(3) UN
PASEO POR EL MADRID DEL AYER
Calles,
lugares, personajes
Puerta Cerrada
La plaza de Puerta Cerrada es sin duda
uno de los enclaves de Madrid que más huele a historia y que no por ello está
exento de presente. Siempre encrucijada de paso, bien hacia la plaza Mayor, a
través de la calle Latoneros, a la calles de Tintoreros o Segovia o
Cuchilleros y su inseparable continuación Cava de San Miguel. Cava Baja,
Nuncio, Gómez de Mora, La Pasa y San Justo completan ese asterisco que confluye
en este irregular polígono en el que se pueden observar flaneantes de todo tipo
durante cualquier estación del año. Se apoderan de su entorno desde castizos
madrileños hasta los guiris más exóticos, que sobre todo en las calendas
bonacibles aparecen por allí apegados a su folleto turístico para hacer un alto
en el camino ocupando una de las muchas terrazas que en los aledaños de la
plaza existen. Su objetivo no es otro que el de saborear unas tapas acompañadas
de una jarra de sangría o una caña. Dependiendo de la hora y si ya se acerca el
atardecer puede cambiar dicho guion: el mojito o la caipiriña sustituyen a la
caña, si se trata de turistas conocedores de las costumbres aborígenes. Y es
que como ya apuntara Ramón de Mesonero Romanos en el siglo XIX, nos encontramos
en “un paraje típico del Madrid popular, por donde pulula la concurrencia
lugareña que acude a los mesones de la Cava Baja, que abunda en escenas
nocherniegas dignas de aguafuerte”. La cruz del centro de la plaza, que da
cierto empaque al lugar, data de mediados del siglo XIX y es la sustituta de
una de las pocas que quedaban en Madrid tras la escabechina que ordenó el
alcalde José de Marquina. No nos olvidemos de hacer mención al mural callejero
con referencias al escudo de la capital que se encuentre en una de las paredes
de uno de los edificios de la plaza ni de la taberna El Madroño que, al margen de ofrecernos bebidas
espirituosas de categoría, hace honor a su nombre presentando en la pared de la
barra una extensa panorámica de la evolución de dicho emblema. De esta zona
donde está situada la cruz arrancan las calles Latoneros y Segovia, y la calle
Cuchilleros, y la de Tintoreros y, por último, la Cava Baja. Más al oeste
tenemos las boca calles de Nuncio, San Justo, La Pasa y Gómez Mora. De todas
ellas nos ocuparemos al menos someramente líneas abajo.
Puerta de la Culebra, Sierpe o del Dragón
https://www.flickr.com/photos/mklinchin/42110340105
Centrémonos, por tanto, en desgranar
algunos datos históricos de esta Puerta Cerrada, también llamada de la Culebra,
de la Sierpe o del Dragón, por tener esculpida encima de ella una figura
parecida a un dragón o una culebra, según el criterio de todo aquel que
quisiera opinar sobre lo que sus ojos le ofrecían. El dómine López de Hoyos,
pionero en esto de historiar el pasado de la villa, puso su interés en
descifrar el origen del presunto ofidio, achacándolo a los griegos, pues dicha
figura solía aparecer, según él, en sus banderas y estandartes. Escéptico se
muestra Mesonero con esta opinión y ardores de estómago le producían los
comentarios del dómine maestro de Cervantes sobre sus versiones de hechos
pasados de su amado Magerit. Al margen de polémicas, se afirma que la puerta ya
existía en el siglo XII, que formaba parte de la cerca cristiana o segundo
recinto de la ciudad y que permitía la salida y entrada de personas hacia la
plaza del Arrabal, futura plaza Mayor. La construcción original fue derribada
en 1569 para ensanchar el paso, sustituyéndola una nueva que duró hasta 1582 y
que sería destruida por un incendio. El progresivo crecimiento urbano de
Madrid a lo largo del eje Segovia-Toledo-plaza Mayor-Atocha, hizo que el rey
Felipe II decidiera no reconstruirla. El nombre de Puerta Cerrada es consecuencia
de los rifirrafes que se producían en sus cercanías y que ponían en peligro la
vida de los vecinos o forasteros cuando el sol se escondía tras las paredes del
alcázar. A este respecto, Pedro de Répide apunta que “en aquel paraje se
escondían de noche gentes malhechoras y capeando robaban a los que por allí
debían entrar o salir…/…por lo que el Ayuntamiento mandó cerrar esa puerta
hasta que poblado el arrabal por aquel paraje se abrió de nuevo aunque
conservando paradójicamente el nombre de Puerta Cerrada”. Este hecho de llamar
cerrado a un lugar franco y abierto dio pie a que las siempre guasonas y
socarronas plumas del Siglo de Oro español dedicaran algún tiempo a comentar la
paradoja. Quevedo, Lope, Moreto o el propio Tirso hicieron mención a ello en
alguna de sus obras. En concreto, el fraile mercedario recoge en su drama La huerta de Juan Fernández esta redondilla llena de
intención: “Como Madrí está sin cerca/a todos gusto da entrada/nombre hay de
Puerta Cerrada/más pásala quien se acerca”.
https://www.pinterest.com.mx/pin/428053139577973180/
Cava Baja
De las calles que vierten hacia Puerta
Cerrada en la mitad donde se encuentra la cruz, se me permitirá decir que la más
popular, pintoresca, historiada y bulliciosa es la Cava Baja. Cierto que
durante los últimos tiempos la calle Cuchilleros con su inseparable Cava de San
Miguel le hacen la competencia como lugar apto para el disfrute diurno, el ocio
gastronómico o simplemente el paseo sin rumbo, pero aun así está lejos de
significar lo que a lo largo de la historia representó la llamada verdadera
cava. Tiene su origen esta calle en el derribo de la cerca cristiana y su
nombre alude al foso que rodeaba por la parte exterior la muralla y que servía
tanto de zona de desagüe como de vía de escape de personas en caso de
presentarse algún peligro en el interior del recinto. El prestigio histórico le
viene de ser lugar de hospedaje de los viajeros que, procedentes de Toledo, Segovia
o Guadalajara, accedían en los siglos XV y XVI a la ciudad, albergándose en
numerosos mesones y posadas donde dar reposo tanto a sus maltrechos cuerpos
como a sus cabalgaduras y carruajes. La posada de la Villa (abierta desde
1642), la del León de Oro, la del Dragón (1648) – en referencia a la figura
presente en Puerta Cerrada- o la del Segoviano -hoy reputado refectorio- son
algunas de las más conocidas y antiguas que han sobrevivido hasta nuestros
días, convertidas en bares de copas o restaurantes, para solaz de propios y
extraños de la villa y corte. Recintos estos y otros muchos que a su sombra han
ido apareciendo a lo largo de los tiempos, tremendamente concurridos
actualmente, sobretodo en noches de primavera o verano, como escondrijo
adecuado para llenar la andorga antes de acabar la velada en la Puerta de
Moros, al calor de un güisquito o una caipiriña, o como paso previo para
adentrarse en el cada vez menos variopinto ocio nocturno madrileño. Restos de
la mencionada cerca se pueden observar todavía en algunas de estas posadas
convertidas en centros gastronómicos y en algunas viviendas privadas. Hemos
dejado atrás, y que ella nos lo disculpe, la calle que une Puerta Cerrada con
Toledo que no es otra que la de Tintoreros. No tiene mayor historia que la que
le da su nombre ya que cuantitativamente tampoco es significativa su
importancia. Debe el nombre a que ahí estaban las tiendas de los llamados químicos, que perfeccionaban el arte del teñido
de sedas por la que en su día se llamó también de los Tintes.
Segovia, Latoneros y Cuchilleros/San Miguel
Calle Latoneros
Cava de San Miguel
y Arco de Cuchilleros
https://www.flickr.com/photos/8230500@N04/2122877561/lightbox/
Siguiendo el curso de las agujas del
reloj nos encontramos con una calle que cuenta con más pasado que presente y
cuyo nombre lo dice todo en la historia antigua de la capital. Se trata de la
calle de Segovia, que por sí misma tiene entidad suficiente para un capítulo
aparte. Muere en Puerta Cerrada después de haber acompañado al viajero
procedente del oeste, tanto de la Comunidad de Madrid como de Extremadura o
Portugal. A continuación se encuentra la calle más humilde
cuantitativamente pero no la menos importante de la zona porque su tráfago
humano incesante la convierte en nexo de unión con la plaza Mayor a través de
los primeros números de la calle de Toledo y el arco del mismo nombre. Tiene su
aquel la callecita de marras. Obviamente su nombre se debe a que aquí se
instaló, cuando la expansión del arrabal, el gremio de latoneros y veloneros.
Anteriormente se llamó calle de Herreros de Puerta Cerrada o con esta
denominación se alude a ella en los escritos referidos al proceso entablado
contra un tal Froilán Díaz, que moraba por estos pagos, a quien se acusaba de
hechizar al segundo de los Carlos y último de los reyes de la casa de los
Austrias. ¡Lo que hay que leer, ver y escuchar! Ni que el pobre monarca
necesitara de embrujamientos y hechizos para pasar a la historia con mucha pena
y ninguna gloria. La calle Cuchilleros y la Cava de San Miguel forman un continuum. A
fin de cuenta son una sola vía desde su origen hasta el mercado y permiten
contemplar estampas matritenses tan sorprendentes como el arco de Cuchilleros o
el mercado de San Miguel, levantado donde antes estuviera la iglesia del mismo
nombre. Lugar literario por antonomasia ya que Galdós sitúa la vivienda
de Fortunata en las buhardillas que desde la
Plaza Mayor se proyectan hacia esta calle. Aquí nos tropezamos con Casa Botín,
uno de los recintos gastronómicos más antiguos de la ciudad, también de reminiscencias
galdosianas, como bien apunta una placa puesta en su fachada. Las tan nombradas
Cuevas de Luis Candelas son para el turista o el madrileño paseante ocasión de
oro para soltarse el pelo, que es lo mismo que decir la cartera, de vez en
cuando. El anteriormente mentado mercado de San Miguel, como lugar de tapeo,
constituye la guinda de un pastel bullanguero, frivolón si se quiere, pero muy
agradable, que completa el entorno de esta Puerta Cerrada, digna de todo
nuestro encomio. Y es que es necesario empaparse de los lugares para poder
conocerlos, sacarles el partido que tienen y disfrutarlos.
Nuncio, San Justo, Pasa y Gómez de Mora
Calle del Nuncio
hacia Puerta Cerrada
La calle del Nuncio arranca al oeste de la plaza y también tiene más pasado que presente. Hoy en día es adecuada para huir del bullicio y adentrarse en ella con el fin de tomar un café de sobremesa o entablar una tertulia de rebotica en cualquier local o terraza. Debe su nombre al palacio de la Nunciatura que en su día fue sede de ese cargo vaticano.
Antiguo Palacio de la Nunciatura
Apostólica, calle del Nuncio
Dicho palacio perteneció a la tan madrileña familia Vargas y posteriormente a Rodrigo Calderón, noble al servicio de Felipe III, con una biografía tan truculenta que lo llevó al cadalso, siendo degollado en la Plaza Mayor en 1621. Su vida dio pie a dichos y refranes que mentaban su orgullo y gallardía ante los tribunales. Incluso plumas como las de Góngora, Juan de Tassis o el propio Quevedo glosaron su personalidad en conocidos sonetos. La iglesia de San Pedro el Viejo es el otro monumento importante de esta vía.
Calle Segovia a la izquierda, calle San
Justo a la derecha
En el mismo sentido de las agujas del reloj nos topamos con la calle San Justo, que forma un todo indisoluble con la de Sacramento, enlazando ambas Puerta Cerrada con plaza de la Villa. Mucha historia y no tanto presente la contemplan y edificios de interés son la propia iglesia que da nombre a la calle o el palacio del arzobispado de Madrid.
Calle de la pasa en dirección a la
Plaza del Conde de Barajas
https://www.flickr.com/photos/madridlaciudad/4364602433/in/photostream/
Cuenta la tradición que en tiempos de Luis Antonio Jaime de Borbón y
Farnesio existía una ventana en este pasadizo por la que se entregaba un
panecillo a cada pobre que había acudido a misa.
http://www.biodiversidadvirtual.org/etno/Pasadizo-del-Panecillo-1-2-Madrid.-img23407.html
http://www.biodiversidadvirtual.org/etno/Pasadizo-del-Panecillo-2-2-Madrid.-img23408.html
Una segunda entrega
de alimentos a estos indigentes consistía en un puñado de pasas, de donde
proviene el nombre de la Calle de la Pasa.
http://www.biodiversidadvirtual.org/etno/Calle-de-La-Pasa-2-2-Madrid.-img23410.html
Por otra parte, las calles de La Pasa y Gómez de Mora son sin duda más humildes que las anteriores si tenemos en cuenta el tránsito al que deben hacer frente. “El que no pasa por la calle de La Pasa no se casa” dice reiteradamente la voz del pueblo cuando se nombra esta singular ruta. Y es que ahí se encontraban tiempo atrás las oficinas de la vicaría. Enlaza dicha rúa Puerta Cerrada con Conde de Miranda y toma su nombre de unas uvas pasas que se daban como limosna junto al panecillo, que también dio nombre a otra calle cercana, y que instituyó el arzobispo Luis de Borbón.
https://www.flickr.com/photos/madridlaciudad/26036566330/
Por último, la calle Gómez de Mora que aunque no es excesivamente
importante ni por su longitud ni por su trasiego humano sí lo es por la persona
que le da el nombre, nada menos que el arquitecto que realizó la Plaza Mayor en
su diseño actual. Eso entre otros trabajos como los de la Casa de la Villa y la
Cárcel de la Corte. Y no sólo en Madrid se lució este artista del diseño
urbanístico porque al margen se quedan, que no en el olvido, el retablo del
monasterio de Guadalupe o el hospital de la Encarnación de Zamora. Ahí queda
eso, es decir, su obra.
https://flaneandopormadrid.wordpress.com/2014/01/09/puerta-cerrada-y-su-entorno/
Plaza de Canalejas (Antes de las Cuatro Calles)
https://www.expansion.com/empresas/inmobiliario/album/2017/11/03/59fc66fb46163fc3168b465d_15.html
“En poco tiempo la antigua encrucijada
de las Cuatro Calles se ha convertido en una agradable plaza redonda, rodeada
de nuevos y elegantes edificios. Esto, por lo que respecta al trozo comprendido
entre la calle del Príncipe y la Carrera de San Jerónimo, significa, sin
embargo, el entorpecimiento para la realización de un proyecto muy conveniente
para el ensanche de Madrid. La prolongación de la calle de Sevilla, borrando la
estrecha de la Cruz, cruzando la de Atocha y bajando por la Trinidad hasta la
plaza del Progreso” (hoy Tirso de Molina). En estos términos se expresaba en
1923 Pedro de Répide en su obra de obligada consulta, titulada Calles de Madrid, al respecto de este enclave tan
coqueto y singular que es la plaza de Canalejas. Bien es cierto que suele pasar
desapercibida pese a estar desde el punto de vista geográfico en un lugar de
paso obligado para acceder al barrio de Las Letras, al Congreso de los
Diputados, a Alcalá o a la mismísima Puerta del Sol. Pese al indudable abandono
en que se encuentra desde hace unos años no cabe duda de que se trata de un
rincón infravalorado en la nómina de lugares con encanto de la capital aunque,
eso sí, bocado exquisito para los auténticos flaneantes. Entre sus edificios
más señeros destaca el que alberga la antigua sede del Banco Hispano Americano,
en la esquina con la Carrera de San Jerónimo, construido a partir de 1902. La
casa Allende (1920) y el edificio Meneses (1914) completan la arquitectura del
lugar, al margen de la presencia del café del Príncipe, lugar de reposo del
paseante donde se puede disfrutar de un mojito en verano o un buen café en
invierno mientras se contempla a través de sus cristaleras el ir y venir de
madrileños y forasteros. Un proyecto para remodelar toda la zona está en
capilla y en principio debíamos sentirnos afortunados pero, a la espera de
verlo concretado y viendo por la prensa las intenciones urbanísticas que esconde,
casi mejor quedarnos como estamos. En fin, vayamos a lo nuestro.
Cuatro Calles
Esas cuatro calles que sirvieron antaño
para nombrar la plaza y cuyas fachadas se recortan de forma cóncava dándole la
peculiar forma circular al lugar, tienen todas ellas su bien ganado espacio en
los manuales de historia de la capital. Comencemos por la calle Sevilla y
otorguemos la palabra a Ramón de Mesonero quien allá por 1861 se atrevía a
decir que se trataba de “la mezquina y sombría -calle- apellidada antiguamente
de los Panaderos, después de los Peligros y en la actualidad de Sevilla y que
por sus estrecheces ha habido necesidad de cerrar al tránsito de carruajes
asfaltándola…” . El bueno de Mesonero no pudo ver la remodelación de dicha
calle, un intento inconcluso -afortunadamente- de prolongar el ensanche de
Madrid hacia Tirso de Molina, llevándose por delante la de la Cruz, entre
otras, como bien hemos apuntado líneas atrás. Muchas anécdotas tiene esta vía,
que hacia 1920 era considerada campo de operaciones de sablistas y lugar de
encuentro de toreros, cesantes y cómicos, quizás porque en su arranque en
Alcalá es donde estaba situado el famoso Café Suizo, centro de reunión durante
la edad de oro de los cafés madrileños. Tanto la calle del Príncipe como la de la
Cruz entran dentro de la historia literaria de Madrid. Enclavadas en pleno
barrio de Las Letras, ambas dieron nombre a los dos más importantes teatros
españoles del siglo XVII, donde grandes de la escena, como Lope de Vega, Tirso,
Calderón o Moreto pusieron sobre las tablas sus libretos, protagonizando sus
dramas actrices como La Calderona, Amarilis o La Tirana. Las disputas
entre chorizos y polacos, que así se denominaban los partidarios de
uno u otro recinto, eran sonadas y propias de un tiempo donde no se estilaba la
corrección política precisamente y las diferencias dialécticas se solventaban
con un palmo de acero, que diría Pérez Reverte. Ya en el siglo XVIII un
ilustrado como Moratín estrenaría El sí de las niñas o La mojigata. La calle de la Cruz debe su nombre a un cerrillo que había
antiguamente por esos pagos y sobre el que estaba colocada una cruz. El origen
del apelativo del Príncipe presenta más controversia. Unos opinan que está
dedicada a Felipe II mientras otros defienden que el nombre hace alusión al
príncipe de Fez y Marruecos, Muley Xeque, que habitó en dicha calle. Razones
cronológicas hacen más favorable la primera de las opciones aunque incluso se
llegó a especular con que se tratara de un homenaje al futuro Felipe III. La
última de las vías que atraviesa esta plaza de oeste a este es la Carrera de
San Jerónimo. Si utilizamos un término muy actual diremos que es la más
mediática, no en vano más allás de la plaza y en dirección al paseo del Prado
se encuentra el Congreso de los Diputados. Pero históricamente se trata de una
vía que ha tenido una presencia indiscutible en la vida de Madrid desde la
expansión del núcleo inicial surgido junto al antiguo Alcázar. Si los Reyes
Católicos trasladaron en el siglo XVI el monasterio de los Jerónimos a su
ubicación actual no cabe duda que la carrera fue lugar de paso para la realeza
y la nobleza hasta bien entrado el siglo XVIII. Allí se llevaron a cabo
ceremonias de jura de príncipes, se verificaron Cortes en tiempo de Fernando el
Católico y siempre sirvió como retiro a los reyes en momentos de bajón
emocional o de cualesquiera otras tribulaciones propias de sus augustas aunque
siempre pesadas obligaciones. Con la conversión del convento del Espíritu Santo
en sede de los padres de la patria, hacia mediados del siglo XIX, la
Carrera de San Jerónimo ha estado presente en los más importantes momentos de
la historia reciente de España.
José Canalejas
Uno de esos momentos trascendentes, además de luctuoso, tuvo lugar en la
fecha del 12 de noviembre de 1912 cuando en lo que hoy es Puerta del Sol 6,
esquina calle Carretas, y donde entonces se encontraba ubicada la librería San
Martín, José Canalejas, presidente del gobierno a la sazón, era asesinado por
el anarquista Manuel Pardiñas. Le gustaba pasear por la capital y solía
rechazar cualquier medida de seguridad que se le quisiera imponer. Curiosamente
hasta el gobierno había llegado el rumor que el tal Pardiñas se encontraba en
la capital con el fin de preparar alguna acción impactante, como así fue. Pero
volviendo al rincón motivo de esta entrada, hay que decir que poco tiempo
después del nefasto magnicidio, ese cruce, conocido como de las Cuatro Calles,
pasó a llevar el nombre del político asesinado. Canalejas había nacido en El
Ferrol en 1854 en el seno de una familia relacionada con el mundo del
ferrocarril. Con fama de niño prodigio, se dice que traducía sesudos textos del
francés a la tierna edad de diez años, entre otras menudencias similares.
Abogado de profesión, su carrera política está ligada a los liberales de
Sagasta. Fue ministro en numerosas y diferentes carteras, tanto con la regente
María Cristina de Habsburgo-Lorena como con Alfonso XIII, antes de ser
nombrado presidente del gobierno, cargo que ocuparía hasta su trágico
fallecimiento. Como nota pintoresca de su vida hay que decir que con 43 años de
edad y tras haber sido ya ministro en varias ocasiones, se alistó como
voluntario en la guerra de Cuba y “luchó como un soldado más”, según
afirman los cronistas de la época. Su objetivo era comprobar de primera mano la
situación del conflicto. Para finalizar, otra anécdota referida al hombre que
da nombre a esta singular plaza: la dramatización y documentalización de su
asesinato constituyó una de las piezas pioneras del cine español, filmada poco
después del atentado. Su rodaje contó con la presencia y el debut del gran
actor Pepe Isbert, que a la sazón contaba con 26 años de edad, encarnando el
papel del anarquista asesino Pardiñas.
https://flaneandopormadrid.wordpress.com/2014/01/08/plaza-de-canalejas/
Paseo del Pintor Rosales
Con el parque del Oeste como telón de fondo, el paseo del Pintor Rosales
se extiende desde el templo de Debod hasta la calle Moret. El flaneante
madrileño sabe que estamos escribiendo de un rincón tranquilo y agradable tanto
para pasear como para tomar una copa en una de sus muchas terrazas. Su zona
peatonal es adecuada también para hacer deporte o meditar sobre el devenir
cotidiano en un banco, cualquier tarde de cualquier estación del año. Pedro de
Répide escribió hace ahora aproximadamente un siglo que se trataba de una vía
“dilatada y anchurosa que es el más bello mirador de Madrid, desde donde la
vista se extiende y se recrea en la campiña carpetana hasta el lejano confín de
la gallarda serranía, fondo sin par de las más fuertes pinturas velazqueñas”.
La Chata
A mitad de dicho paseo, sobre el número 30 y cerca del teleférico, el
madrileño o visitante mínimamente atento se verá sorprendido por la presencia
de un grupo escultórico que da la espalda al parque y cuyo motivo central es
una figura de cuerpo entero de una auténtica matrona. Es La Chata, es decir la
infanta Isabel de Borbón y Borbón (Madrid, 1851-París, 1931), hija primogénita
de Isabel II y de Francisco de Asís y persona de la realeza cuya biografía
presenta algún que otro dato curioso y también su correspondiente claroscuro.
Al margen del atentado fallido que sufrió su madre cuando iba a celebrar su
nacimiento en la iglesia Virgen de Atocha, si por algo es recordada la hermana
mayor de Alfonso XII es por el cariño que siempre recibió de Madrid. Tuvo que
ver bastante en este afecto el ser aficionada a los toros y, cómo no, su
campechanía borbónica, su trato cercano y afectuoso, al decir de las gentes de
la época. Al margen de los toros, la caza y los caballos, también centraba su
atención, algo novedoso en aquellos tiempos, como era su afición a los
automóviles. El castizo apelativo de La Chata fue el sello que puso el pueblo
llano madrileño a la infanta, obviamente por la fisonomía de su nariz.
Desplazada de la sucesión al trono al nacer su hermano Alfonso, casó en 1868
con Cayetano de Borbón-Dos Sicilias. El matrimonio fue concertado y, mientras
unos defienden que la relación entre los contrayentes fue escasa y fría, otros
opinan que el cariño mutuo y el respeto no faltaron en ningún momento. Cayetano
se suicidaría tres años después del enlace en la localidad suiza de Lucerna
disparándose un tiro. Tampoco hubo hijos de por medio aunque un embarazo
fallido pudo ser el detonante del suicidio. Estuvo bastante vinculada a la
localidad segoviana de La Granja de San Ildefonso en cuyo palacio real
solía pasar sus vacaciones y organizaba tertulias femeninas entre las damas de
la alta nobleza. Parece lógico, por tanto, que sus restos reposen en la
colegiata de dicho palacio a donde llegaron en 1991 procedentes de París, donde
había muerto en abril de 1931, una semana después de proclamarse la II
República. Al hilo de esto último hay que decir que su popularidad fue tal que
los republicanos al acceder al gobierno de la nación no la obligaron a
abandonar el país como al resto de la familia real. Ella, sin embargo, prefirió
acompañar a los suyos al exilio. En la calle de Quintana, cerca del monumento
que nos ocupa, tuvo su residencia la infanta durante bastantes años de su vida.
EL RETRATO DE
EDUARDO ROSALES POR SOROLLA FUE PIEZA DEL MES EN EL ATENEO DE MADRID
http://www.pintorrosales.com/principal/articulos/retratorosales.html
Eduardo Rosales
Cerca, muy cerca del homenaje
escultórico a La Chata, en el cruce de este paseo con la calle Marqués de
Urquijo, se encuentra otra escultura sedente, erigida en memoria de quien da
nombre al paseo. Eduardo Rosales Gallinas (1836-1873) fue un madrileño de
nacimiento, hijo de un modesto funcionario. Alumno de Federico Madrazo, la
falta de medios económicos para iniciar su carrera no fue obstáculo para que
viajara a Roma en busca de mejorar su formación pictórica. Allí se unió al
grupo de pintores españoles, entre los que estaba Mariano Fortuny, integrándose
en la estética purista. Aunque en sus últimos años abrazaría según los críticos
el impresionismo, encontró su propio camino en el realismo, en cuyo movimiento
podemos inscribir uno de sus cuadros más conocidos y el que le dio el
espaldarazo definitivo a su carrera. Se trata del lienzo titulado Isabel la Católica dictando testamento, que actualmente se encuentra expuesto
en el Museo del Prado y por el que recibió la medalla de oro de la exposición
universal de París en 1867. Un año más tarde se desposó con Maximina Martínez
con quien tuvo dos hijas, una fallecida al poco de nacer. Aquejado del mal del
siglo, la tuberculosis, sus últimos años fueron un peregrinar buscando
lugares aptos para intentar mejorar su salud, Panticosa y Murcia entre otros.
En 1869 regresa definitivamente a Madrid donde fallecerá cuatro años más tarde.
Al proclamarse la I República, en 1873, se le ofrecieron cargos de importancia
como el de director del Museo del Prado o de la Academia de España en Roma. Su
salud le impidió acceder a ellos así como dejarnos una obra más extensa.
Lástima.
EL RETRATO DE
EDUARDO ROSALES POR SOROLLA FUE PIEZA DEL MES EN EL ATENEO DE MADRID
http://www.pintorrosales.com/principal/articulos/retratorosales.html
Eduardo Rosales
Cerca, muy cerca del homenaje
escultórico a La Chata, en el cruce de este paseo con la calle Marqués de
Urquijo, se encuentra otra escultura sedente, erigida en memoria de quien da
nombre al paseo. Eduardo Rosales Gallinas (1836-1873) fue un madrileño de
nacimiento, hijo de un modesto funcionario. Alumno de Federico Madrazo, la
falta de medios económicos para iniciar su carrera no fue obstáculo para que
viajara a Roma en busca de mejorar su formación pictórica. Allí se unió al
grupo de pintores españoles, entre los que estaba Mariano Fortuny, integrándose
en la estética purista. Aunque en sus últimos años abrazaría según los críticos
el impresionismo, encontró su propio camino en el realismo, en cuyo movimiento
podemos inscribir uno de sus cuadros más conocidos y el que le dio el
espaldarazo definitivo a su carrera. Se trata del lienzo titulado Isabel la Católica dictando testamento, que actualmente se encuentra expuesto
en el Museo del Prado y por el que recibió la medalla de oro de la exposición
universal de París en 1867. Un año más tarde se desposó con Maximina Martínez
con quien tuvo dos hijas, una fallecida al poco de nacer. Aquejado del mal del
siglo, la tuberculosis, sus últimos años fueron un peregrinar buscando
lugares aptos para intentar mejorar su salud, Panticosa y Murcia entre otros.
En 1869 regresa definitivamente a Madrid donde fallecerá cuatro años más tarde.
Al proclamarse la I República, en 1873, se le ofrecieron cargos de importancia
como el de director del Museo del Prado o de la Academia de España en Roma. Su
salud le impidió acceder a ellos así como dejarnos una obra más extensa.
Lástima.
Miau
Muchas más curiosidades culturales encierran
esta avenida situada en pleno barrio de Argüelles, entre otras la presencia al
final de la misma, junto al paseo de Moret y dentro del parque del Oeste, de
otra escultura, en esta ocasión levantada en honor a Concepción Arenal. O en su
inicio, con el templo de Debod en el emplazamiento en que anteriormente
estuviera el tristemente famoso Cuartel de la Montaña. O incluso un elemento
urbano más moderno y prosaico como es el teleférico que une este barrio con la
Casa de Campo. Tiempo habrá para dedicarles tiempo y espacio. Pero sin
alejarnos mucho de donde estamos, en ese cruce entre Pintor Rosales y Marqués
de Urquijo (antes Cuesta de los Areneros), es donde don Benito Pérez Galdós
sitúa el final de su novela Miau. El
protagonista de la misma, el probo funcionario don Ramón Villaamil, pone fin a
sus días pistola en mano en las cercanías de donde hoy está el teleférico y que
entonces era un barranco con caída hacia la zona de La Florida. Villaamil había
sufrido su propio viacrucis tras salir de su casa en la calle Quiñones, en pleno
barrio de San Bernardo, a media mañana. Había dejado a su nieto con unos tíos
en la calle de Reyes, había transitado por la plaza de San Marcial (hoy plaza
de España), había almorzado en una casa de comidas de la Cuesta de San Vicente,
había dado la vuelta por los terraplenes de Príncipe Pío y por último, había
enfilado lo que hoy es Pintor Rosales hasta el lugar elegido para suicidarse,
como consecuencia de sus problemas económicos pero sobre todo por la
incomprensión de una clase dirigente para la que -allá por 1890- el trabajo, el
esfuerzo y la honradez no eran aval suficiente para plantar cara al afán de
medraje, el nepotismo, el caciquismo y las influencias. ¿Les suena?
https://flaneandopormadrid.wordpress.com/2014/01/07/lachata-eduardo-rosales-y-ramon-villaamil/
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