ESTAMPAS DE LA GUERRA
EN
LA ESPAÑA VISIGODA
Entre
Vouillé y Guadalete
DOS batallas —dos
derrotas militares— encuadran cronológicamente la historia del reino visigodo
de España. En el año 507 la batalla de Vouillé, en la que el rey visigodo
Alarico II fue vencido y muerto por el franco Clodoveo, decidió el nacimiento
del reino visigodo español. Tras noventa años de existencia, el reino tolosano
se derrumbó y los visigodos hubieron de cruzar los Pirineos y buscar un nuevo
asentamiento en la Península Ibérica. Las Galias iban, por fin, a transformarse
en Francia, el país de los francos, con la excepción de la Galia Narbonense,
que sería dominio visigodo hasta comienzos del siglo VIII. Así, por extraña
paradoja, el revés militar sufrido por los godos en las cercanías de Poitiers y
la eficaz intervención de Teodorico el Ostrogodo a favor de su nieto Amalarico,
hijo del difunto Alarico II, determinaron la aparición de un reino hispánico,
que con toda razón podrá ser considerado reino y patria de los godos1. Vouillé
podría ser considerada como la feliz culpa que dio vida a la España visigoda.
Representación
de la Batalla de Vouillé (507) según una miniatura del siglo XIV. Véase el
combate entre ambos monarcas (y la muerte de Alarico II) en primer plano
(Biblioteca Nacional de los Países Bajos, La Haya).
https://historiaespana.es/edad-antigua/reino-visigodo
Esa España dura dos siglos y su desaparición se consumó en otra acción
militar, Guadalete, en el mes de julio del año 711. Pocos acontecimientos
registra la historia de tan desastrosa consecuencias como esta derrota, que
provocó la súbita desaparición de una realidad política de la entidad del reino
de los godos. Y, sin embargo, es obligado afirmar que los visigodos habían
jugado —y siguieron jugando— un papel decisivo en la configuración de España
como una de las grandes naciones europeas. San Isidoro lo advirtió lúcidamente
al ensalzar la política del «gloriosísimo Suínthila», que obtuvo un triunfo
superior al de todos los demás reyes, pues al acabar con los últimos reductos
bizantinos, «fue el primero que obtuvo el poder monárquico sobre toda la España
peninsular»2. La obra de los visigodos no desapareció por eso con la «pérdida
de España». Su legado, España, había nacido ya como entidad histórica3, y por
esa razón la secular empresa de la Reconquista no sería más que la inmensa
epopeya por rehacer España, aquella España que había sido, que se había
«perdido» pero no había muerto, y que tenía que volver a ser.
La guerra, que estuvo tan presente en el orto y el ocaso de la España
visigoda, reapareció a menudo en el curso de su historia. Hubo «grandes
guerras», pero también, de manera casi continua, «guerras menores», dirigidas
sobre todo a conseguir y fortalecer el efectivo poder de la monarquía sobre la
totalidad de la Península Ibérica. Las grandes guerras contra un enemigo
exterior fueron sobre todo guerras franco-góticas, destinadas a repeler
agresiones francas; y la verdad, es que esos enfrentamientos, a diferencia de
lo ocurrido en Vouillé, se saldaron de ordinario con victorias visigodas. Vale
la pena recordar los episodios bélicos más significativos.
Las
grandes guerras
El primero de esos episodios tuvo por escenario el valle del Ebro y lo
llamé en alguna ocasión «el primer sitio de Zaragoza»4. La invasión franca se produjo
en el año 541 y de ella nos da breve pero exacta noticia una excelente fuente
histórica contemporánea: la Crónica
Cesaraugustana: En este año —dice— los reyes francos, en número de cinco,
entraron en Hispania por Pamplona, vinieron a Zaragoza y la sitiaron por
espacio de cuarenta y nueve días, produciendo una despoblación que afectó a
casi toda la provincia Tarraconense5. Las fuentes francas son, afortunadamente,
mucho más expresivas y ofrecen relatos pormenorizados de la invasión. Se trató,
sin duda, de una expedición militar importante, encabezada por los hermanos
reyes Clotario y Childeberto, acompañado éste por tres hijos suyos. Zaragoza
resistió, y cuando la situación se hizo insostenible, los zaragozanos pusieron
su esperanza en la ayuda divina: hicieron un ayuno riguroso y una procesión
penitencial desfiló sobre los muros de la ciudad llevando la túnica de san
Vicente Mártir. Los francos creyeron que los asediados estaban lanzando un
maleficio; pero, informados por un prisionero, llamaron al obispo de la ciudad,
Juan, y le ofrecieron levantar el sitio a condición de que les entregara, —y
así lo hizo— la estola del santo mártir6.
Levantado el cerco, ¿cuál fue el definitivo éxito militar de la
expedición? Los historiadores francos dicen que los invasores pudieron regresar
a las Galias llevando consigo un gran botín que habrían tomado, no en Zaragoza
pero sí en el resto de la provincia Tarraconense. Pero esta versión del éxito
relativo de la expedición es contradicha por san Isidoro que afirma que los
francos fueron expulsados de España non
prece sed armis —no como fruto de súplicas sino por las armas—. Según uno
de los dos relatos de la Historia
Gothorum, los francos fueron perseguidos por un ejército visigodo enviado
por el rey Theudis, al mando del duque Theudiselo, su futuro sucesor en el
trono. Éste habría cortado la retirada a los francos, que hubieron de comprar a
muy alto precio una breve tregua para cruzar los Pirineos7.
Pero la principal guerra franco-gótica de todos los tiempos fue la provocada
por el ataque franco-burgundio contra la Galia Narbonense en el año 589. Era el
año de la solemne conversión de los visigodos al Catolicismo en el III Concilio
de Toledo. La finalidad del ataque, inspirado por el visceral antigoticismo de
Gontran de Borgoña —el monarca senior de la estirpe merovingia— no era otro que
la expulsión de los visigodos de la Galia Narbonense, la única provincia
transpirenaica que conservaron con posterioridad al final del reino de Tolosa.
Se trató de una operación militar de gran envergadura y, aunque quizá sea
exagerada la cifra de guerreros —sesenta mil— con que, según las fuentes
hispanas contaba el ejército franco-burgundio, éste debía ser muy superior a
sus rivales visigodos. La batalla de Carcasona constituyó por ello una
deslumbrante victoria debida a la pericia militar del duque Claudio de la
Lusitania, el mejor general de Recaredo, que no era godo de raza, sino
hispano-romano y católico: un buen indicio del grado de integración alcanzado
por los dos elementos populares —romano y godo— de la ya denominada
unitariamente gens gothorum8.
La noticia transmitida por san Isidoro no puede ser más entusiasta:
Recaredo obtuvo un glorioso triunfo sobre casi sesenta mil soldados francos que
invadían la Galia, enviando contra ellos al duque Claudio. Nunca se dio en
España una victoria de los godos ni mayor ni semejante; pues quedaron tendidos
en tierra o fueron cogidos prisioneros muchos miles de enemigos, y la parte del
ejército que quedó, habiendo logrado huir inesperadamente, perseguida por los
godos hasta los límites de su reino fue destrozada9. Juan de Bíclaro veía en su
Crónica, contemporánea de estos hechos, un signo del auxilio de la gracia
divina al católico Recaredo y a su pueblo, converso del arrianismo, y comparaba
la gesta del duque Claudio con la de Gedeón, que venció con trescientos hombres
a una ingente multitud de madianitas10. La magnitud de la victoria visigoda en
la batalla de Carcasona viene corroborada por el testimonio de las propias
fuentes francas. Gregorio de Tours, que arroja la parte principal de la culpa
sobre el duque Boso, comandante del ejército franco-burgundio, da unas cifras
alarmantes: los francos habrían tenido cinco mil muertos y otros dos mil cayeron
prisioneros11
Las
«guerras menores»
Las «guerras menores» —como ya se ha dicho— se combatieron en tierras de
Hispania o de la Galia Narbonense, y tuvieron como fin la sumisión al efectivo
dominio de la Monarquía de todo el territorio peninsular, incluido el reino
suevo de Galicia, destinado a desaparecer anexionado por su poderoso vecino
visigodo; trataron también de superar rebeliones regionales o intentonas
secesionistas que pudieran sobrevenir en cualquier momento. Estas acciones
militares alcanzaron su mayor intensidad durante el reinado de Leovigildo, el
gran monarca unificador de España. La Crónica de Juan de Bíclaro ha transmitido
una noticia fiel y puntual de aquellas acciones que se sucedieron con
sorprendente regularidad, año tras año, a lo largo de tres lustros. Una sucinta
relación de estas campañas puede contribuir a dar idea de este interesante
capítulo de la historia militar hispano-goda.
Apenas asumido por Leovigildo el gobierno de Hispania dieron comienzo
las campañas militares. En el año 570 los visigodos combatieron a los
bizantinos en la Bastetania y en la región de Málaga12; en 571 ocuparon la
importante plaza fuerte bizantina de Sidonia13; en 572 se apoderaron de la
rebelde ciudad de Córdoba, núcleo de la resistencia antigótica de la Bética, y
redujeron a su autoridad otras localidades y aldeas de la comarca14. A partir
del año 573, las expediciones se dirigieron hacia otras tierras distintas del
mediodía peninsular: ese año, el objetivo fue la región de la Sabaria poblada
por los sappos, tal vez el grupo de astures cismontanos15. En el año 574 le
tocó el turno a Cantabria, una región situada en tierras hoy de Santander y
Burgos, que se había mantenido independiente de la autoridad visigoda16. En 575
el ejército de Leovigildo hizo una incursión a una región limítrofe con el
reino suevo, los montes Aregenses, cuyo príncipe, Aspidio, fue capturado con su
mujer y sus hijos17. En 576 los visigodos «perturbaron» las fronteras con la
Galicia sueva y, su rey, Miro, envió embajadores en demanda de una paz que no
pasó de ser una precaria tregua18.
En el año 577, el esfuerzo militar visigodo se dirigió otra vez hacia el
mediodía peninsular y, en concreto, contra la Oróspeda, una abrupta región en
torno a la sierra de Cazorla; los indígenas se rebelaron y fueron reducidos por
la fuerza19. La ocupación de la Oróspeda aparecía a los ojos del Biclarense
como la culminación del ingente esfuerzo desplegado por Leovigildo desde el año
570. El cronista escribe que en el año 578, aplastados por doquier los rebeldes
y vencidos los invasores, el monarca y su pueblo pudieron gozar de un merecido
descanso. Fue un reposo temporal, pues el levantamiento en la Bética del
católico príncipe Hermenegildo y la consiguiente guerra civil entre padre e
hijo polarizaron la vida del reino durante los cinco años siguientes20. La
guerra civil, que tuvo por principal teatro la Bética, no fue óbice para que
los visigodos ocuparan en 584 una parte de Vasconia y fundasen la ciudad de
Victoriacum en un paraje cercano a la Vitoria actual21. En 585, Leovigildo, que
moriría al año siguiente, completó su gran designio político con la anexión de
la Galicia sueva. La Crónica del Biclarense proclamó con acento triunfal:
Leovigildo … sometió a su potestad la nación de los suevos, su tesoro y su
patria, e hizo de ella una provincia de los godos22.
Desaparecido el reino suevo, sometido de hecho a la autoridad de la
monarquía visigoda el conjunto de sus dominios peninsulares, no por ello
desaparecieron de la historia castrense visigoda las «guerras menores». La
presencia bizantina en el Levante peninsular provocó una serie de campañas
militares que se prolongó hasta la desaparición, en torno al año 620, de los
últimos residuos de la provincia imperial en Hispania23. Pero algún episodio
extraordinario, como la rebelión del duque Paulo en la Narbonense y, sobre
todo, la subsistencia de un limes vascón en el norte peninsular, explica que
las campañas militares, las publicae
expeditiones, constituyeran un fenómeno crónico que se prolongó hasta el
final de la España visigoda.
Retórica
y propaganda
San Isidoro, al referirse a estas «guerras menores» contra bizantinos y
vascones hace una observación interesante: en tales operaciones —dice— parece
que se trataba más que de hacer una guerra, de ejercitar a su gente como en el
juego de la palestra24. Esas campañas periódicas aparecen como unas maniobras
de adiestramiento para mantener en buena forma a la juventud, cuyo espíritu se
enardecía con el recuerdo y la práctica de las virtudes militares del pueblo de
los godos. Un pueblo que, como culminación de su gloriosa carrera, se había
fundido con España. Por eso san Isidoro termina así su Alabanza de España: la
floreciente nación de los godos, después de innumerables victorias en todo el
orbe, con empeño te conquistó y amó, y ahora te goza segura entre ínfulas
regias y copiosísimos tesoros en seguridad y felicidad de imperio25.
La conciencia de seguridad, la moral de victorias heredadas de un paseo
militar glorioso, se renovaban con el ejercicio de la milicia y constituían un
factor indispensable para mantener vivo un prestigio nacional que contribuyó a
forjar el que ha sido denominado «mito
Gótico»26. El valor de los godos había sido puesto en duda a propósito de
la batalla de Vouillé. Clodoveo presentó la guerra como una cruzada contra los
herejes: Ardo en impaciencia —dijo a sus guerreros— viendo a los arrianos
ocupar una parte de las Galias. Marchemos contra ellos y, con la ayuda de Dios,
someteremos su país. El comentario de Gregorio de Tours a la victoria franca
tiene un cierto regusto de sarcasmo: Tras unos intentos de resistencia, los
godos, según tienen por costumbre, volvieron las espaldas y Dios concedió la
victoria a Clodoveo27. Pero Vouillé —como ya se advirtió— quedaba muy atrás y
desde entonces la victoria sonrió reiteradamente a los godos en sus luchas
contra los francos. La importancia de la retórica propagandista se puso
especialmente de manifiesto con ocasión de la guerra dirigida por el rey Wamba
contra el duque Paulo de la Narbonense28.
La rebelión se produjo cuando Wamba, en el primer año de su reinado, se
encontraba luchando contra los vascones en las cercanías de Cantabria. Ante la
inesperada noticia del levantamiento de la Galia, hubo disparidad de opciones
sobre si procedía emprender de inmediato la marcha hacia la provincia rebelde o
si sería más prudente retornar a sus bases, reforzar el ejército en hombres y
pertrechos e iniciar entonces la campaña en mejores condiciones. Wamba se
declaró partidario de marchar contra los rebeldes sin demora ni descanso.
Julián de Toledo ha recogido algunas arengas pronunciadas por Wamba y por el
cabecilla de los rebeldes, que constituyen una interesante muestra de la
retórica militar de la época de la Tardía Antigüedad:
Ya
tenéis noticias, jóvenes —comenzó diciendo Wamba— de la calamidad que ha caído
sobre nosotros y de cuál es el propósito que persigue el autor de esta
sedición. Es preciso tomar la delantera al enemigo y combatirle antes de que el
incendio se propague todavía más. Sería vergonzoso no correr inmediatamente a
la lucha y regresar a nuestros hogares sin haber acabado con el… Sería
ignominioso que el adversario nos tenga por débiles y afeminados, como
ocurriría si no somos capaces de hacerle frente con todas nuestras fuerzas. Y
refiriéndose al papel que los francos pudieran tener en la rebelión de Paulo,
el monarca añadía: No es con mujeres sino contra hombre que hay que combatir;
de sobra es sabido que jamás los francos fueron capaces de resistir a los
godos. La conclusión a que Wamba llegó era terminante: ¡Asestemos sin demora un
duro golpe a los vascones y marchemos veloces contra los sediciosos, para
acabar con ellos de una vez para siempre!29.
Cuando la guerra llegaba a su punto álgido y los godos preparaban el
asalto a Nimes, el último reducto de Paulo, éste trató de levantar la moral de
sus aliados y disipar sus temores: no tenéis por qué temer —les decía—; aquel
famoso valor militar de los godos, que les hizo temibles en la defensa de lo
suyo y terribles ante el enemigo se ha marchitado. Han olvidado el arte de
combatir; no tienen ya costumbre de luchar, ni experiencia de hacer la
guerra30. Esos aliados, luego, en el fragor de la batalla, dirigirían duros
reproches a Paulo por su engañoso optimismo: de ningún modo advertimos en los
godos —protestaban— aquella indolente apatía de que nos hablaste. Bien al
contrario, les vemos rebosantes de audacia y bien resueltos a alzarse con la
victoria31. Es evidente que, en la Galia, la guerra psicológica intentada por
los rebeldes se volvió contra ellos.
La
liturgia de la guerra
En la época de la monarquía visigodo-católica, la reiteración de las
«guerras menores» llegó a dejar su huella en la liturgia de la Iglesia. La
marcha del rey y del ejército desde Toledo para dar comienzo a una campaña y el
retorno a la urbe regia estuvo rodeados de unas solemnidades rituales que
pueden reconstruirse con ayuda del Liber
Ordinum y de los himnos compuestos para estas circunstancias. Los
documentos de que disponemos permiten rehacer a grandes rasgos una estampa de
la vida religioso-castrense de la España del siglo VII.
La basílica Pretoriense de los
Santos Apóstoles Pedro y Pablo, situada extramuros de la capital toledana
—seguramente la iglesia de la mesnada real— era el escenario de la ceremonia
litúrgica de despedida del ejército que iba a entrar en campaña. El rey, al
llegar ante la puerta del templo, era incensado por dos diáconos y, luego,
precedido por los clérigos portadores de la cruz, entraba en la iglesia y se
postraba en oración. El coro cantaba la antífona ¡que Dios esté en vuestro
camino!, tras la cual el obispo rezaba en voz alta una oración pidiendo a Dios
que asistiera al monarca y a su pueblo y le concediera los bienes que más
necesitaba: un ejército valeroso, unos jefes leales, la concordia de los
corazones, para poder así obtener la victoria y retornar felizmente a aquella
misma iglesia de donde ahora partía.
El obispo hacía entonces entrega al rey de una reliquia de la «Vera Cruz» y el monarca, tras tenerla en
sus manos, la pasaba al clérigo que habría de llevarla durante toda la campaña.
Acercábanse entonces los abanderados y cada uno recibían el estandarte de manos
del obispo y salía al exterior de tal modo que junto a las puertas del templo
se congregaban todos los abanderados con sus enseñas. El obispo salía entonces
al umbral de la basílica y un diácono invitaba: ¡Humillémonos para recibir la
bendición! Otro diácono decía luego la fórmula de la despedida: En nombre de
Jesucristo, ¡Id en paz! El rey abrazaba al obispo, montaba a caballo, el
clérigo portador de la «Vera Cruz» se ponía en cabeza y todo el ejército
emprendía la marcha32. Es probable que mientras la hueste se alejaba, el clero
entonase el himno litúrgico In
profectione exercitus, conservado en el «Himnario» toledano al que pertenecen entre otras las siguientes
estrofas:
Te pedimos humildemente ¡Señor! que conduzcas por el camino derecho a
los rectores de la patria, junto con los pueblos a ellos confiados. Sé un guía
plácido para estos hijos tuyos y que la fuerza angélica les acompañe. Destruye,
¡oh Dios!, los ejércitos enemigos y sus bélicos pertrechos. Tú ¡Padre de todos
los reyes! escucha el gemido de nuestros príncipes y atendiendo a las fúnebres
ofrendas de tus fieles destruye a los enemigos con tu recta espada. Concede oh
Cristo, a nuestros cristianos reyes, la palma celestial de la victoria sobre
los adversarios33.
Mientras duraba la guerra, proseguían las plegarias por el ejército. Un
concilio de Mérida del año 666 dispuso que todos los días … se ofrezca el
Sacrificio a Dios Todopoderoso por su seguridad, la de sus súbditos y la del
ejército, para que el Señor conserve a todos la vida y el Omnipotente otorgue
la victoria al rey (can. 3)34. Terminada la guerra, el rey regresaba al frente
de las tropas a la basílica de los Santos Apóstoles. El Liber Ordinum recoge
también la liturgia del retorno y las oraciones que se recitaban en esta
circunstancia35.
Los
desastres de la guerra
El título con que se conoce la célebre serie de grabados de Goya sobre
la guerra de la Independencia tiene validez general y pone de manifiesto que
también las guerras menores podían llevar aparejados infortunios y penalidades.
Esto parece haber ocurrido concretamente en las fuertes ofensivas militares
dirigidas por el rey Sisebuto contra los bizantinos entre los años 615 y 616
36.
Es bien sabido que Sisebuto fue uno de los monarcas que más eficazmente
contribuyó a la desaparición de la provincia bizantina de España. Este monarca —escribió san Isidoro— fue notable por sus conocimientos en el arte
de la guerra y célebre por sus victorias. Redujo a su autoridad a varios
pueblos del interior que se habían rebelado. Además dirigió dos campañas contra
los bizantinos arrebatándoles algunas ciudades, entre ellas Málaga. Pero este
rey era un hombre de corazón sensible y le afectaban sinceramente los sufrimientos
que provocaba la guerra37.
La fama de piedad del monarca trascendió más allá de las fronteras del
reino. La Crónica franca de
Fredegario le atribuye esta exclamación que habría salido de sus labios a la
vista de las grandes pérdidas sufridas por sus enemigos bizantinos: ¡Ay mísero de mí, en cuyos días se produce
tan gran derramamiento de sangre humana!; y añade que salvaba de la muerte a
cuantos podía socorrer38. San Isidoro precisa todavía más: Se mostró —
dice— tan clemente después de la victoria que pagó un precio con el fin de
poner en libertad a muchos que habían sido hechos prisioneros por su ejército y
reducidos a esclavitud, llegando incluso su tesoro a servir para el rescate de
los cautivos39.
La correspondencia cruzada entre Sisebuto y el patricio bizantino
Cesario, gobernador de la España imperial y su adversario en la lucha, viene a
confirmar los sentimientos humanitarios del rey visigodo. ¿Por qué —se pregunta— los
días que deberían proporcionar gozo y alegría a quienes vivimos honestamente
han de estar ensombrecidos por fúnebres exequias, frecuentes pestes y ruinosas
calamidades? … Si se producen conflictos, si la cruenta espada se ensaña por
doquier, si los vicios de los hombres hacen que los tiempos presentes sean
tiempos de guerra, ¿qué cuentas, pensadlo, habrá que rendir a Dios por tantos
crímenes, por tantas calamidades, por tantas funestas heridas? Y el rey se
atreve a sugerir al patricio: ¡Retornemos a vuestro ardiente amor y a nuestro
limpísimo afecto!40.
Estas estampas acerca de la guerra de hace catorce siglos, con su
retórica y su propaganda, con su liturgia y hasta con los sentimientos que
provocaba, han sido compuestas sobre las fuentes documentales contemporáneas
con el deseo de ofrecer al lector una visión real de ciertos aspectos de la
historia militar de España durante la época visigoda.
José ORLANDIS ROVIRA
Catedrático de Universidad
NOTAS
TEILLET, S.: Des
Goths a la nation gothique. Les origines de l’idée de nation en Occident du V au
VII siècle, París 1984. Ofrece una extensa y documentadísima visión de la
progresiva configuración de la conciencia y de la realidad nacional de los
godos desde su primer contacto con el Imperio romano hasta la desaparición
del reino visigodo español. La historia gótica, con particular atención al
proceso de enogénesis, hasta la extinción del reino visigodo de Toulouse y
del reino ostrogodo de Italia han sido objeto de un excelente estudio
moderno: WOLFRAM, H.: Geschichte de Goten, München, 1979. 2
RODRÍGUEZ ALONSO, E.: Las historias de los godos, vándalos y suevos de
Isidoro de Sevilla. Estudio, edición crítica y traducción (León 1975)la
Historia Gothorum, 62. 3
La idea de que España es el gran legado visigótico a la historia del mundo
occidental fue formulada por R. de Abadal en «Settimane d Studio del Centro
Italiano di Studi sull’Alto Medioevo» V, Caratteri del secolo VII in
Occidente, pp. 541-585: Apropos du legs wisigothique en Espagne. La
perduración de este legado a través de la Edad Media ha sido estudiada por J.
A. Maravall en su importante obra, El concepto de España en la Edad Media
(Madrid, 1954). 4
ORLANDIS, J.: «Zaragoza visigótica» en su libro Hispania y Zaragoza en la
Antigüedad Tardía (Pamplona, 1984), pp.19-21. 5 Monumenta
Germaniae Historica, AA., XI. Chron. min. saec. IV, V, VI, VII, vol. II, ed
Th. Mommsen (Berlín 1961). Chron. Caesaraug. reliquiae ad an. 541. 6 MGH. Script. rer.
merov., I. Gregorii episcopi Turonensis Libri Historiarum X, ed. B. Krusch et W.
Levison (Hannoverae 1951), lib. III, cap. 29. Cfr.Aimoinus. De gestis
Francorum, en BOUQUET, M.: Récueil des historiens des Gaules et de la France,
III (París 1889), p. 57. Vid en este mismo volumen, p. 436, la visión que da
los hechos la Vita Sancti Droctovei. 7
Historia Gothorum, 54. 8
Una biografía del duque Claudio puede verse en ORLANDIS, J.: Semblanzas
visigodas, (Madrid, 1992) pp.79-90. 9 Historia Gothorum, 54. 10
Juan de Bíclaro, obispo de Gerona. Su vida y su obra, ed. J. Campos (Madrid
1960). Chron. ad a. 589, III, Rec.2. 11 Hist. Francorum,IX,
31. 12 Chron. Bicl. an.
II, Leov., 2. 13 Chron. Bicl. an.
III, Leov.,3. Cfr.
VALLEJO GIRVÉS, M.: Bizancio y la España Tardoantigua (ss. V-VIII): un
capítulo de historia mediterránea (Alcalá de Henares 1993), que ha estudiado
minuciosamente las campañas leovigildianas contra los bizantinos: vid. pp.
143-160. 14 Chron. Bicl. an.
IV, Leov., 2. 15
Ibid. an. V, Leov., 5. 16
Chron. Bicl. an. VI, Leovigildo 2 vid; Sancti Braulionis Caesaraugustani
Episcopi, Vita S. Emiliani, ed. crítica por L.Vázquez de Parga (Madrid 1943),
33. 17 Chron. Bicl. an.
VII, Leovigildo, 2 18 Ibid. an. VIII,
Leov., 3. 19 Ibid. an. IX.
Leoviglido, 2. 20
Chron. Bicl. an. XI, 3; XIV, 3; XV,1; XVI, 3; XVII, 3 Leov. … L. Vázquez de
Parga hizo una revisión de conjunto del problema de san Hermenegildo en su
discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia: San Hermenegildo ante
las fuentes históricas (Madrid 1973); ORLANDIS, J.: «Algunas observaciones en
torno a la «tiranía» de San Hermenegildo», en Estudios Visigóticos III
(Roma-Madrid 1962), pp. 3-12. 21 Chron. Bicl. an.
XIII Leov. 3. 22 Chron. Bicl. an.
XVII Leov. 2. 23
VALLEJO GIRVÉS, M.: Bizancio y la España Tardoantigua, pp.303-310; Historia
Gothorum,62;Chronica Muzarabica 13,en Gil, I.: Corpus Scriptorum
Muzarabicorum,I (Madrid, 1973), p. 20 24
Historia Gothorum, 54. 25
De laude Spaniae, en RODRIGUEZ ALONSO, E.: Las Historias de los Godos, p.
171. 26 MESSMER, H.:
Hispania-Idee und Gothenmythos (Zürich, 1960). 27 Historia
Francorum, II, 37. 28
La campaña de Wamba contra los rebeldes de la Galia está excepcionalmente
documentada por un testigo e historiador contemporáneo, TOLEDO Julián de:
Historia Wambae, ed. por W. Levison en MGH, Script. Rer. Merov., V,
(Hannoverae et Lipsiae, 1910) pp. 486-635. Entre la bibliografía moderna
puede consultarse, GÁRATE CORDOBA, J. M.ª: Historia del Ejército español,I
(Madrid, 1981) pp. 330-373; ORLANDIS, J.: Historia de España, 4. Epoca
visigoda (Maddrid, 1987), pp. 237-245; GARCÍA MORENO, L. A.: Historia de
España visigoda (Madrid, 1989), pp. 171-174. 29
Historia Wambae,9. 30
Ibid..,16. 31
Ibid.,17. 32
Le «Liber Ordinum», en Usage dans l’Église wisigothique et mozarabe de
l’Espagne du cinquième au onzième siècle, ed. M. Férotin (Paris 1904),
LXVIII: Incipit ordo quando rex cum exercitu ad prelium egreditur. 33
Analecta Hymnica Medii Aovi, XXVII; BLUME; C.: Hymnodia Gothica.Die
Mozarabischen Hymnen des alt-spanischen Ritus, n. 195 (Leipzig, 1897). 34
Concilios visigóticos e hispano-romanos, ed J. Vives, Barcelona-Madrid, 1963;
Concilio de Mérida (666) can. 3: Quid sit observandum tempore quo rex in
exercitu progreditur pro regis, gentis aut patriae statu atque salute. 35
Liber Ordinum,IL: Item orationes de regressu regis; ORLANDIS, J.: La vida en
España en tiempo de los Godos (Madrid, 1991), pp. 148-150 y 150-159. 36
VALLEJO GIRVÉS, M.: Bizancio y la España tardoantigua, pp. 287-302. 37
ORLANDIS, J.: Semblanzas visigodas, pp. 106-110. Biografía de Sisebuto. 38 MGH, Script.
rer. merov., II. Fredegarii et aliorum Chronica, ed. B. Krusch (Hannoverae
1888). Chron. Fredegarii, 33. 39
Historia Gothorum, 61. 40
Rescriptum Domni Sisebuti per Ansemundum ad Cesarium destinatum,en GIL, I.:
Miscellanea wisigothica, (Sevilla, 1972), pp. 8-10 |
file:///C:/Users/Familia/Downloads/La_renovacion_de_la_Historia_de_las_Batallas.pdf
http://historiasinhistorietas.blogspot.com/2011/10/infanteria-goda-siglos-v-al-vii.html
Representación
de un arquero y jinete visigodos (siglos V-V d. C.) El jinete porta jabalinas
arrojadizas para el combate a distancia, además de lanza larga para cargar a
dos manos. Autor: wraithdt.
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