Clase
media, poder y mito en el México posrevolucionario: una exploración
El artículo trata sobre el
papel político y social que ha desempeñado la llamada "clase media"
en nuestro país desde hace poco más de cuarenta años. Para el autor, a pesar de
las dificultades económicas que ha experimentado México; este grupo social ha
podido mantener su presencia e influencia en el escenario nacional. Tomando en
cuenta los movimientos internos dentro de este grupo, es posible encontrar
respuestas ante los vaivenes tanto de una economía globalizada, como de una política
nacional despreocupada de la sociedad a la que gobierna; por ello, el autor
propone no pasar por alto el carácter estratégico que tiene la clase media, en
el ámbito de las políticas públicas.
*****.
Es
imposible pensar que la crisis que se abrió en lo político en los años sesenta
y en la economía a partir de los setenta no haya tenido efecto en la ubicación
de distintos grupos en la estructura social mexicana. Como se ha dicho hasta la
saciedad, se acentuaron las desigualdades, pero no por ello perdieron "todos
los mexicanos": es una falla evidente del discurso del sistema político,
discurso que consiguió por cierto mantenerse con demagogia después del cambio
gubernamental en el año 2000.
Dicho
sea de paso, este cambio no erradicó corruptelas, las familiares incluidas, ni
privatizaciones poco claras, menos aún entre "gente decente": la
corrupción sigue siendo vista como una posibilidad legítima de movilidad
ascendente.1 Algunos
ganaron con la crisis, ya sea de manera lícita (Carlos Slim entre los hombres
más ricos del mundo) o ilícita (Joaquín Guzmán Loera en Forbes).
Desde
los setenta y ochenta se ha vuelto a producir un fenómeno de movilidad social
de envergadura, del que dan cuenta por ejemplo las migraciones, en particular a
las ciudades, las medias incluidas, y a Estados Unidos. El nuevo ir y venir en
la escala social, hacia abajo pero también hacia arriba, no ha desembocado en
la violencia generalizada, pero tampoco en la conciencia de la grave dimensión
de los problemas no resueltos por la "transición a la democracia", e
ignorados u ocultos.
Tampoco
puede hablarse de extinción de la clase media. A su vez, la inseguridad
creciente muestra el crecimiento del mundo de los marginales. Con el
enriquecimiento acelerado de un puñado de empresarios; con el mantenimiento
del status en parte de la clase media, aunque otra parte
ciertamente se empobreciera; con el persistente saqueo del erario público y con
toda suerte de "tentaciones" para los marginales, terminó por surgir
i en las últimas décadas en México —en corte vertical— una nueva forma
de gusto por el lujo y la ostentación desenfrenada del mismo.
"Algo" no estudiado a fondo por las ciencias sociales se jugó en el
país entre finales de los años setenta y finales de los ochenta, y no es ajeno
a los zigzagueos del sufragio, incluido el de una clase media estratificada.
Para Sergio Zermeño, la sociedad fue "derrotada".2 ¿Pero
cuál sociedad, si una parte salió ostensiblemente beneficiada? Desde la segunda
posguerra, Daniel Cosío Villegas intuyó otra cosa: el riesgo de que la
identidad mexicana se diluyera al confiarse únicamente en Estados Unidos, y de
que el país llegara a "vagar sin rumbo, a la deriva".3 ¿Es
así?
Dado
que la clase media no ha desaparecido, interesa aquí caracterizar una forma de
comportamiento social y político —una "forma de la acción colectiva"—
de "algunos" mexicanos, parte de esa clase, desde la segunda
posguerra del siglo XX hasta la crisis actual. En la medida en que existió un
discurso reiterativo sobre "el" mexicano, discurso que según Raúl
Béjar habría creado una visión estereotipada del supuesto "carácter
nacional",4 surgió
un mito que sirvió a intereses que no se reducen a los de un Estado capitalista
moderno, a secas. Pese a la supuesta homogeneidad, ¿a quién benefició o relegó
el Estado mexicano, porqué el "sistema", como se le llama un poco
bajo influencia estadounidense, necesitó de mitos y cómo los han vivido los
gobernados, en este caso en la clase media? ¿Qué lugar ha ocupado esta clase en
el sistema político mexicano? Nuestra tesis es que esta misma clase,
beneficiaria de los gobiernos priistas a partir de la segunda posguerra, adoptó
la retórica nacionalista-revolucionaria mientras ello fue compatible con el
derecho a lucrar con el Estado. Sin embargo, dicha clase se acomodó también a
la americanización de México, algo riesgoso —por ser gravemente extranjerizante.
"Lo mexicano" se convirtió así en caricatura identitaria para consumo
de masas externo e inclusive interno, que era lo que temía Cosío Villegas. No
sería tan grave si en contubernio con parte de la clase media no buscara emular
cierto estilo de vida que es ahora el del omnipresente narcotráfico. Este es
desde hace algunas décadas el subterfugio para no renunciar a la movilidad
ascendente. Interesa sostener la hipótesis de que el comportamiento ambivalente
de la clase media, forjado poco a poco en la segunda posguerra y a la vez
supuestamente nacionalista y extranjerizante, se asemeja a aquel otro
aparentemente contradictorio al que acostumbraban los criollos, queriendo ser
"como allá" y asegurarse a la par una influencia decisiva en los asuntos
"de por acá".
Aunque
también gran beneficiaria del régimen priista, la élite empresarial mexicana no
podía jugar este papel amortiguador, "conciliante" y a la vez
ambivalente de la clase media. Como lo hiciera notar Cosío Villegas, esa élite
no sintió la menor obligación social ni nacional y vivió así en cierto
aislamiento,5 digamos
que "peninsular". Bonfil Batalla también aludió a la psicología
social de la "gente linda", la de la "burguesía" mexicana
(sería más adecuado hablar de oligarquía) que suele ostentar un supuesto linaje
de origen europeo u otro, sin tener aristocracia de sangre, y que conserva al
mismo tiempo una mentalidad de hacendado.6 Beneficiados
desde el alemanismo, los empresarios no se encargaron mayormente de gobernar,
sino de hacer negocios.
En
vez de aparecer desde abajo, con una trayectoria de sedimentación de larga
duración, la clase media, sin mayores antecedentes en el siglo XIX (pese a que
Díaz alabara ante Creelman al pequeño campesino privado), surgió en un
santiamén. Ciertas formas de origen colonial se regeneraron porque el populismo
de origen cardenista se negó a reconocer los conflictos de clase,
desplazándolos hacia modalidades de pertenencia social cuasi-estamentales.7 La
clase media se percibió a sí misma como estamento8 y
se sintió acreedora a todos los privilegios y libertades, pero sin sentirse
obligada a construir desde abajo una cultura cívica. El sistema político
mexicano no ha podido contar con esta cultura.
Muchos
autores consideran que la clase media fue en efecto la principal beneficiaria
de la movilidad social a la que dio lugar la Revolución, a partir del
avilacamachismo. Dicha "clase" 9 se
granjeó un trato "especial" por su carácter "nivelador" y
de mayor apariencia democratizadora: de ahí su lugar relevante en el
afianzamiento de un sistema político considerado excepcional. Estado y clase
media manejaron por décadas un discurso semejante, el "conciliador",
que se impuso en la gran paz del "desarrollo estabilizador", de los
cincuenta hasta mediados de los sesenta. Ahora bien, a partir de los años
ochenta esa clase le dio la espalda al Estado que la cobijó, después de
utilizarlo y obtener tanto beneficios económicos como status social.
El excepcionalismo mexicano es en buen grado atribuible a esa misma clase
media, que paradójicamente terminó adulterando con su criollismo el sentido
original —popular— de la Revolución. La adulteración bosquejada consistió en
suplantar el excepcionalismo nacionalista por el derecho de excepción "debido"
a la vecindad con Estados Unidos, tema predominante a partir de los años
ochenta y por lo demás causante del alejamiento de América Latina, o de
absurdas pretensiones geopolíticas (Mesoamérica, por ejemplo, nunca fue América
del Norte). La clase media jugó a conveniencia a dos bandas: nacionalista, con
cargo al erario público mexicano, y fascinada por la vecindad única y mercantil
con Estados Unidos.
La
movilidad social de la clase media no se basó en la educación cívica, propia
del hábito de respetar la propiedad privada y la primacía (los derechos
individuales), y ello porque ni con Cárdenas se consolidó el republicanismo.
Esa clase contó, en cambio, con la adhesión a un Estado corrupto, dedicado en
gran medida al gasto suntuario —el derroche— y convertido en una fuente de
negocios particulares y clientelares antes que en bien común. Se justificó el
derecho a "lo" ilegítimo del "nuevo rico", que se hizo
patente incluso en la desvergüenza. Se naturalizó la corrupción buscando volver
cómplice y potencial culpable al reticente, parafraseando a González Pineda,10 poniendo
en supuesto pie de igualdad al agresor y al agredido,11 un
absurdo social "naturalizado" y contrario al interés popular. Este
problema ya ha sido planteado en debates sobre "el" mexicano, por
ejemplo por Fernando Escalante, quien habla abiertamente de desvergüenza y
recuerda que los regímenes de la Revolución consideraron "políticamente
necesaria" la corrupción.12 Con
todo, debe tenerse cuidado al observar una personalidad contradictoria. La
impunidad y la injusticia están implícitas en el "derecho a la
desvergüenza", pero al mismo tiempo está probado (y no es seguro que sea
igual en Estados Unidos) que el valor que más aprecian los mexicanos es la
honradez,13 lo
que también existe en algunos sectores de clase media y puede explicar las
variaciones y regionalizaciones del sufragio en los últimos tiempos.
Hay
elementos que permiten asociar algunas formas de constitución de la
subjetividad con formas de existencia social y de la propiedad en el México
posrevolucionario. El hecho de que el régimen de la Revolución no hiciera del
respeto a la pequeña propiedad privada —supuestamente clave para los intereses
de la clase media— el eje del cambio, llevó también a que no se reconociera
socialmente la importancia de la primacía en la cotidianeidad y a que las
relaciones de poder se inmiscuyeran en ámbitos —como el del núcleo familiar—
que hubieran debido quedar al margen de la intrusión. También nos ocuparemos
aquí de este aspecto de la acción colectiva, ya que atañe al desconocimiento de
los derechos individuales, empezando por el de la vida, con lo que esto supone
para una pretendida construcción democrática.
El
discurso del sistema político mexicano ha hecho pasar por interés "de
todos" el interés de unos cuantos. Es un mecanismo ideológico clásico,
pero en México ese "todos" no ha sido siempre la nación, sino una
"gran familia" que implica un modo de relacionarse con el poder. La
recurrencia del habla en plural con frecuencia solapa "algo" y parece
un llamado a complicidades, cuando no difumina responsabilidades. Ese discurso
hace creer que en México hay cabida y oportunidades para todos, incluidos los
pobres; en este sentido, el cardenismo contribuyó en mucho a que el bien común
fuera entendido de manera populista. Como no hay correspondencia con la
realidad socioeconómica mexicana, cabe pensar que el discurso de las
"oportunidades para todos", aunque con mucha demagogia local, no ha
sido ajeno a la larga a uno similar frecuente en el excepcionalismo
estadounidense de clase media. La realidad mexicana no ha sido color de rosa,
teniendo como los ha tenido a los campesinos como los grandes perdedores de
tantos "milagros", desde el "desarrollo estabilizador"
hasta el del narcotráfico. Empero, nuestra idea es que hay "nuevos
criollos" que han logrado ascender, mantenerse y asimilarse al excepcionalismo
estadounidense sin perder el sentido local del poder. El discurso en plural es
entonces el discurso de justificación de la "movilidad" del nuevo
criollo.
Ahora
bien, la clase media está lejos de ser "toda" la sociedad mexicana.
El análisis que hacemos aquí de comportamientos frecuentes en algunos estratos
e individuos no supone dar por válidas muchas digresiones sobre "lo
mexicano" o "el mexicano", con frecuencia simplistas y
maniqueístas, que suelen oscilar entre la intolerancia hiperestésica a la
crítica y el autodenigramiento. Rogelio Díaz-Guerrero, por ejemplo, ha
puesto de relieve ventajas de la sociedad mexicana (la cooperación) y sus
inconvenientes (la obediencia ciega), pero también ha destacado las ventajas
del mundo estadounidense (el reconocimiento al logro personal) y la otra cara
de la moneda en el vecino del norte: el egocentrismo.14 La
sociedad mexicana se encontraría en el otro extremo, el del gregarismo; con
todo, el mexicano puede paradójicamente llegar a ser también individualista,
incluso carente de espíritu de colaboración15 y
rayando a veces en el "egoísmo de afilados colmillos" que solía
caracterizar al Conquistador español.16 "El"
mexicano (aquí, de clase media) sabe que puede descansar en un colectivo que le
da poder. Sin embargo, este mismo poder no lo ha preparado para un "yo
social" vigorosamente cívico.17 En
este último aspecto, la clase media no ha jugado un papel que haga progresar al
sistema político, lo que puede explicar incluso parte del estancamiento de la
"transición a la democracia".
Dedicaremos
dos apartados (1 y 3) a destacar en qué condiciones de excepción surgió y se
encumbró la clase media mexicana en el siglo XX. Haremos hincapié (apartado 2)
en el hecho de que Samuel Ramos ya había intuido que el cambio social en México
habría de quedar en buena medida en manos de grupos sociales "no
tradicionales", de clase media y marginal. Si consideramos los problemas
surgidos de una "sociedad civil" sin ciudadanos como tales, y no
únicamente de los defectos del gobierno, cabe detenerse (apartado 4) en la
ausencia de conciencia cívica de una clase media que supuestamente debía
encarnar el "orden" y el "progreso": el núcleo del
"vacío" cívico es el uso del poder en el núcleo familiar (apartado
5). A falta de resolución de los conflictos sociales reales, se crearon mitos
de "fuga" en el sistema político (apartado 6) que implican la
parálisis frente a los problemas del país.
Las
dificultades del México actual no deben abordarse haciendo tabla rasa de lo que
se analizó e intuyó en las ciencias sociales en el pasado, sobre todo cuando la
reflexión consiguió ir más allá de lo ensayístico (filosófico-literario). El
lector podrá encontrar aquí una pequeña "historia de las ideas" sobre
la clase media mexicana. Es una historia sugestiva porque, en particular desde
el estudio de la política y con frecuencia en la Universidad Nacional Autónoma
de México, se adelantaron muchos de los problemas de hoy, así como se hicieron
análisis acuciantes sobre la clase media, sus características y sus no pocos
defectos. Una gran diversidad de textos mantiene toda su vigencia.
1.
Los orígenes: observaciones sobre el
populismo cardenista
En
1910, la unidad nacional no estaba consolidada. La gesta permitió "la
confrontación y la mezcla de los más disímbolos grupos sociales, lo que
facilitó nuevos y continuados roces entre los individuos y los grupos antes
separados por distancias físicas o económicas, raciales o culturales".18 Es
sin duda por esta razón de "confrontación y mezcla" que Hansen habló
de la gran "movilidad de los mestizos" en el México de la segunda
posguerra. Hansen se refería a los "mestizos de clase media".19 Para
alcanzar la centralización del país se recurrió hasta cierto punto a rasgos
metamorfoseados del añejo poder colonial, con el paternalismo —con Cárdenas se
centralizó al máximo la figura del Ejecutivo—20 y
el corporativismo. Cárdenas tenía a su modo la doble cara que aparece en la
cúspide del poderío personal desde la Colonia hasta el presidencialismo del
siglo XX: la máxima "autoridad" es un "rey provisorio, protector
y dador benévolo" y un "astuto doble", a veces
"vergonzante, limitado y tortuoso virrey de sí mismo".21 En
Cárdenas el sentimiento estaba cuidadosamente al servicio del poder. Lo sugiere
Krauze al describir —siguiendo a Gonzalo N. Santos— al entonces mandatario
michoacano cual "zorro con sayal franciscano".22
Con
el cardenismo,23 México
fue entrando en la era de masas, que se fue consolidando con un acelerado
cambio demográfico y la urbanización. Atrás empezó a quedar el mundo agrario y
no apareció una clase obrera autónoma: los grupos sociales productivos fueron
privados de voz. En el campo se mantuvieron con formas de dominación atávicas,
con el caciquismo. Se reciclaron viejas estructuras de cacicazgos que datan
incluso de tiempos coloniales, cuando aquellos, hispanizados y con frecuencia
mestizos, se pusieron al servicio del poder y buscaron el enriquecimiento
personal, dejando al indio sojuzgado y "mudo".24 En
la cumbre del ciclo revolucionario, la del cardenismo, no se afianzó el respeto
irrestricto a la pequeña propiedad privada (no era el sentido del ejido,
por ejemplo), ni a los derechos y garantías individuales que ésta conlleva en
lo político. El corporativismo iba en otro sentido.
La
Revolución se convirtió más bien en religión, con mártires, santos, confesores,
exegetas, rituales y liturgias, y con un dogma o verdad revelada, parafraseando
a Cosío Villegas,25 quien
siempre consideró que el gobierno de Cárdenas, un hombre poco culto,
"incapaz de nociones generales sobre las cosas", provinciano y
desconfiado, más aún ante la intelectualidad, resultó desordenado,
inexperimentado, contradictorio y hasta chabacano.26 Cárdenas,
aunque honesto, no aparece en ningún momento como el edificador de un Estado
auténticamente republicano y laico, sino como hombre de "fe", de
"caridad y misericordia" con los pobres, a lo mejor para "redimirlos",
a juicio de Krauze. Con "el peor equipo que (haya) tenido cualquier
presidente revolucionario" (Cosío Villegas), y proclive a la demagogia, el
cardenismo cumplió con algo así como un mandato sagrado.27 Agreguemos
que Lázaro Cárdenas se deshizo de las dos vías abiertamente laicas a la
modernización, la moderada que representaba Calles y la radical de Múgica.
Cárdenas fue el unificador final del Estado mexicano, según sus propios
anhelos,28 pero
con un imaginario de tinte religioso, de reminiscencias coloniales y ajeno al
capitalismo a secas: el imaginario del país al encuentro con el buen Padre
(Tata), así fuera con "anarquía amorosa" (Múgica), luego del fin del
"mal padre", Porfirio Díaz. El populismo, asunto de fe, se afianzó
desde arriba y haciendo pasar obligaciones por favores. Contra lo que suele
pensarse e incluso escribirse, la masificación de la política no equivalió a su
democratización fundamental.29
Al
inclinarse por Ávila Camacho, Cárdenas logró un "milagro": que se
enfilara hacia la modernización —luego favorable a grandes monopolios y
transnacionales— con la recreación de un imaginario religioso cuasi-feudal. Se
abrió así la puerta a la aparición de los "nuevos criollos", poco
importa si voluntaria o involuntariamente. Queriendo oponerse a un
individualismo confundido con el más negativo de los egoísmos, el Estado negó
toda forma de interés particular, que fue sacrificado en aras de un "todo
dependiente",30 el
"nosotros" populista. No hubo mayor cabida a la pequeña propiedad
privada como palanca de una educación cívica. Prosiguieron el desprecio por la
propiedad individual y la tendencia de origen colonial a apropiarse de lo ajeno31 sin
respeto alguno. Se entendió el bien común como algo de todos y de nadie en
particular. Se pasó, asimismo, del predominio del latifundismo al de un Estado
convertido en "gran feudo".
El
cardenismo creó un igualitarismo formal, no basado en la ciudadanía, sino en el
mito del neutralismo social y la conciliación entre "socios",32 pavimentando
con ello el camino para el futuro protagonismo de la clase media. No hay mucha
distancia entre este mito y el hábito postrer de "conciliar" para
convertir en realidad al "socio" en cómplice y potencial culpable en
un acto de corrupción.33 Quienes
apoyaron desde abajo al proyecto cardenista no alcanzaron a comprender que
implicaba sacrificarse hasta en las demandas más limitadas.34 La
dependencia del todo social fue en realidad imposición,35 incluyendo
la del derecho a dar rienda suelta a las pugnas intestinas entre redes
clientelares, "intereses de grupos".36 A
quien quedara "fuera del alcance del Estado" se le castigó.37
Al
final del periodo cardenista y del interludio avilacamachista, la Revolución ya
había dado lo máximo de sí, a juzgar por Cosío Villegas en 1947 (de entonces
data La crisis de México), o por Silva Herzog en 1949.38 Algunos
políticos de hoy, como Roberto Madrazo,39 consideran
que comenzó entonces la simulación en el sistema político.40 El
Estado dejó de verse como "social" y pasó a ser visto como el lugar
para toda clase de negocios particulares. Para la simulación hacía falta
mantener los mitos de la unidad nacional a toda prueba y el de la conciliación
social: en este papel, complementario de los mitos del nacionalismo cardenista,
no había nada mejor que la clase media. Este régimen ambiguo inaugurado
en la segunda posguerra se prolongó con altibajos hasta la significativa —por
la aparición de Cuauhtémoc Cárdenas— ruptura partidista de 1988. Desde el
sexenio de Miguel de la Madrid la élite, al acecho desde tiempo atrás, dio
muestras de querer "tomar la calle" para sí (en el Mundial de futbol
1986), por lo que el país parecía ya no ser "de todos".
2.
Samuel Ramos: los "nuevos criollos", una intuición certera
En El
perfil del hombre y la cultura en México, un texto escrito en 1934 (la
segunda edición es de 1938), Samuel Ramos se detuvo a pensar en las distintas
clases sociales mexicanas, aún sin noción precisa de lo que es una
"clase". Ramos no consideraba que los vicios mexicanos fueran
incorregibles. Esperaba una "reforma profunda del carácter" de los
hombres,41 sin
que por ello se tuviera que "comenzar una nueva vida como si antes nada
hubiera existido".42 Las
fechas de edición del clásico de Ramos son sorprendentes: en pleno cardenismo.
Ramos
ubicó el problema de la escisión psíquica en "el" mexicano. La
vinculó con un "yo" que buscaría hacer prevalecer el instinto de
poder.43 Dicho
instinto hace que el hombre no mida bien sus fuerzas, provocando un
desequilibrio entre lo que quiere y lo que puede.44 No
se corrige el error si no se rectifica la idea exagerada que se tiene del valor
de la personalidad,45 que
tiene un componente halagador en exceso.46 Se
trata de un poder que desde muy temprano suple la cultura auténtica por su
imagen.47 "El
mexicano explota él mismo el efecto de su imitación", arguye Ramos.48 Sabiéndose
ilegítimo o temiendo serlo, es un poder dispuesto a una escenificación que lo
haga parecer "natural", un "como si..." en lugar del
"como soy...", parafraseando a Gonzalez Pineda.49 Ya
está preparada aquí, mediante resortes psicológicos precisos (rayamos en la
simulación), la suplantación que llevará a fin de cuentas a la americanización,
conservando un semblante nacionalista, y ostentando en ambos casos el
excepcionalismo entendido "cual" privilegio. Creyendo ganar con la
ambivalencia, la clase media fue a instalarse en más de una escisión.
En
vez de campesinos u obreros autónomos, desde el cardenismo otros grupos se
habían perfilado como sujetos sociales importantes. La intuición certera de
Ramos consistió en ubicarlos. En los segmentos urbanos pasó a ocupar su lugar
el "pelado", en quien el enigma, más allá de lo grosero y lo agresivo
en el lenguaje,50 consiste
en el fondo en la recreación de una ficción. La personalidad real del "pelado",
muy pobre intelectualmente y mal situado en la jerarquía económica, es la de
algo menos que la de un proletario.51 La
personalidad ficticia se impone y provoca una anormalidad del funcionamiento
psíquico en la percepción de la realidad,52 vivida
en falso, con inestabilidad y mayor atención al "yo" que a la
realidad misma.53 Al
acercarse al mexicano de la ciudad, Ramos encontró la desconfianza y la
"negación personificada", con frecuencia sin razón alguna, y la
actividad irreflexiva, sin plan alguno54 y
en cuyo lugar actúa el instinto.55 Ramos
entrevió así al individuo que no espera a que lo ataquen, sino que se adelanta
a ofender.56 No
había nada de cívico en el precursor del marginal de hoy, y sí violencia
latente.
Samuel
Ramos cifró esperanzas en la clase media naciente, los "nuevos
criollos", aunque la afirmación siguiente fuera inexacta: "por su
calidad, escribía, la clase media ha sido el eje de la historia nacional y
sigue siendo la sustancia del país, a pesar de que es cuantitativamente una
mi-noría".57 Al
comparar a la clase media en formación con los "criollos", la
observación era —¿involuntariamente?—de lo más perspicaz, aunque fuera
imposible hablar de clase media para el pasado mexicano previo a 1910. En lo
dicho por Ramos interesa destacar la potencial complicidad entre marginales y
parte de la clase media: la atribuimos aquí a las circunstancias sociales
ubicuas, movedizas y permeables de ambos grupos.
Faltaba
que esas circunstancias se afianzaran.58
3.
La clase media: nuevo sujeto... ¿y nuevo
estamento?
Gabriel
Careaga estableció que la clase media comenzó a sentirse mimada desde el gobierno
de Manuel Ávila Camacho59 y
terminó por ser junto con la burguesía la gran beneficiaria del desarrollismo.60 Daniel
Cosío Villegas afirmaba en los años sesenta:
(...)
la clase media (...) tiene en el México de hoy una influencia que nunca antes
había tenido, de modo que sin mucho riesgo de errar puede afirmarse que los
resortes principales de toda la vida actual del país —los políticos, los
económicos, los sociales y los culturales, oficiales y privados— están en manos
de una clase media de formación reciente, pero ya bien constituida. 61
Hasta
hace poco —escribía a su vez Octavio Paz en 1950— la clase media era un grupo
pequeño, constituido por pequeños comerciantes y las tradicionales
"profesiones liberales" (abogados, médicos, profesores, etcétera). El
desarrollo industrial y comercial y el crecimiento de la Administración Pública
han creado una numerosa clase media, cruda e ignorante desde el punto de vista
cultural y político pero llena de vitalidad.62
Para
Iturriaga, esta clase fue la que más se benefició del acceso a los bienes de
consumo, las diversiones y los viajes en la segunda posguerra.63 Por
su parte, Antonio Delhumeau consideró que las clases medias urbanas,
"clientes" determinantes para el Estado, se convirtieron en prototipo
a seguir incluso para obreros y campesinos.64 Dicho
esto, bastaba con que se pulverizara y desdibujara el perfil propio de ese mundo
popular para que apareciera una importante franja de marginales entre el pueblo
y la clase media.
Martín
Luis Guzmán vio desde 1929 la ilegitimidad de un sector de la sociedad (al que
no le dio nombre) con pretensiones de distinción, pero tan ignorante como la
oligarquía porfiriana: "a las gentes 'decentes' —afirma un personaje
de La sombra del caudillo— les falta a tal punto el sentido de
ciudadanía, que ni siquiera descubren que es culpa suya (...) lo que hace que
la política mexicana sea lo que es".65 Dado
que el Estado planteó la conciliación de clases, la clase media se presentó
como ideal por su carácter "amortiguador de colisiones estructurales",66 pese
a que el "desarrollo estabilizador" acrecentó las disparidades
sociales y regionales.67 La
clase media se dijo "pegamento" de la unidad nacional, aunque sin
convicción, razonamiento ni acción para la consecución de objetivos humanos y
creativos.68 Amortiguar
los conflictos sociales se convirtió en equivalente de disimularlos,69 de
carecer de conciencia y proyecto histórico70 y
de moverse en todas las indeterminaciones,71 evitando
mediante el conformismo la opinión independiente, con frecuencia odiada y
temida,72 al
grado que la independencia de criterio terminó por verse como algo en desuso.73 Para
la clase media parecía verdad que "lo que pasa es que no pasa nada".74
En
la segunda posguerra no tardaría en volverse a la asimilación acrítica de lo
extranjero, aunque se cambió lo europeo (de élite) por lo estadounidense (de
masas). Copiar los valores estadounidenses le dio a la clase media una mayor
"sensación de poder".75 Bonfil
señaló en su momento la importancia de las capas medias urbanas dedicadas a
imitar los arquetipos estadounidenses.76 La
clase media consiguió así un "contagio colectivo de costumbres, intereses
y formas de vida".77 Careaga
sugirió un papel clave de los medios de comunicación en la recreación del gusto
por lo estadounidense, en particular mediante la televisión.78 Esto
favoreció el más superficial de los hedonismos79 y
la vida en un mundo ficticio.80
Pese
a lo ocurrido en 1968, a principios de los setenta aún no existían estudios
detallados sobre esta clase media ("¿clase sin clase?") para muchos
indefinible por definición,81 pero
que inquietaba; en 1973 Gerardo Estrada la llamó "masa gelatinosa",82 mientras
que López Cámara la caracterizó como "sector esponjoso y receptivo",83 con
características miméticas; para otros, esta clase tenía proclividad
conservadora (Eliseo Mendoza Berrueto, Jesús Reyes Heroles).84 Buscó
legitimidad en la gratuidad y el privilegio estatal,85 no
en el trabajo. Un factor más jugó contra el reconocimiento al mérito
individual, en principio orgullo clasemediero. No es que el mexicano no sea
capaz de disciplina y perseverancia: lo es, si las circunstancias y la
adquisición de hábitos racionales se prestan, y si se le aúnan la inteligencia
y rapidez de comprensión, que sí están presentes.86 Uno
de los obstáculos para la adquisición de dichos hábitos (el mexicano tiende a
ser poco reflexivo y analítico) ha sido la herencia de dos culturas que no
utilizaban el instrumento racional para llegar a la verdad: la indígena
pre-lógica, mágica y que daba lo sobrenatural por natural, y la española
impositiva, dogmática y fideísta.87 En
su molicie, la clase media mexicana no abandonó hábitos de origen
precapitalista: lejos de cualquier "espíritu innovador" y sobre todo
racional, fue despilfarradora,88 buscando
la "vida a crédito",89 al
igual que una élite empresarial que hasta hoy privilegia la renta sobre la
inversión productiva.90 Para
los años setenta, la clase media, convertida a la tradición estadounidense del
éxito y la riqueza, al consumismo y un feroz individualismo,91 quedó
lista para intervenir en política como "grupo de presión",92 digamos
que para convertirse en una miríada de grupos de presión. López Cámara escribía
que la clase media era capaz de cualquier metamorfosis.93 Se
preparaba una mutación: parte de la clase media habría de aliarse con el mundo
marginal, muy proclive también a sentirse ilegítimo y permeable a la
americanización. En los ochenta se esbozó una potencial catástrofe: algunos
optaron por mantener en la crisis la movilidad social a cualquier precio, el de
la narcopolítica que retrata, por ejemplo, Crimen de Estado.94
4.
¿Ciudadanos?: la clase media, el criollismo
y el festín
Cosío
Villegas pronto hizo notar la corrupción y la ilegitimidad de los herederos de
la Revolución, que en nombre del pueblo fomentaron la prevaricación, el robo y
el peculado,95 la
corrupción administrativa "ostentosa y agraviante", "cobijada
siempre bajo un manto de impunidad".96 Al
ampararse en estas prácticas, la clase media no podía ser sino ilegítima, pero
necesitaba "naturalizarse" y dar para ello supuestas explicaciones
esencialistas sobre "lo mexicano", "lo mestizo" y
"éste" país, entre el tono festivo y populista por "lo
nuestro" y el despectivo por la realidad "del mexicano"
(mencionado cual extranjero).
Siguiendo
a Béjar,97 la
inmensa mayoría de las búsquedas sobre la identidad mexicana, con metodologías
endebles (lo que no autoriza, sin embargo, a descartarlas) pasaron por alto
circunstancias muy concretas y singulares: históricas (una no muy remota
herencia colonial y un periodo independentista que no resolvió los problemas de
la modernidad), geográficas (la vecindad con Estados Unidos, las diferencias
regionales marcadas) y otras. Aniceto Aramoni veía hasta bien entrado el siglo
XX en México a un país "semi-feudal".98 Iturriaga
insistió en la complejidad del pasado histórico mexicano (distintas culturas
aborígenes, no una sola; el mestizaje celtíbero-árabe del Conquistador, poco
mencionado) y modalidades de conflicto heredadas que no se habrían apaciguado.99 La
España conquistadora no era capitalista y no había rebasado el estilo de vida
medieval; se había atrincherado, en cambio, en la Contrarreforma.100 El
México del siglo XX ya no es de base feudal, pero ello no impide encontrar
similitudes — sorprendentes en los últimos tiempos— entre parte de la clase
media y el criollismo de antaño.
La
demagogia cultural y política se recreó en buena medida en torno a la figura
del charro: vuelta mítica, ha servido para la dominación disfrazada como
"identidad de todos", de origen supuestamente popular y
"festiva", pero en realidad aristocrática y paradójicamente
masificada. El charro no es una figura de autoridad sino de honor. En siglos no
han cambiado el lazo, el coleo y el paso de la muerte, reminiscencias del
torneo español previo incluso al siglo XVI.101 La
valentía guerrera es en realidad otra cosa: machismo, bravuconada, desplante,
honor adulterado, suplantación de lo caballeresco,102 y
desde luego que no hay en todo ello nada de cívico. Una de las características
importantes del charro es el desprecio por un bien supremo, la vida, de la que
si hubiera una mínima ética —ni se diga virtudes cívicas— no debiera disponerse
así como así,103 dizque
porque "la vida no vale nada". El "gallo muy jugado" da
rienda suelta a la petulancia, la fanfarronería, el desprecio, la burla, la
ingratitud, la liviandad, la frivolidad.104 La
destructividad no encuentra límite moral, intelectual, cultural105 y
es "hipertrofia desorbitada con carencia total de objetividad".106 A
partir de cierto momento, para algunos México y fiesta charra con bonanza se
volvieron supuestos equivalentes, por cierto, justo cuando comenzaban los
ajustes estructurales y la austeridad del sexenio de Miguel de la Madrid, que
desfiguraron la herencia popular, volviéndola marginal. La sensación de
desencanto —fuerte desde los setenta en la clase media, según Luis Villoro—
convirtió la "crisis de la moral social" en búsqueda, a nuestro
juicio frenética a partir del sexenio delamadridista, de "lealtades
personales o de grupo, de confianza en las amistades, en las 'relaciones', en
el afán de acomodarse", pero sin ideales ni principios, y mucho menos con algún
tipo de desinterés.107
Es
en este mismo sentido que puede decirse que esa crisis no fue frenada por las
instituciones del sistema político, al fin y al cabo endebles.
"El
afán de ostentación, el carácter derrochador, la fanfarronería, escribe
Fernando Benítez, eran casi siempre rasgos privativos del español avecindado en
las Indias (...)".108 La
vida criolla se iba en deudas, fiestas para amigos, compra de vistosas galas
para las mujeres109 o
hasta "desplantes de millonario" en la metrópoli.110 La
fiesta se convirtió en "el ambiente natural del criollo",111 en
un festín interminable apoyado en la espalda de "millares de esclavos
desconocidos".112 Se
imponía el tono de un Martín Cortés, la "grosera descortesía";113 es
curiosamente la desvergüenza a la que se refiere Escalante y que es también la
del narcotraficante.
Siglos
después, la conciencia lúcida de la ilegitimidad de algunos líderes
revolucionarios apareció en boca de uno de los personajes de La sombra
del caudillo. La falta de razón moral se convertía, no sin cinismo, en
una "filosofía de vida", una supuesta "ética distinta de las que
rigen en otras latitudes", según Tarabana, personaje de Guzmán. "Lo
que ocurre —dice aquél— es que la protección a la vida y a los bienes la imparten
aquí los más violentos, los más inmorales, y eso convierte en una especie de
instinto de conservación la inclinación de casi todos a aliarse con la
inmoralidad y la violencia".114 Cosío
Villegas observaba que ante la impunidad, el inseguro quiso protegerse y no
hubo de importarle si para ello había que ' violar una ley o archivar un
precepto moral.115 Con
tal de "naturalizarse" y asimilarse a la élite, parte de la clase
media actuó finalmente a la usanza de los antiguos criollos: ostentando la
fiesta (¿o su deseo de participación en el festín?), hasta el paroxismo en
ciertos momentos del salinato, derrochando para "relacionarse" y
haciendo del desplante una "identidad nacional". Este
"festín" coincidió con el desmantelamiento de las escasas
organizaciones populares autónomas. ¿Qué sociedad civil era ésa? ¿Una real o la
que una contraportada llamara con sorna una "Madame Sociedad Civil"
dispuesta al travestismo?116¿Había
que empezar la "transición democrática" minimizando, por ejemplo, las
clases de civismo?117
5.
El núcleo del sistema: la "gran familia mexicana"
En
un amplio análisis llevado a cabo con la Universidad de Texas en Austin,118 Díaz-Guerrero
llegó a una conclusión llamativa: respetada tanto en Estados Unidos como en
México, la clase media tiende a serlo más en México.119 La
"clase media" es muy altamente valorada en México, donde la
desigualdad socioeconómica es mayor: "salir de pobre" tiene mayor
valoración (el pobre es más respetado que en Estados Unidos) y al mismo tiempo
se respeta más a la "gente rica",120 lo
que indica que el antagonismo de clase se halla desplazado o negado. En México,
a la gente de bajo status socioeconómico se le otorga un lugar
en el "respeto social",121 mientras
que dicho respeto es menor en Estados Unidos, ya que se prioriza la posición
económica (status y posición económica son casi sinónimos);122 en
México median otro tipo de afiliaciones. Ello da como resultado un ambiente más
cooperativo y menos competitivo que en Estados Unidos, pero también menos
atento a los méritos individuales. La contraparte mexicana es la tendencia a la
obediencia ciega (¿debiera decirse sumisión?) ante autoridades
"indiscutibles".123 La
cultura estadounidense tiene su origen en la Reforma y en el libre examen.124 En
México predominan una abnegación de origen religioso, misma que seguramente
pedía el cardenismo; la resignación, el pesimismo, el fatalismo125 y,
a nombre de dicha abnegación, "la negación (del) yo a favor de los demás y
de la sociedad".126 Estas
tendencias predisponen al servilismo y la corrupción,127 y
tienen parte de su origen en la familia nuclear y extendida.128 Al
mismo tiempo, adquirir status puede consistir en atribuirse el
derecho a disponer de la vida ajena bajo distintas formas, empezando por
asuntos en apariencia tan nimios como el espacio y el tiempo. Aquí se suele
aprender el uso del "amor" —utilizando el "nosotros"— para
establecer relaciones de poder. Es la raíz de una "gran familia mexicana"
sin instituciones sólidas, sin ciudadanos y sin mayor respeto por la privacía.
La familia —que por cierto no es una institución política— no brinda educación
cívica, pero sí instinto de poder.
A
esta problemática en la que poder y amor se confunden, Díaz-Guerrero la llamó
"la gran confusión"129 y
se preguntó por la incapacidad para distinguir entre el ejercicio del poder y
el del amor en la sociocultura mexicana.130 En
la familia hacen sinergia la omnipresencia del poder y la personalidad
afiliativa, obediente, dependiente y pasiva,131 incapaz
de o renuente a modificar la realidad circundante, a falta de voluntad clara en
este sentido.132 Un
factor parece clave: el despotismo, que es un simulacro de consulta y se apoya
en el poder para desplegar la rispidez, la infracción de las leyes, la
abstracción desenfadada de la existencia de los demás133 y
hasta la compensación antisocial.134 El
sentimiento de vasallaje y el despotismo van aparejados y la sinergia puede
aparecer tan pronto como alguien ocupa una jerarquía superior frente a los
demás.135 Núcleo
básico de la sociedad mexicana, la familia no garantiza soporte democrático
alguno y es en cambio proclive a que lo "antisocial" termine por
imponerse, sobre todo en grupos movedizos como los ya descritos. El
"amor" es un favor otorgado al antojo desde una posición de poder,
que decidiría arbitrariamente qué es legítimo o natural y qué no. La confusión
a la que alude Díaz-Guerrero está montada por lo demás en otra: la existencia
de ese "nosotros" que es también "para nosotros y entre
nosotros"136 (digámoslo
así: "en familia"), pero sin instituciones impersonales: ése fue el
gran fracaso del populismo, ya que no consiguió una separación clara entre lo
privado y lo público, que pasaron al contrario a confundirse y manipularse
mutuamente. Es en este sentido que "la política"137 —siempre
peyorativa para "el" mexicano— se inmiscuye en todo, como lo veía
Silva-Herzog desde (¡atención con el año!) 1944. La misma confusión se ha
prestado a conductas antisociales toleradas. Se mantuvo la confusión de
"amor" y poder en el discurso político del sistema, considerándose a
la familia y no a otras instituciones138 como
núcleo social de base.
La
confusión mencionada explica cierta indecisión en el comportamiento: ¿es una
"esencia del mexicano"? El mexicano sería renuente al compromiso
(observación demasiado general, pero no por ello inválida): rehuye la
responsabilidad ante los demás, por lo que no se dice "sí" o
"no" enfáticamente.139 Cabe
empero preguntarse si no es "ubicarse" en situaciones de poder
omnipresentes, reales o imaginarias, "sacándoles la vuelta". Para
González Pineda y Delhumeau, en la relación social en México no hay semejantes,
sino que interesa más definir quién está arriba y quién abajo.140 En
el mismo sentido apunta Marina Castañeda: en México —asevera— se negocian hasta
una llamada de teléfono, una invitación o el envío de una carta.141 ¿Cómo
podría haber democracia real sin igualdad, misma que supone el respeto por la
propiedad individual privada y la reciprocidad en el intercambio? En estas
condiciones, la clase media jamás impulsó reforma alguna que separara lo
público y lo privado, para evitar que el poder lo permeara todo. De ahí la
"gran confusión".
6.
Funciones psicosociales del mito y el sistema político mexicano
Así,
la orientación hacia el status y el prestigio es primordial
entre la población mexicana.142 Suele
prestarse particular atención al "ente" antes que al logro individual
concreto. Para la escuela del objetivismo filosófico de Ayn Rand,143 definirse
según los términos de los demás es "metafísica social".144 "La
gente" (las "relaciones") ocupa el lugar de la mente autónoma;
la realidad está sustituida por la conciencia de otros como esfera y objeto de
interés último, y también remplazada por el miedo a los demás. El reverso del
vacío afectivo real es la búsqueda del poder y de su representación.145 Si
la realidad viene representada por otras personas, la meta de la existencia
puede consistir en imponer la propia voluntad a los demás.146
Se
busca el provecho, se elude la responsabilidad y se evita ser
"rechazado",147 pero
se renuncia al pensamiento crítico y al sentimiento propio. Como Ramos,
González Pineda se encontraba cerca de estas sugerencias analíticas del
objetivismo filosófico: el "del mexicano" sería un "Yo
esquizoide" incapaz de establecer contacto genuino y total con los objetos
exteriores,148 con
frecuencia intolerables y sobre los que se hacen toda clase de proyecciones.
¿Qué igualdad puede haber si el otro no es ni siquiera un semejante, sino una
proyección?
Hay
quienes sacan la conclusión de que para dominar es necesario no sentir afecto,
u ocultarlo por considerarlo debilidad; si el "amor" está al servicio
del poder, protegerse de éste puede ser también resguardarse del afecto. El que
combate el afecto puede sentirse dominador y protegido. Se vuelve entonces
difícil construir un relato —para la "reconstrucción del mundo"—
basado en la afectividad. Las narrativas de ficción debieran dar cierta
sensación de seguridad para protegerse de lo real si éste es
"intolerable", y para transformarlo. La mentira protege; el ensueño
funciona como apertura, invitando al ensoñador a rehacer su mundo real y su
imaginario; la mitomanía es una imagen seductora que compensa el vacío de lo
real, la carencia afectiva.149 Si
la dominación se basa en ocultar o negar el afecto, queda poco espacio para la
mentira o el ensueño: se deambula —como lo hace a veces una familia o el
imaginario del sistema político mexicano— por mitomanías sucesivas, algo
también propio de una clase media que se siente con derecho a todos las
"excepciones". La mitomanía corresponde al deseo de éxito social a
cualquier precio;150 llena
el desierto afectivo con palabras, defensas fallidas sin "apertura
afectiva"151 y
que han hecho que buena parte de la sociedad no crea ya en el sistema, pero
tampoco en ninguna otra cosa. Detrás del decorado del mito hay ruina y
desesperanza.152 "Revelar"
la superchería no lleva al regreso a lo real, sino a la fuga hacia una
"dignidad imaginaria"153 (la
"gran familia mexicana", "todos los mexicanos"). No puede
decirse que México entero haya preferido la mitomanía, distinta del ensueño y el
anhelo popular, pero el discurso político, el orientado hacia y por la clase
media, se quedó en el mito y su caricatura. Por décadas la población se
acostumbró a una oratoria hueca en ese discurso, pero con el revestimiento
religioso de origen populista ("tener fe en México"), sin nada
realmente laico: era un mensaje de prédica o un sermón, según lo hizo notar
Cosío Villegas,154 dirigido
al "corazón y el alma" y no "al intelecto".155 Este
"asunto de fe"156 fue
recuperado por los medios de comunicación y sus injerencias para adulterar lo
público. Para seguir "conciliando", la clase media pidió "fe en
la gran familia mexicana".
En
conclusión
Aramoni
veía desde los años ochenta los riesgos de mimetizarse al extranjero sin medir
consecuencias, sin preparación, ni previsión, ni cuidado.157 Sin
auténtica cultura ni carta de ciudadanía, no pensando más que en comodidades
materiales,158 la
clase media quiso sentirse cosmopolita, ante todo con la integración en América
del Norte: en este paso cifraron sus esperanzas los nuevos criollos. Un país
semi-feudal (para Aramoni), joven, sin estructura sociopsicológica y cultural
firme,159 se
adentró así al mundo de la conquista comercial.160 Hoy
se alaba como auténtico lo más artificial y vendible de la identidad local. Lo
"charro" ha sido recuperado por el empresariado dueño de los medios
de comunicación masiva (piénsese en los repertorios de Luis Miguel, Alejandro
Fernández o Pepe Aguilar, o en telenovelas como Fuego en la sangre); lo
"macho" y "popular" se han identificado con supuestas
leyendas del narcotráfico. En busca de dinero fácil y de la adquisición o el
mantenimiento de status, parte de la clase media, de los
"marginales" y de otros sectores sociales —menos visibles— crearon
complicidades en el más ilegítimo de los mundos, ligado a unos disimulados
Estados Unidos. En este mundo ilegítimo e ilegal, transgresor por excelencia
pero tolerado mientras mantenga a flote el "bienestar familiar",
impera un código de honor sin autoridad moral ninguna.
Paz
había observado al pachuco, que conservaba algunas
características de la "personalidad" nacional, como la conducta
anárquica y desafiante ante la norma. Si el macho tiene por atributo el poder,161 el pachuco es
un clown impasible y siniestro que no intenta hacer reír sino
aterrorizar,162 que
busca el escándalo163 e
irritar deliberadamente.164 La
autodestrucción ejercería también cierta fascinación sobre el mexicano.165 Este
proceso se ha naturalizado con el narcotráfico y el modo en que éste ha
contribuido a mantener con "dinero fácil" actividades enteras y la
ostentación del nuevo criollo. Es el emblema de la movilidad social acelerada y
de la naturalidad del crimen si de conservar el status se
trata. Es tabú porque hay sangre, pero también por conveniencia. Los resultados
se encuentran en un clima de "cinismo retador y prepotente"166 y
en la pasividad de buena parte de la sociedad, porque el mito siempre recreado
no resuelve nada, sino que se limita a neutralizar el conflicto latente.
Entretanto, el país real —sobre todo campesino y de pequeña y mediana empresa—
cayó en la ruina.167
Cabe
preguntarse por el papel que juega parte de la clase media en la crisis actual.
Parte de dicha clase se ha mostrado renuente a tomar conciencia de los problemas
que no la atañen directamente, como si los fueros cuasi-estamentales estuvieran
incluso por encima de la nación y no se tratara sino de seguir proyectando
imágenes y hablando y conciliando en todos los problemas sin resolver
ninguno, en medio de lo que empezó a parecerse a lo que Gonzalez Pineda intuía
como una potencial "orgía de destrucción" y la completa
"disolución cultural".168 ¿Qué
institucionalidad (la policíaca, entre otras) puede ser operante en este
contexto? No es sino de constatar, como lo hacían González Pineda y Delhumeau
desde los años setenta, la persistencia de las deficiencias del trabajo
institucional y la vida pública,169 adulterada
además ahora por el espectáculo y no tanto cooptada por el sistema político.
Así, buena parte de la sociedad imita a las clases medias, acostumbradas a
aceptar manipulaciones con tal de que también se les permita manipular.170
Si
crujen las endebles instituciones, ocurren regresiones —no queda sino "la
familia"— y se actualizan figuras atávicas:171 el
narcotraficante es otro padre con doble faceta, benefactor y hasta protegido
del "pueblo", pero igualmente tortuoso y capaz de lo peor. Ambas
facetas se ostentan. La regla es "ver, oír y callar": podría orientar
por igual —nótese bien— a un obediente-afiliativo que a un político, un
psicópata o al clown impasible. ¿Es un código que por las más
diversas razones permea cada vez más a gran parte de la sociedad? ¿Y a lo que
queda de "sistema político mexicano"? La criminalización de México,
que entrelaza al país con los "privilegios" de Estados Unidos, es la
expresión condensada de una problemática que germinó hace mucho, y en la que
parte de la clase media jugó con sus conveniencias un papel no desdeñable. Un
"milagro" del criollismo: la americanización, con demagogia —léase
poder—172 en
mano.
Marcos Cueva Perus*
* Doctor en Economía Internacional por la
Universidad Pierre Mendès-France, Grenoble. Investigador Titular de Tiempo
Completo en el Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM.
Notas
1 Para
Roger D. Hansen es esta equivalencia la que explicaría la tolerancia a la
corrupción, que ni siquiera es siempre vista como tal, sino casi como
"derecho" a una movilidad más o menos generalizada. Véase
Hansen, La política del desarrollo mexicano, México, Siglo
XXI, 1975, p. 4. [ Links ] Según Hansen, la corrupción
aparecía —y sería vista como natural— cuando no hay otras oportunidades de movilidad
en el "sistema".
2 ¿Cómo
se construye una democracia con una "sociedad derrotada" y siempre
anómica? Véase Sergio Zermeño, La sociedad derrotada: el desorden
mexicano del fin de siglo, México, Siglo XXI/IISUNAM, 1996.
[ Links ]
3 Véase
en particular Daniel Cosío Villegas, La crisis de México, México,
Clío/El Colegio Nacional, 1997, p. 40.
[ Links ] Para Cosío Villegas, la deriva
no está reñida con el sacrificio de la nacionalidad a la influencia
estadounidense, ni por cierto con lo que llama una "prosperidad material
desusada" (p. 41). En este marco, sugiere que el indio —por ejemplo— puede
quedar equiparado "a la categoría de irredento que tiene hasta ahora el negro
norteamericano" (p. 41).
4 Raúl
Béjar, El mito del mexicano, México, FCPyS/UNAM, 1968, p. 4.
[ Links ]
5 Daniel
Cosío Villegas, El sistema político mexicano, México, Joaquín
Mortiz, 1973, p. 106. [ Links ]
6 Guillermo
Bonfil Batalla, México profundo. Una civilización negada, México,
CONA-CULTA, 1990, p. 92.
[ Links ]
7 La
clase media, siempre difícil de definir (como lo veremos más adelante), actúa
en cierta medida como "estamento" (definido como estrato con un
"común estilo de vida") más que como clase propiamente dicha. Algunos
prefieren hablar de "las" clases medias.
8 A
diferencia de la casta, el estamento deja lugar para cierta movilidad social.
9 Algunos
prefieren hablar de "las" clases medias. Hemos escogido hablar por
convención de "la" clase media.
10 Francisco
González Pineda, El mexicano, psicología de su destructividad, México,
Pax, 1985, p. 95. [ Links ]
11 Francisco
Gonzalez Pineda, Ibid., p. 95.
12 Citado
en José Gutiérrez Vivó (coord), El otro yo del mexicano, México,
Océano-Infored, 1998, p. 120.
[ Links ]
13 Enrique
Alduncín Abitia, Los valores de los mexicanos. México: entre la
tradición y la modernidad, México, Fomento Cultural Banamex, 1989, p.
16. [ Links ]
14 Rogelio
Díaz-Guerrero, Psicología del mexicano, México, Trillas, 2007,
pp. 178-179. [ Links ]
15 José
E. Iturriaga, La estructura social y cultural de México, México,
Fondo de Cultura Económica/Nacional Financiera, 1994, p. 233.
[ Links ]
16 Fernando
Benítez, Los primeros mexicanos. La vida criolla en el siglo XVI, México,
ERA, 1965, p. 148. [ Links ]
17 Iturriaga, op.
cit., p. 234.
18 Francisco
González Pineda, op. cit., p. 93.
19 El
"sistema" se mantiene en la medida en que "las arterias de
movilidad", como las llama Hansen, y en particular para el "mestizo
de clase media", no se "endurecen". Hansen, op. cit., pp.
231 y 268. El texto causó polémica no nada más por la connotación de
"mestizo", sino por referirse al sistema político mexicano como
"cosa nuestra" (p. 164). Hansen es muy preciso: quienes cosecharon
los beneficios del crecimiento en la segunda posguerra fueron "los
miembros más ambiciosos de las clases baja y media", se entiende que en
términos de movilidad, con la excepción de los campesinos pobres. Hansen, op.
cit., p. 251. La visión que tiene Hansen del "mestizo"
remite en gran medida y explícitamente a Samuel Ramos. Hansen considera que
desde el siglo XIX el mestizo valoraba al poder por encima de todos los otros
atributos personales, considerándolo como "atributo del ser mismo" y
llegando hasta la fascinación patológica. Hansen, Ibid., p.
185. Jesús Silva-Herzog, citado por Hansen, sugiere algo similar al referirse
en 1944 a lo que ya se entiende entonces en México por "política":
una "gangrena" de inmoralidad, que lo invade todo. Citado por
Hansen, Ibidem, p. 165.
20 Es
lo que han sostenido, por ejemplo, el mismo Hansen y Tzvi Medin, estudioso del
Maximato. Hemos abordado el tema en otro lugar.
21 Francisco
Gonzalez Pineda y Antonio Delhumeau, Los mexicanos frente al poder, México,
Instituto Mexicano de Estudios Políticos, 1973, p. 36.
[ Links ]
22 Enrique
Krauze, Biografía del poder, México, Tusquets, 2002, p. 428.
[ Links ]
23 La
expresión es de Arnaldo Córdova, La política de masas del cardenismo, México,
ERA, 1974. [ Links ]
24 Bonfil
Batalla, op. cit., p. 222.
25 Daniel
Cosío Villegas, Ensayos y notas, México, Hermes, 1966, p. 34.
[ Links ]
26 Enrique
Krauze, Daniel Cosío Villegas: una biografía intelectual, México,
Tusquets, 2001, p. 201. [ Links ]
27 Enrique
Krauze, Mexicanos eminentes, México, Tusquets, 1999, p. 331.
[ Links ]
28 Enrique
Krauze, Biografía... op. cit., p. 433.
29 Para
retomar un título un tanto extraño de Carlos Vilas (comp.), La
democratización fundamental: el populismo en América Latina, México,
CONACULTA, 1995. [ Links ]
30 Córdova, op.
cit., p. 181.
31 Eduardo
Luquín, Análisis espectral del mexicano, México, Costa-amic,
1966. [ Links ]
32 Córdova, op.
cit., p. 63.
33 Francisco
González Pineda, op. cit, p. 95.
34 Córdova, op.
cit., p. 170.
35 Córdova, Ibid., p.
171.
36 Córdova, Ibidem, p.
147.
37 Córdova, Ibidem, p.
181.
38 O
incluso antes, puesto que la señal de alarma la diera el mismo Silva-Herzog en
1942/ 1943. Jesús Silva Herzog, "La Revolución Mexicana es ya un hecho
histórico", Cuadernos Americanos, año VIII, vol. XLVII,
México, septiembre-octubre 1949, pp. 7-16.
[ Links ] Para el autor, la crisis no
era solamente ideológica, sino también moral. Silva Herzog no hablaba de
capitalismo pleno, sino de "precapitalismo" para referirse a la
época, e insistía en una movilidad que no era para los grandes ricos, no
siempre afectados por la Revolución, sino para los pobres enriquecidos en el
comercio y con el favor oficial, y para los llamados "traficantes de
influencia": generales, políticos y funcionarios. Silva Herzog, op.
cit., pp. 9 y 11. Siempre para Silva-Herzog, durante el
avilacamachismo el lenguaje revolucionario ya había perdido sentido y estaba
gastado. Silva-Herzog, Ibid., p. 14.
39 Roberto
Madrazo, El despojo, México, Planeta, 2009, p. 54.
[ Links ]
40 Madrazo
sigue en esta tesis a Enrique Krauze.
41 Samuel
Ramos, El perfil del hombre y la cultura en México, México,
UNAM, 1963, p. 12. [ Links ]
42 Ramos, op.
cit., p. 52.
43 Ramos, Ibid., p.
15.
44 Ramos, Ibidem, p.
15.
45 Ramos, Ibidem, p.
15.
46 Ramos, Ibidem, p.
15.
47 Ramos, Ibidem, p.
29.
48 Ramos, Ibidem, p.
29.
49 González
Pineda, op. cit., p. 30.
50 Ramos, op.
cit., p. 73.
51 Ramos, Ibid., p.
73.
52 Ramos, Ibidem, p.
77.
53 Ramos, Ibidem, p.
77.
54 Ramos, Ibidem, p.
79
55 Ramos, Ibidem, p.
80
56 Ramos, Ibidem, p.
81.
57 Ramos, Ibidem, p.
73.
58 Para
el viejo criollo, el pueblo no era sino masa de maniobra, a la que se apelaba
controlándola y temiéndola al mismo tiempo.
59 Gabriel
Careaga, Mitos y fantasías de la clase media en México, México,
Océano, 1984, p. 58. [ Links ]
60 Careaga, op.
cit., p. 42.
61 Cosío
Villegas, Ensayos..., op. cit., p. 154.
62 Octavio
Paz, El laberinto de la soledad. Postdata. Vuelta sobre el laberinto de
la soledad, México, FCE, 1996, p. 194.
[ Links ]
63 Iturriaga, op.
cit., p. 76.
64 Delhumeau
detecta por lo demás que este papel protagónico de la clase media se inserta en
un marco más amplio, en el cual la familia aparece como célula básica del
Estado (lo que parece válido en todo caso para México). Esto explica, sin duda,
la reiteración del discurso del "sistema" como si fuera el de la
"gran familia", hasta que los medios de comunicación
"usurpen" la función: Televisa es el canal de "la gran familia
mexicana". Sobre el tema, véase Antonio Delhumeau, "La familia como
célula básica del Estado (el caso mexicano)", en Estudios
Políticos, vol. III, núm. 9, enero-marzo de 1977, México, FCPyS/ UNAM,
pp. 149-158, [ Links ] y en especial p. 154.
65 Martín
Luis Guzmán, La sombra del caudillo, México, Porrúa, 1996, p.
93. [ Links ]
66 Francisco
López Cámara, El desafío de la clase media, México, Joaquín
Mortiz, 1971, p. 10. [ Links ]
67 López
Cámara, Apogeo..., op. cit., p. 107.
68 González
Pineda y Delhumeau, op. cit., p. 266.
69 Careaga, op.
cit., p. 13.
70 Careaga, Ibid., p.
59.
71 Careaga, Ibidem, p.
20.
72 Careaga, Ibidem, p.
167.
73 Cosío
Villegas., El sistema..., op. cit., p. 30.
74 Careaga, Ibidem, p.
220.
75 Careaga, Ibidem, p.
211.
76 Bonfil, op.
cit., p. 93.
77 López
Cámara, El desafío..., op. cit., p. 46.
78 Careaga, op.
cit., p. 193.
79 Careaga, Ibid., p.
196.
80 Careaga, Ibidem, p.
167.
81 Francisco
López Cámara, Apogeo y extinción de la clase media mexicana, México,
CRIM-UNAM, 1990, p. 146.
[ Links ]
82 Francisco
López Cámara, op. cit., p. 133.
83 López
Cámara, Ibid., p. 58.
84 López
Cámara, Ibidem, pp. 100-101. Las primeras reflexiones de López
Cámara correspondieron a un "cónclave" convocado en 1975 por el
Partido Revolucionario Institucional (PRI), en San Luis Potosí, para
reflexionar colectivamente sobre la clase media (la convocatoria la hizo la
CNOP, un sector del PRI un tanto "vago"). Sobre este tipo de
"cónclaves" sobre la clase media, muy escasos en el siglo XX, véase
Armando Cassigoli, "La organización de las clases medias", Estudios
Políticos, vol. I, núms. 3-4, septiembre-diciembre de 1975, México,
FCPyS/UNAM, pp. 233-249.
[ Links ]
85 González
Pineda y Delhumeau, op. cit., p. 257.
86 Iturriaga, op.
cit., p. 257.
87 Iturriaga, Ibid., p.
257.
88 Careaga, op.
cit., p. 214.
89 Careaga, Ibid., p.
220.
90 Lo
ha demostrado plenamente José Valenzuela. Véase José Valenzuela Feijóo,
"México: explotación y despilfarro", Memoria, México,
CEMOS, 2005, pp. 13-15. [ Links ]
91 Careaga, op.
cit., p. 166.
92 Careaga, Ibid., p.
221.
93 López
Cámara, op. cit., p. 58.
94 Gregorio
Ortega, Crimen de Estado, México, Plaza y Janés, 2009.
[ Links ] Se trata de una novela
documental.
95 Cosío
Villegas, La crisis..., op. cit., p. 36.
96 Cosío
Villegas, Ensayos..., p. 137.
97 Béjar, op.
cit.
98 Aniceto
Aramoni, El mexicano. ¿Un ser aparte?, México, DEMAC, 2008.
[ Links ]
99 Iturriaga, op.
cit., pp. 225-226.
100 Iturriaga, Ibid., p.
225.
101 Aniceto
Aramoni, Psicoanálisis de la dinámica de un pueblo (México, tierra de
hombres), México, DEMAC, 2008, p. 117.
[ Links ]
102 En
Japón, país con reminiscencias feudales pero nunca conquistado, el honor no es
"hacer lo que venga en gana". Predominan la disciplina, el
autorrespeto (jicho) y un refrenamiento sin llegar al extremo del ascetismo o
el sacrificio. Un hombre que se respeta debe ser capaz de avergonzarse. En
Estados Unidos, en cambio, se asocian vergüenza y culpa, por lo que hay que
liberarse de la vergüenza mediante el artificio de la confesión. Se pasa
entonces del puritanismo a la desvergüenza. El honor no se asocia en el
subcontinente americano con la vergüenza. La desvergüenza no mueve a culpa y se
llega a ostentar, como lo hace el cacique mexicano, según lo ha demostrado
González Pineda, op. cit., p. 209. Véase para la comparación
entre Japón y EU el trabajo clásico de Benedict, El crisantemo y la
espada, Madrid, Alianza, 2003.
[ Links ]
103 Aramoni, op.
cit., p. 114.
104 Aramoni, ibidem, p.
149.
105 Aramoni, ibidem, p.
96,
106 Aramoni, ibidem, p.
94.
107 Luis
Villoro, Signos políticos, México, Grijalbo, 1975, p. 79.
[ Links ]
108 Benítez, op.
cit., p. 149.
109 Benítez, ibid., p.
149.
110 Benítez, ibidem, p.
155.
111 Benítez, ibidem, p.
167.
112 Benítez, ibidem, p.
171.
113 Benítez, ibidem, p.
179.
114 Guzmán, op.
cit., p. 13.
115 Cosío
Villegas, La crisis..., op. cit., p. 36. En ambos casos,
pareciera estarse hablando también del narcotráfico.
116 José
Joaquín Blanco, Álbum de pesadillas mexicanas, México, ERA,
2002. [ Links ] ¿La ambivalencia de la clase
media no podría leerse como cercanía del "travestismo"?
117 ¿Se
construye una sociedad civil asesinando a sus representantes —lideresas de
derechos humanos, por ejemplo— en Ciudad Juárez?
118 Díaz-Guerrero, op.
cit., pp. 135-136.
119 Díaz-Guerrero, Ibid., p.
142.
120 Díaz-Guerrero, Ibidem, p.
142.
121 Díaz-Guerrero, Ibidem, p.
142.
122 Díaz-Guerrero, Ibidem, p.
142.
123 Díaz-Guerrero, Ibidem, p.
140.
124 Iturriaga, op.
cit., p. 140.
125 Díaz-Guerrero, op.
cit., p. 152.
126 Díaz-Guerrero, Ibid., p.
177.
127 Díaz-Guerrero, Ibidem, p.
157.
128 Díaz-Guerrero, Ibid., p.
156.
129 Díaz-Guerrero, Ibidem, p.
76.
130 Díaz-Guerrero, Ibidem, p.
76.
131 Díaz-Guerrero, Ibidem, pp.
157-159.
132 Iturriaga, op.
cit., p. 237.
133 Iturriaga,
Ibid., p. 233.
134 Iturriaga, Ibidem, p.
230.
135 Iturriaga, Ibidem, p.
236.
136 Díaz-Guerrero, Ibid., p.
50.
137 En
realidad, el poder...
138 La
escuela, por ejemplo.
139 Iturriaga, op.
cit., p. 239.
140 González
Pineda y Delhumeau, op. cit., p. (***)
141 Marina
Castañeda, El machismo invisible regresa, México, Taurus,
2008, p. 118. [ Links ]
142 Alduncín, op.
cit., p. 15.
143 La
escuela del objetivismo filosófico tuvo repercusiones políticas, al adherirse a
la utopía de un "capitalismo puro" y criticar toda forma de
colectivismo que sacrificara al individuo.
144 Nathaniel
Branden, Cómo llegar a ser autorresponsable, México, Paidós,
1997, p. 64. [ Links ]
145 Parafraseando
a Antonio Delhumeau, "La representación como ansiedad de poder",
en Gaceta del FCE, núm. 443, México, noviembre de 2007, pp.
11-14. [ Links ]
146 Branden, op.
cit. p. 72.
147 Nathaniel
Branden, La psicología de la autoestima, México, Paidós, 2001,
p. 282. [ Links ] Es en particular en este texto
que el autor explica las bases del objetivismo filosófico, basándose en
Aristóteles.
148 Francisco
González Pineda, El mexicano: su dinámica psicosocial, México,
Pax, 1961. [ Links ]
149 Boris
Cyrulnik, La murmure des fantômes, Paris, Odile Jacob, 2003,
p. 158. [ Links ]
150 Cyrulnik, op.
cit., p. 157.
151 Cyrulnik, ibidem, p.
157.
152 Cyrulnik, ibidem, p.
159.
153 Cyrulnik, ibidem, p.
159.
154 Cosío
Villegas, El sistema..., op. cit., p. 100.
155 Cosío
Villegas, Ibid., p. 100. O más aún, dirigido al puro instinto,
según sugiere Cosío Villegas en La crisis de México, op. cit., p.
21.
156 ¿En
el "sistema" o en el equipo de futbol?
157 Aniceto
Aramoni, El mexicano. ¿Un ser aparte?, México, DEMAC, 2008, p.
208. [ Links ]
158 Aramoni, El
mexicano..., op. cit., p. 209.
159 Aramoni, ibid., p.
209.
160 Aramoni, ibidem, p.
210.
161 Paz, op.
cit., p. 89.
162 Paz, ibid., p.
18.
163 Paz, ibidem, p.
18.
164 Paz, ibidem, p.
45.
165 Paz, ibidem, p.
46.
166 Pablo
González Casanova, "¿A dónde vamos?", La Jornada, México,
lunes 4 de agosto de 2008, p. 12.
[ Links ]
167 Armando
Batra, "Crónica de un desastre anunciado. México y el TLC", Memoria, México,
CEMOS, septiembre, 2005, pp. 5-13.
[ Links ]
168 González
Pineda, op. cit., p. 181.
169 González
Pineda y Delhumeau, op. cit., p. 146.
170 González
Pineda y Delhumeau, ibid., p. 266.
171 Hoy
se mata y se tortura como lo hacía físicamente Nuño de Guzmán.
172 Entendemos
aquí el poder a la manera de Hannah Arendt, como facultad de "actuar en
grupo", y no como dominación desde el gobierno. Por cierto, si el foxismo
no fue exactamente populismo, no le faltó la demagogia que se considera como
degeneración de la democracia.
http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-16162010000200006
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