sábado, 7 de noviembre de 2020

 

RONDA Y SU SERRANÍA

Y

LA COSTA GADITANA

Montes horadados por ríos que se encajan en cañones y pueblos blancos de herencia andalusí configuran el paisaje de este sorprendente rincón del interior malagueño.

 

Con solo mirar hacia el este, la vista tropieza con las montañas blancas de Sierra Nevada. En el norte se extienden los pasos naturales que unen Málaga, Córdoba y Sevilla. Y en dirección oeste, despunta la sierra gaditana de Grazalema. Pero la panorámica más impactante se encuentra al sur. Desde estas alturas se divisa el Mediterráneo que es una lámina de agua quieta entre el estrecho de Gibraltar y las costas norteafricanas. En días claros, incluso se advierten las montañas marroquís del Rif, azuladas, lejanas y también míticas.

FOTO: ISTOCK

 UN VIAJE MÍTICO

La Torrecilla regala una lección de geografía. Rodeada de pinsapos, la montaña es como un tótem visible desde todos los ángulos. La cumbre se alza en el centro del Parque Natural de la Sierra de las Nieves, uno de los ecosistemas más valiosos del sur peninsular, a cuyos pies descansa un conjunto de comarcas naturales que conforman la Serranía de Ronda. 

Hubo un tiempo en que el mito de la España romántica anidó aquí. Viajeros de mediados del siglo xix, imbuidos por el orientalismo, visitaban Granada y Córdoba, y dejaban para las últimas etapas de su periplo la ciudad de Ronda, recostada sobre un afilado tajo, en mitad de una escenografía de severos desfiladeros por donde se precipitan las aguas del Guadalevín, al que los árabes apellidaron con el dulce nombre de río de leche. Su cola de caballo, la blanca cascada que dibuja su caída hasta el foso del despeñadero, parte la ciudad en dos.


TODO CAMBIÓ A FINALES DEL SIGLO XVIII

Hasta la segunda mitad del siglo XVIII Ronda estuvo separada por aquella severa cicatriz. En 1793, el ingeniero Juan Martínez de Aldehuela reconcilió la ciudad vieja y la nueva con una soberbia obra de sillería, el Puente Nuevo. Por este icono arquitectónico cruzaron figuras esenciales de la cultura, como el poeta Rainer Maria Rilke, el escritor Ernest Hemingway o el cineasta Orson Welles, tan enamorado de esta tierra y de la maestría de su amigo torero Antonio Ordóñez que pidió ser enterrado en la finca que la familia posee a las afueras, entre dehesas y ondulados cerros.


DOS CIUDADES EN UNA

Ronda son dos ciudades unidas por un puente de piedra. En la parte nueva se halla la hermosa plaza de toros mientras que en la vieja se recoge su alma romántica entre callejas serpenteantes y en cuesta, palacios señoriales y leyendas que hablan de bandoleros nobles y damas apasionadas. Frente a ese telón teatral los viajeros románticos se sentían arrebatados. 

Las calles de la ciudad antigua se abren a recoletas plazas frente a miradores donde se advierten los anchos horizontes de la serranía. La calle Armiñán es la columna vertebral de la Ronda antigua. A un lado se deja caer hasta la Casa del Rey Moro, uno de esos palacios donde anida la leyenda y el embrujo. La casa palaciega fue construida a mediados del XVIII y posee un jardín donde el rumor de las fuentes y el perfume de las flores contrastan con las antigüedades y la azulejería andaluza de vivos colores


PAISAJISMO Y FOTOGENIA

Los parterres y estanques de la Casa del Rey Moro fueron diseñados por Jean-Claude-Nicolas Forestier por encargo de la duquesa de Parcent, propietaria entonces del palacio. El paisajista francés, autor del parque de María Luisa de Sevilla o de los jardines de Montjuïc en Barcelona –ambos de 1929–, creó un espacio de placentera serenidad al estilo de los viejos jardines andalusís. Aterrazado y abierto al tajo, del jardín desciende una escalera de doscientos peldaños hasta las orillas del río Guadalevín. La escalera forma parte de la denominada Mina del Agua, un conjunto de galerías horadadas a principios del siglo XIV y envueltas en leyendas protagonizadas por caballeros encadenados y espíritus de damas que vagan entre húmedos y umbríos pasadizos. 


PALACIOS Y HUELLAS ANDALUSÍES

Frente a la Casa del Rey Moro se alza el Palacio de Salvatierra, en cuya fachada hay labrados símbolos bíblicos e iconografías precolombinas. Hay unos baños árabes en los arrabales de la ciudad y una iglesia consagrada al Espíritu Santo que resume el patrimonio tardo gótico erigido tras la conquista de los reyes católicos, allá por 1485. 

Frente a la Casa del Rey Moro se alza el Palacio de Salvatierra, en cuya fachada hay labrados símbolos bíblicos e iconografías precolombinas. Hay unos baños árabes en los arrabales de la ciudad y una iglesia consagrada al Espíritu Santo que resume el patrimonio tardo gótico erigido tras la conquista de los reyes católicos, allá por 1485.


LOS PRIMEROS PUEBLOS BLANCOS

Ronda fue el punto de partida del primer itinerario turístico y cultural de España: la Ruta de los Pueblos Blancos. A lo largo de este recorrido hasta la localidad gaditana de Arcos de la Frontera, se atraviesan caseríos que destacan como copos de nieve sobre sierras pletóricas de naturaleza, hechizo e historia. A un salto de Ronda se hallan las localidades de Montejaque y Benaoján. La primera es dueña de una iglesia consagrada a Santiago Apóstol y, desde los restos de su primitivo castillo árabe, el pueblo se extiende por la colina como un sueño de cal, tejas árabes y arriates con flores de vivos colores. En Montejaque, además, se halla la cueva del Humilladero donde desaparecen las aguas del río Guadares para aflorar kilómetros abajo en la cueva del Gato, uno de los espacios naturales más encantadores de la comarca, una mezcla de agua, embaucador paisaje y singular geología. 

Benaoján se extiende a los pies de la Sierra Blanquilla. Su barroca iglesia del Rosario evoca los templos de la América colonial construidos por arquitectos andaluces a lo largo del siglo XVIII. El paisaje kárstico de la Serranía de Ronda ha cincelado durante millones de años cuevas. En la de La Pileta, las comunidades del Paleolítico Superior que la habitaron dejaron su memoria en las paredes a través de pinturas que expresan sus miedos, sus ilusiones y su espiritualidad. 

Nos encontramos a pocos pasos ya de la Sierra de Grazalema, que pertenece a la provincia de Cádiz. Pero en este rincón de la Baja Andalucía las fronteras provinciales carecen de sentido.


UN PUEBLO, UN PARQUE, UNA RESERVA DE LA BIOSFERA...

Grazalema es un pueblo, una sierra y un parque natural declarado Reserva de la Biosfera y Zona de Especial Protección para las Aves. Y además, es el lugar de España donde más llueve. Las nubes que entran por el Atlántico rompen en sus montañas de hasta 1650 m, que les cortan el paso, y dejan algunos años registros superiores a 4000 l/m2 –la media anual es de 2200 l/m2–, muy por encima de los de la España húmeda. 

Grazalema se extiende a los pies del cerro de San Cristóbal y es un pueblo tan blanco como sus vecinos. Posee dos barrios. Antiguamente, el Barrio Alto lo habitan los jopones (pene grande de toro), pastores y ganaderos adscritos a la humilde y encantadora iglesia de Nuestra Señora del Carmen. A sus pies se esparcían las calles y casonas del Barrio Bajo, habitado por los jopiches (pene pequeño de toro), de mayor poder adquisitivo, dedicados al negocio textil de la lana y los batanes, parroquianos de la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, más monumental y rica. 

La carretera que une Grazalema y Zahara de la Sierra es una de las más bellas del país. Trepa hasta el puerto de las Palomas a uno de cuyos lados se advierte el Pinsapar, la reserva natural donde aún resiste un abeto prehistórico endémico de esta zona y de la vecina Sierra de las Nieves, una de las rarezas botánicas más valiosas del continente europeo, cuyos cielos sobrevuelan el buitre negro y el águila real.


ZAHARA DE LA SIERRA Y LOS MAYESTÁTICOS

De uno de los márgenes de la carretera parte el exigente sendero que desciende hasta la Garganta Verde, un cerrado cañón con paredes de hasta 300 m de caída por cuyo lecho descienden las aguas del arroyo del Pinar. En tiempo de lluvias no es posible –ni aconsejable por su peligrosidad– bajar hasta él. Su excursión requiere piernas acostumbradas a andar, pero el esfuerzo merece la pena. Los días de verano, cuando el caudal del río es mínimo, la sensación de frescor en las profundidades de la garganta resulta indescriptible.

 

Andalucía es una tierra dada a los mayestáticos. Por eso los vecinos de Zahara de la Sierra consideran –y con razón– que habitan uno de los pueblos más bellos de España. Colgada de un cerro en cuya cima resiste un castillo de época nazarí, Zahara posee una iglesia que inspiró muchos templos coloniales al otro lado del océano, un conjunto de callejas encantadoras y a sus pies un embalse de aguas turquesas al que no le falta ni una playa en días de verano.


UBRIQUE LO MERECE

La Sierra de Grazalema está llena de rarezas geológicas, como la manga desnuda, en forma de una uve perfecta, que une las localidades de Villaluenga del Rosario y Benaocaz, pequeños caseríos encalados en primavera y resumidos en torno a sendas iglesias de esbeltos campanarios barrocos. 

La carretera desciende hasta Ubrique, famoso por los talleres artesanales de cuero. El pueblo está arracimado a los pies de un rocoso cerro coronado por una cruz. Su carácter intrincado y montañoso ha permitido establecer en él una ruta de miradores que tiene en la ermita de El Calvario una de sus panorámicas más atractivas. En el corazón del casco histórico, entre callejas estrechas y serpenteantes, se alzan la iglesia de Nuestra Señora de la O y la ermita de San Antonio, con su vistosa espadaña.


CREATIVIDAD RURAL

La Serranía de Ronda es un inmenso territorio cuyos caminos conducen siempre a localidades encantadoras. Cortes de la Frontera hace honor a su apellido. Establece los límites entre Cádiz y Málaga y en su centro histórico se alza el ayuntamiento, un soberbio edificio neoclásico construido en tiempos de Carlos III. La localidad es una de las puertas de entrada al Valle del Genal, que es como una pequeña patria dentro del gran matriarcado que conforma la Serranía de Ronda. El valle, tapizado de densos bosques de castaños y alcornoques, se lo reparten quince municipios a los que se llega desde carreteras que circulan desde lo alto por este paisaje agreste. 

El río Genal nace en la encantadora localidad de Igualeja, los riscos de Cartajima dejan entrever los castañales y, en el pueblo de Alpandeire, el milagro de fray Leopoldo sigue reuniendo a fieles de toda la comarca. Júzcar contó en su día con una real fábrica de paños y Genalguacil es un pueblo museo en cuyas calles se exhiben más de 130 obras de arte realizadas por artistas contemporáneos durante sus encuentros de verano. 

Entre encinares viejos se hallan Algatocín y Benarrabá. En el primero dormita un yacimiento romano, una iglesia mudéjar y una ermita pintoresca colgada de lo alto de un cerro. Benarrabá, rodeada por bosques de alcornoques y campos de almendros, aún guarda la memoria musulmana en sus múltiples acequias y fuentes, así como en los restos de la fortaleza que culmina el monte Porón.


Y AL FONDO, LA COSTA DEL SOL

Benadalid, coronado también por un castillo árabe, parece resumir en el encanto de sus calles, sus plazas mínimas, en la digna modestia de su templo parroquial o en la tierna frondosidad de su huerta toda los valores que han hecho del valle un territorio mítico al sur de la ciudad de Ronda. 

Casares y Gaucín son dos de los pueblos más encantadores del sur de Málaga, el último escalón antes de tropezar con la mar. Están coronados por sendas fortalezas, a cuyos pies los conquistadores construyeron iglesias donde antes hubo mezquitas. Son tan bellos desde las carreteras que se acercan a sus caseríos como una vez dentro, blancos y señoriales en sus callejones céntricos, perfumados de geranios y rosaledas, serenos y abiertos al paisaje. 

Los agrestes barrancos que forman el Valle del Genal se dejan caer como las aguas de su río hacia las orillas del Mediterráneo. La Costa del Sol, salpicada de ciudades turísticas, aún permite ciertas soledades a los pies de la denominada Sierra Bermeja, allí donde se extiende la ciudad de Estepona. No hay mejor final para este viaje que un baño en las templadas y limpias aguas de la playa de Guadalobón –a 8 km del centro– o en las de la zona de Arroyo Vaquero. 

El viaje que había comenzado a 1919 m, en la cumbre de La Torrecilla, finaliza al nivel en que rompen las olas del Mediterráneo, con la vista del estrecho de Gibraltar y las costas norteafricanas. Y es que hay viajes que invitan permanentemente a mirar al sur.

https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/ronda-y-su-serrania_15771/11


LA COSTA GADITANA

 

Dicen de la costa gaditana que, junto con sus reservas naturales y las dehesas del interior, compone un paisaje tan bello que duelen los ojos al contemplarlo, como cuando se abren a la luz. A pesar de una turbulenta historia de desencuentros, árabes y cristianos dejaron en Andalucía un rico patrimonio cultural, entreverado en costumbres y paisajes fabulosos. Vale la pena ir al encuentro de la luminosa Cádiz, más que una costa, todo un balcón a la belleza del Atlántico. Al volante, la dehesa deja sentir su particular microclima, en el que las brisas del Atlántico suavizan la temperatura con las blanduras, el rocío que refresca incluso en verano.


MÁXIMA NATURALEZA

La naturaleza dotó a la provincia de Cádiz con el extraordinario humedal de Doñana. La mayor reserva ecológica de Europa fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1994 y es un privilegiado refugio de aves todo el año. También viven en ella especies amenazadas como las tortugas o el lince ibérico, el avistamiento del cual resulta cada vez más frecuente gracias al trabajo del Centro de Cría El Acebuche. Entre el Parque Nacional y el entorno natural del preparque se alcanzan las 70.000 hectáreas, tamaño suficiente como para que Cádiz lo comparta con Huelva. La parte gaditana es la sur, donde destaca una de las pocas extensiones de dunas de la península.

 

El barco que remonta el Guadalquivir zarpa a primera hora de la mañana desde la antigua fábrica de hielo de Sanlúcar de Barrameda, donde se halla el centro de visitantes del parque. El trayecto incluye el desembarco en la zona conocida como La Plancha, donde se explica la forma de vida ancestral de los lugareños antes de constituirse el parque. Muy cerca, el observatorio de Llanos de Velázquez imita las chozas típicas de la región y permite observar un espacio virgen por donde campan ciervos, gamos, jabalíes y, con suerte, el lince ibérico.


SANLÚCAR DE BARRAMEDA

Las calles encaladas de Sanlúcar invitan a perderse en busca de bodegas como la de Barbadillo, donde se halla el Museo de la Manzanilla. Huele a destilado, pero también a salmuera, ya que la ciudad fue sede de la Flota de Indias entre los siglos XVI y XVII. El lucrativo comercio entre España y las colonias pasaba por aquí, y son buen reflejo de ello los palacios renacentistas de Medina Sidonia y de Orleans-Borbón, hoy sede del Ayuntamiento. Los duques de Medina Sidonia no solo fueron magnates del reino de Sevilla durante la Reconquista, sino que provenían del linaje de Guzmán el Bueno. Doñana era su coto privado de caza. 


EL CUCHAREO COMO PATRIMONIO GASTRO

Los guisos de cuchara gaditanos gozan de justa fama: garbanzos, judiones, habas, guisantes… todos se dan cita en el plato con el pulpo, el rabo de ternera o las galeras para componer una sinfonía de cuchareo y pan para mojar. Para quien busque consumir algo menos contundente la tortillita de camarones se convertirá en el principal recurso gastronómico.


MUCHO MÁS QUE UNA BODEGA

En quince minutos se llega desde Sanlúcar al palacio de Osborne, que además de espléndidos jardines guarda en su bodega los vinos de Jerez del zar Nicolás II. Otro rincón está dedicado al toro de la etiqueta, con anuncios firmados por Salvador Dalí. El pintor y el poeta Rafael Alberti se conocieron en Madrid, pero no hay noticia de que visitaran juntos El Puerto de Santa María.


CÓMO SER MARINERO EN TIERRA

La casa familiar de los Alberti en El Puerto Santa María acoge hoy un pequeño museo dedicado al poeta. Sobre los tejados se alza el omnipresente castillo de San Marcos, construido por Alfonso X. La piedra se convierte en arena en el parque de los Toruños, que propone seis tentadores kilómetros de costa salvaje, abierta a la bahía de Cádiz, ideal para recorrer en bicicleta y darse un chapuzón. Las dunas dan cobijo a los charranes, aves marinas que partirán al llegar el invierno. Enfrente, la ciudad de Cádiz parece una isla en medio del mar.


¡VIVA LA PEPA!

Un cielo diamantino ilumina Cádiz desde su fundación por los fenicios, hace tres mil años. La gloria le llegó en el siglo xviii, cuando se trasladó el monopolio del comercio con América desde Sevilla. Fue entonces cuando se construyó la Catedral Nueva, donde está enterrado el compositor Manuel de Falla. Alrededor del templo, que parece poseído por una luz interior bajo el sol del mediodía, una serie de edificios coloniales trasladan la imaginación al Caribe. Esta imagen tropical se acentúa al caminar hacia el frente marítimo y sus casas coloridas, o al pasear entre los ficus centenarios de la Alameda de Apodaca, un parque que engaña con su nombre.

De las 134 torres que hay en la ciudad, la de Tavira ofrece dos tipos de panorámicas: la de su cámara oscura, donde un juego de espejos ofrece pura ciencia fotográfica a gran escala; y la de su azotea, que con 45 m de alto era el principal vigía del puerto en el siglo XVIII. Y antes de partir hay que visitar dos oratorios, el de la Santa Cueva, cuya capilla está decorada con lienzos de Goya, y el de San Felipe Neri, donde se reunieron las Cortes de Cádiz para aprobar la Constitución de 1812, llamada la Pepa por ser promulgada el día de San José.


UNA CAPITAL DE LO MÁS FINA

Hay que tomar un desvío hacia el interior con la intención de completar el Triángulo del Vino: Puerto de Santa María, Sanlúcar y Jerez de la Frontera. El casco antiguo de esta última es peatonal y resiste el asedio de las muchas bodegas que lo rodean, algunas reconvertidas en hoteles de lujo o restaurantes con encanto, donde las tapas de primera y los finos más rotundos se maridan en armonía. A primera hora de la tarde el cielo da tregua e invita al paseo entre plazas, fuentes y naranjos, tan abundantes en las calles de esta ciudad habitada antes de la llegada de los fenicios. El efecto relajante se completa en el Alcázar de la Alameda Vieja. De origen almohade, en el siglo XII fue la residencia de los califas sevillanos y aún pueden verse la mezquita y los baños árabes.


UN MAR DE VIÑAS

En Jerez de la Frontera, a poco más de 30 km de Cádiz, el sol cambia los resplandores del mar agitado por el de los racimos que maduran en la parra. No en vano esta es la cuna de un vino que al traspasar las fronteras se denomina sherry y sigue conservando el prestigio que tenía en la Inglaterra victoriana. Se impone visitar alguno de esos templos que huelen a sabia humedad y a barrica de roble para conocer los secretos de su elaboración y crianza.


CUANDO EL CABALLO ES UN ARTE

El caballo es otro de los elementos característicos de Jerez, que cuenta son su propia feria en otoño, además de la Escuela Andaluza del Arte Ecuestre. Pero un poco más al sureste, entre un paisaje de dehesas que aparece por el interior de la provincia, está la finca Fuente del Suero, a orillas del río Guadalete, donde se cría la mayor reserva de caballos cartujanos del mundo, descendientes de los que viajaron al Nuevo Mundo con Colón.


UNA PARAÍSO PLAYERO

Desde Medina Sidonia es fácil retomar la ruta del litoral dirigiéndose hacia Chiclana, para no abandonar más durante el resto del viaje la Costa de la Luz. Esta población es un buen enclave de servicios, famosa por la Fábrica-Museo de Muñecas Marín, la más antigua de España. El antiguo poblado de Sancti Petri casi se confunde con un barrio costero de Chiclana. Emplazado donde la península de Cádiz enlaza con tierra firme, Sancti Petri fue una villa de pescadores de atún, rodeada de marismas y barras de arena que hoy forman parte del Parque Natural Bahía de Cádiz. Más de 200 especies de aves acuáticas habitan junto a las cálidas arenas de La Barrosa, playa kilométrica vecina del Castillo de Sancti Petri, dedicado a Hércules. Fue precisamente el semidiós griego quien, en su décimo trabajo, separó las columnas de Gibraltar, es decir, los promontorios que flanquean el estrecho. 


EXALTACIÓN DEL BLANCO

Vejer de la Frontera, uno de los pueblos más bonitos del sur peninsular. Su caserío encalado se eleva por calles empinadas hasta un sinfín de miradores y patios saturados de flores, una estampa de fuerte sabor andalusí. Su trazado no ha cambiado desde que Fernando III se la arrebató a los musulmanes.


MECA DEL SURF

Y ya cerca del final, Zahara de los Atunes aparece encajada entre el mar y la sierra, hasta hace poco frecuentada solo por surfistas y hippies. De casitas bajas y plazuelas irregulares, en la Playa de los Alemanes abundan los que buscan la mejor ola, como en Tarifa, el gran destino surfero del sur. Aquí confluyen los vientos de levante y poniente, removiendo las aguas y las dunas de Los Lances. El estrecho de Gibraltar tiene otro aliciente más: delfines de varias especies, calderones, rorcuales, cachalotes e incluso orcas acuden hasta aquí para alimentarse y, de paso, ofrecer un espectáculo único a las barcas que salen a su encuentro.


PLAYA DE REGLA (PARA COSMOPOLITAS EN CHANCLAS)

Se ve tan familiar y concurrida, con sus chiringuitos a pies de paseo y las tumbonas y parasoles que resulta difícil imaginar que esta playa, en realidad, guarda algunos secretos. A finales del S. XIX, la playa de Regla, en Chipiona, fue escogida por sus aguas curativas para fundar el Primer Sanatorio Marítimo de España, el Sanatorio de Santa Clara, en el año de 1897 donde se trataron numerosos tuberculosos. No fue cosa de milagro, si no de yodo, que parece ser que se encuentra en altas dosis en el mar. Pero es que, además, hay cerca un faro histórico que se remonta a eso del año 140 a. C. Eso sin contar con la evidente presencia del  Monasterio de Nuestra Señora de Regla. Vaya toda una lección de historia. La temporada playera alarga hasta la festividad de la Virgen de Regla, el día 8 de septiembre, cuando la playa se llena de ambiente festivo.

 

 

https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/doce-paradas-para-escapada-por-costa-cadiz_15848/12

https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/cadiz-mejores-playas-costa-luz_14266/10

 




















































 

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