La olvidada
historia de la "Pequeña Polonia" de México a la que llegaron cientos
de refugiados de la Segunda Guerra Mundial
Cerca de 1,500 polacos vivieron refugiados en México hasta el final de
la Segunda Guerra Mundial (Foto cortesía de la Embajada de México en Polonia)
"¡Qué lejos estoy del suelo donde he nacido! / Inmensa nostalgia
invade mi pensamiento / Al verme tan solo y triste cual hoja al viento /
Quisiera llorar, quisiera morir de sentimiento".
Así, con los versos de la tradicional "Canción mixteca",
México recibió hace 77 años a cientos de polacos que huían de la Segunda Guerra
Mundial y del horror en campos de trabajos forzados.
En efecto, dejaban atrás el suelo donde
habían nacido tras un doloroso destierro y llegaban a un nuevo país del que
poco o nada conocían, pero que los recibió con alegría y la esperanza de
que aquel conflicto bélico pronto llegaría a su fin.
Los años hasta acabar la guerra los pasaron
como refugiados en una finca a las afueras de León, en el estado de Guanajuato.
A aquel pedacito de su país creado en el corazón de México lo llamaban "la pequeña Polonia".
La hacienda de Santa Rosa ubicada a las afueras de León, en el Estado de
Guanajuato. (Foto cortesía de la Embajada de México en Polonia)
Muchos, sobre todo
quienes llegaron siendo niños, aún recuerdan su vida en la hacienda de Santa
Rosa como los mejores años de su vida. Pronto pasaron del dziękuję al
"gracias" para reconocer la segunda oportunidad que se había
presentado en sus vidas.
Tanto fue así,
que un puñado de ellos decidió quedarse para siempre en tierra azteca, y aún
hoy confiesan tener el corazón dividido entre sus
"dos países".
Esta es la historia de la tan
apasionante como poca conocida historia de solidaridad entre dos países, a
priori tan distintos y a más de 10.000 km de distancia, contada por algunos de
sus protagonistas.
Finales de la
década de 1930. Polonia parece ser un
país condenado a desaparecer: por el oeste son invadidos
por el ejército nazi de Hitler, a lo que la Unión Soviética responde ocupando
territorios polacos por el este.
La población de Polonia queda
atrapada por la pugna entre las dos potencias: los alemanes luchan por expandir
lo que consideran su "supremacía racial" y los soviéticos por
extender los ideales del comunismo internacional.
Todo el país sufre las
consecuencias del inicio de la Segunda Guerra Mundial: asesinatos masivos,
encarcelamientos de disidentes, desplazamientos forzados…
La URSS da inicio a la deportación
en masa de la población polaca de las zonas que se había anexado para
repoblarlas con rusos. Según Polonia, fueron expulsados unos 1,2 millones de personas.
§ El diplomático que desobedeció las órdenes de su gobierno y salvó a miles
de personas de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial
§ Demmin, la pequeña ciudad alemana donde centenares de personas se
suicidaron ante la llegada del Ejército Rojo
Son enviados a
frías e inhóspitas regiones soviéticas como Siberia. Algunos son obligados a
ingresar en el ejército y cientos de miles en
campos de trabajos forzados bajo condiciones infrahumanas.
Pero su suerte cambió cuando, años
más tarde, Alemania invadió la URSS y el gobierno soviético se incorporó al
bando de los aliados con Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos.
Una de las condiciones de los
ingleses fue que la URSS liberara a los ciudadanos polacos. Había entonces que
decidir cuál sería su nuevo destino mientras su
país natal seguía soportando lo peor de la guerra.
Con 97 años, la polaca Frania Pater recuerda
perfectamente cuando, el 1 de septiembre de 1939, los alemanes bombardearon la
estación de tren cercana a su ciudad, Lwów (hoy parte de Ucrania).
"Pasaban los aviones, hasta
seis juntos, y temblaban todas las ventanas. Yo corría al campo y me tiraba al
suelo porque tenía mucho miedo" ,
relata para BBC Mundo desde su casa en León.
Poco después llegaron los
soviéticos y su ciudad se convirtió en el reflejo de lo que ocurría en el resto
de la Polonia oriental. De un lado del puente que cruzaba el río, se apostaron
las tropas de Hitler. Del otro, las de la URSS.
A las 6:00 de la mañana del 10 de
febrero de 1940, los rusos entraron a la casa de la familia de Pater. No les
dieron más que media hora para recoger
sus pertenencias de una vida y dejar todo atrás.
Frania Pter (segunda por la derecha en la fila inferior) fue una de las jóvenes
que vivió refugiada en México tras verse obligada a abandonar su hogar. (Fotos:
familia Pater).
Viajes en trineo y cuatro semanas en tren después ("el tren se
paraba a cada rato"), llegaron a Krasnoyarsk, en Siberia. Otros fueron
trasladados a Uzbekistán o Kazajistán.
Como el resto de polacos, Pater fue sometida a jornadas extenuantes en
condiciones infrahumanas en campos de trabajos forzados. Ella se encargaba de
"sacar la goma de miles de árboles y ponerlas en barriles".
"No había camas, dormíamos en tablas.
Nos daban un kilo de pan por persona para mucho tiempo, así que comíamos puras hierbas . Trabajábamos desde la
mañana hasta que oscurecía, yo no sabía ni qué día de la semana era",
recuerda.
Dos años y medio después de aquello, los polacos fueron liberados y
Pater pudo dejar Siberia junto a su madre. Su padre, en cambio, no soportó las
condiciones como tantos otros y falleció.
Una de las claves para que la URSS aceptara liberarlos fue la idea de
Reino Unido de que sería efectiva y útil para la guerra la formación de un
ejército polaco en territorio soviético.
El primer ministro del gobierno polaco en el
exilio, Wladislaw Sikorski, aceptó. Pero vistas sus
pésimas condiciones físicas, la URSS aceptó reubicar a los polacos en un clima
más favorable en 1942.
Así, unas 40.000 personas entre soldados,
mujeres y niños dejaron territorio ruso rumbo a Irán ,
que en ese momento apoyaba al bloque de los países aliados. Aunque muchos
murieron en el camino, su llegada al puerto de Pahlevi los llenó de esperanza.
Cientos de niños polacos fueron recibidos en Irán antes de encontrar un
país que les ofreciera refugio permanente. (Foto: Biblioteca de PRCUA)
Pero su estancia en Teherán como refugiados
tampoco se pudo prolongar mucho. Su peregrinaje continuó en busca de asilo y
fueron trasladados después a la ciudad india de Karachi (hoy
parte de Pakistán).
Finalmente, seis países de África Oriental pertenecientes a la
Mancomunidad Británica ofrecieron refugio a 20.000 personas. Ni EE.UU. ni Reino
Unido les abrieron sus fronteras.
Pero mucho más llamativo fue que México , un país en el otro lado del planeta y con
fuertes restricciones ante la inmigración en aquella época, se ofreciera
también a recibirlos.
El Presidente mexicano Manuel Ávila Camacho recibió al primer ministro
polaco en el exilio, Wladislaw Sikorski, para oficializar el acuerdo de recepción de refugiados. (Foto: Enrique
Díaz/Archivo General de la Nación).
"En nuestro libro, insinuamos que
realmente fue una petición del gobierno de EE.UU., que fue un gesto en el que
se manifestó la participación de México como parte del espíritu panamericanista
de apoyo a EE.UU. en la guerra", dice Gloria Carreño, historiadora
y autora junto a Celia Zack de Zukerman del libro "El convenio
ilusorio".
Aquel convenio se firmó a finales de 1942,
cuando Sikorski visitó México y fue recibido con honores de jefe de Estado por
el presidente Manuel Ávila Camacho.
Los refugiados podrían vivir hasta que terminara la guerra en México. Su
transporte y manutención sería posible gracias a un préstamo de Washington al
gobierno polaco en el exilio y de organizaciones polacas en EE.UU.
Durante su visita a México, Sikorski incluso se probó un sombrero
charro. (Foto: Enrique Díaz/Archivo General de la Nación)
En Karachi, los refugiados polacos tenían que
decidir si querían ir a África o a México. La familia de Valentina Grycuk se decantó por América
Latina.
Ella tuvo que abandonar Novogrudk (actualmente en Bielorrusia) cuando
solo tenía 2 años. Por eso no recuerda su etapa en Siberia, donde murió su
madre. A su padre se lo llevaron al ejército, por lo que quedó a cargo de una
tía y sus abuelos.
Pese a ser entonces una niña, Grycuk aún
conserva a sus 83 años un detalle grabado para siempre en su memoria del viaje
rumbo a México a bordo del barco Hermitage, con más de 700
personas a bordo.
Valentina Grycuk (primera por la derecha en la fila central) estudió en
la escuela de la Hacienda Santa
Rosa. (Foto de la familia Grycuk)
"A diario se moría mucha gente, me impresionaba ver los cadáveres amortajados y
que aventaban (lanzaban) al mar. Ese chasquido que hacían al caer al agua lo
tengo tan presente que siempre lo recuerdo cuando estoy en una alberca
(piscina) y oigo que alguien se lanza", recuerda.
Tras paradas técnicas en Australia y Nueva
Zelanda, el barco llegó al puerto de San Pedro, al sur de Los Ángeles . De ahí, fueron en tren a la frontera entre
El Paso y Ciudad Juárez, en México, hasta llegar a León en
Guanajuato.
Era 1 de julio de 1943. Habían viajado durante semanas a lo largo de más
de 22.000 km del planeta.
Desde León, Grycuk le cuenta con orgullo a BBC Mundo lo que recuerda de
la bienvenida que le dio el país que acabaría siendo su hogar.
"Fue maravilloso. En la estación había
muchísima gente con flores, dulces para los niños, música y mariachis. Fue muy
cálido, como son los mexicanos, muy cálidos" .
Wladyslaw Rattinger fue uno de los liberados en Siberia que
pasó a formar parte de los ejércitos formados por polacos para defender Rusia.
Su principal misión era rescatar grupos de
cientos de polacos de los campos de Asia Central para enviarlos a Irán. Fue
enviado después a Irak, donde lo transfirieron al ejército inglés y le
encomendaron acompañar a un segundo grupo de refugiados a México.
Wladyslaw Rattinger (segundo por la derecha) en Irak, donde fue
transferido al ejército británico. (Foto: familia Rattinger).
"Definitivamente, ayudó a salvar
vidas", le dice a BBC Mundo su hijo, Andrzej Rattinger.
Su padre, fallecido en 1998, ocupó en esa segunda travesía del Hermitage
el cargo de comandante del transporte.
"Él se encargaba de comunicarse con las autoridades, mantener el
orden del grupo, que estuvieran culturalmente actualizados… Es sorprendente el
nivel de organización del barco, recibieron clases y empezaron a estudiar algo
de español", cuenta.
El buque Hermitage fue el barco en el que dos grupos de cientos de
polacos viajaron a México. (Foto: National Archives Record).
El segundo grupo llegó a León el 2 de
noviembre de 1943. En total, fueron 1.453 los
refugiados polacos que encontraron en la hacienda de Santa
Rosa, a 10 km de León, su nuevo hogar.
Era "la pequeña Polonia".
Foto de familia en la “Pequeña Polonia” (Foto: Peter Gordon)
Aquella finca, habitada en mayor parte por mujeres y niños (muchos
huérfanos), funcionaba organizada como una pequeña población.
Debían vivir en el espacio de la hacienda y
tenían prohibido trabajar fuera, por lo que sus labores eran para su propia
subsistencia: plantación de hortalizas, granjas o talleres
artesanales.
Los adultos polacos en Santa Rosa aprendieron oficios, criaban animales
y cultivaban sus propios vegetales para contribuir a su alimentación. (Foto: A.
Trzebiez).
Había clínica, capilla y mercado. Los adultos aprendían oficios y los
niños estudiaban en la escuela siguiendo el sistema educativo polaco, ya que la
intención era que regresaran a su país al acabar la guerra.
"Fueron años maravillosos. Como niña que era, para mí era todo alegría.
Vivía con mis abuelitos, no me faltaba de nada, tenía colegio, teníamos que
comer… hasta funciones de teatro. Yo era muy feliz allí", recuerda Grycuk.
Grycuk (a la izquierda del sacerdote) recibió su primera comunión en el
campamento. (Fotos de la familia de Valentina Grycuk)
Precisamente Rattinger, tras acompañar a México al segundo grupo de
refugiados, se quedó en Santa Rosa coordinando esas actividades de educación y
entretenimiento de la finca como teatro, danza o desfiles.
Según la historiadora Carreño, "los
mexicanos estaban contentos con la presencia de los polacos. En todas las
fiestas populares, les invitaban a que participaran en los desfiles con sus
trajes típicos polacos. Fueron muy integrados a la sociedad de
León".
Rattinger, vestido arriba como San Nicolás, coordinaba desfiles, representaciones y otras actividades
culturales. (Fotos: familia Rattinger)
A ello contribuía que, aunque oficialmente los refugiados no podían
salir del campamento, con permisos especiales sí podían organizar excursiones a
León o Ciudad de México, lo que les permitió interactuar y conocer a la
sociedad mexicana.
E igual que los polacos se las arreglaban
para salir, también los mexicanos se las ingeniaban para
entrar a la finca.
La comunidad polaca de Santa Rosa participaba en las fiestas populares
de León. (Fotos cortesía de la Embajada de México en Polonia)
Pater recuerda como todos los días iban muchas personas para verlos
desde detrás de las rejas de alambre. "Parecíamos un poco animales
raros", ríe.
"Había un mexicano que me vio nada más
bajar del barco y que iba a la finca todos los días. Yo me quedaba sentada
cerca de las rejas con dos amigas, y él me traía que si una rosa,
cosas así…", relata.
Algunas jóvenes polacas formaron familia con ciudadanos mexicanos. (Foto
cortesía de la Embajada de México en Polonia)
"Estaba prohibido que los mexicanos
entraran al centro, pero él le dio unos zapatos al guardia y así tenía libre todos los días para que le dejaran entrar .
Ya ve, que con dinero baila el perro", cuenta riendo.
Aquel hombre se convirtió en su marido y el principal motivo por el que,
después de acabar la guerra y de que la hacienda de Santa Rosa fuera
oficialmente clausurada al terminar 1946, Pater decidiera quedarse para siempre
en México.
Los niños seguían el sistema educativo polaco, ante la previsión de que
volverían a su país tras la guerra. (Fotos cortesía de la Embajada de México en
Polonia)
Cuando se anunció a los refugiados que tenían permiso para instalarse y
trabajar fuera de la finca o mudarse, la mayoría eligió como nuevo destino
EE.UU., especialmente la ciudad de Chicago, donde había gran presencia de
diáspora polaca.
Rattinger, a la izquierda, mostrando el campamento a unos visitantes
antes de que la finca fuera cerrada en diciembre de 1946. (Fotos: familia Rattinger)
Muchos tenían la ilusión de volver a Polonia,
aunque su país -entonces bajo dominio de la URSS, la misma que los había
expulsado y llevado a campos de trabajos forzados- ya se parecía poco al que guardaban en sus recuerdos.
"En Polonia ya no tenía nada, nos
quitaron todo: la casa, los terrenos… nos quedamos sin nada", lamenta
Pater. Quienes sí decidieron regresar fueron un centenar de polacos, a quienes
siempre se conoció en su país como "mexicanitos".
Otros intentaron establecerse en México, aunque no a todos les resultó
fácil y acabaron marchándose. Pero Pater, al igual que Grycuk y Rattinger,
formaron familia con mexicanos y se quedaron para siempre.
Frania Pater se casó con el mexicano Antonio Luna Azpeitia, quien
falleció en 1971. (Foto: familia Pater)
Años más tarde llegarían los reencuentros
con aquellos a quienes daban por perdidos a causa de la guerra. Rattinger
volvió a ver su madre y hermano en Polonia en los 50. Tras casi 40 años sin
verse y pensar que estaba muerto, Pater se encontró con su hermano en
Inglaterra.
"Yo me separé de mi padre en Siberia cuando tenía 2 años, por lo
que no le recordaba. Puedo decir que lo 'conocí' ya en los 70, cuando fui a
verlo a Polonia", lamenta Grycuk.
"Gocé a mi padre 90 días, juntando las tres veces que alcancé a
ir. Pero esos días valieron por años".
Frania Pater y Valentina Grycuk, en una imagen actual, fueron recibidas
en Varsovia junto a otros refugiados polacos sobrevivientes tras la Segunda
Guerra Mundial. (Fotos de la familia de Valentina Grycuk)
El hijo de Rattinger cuenta que a su padre, como a tantas personas que
pasaron por episodios traumáticos como la guerra, no le gustó hablar mucho de
ello durante años hasta que la familia lo convenció para que les transmitiera
su historia.
"Yo ya les he platicado mi historia a todos, saben cómo fue. No
pienso en lo malo ahorita, ¿ya qué me falta? ¡Si cualquier día cuelgo los
tenis", dice Pater riendo.
Los tres protagonistas de esta historia
reconocieron siempre su profundo agradecimiento a
México por la acogida y la oportunidad que encontraron por
empezar una nueva vida.
Grycuk y Pater, en la imagen junto a familiares, agradecen la
generosidad de México por acogerlas sin olvidar sus raíces polacas. (Fotos de
la familia de Valentina Grycuk)
Pero tanto Rattinger como Pater, que llegaron a Latinoamérica siendo ya
jóvenes, tenían muy presente su origen.
"Definitivamente, mi papá siempre se consideró polaco, que es algo
que debemos admirar los latinos, ese sentido tan fuerte de patria y
nacionalidad. Pero también decía que su vida era de mexicano", recuerda
Rattinger.
Wladyslaw Rattinger junto a su
esposa. Ala derecha, la medalla que le otorgó
el gobierno polaco por su labor.
(Fotos: familia Rattinger)
"Yo, si soy franca, me siento más
mexicana" , dice en cambio
Grycuk. Asegura que cuando pone el pie en Polonia "el corazón me late
porque siento que allí está mi raíz, es una sensación que quizá nadie la puede
entender si no la vive".
"Pero en México está mi vida, no tengo más que gratitud y adoro
este país", remarca.
La antigua finca de Santa Rosa funciona actualmente como internado de
reintegración para grupos de jóvenes y adolescentes, testigo silencioso de
aquel apasionante episodio de la historia del que ya solo los mayores en León
se acuerdan.
Así se veía uno de los edificios de Santa Rosa durante los años de estancia de los refugiados polacos y en la
actualidad. (Fotos de los archivos familiares)
En Polonia tampoco es un episodio ampliamente conocido, si bien se hacen
esfuerzos por hacer que esta muestra de amistad y solidaridad no se olvide con
el tiempo.
Su gobierno planeaba inaugurar este año un museo en memoria de "Los
niños de Siberia" cuya apertura fue pospuesta por la pandemia de covid-19.
La embajada de México en Polonia, por su parte, inauguró en julio una
exposición sobre la visita de Sikorski al país en 1942.
Grycuk junto al presidente polaco, Andrzej, y su esposa. (Fotos de la
familia de Valentina Grycuk)
"El tema de los niños de Santa Rosa es
aún hoy muy valorado porque muy pocas naciones se mantuvieron cerca de la
Polonia invadida por los ejércitos nazi y soviético en 1939", le dice a
BBC Mundo desde Varsovia el embajador mexicano, Alejandro
Negrín.
"Cuando presenté mis cartas credenciales
como embajador al presidente de Polonia, Andrzej Duda, él se refirió con
aprecio a ese momento histórico y el mensaje que recibo de distinguidas
personalidades es muy claro: 'Polonia y los polacos no
olvidan'".
https://www.bbc.com/mundo/noticias-53522938
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