TIEMPO FECHADO: EL
MEXICANO Y EL PODER.
LA RELACIÓN CON SUS
SEMEJANTES, SUPERIORES Y SUBDITOS.
LA OBRA DE OCTAVIO PAZ
El mexicano tiene comportamientos
complicados. Por eso mismo, se requiere adentrarse en el conocimiento de su
personalidad para comprender las relaciones con el poder. Las actitudes ante
sus semejantes se inscriben en la compleja red de ingredientes que orientan su
vida dentro del grupo humano y, por supuesto, sus vinculaciones con el poder o
con la condición de gobernado. Para Octavio Paz, el mexicano es un ser a la
defensiva, en una actitud de desconfianza que suele combinar con disimulos y
estallamientos imprevisibles. Simula que no existe y, por eso mismo, es difícil
saber quién es y lo que es. Su pasividad lo mantiene al abrigo de miradas, de
dudas y de la necesidad de "abrirse" ante el poder humano, al cual
suele envidiar y rechazar.
En sus relaciones con los demás,
puede deslumbrarse ante las cualidades o las virtudes; sin embargo, muy pronto
pasa a la defensiva y nunca es un admirador o seguidor permanente. Por eso
mismo, sus relaciones con el poder o la autoridad son impredecibles e implican
algunos riesgos para quienes ejercen el menester de gobernar. Al encerrarse en
sí mismo, el mexicano hace más profunda y exacerbada la conciencia de sus
diferencias, de las distancias y de lo que suele distinguirlo con respecto a
los demás. A sus iguales no los busca, por, temor a contemplarse en ellos y
descubrir su intimidad siempre desestimada. Es un solitario por excelencia y
sus relaciones con el conjunto social suelen ser poco consistentes, a no ser en
algunas ocasiones excepcionales. Dentro de la "normalidad", el
mexicano rehúye la efusión sentimental y nos muestra una máscara o un rostro
impasible, que complica seriamente el entendimiento de sus comportamientos
sociales. Más aún, sus reacciones políticas en un mediano o largo plazo.
En general, los mexicanos nos
sentimos solos y, ciertamente, estamos en la condición de solitarios. Es decir,
no nos sentimos inferiores, sino distintos a los demás y, por eso mismo, somos
poco proclives a la solidaridad o las grandes acciones colectivas. La soledad
cotidiana sólo se neutraliza o se niega en la melancolía o en el júbilo, en el
silencio y el alarido, en el crimen gratuito o el fervor religioso. A los
mexicanos nos rodea un mundo fantasmal que no tiene origen en la creación
humana sino en las oscuras evoluciones del cosmos. En ese sentido, la política
es creada por los hombres y, por ese pecado original, es poco digna de
confianza.
El poder es la circunstancia de
un señor, el "chingón" por excelencia, que le permite someter al
resto de los coterráneos. El HOMBRE del poder puede hacer chingaderas, cuando
así lo requiera, y someter a la población a una chinga perpetua. Por esa
circunstancia, el gobernante mexicano es sujeto de atribuciones amplias y
objeto de obediencias, temores y rechazos.
El poder político -en cualquiera
de sus presentaciones- es una condición que se arrebata y se mantiene por la
simulación o la fuerza,2 aunque tanto los poderosos como los sometidos son
solitarios y no tratan de encontrar a sus semejantes. Como las malas palabras,
la actitud defensiva o de aislamiento ante el poder está ahí y suele
presentarse callada o vociferante. Este ingrediente cultural, pertenece a un
orden proveniente de la ruptura con las míticas y añoradas condiciones
originarias.
El poder -cuando alcanza el
estatuto de factor concreto, el gobierno- sustituye en buena medida al Padre
Ausente, que al no constituir más que una abstracción favorecida por la
ausencia, tiene la dualidad de las deidades: por una parte, son los sujetos de
la creación y, por otra, son las poseedoras del látigo y de la muerte. Esa
dualidad sirve como una de las piedras angulares de la disposición de los
mexicanos para aceptar lo que, a su juicio, es inevitable. 3 El poder es para
los "machos" y chingones, por lo que no es pertinente desafiar el
orden cósmico que se traduce en el estado de cosas político. La realidad del
mundo que nos rodea no puede perfeccionarse, se redime cuando hay, un evento
sobrenatural que, por lo demás, no suele ser muy frecuente y no siempre es
deseable.
Los españoles, al sentar las
bases de su dominio en el territorio mesoamericano, tuvieron en cuenta el
pasado reciente de sus nuevos vasallos. Mantuvieron, con otros nombres, las
instituciones que servían para mantener el poder, con excepción de las
religiosas, por lo menos en la superficie. Demás está decir que en la historia
mexicana se reproducen las figuras de las pirámides, en donde lo pasado es
oculto por lo nuevo, aunque no desaparece de manera total. El pasado, como los
cimientos de las pirámides, sirve para sostener el nuevo andamiaje cuya
finalidad última es mantener y perpetuar las relaciones de dominación. Así, se
creó una cultura de la ambigüedad ante el poder; por una parte, se le rechaza
y, por otra, se le permite mantenerse como tal.
La herencia hispana trajo al
caudillo una reminiscencia de los jefes guerreros árabes, que para serlo
requiere del dominio completo sobre sus subordinados. La herencia prehispánica
-esencialmente azteca, en otro simbolismo de la centralización- trajo el culto
al Tlatoani, un gobernante poderoso, pero finito. 4 Con poderes de cargo que
terminaban el día en que se les retiraba el estandarte real -entre los
prehispánicos- o se les desprendía la banda tricolor, ya en los días en que
vivimos. 5
En nuestro país, los hombres con
el poder deben saber bien cuál es el terreno que pisan cuando ejercen sus
capacidades de dominación. Tienen que hacerlo con gobernados celosos de sus
intimidades y, con frecuencia, de las ajenas; casi siempre silenciosos e
incapaces de rozar con los ojos a los vecinos. Temen que " ... una mirada
puede desencadenar las almas cargadas de electricidad". Son súbditos
susceptibles a ser heridos por las palabras y las sospechas de palabras, proceso
su lenguaje está lleno de reticencias, de figuras y alusiones, de puntos
suspensivos. En sus silencios y frases cortadas hay repliegues, arcos iris
impredecibles, amenazas indescifrables; de tal manera que aún en el conflicto
prefiere la expresión velada a la injuria. El gobernante tiene que ser un buen
gesticulador, que no sólo convenza a los gobernados, al menos aparentemente,
sino que se convenza a sí mismo y pueda ampliar el círculo de las simulaciones
y los disimulos. 6
Los hombres de nuestro país siempre
están lejos, también de sí mismos. El ideal de la hombría consiste en no
"rajarse" ni acercarse -intimar-; porque rajarse significa
"abrirse" y solamente se abren los cobardes o los traidores. Los
hombres mexicanos pueden doblarse, humillarse, agacharse, pero no rajarse ante
el poder ni acercarse a la autoridad o a sus semejantes. Los hombres no pueden
permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad; menos aun cualquiera de
las modalidades del poder humano'. Por algo los varones son distintos a las
mujeres, que son inferiores porque al entregarse se abren. Su inferioridad
radica en su sexo, en su "rajada", la herida que jamás cicatriza. Las
mujeres pueden aceptar y abrirse a la autoridad del macho, del clérigo, del
cacique o del económicamente poderoso. Pueden intimar: los hombres nunca. 7
Para no rajamos y mantenemos
aislados del mundo que nos rodea, el hermetismo es uno de los mejores y más
cercanos recursos. No se puede conspirar contra el poder, porque se desconfía
de todos y uno mismo es objeto de reticencias. Al no haber un campo propicio
para la conspiración, que quizá pudiera ser un factor atractivo -porque reta al
peligro, a la muerte; incluso, porque puede ser celebrativo- para los
mexicanos, preferimos la seguridad del aislamiento. El mecanismo de la
desconfianza tiene vida propia y funciona casi de manera inconsciente, al menor
llamado de las circunstancias.
Ante las expresiones de simpatía,
desde el poder o desde los gobernados, la respuesta es la reserva, porque no se
sabe si los sentimientos de afecto son verdaderos o no. Total, el país es un
escenario de simulaciones y apariencias, ante el cual hay que estar siempre a
la defensiva, con todos los sentidos bien atentos. De no hacerlo así, el PODER
puede sorprendemos y exigir nuevas modalidades -cada vez más abyectas de
sujeción y cercanía, contrarias a nuestra condición de "machos" y de
solitarios. No debemos olvidar que la autoridad es la materialización de los
chingones y de los hombres en el sentido estricto del término. Por otra parte,
la integridad masculina corre riesgos 10 mismo ante la benevolencia que ante la
hostilidad de las instancias autoritarias; más ante la primera, porque suele
ser falsa con mayores frecuencias. 8
En varias ocasiones, el poder ha
sido un objeto oscuro y aterrorizante. Ha sido una suerte de maldición de la
cual es necesario alejarse y permanecer a distancias respetables, porque no se
sabe lo que debe hacerse con él. Don Miguel Hidalgo tuvo a su merced a la
ciudad de México y temió ocuparla, porque se sentía temeroso de las reacciones
populares. Villa y Zapata expresaron sus temores ante la silla presidencial y
llegaron a proponer su quema física, para acallar así las ambiciones que se
suscitaban en tomo a ese mueble mítico y amenazador. El político, por buscar el
poder, es mal visto o, por lo menos, es objeto de precauciones y distancias. El
mexicano en el poder, es inmaculado cuando lo recubre el hecho heroico o el
estoicismo: por ese motivo Juárez y Cuauhtémoc son las piedras angulares del
santoral cívico mexicano.
El gobernante, o mandamás, sabe
perfectamente que corre riesgos; pero éstos tienen sus compensaciones. En otros
pueblos, la hombría es una abierta y agresiva disposición al combate; en tanto,
en el nuestro es más importante la defensa y la invulnerabilidad. Más que velar
sus armas para tomar la ofensiva, el mexicano se dispone a hacer frente a las
ajenas o del mundo exterior. No se tiene como un elemento digno de mayores
admiraciones a la habilidad y fuerza para vencer; más bien se 'Prefiere el estoicismo
como una de las virtudes por excelencia.9
Las frases que suelen citar los
mexicanos políticos -y los mexicanos comunes y corrientes, en cierta medida-
con mayor frecuencia son las que se refieren al sufrimiento y la dignidad ante
la derrota. Cuando el estoicismo no es un bien al alcance, se sustituye por la
resignación y el sufrimiento. Por eso mismo, la entereza ante la adversidad es
un componente muy importante, en ese sentido de la aceptación del estado de
cosas. Este ingrediente es conocido por el poder y hace de esa circunstancia
una condición para mantenerse como tal. Ni nos comunicamos con los demás, ni
nos abrimos: una y otra acción equivale a abdicar. 10
De otra manera, no sería posible
gobernar a una población encerrada y partidaria de la simulación. La mentira
tiene una importancia real en la vida cotidiana, la política, el amor y la
amistad. Sirve para el engaño y el auto engaño en un juego trágico que
comparten dominantes y dominados por igual. La simulación es para ser lo que no
se es y en México deja de ser una simple transformación de la apariencia, para
convertirse en una modificación utilitaria de la realidad. Los gesticuladores
-sobre todo quienes tienen autoridad- hacen que sus gestos se hagan auténticos
y se produzca una simulación para salir del paso cuantas veces sea necesario.
El disimulo, por otra parte, no sirve para alterar la realidad, sino para
ocultar la presencia, para pasar desapercibidos y esconder las pasiones y los
sentimientos de afecto o rechazo. El mexicano, al cuidarse de las miradas, se
contrae, se reduce, se vuelve sombra y fantasma, eco. No camina, se desliza; no
replica, rezonga; no se queja, sonríe y cuando canta, o grita o lo hace entre
dientes. "En sus formas radicales, el disimulo llega al mimetismo: mexicano
-particularmente el indio- se funde con el paisaje, con la tierra oscura o con
el silencio que lo rodea". Hay que darse sus mañas para gobernar a un
pueblo que no quiere verse o quiere verse diferente a lo que es.
Para Octavio Paz, " .. .la
preeminencia de lo cerrado frente a lo abierto no se manifiesta sólo como la impasividad
y la desconfianza, la ironía o el recelo. También entraña una preferencia
-incluso amor- por la forma". y las formalidades. Estas contienen y
encierran a la intimidad, impiden los excesos, reprime las explosiones y
preserva el mundo que nos rodea. De un lado, los pueblos prehispánicos; de
otro, los peninsulares, nos dejaron una fuerte herencia de predilección
permanente por el orden y las formalidades. El mexicano, contra lo que
frecuentemente se supone, aspira a crear y vivir en mundos ordenados, con
reglas claramente establecidas y respetadas.11
De esta manera, el poder se vería
garantizado por las leyes vigentes y plenamente aceptadas por los distintos
protagonistas de la vida nacional: los mexicanos, en general, no quieren hacer
transformaciones reales en el país.12 Esta tendencia hacia las formalidades y
las leyes es uno de los componentes que explican muchos años de luchas
internas, por imponer en marco normativo que debería regir, incluso con dureza,
a todos.
El orden -jurídico, social o
artístico- constituye una esfera segura y estable. En su ámbito basta con
ajustarse a los modelos y principios que regulan la vida; para manifestarse,
nadie necesita recurrir a la continua invención que exige una sociedad libre.
Quizá nuestro tradicionalismo -que es una de las constantes de nuestro ser y lo
que le da coherencia y antigüedad a nuestro pueblo- parte del amor que
profesamos por la forma.13
Los rituales cotidianos de la
cortesía y los que se asoman por distintos tiempos del calendario, el humanismo
clásico que subyugó a los intelectuales y escritores de la primera mitad del
siglo XX, el gusto por las formas cerradas en la poesía, la pobreza del
romanticismo del país -cuando esa modalidad abría las grandes puertas de la
libertad para las pasiones y las desmesuras de la creación- son expresiones de
una tendencia conservadora difícil de revertir. También lo es la inclinación
por las formas morales o burocráticas, hacen ver directamente el carácter de
los mexicanos y sus temores hacia los cambios verdaderamente trascendentes. 14
Con frecuencia, las normas
jurídicas y las formalidades de otra naturaleza nos oprimen; para citar un
ejemplo, los liberales del siglo XIX pretendieron someter la realidad de
nuestro país a la camisa de fuerza de la Constitución del 57. Esto es, trataron
de resolver los problemas y mantener la integridad del territorio con base en
las leyes emanadas del pensamiento liberalista, que tendía a igualar a todos y a
construir una cultura común para los habitantes del país. El resultado más
conocido de esta empresa igualitaria fue la larga dictadura porfiriana, muy
lejos de los principios constitucionales y, de manera indirecta, la Revolución
de 1910; es decir, la dictadura y la violencia. Para cambiar el orden social
existente, los revolucionarios de la Independencia, de la Reforma liberal y del
1910, recurrieron a nuevas normas. A cambio de las leyes novohispanas, se
dictaron varias constituciones locales. A cambio de la Constitución de 1857,
que se había convertido en un estorbo para la dictadura porfiriana, se creó la
Constitución de 1917. El culto a la forma y a los formalismos llevó a suponer
que los cambios sociales serían una consecuencia pronta de las reformas a las
leyes.
En cierto sentido, la historia de
México -como la de cada mexicano- consiste en una lucha entre las formas y
fórmulas en que se pretende encerrar a nuestro ser y las expresiones con que
nuestra espontaneidad se venga. En pocas ocasiones la Forma ha sido una
creación original, un equilibrio alcanzado gracias a la expresión de nuestros
instintos y quereres. Nuestras formas jurídicas y morales mutilan con
frecuencia a nuestro ser, nos impiden expresarnos y niegan satisfacción a
nuestros apetitos vitales. 15
Estas circunstancias se explican
por el hecho de que nuestras formas no son una inducción creativa, sino un
espacio en el que se aprisionan las posibilidades de crear. En el terreno del
arte, ya en la Nueva España se dieron los efectos del rechazo novohispano al
romanticismo y de apego a las formas tradicionales. Don Antonio Castro Leal
detectó en la obra de Juan Ruiz de Alarcón el rechazo hacia las innovaciones
cada vez más frecuentes en la capital del imperio. Mientras Lope de Vega
exaltaba al amor, a lo heroico, lo sobrehumano y lo increíble; Alarcón opone la
dignidad, la cortesía, el estoicismo melancólico y un pudor más o menos
complaciente. 16 El autor novohispano se orienta hacia una conservadora moral
universal y evade las verdaderas esencias renovadoras del ser humano. 17
Durante varios periodos de
nuestra historia, la creación cultural -incluida la política- se ha limitado
hacia lo vigente y lo razonable. Hay pocas ideas nuevas y se sobrevalora la
recreación de lo que ya ha sido probado -con o sin éxito- en otras latitudes.
En política, los mexicanos no creamos, sino que reproducimos las relaciones con
el poder basadas en la ausencia de crítica y, en ocasiones, en el recurso de
adjetivar al poder, en un acto de palabras que equivale a un estallamiento. De
la palabra servil se pasa, a veces imperceptiblemente, a la expresión violenta:
a la crítica momentánea de la palabra, aun cuando ésta sea una mala palabra.
En la política -tanto como en el
arte- aspiramos a los mundos cerrados. En sus relaciones de cada día, los
mexicanos procuran el imperio del pudor, y la reserva ceremoniosa frente a la
autoridad. El pudor no proviene de la vergüenza, sino de la necesidad de evitar
las miradas extrañas que siempre sobresaltan a los mexicanos. El pudor tiene
carácter defensivo tanto en la esfera religiosa como en las relaciones sociales
y, por eso, la virtud que más estimamos, después del estoicismo, es la reserva
en los hombres y el recato de las mujeres. Esta reserva nos permite orillamos
cuando hay una corriente de inestabilidad que pudiera amenazamos; el recato
también orilla -o permite- a las mujeres alejarse de todos los asuntos que son
"cosas de hombres". Los protagonistas del poder, así sean hombres o
dioses, se caracterizan por su naturaleza masculina. Las mujeres transmiten o
conservan los valores y las energías sociales o cósmicas; empero, no puede ser
la fuente creadora. La mujer no podría ejercer el poder, porque esa condición
sería violatoria de los preceptos del Cosmos y, por eso mismo, sería
perniciosa. La mujer sólo puede llegar al poder cuando abandona su condición
original y se transforma en una "mala' mujer". Cuando en vez de
obedecer ordena, cuando en vez de ser pasiva se vuelve protagonista y cuando en
vez de ser chingada se convierte en chingona o, lo peor, en chingadora. 18
Encama los elementos tutelares del universo, pero la feminidad no es un fin en
sí misma; todo lo contrario de la hombría. Por esa razón no es posible una
actitud crítica ante el estado de cosas; al contrario, debe mantenerse
impasible, ciertamente sonriente, ante el mundo exterior. También, aportar la
piedad y la dulzura a las tareas de cuidar la ley y el orden. Debe ser la
instancia por excelencia para suavizar .las relaciones de hombre a hombre y de
hombre a poder.
El mexicano es enigmático para
los extraños y para sí mismo. Es un problema para sí y para el resto de sus
compatriotas a la hora de entenderse y de las solidaridades sociales. Este
comportamiento o actitud se relaciona con una moral de siervo que flota en los
distintos sectores de la sociedad mexicana y que tiene un largo tiempo de
existir. La moral de siervo se contrapone a la del señor del poder y a la moral
moderna, ya sea proletaria o burguesa. 19 La desconfianza, el disimulo, la
reserva que cierra el paso al extraño, sirven para eludir la mirada ajena: son
rasgos de pueblos dominados. Hay miedo al señor y desconfianza hacia los
iguales. Las relaciones sociales están imbricadas de temor, por lo que la
política es un inframundo al que no es prudente acercarse demasiado, a no ser
que sea al centro mismo de los poderes. Parece ser que hay una casta vigilante
de todos los comportamientos o un Estado extraño, del mundo o del inframundo.
Esclavos, siervos y razas
sometidas se presentan siempre recubiertos por una máscara, sonriente o adusta
y únicamente a solas; en los grandes momentos se atreven a manifestarse tal
como son. Todas sus relaciones están envenenadas por el miedo y el recelo.
Miedo al señor, recelo ante sus iguales. Cada uno observa al otro, porque cada
compañero también puede ser un traidor. Para salir de sí mismo, el siervo
necesita saltar barreras, embriagarse, olvidar su condición, vivir a solas, sin
testigos. Sólo en la soledad se atreve a ser. 20
La situación del pueblo durante
el período colonial explica en parte esta circunstancia cultural de ser
dominados. También la historia de nuestro país como nación independiente
contribuye a explicar esa "psicología servil" ante el poder y muy
desconfiada frente a los semejantes. De un lado tenemos un fuerte
autoritarismo, que suele recurrir frecuentemente a la violencia. Del otro, el
escepticismo y una bien probada cultura de la resignación en el pueblo
mexicano.21 Las resignaciones políticas, tan frecuentes en nuestros distintos
pasados, han contribuido a formar o mantener este escenario histórico. Sin
embargo, estos elementos no son suficientes, porque el encerramiento no es
privativo de los grupos dominados, sino también las clases dominantes lo
comparten y se aíslan del mundo exterior. El mexicano convierte las
circunstancias históricas en materia plástica y se funde en ellas para esculpir
el escenario, y al esculpirlo, se esculpe a sí mismo. Unos y otros se enfrentan
a enemigos etéreos; a entidades imaginarias, vestigios del pasado o fantasmas engendrados
en ellos mismos. La cultura de la obediencia, como complemento a la del
autoritarismo, tiene vida propia; se mantiene y se reproduce. 22
Para que aflore nuestra
intimidad, se requiere el estímulo de la fiesta o del alcohol. La fiesta -en
este sentido- se asume en distintas formas fuera de la música, los carnavales o
los cohetes. En una celebración, es posible retar al poder y hacerse de él,
aunque esa circunstancia es poco probable y, cuando llega a presentarse, dura
poco. Por eso el poder teme a las celebraciones -aun cuando las permita- y
participa en las fiestas de manera pasiva, cuidando las formas y el orden
establecido. El agente detentador del poder es el invitado especial o el
organizador temeroso y siempre con el cuidado de guardar las distancias
correspondientes. Para el mexicano, las fiestas le dan ocasión de revelarse y
dialogar con la divinidad, la patria, los amigos o los parientes. Durante esos
días, el silencioso mexicano silba, grita, canta, arroja petardos, descarga su
pistola al aire. Descarga su alma ... el mexicano no se divierte: quiere
sobrepasarse, saltar el mundo de soledad que el resto del año lo incomunica.
Las almas estallan como los colores, las voces, los sentimientos, como en un
revés brillante del silencio y de la apatía, de la reserva y de la hosquedad.
23
En la fiesta, o la celebración
que puede ser un evento con el poder, se introduce una lógica, una moral y, con
frecuencia, hasta un esquema económico que suele contradecir a lo que sucede
todos los días. La fiesta es una revuelta en la que abundan las burlas o las
confidencias a gritos con las deidades o sus representantes. Hay ruptura del
orden, burla a las leyes y retos a la autoridad, cuando no una ruidosa actitud
de ignorarla. "Todo se comunica, se mezcla el bien con el mal, el día con
la noche, lo santo con lo maldito. Es una operación cósmica: la experiencia del
desorden, la reunión de los elementos y principios contrarios para provocar el
renacimiento de la vida. 24 El grupo, tras la celebración, sale fortificado:
vuelven todos a sus casas, quehaceres y permanece el estado de cosas. Tras el
baño de caos, el orden vuelve a predominar y la autoridad recupera sus
certidumbres. La celebración, con todo y sus ruidos o gritos, de las luces y
saltos rituales, permitió volver, por algunos momentos, al caos original. Sin
embargo, en los momentos decisivos, al mexicano no le gustan las apuestas por
lo imprevisto.
En ciertas fiestas desaparece la
noción misma de Orden. El caos regresa y reina la licencia. Todo se permite: desaparecen
las jerarquías habituales, las distinciones sociales, los sexos, las clases,
los gremios. Los hombres se disfrazan de mujeres, los señores de esclavos, los
pobres de ricos. Se ridiculiza al ejército, al clero, a la magistratura.
Gobiernan los niños o los locos. Se cometen profanaciones rituales, sacrilegios
obligatorios. El amor se vuelve promiscuo.25
En la fiesta se transgredió el
orden y se retó a la autoridad, humana o divina .. Se soltaron los cohetes y
los gritos causaron algunos temores a los observadores no versados. Sin
embargo, fue un evento fugaz y, por lo visto, ritual. El poder real no se ha
puesto en juego ni mucho menos. 26 La vuelta a los orígenes, o la pretensión de
volver, fue momentánea. La fiesta, como la embriaguez, fue un torbellino de
colores, fue una comunión· de soledades que, a fuerza de repetirse en los
siglos, preparó a los mexicanos para perderse en el catolicismo, que es también
la promesa de comuniones, de vuelta a los orígenes y de salvación permanente.
El último factor que obstaculiza
las relaciones entre el poder y los subordinados y entre los integrantes de
este último grupo es la identidad difusa de los mexicanos. Es un problema de
espacio y, sobre todo, de tiempos. El mexicano ha sido, o es, afrancesado,
hispanista, germanista, pocho, indigenista o neo indigenista, agrarista, pro
socialista o partidario acérrimo de la economía liberal Y En esa búsqueda -que
también es huida- pretende volver a sus orígenes poco definidos y que, por eso
mismo, tienen los mismos sustentos que el sentimiento religioso. Esa
religiosidad explica el masoquismo y el culto al terror o las
autodestrucciones. El mexicano no es valiente, sino atrevido; no es ajeno al
dolor, sino estoico en el sentido fatalista del término. No es rebelde ante el poder,
sólo revoltoso en la superficie.
Su aceptación hacia el orden
establecido requiere de ritos para mantenerse. La conquista, la Independencia y
la Revolución son los espacios históricos por excelencia para la formación y la
recreación mitológica. Por ese motivo; el discurso del poder es la voz de la
Patria. Es la recuperación verbal de los grandes mitos mexicanos y el acto
recordatorio de los orígenes. Cuauhtémoc es recordado más con los pies entre
las llamas del tormento; don Miguel Hidalgo y Costilla, con su ropa negra y el
estandarte guadalupano; Benito Juárez en su islote flotante; Emiliano Zapata en
la tumba de tierra -otro componente mítico incomparable-, y el general Lázaro
Cárdenas junto a los campesinos pobres, pero risueños y llenos de esperanza.
Don Francisco I. Madero, al igual que Moisés con las Tablas de la Ley, es
recreado, cuando es necesario, con las tablas de la No Reelección. 28
En el fondo de la psiquis
mexicana hay realidades recubiertas por la historia y por la vida moderna.
Realidades ocultas pero presentes. Un ejemplo es nuestra imagen de la autoridad
política. En ella hay elementos precolombinos y también restos de creencias
hispánicas, mediterráneas y musulmanas. Detrás del respeto al Señor Presidente,
está la imagen tradicional del Padre. 29
No es un azar que Zapata, figura
que posee la hermosa y plástica poesía de las imágenes populares, haya servido
de modelo, una y otra vez, a los pintores mexicanos. Con Morelos y Cuauhtémoc,
es uno de nuestros héroes legendarios... Realismo y mito se alían en esta
melancólica, ardiente y esperanzada figura, que murió como había vivido:
abrazado a la tierra. Como ella, está hecho de paciencia y fecundidad, de
silencio y esperanza, de muerte y resurrección. 30
El mexicano es amante de leyendas
y mitos para cubrir su orfandad; para mantener el ciclo ya establecido por el
orden cósmico -y, más aún, del humano- y cuando hace falta para explicar lo
oscuro. Por eso mismo, es poco permeable a las teologías o ideologías, aun
cuando éstas prometan la salvación o sean portadoras de la utopía,
respectivamente. Como creyente tiene nulas consistencias teológicas, como
gobernado se encuentra alejado de toda definitividad en las ideologías. En la
religión es de fidelidades dudosas; en la política es impredecible. Su
identidad dudosa atrae de inmediato las desconfianzas en tomo a su capacidad de
asumir compromisos con determinadas causas políticas.
Para gobernarlo, se requiere
subirse al lomo de las soledades, de sus temores o de su indiferencia. Para
convertirlo en rebelde se hace necesario esperar los días de guardar, que en
este caso son los de fiesta y demás celebraciones. Empero, esa rebeldía, como
la luz de los cometas y el sonido de los petardos, es siempre fugaz y se halla
muy distante. En su borrachera recuerda, en su soledad olvida y, como ente
político tiene varias máscaras: es un enigma. 31
NOTAS
I Octavio Paz, El
laberinto de la soledad, México, FCE, 1997, p. 86. "Para el mexicano, la
vida es una posibilidad de chingar o de ser chingado. Es decir, de humillar,
castigar y ofender ... o a la inversa. Esta concepción de la vida social como
combate engendra fatalmente la división de la sociedad en fuertes y débiles.
Los fuertes -los chingones sin escrúpulos, duros e inexorables- se rodean de
fidelidades ardientes e interesadas. El servilismo ante los poderosos
-especialmente ante la casta de los 'políticos', esto es, de los
profesionales de los negocios públicos- es una de las deplorables
consecuencias de esta situación. Otra, no menos degradante, es la adhesión a
las personas y no a los principios". 2 Octavio Paz,
Postdata, México, FCE, 1996, p. 259. "Los métodos de promoción son los
mismos que en todas las burocracias ... para ascender se requiere disciplina,
espíritu de cuerpo, respeto a las jerarquías, antigüedad, capacidad
administrativa, dedicación, eficacia, habilidad, suavidad, astucia, energía
despiadada ... Los ascensos se hacen por consenso de los superiores." 3 El laberinto ...
, op. cit., p. 90. 4 Postdata ... ,
op. cit., p. 258. "Frente a la pesadilla de la dictadura personal sin
más límites que el poder del Caudillo y que terminaba casi siempre en una
explosión sangrienta, los jefes revolucionarios idearon un régimen de
dictadura institucional, limitada e impersonal. El presidente tiene poderes
inmensos, pero no puede ocupar el puesto sino una sola vez; el poder que
ejerce le viene de su investidura y desaparece con ella. El principio de
rotación y selección opera ... para ser presidente, gobernador ... " 5 Esta
circunstancia, la de finitud del poder, ha evitado que en México exista un
Mussolini o un Hitler. Ni siguiera hay un Fidel Castro. Los gobernantes, al
asumir el poder, saben que al final de su ciclo en el gobierno serán juzgados
y, en muchos casos, vilipendiados. Las estatuas serán derribadas y se les
someterá al juicio de la ciudadanía. Cfr. Erwin Rodríguez, El
presidencialismo en México: polvos de lodos recurrentes, México, CECYT, 1999,
p.ll. 6 El laberinto ...
, op. cit., p. 50. 7 Cfr. ¡bid., pp.
88-89. 8 El poder también
se enmascara. Detrás de su máscara no sabemos si el gobernante ríe o está
enojado. La máscara en el poder también oculta la verdadera personalidad del
gobernante. Sobre todo, porque el poder es impersonal, aun cuando esté
depositado en personas concretas. El poder no es fácil de asir, como no es
fácil de identificar. Tanto gobernantes como gobernados deben estar atentos
ante el riesgo de la confusión por las apariencias. 9 Cfr. El
laberinto ... , op. cit., p. 27. El culto a la muerte es también culto a la
vida, que es anhelo de muerte. La autodestrucción en el mexicano no es sólo
masoquismo, sino una forma de religiosidad. Disfruta de sus llagas y de la
embriaguez, que es como un torbellino. 10 lbid., pp.
27-28. 11 El laberinto
... , op. cit., p. 35. 12 ¡bid., p. 36. 13 ¡bid., p. 35. 14/bid., pp. 35-36. " ... el mexicano es un hombre que se esfuerza por ser formal y
muy fácilmente se convierte en formulista ... es explicable, el orden ...
constituye una esfera segura y estable. En su ámbito basta con ajustarse a
los modelos y principios que regulan la vida; nadie, para manifestarse,
necesita recurrir a la continua invención que exige una sociedad libre ...
" 15 ¡bid., p. 36. 16 Octavio Paz,
"Una obra sin joroba: Juan Ruiz de Alarcón", en Generaciones y
semblanzas, antecesores y fundadores, México, FCE, 1989, p. 66. Frente a la
pasión de los españoles, no propuso un estremecimiento más hondo que la
pasión, sino una fina arquitectura de posibilidades y razones. Por eso
"Alarcón es mexicano, en cuanto que no es español". Esta negación
alarconiana es la que, entre todas sus magníficas afirmaciones, que
pertenecen a todos los pueblos y viven en la historia viva de la literatura
... nos acerca a él. En ella palpitan todas esas posibles, incumplidas
afirmaciones del mexicano. Del mexicano que vive en el hondo, in expresado
mundo primario de su pueblo. 17 El laberinto
... , op. cit., p. 37. 18 La mujer
mexicana no es ni mala ni buena. Es simplemente mujer y no tiene ni buenos ni
malos preceptos. Cumple con una función en el orden humano e infrahumano. Es
el sujeto de la reproducción y de la recreación, aunque no es un sujeto
activo, sino receptor del destino previamente asignado. Como gobernante,
sería débil y estaría sujeta a los caprichos de su condición de "rajada".
Podría entregarse y ser penetrada. Podría aterrarse ante cualquier repunte de
la otredad en los mexicanos. 19 El laberinto
... , op. cit., pp. 77-78. 20 ¡bid., p. 78. 21 El laberinto
... , op. cit., p. 80. 22 ¡bid., p. 80.
"Si no es posible identificar nuestro carácter el de los grupos
sometidos, tampoco lo es negar su parentesco. En ambas situaciones el
individuo y el grupo luchan -simultánea y contradictoriamente- para ocultarse
y revelarse. Más una diferencia nos separa. Siervos, criados o razas víctimas
de un poder extraño cualquiera ... entablan un combate con una realidad
concreta. Nosotros, en cambio, luchamos con entidades imaginarias, vestigios
del pasado o fantasmas engendrados por nosotros mismos. Esos fantasmas y
vestigios son reales, al menos para nosotros. Su realidad es de un orden
sutil y atroz, porque es una realidad fantasmagórica. Son intocables e
invencibles." 23 ¡bid., p. 54.
Algunos sociólogos franceses opinan que la fiesta es una forma de orillar a
las personas para que gasten y se igualen a los demás. De esta manera se
neutraliza a las envidias humanas y cósmicas. Otros opinan que con la fiesta
y el gasto se pretende atraer, con el rito, la abundancia. 24 ¡bid., p. 56. 25 ¡bid., p. 55. 26 ¡bid., pp. 55-56. 27 ¡bid., p. 26.
En esa búsqueda pretende volver a sus orígenes, ya sea el mundo prehispánico,
la colonia, la revolución, etcétera. El mexicano siente que fue arrancado de
su lugar original y es solamente un huérfano. Se fuga del presente y busca el
regreso al pasado. Por eso flota en el tiempo. 28 Octavio Paz,
Vuelta al laberinto de la soledad, Mé¡¡ico, FCE, 1997, p. 329. "Como
mito político, Quetzalcóatl ha tenido más suerte: muchos de nuestros héroes
no son, para la imaginación popular, sino traducciones de Quetzalcóatl.
Traducciones inconscientes. Es muy significativo, porque el mito de
Quetzalcóatl -y de todos sus sucesores, de Hidalgo a Carranza- es el de la
legitimación del poder. Fue la obsesión azteca, fue la de los criollos
novohispanos y es la del PRl." 29 ¡bid., pp. 239
Y siguientes. 30 El laberinto
... , op. cit., p. 154. 31 ¡bid., p. 72.
"Hay un misterio mexicano, como hay un misterio amarillo y uno negro. El
contenido concreto de esa representación depende de cada espectador. Pero
todos coinciden en hacerse de nosotros una imagen ambigua, cuando no
contradictoria: no somos gente segura y nuestras respuestas como nuestros
silencios son imprevisibles, inesperados. Traición y lealtad, crimen y amor,
se agazapan en el fondo de nuestra mirada. Atraemos y repelemos." |
http://www.scielo.org.mx/pdf/ep/n1/0185-1616-ep-01-75.pdf
No hay comentarios:
Publicar un comentario