martes, 8 de septiembre de 2020

 

(2) UN PASEO POR EL MADRID DEL AYER

Calles, lugares, personajes

Plaza de la Cruz Verde


Nos adentramos en esta ocasión en el Madrid antiguo, el que comprende la segunda cerca o muralla, la denominada cristiana, construida por el rey Alfonso VII durante el siglo XII. Y haremos parada y fonda para disfrutar y deleitarnos con el espectáculo estético e histórico que nos ofrece una pequeña plazuela abierta a la calle Segovia, vía importante que en ese lugar comienza a empinarse y a exigir del flaneante inclinar el tronco hacia adelante y meter riñones en pos de Puerta Cerrada. El alto en el camino nos va a obligar a observar con detenimiento la plaza denominada de la Cruz Verde. Se trata de un pequeño recinto, con una fuente adosada a uno de sus lienzos y con dos calles de salida a derecha e izquierda, la del Rollo y la de la Villa. Enclave amable y discreto del que apoderarnos en las estaciones del año climáticamente más benévolas, incluso en las horas en que el sol aprieta con menos miramientos. Y es que se trata de un lugar tan recoleto que incluso durante el periodo de la reglamentaria y patriótica siesta es posible encontrar una terraza con la correspondiente sombra, donde saborear un denso café de sobremesa. El origen del nombre de la plazuela está claro, alude al símbolo o emblema de la Suprema Inquisición que solía encabezar las procesiones que se celebraban en las vísperas de un auto de fe. Dicha cruz solía ser transportada por familiares inquisitoriales hasta el lugar donde se debería celebrar el auto correspondiente. Sin embargo, las razones por las que plaza adquiriera tal denominación son más discutibles. Bien es cierto que se sabe que hubo una cruz de madera de ese color durante mucho tiempo en el sitio. Y que desapareció hacia mediados del siglo XIX. Eso sí creemos a Mesonero que en su obra El antiguo Madrid refleja que dicha cruz “sirvió en el último auto general de fe de la Sagrada Inquisición y se hallaba colocada en el testero de dicha plazuela, en el murallón de la huerta del Sacramento donde ha permanecido hasta nuestros días en que ha caído a pedazos por el transcurso del tiempo”. Si nos atenemos al juicio de don Ramón la fecha del último auto de fe hay que situarla en 1680, en tiempos de Carlos II. Y dicha fecha entraría en contradicción con lo que afirma Pedro de Répide, quien a principios del siglo XX afirma que la cruz se colocó “como recuerdo de autillos inquisitoriales allí celebrados, habiendo sido el último en tiempo de Felipe II”. Por otra parte, no es lo mismo un auto de fe que un autillo. Mientras que en el primero se juzgaban, y habitualmente se condenaban, a numerosos acusados, en el autillo se solía poner en solfa a un solo reo y se celebraba en los tribunales de distrito. Dadas las medidas del lugar y la discrepancia en las fechas nos inclinamos a creer que se tratara de un simple autillo.


https://www.verpueblos.com/comunidad+de+madrid/madrid/madrid/foto/1354094/

Plaza de la Cruz Verde con la fuente de Diana al fondo.

Répide ya describe el rincón como “uno de los parajes más interesantes y bellos del Madrid antiguo, al que presta singular encanto la fuente monumental adosada a la tapia del huerto de las monjas del Sacramento”. Siguiendo fielmente los comentarios del insigne Ciego de las Vistillas dicha fontana, aunque tiene aspecto de mayor antigüedad, fue construida y colocada ahí hacia mediados del siglo XIX, cuando se suprimió la que estaba en Puerta Cerrada. Es más, la imagen de Diana que presidía esta última fue trasladada a nuestro rincón de hoy para a su vez encabezar y embellecer dicho conjunto. La idea de situar en ese paraje una fuente partió del Ayuntamiento, siendo alcalde el marqués de Santa Cruz, con el objetivo de dotar al barrio de suministro de agua potable. El diseño fue obra del arquitecto municipal López Aguado mientras que la Diana había sido diseñada en el siglo XVIII por los escultores Ludovico Turqui y Francisco del Valle. Sus materiales son el ladrillo y la piedra, tanto blanca como de granito, y el estar adosada condicionó su diseño, adoptando una estructura más cercana a la de las fuentes de caños que a la de columnas, más propias de los siglos XVII o XVIII. El conjunto consta de tres cuerpos: el central recoge el escudo de Madrid bajo el que aparece una inscripción con la fecha y el nombre del alcalde que aprobó su erección. Sobre el dintel destaca la estatua de Diana, diosa virgen de la caza y protectora de la naturaleza, vestida con túnica corta. Está esculpida en mármol blanco al igual que los dos delfines mitológicos que se encuentran a sus pies. Dos piñas ornamentales de piedra blanca flanquean el grupo. En su frente la fuente presenta cinco caños y sus aguas se depositan en tres pilones, uno frontal y dos laterales, todos rectangulares y construidos en granito. No abandonamos la plazuela sin recordar que en el número 1, que hace esquina con la calle de la Villa y a su vez vuelve a la calle Segovia, vivió el arquitecto Ventura Rodríguez, autor de numerosísimas obras en la capital. La vivienda perteneció en el siglo XVIII a Sebastián de Flores, maestro herrero de la Real Casa, con cuya hija, Josefa, estuvo casado el arquitecto que “poseyó por mitad esta casa y habitó en ella en el piso tercero”, según nos apunta Mesonero.


Placa situada en el edificio donde estuvo el Estudio de la Villa. Foto pasionpormadrid.blogspot.com

 

Calle de la Villa

 

De la plaza de la Cruz Verde parten dos calles: la de la Villa y la del Rollo. La primera de ellas es sin duda más importante tanto por su extensión y anchura como por su historia. A ella hace mención Mesonero denominándola del Estudio de la Villa y es que en el número dos se levanta el inmueble que ocupó el denominado Estudio público de Humanidades que regentó el dómine López de Hoyos y donde el insigne manco de Lepanto, Miguel de Cervantes, asistió en calidad de alumno. En la obra titulada Historia de la enfermedad, tránsito y exequias de la serenísima reina doña Isabel de Valois, firmada por el sacerdote, se hallan algunos versos del inmortal autor del Quijote y que suponen su primer testimonio literario. López de Hoyos nombra al alcalaíno como “mi caro y amado discípulo” aunque no lo debió ser tanto ya que fue expulsado en una ocasión por robar unas uvas de una parra en la vecina calle del Rollo y a la que nos referiremos a continuación. Cosas de zagales, sin duda, pero lo cierto es que López de Hoyos fue multado por no haber tomado medidas contra éste y otros discípulos en tan singular ocasión, y del enfado correspondiente tomó la decisión de apartarlo de su pupilaje. Días más tarde un regidor intercedió en favor de Cervantes, siendo readmitido nuevamente, según apunta Répide, porque el maestro apreciaba sobremanera el gran ingenio del muchado. Y ciertamente no iba descaminado el sufrido dómine. El Estudio cerró sus puertas al crearse el colegio Imperial y para contentar a López de Hoyos le nombraron cura de la parroquia de San Pedro y después de la de San Andrés, ambas cercanas al lugar. Y es que este buen señor, que vivió en Madrid desde 1511 hasta 1583, fue escritor y uno de los humanistas españoles más importantes de su tiempo. Catedrático de buenas letras, según la terminología de la época, es conocido por haber escrito varias obras sobre personajes, lugares o leyendas de Madrid y todos los estudiosos de la Villa y Corte han bebido en sus fuentes cuando han querido indagar sobre el pasado capitalino. Bien es verdad que sus escritos mezclan en ocasiones los hechos con las suposiciones pero con todo es apreciado por quienes son conscientes de la escasez de medios y posibilidades para llevar a cabo una rigurosa investigación histórica en aquellos lejanos tiempos. A él dedica Mesonero unos sabrosos comentarios a caballo entre la descripción y la censura, diciendo que el buen maestro Juan López destaca por “su patrio entusiasmo y su afición a lo maravilloso. Todos sus libros son por lo demás de tan escaso mérito literario, por su indigesta erudición, absoluta falta de crítica y afectado estilo, que hubieran desaparecido por completo si la crítica moderna no hubiera hallado en ellos algunas noticias, triviales entonces, que al autor se le escaparon, sin pensarlo acaso, de los sitios principales de Madrid en aquella época”.


Viaducto visto desde la calle del Rollo con la plaza de la Cruz Verde a derecha.artedemadrid. wordpress.com 



Calles del Rollo y Segovia

 

Dejamos atrás la calle de la Villa y nos dirigimos a una vía, situada a mano derecha de la fuente desde la perspectiva que nos da mirar al frente, que lleva por nombre calle del Rollo, y que conecta la plazuela de la Cruz Verde con la no menos singular calle de Madrid en ascendente y serpenteante devenir. Sobre el origen del nombre hay oposición de criterios. El argumento más creíble es el que situaba en la antigüedad en esa rúa una picota de las que se utilizaban para colocar allí restos humanos de personas ajusticiadas, actos que tenían como objetivo servir de ejemplo al personal. Se trataba de columnas de piedra rematadas por una cruz y que todavía se pueden observar en muchas localidades de la geografía española a la entrada o salida de las mismas. Sin embargo Répide, tras subrayar la teoría anterior califica de absurdas otras como la de que se denominaba así por su configuración angosta y enrevesada o porque allí había aparecido un niño muerto envuelto en un rollo de esteras. Esta última pese a ser la más macabra también es la más literaria y la que más agradaría a aquellos a los que nos gusta echar a volar la imaginación. Pero los hechos son tozudos y debemos inclinarnos ante los mismos. Por último, nos vamos a ocupar de la calle Segovia, en la zona cercana a la plazuela de la Cruz Verde, para constatar que en las cercanías de esta confluencia se encontraban las denominadas huertas de Pozacho, que llegaban hasta donde hoy se encuentra el viaducto y en cuyas inmediaciones se ubicaban unos baños árabes. Pero extendernos más allá de nuestra coqueta plazuela será tarea de otra cita pues dicha calle Segovia tiene harina suficiente para llenar un sinnúmero de costales o entradas.

Cinco muertos

 

Finalicemos las referencias a la plaza de la Cruz Verde haciendo mención a un hecho luctuoso acaecido aquí en tiempos bastante más recientes que aquellos a los que hemos hecho mención a lo largo de nuestra perorata. El 6 de febrero de 1992 cinco personas mueren como consecuencia de la explosión de un coche bomba colocado en la plaza. El atentado fue obra de ETA y los casi 50 kilos de explosivo segaron insensatamente la vida de tres capitanes, el soldado conductor y un funcionario civil. Además, otras siete personas resultaron heridas de diversa consideración a resultas de la explosión de un Opel Kadett, que se produjo cuando pasaban pocos minutos de las ocho de la mañana y que hizo temblar un total de 16 edificios próximos al lugar de la deflagración, según relataron los periódicos del día siguiente. El testimonio de una persona que se encontraba cerca del lugar de los hechos nos permite tomar conciencia de los momentos que se debieron vivir: “de pronto pareció que se hundía todo. Todo se llenó de polvo. Nos figuramos que era una bomba. Fue un despertar terrible”.

 

Barrio de Pozas y Buen Suceso

20ENE

Hoy no pondremos nuestro foco en ningún lugar con encanto de Madrid, del que disfrutar en mañana de verano o tarde de otoño. Hoy no hablaremos de ningún lugar con pasado pero con mucho presente, vivo y actual.No, hoy vamos a recordar un enclave que ya no existe y cuyo derribo supuso en su día todo un mazazo social en la medida en que estuvo rodeado del halo épico que supone el que el pueblo se revuelva contra el poder por decisiones que considera arbitrarias, caciquiles y condicionadas por el más vil interés crematístico. Decíamos que el enclave ya no existe pero es una verdad a medias porque sigue existiendo obviamente el solar aunque con otras edificaciones que albergan objetivos bastantes más prosaicos. Vamos a ponernos en manos de la nostalgia y echando una mirada atrás en el tiempo recordaremos el nunca suficientemente adjetivado barrio de Pozas, situado en lo que hoy consideramos distrito de Argüelles/Moncloa. En concreto, estaba ubicado en la manzana que comprenden el triángulo que forman actualmente las calles Princesa, Alberto Aguilera y Serrano Jover. Sí, están ustedes pensando correctamente, el solar comprendido en ese equilátero regular está ocupado por unos grandes almacenes cuyo nombre no es necesario reflejar aquí ya que no necesitan de la publicidad para incrementar el volumen de sus beneficios. Decimos que el barrio nunca ha sido bien ponderado porque supuso uno de los primeros intentos de dotar a la clase obrera de unas condiciones de vida medianamente dignas allá por los años 50 del siglo XIX, fecha en que las autoridades municipales aprobaron el proyecto inicial de construcción.


El barrio de Pozas allá por los años 60 del siglo XIX

Ensanche de Madrid

Todo comienza en 1857, dentro de lo que se denominó el proyecto de ensanche para Madrid, elaborado por Carlos María de Castro. Se trataba de una superficie total de unos diez mil metros cuadrados que se encontraban fuera de la Puerta de San Bernardino (o de San Joaquín), cuyas obras de desmonte, trazado y nivelación comenzaron ese mismo año. Dicha puerta de San Bernardino fue derruida definitivamente por estas fechas. En la red las hay para todos los gustos, que van desde el mismo año de 1857 hasta 1868 e incluso se comenta que pudo llevarse a cabo su desaparición forzada en 1864. Ciertamente el día y año concreto es lo de menos y lo que resulta indudable es que el proyecto de ensanche de la capital hacia el denominado Camino de San Bernardino -hoy calle Princesa- ya no tenía marcha atrás. El área que ocuparía el barrio fue adquirida por un constructor montañés, Ángel de las Pozas Cabarga, que en 1864 ya había iniciado las obras de lo que a posteriori sería el barrio que llevaría su apellido. Constaba dicha barriada de todas las modernidades propias del momento. A saber, dispensario médico, mercado, tiendas de comestibles, cuartel de la Guardia Civil, un colegio para niños y niñas, un teatro (construido en 1866) y una fábrica de chocolate, entre las dotaciones más dignas de mención. Estructuralmente, la disposición de viviendas y servicios se levantaban en torno a una plaza, llamada de Transmiera, con tres calles peatonales con los nombres de Hermosa, Solares y Pasaje de Valdecilla. Todas estas vías hacían referencia a lugares relacionados con la infancia de Pozas Cabarga. Valdecilla, que era la más larga y que estaba situada paralela a la actual calle Princesa, aludía al pueblo cántabro de nacimiento del constructor. Solares era la comarca a la que pertenecía Valdecilla y, por último, Hermosa era la localidad de nacimiento del abuelo del insigne Pozas, un constructor que en su curriculum tenía el haber sido a su vez el profesional del ladrillo que había levantado la cárcel Modelo situada donde hoy se encuentra el Cuartel General del Aire, en Moncloa, además del Cuartel de la Montaña, desaparecido al inicio de la Guerra Civil, de infausto recuerdo para todos y donde hoy se encuentra el templo de Debod. El barrio, como todo el ensanche de Madrid hacia esa zona noroeste, rápidamente adquirió popularidad, entre otras razones, debido a que el ayuntamiento lo dotó de un sistema moderno de iluminación y sobre todo porque desde 1866 iba a contar con un servicio de minibús que enlazaba la Puerta del Sol con la barriada. Cada media hora desde las siete de la mañana hasta las doce de la noche, al módico precio entonces de un real, partía un convoy desde cada una de las cabeceras de la línea. Unos años más tarde, en 1871 la llegada del tranvía supuso otro hito importante aunque en este caso el precio duplicaba el del omnibús y parece ser que el alborozo del personal no fue tan generalizado. Pecata minuta si tenemos en cuenta que este barrio era junto con el de Salamanca el más moderno y apreciado por los madrileños de la época.

 

Vista aérea del barrio en pleno siglo XX

 

Cien años más tarde

Feliz y apaciblemente, con sus altibajos correspondientes, debió discurrir la vida de los vecinos de esta zona hasta que unos cien años después de su edificación, en la década de los años 60 del siglo XX alguna mente no excesivamente privilegiada pero sí ávida de incrementar ciertos patrimonios, decidió plantear el derribo de un barrio que quizás se hubiera quedado algo anticuado pero que seguía ofreciendo el servicio propio para el que se construyó. Era el año 1967, época del alcalde Arias Navarro, cuando se decidió proceder a su derribo y vender los terrenos para transformarlo en la zona comercial que hoy conocemos. Los vecinos fueron realojados previo pago de indemnizaciones que nunca pudieron igualar el valor sentimental que encierra un recinto donde se ha residido durante un tiempo determinado. Todo ello estuvo rodeado de desahucios forzosos, encierros de los vecinos en sus inmuebles con la consiguiente ayuda de las gentes de las zonas cercanas que ofrecían comida y alimentos a los recluidos, oposición ante los juzgados y cortes de agua y luz como medida de presión por parte de las autoridades, con el fin de que abandonaran las casas. En definitiva, un largo etcétera de intentos de humillación hasta que la aplastante lógica del poderoso se impuso y la piqueta hizo acto de presencia pese a que el tema había trascendido vía prensa escrita más allá de los intereses particulares de los residentes. La protesta vecinal estuvo abanderada, entre otros, por el dramaturgo del denominado teatro social y autor de La camisa, Lauro Olmo, quien acompañado de su esposa, Pilar Enciso, y de sus hijos, fueron los últimos de entre alrededor de 1500 vecinos en abandonar el 12 de febrero de 1972 esa protoubanización moderna y cerrada, que si bien no contaba con piscina ni pista de padel, reunía en torno a sí lo que se consideró en su día un proyecto avanzado de convivencia en comunidad. Queda para el recuerdo, además de la lucha vecinal en tiempos en que no era fácil enfrentarse al poder, el testimonio literario de Pío Baroja, quien en su obra El árbol de la ciencia, hace referencia al barrio o la figura del cronista de la Villa, además de irrecuperable bohemio, Emilio Carrere, feligrés habitual de las tascas de Pozas. No podemos olvidar tampoco el flaco favor que le hizo al barrio un entonces provinciano y desorientado diletante de escritor apellidado Umbral quien, en un mal día que todos podemos tener, se atrevió a decir aquello de que el barrio de Pozas era “el corazón podrido de la gran manzana de Argüelles”. Hay que suponer que por alguna razón lo diría aquel que no daba puntada literaria sin el hilo de la recompensa material, fuera directamente económica o en especie… en fin, dejémosle ahí y que la historia lo juzgue.


https://www.tripadvisor.com.mx/Attraction_Review-g187514-d10820580-Reviews-or10-Parroquia_de_Nuestra_Senora_del_Buen_Suceso-Madrid.html

 

Actual parroquia del Buen Suceso

Buen Suceso

Pero crucemos esta populosa vía y situémonos enfrente del hoy nuestro barrio, en el actual número 43 de calle Princesa. No nos podríamos perdonar no mencionar la iglesia del Buen Suceso que en 1868 se instaló justo frontalmente a donde se encontraban las 300 casas que completaban el barrio poceño. Dicho templo se encontraba anteriormente en la Puerta del Sol de Madrid, donde hoy en día se pretende construir no sabemos qué, en la manzana que se encuentra entre Carrera de San Jerónimo y Alcalá, en el edificio que sostuvo durante muchos años el anuncio de Tío Pepe y que acogía el fabuloso en su día Grand Hotel París. Con la reforma de la Puerta del Sol de mediados del siglo XIX se decidió cambiar la ubicación del templo y este se trasladó al solar de la calle Princesa al que hacíamos mención con anterioridad. Junto a la iglesia también se traslada el hospital que dio pie a la iglesia y que por orden de Carlos V había sido ordenado levantar de forma ya definitiva en el mencionado lugar de la Puerta del Sol, con el fin de atender al personal que acompañaba al monarca de sus enfermedades y accidentes. Ya en Princesa tanto hospital como iglesia aguantan hasta la Guerra Civil en que comienza su declive. Durante el conflicto la iglesia fue clausurada aunque el hospital siguió funcionando. Acabada la contienda fratricida el templo está en ruinas y, aunque es reconstruido, hacia 1970 es derribado definitivamente todo el edificio para levantar en la manzana un nuevo complejo residencial y con equipamientos comerciales. La nueva iglesia, a juego con el edificio, según el criterio oficial, abre sus puertas a principios de los 80 siguiendo la corriente de arquitectura funcional propia del momento, caracterizada por la falta de respeto por el legado cultural, habitual históricamente por estos pagos. Y tan funcional es la arquitectura que bien podría confundirse el nuevo templo con un aparcamiento subterráneo o con una galería comercial, dicho sea sin ánimo de soliviantar a las gentes de orden.

Cara de Dios

 

Capilla de la Inmaculada Concepción

 

Por estas fechas y en medio de ese furor especulativo que afectó al entorno de Princesa se ordenó también el derribo de una ermita que albergaba una Santa Faz o lienzo con los rasgos de Cristo y que hasta los años 30 del siglo XX se había venerado en forma de romería desde los albores del siglo XVIII. Dicha ermita se encontraba en el número 12 de esta principal vía madrileña de desahogo hacia la Sierra del Guadarrama. La capilla dedicada a la Inmaculada Concepción se inaugurará el 21 de enero de 1689 y se había construido en unos terrenos que pertenecían a los Castel Rodrigo en la calle que después sería la calle Princesa (a la altura de lo que hoy sería las escalinatas de la Plaza de Cristina Martos), en lo que entonces era la Plaza de los Afligidos. Recibía la plaza este nombre por el monasterio premostratense de san Joaquín, que estaba justo en frente de la capilla. Los restos de la fundadora, que estaban en el convento de los Capuchinos del Prado, serán en ella depositados y se dotará con 12 capellanes y un capellán mayor que debían ocuparse de las 12 misas diarias por las almas de la condesa y su familia además de una función anual dedicada a la Virgen de la Concepción a quien, recordemos, se dedicó la capilla. Además, como veremos más adelante, se la dotó de importantes obras de arte. El lienzo con la presunta cara de Cristo había sido donado a la marquesa por una hermana del papa Paulo V y los fieles consideraban que se trataba del verdadero rostro de Cristo impreso por la Verónica en el camino al Calvario. Dicha romería, que se celebraba el Viernes Santo, tenía a juicio de muchos creyentes un excesivo tono festivo, dadas las fechas, tono que poco tenía que ver con la devoción religiosa. Lo cierto es que las calles se llenaban de gente que salvo excepciones no se excedían en sus manifestaciones de júbilo Pero chocaba el jolgorio producido en una fecha donde el silencio era el denominador común. Carlos Arniches nos dejó para la posteridad un drama llevado después a la zarzuela por el maestro Ruperto Chapí cuyo argumento está basado en esta romería. Esta capilla estuvo en pie hasta 1966. El templo se había librado de las obras del nuevo trazado y nivelación de la calle de las Delicias de la Princesa en 1910 (hoy Princesa) pero no logrará salvarse de la especulación inmobiliaria que ya estaba comenzando a hacer mella en el patrimonio inmobiliario madrileño y fue derribada tras abandonar los propietarios su patronato.

https://flaneandopormadrid.wordpress.com/2014/01/20/barrio-de-pozas/

http://conocermadrid.net/la-romeria-de-la-cara-de-dios/

 

Santiago: calle, plaza, iglesia y costanilla

 


Calle de Santiago, casa donde vivió Goya

https://www.madridhappypeople.com/ocio-madrid/casa-de-goya/

Vamos a flanear hoy por una vía a trasmano de las rutas turísticas habituales actualmente pero que, como siglos atrás, supone el camino más corto para llegar desde la plaza Mayor a la de Oriente y viceversa. Se trata de la calle de Santiago, denominada así obviamente en honor del apóstol y por extensión nos detendremos en menudear el comentario sobre toda la prole santiaguina, es decir, la plaza, la iglesia y la costanilla. Los alrededores, como es el caso de la calle Milaneses, la del Espejo, la de Santa Clara, la de la Cruzada y la de los Señores de Luzón también merecerán aunque sea en menor medida nuestra atención pues no en vano encierran datos y anecdotario suficiente. Empezando por la propia calle de Santiago lo primero que se nos ocurre decir es que hoy día se trata de una vía de mediano tránsito, lo que permite disfrutar de sus restaurantes, tabernas o terrazas sin las apreturas de sus homólogas Mayor, San Miguel o las Cavas. El sabor añejo que desprenden las fachadas de sus edificios es motivo más que sobrado para detener el paso y dedicarle una parte de nuestro tiempo de asueto a sabiendas de que no será en balde. Y no es que sus edificaciones sean excesivamente antiguas porque fue remodelada esta calle “que va a Palacio, bien entrado el siglo XIX”, según apunta Mesonero, en razón de que se trataba de “un antiquísimo, elevado y apiñado caserío” y hacía necesario su remozamiento. Pero no era el primer lavado de cara que sufría ya que en 1525 fue ensanchada para que la emperatriz Isabel, esposa de Carlos I hiciera su entrada triunfal al Alcázar a su llegada a España. Y es que sus orígenes datan de un pasado muy lejano en el tiempo pues no en vano la zona se encuentra dentro de la primera ampliación de la ciudad, es decir de la segunda cerca o cerca cristiana, de la que hay datos de que existía allá por el siglo XI cuando la conquista de la ciudad a los moros por parte de Alfonso VI. Como dato curioso decir que en esta calle se instaló el primer mercado de pescado fresco, que ya funcionaba allá por cuando la emperatriz Isabel entró en Madrid. Pero no debió durar mucho en aquel lugar porque si creemos a Répide parece ser que “haciéndose su vecindad desagradable en las épocas de calor fue mandado quitar de allí”. Otro dato importante para la biografía de la calle es el hecho de que en el número 2 nació la beata Mariana de Jesús. Placa hay en el lugar que nos recuerda a esta hija de un pellejero andante de la corte, cuyo cuerpo incorrupto se conserva todavía en el convento de las Alarconas, situado en la esquina de la calle Valverde con la de Puebla. Unos números más adelante otra referencia en el lienzo del edificio nos recuerda que allí vivió durante un tiempo don Francisco de Goya, que con sus pinceles plasmara como nadie la idiosincrasia del pueblo madrileño, estampando en sus lienzos tanto los ratos de ocio como los momentos más empeñativo de la gente de su época.

Plaza e iglesia

 

La calle de Santiago, en el casco antiguo de Madrid, cerca del Palacio Real y la Plaza de Oriente

https://metrhispanico.com/2013/07/24/calle-de-santiago/

 

Al final de la calle se abre ante nosotros la plaza con el nombre del apóstol. De ella parten la de la Cruzada y la de los Señores de Luzón,  por su lado sur. Hacia el noroeste habría que dirigirse para acceder a la plaza de Ramales y hacia el norte se encuentra una bajada llamada de Santa Clara. De las calles nos ocuparemos líneas abajo y a la plaza dejémosla dormir por ahora en los archivos correspondientes porque tema y personalidad suficiente tiene para dedicarle algún desvelo en momento más oportuno. Centremos nuestros limitados esfuerzos en prestar atención a la iglesia cuya fachada se yergue ante nosotros y cuya planta actual se levantó a comienzos del siglo XIX. No obstante, su origen podría situarse en tiempos muy antiguos pues como apunta Répide en la vecina de San Juan solían recluirse los cristianos mientras que a Santiago acudían “los que seguían la secta de Arrio con lo que se advierte que ya esta iglesia existía en tiempos de los godos pues el arrianismo cesó en el reinado de Recaredo”. La anécdota histórica más reseñable data de 1438 cuando, con motivo de una gran peste en la ciudad, la iglesia hizo voto a los santos Cosme y Damián, sacándolos en procesión para mitigar los males de la epidemia. A su vez, desde el ayuntamiento de la villa se planteó otro voto sacando a San Sebastián en procesión en dirección a la iglesia de Santiago por no tener la ermita de la calle Atocha entidad suficiente para que hasta allí se dirigiera el cortejo. Una vez construida la nueva iglesia de San Sebastián en el lugar actual la municipalidad cambió el rumbo y dirigió su procesión hacia allí como parece razonable. No debió pensar de igual manera el cura de Santiago que elevó sus protestas a la villa. En decisión salomónica se optó por alternar la procesión que un año se dirigiría a Santiago y otro a San Sebastián. Debieron quedar contentos porque no se produjeron más disensiones o al menos no nos constan. Volviendo a nuestra iglesia de hoy, hay que dejar constancia de que el diseño del actual recinto fue obra del arquitecto Juan Antonio Cuervo, que su fachada es de estilo neoclásico, que es de planta de cruz griega, que la capilla mayor es semicircular y que en el altar mayor se encuentra una pintura de Francisco Ricci que ya estaba en la antigua. El cuadro representa a Santiago Matamoros y los expertos aseguran que las influencias de Rubens en el hacer de Ricci son indudables. Como dato curioso y necrológico hay que decir que  en la bóveda de esta iglesia permaneció hasta su inhumación el cadáver del escritor Mariano José de Larra, tras poner voluntariamente fin a sus días en su domicilio de la cercana calle Santa Clara, 3, donde actualmente una placa recuerda el desgraciado suceso. Gracias a la mediación de Ramón de Mesonero, colega y amigo de Fígaro, pudo tener un refugio y posteriormente un lugar de reposo sagrado el pionero del periodismo moderno de opinión pues es bien conocido por todos que quien se suicidaba tenía prohibido recibir sepultura en sagrado. Hoy en día los restos de Larra reposan en el cementerio de la Sacramental de San Justo, en el panteón de hombres ilustres junto a otros escritores como Espronceda, Núñez de Arce o Gómez de la Serna. No se nos olvide concluir el párrafo dedicado a esta iglesia apuntando que se denomina de Santiago y San Juan una vez absorbiera derechos y obligaciones eclesiásticas tras la desaparición de la segunda y que de sus puertas parte la ruta madrileña del camino que lleva a la tumba del apóstol. Unas vieiras sobresalen en su fachada para dejar constancia de ello.


Lo normal es que su nombre tenga que ver con espejos o algo parecido, pero nada más lejos de la realidad. En este lugar se alzaba una de las atalayas que los árabes colocaban repartidas por la ciudad para vigilar los avances enemigos. Un tipo de torre que es latín se decía “specula”, con la conquista cristiana la calle paso a ser referida como calle del espejo, pero realmente hace referencia al torreón.

Es una de las mejores ubicaciones para seguir la pista a la muralla cristiana que defendió Madrid en el siglo XII bajo el reinado de Alfonso VII. En los números 10 y 14 se encuentran paños de este muro defensivo.

https://callejeartemadrid.com/2016/10/01/recorriendo-el-madrid-medieval-la-calle-del-espejo/

Placa de la calle con el espejo. Foto grupoqs.es

 

Costanilla, Milaneses y Espejo

Terminando con las vías que llevan por nombre el del santo, démosle su espacio aunque sea mínimo a la Costanilla de Santiago, una vía de poco más de veinte metros sin nada reseñable salvo por el hecho de que Galdós la citara en repetidas ocasiones en su cumbre narrativa Fortunata y Jacinta, cuando se refería al lugar hacia el que doña Barbarita, la mamá de Juanito Santacruz, se dirigía en algunas ocasiones a realizar compras urgentes para el desenvolvimiento diario de la vivienda familiar situada en Marqués de Pontejos. Y es que las calles que vierten hacia la de Santiago o de ella salen no son precisamente extensas en longitud aunque todas ellas cuentan con su pequeña intrahistoria o incluso historia con letras de mayor tamaño. Miremos hacia la de Milaneses por ser la que más cerca nos queda de la anterior y escribamos que su importancia radica en primer lugar por pasar por allí el lienzo de la muralla cristiana, tras dejar atrás la puerta de Guadalajara y antes de internarse por la del Espejo. Ni veinte metros medirá de recorrido y su nombre le viene por dos relojeros originarios de la ciudad italiana que defiende ese gentilicio, que llegaron a la capital y se instalaron en esta rúa. Fueron los primeros que hicieron relojes de bolsillo, según Répide. Traspasaron su negocio a un tal Duran que construyó el reloj del cercano convento de San Gil “horologio célebre por lo complicado y perfecto de su máquina”, al decir del autor de Las calles de Madrid. Démonos la vuelta y dando la espalda a la calle Mayor enfrentaremos una estrecha vía denominada calle del Espejo. En la placa de la calle encontramos un espejo al lado de la denominación y nos gustaría saber qué historia o anécdota se esconde detrás. Ninguna que tenga que ver con espejos. Se trata de un malentendido etimológico que tiene su origen en los tiempos del primer conquistador cristiano de Madrid, Ramiro II, quien una vez conquistada la ciudad debió abandonarla porque no contaba con fuerzas suficientes para defenderla. Los árabes entonces, con el fin de no caer en el mismo error, fortificaron el lugar construyendo atalayas para  otear desde ellas el horizonte sin ningún impedimento y preparar con antelación la defensa cuando fuera oportuno. Esas atalayas se llamaban en latín specula y de ahí la confusión.

 

Santa Clara

 

Mariano José de Larra, murió en la calle de la izquierda de la foto, y en la iglesia de Santiago que asoma, expusieron el cadáver

https://www.flickr.com/photos/madridlaciudad/6720601277

 

Ya por el mero hecho de haber albergado al Pobrecito Hablador y haber sido escenario de su triste final la calle Santa Clara merecería un lugar en la historia del callejear matritense. Pero es que se trata de una vía a la que la nobleza le sale por todos los poros de sus piedras. En el mismo lugar en que posteriormente se levantaría el edificio donde moraría Larra anteriormente se encontraba el convento de monjas franciscanas que da nombre a la calle, fundado en 1460 por Alonso Álvarez de Toledo, tesorero del rey Enrique IV. El templo desapareció a principios del siglo XIX. En las casas contiguas, pertenecientes también al tesorero del rey, se alojó en ocasiones el propio rey y anteriormente su padre, Juan II. Se sabe además que en 1435 se hospedó en ellas el condestable don Álvaro de Luna, a la sazón, maestre de la orden de Santiago. Cuenta Mesonero que allí nacería su hijo Juan, señor del Infantado “siendo sus padrinos el rey y la reina que regalaron a la parida, doña Juana de Pimentel, un rubí de valor de mil doblas e hicieron celebrar grandes festejos por este motivo”. Deliciosa la prosa de don Ramón para cerrar esta referencia sin olvidar decir que en la propia calle hay una placa donde se hace mención a estos visitantes y otro no menos famoso y tracendente para la historia de España, don Enrique de Trastamara.

Señores de Luzón y Cruzada

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http://www.secretosdemadrid.es/la-postal-de-la-semana-calle-de-los-senores-de-luzon/

Cerramos esta entrada dedicada a Santiago y su entorno con dos calles que salen casi al unísono de la plaza del apóstol y que cuentan con mucho pasado a sus espaldas. La de Señores de Luzón hace referencia a uno de los linajes más antiguos de la Villa y Corte pero el tener este nombre la vía puede deberse, a juicio de Pedro de Répide, al hecho de que el tesorero y maestresala de Juan II además de alcaide del Real Alcázar y alguacil mayor, de nombre Pedro de Luzón, tenía ahí sus casas. Se trata del primer Luzón del que se tienen referencias por escrito y que abría la senda a un linaje que tuvo contacto importante con la realeza hasta prácticamente el último de los Austrias. Por último, la calle de la Cruzada debe su nombre al famoso Tribunal de la Santa Cruzada que tuvo su sede en ella. Dicho tribunal funcionó desde el siglo XVI hasta 1850, centralizando en sí los tribunales correspondientes a los reinos que configuraron la corona de los Reyes Católicos. Se encargaba de gestionar los ingresos procedentes de Roma en pago a diferentes servicios prestados por la corona en defensa de la fe católica frente a los enemigos de la media luna.Y aunque podríamos decir más cosas de esta calle tampoco se trata de cansar con farragosos y secundarios sucesos por lo que nos retiramos volviendo hacia la plaza de Santiago no sin antes señalar que en el número 4 de la Cruzada el escritor vallisoletano y poeta de lo cotidiano, Gaspar Núñez de Arce, vivió y nos abandonó en los albores del siglo XX, concretamente el 9 de junio de 1903.

https://flaneandopormadrid.wordpress.com/2014/01/17/182/

https://flaneandopormadrid.wordpress.com/2014/01/16/146/

 

 

Plaza de Cristino Martos (O de los Afligidos)

Plaza de Cristino Martos en la actualidad

Muy cerca de plaza de España, en la acera derecha de la calle Princesa y frente a la plaza de los Cubos tropezamos en nuestro flanear con un coqueto rincón con mucho pasado, que hoy día se encuentra eclipsado por ese entorno más moderno y bullicioso. Se trata de la plaza de Cristino Martos, aunque todavía algunos madrileños y sobre todo los vecinos de la zona de cierta edad la conocen como plaza de los Afligidos, que fue el nombre que mantuvo hasta finales del siglo XIX. Se trata de un precioso y tranquilo recinto donde tomarse un café en cualquiera de sus terrazas, una copa a media tarde o cenar aprovechando cualquiera de los muchos restaurantes que encontramos en su perímetro. A su vez, la plaza se encuentra equipada con diversos elementos de ocio para los más chicos, lo que permite a los padres relajarse y departir en amigable tertulia sin temer que sus hijos desaparezcan del radar mientras ellos saborean sosegadamente las delicias de una tarde de primavera. Es curioso comprobar cómo un lugar tan cercano a los estridentes ruidos de la gran urbe queda medianamente aislado y permite retrotraerse a un tiempo anterior al actual y disfrutar, aunque sea durante un breve paréntesis, de un ritmo de vida más relajado y menos estresante. Es quizás el mejor aval de un rincón, por otra parte, bastante abandonado por los responsables municipales en cuanto a aseo y limpieza del entorno.

Los Afligidos


Escaleras en la c/ Princesa de acceso a Plaza de Cristino Martos, Madrid.

https://www.flickr.com/photos/mroa/5570868476

 

De su nombre actual -Cristino Martos- hablaremos posteriormente pero cronológicamente hay que escribir que en principio este lugar se denominó plaza de los Afligidos, en honor al convento de San Joaquín de los Premostratenses construido ahí en 1635 y en cuyo interior se encontraba una imagen de Nuestra Señora de los Afligidos. La cerca de Felipe IV ya incluye el enclave y su entorno y, por tanto, de esa época podemos escribir que data el espacio al que nos referimos. Pero esto es lo que afirma Mesonero Romano porque Pedro de Répide sitúa la fecha de la fundación del convento en 1610, a cargo de un tal Fray Antonio de la Torre. No vamos a discutir por un par de décadas más o menos pero sí decir que fue cedido a los sacerdotes irlandeses que vinieron a España a la muerte de Carlos I de Inglaterra, que allí tuvieron su residencia y colegio antes de fundar el hospital de San Patricio en la calle del Humilladero. Completaremos la información diciendo que el edificio fue derribado parcialmente durante la guerra de la Independencia y desapareció por completo a finales del siglo XIX aunque sus restos fueron visibles hasta que se llevaron a cabo las obras de nivelación de la calle Princesa, después de la guerra civil de 1936-39. Con el nombre de los Afligidos aparece la plaza en las referencias que hay hasta finales del siglo XIX y así la vemos aparecer en la literatura, en concreto en la novela de Galdós titulada La fontana de oro. En los aledaños de la plaza tienen lugar algunos pasajes de la obra, que hace referencia a la situación de la sociedad española, en lo que a la vida política se refiere, en la década de los años 20 de ese siglo. También Leandro Fernández de Moratín la utiliza como espacio en el que se desarrolla su comedia La escuela de los maridos, una obra neoclásica que una vez más trata el tema tan en boga en aquel momento del matrimonio, siempre desde la perspectiva del deleitar educando propio de la literatura de la Ilustración y con clara influencia de la comedia francesa de Molière. Pero vayamos al grano. Por acuerdo municipal de 27 de febrero de 1895 se le da a la plaza la denominación actual de Cristino Martos, en referencia al político español del siglo XIX de ese nombre que, al decir de los expertos, compitió en capacidad oratoria con el propio Castelar y que se inició en la vida política a raíz de la revolución de 1854. Había nacido en Granada en 1830 y su vida se extinguió en 1893. Abogado y político, fue presidente de las Cortes y ministro con Amadeo de Saboya y durante la I República. De él dice Pedro de Répide que era un orador “modelo de elegancia” frente a la oratoria “frondosa y pomposa” de Emilio Castelar. Apunta también El ciego de Vistillas que había “entre los estilos de ambos la diferencia artística que existe entre el Vaticano y el Partenon”, adjudicando a Martos la pureza y severidad del helenismo. Volviendo al recinto motivo de esta entrada, diremos que la plazuela se encuentra ahora mismo frente a la plaza de los Cubos, calle Princesa de por medio, pero hasta antes de la remodelación de la plaza de España era fin de la calle Leganitos, que actualmente discurre entre dicha plaza y la de Santo Domingo. Por otra parte, la plazuela de Cristino Martos conecta con la calle Princesa a través de dos escaleras laterales de granito y piedra de Colmenar que rodean una fuente. Dichas escalinatas forman parte de un conjunto escultórico erigido por Federico Coullaut que se inspiró en la escalera dorada de la catedral de Burgos. Cuenta además, la referida fuente, con un pilón semicircular, un surtidor en la pared y dos delfines que se encuentran unidos por la cola y de cuyas bocas mana agua en abundancia. El conjunto se completa con dos esculturas que representan alegóricamente la Abundancia -la de la derecha- y la Alegría.

 




https://moovemag.com/2014/08/centro-conde-duque-madrid/

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Entorno palaciego

 

Los alrededores de la plaza de Cristino Martos albergan edificios históricos de gran importancia, anécdotas literarias y hasta un inmueble ya desaparecido con su historia de fantasmas. A tiro de piedra de la plazuela y en dirección norte se encuentra el Cuartel del Conde-Duque, hoy lugar de indiscutible atractivo cultural y antaño recinto militar desde su edificación por parte del primer borbón, Felipe V, como lugar de alojamiento de su Guardia de Corps. A corta distancia en dirección noroeste y colateral al cuartel aparece el palacio de Liria, terminado de construir en 1787 después de diversas vicisitudes y con cuarenta años de retraso sobre el proyecto inicial del primero de los duques.

https://www.devueltaporelmundo.es/producto/madrid-conde-duque-centro-de-expresion-cultural-espana/


El Palacio de Liria es el gran palacio propiedad de la Casa de Alba en la capital de España. Situado entre las calle de la Princesa y de Alberto Aguilera, fue construido en 1773 por orden del III duque de Berwick y III duque de Liria, Jacobo Fitz-James Stuart y Ventura Colón. Perteneciente a la Casa de Alba desde principios del siglo XIX, de este edificio se pueden dar innumerables datos tanto históricos como arquitectónicos pero con decir que ocupa una superficie de 3.500 metros cuadrados y que cuenta con alrededor de 200 estancias ya es suficiente para hacerse una idea de las dimensiones de esta construcción, en cuyo diseño intervino el arquitecto Ventura Rodríguez, entre otros. Fue destruido casi por completo durante la guerra civil y reconstruido a continuación por Cayetana de Alba, aquí nacida y cuya fundación se encarga de su gestión. Los Duques doña Cayetana y don Luis, tras los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, rehabilitaron y llenaron su casa de tesoros artísticos que ahora cualquiera podrá contemplar como si fuera un distinguido invitado perteneciente a la crème de la crème aristocrática.

Esta idea procede de Carlos Fitz-James Stuart, actual Duque de Alba, que quiere compartir la colección familiar con todo Madrid. Y no son pocas las joyas que acumula este palacio levantado entre 1767 y 1785: las únicas cartas autógrafas de Cristóbal Colón, el último testamento de Fernando El Católico y la primera edición madrileña del Quijote son parte de su extenso patrimonio.

Aquí moran, además, el documento que acredita el enlace matrimonial entre Juana la Loca y Felipe El Hermoso, y un mapa de la isla de La Española dibujado por el propio Colón. Hay hasta un escritorio que perteneció a Napoleón.

Las visitas darán acceso a la gran biblioteca que guarda 18.000 volúmenes y a las habitaciones que se encuentran en la planta baja y el primer piso del palacio, como el salón de baile. También se podrán contemplar las obras de Goya, El Greco, Velázquez, Tiziano, Zurbarán y Rubens que decoran las paredes.

Los 14 salones que pueden visitarse están hasta arriba de maravillas antiquísimas, y eso que se han retirado algunos elementos para que no estuvieran tan recargadas. El Palacio de Liria no es un museo, sino una casa familiar: los muebles y los tesoros están dispuestos de forma que transmiten una sensación hogareña: fotos, joyeros, figuritas de porcelana… El duque de Alba vive aquí, y preserva para su intimidad la segunda y la tercera planta y los jardines traseros de la propiedad.

Los tesoros artísticos, históricos y bibliográficos son infinitos e incalculable su valor. Una pinacoteca en la que hay pintura flamenca, holandesa, española o italiana, de sus épocas doradas, y retratos e infinitas colecciones, constituyen un recuento somero y a vuelapluma del equipaje cultural y artístico del palacio.

https://www.elindependiente.com/tendencias/cultura/2019/05/08/palacio-liria-permitira-visitas-todos-los-dias-casa-habitada/

 

Casa del duende


http://caminandopormadrid.blogspot.com/2013/06/la-casa-del-duende.html

 

Cerca de la plaza y en la actual calle Duque de Liria se encontraba la conocida como Casa del Duende donde según la leyenda ocurrieron cosas extrañas allá por el siglo XVIII. Cuentan los anales que la vivienda pertenecía a la marquesa de Hornazas y que en la planta baja de la misma había una taberna cuyos parroquianos no respetaban el silencio nocturno, molestando a la vecindad. Un día se personó en la taberna un enano barbudo que amenazó con un escarmiento si no cesaban los gritos y la bulla. Parece ser que la clientela tabernaria hizo caso omiso a las advertencias del airado personajillo y semanas después aparecieron por el local un grupo de conmilitones que, garrotes en ristre, propinaron una soberana paliza a la alborotadora concurrencia. A esto hay que unir la presentación de sus credenciales a la señora marquesa por parte de varios enanos, aunque en esta ocasión en son de paz. La marquesa, atemorizada, abandonó la vivienda, que a partir de ese momento fue alquilada en repetidas ocasiones. Pero ninguno de los que por allí pasaban permanecían mucho tiempo y no es necesario especificar el porqué. Se hicieron exorcismos pero ya la cosa no tenía remedio y la gente se negó a habitar el lugar. Décadas más tarde volvió a ocuparse la vivienda y la leyenda creció cuando se descubrió que casualmente varios de los fusilados en la montaña del Príncipe Pío en la madrugada del 3 de mayo de 1808 residían en el edificio. Posteriormente, un general sublevado cuando la insurrección del cuartel de San Gil, situado en la actual plaza de España -entonces San Marcial-, parece ser que se refugió en la Casa del Duende. La leyenda cuenta con otras variantes como la del uso de la vivienda para falsificar moneda -quizás la versión menos literaria pero la más realista- y la subsiguiente invención de la historia de los duendes con el fin de alejar a los curiosos de la zona. Incluso se alude a la intervención del Santo Oficio con el consiguiente proceso de investigación, toma de declaración a testigos y demás parafernalia propia del caso. Progresivamente las aguas fueron volviendo a su cauce y la leyenda fue languideciendo. La casa desapareció sin que se sepa bien en qué fecha ni la razón pues se habla de vecinos piqueta en mano o de un incendio que la redujo a cenizas. Sea como fuere, ahí queda el relato para que cada cual juzgue a su sabor.

Alejandro Sawa


Alejandro Sawa. es.wikipedia.org 


Sawa con su familia: su mujer y su hija

https://www.elmundo.es/elmundo/2009/03/20/andalucia/1237576865.html

 

No podríamos finalizar este acercamiento a la plazuela de los Afligidos sin mencionar a uno de sus vecinos más ilustres, por más que falleciera en la mayor de las miserias y de los olvidos. Se trata del escritor andaluz de origen griego Alejandro Sawa, el bohemio entre los bohemios de la literatura española y entroncado con el movimiento modernista, que falleció en su guardillón situado en el número 7 de la calle Conde Duque, a escasos cincuenta metros de esta la plaza. Había viajado a París en 1889, para vivir en primera persona la vida nocturna de la ciudad de la luz, eje literario y cultural del mundo en aquel momento. Bebió de las fuentes parnasianas y simbolistas y se codeó con Víctor Hugo, Verlaine y demás compañeros mártires. Casó con una francesa y tuvo una hija. En pleno éxito periodístico y literario volvió a España en 1896 pero a partir de ahí sobrevino su cuesta abajo. En ello tuvo bastante que ver el que se quedara ciego y se volviera loco y, aunque siguió colaborando en los mejores periódicos de la época, el ocaso físico y moral lo lleva progresivamente al derrumbamiento como persona. Hundido en la miseria, el 3 de marzo de 1909 abandona el mundo de los vivos en su humilde vivienda de Conde-Duque, en cuya fachada hay una placa que recuerda su figura. Ramón del Valle-Inclán lo tomaría como referente para el personaje de Max Estrella, el protagonista de la obra maestra del esperpento, Luces de Bohemia, pieza que refleja con singular maestría el ocaso del bohemio por antonomasia de la vida literaria española de principios del siglo XX y que lanza un grito desgarrador sobre la situación de la España de aquel momento, tan esperpéntica sin duda, como la actual.

 

https://flaneandopormadrid.wordpress.com/2014/01/14/117/

https://www.elindependiente.com/tendencias/cultura/2019/05/08/palacio-liria-permitira-visitas-todos-los-dias-casa-habitada/

https://madridsecreto.co/la-casa-de-alba-abre-el-palacio-de-liria-a-todo-el-que-quiera-visitarlo/



 

 












 






























 

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