, cuyo teórico fue el capitán Menéndez de Avilés, cumplió con su propósito con solo dos convoys apresados en toda su historia: la primera, en 1628, a la altura de Matanzas (Cuba), a manos del almirante holandés Piet Heyn; y una segunda vez en 1656 cuando la flota fue interceptada por la flotilla del inglés Stayner en Cádiz, donde los corsarios capturaron un galeón (otros cuatro llegaron a puerto). La del año siguiente se vio sorprendida por el inglés Blake en el puerto de Santa Cruz de Tenerife, pero el tesoro se salvó porque ya había sido descargado. Lo mismo le ocurrió a la flota de 1702 en la batalla de Rande, en Vigo, durante la Guerra de Sucesión: fue atacada por una enorme armada anglo-holandesa de 50 navíos, pero el tesoro pasó a tierra antes de la batalla. En realidad, mucho más lesivas que los piratas fueron las tempestades: las flotas de 1622, 1715 y 1733 fueron desmanteladas por los huracanes del Caribe, el verdadero archienemigo de la Flota de Indias. Se mire como se mire, y le pese a quien le pese, ha sido una de las rutas navales más seguras de la Historia.


En caso de necesidad la Flota de la Guardia era apoyada por la Armada de la Mar Océana, la flota peninsular española formada principalmente por los galeones de la Escuadra de Portugal. Aparte de estos contaba con tres o más escuadrones con base en Cádiz, La Coruña, Sevilla, Santander y Lisboa. La flota consistía tanto de barcos de la Corona como de naves contratadas y sólo una pequeña parte eran galeones, siendo el resto navíos armados de distinto porte. En ocasiones se destacaba una Galiflota o flota de galeones para misiones específicas en las indias, como por ejemplo, en 1625 y 1629.

Sin ninguna capacidad real para atacar a la Flota de Indias ni a los galeones de gran tamaño, la actividad de los piratas debió limitarse en la mayoría ataques contra indefensas poblaciones del Caribe. Por ejemplo el 1 de enero de 1586, el pirata inglés Drake tomó la ciudad de Santo Domingo durante un mes y luego la incendio impunemente. Los más famosos piratas encumbrados a la fama hollywoodiense realmente sólo eran capaces de atacar barcos pesqueros o chalupas de escaso o nulo valor para la Corona española. 


Felipe II se tomó muy en serio el problema de la piratería y destinó ocho millones de ducados para nuevas naves y fortificaciones en el Caribe. Estas, como la inexpugnable Cartagena de Indias, fueron reforzadas por los mejores arquitectos del Imperio. Un esfuerzo logístico que aceleró la decadencia de este tipo de piratería, aquella financiada e impulsada en las sombras por países como Inglaterra, Francia o Holanda. Cabe recordar que, aunque personajes como Drake contaban con patente de corso, España no reconocía a estos piratas como corsarios sino como piratas, puesto que actuaban en tiempos de paz. Gracias al Galeón, la Flota de Indias fue el verdadero nervio de la América virreinal y el puente naval que unió durante siglos a los españoles de ambos hemisferios.

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LOS DRAGONES DE CUERA:

 

EL SALVAJE OESTE ESPAÑOL



Mucho antes de que la famosa caballería estadounidense se enfrentara con los nativos americanos en las praderas del centro y oeste de norte América, los españoles ya se encontraban en esos territorios. En el siglo XVIII, la mayor parte del sur de lo que hoy es Estados Unidos era parte del Imperio español, que alcanzaba las Montañas Rocosas, Montana, Dakota e incluso Alaska. Grandes rutas comerciales comunicaban México con California y Florida con Texas. Para controlar este territorio tan amplio se hizo necesario establecer un doble sistema defensivo: la protección de costas y puertos con soldados entrenados al estilo europeo se complementaba con la protección del territorio hacia el interior, mediante una red de Presidios y misiones fortificadas. Para custodiar esa porción de terreno, a finales del siglo XVI se pusieron en marcha una serie de guarniciones, conocidas como presidios, el antecesor español de los célebres fuertes norteamericanos. La misión de los soldados de presidio era proteger las vías de comunicación, y las misiones, los poblados y ranchos dispersos y a las tribus aliadas, los asentamientos dispersos de colonos blancos y tribus indias locales, a los que se sumaban los refugiados del impetuoso empuje de los belicosos comanches. Su teatro de operaciones estaba en lo que hoy día es el sur de Estados Unidos, una línea recta que iba, más o menos, desde San Francisco, en California, a San Agustín, en Florida, en torno a 4.000 kilómetros, una frontera extensa y dura de territorio desértico, protegiendo de ésta manera el flanco noroeste del disputado territorio de la Luisiana, y con él el famoso Camino de Tierra Adentro, que conectaba Florida con Texas. Su misión era en suma la defensa y la patrulla, la protección de los caminos y los correos, actuando como una fuerza móvil.

Aunque la idea original del Consejo de Indias era establecer una red de guarniciones en Nueva Vizcaya (Norte del actual México), especialmente para controlar el Camino Real, creando para ello una escuadra volante de caballería, en realidad los puestos se abandonaban y creaban, según las necesidades defensivas de cada momento. A finales del siglo XVI, por orden del 4.º virrey Enríquez de Almansa, se comenzó la construcción de la red de presidios. En 1570, se fundaron los de Celaya, Jerez, Portezuela, Ojuelas, San Felipe; en 1573 los de Fresnillo, Charcas, Sombrerete, Pénjamo y Jamay; León, Palmillas y Mezcala, en 1576. El siglo siguiente se construyó una serie de ellos al norte del río Bravo, creándose los de Saltillo, Parras en Coahulia; y comenzando, en el siglo XVIII, los de Texas y California, llegando incluso a la actual Canadá, en la isla de Nootka. Para comprender la evolución de la red presidial, nos podemos fijar en los existentes en 1683 en la sublevación de las 85 naciones, cuando en toda Nueva Vizcaya había: 30 soldados en Parral, 9 en Santa Catalina, 25 en Cerro Gordo y 60 distribuidos entre Sinaloa, San Hipólito y San Sebastián. A comienzos del Siglo XVIII, pese al aumento de las guarniciones y efectivos en las provincias de Nueva Vizcaya, Nuevo México, Sonora, Nuevo León y Coahuila, solo 562 hombres guarecían tan inmensos territorios. Con el avance de la frontera hacia el norte, y debido a los contactos con los indios seris y apaches, se crearon los presidios de San Pedro de la Conquista de Pitic y San Felipe de Jesús Gracia Real de Huabi- Terrenate, en 1741. En 1764, tras la construcción o reforma de los presidios fronterizos, las tropas desplegadas eran de 1.271 soldados. Las puntas de lanza de éste dispositivo, que eran también los asentamientos más poblados, eran Santa Fé y San Antonio de Béjar, poblaciones que se harían famosas durante la expansión estadounidense hacia el Oeste y la independencia del estado de la estrella solitaria, tras la famosa expedición de Antonio López de Santa Anna y la defensa de la antigua misión española de El Álamo.

Esta red de presidios debía cubrir, con tan pocos efectivos, las inmensas posesiones españolas en Norteamérica; para ello, estaba diseñada con el objetivo del mutuo apoyo, a una distancia de 27 a 100 leguas entre los distintos destacamentos. Además, servía de apoyo al poblamiento, al dotar de protección a las haciendas y misiones que se encontrasen cerca. Por otra parte, servía de base para la construcción de asentamientos civiles, al ser abandonados tras el avance de la frontera hacia el norte. Estas fortificaciones se caracterizaban por su reducido tamaño; construidas en adobe o piedra, con forma rectangular, de alrededor de 100 metros de lado. Disponían de torres o bastiones para ubicar cañones, pero carecían del complejo diseño abaluartado por no tener los atacantes indios piezas de artillería. Además de la dotación militar, convivían con ellos sus familiares y sacerdotes y no solía pasar de dos centenares de personas en total.


Para proteger un territorio inclemente y de una extensión apabullante, se contaba principalmente con una tropa especialista de aspecto y armamento arcaico, que sin embargo demostró ser uno de los cuerpos más versátiles y temibles de los extensos territorios en las postrimerías del imperio español: los dragones de cuera. Reciben este nombre porque ésta era la prenda que usaban como armadura: un abrigo largo de cuero sin mangas, que podía llegar a pesar hasta diez kilos, y que servía como protección frente a las flechas de los nativos. Con el tiempo, evolucionó hacia una chaqueta más corta. Otra parte del equipo curiosa: empleaban una adarga, un escudo (con las armas del rey) de origen árabe (nazarí) realizado en cuero y que había sido adoptado por la caballería ligera cristiana durante la Reconquista, por su utilidad. Como se ve, los conquistadores lo llevaron a América y seguía empleándose por ser más ligero y flexible. Su armamento era dispar y podía parecer anticuado, pero estaba perfectamente adaptado a la naturaleza de los combates contra los indios de las praderas: consistía en una escopeta, dos pistolas y espada y lanza (dos piezas muy importantes porque a menudo llegaban al cuerpo a cuerpo con los nativos). Incluso hubo dragones que usaron el arco y las flechas de sus adversarios. Las corazas y los morriones propios de los conquistadores dieron paso al cuero endurecido y a los sombreros de alas abiertas, ideales para protegerse del sol. En tanto, se recuperó la lanza y las armas de astas, que estaban en desuso en Europa, para luchar contra los diestros jinetes indios. Las armas de pólvora eran importantes por el valor psicológico, no así determinantes porque, a falta de un mecanismo de repetición en este momento, los arcos indios podían realizar una veintena de lanzamientos en lo que un dragón recargaba.


El ingreso en el cuerpo era voluntario y para ello se exigía tener 16 años, medir más de metro y medio, estar sano, ser católico y libre de pecado, para poder acceder a un compromiso de diez años de servicio. Como sucedía generalmente en las tropas del Imperio español, eran tropas de composición multirracial; se ha estimado que sólo el 50% de los Dragones de Cuera eran soldados españoles; el 37% eran mestizos o mulatos y el 13% restante eran indígenas. Dado que la mayoría de estos hombres había nacido en Nueva España, estaban acostumbrados a las duras condiciones de servicio en estas tierras, siendo grandes conocedores de la zona y sus habitantes. No obstante, los oficiales siempre fueron españoles o ciudadanos europeos de otras posesiones imperiales, como italianos o valones. La uniformidad y el equipamiento de los Dragones de Cuera, que dan nombre a este cuerpo, quedarán regulados en 1772: ” El vestuario de los soldados de presidio ha de ser uniforme en todos, y constará de una chupa corta de tripe, o paño azul, con una pequeña vuelta y collarín encarnado, calzón de tripe azul, capa de paño del mismo color, cartuchera, cuera y bandolera de gamuza, en la forma que actualmente las usan, y en la bandolera bordado el nombre del presidio, para que se distingan unos de otros, corbatín negro, sobrero, zapatos y botines.”


Una peculiaridad de estas unidades es que cada dragón tenía asignados media docena de caballos y una mula, para realizar sus misiones; cada jinete debía tener una montura preparada, en todo momento para salir al combate. Los caballos tenían una gran importancia porque precisamente una de las misiones que tenían estas tropas era la de impedir el robo de caballos (cuya cría era muy importante en el Virreinato de la Nueva España) por parte de los indios, que los empleaban como moneda de cambio para comprar armas a los comerciantes franceses. La introducción del caballo español en Norteamérica configuró el “Salvaje Oeste” tal y como hoy se conoce; los caballos abandonados por los españoles en las praderas del Camino Real dieron lugar a la denominada raza mesteña, conocida en EE.UU. como los «mustangs», de pequeña alzada y apariencia robusta. A través del robo y del trueque, la cultura equina se extendió con rapidez entre las tribus y para 1630 no quedaban pueblos nativos que no montaran a caballo. La incorporación del caballo recrudeció la lucha contra los invasores blancos, pero también entre las tribus, ya que los guerreros eran ahora capaces de recorrer distancias antes inimaginables a pie. Aunque los caballos cayeron en manos nativas, con las armas de fuego los españoles se cuidaban de no venderlas bajo ningún concepto a las poblaciones nativas. La legislación prohibía a los indios la propiedad y el uso de armas de fuego, al considerar lo peligroso que era que en el futuro las usaran contra ellos. Unas precauciones que holandeses, ingleses y franceses solo tomaron tras padecer en sus carnes las terribles consecuencias de que sus comerciantes armaran a los nativos. A partir de 1746, los comanches empezaron a lanzar incursiones devastadoras contra la frontera española gracias al suministro de rifles y fusiles franceses. Las mismas armas de fuego que poco después también apuntarían hacia el resto de europeos.


San Agustín de Tucson

En las escaramuzas con partidas de indios primaba la versatilidad. El gran poder de los dragones de cuera, lanza en ristre, era su capacidad de defender poblaciones dispersas sin apenas recursos y asándose de calor bajo sus seis capas de piel. Operando usualmente en pequeñas unidades de castigo de doce jinetes, los dragones tenían como base los presidios, cuya guarnición estaba compuesta por un capitán, un teniente, un alférez, un sargento, dos cabos, capellán y en torno a cuarenta soldados (que siempre resultaban ser menos), a los que se les asignaba un número variable de rastreadores indios de las tribus aliadas, que acudían a éste territorio en busca de la protección de los españoles. Desde las primeras décadas del siglo XVIII se venían enfrentado a los belicosos comanches, que habían cruzado las Rocosas en busca de nuevos territorios, equipados con las armas de fuego que intercambiaban por caballos, haciendo la guerra a las tribus locales, a las que derrotaron a mediados de siglo en la Batalla del Cerro del Fiero, asentándose en una zona limítrofe con el sistema defensivo español, que se conocería como la Comanchería. Desde la Comanchería, los jinetes de las praderas atacaban los ranchos y asentamientos españoles a los que los mandos militares respondían con veloces incursiones de los dragones de cuera para provocar su retirada de nuevo hacia la Comanchería. Se trataba de operaciones de castigo, donde lo importante era dejar claro que los españoles tomarían represalias por cualquier incursión que se hiciera sobre su territorio.

El desafío de los comanches provocó varias expediciones de castigo por parte de los españoles, como las de Pedro de Villasur en 1720. Frente a apaches, comanches y franceses, la colonización en Texas avanzó con lentitud. La paz con Francia de 1720 permitió despegar a algunos asentamientos como San Antonio de Bexar, pero obligó a los dragones de cuera a estirar al límite sus fuerzas. Alarmado por la presencia francesa en las Grandes Llanuras, el virrey de Nueva España ordenó en el verano de 1720 al Teniente General Pedro de Villasur, sin apenas experiencia militar, que se adentrara en el noreste a recabar más información al frente de una escuadra de estos dragones. El 16 de junio de 1720, unos 45 dragones españoles, 60 indios pueblo y una docena de guías apaches partieron desde Santa Fe. La expedición recorrió ochocientos kilómetros a través de los actuales estados de Colorado, Kansas y Nebraska, hasta llegar a territorio pawnee, una tribu que de un tiempo a esta parte estaba colaborando con comerciantes franceses. Con los españoles viajaba un pawnee llamado Francisco Sistaca, del que se esperaba que hiciera de intérprete y mediador con su tribu. Como señal de paz les llevó tabaco. No obstante, «Paco» el pawnee desapareció misteriosamente el 13 de agosto. La negativa de su tribu a permitir que regresara con los españoles y el miedo a caer en una trampa obligaron a Villasur a retroceder cerca de la actual Columbus (Nebraska). Al amanecer del 14 de agosto, el centenar de hispánicos fue asaltado en su precario campamento cuando ensillaban sus caballos. Los guerreros pawnee se ampararon en la hierba alta para esconder su posición mosquetes en manos indias apuntó a que los pawnee fueron asistidos por soldados y comerciantes franceses. Pedro de Villasur cayó muerto en los primeros instantes y los escasos supervivientes del ataque sorpresa formaron un círculo en torno al comandante muerto. La batalla concluyó en matanza con el resultado de 35 soldados españoles y 11 indios pueblo muertos. Los siete españoles y 45 indios restantes llegaron moribundos a Santa Fe el 6 de septiembre. Aquella fue la única derrota seria de los Dragones.



Presidio español

A pesar de todo, los dragones de cuera se recuperaron pronto de aquella derrota. Con un reducido número de jinetes continuaron combatiendo a apaches, comanches, franceses y todo tipo de amenazas hasta mediados del siglo XVIII. A partir de 1745, los ataques de los comanches se volvieron más frecuentes. Equipados ahora con armas de fuego, se convirtieron en la pesadilla de las tribus locales, y en un quebradero de cabeza para las autoridades coloniales. En la década de 1770 surgió entre los comanches un líder carismático, Tabivo Naritgant, más conocido como Cuerno Verde. Sus ataques fueron inusualmente sangrientos y provocaron la mayor ofensiva de los soldados presidiales durante toda su historia. La capiteanaba el victorioso gobernador de Nuevo Méjico, don Juan Bautista de Anza, y la formaba una fuerza de seiscientos hombres, mezcla de milicianos, aliados indios e infantería de la guarnición de Santa Fé. Pero el peso del combate recaería sobre los ciento cincuenta dragones de cuera, la tropa de élite de aquella expedición. Tras varias escaramuzas, el combate decisivo se libró el 3 de septiembre de 1779, cuando los hombres de Anza emboscaron a los guerreros más fieles a Cuerno Verde, que plantearon una última defensa. El jefe indio cayó en combate, y su curioso tocado fue enviado como trofeo al rey de España, que posteriormente lo regaló al Papa, estando hoy depositado en los Museos Vaticanos. Los dragones de cuera cumplieron bien su cometido. La frontera norte quedó en paz tras ésta victoria y la firma de paces que le siguió y durante las décadas restantes hasta la independencia de México, las incursiones indias se detuvieron.

 

En una inspección a la frontera, el enviado real Pedro de Rivera se asombró, en 1728, de que la línea defensiva la constituyeran apenas mil hombres (1.006 hombres) entre oficiales y soldados, repartidos en 18 presidios. Las lanzas de los dragones simbolizaban, literalmente, hasta dónde alcazaba el poder del Rey de España. Más allá era “tierra salvaje” o controlada por las otras potencias europeas que aspiraban a hacerse con su trozo del pastel del Nuevo Mundo. En 1821, España retiró la bandera de estos territorios y con ello desaparecieron los Dragones de Cuera.

https://quevuelenaltolosdados.com/2019/05/30/los-dragones-de-cuera-el-salvaje-oeste-espanol/

https://quevuelenaltolosdados.com/2019/07/04/el-temible-galeon-espanol/













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