viernes, 27 de noviembre de 2020

 

EL NACIMIENTO DEL INODORO

 


El sifón, un tubo en forma de S, fue la solución que adoptó Alexander Cummings para impedir que el olor de las deposiciones desechadas volviera a subir por el desagüe del retrete.


Alexander Cummings patentó en 1775 el inodoro moderno, que incorporaba un sifón en el desagüe. El ebanista Joseph Bramah presentó varias mejoras en 1778 que mejoraron su funcionamiento y su aislamiento. La imagen sobre estas líneas muestra un retrete de 1880 con el mecanismo ideado por Bramah.

 

Asi, como suele decirse, la civilización es la distancia que los humanos ponen entre ellos y sus excrementos, el retrete sería un buen indicador del nivel de esa civilización. Los romanos se acercaron mucho a la idea actual del inodoro con su sistema de letrinas públicas con agua corriente, que se llevaba de inmediato las deposiciones hacia una serie de cloacas subterráneas, de manera que los malos olores se mantenían en unos mínimos aceptables.

Pero con el colapso del Imperio este sistema dejó de usarse y durante siglos los orinales se vaciaron por las ventanas al grito de "¡Agua va!", lo que ayudó a propagar el tifus y toda clase de enfermedades infecciosas. En 1596, sir John Harrington, ahijado de la reina Isabel I, concibió un váter conectado a un depósito de agua que arrastraba los deshechos al ser descargado.

Lo instaló en el palacio real, pero el invento nunca llegó a difundirse porque la reina –no se sabe por qué motivo le negó la patente para fabricar más. Puede que, como se ha argumentado, la ausencia de redes de alcantarillado o de fosas sépticas hubiera frenado el uso a gran escala del váter de Harrington, pero también puede pensarse que las clases altas habrían imitado a la reina y el invento se habría difundido.

DOS SIGLOS MÁS TARDE

Debieron pasar casi dos siglos para que otro inglés, Alexander Cummings, retomara la idea e inventara el primer inodoro moderno. Este relojero de Londres patentó en 1775 un retrete cuyo funcionamiento se regía por el mismo principio que el de Harrington: una descarga de agua limpia arrastraba los desechos. Su gran innovación fue que el desagüe se hacía a través de un sifón, una tubería en forma de "S" que permite mantener el nivel de líquido en la taza, creando una barrera de agua limpia que impide que los malos olores retornen hacia el sanitario. Eso permitió instalar el retrete en la propia vivienda sin problemas.


El diseño del inodoro de Cummings con el sifón en el desagüe.

Cummings insertó sus inodoros en muebles de madera que los ocultaban de la vista cuando no eran usados y que contenían el dispositivo que activaba el mecanismo de descarga y desagüe. Sin embargo, el sistema no era perfecto. La cisterna goteaba con frecuencia y la válvula instalada en el fondo de la taza para cerrar el sifón tendía a atascarse.

Caricatura del siglo XVIII que muestra diferentes aseos según el país.

 

UN MODELO MEJORADO

Joseph Bramah, un ebanista que había instalado varias unidades del retrete de Cummings, se fijó en los defectos de su diseño e ideó una válvula mucho más eficaz para cerrar el sifón, que se mantenía limpia gracias al flujo del agua. Bramah añadió, además, una segunda válvula para cerrar la cisterna, evitando así las filtraciones.

Las articulaciones de estas válvulas, que funcionaban mediante muelles, estaban diseñadas para permanecer siempre secas, de manera que no se bloqueasen durante el invierno, cuando el agua llegaba a congelarse. Una palanca abría ambas válvulas a la vez y el chorro de agua llegaba al fondo del inodoro a través de un orificio cubierto por una placa de metal que evitaba salpicaduras fuera de la taza. En 1778, Bramah patentó su modelo y lo comercializó con cierto éxito, pues era más fácil de manejar y más eficaz que el de Cummings. En lo sucesivo, el aparato no dejó de perfeccionarse.

Joseph Bramah.

Albert Giblin creó un modelo en 1819 muy similar a los actuales, sin válvula en la taza. En 1849, Thomas Twyford fabricó los primeros inodoros de cerámica. En la década de 1880, Thomas Crapper, que había adquirido la patente de Giblin, inventó el flotante, el corcho que sirve para cerrar automáticamente el flujo del agua en la cisterna.

Más trascendental fue la ley del Parlamento británico de 1848 que obligó a instalar inodoros en las nuevas viviendas, aunque pasarían décadas antes de que el water closet o "armario del agua" llegara a todas las casas.

https://historia.nationalgeographic.com.es/a/nacimiento-inodoro_14927?utm_source=onesignal&utm_medium=push&utm_campaign=trafico

 

EL ORIGEN DEL BIDÉ

Para algunos es un accesorio imprescindible de la higiene íntima, para otros una manera inútil de ocupar espacio en el lavabo. Pero el nacimiento del bidé, una pieza de baño común en varios países del mundo, se remonta a otros usos más inesperados.

 

René Louis de Voyer de Paulmy, marqués de Argenson y ministro del monarca francés Luis XV, relata en sus memorias una curiosa escena: un día, al ser recibido en audiencia por Madame de Prie, se la encontró sentada a horcajadas en un curioso mueble en el que se disponía a lavarse sus partes íntimas, al parecer al mismo tiempo que hablaba con él. Esa es la primera mención escrita que se tiene del bidé, un instrumento cuyo uso se considera bastante más antiguo y sobre cuyos orígenes no hay consenso, aunque se sitúan en la Edad Media.

El nombre proviene del francés antiguo bidet, un tipo de caballo pequeño parecido a un poni, hoy extinto, que usaban las damas y niños de la nobleza para sus paseos; y hace referencia a la posición en la que hay que sentarse, igual que cuando se cabalga. Su función más obvia es la higiene íntima, como complemento al baño: en una época donde tener bañera era un privilegio incluso entre la nobleza y el grueso de la población tenía que conformarse con corrientes naturales, servía para limpiar las partes más olorosas del cuerpo los días en los que no podían bañarse.

MÉTODO ANTICONCEPTIVO

Pero más allá de la higiene corporal, el bidé tenía otra función igual de importante: la de método anticonceptivo, que si bien de eficacia dudosa, era lo máximo que se podía esperar. Este habría podido ser, incluso, su uso original: las prostitutas usaban recipientes parecidos para limpiarse después de tener relaciones, esperando evitar embarazos y enfermedades venéreas.

A pesar de este posible origen humilde, durante el siglo XVIII el bidé se popularizó entre las nobles, primero en Francia y en Italia y más adelante en otros países del sur de Europa. Para las mujeres que tenían una relación extramatrimonial (estuvieran casadas o no), era un modo de limitar el riesgo de quedar embarazadas de sus amantes; y para las casadas, una manera de evitar contagios a causa de las aventuras de sus maridos. Su uso anticonceptivo no era ningún secreto: a la reina de Nápoles María Carolina de Habsburgo-Lorena, que quiso instalar uno en su palacio de Caserta, le hicieron notar que eso podía darle mala fama ya que se trataba de un “instrumento de meretriz”, advertencia que ella ignoró.

Esta pieza del Museo Histórico Regional Carmen de Patagones, Argentina, muestra como era un bidé abierto en el siglo XIX.

Foto: CC

UN ÉXITO DISCUTIBLE

El éxito del bidé en realidad duró menos de dos siglos, ya que su difusión entre la mayoría de la población fue casi a la par con la ducha, que suplía mejor su función higiénica. Solo en la segunda mitad del siglo XIX empezó a haber instalaciones para agua corriente en las casas, y no se generalizarían hasta el XX. Para entonces, el uso del bidé había estado tan restringido que la mayoría de la población simplemente no le veía la utilidad -a pesar de lo cual algunos países, como Italia o Portugal, hicieron obligatoria su instalación en los baños-.

Pero a lo largo de su relativamente breve historia el bidé fue a menudo objeto de polémica, precisamente por su uso anticonceptivo. Su presencia parecía sugerir una vida lujuriosa por parte de sus propietarias, como le señalaron a la reina de Nápoles, y en los burdeles era el único mueble del que disponían las prostitutas además de la cama. La Iglesia criticaba ferozmente su uso, sugiriendo incluso que se usaba para practicar abortos.

Otros le dieron usos más inventivos: haciendo honor al origen del nombre -los caballos bidet-, Napoleón lo usaba para aliviar el escozor en las posaderas y los muslos después de cabalgar. Lo valoraba tanto que incluso le dejó en herencia a su hijo su preciado bidé rojo, lo que dio una enorme publicidad al utensilio y aumentó inmediatamente su popularidad entre la nobleza francesa.

Aunque hoy se encuentre en creciente desuso, este instrumento de baño ha tenido una importancia crucial en la historia europea: sin él tal vez habrían nacido otros herederos entre los grandes linajes, algunas traiciones habrían sido descubiertas, y la higiene y salud de las clases dirigentes habrían sido más deplorables. Independientemente de que nos parezca más o menos útil, nunca sabremos cómo habría sido la Europa moderna sin el bidé.

https://historia.nationalgeographic.com.es/a/origen-bide_15504?utm_source=taboola&utm_medium=feed-recirculacion&utm_campaign=trafico&utm_term=historia














 

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