lunes, 27 de julio de 2020

TIEMPO FECHADO: EL MEXICANO Y EL PODER.

LA RELACIÓN CON SUS SEMEJANTES, SUPERIORES Y SUBDITOS.

LA OBRA DE OCTAVIO PAZ

El mexicano tiene comportamientos complicados. Por eso mismo, se requiere adentrarse en el conocimiento de su personalidad para comprender las relaciones con el poder. Las actitudes ante sus semejantes se inscriben en la compleja red de ingredientes que orientan su vida dentro del grupo humano y, por supuesto, sus vinculaciones con el poder o con la condición de gobernado. Para Octavio Paz, el mexicano es un ser a la defensiva, en una actitud de desconfianza que suele combinar con disimulos y estallamientos imprevisibles. Simula que no existe y, por eso mismo, es difícil saber quién es y lo que es. Su pasividad lo mantiene al abrigo de miradas, de dudas y de la necesidad de "abrirse" ante el poder humano, al cual suele envidiar y rechazar.

En sus relaciones con los demás, puede deslumbrarse ante las cualidades o las virtudes; sin embargo, muy pronto pasa a la defensiva y nunca es un admirador o seguidor permanente. Por eso mismo, sus relaciones con el poder o la autoridad son impredecibles e implican algunos riesgos para quienes ejercen el menester de gobernar. Al encerrarse en sí mismo, el mexicano hace más profunda y exacerbada la conciencia de sus diferencias, de las distancias y de lo que suele distinguirlo con respecto a los demás. A sus iguales no los busca, por, temor a contemplarse en ellos y descubrir su intimidad siempre desestimada. Es un solitario por excelencia y sus relaciones con el conjunto social suelen ser poco consistentes, a no ser en algunas ocasiones excepcionales. Dentro de la "normalidad", el mexicano rehúye la efusión sentimental y nos muestra una máscara o un rostro impasible, que complica seriamente el entendimiento de sus comportamientos sociales. Más aún, sus reacciones políticas en un mediano o largo plazo.

En general, los mexicanos nos sentimos solos y, ciertamente, estamos en la condición de solitarios. Es decir, no nos sentimos inferiores, sino distintos a los demás y, por eso mismo, somos poco proclives a la solidaridad o las grandes acciones colectivas. La soledad cotidiana sólo se neutraliza o se niega en la melancolía o en el júbilo, en el silencio y el alarido, en el crimen gratuito o el fervor religioso. A los mexicanos nos rodea un mundo fantasmal que no tiene origen en la creación humana sino en las oscuras evoluciones del cosmos. En ese sentido, la política es creada por los hombres y, por ese pecado original, es poco digna de confianza.

El poder es la circunstancia de un señor, el "chingón" por excelencia, que le permite someter al resto de los coterráneos. El HOMBRE del poder puede hacer chingaderas, cuando así lo requiera, y someter a la población a una chinga perpetua. Por esa circunstancia, el gobernante mexicano es sujeto de atribuciones amplias y objeto de obediencias, temores y rechazos.

El poder político -en cualquiera de sus presentaciones- es una condición que se arrebata y se mantiene por la simulación o la fuerza,2 aunque tanto los poderosos como los sometidos son solitarios y no tratan de encontrar a sus semejantes. Como las malas palabras, la actitud defensiva o de aislamiento ante el poder está ahí y suele presentarse callada o vociferante. Este ingrediente cultural, pertenece a un orden proveniente de la ruptura con las míticas y añoradas condiciones originarias.

El poder -cuando alcanza el estatuto de factor concreto, el gobierno- sustituye en buena medida al Padre Ausente, que al no constituir más que una abstracción favorecida por la ausencia, tiene la dualidad de las deidades: por una parte, son los sujetos de la creación y, por otra, son las poseedoras del látigo y de la muerte. Esa dualidad sirve como una de las piedras angulares de la disposición de los mexicanos para aceptar lo que, a su juicio, es inevitable. 3 El poder es para los "machos" y chingones, por lo que no es pertinente desafiar el orden cósmico que se traduce en el estado de cosas político. La realidad del mundo que nos rodea no puede perfeccionarse, se redime cuando hay, un evento sobrenatural que, por lo demás, no suele ser muy frecuente y no siempre es deseable.

Los españoles, al sentar las bases de su dominio en el territorio mesoamericano, tuvieron en cuenta el pasado reciente de sus nuevos vasallos. Mantuvieron, con otros nombres, las instituciones que servían para mantener el poder, con excepción de las religiosas, por lo menos en la superficie. Demás está decir que en la historia mexicana se reproducen las figuras de las pirámides, en donde lo pasado es oculto por lo nuevo, aunque no desaparece de manera total. El pasado, como los cimientos de las pirámides, sirve para sostener el nuevo andamiaje cuya finalidad última es mantener y perpetuar las relaciones de dominación. Así, se creó una cultura de la ambigüedad ante el poder; por una parte, se le rechaza y, por otra, se le permite mantenerse como tal.

La herencia hispana trajo al caudillo una reminiscencia de los jefes guerreros árabes, que para serlo requiere del dominio completo sobre sus subordinados. La herencia prehispánica -esencialmente azteca, en otro simbolismo de la centralización- trajo el culto al Tlatoani, un gobernante poderoso, pero finito. 4 Con poderes de cargo que terminaban el día en que se les retiraba el estandarte real -entre los prehispánicos- o se les desprendía la banda tricolor, ya en los días en que vivimos. 5

En nuestro país, los hombres con el poder deben saber bien cuál es el terreno que pisan cuando ejercen sus capacidades de dominación. Tienen que hacerlo con gobernados celosos de sus intimidades y, con frecuencia, de las ajenas; casi siempre silenciosos e incapaces de rozar con los ojos a los vecinos. Temen que " ... una mirada puede desencadenar las almas cargadas de electricidad". Son súbditos susceptibles a ser heridos por las palabras y las sospechas de palabras, proceso su lenguaje está lleno de reticencias, de figuras y alusiones, de puntos suspensivos. En sus silencios y frases cortadas hay repliegues, arcos iris impredecibles, amenazas indescifrables; de tal manera que aún en el conflicto prefiere la expresión velada a la injuria. El gobernante tiene que ser un buen gesticulador, que no sólo convenza a los gobernados, al menos aparentemente, sino que se convenza a sí mismo y pueda ampliar el círculo de las simulaciones y los disimulos. 6

Los hombres de nuestro país siempre están lejos, también de sí mismos. El ideal de la hombría consiste en no "rajarse" ni acercarse -intimar-; porque rajarse significa "abrirse" y solamente se abren los cobardes o los traidores. Los hombres mexicanos pueden doblarse, humillarse, agacharse, pero no rajarse ante el poder ni acercarse a la autoridad o a sus semejantes. Los hombres no pueden permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad; menos aun cualquiera de las modalidades del poder humano'. Por algo los varones son distintos a las mujeres, que son inferiores porque al entregarse se abren. Su inferioridad radica en su sexo, en su "rajada", la herida que jamás cicatriza. Las mujeres pueden aceptar y abrirse a la autoridad del macho, del clérigo, del cacique o del económicamente poderoso. Pueden intimar: los hombres nunca. 7

Para no rajamos y mantenemos aislados del mundo que nos rodea, el hermetismo es uno de los mejores y más cercanos recursos. No se puede conspirar contra el poder, porque se desconfía de todos y uno mismo es objeto de reticencias. Al no haber un campo propicio para la conspiración, que quizá pudiera ser un factor atractivo -porque reta al peligro, a la muerte; incluso, porque puede ser celebrativo- para los mexicanos, preferimos la seguridad del aislamiento. El mecanismo de la desconfianza tiene vida propia y funciona casi de manera inconsciente, al menor llamado de las circunstancias.

Ante las expresiones de simpatía, desde el poder o desde los gobernados, la respuesta es la reserva, porque no se sabe si los sentimientos de afecto son verdaderos o no. Total, el país es un escenario de simulaciones y apariencias, ante el cual hay que estar siempre a la defensiva, con todos los sentidos bien atentos. De no hacerlo así, el PODER puede sorprendemos y exigir nuevas modalidades -cada vez más abyectas de sujeción y cercanía, contrarias a nuestra condición de "machos" y de solitarios. No debemos olvidar que la autoridad es la materialización de los chingones y de los hombres en el sentido estricto del término. Por otra parte, la integridad masculina corre riesgos 10 mismo ante la benevolencia que ante la hostilidad de las instancias autoritarias; más ante la primera, porque suele ser falsa con mayores frecuencias. 8

En varias ocasiones, el poder ha sido un objeto oscuro y aterrorizante. Ha sido una suerte de maldición de la cual es necesario alejarse y permanecer a distancias respetables, porque no se sabe lo que debe hacerse con él. Don Miguel Hidalgo tuvo a su merced a la ciudad de México y temió ocuparla, porque se sentía temeroso de las reacciones populares. Villa y Zapata expresaron sus temores ante la silla presidencial y llegaron a proponer su quema física, para acallar así las ambiciones que se suscitaban en tomo a ese mueble mítico y amenazador. El político, por buscar el poder, es mal visto o, por lo menos, es objeto de precauciones y distancias. El mexicano en el poder, es inmaculado cuando lo recubre el hecho heroico o el estoicismo: por ese motivo Juárez y Cuauhtémoc son las piedras angulares del santoral cívico mexicano.

El gobernante, o mandamás, sabe perfectamente que corre riesgos; pero éstos tienen sus compensaciones. En otros pueblos, la hombría es una abierta y agresiva disposición al combate; en tanto, en el nuestro es más importante la defensa y la invulnerabilidad. Más que velar sus armas para tomar la ofensiva, el mexicano se dispone a hacer frente a las ajenas o del mundo exterior. No se tiene como un elemento digno de mayores admiraciones a la habilidad y fuerza para vencer; más bien se 'Prefiere el estoicismo como una de las virtudes por excelencia.9

Las frases que suelen citar los mexicanos políticos -y los mexicanos comunes y corrientes, en cierta medida- con mayor frecuencia son las que se refieren al sufrimiento y la dignidad ante la derrota. Cuando el estoicismo no es un bien al alcance, se sustituye por la resignación y el sufrimiento. Por eso mismo, la entereza ante la adversidad es un componente muy importante, en ese sentido de la aceptación del estado de cosas. Este ingrediente es conocido por el poder y hace de esa circunstancia una condición para mantenerse como tal. Ni nos comunicamos con los demás, ni nos abrimos: una y otra acción equivale a abdicar. 10

De otra manera, no sería posible gobernar a una población encerrada y partidaria de la simulación. La mentira tiene una importancia real en la vida cotidiana, la política, el amor y la amistad. Sirve para el engaño y el auto engaño en un juego trágico que comparten dominantes y dominados por igual. La simulación es para ser lo que no se es y en México deja de ser una simple transformación de la apariencia, para convertirse en una modificación utilitaria de la realidad. Los gesticuladores -sobre todo quienes tienen autoridad- hacen que sus gestos se hagan auténticos y se produzca una simulación para salir del paso cuantas veces sea necesario. El disimulo, por otra parte, no sirve para alterar la realidad, sino para ocultar la presencia, para pasar desapercibidos y esconder las pasiones y los sentimientos de afecto o rechazo. El mexicano, al cuidarse de las miradas, se contrae, se reduce, se vuelve sombra y fantasma, eco. No camina, se desliza; no replica, rezonga; no se queja, sonríe y cuando canta, o grita o lo hace entre dientes. "En sus formas radicales, el disimulo llega al mimetismo: mexicano -particularmente el indio- se funde con el paisaje, con la tierra oscura o con el silencio que lo rodea". Hay que darse sus mañas para gobernar a un pueblo que no quiere verse o quiere verse diferente a lo que es.

Para Octavio Paz, " .. .la preeminencia de lo cerrado frente a lo abierto no se manifiesta sólo como la impasividad y la desconfianza, la ironía o el recelo. También entraña una preferencia -incluso amor- por la forma". y las formalidades. Estas contienen y encierran a la intimidad, impiden los excesos, reprime las explosiones y preserva el mundo que nos rodea. De un lado, los pueblos prehispánicos; de otro, los peninsulares, nos dejaron una fuerte herencia de predilección permanente por el orden y las formalidades. El mexicano, contra lo que frecuentemente se supone, aspira a crear y vivir en mundos ordenados, con reglas claramente establecidas y respetadas.11

De esta manera, el poder se vería garantizado por las leyes vigentes y plenamente aceptadas por los distintos protagonistas de la vida nacional: los mexicanos, en general, no quieren hacer transformaciones reales en el país.12 Esta tendencia hacia las formalidades y las leyes es uno de los componentes que explican muchos años de luchas internas, por imponer en marco normativo que debería regir, incluso con dureza, a todos.

El orden -jurídico, social o artístico- constituye una esfera segura y estable. En su ámbito basta con ajustarse a los modelos y principios que regulan la vida; para manifestarse, nadie necesita recurrir a la continua invención que exige una sociedad libre. Quizá nuestro tradicionalismo -que es una de las constantes de nuestro ser y lo que le da coherencia y antigüedad a nuestro pueblo- parte del amor que profesamos por la forma.13

Los rituales cotidianos de la cortesía y los que se asoman por distintos tiempos del calendario, el humanismo clásico que subyugó a los intelectuales y escritores de la primera mitad del siglo XX, el gusto por las formas cerradas en la poesía, la pobreza del romanticismo del país -cuando esa modalidad abría las grandes puertas de la libertad para las pasiones y las desmesuras de la creación- son expresiones de una tendencia conservadora difícil de revertir. También lo es la inclinación por las formas morales o burocráticas, hacen ver directamente el carácter de los mexicanos y sus temores hacia los cambios verdaderamente trascendentes. 14

Con frecuencia, las normas jurídicas y las formalidades de otra naturaleza nos oprimen; para citar un ejemplo, los liberales del siglo XIX pretendieron someter la realidad de nuestro país a la camisa de fuerza de la Constitución del 57. Esto es, trataron de resolver los problemas y mantener la integridad del territorio con base en las leyes emanadas del pensamiento liberalista, que tendía a igualar a todos y a construir una cultura común para los habitantes del país. El resultado más conocido de esta empresa igualitaria fue la larga dictadura porfiriana, muy lejos de los principios constitucionales y, de manera indirecta, la Revolución de 1910; es decir, la dictadura y la violencia. Para cambiar el orden social existente, los revolucionarios de la Independencia, de la Reforma liberal y del 1910, recurrieron a nuevas normas. A cambio de las leyes novohispanas, se dictaron varias constituciones locales. A cambio de la Constitución de 1857, que se había convertido en un estorbo para la dictadura porfiriana, se creó la Constitución de 1917. El culto a la forma y a los formalismos llevó a suponer que los cambios sociales serían una consecuencia pronta de las reformas a las leyes.

En cierto sentido, la historia de México -como la de cada mexicano- consiste en una lucha entre las formas y fórmulas en que se pretende encerrar a nuestro ser y las expresiones con que nuestra espontaneidad se venga. En pocas ocasiones la Forma ha sido una creación original, un equilibrio alcanzado gracias a la expresión de nuestros instintos y quereres. Nuestras formas jurídicas y morales mutilan con frecuencia a nuestro ser, nos impiden expresarnos y niegan satisfacción a nuestros apetitos vitales. 15

Estas circunstancias se explican por el hecho de que nuestras formas no son una inducción creativa, sino un espacio en el que se aprisionan las posibilidades de crear. En el terreno del arte, ya en la Nueva España se dieron los efectos del rechazo novohispano al romanticismo y de apego a las formas tradicionales. Don Antonio Castro Leal detectó en la obra de Juan Ruiz de Alarcón el rechazo hacia las innovaciones cada vez más frecuentes en la capital del imperio. Mientras Lope de Vega exaltaba al amor, a lo heroico, lo sobrehumano y lo increíble; Alarcón opone la dignidad, la cortesía, el estoicismo melancólico y un pudor más o menos complaciente. 16 El autor novohispano se orienta hacia una conservadora moral universal y evade las verdaderas esencias renovadoras del ser humano. 17

Durante varios periodos de nuestra historia, la creación cultural -incluida la política- se ha limitado hacia lo vigente y lo razonable. Hay pocas ideas nuevas y se sobrevalora la recreación de lo que ya ha sido probado -con o sin éxito- en otras latitudes. En política, los mexicanos no creamos, sino que reproducimos las relaciones con el poder basadas en la ausencia de crítica y, en ocasiones, en el recurso de adjetivar al poder, en un acto de palabras que equivale a un estallamiento. De la palabra servil se pasa, a veces imperceptiblemente, a la expresión violenta: a la crítica momentánea de la palabra, aun cuando ésta sea una mala palabra.

En la política -tanto como en el arte- aspiramos a los mundos cerrados. En sus relaciones de cada día, los mexicanos procuran el imperio del pudor, y la reserva ceremoniosa frente a la autoridad. El pudor no proviene de la vergüenza, sino de la necesidad de evitar las miradas extrañas que siempre sobresaltan a los mexicanos. El pudor tiene carácter defensivo tanto en la esfera religiosa como en las relaciones sociales y, por eso, la virtud que más estimamos, después del estoicismo, es la reserva en los hombres y el recato de las mujeres. Esta reserva nos permite orillamos cuando hay una corriente de inestabilidad que pudiera amenazamos; el recato también orilla -o permite- a las mujeres alejarse de todos los asuntos que son "cosas de hombres". Los protagonistas del poder, así sean hombres o dioses, se caracterizan por su naturaleza masculina. Las mujeres transmiten o conservan los valores y las energías sociales o cósmicas; empero, no puede ser la fuente creadora. La mujer no podría ejercer el poder, porque esa condición sería violatoria de los preceptos del Cosmos y, por eso mismo, sería perniciosa. La mujer sólo puede llegar al poder cuando abandona su condición original y se transforma en una "mala' mujer". Cuando en vez de obedecer ordena, cuando en vez de ser pasiva se vuelve protagonista y cuando en vez de ser chingada se convierte en chingona o, lo peor, en chingadora. 18 Encama los elementos tutelares del universo, pero la feminidad no es un fin en sí misma; todo lo contrario de la hombría. Por esa razón no es posible una actitud crítica ante el estado de cosas; al contrario, debe mantenerse impasible, ciertamente sonriente, ante el mundo exterior. También, aportar la piedad y la dulzura a las tareas de cuidar la ley y el orden. Debe ser la instancia por excelencia para suavizar .las relaciones de hombre a hombre y de hombre a poder.

El mexicano es enigmático para los extraños y para sí mismo. Es un problema para sí y para el resto de sus compatriotas a la hora de entenderse y de las solidaridades sociales. Este comportamiento o actitud se relaciona con una moral de siervo que flota en los distintos sectores de la sociedad mexicana y que tiene un largo tiempo de existir. La moral de siervo se contrapone a la del señor del poder y a la moral moderna, ya sea proletaria o burguesa. 19 La desconfianza, el disimulo, la reserva que cierra el paso al extraño, sirven para eludir la mirada ajena: son rasgos de pueblos dominados. Hay miedo al señor y desconfianza hacia los iguales. Las relaciones sociales están imbricadas de temor, por lo que la política es un inframundo al que no es prudente acercarse demasiado, a no ser que sea al centro mismo de los poderes. Parece ser que hay una casta vigilante de todos los comportamientos o un Estado extraño, del mundo o del inframundo.

Esclavos, siervos y razas sometidas se presentan siempre recubiertos por una máscara, sonriente o adusta y únicamente a solas; en los grandes momentos se atreven a manifestarse tal como son. Todas sus relaciones están envenenadas por el miedo y el recelo. Miedo al señor, recelo ante sus iguales. Cada uno observa al otro, porque cada compañero también puede ser un traidor. Para salir de sí mismo, el siervo necesita saltar barreras, embriagarse, olvidar su condición, vivir a solas, sin testigos. Sólo en la soledad se atreve a ser. 20

La situación del pueblo durante el período colonial explica en parte esta circunstancia cultural de ser dominados. También la historia de nuestro país como nación independiente contribuye a explicar esa "psicología servil" ante el poder y muy desconfiada frente a los semejantes. De un lado tenemos un fuerte autoritarismo, que suele recurrir frecuentemente a la violencia. Del otro, el escepticismo y una bien probada cultura de la resignación en el pueblo mexicano.21 Las resignaciones políticas, tan frecuentes en nuestros distintos pasados, han contribuido a formar o mantener este escenario histórico. Sin embargo, estos elementos no son suficientes, porque el encerramiento no es privativo de los grupos dominados, sino también las clases dominantes lo comparten y se aíslan del mundo exterior. El mexicano convierte las circunstancias históricas en materia plástica y se funde en ellas para esculpir el escenario, y al esculpirlo, se esculpe a sí mismo. Unos y otros se enfrentan a enemigos etéreos; a entidades imaginarias, vestigios del pasado o fantasmas engendrados en ellos mismos. La cultura de la obediencia, como complemento a la del autoritarismo, tiene vida propia; se mantiene y se reproduce. 22

Para que aflore nuestra intimidad, se requiere el estímulo de la fiesta o del alcohol. La fiesta -en este sentido- se asume en distintas formas fuera de la música, los carnavales o los cohetes. En una celebración, es posible retar al poder y hacerse de él, aunque esa circunstancia es poco probable y, cuando llega a presentarse, dura poco. Por eso el poder teme a las celebraciones -aun cuando las permita- y participa en las fiestas de manera pasiva, cuidando las formas y el orden establecido. El agente detentador del poder es el invitado especial o el organizador temeroso y siempre con el cuidado de guardar las distancias correspondientes. Para el mexicano, las fiestas le dan ocasión de revelarse y dialogar con la divinidad, la patria, los amigos o los parientes. Durante esos días, el silencioso mexicano silba, grita, canta, arroja petardos, descarga su pistola al aire. Descarga su alma ... el mexicano no se divierte: quiere sobrepasarse, saltar el mundo de soledad que el resto del año lo incomunica. Las almas estallan como los colores, las voces, los sentimientos, como en un revés brillante del silencio y de la apatía, de la reserva y de la hosquedad. 23

En la fiesta, o la celebración que puede ser un evento con el poder, se introduce una lógica, una moral y, con frecuencia, hasta un esquema económico que suele contradecir a lo que sucede todos los días. La fiesta es una revuelta en la que abundan las burlas o las confidencias a gritos con las deidades o sus representantes. Hay ruptura del orden, burla a las leyes y retos a la autoridad, cuando no una ruidosa actitud de ignorarla. "Todo se comunica, se mezcla el bien con el mal, el día con la noche, lo santo con lo maldito. Es una operación cósmica: la experiencia del desorden, la reunión de los elementos y principios contrarios para provocar el renacimiento de la vida. 24 El grupo, tras la celebración, sale fortificado: vuelven todos a sus casas, quehaceres y permanece el estado de cosas. Tras el baño de caos, el orden vuelve a predominar y la autoridad recupera sus certidumbres. La celebración, con todo y sus ruidos o gritos, de las luces y saltos rituales, permitió volver, por algunos momentos, al caos original. Sin embargo, en los momentos decisivos, al mexicano no le gustan las apuestas por lo imprevisto.

En ciertas fiestas desaparece la noción misma de Orden. El caos regresa y reina la licencia. Todo se permite: desaparecen las jerarquías habituales, las distinciones sociales, los sexos, las clases, los gremios. Los hombres se disfrazan de mujeres, los señores de esclavos, los pobres de ricos. Se ridiculiza al ejército, al clero, a la magistratura. Gobiernan los niños o los locos. Se cometen profanaciones rituales, sacrilegios obligatorios. El amor se vuelve promiscuo.25

En la fiesta se transgredió el orden y se retó a la autoridad, humana o divina .. Se soltaron los cohetes y los gritos causaron algunos temores a los observadores no versados. Sin embargo, fue un evento fugaz y, por lo visto, ritual. El poder real no se ha puesto en juego ni mucho menos. 26 La vuelta a los orígenes, o la pretensión de volver, fue momentánea. La fiesta, como la embriaguez, fue un torbellino de colores, fue una comunión· de soledades que, a fuerza de repetirse en los siglos, preparó a los mexicanos para perderse en el catolicismo, que es también la promesa de comuniones, de vuelta a los orígenes y de salvación permanente.

El último factor que obstaculiza las relaciones entre el poder y los subordinados y entre los integrantes de este último grupo es la identidad difusa de los mexicanos. Es un problema de espacio y, sobre todo, de tiempos. El mexicano ha sido, o es, afrancesado, hispanista, germanista, pocho, indigenista o neo indigenista, agrarista, pro socialista o partidario acérrimo de la economía liberal Y En esa búsqueda -que también es huida- pretende volver a sus orígenes poco definidos y que, por eso mismo, tienen los mismos sustentos que el sentimiento religioso. Esa religiosidad explica el masoquismo y el culto al terror o las autodestrucciones. El mexicano no es valiente, sino atrevido; no es ajeno al dolor, sino estoico en el sentido fatalista del término. No es rebelde ante el poder, sólo revoltoso en la superficie.

Su aceptación hacia el orden establecido requiere de ritos para mantenerse. La conquista, la Independencia y la Revolución son los espacios históricos por excelencia para la formación y la recreación mitológica. Por ese motivo; el discurso del poder es la voz de la Patria. Es la recuperación verbal de los grandes mitos mexicanos y el acto recordatorio de los orígenes. Cuauhtémoc es recordado más con los pies entre las llamas del tormento; don Miguel Hidalgo y Costilla, con su ropa negra y el estandarte guadalupano; Benito Juárez en su islote flotante; Emiliano Zapata en la tumba de tierra -otro componente mítico incomparable-, y el general Lázaro Cárdenas junto a los campesinos pobres, pero risueños y llenos de esperanza. Don Francisco I. Madero, al igual que Moisés con las Tablas de la Ley, es recreado, cuando es necesario, con las tablas de la No Reelección. 28

En el fondo de la psiquis mexicana hay realidades recubiertas por la historia y por la vida moderna. Realidades ocultas pero presentes. Un ejemplo es nuestra imagen de la autoridad política. En ella hay elementos precolombinos y también restos de creencias hispánicas, mediterráneas y musulmanas. Detrás del respeto al Señor Presidente, está la imagen tradicional del Padre. 29

No es un azar que Zapata, figura que posee la hermosa y plástica poesía de las imágenes populares, haya servido de modelo, una y otra vez, a los pintores mexicanos. Con Morelos y Cuauhtémoc, es uno de nuestros héroes legendarios... Realismo y mito se alían en esta melancólica, ardiente y esperanzada figura, que murió como había vivido: abrazado a la tierra. Como ella, está hecho de paciencia y fecundidad, de silencio y esperanza, de muerte y resurrección. 30

El mexicano es amante de leyendas y mitos para cubrir su orfandad; para mantener el ciclo ya establecido por el orden cósmico -y, más aún, del humano- y cuando hace falta para explicar lo oscuro. Por eso mismo, es poco permeable a las teologías o ideologías, aun cuando éstas prometan la salvación o sean portadoras de la utopía, respectivamente. Como creyente tiene nulas consistencias teológicas, como gobernado se encuentra alejado de toda definitividad en las ideologías. En la religión es de fidelidades dudosas; en la política es impredecible. Su identidad dudosa atrae de inmediato las desconfianzas en tomo a su capacidad de asumir compromisos con determinadas causas políticas.

Para gobernarlo, se requiere subirse al lomo de las soledades, de sus temores o de su indiferencia. Para convertirlo en rebelde se hace necesario esperar los días de guardar, que en este caso son los de fiesta y demás celebraciones. Empero, esa rebeldía, como la luz de los cometas y el sonido de los petardos, es siempre fugaz y se halla muy distante. En su borrachera recuerda, en su soledad olvida y, como ente político tiene varias máscaras: es un enigma. 31

NOTAS

I Octavio Paz, El laberinto de la soledad, México, FCE, 1997, p. 86. "Para el mexicano, la vida es una posibilidad de chingar o de ser chingado. Es decir, de humillar, castigar y ofender ... o a la inversa. Esta concepción de la vida social como combate engendra fatalmente la división de la sociedad en fuertes y débiles. Los fuertes -los chingones sin escrúpulos, duros e inexorables- se rodean de fidelidades ardientes e interesadas. El servilismo ante los poderosos -especialmente ante la casta de los 'políticos', esto es, de los profesionales de los negocios públicos- es una de las deplorables consecuencias de esta situación. Otra, no menos degradante, es la adhesión a las personas y no a los principios".

2 Octavio Paz, Postdata, México, FCE, 1996, p. 259. "Los métodos de promoción son los mismos que en todas las burocracias ... para ascender se requiere disciplina, espíritu de cuerpo, respeto a las jerarquías, antigüedad, capacidad administrativa, dedicación, eficacia, habilidad, suavidad, astucia, energía despiadada ... Los ascensos se hacen por consenso de los superiores."

3 El laberinto ... , op. cit., p. 90.

4 Postdata ... , op. cit., p. 258. "Frente a la pesadilla de la dictadura personal sin más límites que el poder del Caudillo y que terminaba casi siempre en una explosión sangrienta, los jefes revolucionarios idearon un régimen de dictadura institucional, limitada e impersonal. El presidente tiene poderes inmensos, pero no puede ocupar el puesto sino una sola vez; el poder que ejerce le viene de su investidura y desaparece con ella. El principio de rotación y selección opera ... para ser presidente, gobernador ... "

5 Esta circunstancia, la de finitud del poder, ha evitado que en México exista un Mussolini o un Hitler. Ni siguiera hay un Fidel Castro. Los gobernantes, al asumir el poder, saben que al final de su ciclo en el gobierno serán juzgados y, en muchos casos, vilipendiados. Las estatuas serán derribadas y se les someterá al juicio de la ciudadanía. Cfr. Erwin Rodríguez, El presidencialismo en México: polvos de lodos recurrentes, México, CECYT, 1999, p.ll.

6 El laberinto ... , op. cit., p. 50.

7 Cfr. ¡bid., pp. 88-89.

8 El poder también se enmascara. Detrás de su máscara no sabemos si el gobernante ríe o está enojado. La máscara en el poder también oculta la verdadera personalidad del gobernante. Sobre todo, porque el poder es impersonal, aun cuando esté depositado en personas concretas. El poder no es fácil de asir, como no es fácil de identificar. Tanto gobernantes como gobernados deben estar atentos ante el riesgo de la confusión por las apariencias.

9 Cfr. El laberinto ... , op. cit., p. 27. El culto a la muerte es también culto a la vida, que es anhelo de muerte. La autodestrucción en el mexicano no es sólo masoquismo, sino una forma de religiosidad. Disfruta de sus llagas y de la embriaguez, que es como un torbellino.

10 lbid., pp. 27-28.

11 El laberinto ... , op. cit., p. 35.

12 ¡bid., p. 36.

13 ¡bid., p. 35.

14/bid., pp. 35-36. " ... el mexicano es un hombre que se esfuerza por ser formal y muy fácilmente se convierte en formulista ... es explicable, el orden ... constituye una esfera segura y estable. En su ámbito basta con ajustarse a los modelos y principios que regulan la vida; nadie, para manifestarse, necesita recurrir a la continua invención que exige una sociedad libre ... "

15 ¡bid., p. 36.

16 Octavio Paz, "Una obra sin joroba: Juan Ruiz de Alarcón", en Generaciones y semblanzas, antecesores y fundadores, México, FCE, 1989, p. 66. Frente a la pasión de los españoles, no propuso un estremecimiento más hondo que la pasión, sino una fina arquitectura de posibilidades y razones. Por eso "Alarcón es mexicano, en cuanto que no es español". Esta negación alarconiana es la que, entre todas sus magníficas afirmaciones, que pertenecen a todos los pueblos y viven en la historia viva de la literatura ... nos acerca a él. En ella palpitan todas esas posibles, incumplidas afirmaciones del mexicano. Del mexicano que vive en el hondo, in expresado mundo primario de su pueblo.

17 El laberinto ... , op. cit., p. 37.

18 La mujer mexicana no es ni mala ni buena. Es simplemente mujer y no tiene ni buenos ni malos preceptos. Cumple con una función en el orden humano e infrahumano. Es el sujeto de la reproducción y de la recreación, aunque no es un sujeto activo, sino receptor del destino previamente asignado. Como gobernante, sería débil y estaría sujeta a los caprichos de su condición de "rajada". Podría entregarse y ser penetrada. Podría aterrarse ante cualquier repunte de la otredad en los mexicanos.

19 El laberinto ... , op. cit., pp. 77-78.

20 ¡bid., p. 78.

21 El laberinto ... , op. cit., p. 80.

22 ¡bid., p. 80. "Si no es posible identificar nuestro carácter el de los grupos sometidos, tampoco lo es negar su parentesco. En ambas situaciones el individuo y el grupo luchan -simultánea y contradictoriamente- para ocultarse y revelarse. Más una diferencia nos separa. Siervos, criados o razas víctimas de un poder extraño cualquiera ... entablan un combate con una realidad concreta. Nosotros, en cambio, luchamos con entidades imaginarias, vestigios del pasado o fantasmas engendrados por nosotros mismos. Esos fantasmas y vestigios son reales, al menos para nosotros. Su realidad es de un orden sutil y atroz, porque es una realidad fantasmagórica. Son intocables e invencibles."

23 ¡bid., p. 54. Algunos sociólogos franceses opinan que la fiesta es una forma de orillar a las personas para que gasten y se igualen a los demás. De esta manera se neutraliza a las envidias humanas y cósmicas. Otros opinan que con la fiesta y el gasto se pretende atraer, con el rito, la abundancia.

24 ¡bid., p. 56.

25 ¡bid., p. 55.

26 ¡bid., pp. 55-56.

27 ¡bid., p. 26. En esa búsqueda pretende volver a sus orígenes, ya sea el mundo prehispánico, la colonia, la revolución, etcétera. El mexicano siente que fue arrancado de su lugar original y es solamente un huérfano. Se fuga del presente y busca el regreso al pasado. Por eso flota en el tiempo.

28 Octavio Paz, Vuelta al laberinto de la soledad, Mé¡¡ico, FCE, 1997, p. 329. "Como mito político, Quetzalcóatl ha tenido más suerte: muchos de nuestros héroes no son, para la imaginación popular, sino traducciones de Quetzalcóatl. Traducciones inconscientes. Es muy significativo, porque el mito de Quetzalcóatl -y de todos sus sucesores, de Hidalgo a Carranza- es el de la legitimación del poder. Fue la obsesión azteca, fue la de los criollos novohispanos y es la del PRl."

29 ¡bid., pp. 239 Y siguientes.

30 El laberinto ... , op. cit., p. 154.

31 ¡bid., p. 72. "Hay un misterio mexicano, como hay un misterio amarillo y uno negro. El contenido concreto de esa representación depende de cada espectador. Pero todos coinciden en hacerse de nosotros una imagen ambigua, cuando no contradictoria: no somos gente segura y nuestras respuestas como nuestros silencios son imprevisibles, inesperados. Traición y lealtad, crimen y amor, se agazapan en el fondo de nuestra mirada. Atraemos y repelemos."

 

http://www.scielo.org.mx/pdf/ep/n1/0185-1616-ep-01-75.pdf

 


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