(2) UN
PASEO POR EL MADRID DEL AYER
Calles,
lugares, personajes
Plaza de la Cruz Verde
Nos adentramos en esta ocasión en el
Madrid antiguo, el que comprende la segunda cerca o muralla, la denominada
cristiana, construida por el rey Alfonso VII durante el siglo XII. Y haremos
parada y fonda para disfrutar y deleitarnos con el espectáculo estético e
histórico que nos ofrece una pequeña plazuela abierta a la calle Segovia, vía
importante que en ese lugar comienza a empinarse y a exigir del flaneante inclinar
el tronco hacia adelante y meter riñones en pos de Puerta Cerrada. El alto en
el camino nos va a obligar a observar con detenimiento la plaza denominada de
la Cruz Verde. Se trata de un pequeño recinto, con una fuente adosada a uno de
sus lienzos y con dos calles de salida a derecha e izquierda, la del Rollo y la
de la Villa. Enclave amable y discreto del que apoderarnos en las estaciones
del año climáticamente más benévolas, incluso en las horas en que el sol
aprieta con menos miramientos. Y es que se trata de un lugar tan recoleto que
incluso durante el periodo de la reglamentaria y patriótica siesta es posible
encontrar una terraza con la correspondiente sombra, donde saborear un denso
café de sobremesa. El origen
del nombre de la plazuela está claro, alude al símbolo o emblema de la Suprema
Inquisición que solía encabezar las procesiones que se celebraban en las
vísperas de un auto de fe. Dicha cruz solía ser transportada por familiares inquisitoriales
hasta el lugar donde se debería celebrar el auto correspondiente. Sin embargo,
las razones por las que plaza adquiriera tal denominación son más discutibles.
Bien es cierto que se sabe que hubo una cruz de madera de ese color durante
mucho tiempo en el sitio. Y que desapareció hacia mediados del siglo XIX. Eso
sí creemos a Mesonero que en su obra El antiguo Madrid refleja que dicha cruz “sirvió
en el último auto general de fe de la Sagrada Inquisición y se hallaba colocada
en el testero de dicha plazuela, en el murallón de la huerta del Sacramento
donde ha permanecido hasta nuestros días en que ha caído a pedazos por el
transcurso del tiempo”. Si nos atenemos al juicio de don Ramón la fecha del
último auto de fe hay que situarla en 1680, en tiempos de Carlos II. Y dicha
fecha entraría en contradicción con lo que afirma Pedro de Répide, quien a
principios del siglo XX afirma que la cruz se colocó “como recuerdo de autillos
inquisitoriales allí celebrados, habiendo sido el último en tiempo de Felipe
II”. Por otra parte, no es lo mismo un auto de fe que un autillo. Mientras que
en el primero se juzgaban, y habitualmente se condenaban, a numerosos acusados,
en el autillo se solía poner en solfa a un solo reo y se celebraba en los
tribunales de distrito. Dadas las medidas del lugar y la discrepancia en las fechas
nos inclinamos a creer que se tratara de un simple autillo.
https://www.verpueblos.com/comunidad+de+madrid/madrid/madrid/foto/1354094/
Plaza de la Cruz Verde con la fuente de
Diana al fondo.
Répide ya describe el rincón como “uno
de los parajes más interesantes y bellos del Madrid antiguo, al que presta
singular encanto la fuente monumental adosada a la tapia del huerto de las
monjas del Sacramento”. Siguiendo fielmente los comentarios del insigne Ciego
de las Vistillas dicha fontana, aunque tiene aspecto de mayor
antigüedad, fue construida y colocada ahí hacia mediados del siglo XIX, cuando
se suprimió la que estaba en Puerta Cerrada. Es más, la imagen de Diana que
presidía esta última fue trasladada a nuestro rincón de hoy para a su vez
encabezar y embellecer dicho conjunto. La idea de situar en ese paraje una
fuente partió del Ayuntamiento, siendo alcalde el marqués de Santa Cruz, con el
objetivo de dotar al barrio de suministro de agua potable. El diseño fue obra
del arquitecto municipal López Aguado mientras que la Diana había sido diseñada
en el siglo XVIII por los escultores Ludovico Turqui y Francisco del Valle. Sus
materiales son el ladrillo y la piedra, tanto blanca como de granito, y el
estar adosada condicionó su diseño, adoptando una estructura más cercana a la
de las fuentes de caños que a la de columnas, más propias de los siglos XVII o
XVIII. El conjunto consta de tres cuerpos: el central recoge el escudo de
Madrid bajo el que aparece una inscripción con la fecha y el nombre del alcalde
que aprobó su erección. Sobre el dintel destaca la estatua de Diana, diosa
virgen de la caza y protectora de la naturaleza, vestida con túnica corta. Está
esculpida en mármol blanco al igual que los dos delfines mitológicos que se
encuentran a sus pies. Dos piñas ornamentales de piedra blanca flanquean el
grupo. En su frente la fuente presenta cinco caños y sus aguas se depositan en
tres pilones, uno frontal y dos laterales, todos rectangulares y construidos en
granito. No abandonamos la plazuela sin recordar que en el número 1, que hace
esquina con la calle de la Villa y a su vez vuelve a la calle Segovia, vivió el
arquitecto Ventura Rodríguez, autor de numerosísimas obras en la capital. La
vivienda perteneció en el siglo XVIII a Sebastián de Flores, maestro herrero de
la Real Casa, con cuya hija, Josefa, estuvo casado el arquitecto que “poseyó
por mitad esta casa y habitó en ella en el piso tercero”, según nos apunta Mesonero.
Calle de la Villa
De la plaza de la Cruz Verde parten dos
calles: la de la Villa y la del Rollo. La primera de ellas es sin duda más
importante tanto por su extensión y anchura como por su historia. A ella hace
mención Mesonero denominándola del Estudio de la Villa y es que en el número
dos se levanta el inmueble que ocupó el denominado Estudio público de
Humanidades que regentó el dómine López de Hoyos y donde el insigne manco de
Lepanto, Miguel de Cervantes, asistió en calidad de alumno. En la obra
titulada Historia de la enfermedad, tránsito y exequias de la serenísima
reina doña Isabel de Valois, firmada por el sacerdote, se hallan
algunos versos del inmortal autor del Quijote y que suponen su primer testimonio
literario. López de Hoyos nombra al alcalaíno como “mi caro y amado discípulo”
aunque no lo debió ser tanto ya que fue expulsado en una ocasión por robar unas
uvas de una parra en la vecina calle del Rollo y a la que nos referiremos a
continuación. Cosas de zagales, sin duda, pero lo cierto es que López de Hoyos
fue multado por no haber tomado medidas contra éste y otros discípulos en tan
singular ocasión, y del enfado correspondiente tomó la decisión de apartarlo de
su pupilaje. Días más tarde un regidor intercedió en favor de Cervantes, siendo
readmitido nuevamente, según apunta Répide, porque el maestro apreciaba
sobremanera el gran ingenio del muchado. Y ciertamente no iba descaminado el
sufrido dómine. El Estudio cerró sus puertas al crearse el colegio Imperial y
para contentar a López de Hoyos le nombraron cura de la parroquia de San Pedro
y después de la de San Andrés, ambas cercanas al lugar. Y es que este buen
señor, que vivió en Madrid desde 1511 hasta 1583, fue escritor y uno de los
humanistas españoles más importantes de su tiempo. Catedrático de buenas
letras, según la terminología de la época, es conocido por haber escrito varias
obras sobre personajes, lugares o leyendas de Madrid y todos los estudiosos de
la Villa y Corte han bebido en sus fuentes cuando han querido indagar sobre el
pasado capitalino. Bien es verdad que sus escritos mezclan en ocasiones los
hechos con las suposiciones pero con todo es apreciado por quienes son conscientes
de la escasez de medios y posibilidades para llevar a cabo una rigurosa
investigación histórica en aquellos lejanos tiempos. A él dedica Mesonero unos
sabrosos comentarios a caballo entre la descripción y la censura, diciendo que
el buen maestro Juan López destaca por “su patrio entusiasmo y su afición a lo
maravilloso. Todos sus libros son por lo demás de tan escaso mérito literario,
por su indigesta erudición, absoluta falta de crítica y afectado estilo, que
hubieran desaparecido por completo si la crítica moderna no hubiera hallado en
ellos algunas noticias, triviales entonces, que al autor se le escaparon, sin
pensarlo acaso, de los sitios principales de Madrid en aquella época”.
Calles del Rollo y Segovia
Dejamos atrás la
calle de la Villa y nos dirigimos a una vía, situada a mano derecha de la
fuente desde la perspectiva que nos da mirar al frente, que lleva por nombre
calle del Rollo, y que conecta la plazuela de la Cruz Verde con la no menos
singular calle de Madrid en ascendente y serpenteante devenir. Sobre el origen
del nombre hay oposición de criterios. El argumento más creíble es el que
situaba en la antigüedad en esa rúa una picota de las que se utilizaban para
colocar allí restos humanos de personas ajusticiadas, actos que tenían como
objetivo servir de ejemplo al personal. Se trataba de columnas de piedra
rematadas por una cruz y que todavía se pueden observar en muchas localidades
de la geografía española a la entrada o salida de las mismas. Sin embargo
Répide, tras subrayar la teoría anterior califica de absurdas otras como la de
que se denominaba así por su configuración angosta y enrevesada o porque allí
había aparecido un niño muerto envuelto en un rollo de esteras. Esta última
pese a ser la más macabra también es la más literaria y la que más agradaría a
aquellos a los que nos gusta echar a volar la imaginación. Pero los hechos son
tozudos y debemos inclinarnos ante los mismos. Por último, nos vamos a ocupar
de la calle Segovia, en la zona cercana a la plazuela de la Cruz Verde, para
constatar que en las cercanías de esta confluencia se encontraban las
denominadas huertas de Pozacho, que llegaban hasta donde hoy se encuentra el
viaducto y en cuyas inmediaciones se ubicaban unos baños árabes. Pero
extendernos más allá de nuestra coqueta plazuela será tarea de otra cita pues
dicha calle Segovia tiene harina suficiente para llenar un sinnúmero de
costales o entradas.
Cinco muertos
Finalicemos las referencias a la plaza
de la Cruz Verde haciendo mención a un hecho luctuoso acaecido aquí en tiempos
bastante más recientes que aquellos a los que hemos hecho mención a lo largo de
nuestra perorata. El 6 de febrero de 1992 cinco personas mueren como
consecuencia de la explosión de un coche bomba colocado en la plaza. El
atentado fue obra de ETA y los casi 50 kilos de explosivo segaron
insensatamente la vida de tres capitanes, el soldado conductor y un funcionario
civil. Además, otras siete personas resultaron heridas de diversa consideración
a resultas de la explosión de un Opel Kadett, que se produjo cuando pasaban
pocos minutos de las ocho de la mañana y que hizo temblar un total de 16
edificios próximos al lugar de la deflagración, según relataron los periódicos
del día siguiente. El testimonio de una persona que se encontraba cerca del
lugar de los hechos nos permite tomar conciencia de los momentos que se
debieron vivir: “de pronto pareció que se hundía todo. Todo se llenó de polvo. Nos figuramos que
era una bomba. Fue un despertar terrible”.
Barrio de Pozas y Buen Suceso
20ENE
Hoy no pondremos nuestro foco en ningún
lugar con encanto de Madrid, del que disfrutar en mañana de verano o tarde de
otoño. Hoy no hablaremos de ningún lugar con pasado pero con mucho presente,
vivo y actual.No, hoy
vamos a recordar un enclave que ya no existe y cuyo derribo supuso en su día
todo un mazazo social en la medida en que estuvo rodeado del halo épico que
supone el que el pueblo se revuelva contra el poder por decisiones que
considera arbitrarias, caciquiles y condicionadas por el más vil interés
crematístico. Decíamos que el enclave ya no existe pero es una verdad a medias
porque sigue existiendo obviamente el solar aunque con otras edificaciones que
albergan objetivos bastantes más prosaicos. Vamos a ponernos en manos de la
nostalgia y echando una mirada atrás en el tiempo recordaremos el nunca
suficientemente adjetivado barrio de Pozas, situado en lo que hoy consideramos
distrito de Argüelles/Moncloa. En concreto, estaba ubicado en la manzana que
comprenden el triángulo que forman actualmente las calles Princesa, Alberto
Aguilera y Serrano Jover. Sí, están ustedes pensando correctamente, el solar
comprendido en ese equilátero regular está ocupado por unos grandes almacenes
cuyo nombre no es necesario reflejar aquí ya que no necesitan de la publicidad
para incrementar el volumen de sus beneficios. Decimos que el barrio nunca ha
sido bien ponderado porque supuso uno de los primeros intentos de dotar a la
clase obrera de unas condiciones de vida medianamente dignas allá por los años
50 del siglo XIX, fecha en que las autoridades municipales aprobaron el
proyecto inicial de construcción.
Ensanche de Madrid
Todo comienza en 1857, dentro de lo que
se denominó el proyecto de ensanche para Madrid, elaborado por Carlos María de
Castro. Se trataba de una superficie total de unos diez mil metros cuadrados
que se encontraban fuera de la Puerta de San Bernardino (o de San Joaquín),
cuyas obras de desmonte, trazado y nivelación comenzaron ese mismo año. Dicha
puerta de San Bernardino fue derruida definitivamente por estas fechas. En
la red las hay para todos los gustos, que van desde
el mismo año de 1857 hasta 1868 e incluso se comenta que pudo llevarse a cabo
su desaparición forzada en 1864. Ciertamente el día y año concreto es lo de
menos y lo que resulta indudable es que el proyecto de ensanche de la capital
hacia el denominado Camino de San Bernardino -hoy calle Princesa- ya no tenía
marcha atrás. El área que ocuparía el barrio fue adquirida por un constructor
montañés, Ángel de las Pozas Cabarga, que en 1864 ya había iniciado las obras
de lo que a posteriori sería el barrio que llevaría su apellido. Constaba dicha
barriada de todas las modernidades propias del momento. A saber, dispensario
médico, mercado, tiendas de comestibles, cuartel de la Guardia Civil, un
colegio para niños y niñas, un teatro (construido en 1866) y una fábrica de
chocolate, entre las dotaciones más dignas de mención. Estructuralmente, la
disposición de viviendas y servicios se levantaban en torno a una plaza,
llamada de Transmiera, con tres calles peatonales con los nombres de Hermosa,
Solares y Pasaje de Valdecilla. Todas estas vías hacían referencia a lugares
relacionados con la infancia de Pozas Cabarga. Valdecilla, que era la más larga
y que estaba situada paralela a la actual calle Princesa, aludía al pueblo
cántabro de nacimiento del constructor. Solares era la comarca a la que
pertenecía Valdecilla y, por último, Hermosa era la localidad de nacimiento del
abuelo del insigne Pozas, un constructor que en su curriculum tenía el haber
sido a su vez el profesional del ladrillo que había levantado la cárcel Modelo
situada donde hoy se encuentra el Cuartel General del Aire, en Moncloa, además
del Cuartel de la Montaña, desaparecido al inicio de la Guerra Civil, de
infausto recuerdo para todos y donde hoy se encuentra el templo de Debod. El
barrio, como todo el ensanche de Madrid hacia esa zona noroeste, rápidamente
adquirió popularidad, entre otras razones, debido a que el ayuntamiento lo dotó
de un sistema moderno de iluminación y sobre todo porque desde 1866 iba a
contar con un servicio de minibús que enlazaba la Puerta del Sol con la
barriada. Cada media hora desde las siete de la mañana hasta las doce de la
noche, al módico precio entonces de un real, partía un convoy desde cada una de
las cabeceras de la línea. Unos años más tarde, en 1871 la llegada del tranvía
supuso otro hito importante aunque en este caso el precio duplicaba el del
omnibús y parece ser que el alborozo del personal no fue tan generalizado.
Pecata minuta si tenemos en cuenta que este barrio era junto con el de
Salamanca el más moderno y apreciado por los madrileños de la época.
Cien años más tarde
Feliz y apaciblemente, con sus
altibajos correspondientes, debió discurrir la vida de los vecinos de esta zona
hasta que unos cien años después de su edificación, en la década de los años 60
del siglo XX alguna mente no excesivamente privilegiada pero sí ávida de
incrementar ciertos patrimonios, decidió plantear el derribo de un barrio que
quizás se hubiera quedado algo anticuado pero que seguía ofreciendo el servicio
propio para el que se construyó. Era el año 1967, época del alcalde Arias
Navarro, cuando se decidió proceder a su derribo y vender los terrenos para
transformarlo en la zona comercial que hoy conocemos. Los vecinos fueron
realojados previo pago de indemnizaciones que nunca pudieron igualar el valor
sentimental que encierra un recinto donde se ha residido durante un tiempo
determinado. Todo ello estuvo rodeado de desahucios forzosos, encierros de los
vecinos en sus inmuebles con la consiguiente ayuda de las gentes de las zonas
cercanas que ofrecían comida y alimentos a los recluidos, oposición ante los
juzgados y cortes de agua y luz como medida de presión por parte de las
autoridades, con el fin de que abandonaran las casas. En definitiva, un largo
etcétera de intentos de humillación hasta que la aplastante lógica del poderoso
se impuso y la piqueta hizo acto de presencia pese a que el tema había
trascendido vía prensa escrita más allá de los intereses particulares de los
residentes. La protesta vecinal estuvo abanderada, entre otros, por el
dramaturgo del denominado teatro social y autor de La
camisa, Lauro Olmo, quien acompañado de su esposa, Pilar Enciso, y
de sus hijos, fueron los últimos de entre alrededor de 1500 vecinos en
abandonar el 12 de febrero de 1972 esa protoubanización moderna y cerrada, que
si bien no contaba con piscina ni pista de padel, reunía en torno a sí lo que
se consideró en su día un proyecto avanzado de convivencia en comunidad. Queda
para el recuerdo, además de la lucha vecinal en tiempos en que no era fácil
enfrentarse al poder, el testimonio literario de Pío Baroja, quien en su
obra El árbol de la ciencia, hace referencia al barrio o la
figura del cronista de la Villa, además de irrecuperable bohemio, Emilio
Carrere, feligrés habitual de las tascas de Pozas. No podemos olvidar tampoco
el flaco favor que le hizo al barrio un entonces provinciano y desorientado
diletante de escritor apellidado Umbral quien, en un mal día que todos podemos
tener, se atrevió a decir aquello de que el barrio de Pozas era “el corazón
podrido de la gran manzana de Argüelles”. Hay que suponer que por alguna razón
lo diría aquel que no daba puntada literaria sin el hilo de la recompensa
material, fuera directamente económica o en especie… en fin, dejémosle ahí y que
la historia lo juzgue.
Buen Suceso
Pero crucemos esta
populosa vía y situémonos enfrente del hoy nuestro barrio, en el actual número
43 de calle Princesa. No nos podríamos perdonar no mencionar la iglesia del
Buen Suceso que en 1868 se instaló justo frontalmente a donde se encontraban
las 300 casas que completaban el barrio poceño. Dicho templo se encontraba
anteriormente en la Puerta del Sol de Madrid, donde hoy en día se pretende construir
no sabemos qué, en la manzana que se encuentra entre Carrera de San Jerónimo y
Alcalá, en el edificio que sostuvo durante muchos años el anuncio de Tío Pepe y
que acogía el fabuloso en su día Grand Hotel París. Con la reforma de la Puerta
del Sol de mediados del siglo XIX se decidió cambiar la ubicación del templo y
este se trasladó al solar de la calle Princesa al que hacíamos mención con
anterioridad. Junto a la iglesia también se traslada el hospital que dio pie a
la iglesia y que por orden de Carlos V había sido ordenado levantar de forma ya
definitiva en el mencionado lugar de la Puerta del Sol, con el fin de atender
al personal que acompañaba al monarca de sus enfermedades y accidentes. Ya en
Princesa tanto hospital como iglesia aguantan hasta la Guerra Civil en que
comienza su declive. Durante el conflicto la iglesia fue clausurada aunque el
hospital siguió funcionando. Acabada la contienda fratricida el templo está en
ruinas y, aunque es reconstruido, hacia 1970 es derribado definitivamente todo
el edificio para levantar en la manzana un nuevo complejo residencial y con
equipamientos comerciales. La nueva iglesia, a juego con el edificio, según el
criterio oficial, abre sus puertas a principios de los 80 siguiendo la
corriente de arquitectura funcional propia del momento, caracterizada por la
falta de respeto por el legado cultural, habitual históricamente por estos
pagos. Y tan funcional es la arquitectura que bien podría confundirse el nuevo
templo con un aparcamiento subterráneo o con una galería comercial, dicho sea
sin ánimo de soliviantar a las gentes de orden.
Cara de Dios
Capilla de la Inmaculada Concepción
Por estas fechas y
en medio de ese furor especulativo que afectó al entorno de Princesa se ordenó
también el derribo de una ermita que albergaba una Santa Faz o lienzo con los
rasgos de Cristo y que hasta los años 30 del siglo XX se había venerado en
forma de romería desde los albores del siglo XVIII. Dicha ermita se encontraba
en el número 12 de esta principal vía madrileña de desahogo hacia la Sierra del
Guadarrama. La capilla dedicada a la Inmaculada
Concepción se inaugurará el 21 de enero de 1689 y se había construido en unos
terrenos que pertenecían a los Castel Rodrigo en la calle que después sería la
calle Princesa (a la altura de lo que hoy sería las escalinatas de la Plaza de
Cristina Martos), en lo que entonces era la Plaza de los Afligidos. Recibía la
plaza este nombre por el monasterio premostratense de san Joaquín, que estaba
justo en frente de la capilla. Los restos de la fundadora, que estaban en el
convento de los Capuchinos del Prado, serán en ella depositados y se dotará con
12 capellanes y un capellán mayor que debían ocuparse de las 12 misas diarias
por las almas de la condesa y su familia además de una función anual dedicada a
la Virgen de la Concepción a quien, recordemos, se dedicó la capilla. Además,
como veremos más adelante, se la dotó de importantes obras de arte. El lienzo con la
presunta cara de Cristo había sido donado a la marquesa por una hermana del
papa Paulo V y los fieles consideraban que se trataba del verdadero rostro de
Cristo impreso por la Verónica en el camino al Calvario. Dicha romería, que se
celebraba el Viernes Santo, tenía a juicio de muchos creyentes un excesivo tono
festivo, dadas las fechas, tono que poco tenía que ver con la devoción
religiosa. Lo cierto es que las calles se llenaban de gente que salvo
excepciones no se excedían en sus manifestaciones de júbilo Pero chocaba el
jolgorio producido en una fecha donde el silencio era el denominador común.
Carlos Arniches nos dejó para la posteridad un drama llevado después a la
zarzuela por el maestro Ruperto Chapí cuyo argumento está basado en esta
romería. Esta capilla estuvo en pie hasta 1966.
El templo se había librado de las obras del nuevo trazado y nivelación de la
calle de las Delicias de la Princesa en 1910 (hoy Princesa) pero no logrará
salvarse de la especulación inmobiliaria que ya estaba comenzando a hacer mella
en el patrimonio inmobiliario madrileño y fue derribada tras abandonar los
propietarios su patronato.
https://flaneandopormadrid.wordpress.com/2014/01/20/barrio-de-pozas/
http://conocermadrid.net/la-romeria-de-la-cara-de-dios/
Santiago: calle, plaza, iglesia y costanilla
Calle de Santiago, casa donde vivió Goya
https://www.madridhappypeople.com/ocio-madrid/casa-de-goya/
Vamos a flanear hoy por una vía a trasmano de las rutas turísticas
habituales actualmente pero que, como siglos atrás, supone el camino más corto
para llegar desde la plaza Mayor a la de Oriente y viceversa. Se trata de la
calle de Santiago, denominada así obviamente en honor del apóstol y por extensión
nos detendremos en menudear el comentario sobre toda la prole santiaguina, es
decir, la plaza, la iglesia y la costanilla. Los alrededores, como es el caso
de la calle Milaneses, la del Espejo, la de Santa Clara, la de la Cruzada y la
de los Señores de Luzón también merecerán aunque sea en menor medida nuestra
atención pues no en vano encierran datos y anecdotario suficiente. Empezando
por la propia calle de Santiago lo primero que se nos ocurre decir es que hoy
día se trata de una vía de mediano tránsito, lo que permite disfrutar de sus
restaurantes, tabernas o terrazas sin las apreturas de sus homólogas Mayor, San
Miguel o las Cavas. El sabor añejo que desprenden las fachadas de sus edificios
es motivo más que sobrado para detener el paso y dedicarle una parte de nuestro
tiempo de asueto a sabiendas de que no será en balde. Y no es que sus
edificaciones sean excesivamente antiguas porque fue remodelada esta calle “que
va a Palacio, bien entrado el siglo XIX”, según apunta Mesonero, en razón de
que se trataba de “un antiquísimo, elevado y apiñado caserío” y hacía necesario
su remozamiento. Pero no era el primer lavado de cara que sufría ya que en 1525
fue ensanchada para que la emperatriz Isabel, esposa de Carlos I hiciera su
entrada triunfal al Alcázar a su llegada a España. Y es que sus orígenes datan
de un pasado muy lejano en el tiempo pues no en vano la zona se encuentra
dentro de la primera ampliación de la ciudad, es decir de la segunda cerca o
cerca cristiana, de la que hay datos de que existía allá por el siglo XI cuando
la conquista de la ciudad a los moros por parte de Alfonso VI. Como dato
curioso decir que en esta calle se instaló el primer mercado de pescado fresco,
que ya funcionaba allá por cuando la emperatriz Isabel entró en Madrid. Pero no
debió durar mucho en aquel lugar porque si creemos a Répide parece ser que
“haciéndose su vecindad desagradable en las épocas de calor fue mandado quitar
de allí”. Otro dato importante para la biografía de la calle es el hecho de que
en el número 2 nació la beata Mariana de Jesús. Placa hay en el lugar que nos
recuerda a esta hija de un pellejero andante de la corte, cuyo cuerpo
incorrupto se conserva todavía en el convento de las Alarconas, situado en la
esquina de la calle Valverde con la de Puebla. Unos números más adelante otra
referencia en el lienzo del edificio nos recuerda que allí vivió durante un
tiempo don Francisco de Goya, que con sus pinceles plasmara como nadie la
idiosincrasia del pueblo madrileño, estampando en sus lienzos tanto los ratos de
ocio como los momentos más empeñativo de la gente de su época.
Plaza e iglesia
Al final de la calle se abre ante
nosotros la plaza con el nombre del apóstol. De ella parten la de la Cruzada y
la de los Señores de Luzón, por su lado sur. Hacia el noroeste habría que
dirigirse para acceder a la plaza de Ramales y hacia el norte se encuentra una
bajada llamada de Santa Clara. De las calles nos ocuparemos líneas abajo y a la
plaza dejémosla dormir por ahora en los archivos correspondientes porque tema y
personalidad suficiente tiene para dedicarle algún desvelo en momento más
oportuno. Centremos nuestros limitados esfuerzos en prestar atención a la
iglesia cuya fachada se yergue ante nosotros y cuya planta actual se levantó a
comienzos del siglo XIX. No obstante, su origen podría situarse en tiempos muy
antiguos pues como apunta Répide en la vecina de San Juan solían recluirse los
cristianos mientras que a Santiago acudían “los que seguían la secta de Arrio
con lo que se advierte que ya esta iglesia existía en tiempos de los godos pues
el arrianismo cesó en el reinado de Recaredo”. La anécdota histórica más
reseñable data de 1438 cuando, con motivo de una gran peste en la ciudad, la
iglesia hizo voto a los santos Cosme y Damián, sacándolos en procesión para
mitigar los males de la epidemia. A su vez, desde el ayuntamiento de la villa
se planteó otro voto sacando a San Sebastián en procesión en dirección a la
iglesia de Santiago por no tener la ermita de la calle Atocha entidad
suficiente para que hasta allí se dirigiera el cortejo. Una vez construida la
nueva iglesia de San Sebastián en el lugar actual la municipalidad cambió el
rumbo y dirigió su procesión hacia allí como parece razonable. No debió pensar
de igual manera el cura de Santiago que elevó sus protestas a la villa. En
decisión salomónica se optó por alternar la procesión que un año se dirigiría a
Santiago y otro a San Sebastián. Debieron quedar contentos porque no se
produjeron más disensiones o al menos no nos constan. Volviendo a nuestra
iglesia de hoy, hay que dejar constancia de que el diseño del actual recinto
fue obra del arquitecto Juan Antonio Cuervo, que su fachada es de estilo
neoclásico, que es de planta de cruz griega, que la capilla mayor es
semicircular y que en el altar mayor se encuentra una pintura de Francisco
Ricci que ya estaba en la antigua. El cuadro representa a Santiago Matamoros y
los expertos aseguran que las influencias de Rubens en el hacer de Ricci son
indudables. Como dato curioso y necrológico hay que decir que en la
bóveda de esta iglesia permaneció hasta su inhumación el cadáver del escritor
Mariano José de Larra, tras poner voluntariamente fin a sus días en su
domicilio de la cercana calle Santa Clara, 3, donde actualmente una placa
recuerda el desgraciado suceso. Gracias a la mediación de Ramón de Mesonero,
colega y amigo de Fígaro, pudo tener un refugio y posteriormente un lugar de
reposo sagrado el pionero del periodismo moderno de opinión pues es bien
conocido por todos que quien se suicidaba tenía prohibido recibir sepultura
en sagrado. Hoy en día los restos de Larra reposan en el cementerio
de la Sacramental de San Justo, en el panteón de hombres ilustres junto a otros
escritores como Espronceda, Núñez de Arce o Gómez de la Serna. No se nos olvide
concluir el párrafo dedicado a esta iglesia apuntando que se denomina de
Santiago y San Juan una vez absorbiera derechos y obligaciones eclesiásticas
tras la desaparición de la segunda y que de sus puertas parte la ruta madrileña
del camino que lleva a la tumba del apóstol. Unas vieiras sobresalen en su
fachada para dejar constancia de ello.
Lo normal es que su nombre tenga que ver con espejos o
algo parecido, pero nada más lejos de la realidad. En este lugar se alzaba una
de las atalayas que los árabes colocaban repartidas por la ciudad para vigilar
los avances ene…migos. Un tipo de torre que es latín se decía
“specula”, con la conquista cristiana la calle paso a ser referida como calle
del espejo, pero realmente hace referencia al torreón.
Es una de las mejores ubicaciones para
seguir la pista a la muralla cristiana que defendió Madrid en el siglo XII bajo
el reinado de Alfonso VII. En los números 10 y 14 se encuentran paños de este
muro defensivo.
https://callejeartemadrid.com/2016/10/01/recorriendo-el-madrid-medieval-la-calle-del-espejo/
Costanilla, Milaneses y Espejo
Terminando con las vías que llevan por
nombre el del santo, démosle su espacio aunque sea mínimo a la Costanilla de
Santiago, una vía de poco más de veinte metros sin nada reseñable salvo por el
hecho de que Galdós la citara en repetidas ocasiones en su cumbre
narrativa Fortunata y Jacinta, cuando se refería al lugar
hacia el que doña Barbarita, la mamá de Juanito Santacruz, se dirigía en
algunas ocasiones a realizar compras urgentes para el desenvolvimiento diario
de la vivienda familiar situada en Marqués de Pontejos. Y es que las calles que
vierten hacia la de Santiago o de ella salen no son precisamente extensas en
longitud aunque todas ellas cuentan con su pequeña intrahistoria o incluso
historia con letras de mayor tamaño. Miremos hacia la de Milaneses por ser la
que más cerca nos queda de la anterior y escribamos que su importancia radica
en primer lugar por pasar por allí el lienzo de la muralla cristiana, tras
dejar atrás la puerta de Guadalajara y antes de internarse por la del Espejo.
Ni veinte metros medirá de recorrido y su nombre le viene por dos relojeros
originarios de la ciudad italiana que defiende ese gentilicio, que llegaron a
la capital y se instalaron en esta rúa. Fueron los primeros que hicieron
relojes de bolsillo, según Répide. Traspasaron su negocio a un tal Duran que
construyó el reloj del cercano convento de San Gil “horologio célebre por lo
complicado y perfecto de su máquina”, al decir del autor de Las
calles de Madrid. Démonos la vuelta y dando la espalda a la calle
Mayor enfrentaremos una estrecha vía denominada calle del Espejo. En la placa
de la calle encontramos un espejo al lado de la denominación y nos gustaría
saber qué historia o anécdota se esconde detrás. Ninguna que tenga que ver con
espejos. Se trata de un malentendido etimológico que tiene su origen en los
tiempos del primer conquistador cristiano de Madrid, Ramiro II, quien una vez
conquistada la ciudad debió abandonarla porque no contaba con fuerzas
suficientes para defenderla. Los árabes entonces, con el fin de no caer en el
mismo error, fortificaron el lugar construyendo atalayas para otear desde
ellas el horizonte sin ningún impedimento y preparar con antelación la defensa
cuando fuera oportuno. Esas atalayas se llamaban en latín specula y de ahí la
confusión.
Santa Clara
Mariano José de
Larra, murió en la calle de la izquierda de la foto, y en la iglesia de
Santiago que asoma, expusieron el cadáver
https://www.flickr.com/photos/madridlaciudad/6720601277
Ya por el mero hecho de haber albergado al Pobrecito Hablador y haber
sido escenario de su triste final la calle Santa Clara merecería un lugar en la
historia del callejear matritense. Pero es que se trata de una vía a la que la
nobleza le sale por todos los poros de sus piedras. En el mismo lugar en que
posteriormente se levantaría el edificio donde moraría Larra anteriormente se
encontraba el convento de monjas franciscanas que da nombre a la calle, fundado
en 1460 por Alonso Álvarez de Toledo, tesorero del rey Enrique IV. El templo
desapareció a principios del siglo XIX. En las casas contiguas, pertenecientes
también al tesorero del rey, se alojó en ocasiones el propio rey y
anteriormente su padre, Juan II. Se sabe además que en 1435 se hospedó en ellas
el condestable don Álvaro de Luna, a la sazón, maestre de la orden de Santiago.
Cuenta Mesonero que allí nacería su hijo Juan, señor del Infantado “siendo sus
padrinos el rey y la reina que regalaron a la parida, doña Juana de Pimentel,
un rubí de valor de mil doblas e hicieron celebrar grandes festejos por este
motivo”. Deliciosa la prosa de don Ramón para cerrar esta referencia sin
olvidar decir que en la propia calle hay una placa donde se hace mención a
estos visitantes y otro no menos famoso y tracendente para la historia de
España, don Enrique de Trastamara.
Señores de Luzón y Cruzada
´
http://www.secretosdemadrid.es/la-postal-de-la-semana-calle-de-los-senores-de-luzon/
Cerramos esta entrada dedicada a Santiago y su entorno con dos calles
que salen casi al unísono de la plaza del apóstol y que cuentan con mucho
pasado a sus espaldas. La de Señores de Luzón hace referencia a uno de los
linajes más antiguos de la Villa y Corte pero el tener este nombre la vía puede
deberse, a juicio de Pedro de Répide, al hecho de que el tesorero y maestresala
de Juan II además de alcaide del Real Alcázar y alguacil mayor, de nombre Pedro
de Luzón, tenía ahí sus casas. Se trata del primer Luzón del que se tienen
referencias por escrito y que abría la senda a un linaje que tuvo contacto
importante con la realeza hasta prácticamente el último de los Austrias. Por
último, la calle de la Cruzada debe su nombre al famoso Tribunal de la Santa
Cruzada que tuvo su sede en ella. Dicho tribunal funcionó desde el siglo XVI
hasta 1850, centralizando en sí los tribunales correspondientes a los reinos
que configuraron la corona de los Reyes Católicos. Se encargaba de gestionar
los ingresos procedentes de Roma en pago a diferentes servicios prestados por
la corona en defensa de la fe católica frente a los enemigos de la media luna.Y
aunque podríamos decir más cosas de esta calle tampoco se trata de cansar con
farragosos y secundarios sucesos por lo que nos retiramos volviendo hacia la
plaza de Santiago no sin antes señalar que en el número 4 de la Cruzada el
escritor vallisoletano y poeta de lo cotidiano, Gaspar Núñez de Arce, vivió y
nos abandonó en los albores del siglo XX, concretamente el 9 de junio de 1903.
https://flaneandopormadrid.wordpress.com/2014/01/17/182/
https://flaneandopormadrid.wordpress.com/2014/01/16/146/
Plaza de
Cristino Martos (O de los Afligidos)
Muy
cerca de plaza de España, en la acera derecha de la calle Princesa y frente a
la plaza de los Cubos tropezamos en nuestro flanear con un coqueto rincón con
mucho pasado, que hoy día se encuentra eclipsado por ese entorno más moderno y
bullicioso. Se trata de la plaza de Cristino Martos, aunque todavía algunos
madrileños y sobre todo los vecinos de la zona de cierta edad la conocen como
plaza de los Afligidos, que fue el nombre que mantuvo hasta finales del siglo
XIX. Se trata de un precioso y tranquilo recinto donde tomarse un café en
cualquiera de sus terrazas, una copa a media tarde o cenar aprovechando
cualquiera de los muchos restaurantes que encontramos en su perímetro. A su
vez, la plaza se encuentra equipada con diversos elementos de ocio para los más
chicos, lo que permite a los padres relajarse y departir en amigable tertulia
sin temer que sus hijos desaparezcan del radar mientras ellos saborean
sosegadamente las delicias de una tarde de primavera. Es curioso comprobar cómo
un lugar tan cercano a los estridentes ruidos de la gran urbe queda
medianamente aislado y permite retrotraerse a un tiempo anterior al actual y
disfrutar, aunque sea durante un breve paréntesis, de un ritmo de vida más
relajado y menos estresante. Es quizás el mejor aval de un rincón, por otra
parte, bastante abandonado por los responsables municipales en cuanto a aseo y
limpieza del entorno.
Los Afligidos
Escaleras en la c/ Princesa de acceso a Plaza
de Cristino Martos, Madrid.
https://www.flickr.com/photos/mroa/5570868476
De su nombre actual -Cristino Martos-
hablaremos posteriormente pero cronológicamente hay que escribir que en
principio este lugar se denominó plaza de los Afligidos, en honor al convento
de San Joaquín de los Premostratenses construido ahí en 1635 y en cuyo interior
se encontraba una imagen de Nuestra Señora de los Afligidos. La cerca de Felipe
IV ya incluye el enclave y su entorno y, por tanto, de esa época podemos
escribir que data el espacio al que nos referimos. Pero esto es lo que afirma
Mesonero Romano porque Pedro de Répide sitúa la fecha de la fundación del
convento en 1610, a cargo de un tal Fray Antonio de la Torre. No vamos a
discutir por un par de décadas más o menos pero sí decir que fue cedido a los
sacerdotes irlandeses que vinieron a España a la muerte de Carlos I de
Inglaterra, que allí tuvieron su residencia y colegio antes de fundar el
hospital de San Patricio en la calle del Humilladero. Completaremos la
información diciendo que el edificio fue derribado parcialmente durante la
guerra de la Independencia y desapareció por completo a finales del siglo XIX
aunque sus restos fueron visibles hasta que se llevaron a cabo las obras de
nivelación de la calle Princesa, después de la guerra civil de 1936-39. Con el
nombre de los Afligidos aparece la plaza en las referencias que hay hasta
finales del siglo XIX y así la vemos aparecer en la literatura, en concreto en
la novela de Galdós titulada La fontana de oro. En los aledaños de la plaza tienen lugar algunos
pasajes de la obra, que hace referencia a la situación de la sociedad española,
en lo que a la vida política se refiere, en la década de los años 20 de ese
siglo. También Leandro Fernández de Moratín la utiliza como espacio en el que
se desarrolla su comedia La escuela de los maridos, una obra neoclásica que una vez más trata el tema tan
en boga en aquel momento del matrimonio, siempre desde la perspectiva del deleitar
educando propio de la literatura de la Ilustración y con clara influencia de la
comedia francesa de Molière. Pero vayamos al grano. Por acuerdo municipal de 27
de febrero de 1895 se le da a la plaza la denominación actual de Cristino
Martos, en referencia al político español del siglo XIX de ese nombre que, al
decir de los expertos, compitió en capacidad oratoria con el propio Castelar y
que se inició en la vida política a raíz de la revolución de 1854. Había nacido
en Granada en 1830 y su vida se extinguió en 1893. Abogado y político, fue
presidente de las Cortes y ministro con Amadeo de Saboya y durante la I
República. De él dice Pedro de Répide que era un orador “modelo de elegancia”
frente a la oratoria “frondosa y pomposa” de Emilio Castelar. Apunta
también El ciego de Vistillas que había “entre los estilos de
ambos la diferencia artística que existe entre el Vaticano y el Partenon”,
adjudicando a Martos la pureza y severidad del helenismo. Volviendo al recinto
motivo de esta entrada, diremos que la plazuela se encuentra ahora mismo frente
a la plaza de los Cubos, calle Princesa de por medio, pero hasta antes de la
remodelación de la plaza de España era fin de la calle Leganitos, que
actualmente discurre entre dicha plaza y la de Santo Domingo. Por otra parte,
la plazuela de Cristino Martos conecta con la calle Princesa a través de dos
escaleras laterales de granito y piedra de Colmenar que rodean una fuente.
Dichas escalinatas forman parte de un conjunto escultórico erigido por Federico
Coullaut que se inspiró en la escalera dorada de la catedral de Burgos. Cuenta
además, la referida fuente, con un pilón semicircular, un surtidor en la pared
y dos delfines que se encuentran unidos por la cola y de cuyas bocas mana agua
en abundancia. El conjunto se completa con dos esculturas que representan
alegóricamente la Abundancia -la de la derecha- y la Alegría.
https://moovemag.com/2014/08/centro-conde-duque-madrid/
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Entorno palaciego
Los alrededores de la plaza de Cristino
Martos albergan edificios históricos de gran importancia, anécdotas literarias
y hasta un inmueble ya desaparecido con su historia de fantasmas. A tiro de
piedra de la plazuela y en dirección norte se encuentra el Cuartel del
Conde-Duque, hoy lugar de indiscutible atractivo cultural y antaño recinto
militar desde su edificación por parte del primer borbón, Felipe V, como lugar
de alojamiento de su Guardia de Corps. A corta distancia en dirección noroeste
y colateral al cuartel aparece el palacio de Liria, terminado de construir en
1787 después de diversas vicisitudes y con cuarenta años de retraso sobre el
proyecto inicial del primero de los duques.
https://www.devueltaporelmundo.es/producto/madrid-conde-duque-centro-de-expresion-cultural-espana/
El Palacio de Liria es el gran
palacio propiedad de la Casa de Alba en la capital de España. Situado entre las
calle de la Princesa y de Alberto Aguilera, fue construido en 1773 por orden
del III duque de Berwick y III duque de Liria, Jacobo Fitz-James Stuart y
Ventura Colón. Perteneciente a
la Casa de Alba desde principios del siglo XIX, de este edificio se pueden dar
innumerables datos tanto históricos como arquitectónicos pero con decir que
ocupa una superficie de 3.500 metros cuadrados y que cuenta con alrededor de
200 estancias ya es suficiente para hacerse una idea de las dimensiones de esta
construcción, en cuyo diseño intervino el arquitecto Ventura Rodríguez, entre
otros. Fue destruido casi por completo durante la guerra civil y reconstruido a
continuación por Cayetana de Alba, aquí nacida y cuya fundación se encarga de
su gestión. Los Duques doña Cayetana y don Luis, tras los bombardeos de la
Segunda Guerra Mundial, rehabilitaron y llenaron su casa de tesoros
artísticos que ahora cualquiera podrá contemplar como si fuera un
distinguido invitado perteneciente a la crème de la crème aristocrática.
Esta idea procede
de Carlos Fitz-James Stuart, actual Duque de Alba, que quiere compartir la
colección familiar con todo Madrid. Y no son pocas las joyas que acumula este
palacio levantado entre 1767 y 1785: las únicas cartas autógrafas
de Cristóbal Colón, el último testamento de Fernando El Católico y la
primera edición madrileña del Quijote son parte de su
extenso patrimonio.
Aquí moran,
además, el documento que acredita el enlace matrimonial entre Juana la
Loca y Felipe El Hermoso, y un mapa de la isla de La Española dibujado por el
propio Colón. Hay hasta un escritorio que perteneció a Napoleón.
Las visitas darán
acceso a la gran biblioteca que guarda 18.000 volúmenes y a
las habitaciones que se encuentran en la planta baja y el primer piso del
palacio, como el salón de baile. También se podrán contemplar las obras
de Goya, El Greco, Velázquez, Tiziano, Zurbarán y Rubens que
decoran las paredes.
Los 14
salones que pueden visitarse están hasta arriba de maravillas
antiquísimas, y eso que se han retirado algunos elementos para que no
estuvieran tan recargadas. El Palacio de Liria no es un museo, sino una
casa familiar: los muebles y los tesoros están dispuestos de forma que
transmiten una sensación hogareña: fotos, joyeros, figuritas de porcelana… El
duque de Alba vive aquí, y preserva para su intimidad la segunda y la tercera
planta y los jardines traseros de la propiedad.
Los
tesoros artísticos, históricos y bibliográficos son infinitos e incalculable su
valor. Una pinacoteca en la que hay pintura flamenca, holandesa, española o
italiana, de sus épocas doradas, y retratos e infinitas colecciones,
constituyen un recuento somero y a vuelapluma del equipaje cultural y artístico
del palacio.
Casa del duende
http://caminandopormadrid.blogspot.com/2013/06/la-casa-del-duende.html
Cerca
de la plaza y en la actual calle Duque de Liria se encontraba la conocida como
Casa del Duende donde según la leyenda ocurrieron cosas extrañas allá por el
siglo XVIII. Cuentan los anales que la vivienda pertenecía a la marquesa de
Hornazas y que en la planta baja de la misma había una taberna cuyos
parroquianos no respetaban el silencio nocturno, molestando a la vecindad. Un
día se personó en la taberna un enano barbudo que amenazó con un escarmiento si
no cesaban los gritos y la bulla. Parece ser que la clientela tabernaria hizo
caso omiso a las advertencias del airado personajillo y semanas después
aparecieron por el local un grupo de conmilitones que, garrotes en ristre,
propinaron una soberana paliza a la alborotadora concurrencia. A esto hay que
unir la presentación de sus credenciales a la señora marquesa por parte de
varios enanos, aunque en esta ocasión en son de paz. La marquesa, atemorizada,
abandonó la vivienda, que a partir de ese momento fue alquilada en repetidas
ocasiones. Pero ninguno de los que por allí pasaban permanecían mucho tiempo y
no es necesario especificar el porqué. Se hicieron exorcismos pero ya la cosa
no tenía remedio y la gente se negó a habitar el lugar. Décadas más tarde
volvió a ocuparse la vivienda y la leyenda creció cuando se descubrió que
casualmente varios de los fusilados en la montaña del Príncipe Pío en la
madrugada del 3 de mayo de 1808 residían en el edificio. Posteriormente, un
general sublevado cuando la insurrección del cuartel de San Gil, situado en la
actual plaza de España -entonces San Marcial-, parece ser que se refugió en la
Casa del Duende. La leyenda cuenta con otras variantes como la del uso de la
vivienda para falsificar moneda -quizás la versión menos literaria pero la más
realista- y la subsiguiente invención de la historia de los duendes con el fin
de alejar a los curiosos de la zona. Incluso se alude a la intervención del
Santo Oficio con el consiguiente proceso de investigación, toma de declaración
a testigos y demás parafernalia propia del caso. Progresivamente las aguas
fueron volviendo a su cauce y la leyenda fue languideciendo. La casa
desapareció sin que se sepa bien en qué fecha ni la razón pues se habla de
vecinos piqueta en mano o de un incendio que la redujo a cenizas. Sea como
fuere, ahí queda el relato para que cada cual juzgue a su sabor.
Alejandro Sawa
No podríamos finalizar este
acercamiento a la plazuela de los Afligidos sin mencionar a uno de sus vecinos
más ilustres, por más que falleciera en la mayor de las miserias y de los
olvidos. Se trata del escritor andaluz de origen griego Alejandro Sawa, el
bohemio entre los bohemios de la literatura española y entroncado con el
movimiento modernista, que falleció en su guardillón situado en el número 7 de
la calle Conde Duque, a escasos cincuenta metros de esta la plaza. Había
viajado a París en 1889, para vivir en primera persona la vida nocturna de la
ciudad de la luz, eje literario y cultural del mundo en aquel momento. Bebió de
las fuentes parnasianas y simbolistas y se codeó con Víctor Hugo, Verlaine y
demás compañeros mártires. Casó con una francesa y tuvo una hija. En pleno
éxito periodístico y literario volvió a España en 1896 pero a partir de ahí
sobrevino su cuesta abajo. En ello tuvo bastante que ver el que se quedara
ciego y se volviera loco y, aunque siguió colaborando en los mejores periódicos
de la época, el ocaso físico y moral lo lleva progresivamente al derrumbamiento
como persona. Hundido en la miseria, el 3 de marzo de 1909 abandona el mundo de
los vivos en su humilde vivienda de Conde-Duque, en cuya fachada hay una placa
que recuerda su figura. Ramón del Valle-Inclán lo tomaría como referente para
el personaje de Max Estrella, el protagonista de la obra maestra del
esperpento, Luces de Bohemia, pieza que refleja con singular
maestría el ocaso del bohemio por antonomasia de la vida literaria española de
principios del siglo XX y que lanza un grito desgarrador sobre la situación de
la España de aquel momento, tan esperpéntica sin duda, como la actual.
https://flaneandopormadrid.wordpress.com/2014/01/14/117/
https://madridsecreto.co/la-casa-de-alba-abre-el-palacio-de-liria-a-todo-el-que-quiera-visitarlo/
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