RONDA Y SU SERRANÍA
Y
LA COSTA GADITANA
Montes horadados
por ríos que se encajan en cañones y pueblos blancos de herencia andalusí
configuran el paisaje de este sorprendente rincón del interior malagueño.
Con solo mirar hacia
el este, la vista tropieza con las montañas blancas de Sierra Nevada. En el norte
se extienden los pasos naturales que unen Málaga, Córdoba y Sevilla. Y en
dirección oeste, despunta la sierra gaditana de Grazalema. Pero la panorámica
más impactante se encuentra al sur. Desde estas alturas se divisa el
Mediterráneo que es una lámina de agua quieta entre el estrecho de Gibraltar y
las costas norteafricanas. En días claros, incluso se advierten las montañas
marroquís del Rif, azuladas, lejanas y también míticas.
FOTO: ISTOCK
UN VIAJE MÍTICO
La Torrecilla
regala una lección de geografía. Rodeada de pinsapos, la montaña es como un
tótem visible desde todos los ángulos. La cumbre se alza en el centro del
Parque Natural de la Sierra de las Nieves, uno de los ecosistemas más valiosos
del sur peninsular, a cuyos pies descansa un conjunto de comarcas naturales que
conforman la Serranía de Ronda.
Hubo un tiempo en
que el mito de la España romántica anidó aquí. Viajeros de mediados del siglo
xix, imbuidos por el orientalismo, visitaban Granada y Córdoba, y dejaban para
las últimas etapas de su periplo la ciudad de Ronda, recostada sobre un afilado
tajo, en mitad de una escenografía de severos desfiladeros por donde se
precipitan las aguas del Guadalevín, al que los árabes apellidaron con el dulce
nombre de río de leche. Su cola de caballo, la blanca cascada que dibuja su
caída hasta el foso del despeñadero, parte la ciudad en dos.
TODO
CAMBIÓ A FINALES DEL SIGLO XVIII
Hasta la segunda
mitad del siglo XVIII Ronda estuvo separada por aquella severa cicatriz. En
1793, el ingeniero Juan Martínez de Aldehuela reconcilió la ciudad vieja y la
nueva con una soberbia obra de sillería, el Puente Nuevo. Por este icono
arquitectónico cruzaron figuras esenciales de la cultura, como el poeta Rainer
Maria Rilke, el escritor Ernest Hemingway o el cineasta Orson Welles, tan
enamorado de esta tierra y de la maestría de su amigo torero Antonio Ordóñez
que pidió ser enterrado en la finca que la familia posee a las afueras, entre
dehesas y ondulados cerros.
DOS
CIUDADES EN UNA
Ronda son dos ciudades unidas por un puente de piedra. En la parte nueva se halla la hermosa plaza de toros mientras que en la vieja se recoge su alma romántica entre callejas serpenteantes y en cuesta, palacios señoriales y leyendas que hablan de bandoleros nobles y damas apasionadas. Frente a ese telón teatral los viajeros románticos se sentían arrebatados.
Las calles de la
ciudad antigua se abren a recoletas plazas frente a miradores donde se
advierten los anchos horizontes de la serranía. La calle Armiñán es la columna
vertebral de la Ronda antigua. A un lado se deja caer hasta la Casa del Rey
Moro, uno de esos palacios donde anida la leyenda y el embrujo. La casa
palaciega fue construida a mediados del XVIII y posee un jardín donde el rumor
de las fuentes y el perfume de las flores contrastan con las antigüedades y la
azulejería andaluza de vivos colores
PAISAJISMO
Y FOTOGENIA
Los parterres y
estanques de la Casa del Rey Moro fueron diseñados por Jean-Claude-Nicolas
Forestier por encargo de la duquesa de Parcent, propietaria entonces del
palacio. El paisajista francés, autor del parque de María Luisa de Sevilla o de
los jardines de Montjuïc en Barcelona –ambos de 1929–, creó un espacio de
placentera serenidad al estilo de los viejos jardines andalusís. Aterrazado y
abierto al tajo, del jardín desciende una escalera de doscientos peldaños hasta
las orillas del río Guadalevín. La escalera forma parte de la denominada Mina
del Agua, un conjunto de galerías horadadas a principios del siglo XIV y
envueltas en leyendas protagonizadas por caballeros encadenados y espíritus de
damas que vagan entre húmedos y umbríos pasadizos.
PALACIOS
Y HUELLAS ANDALUSÍES
Frente a la Casa
del Rey Moro se alza el Palacio de Salvatierra, en cuya fachada hay labrados
símbolos bíblicos e iconografías precolombinas. Hay unos baños árabes en los
arrabales de la ciudad y una iglesia consagrada al Espíritu Santo que resume el
patrimonio tardo gótico erigido tras la conquista de los reyes católicos, allá
por 1485.
Frente a la Casa
del Rey Moro se alza el Palacio de Salvatierra, en cuya fachada hay labrados
símbolos bíblicos e iconografías precolombinas. Hay unos baños árabes en los
arrabales de la ciudad y una iglesia consagrada al Espíritu Santo que resume el
patrimonio tardo gótico erigido tras la conquista de los reyes católicos, allá
por 1485.
LOS
PRIMEROS PUEBLOS BLANCOS
Ronda fue el punto
de partida del primer itinerario turístico y cultural de España: la Ruta de los
Pueblos Blancos. A lo largo de este recorrido hasta la localidad gaditana de
Arcos de la Frontera, se atraviesan caseríos que destacan como copos de nieve sobre
sierras pletóricas de naturaleza, hechizo e historia. A un salto de Ronda se
hallan las localidades de Montejaque y Benaoján. La primera es dueña de una
iglesia consagrada a Santiago Apóstol y, desde los restos de su primitivo
castillo árabe, el pueblo se extiende por la colina como un sueño de cal, tejas
árabes y arriates con flores de vivos colores. En Montejaque, además, se halla
la cueva del Humilladero donde desaparecen las aguas del río Guadares para
aflorar kilómetros abajo en la cueva del Gato, uno de los espacios naturales
más encantadores de la comarca, una mezcla de agua, embaucador paisaje y
singular geología.
Benaoján se
extiende a los pies de la Sierra Blanquilla. Su barroca iglesia del Rosario
evoca los templos de la América colonial construidos por arquitectos andaluces
a lo largo del siglo XVIII. El paisaje kárstico de la Serranía de Ronda ha
cincelado durante millones de años cuevas. En la de La Pileta, las comunidades
del Paleolítico Superior que la habitaron dejaron su memoria en las paredes a
través de pinturas que expresan sus miedos, sus ilusiones y su
espiritualidad.
Nos encontramos a
pocos pasos ya de la Sierra de Grazalema, que pertenece a la provincia de
Cádiz. Pero en este rincón de la Baja Andalucía las fronteras provinciales
carecen de sentido.
UN
PUEBLO, UN PARQUE, UNA RESERVA DE LA BIOSFERA...
Grazalema es un pueblo, una sierra y un
parque natural declarado Reserva de la Biosfera y Zona de Especial Protección
para las Aves. Y además, es el lugar de España donde más llueve. Las nubes que
entran por el Atlántico rompen en sus montañas de hasta 1650 m, que les cortan
el paso, y dejan algunos años registros superiores a 4000 l/m2 –la media anual
es de 2200 l/m2–, muy por encima de los de la España húmeda.
Grazalema se extiende a los pies del
cerro de San Cristóbal y es un pueblo tan blanco como sus vecinos. Posee dos
barrios. Antiguamente, el Barrio Alto lo habitan los jopones (pene grande de
toro), pastores y ganaderos adscritos a la humilde y encantadora iglesia de
Nuestra Señora del Carmen. A sus pies se esparcían las calles y casonas del
Barrio Bajo, habitado por los jopiches (pene pequeño de toro), de mayor poder
adquisitivo, dedicados al negocio textil de la lana y los batanes, parroquianos
de la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, más monumental y rica.
La carretera que une Grazalema y Zahara
de la Sierra es una de las más bellas del país. Trepa hasta el puerto de las
Palomas a uno de cuyos lados se advierte el Pinsapar, la reserva natural donde
aún resiste un abeto prehistórico endémico de esta zona y de la vecina Sierra
de las Nieves, una de las rarezas botánicas más valiosas del continente
europeo, cuyos cielos sobrevuelan el buitre negro y el águila real.
ZAHARA
DE LA SIERRA Y LOS MAYESTÁTICOS
De uno de los márgenes
de la carretera parte el exigente sendero que desciende hasta la Garganta
Verde, un cerrado cañón con paredes de hasta 300 m de caída por cuyo lecho
descienden las aguas del arroyo del Pinar. En tiempo de lluvias no es posible
–ni aconsejable por su peligrosidad– bajar hasta él. Su excursión requiere
piernas acostumbradas a andar, pero el esfuerzo merece la pena. Los días de
verano, cuando el caudal del río es mínimo, la sensación de frescor en las
profundidades de la garganta resulta indescriptible.
Andalucía es una
tierra dada a los mayestáticos. Por eso los vecinos de Zahara de la Sierra
consideran –y con razón– que habitan uno de los pueblos más bellos de España.
Colgada de un cerro en cuya cima resiste un castillo de época nazarí, Zahara
posee una iglesia que inspiró muchos templos coloniales al otro lado del
océano, un conjunto de callejas encantadoras y a sus pies un embalse de aguas
turquesas al que no le falta ni una playa en días de verano.
UBRIQUE
LO MERECE
La Sierra de
Grazalema está llena de rarezas geológicas, como la manga desnuda, en forma de
una uve perfecta, que une las localidades de Villaluenga del Rosario y
Benaocaz, pequeños caseríos encalados en primavera y resumidos en torno a
sendas iglesias de esbeltos campanarios barrocos.
La carretera
desciende hasta Ubrique, famoso por los talleres artesanales de cuero. El
pueblo está arracimado a los pies de un rocoso cerro coronado por una cruz. Su
carácter intrincado y montañoso ha permitido establecer en él una ruta de
miradores que tiene en la ermita de El Calvario una de sus panorámicas más
atractivas. En el corazón del casco histórico, entre callejas estrechas y
serpenteantes, se alzan la iglesia de Nuestra Señora de la O y la ermita de San
Antonio, con su vistosa espadaña.
CREATIVIDAD
RURAL
La Serranía de
Ronda es un inmenso territorio cuyos caminos conducen siempre a localidades
encantadoras. Cortes de la Frontera hace honor a su apellido. Establece los
límites entre Cádiz y Málaga y en su centro histórico se alza el ayuntamiento,
un soberbio edificio neoclásico construido en tiempos de Carlos III. La
localidad es una de las puertas de entrada al Valle del Genal, que es como una
pequeña patria dentro del gran matriarcado que conforma la Serranía de Ronda.
El valle, tapizado de densos bosques de castaños y alcornoques, se lo reparten
quince municipios a los que se llega desde carreteras que circulan desde lo
alto por este paisaje agreste.
El río Genal nace
en la encantadora localidad de Igualeja, los riscos de Cartajima dejan entrever
los castañales y, en el pueblo de Alpandeire, el milagro de fray Leopoldo sigue
reuniendo a fieles de toda la comarca. Júzcar contó en su día con una real
fábrica de paños y Genalguacil es un pueblo museo en cuyas calles se exhiben
más de 130 obras de arte realizadas por artistas contemporáneos durante sus
encuentros de verano.
Entre encinares
viejos se hallan Algatocín y Benarrabá. En el primero dormita un yacimiento
romano, una iglesia mudéjar y una ermita pintoresca colgada de lo alto de un
cerro. Benarrabá, rodeada por bosques de alcornoques y campos de almendros, aún
guarda la memoria musulmana en sus múltiples acequias y fuentes, así como en
los restos de la fortaleza que culmina el monte Porón.
Y
AL FONDO, LA COSTA DEL SOL
Benadalid,
coronado también por un castillo árabe, parece resumir en el encanto de sus
calles, sus plazas mínimas, en la digna modestia de su templo parroquial o en
la tierna frondosidad de su huerta toda los valores que han hecho del valle un
territorio mítico al sur de la ciudad de Ronda.
Casares y Gaucín
son dos de los pueblos más encantadores del sur de Málaga, el último escalón
antes de tropezar con la mar. Están coronados por sendas fortalezas, a cuyos
pies los conquistadores construyeron iglesias donde antes hubo mezquitas. Son
tan bellos desde las carreteras que se acercan a sus caseríos como una vez
dentro, blancos y señoriales en sus callejones céntricos, perfumados de
geranios y rosaledas, serenos y abiertos al paisaje.
Los agrestes
barrancos que forman el Valle del Genal se dejan caer como las aguas de su río
hacia las orillas del Mediterráneo. La Costa del Sol, salpicada de ciudades
turísticas, aún permite ciertas soledades a los pies de la denominada Sierra
Bermeja, allí donde se extiende la ciudad de Estepona. No hay mejor final para
este viaje que un baño en las templadas y limpias aguas de la playa de
Guadalobón –a 8 km del centro– o en las de la zona de Arroyo Vaquero.
El viaje que había
comenzado a 1919 m, en la cumbre de La Torrecilla, finaliza al nivel en que
rompen las olas del Mediterráneo, con la vista del estrecho de Gibraltar y las
costas norteafricanas. Y es que hay viajes que invitan permanentemente a mirar
al sur.
https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/ronda-y-su-serrania_15771/11
LA COSTA GADITANA
Dicen
de la costa gaditana que, junto con sus reservas naturales y las dehesas del
interior, compone un paisaje tan bello que duelen los ojos al contemplarlo,
como cuando se abren a la luz. A pesar de una turbulenta historia de
desencuentros, árabes y cristianos dejaron en Andalucía un rico patrimonio
cultural, entreverado en costumbres y paisajes fabulosos. Vale la pena ir al
encuentro de la luminosa Cádiz, más que una costa, todo un balcón a la belleza
del Atlántico. Al volante, la dehesa deja sentir su particular microclima, en
el que las brisas del Atlántico suavizan la temperatura con las blanduras, el
rocío que refresca incluso en verano.
MÁXIMA
NATURALEZA
La naturaleza dotó
a la provincia de Cádiz con el extraordinario humedal de Doñana. La mayor
reserva ecológica de Europa fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1994 y
es un privilegiado refugio de aves todo el año. También viven en ella especies
amenazadas como las tortugas o el lince ibérico, el avistamiento del cual
resulta cada vez más frecuente gracias al trabajo del Centro de Cría El
Acebuche. Entre el Parque Nacional y el entorno natural del preparque se
alcanzan las 70.000 hectáreas, tamaño suficiente como para que Cádiz lo
comparta con Huelva. La parte gaditana es la sur, donde destaca una de las
pocas extensiones de dunas de la península.
El barco que
remonta el Guadalquivir zarpa a primera hora de la mañana desde la antigua
fábrica de hielo de Sanlúcar de Barrameda, donde se halla el centro de
visitantes del parque. El trayecto incluye el desembarco en la zona conocida
como La Plancha, donde se explica la forma de vida ancestral de los lugareños
antes de constituirse el parque. Muy cerca, el observatorio de Llanos de
Velázquez imita las chozas típicas de la región y permite observar un espacio
virgen por donde campan ciervos, gamos, jabalíes y, con suerte, el lince
ibérico.
SANLÚCAR
DE BARRAMEDA
Las calles
encaladas de Sanlúcar invitan a perderse en busca de bodegas como la de
Barbadillo, donde se halla el Museo de la Manzanilla. Huele a destilado,
pero también a salmuera, ya que la ciudad fue sede de la Flota de Indias entre
los siglos XVI y XVII. El lucrativo comercio entre España y las colonias pasaba
por aquí, y son buen reflejo de ello los palacios renacentistas de Medina
Sidonia y de Orleans-Borbón, hoy sede del Ayuntamiento. Los duques de Medina
Sidonia no solo fueron magnates del reino de Sevilla durante la Reconquista,
sino que provenían del linaje de Guzmán el Bueno. Doñana era su coto privado de
caza.
EL
CUCHAREO COMO PATRIMONIO GASTRO
Los guisos de
cuchara gaditanos gozan de justa fama: garbanzos, judiones, habas, guisantes…
todos se dan cita en el plato con el pulpo, el rabo de ternera o las galeras
para componer una sinfonía de cuchareo y pan para mojar. Para quien
busque consumir algo menos contundente la tortillita de
camarones se convertirá en el principal recurso gastronómico.
MUCHO
MÁS QUE UNA BODEGA
En quince minutos
se llega desde Sanlúcar al palacio de Osborne, que además de espléndidos
jardines guarda en su bodega los vinos de Jerez del zar Nicolás II. Otro rincón
está dedicado al toro de la etiqueta, con anuncios firmados por Salvador Dalí.
El pintor y el poeta Rafael Alberti se conocieron en Madrid, pero no hay
noticia de que visitaran juntos El Puerto de Santa María.
CÓMO
SER MARINERO EN TIERRA
La casa
familiar de los Alberti en El Puerto Santa María acoge hoy un pequeño museo
dedicado al poeta. Sobre los tejados se alza el omnipresente castillo de San
Marcos, construido por Alfonso X. La piedra se convierte en arena en el parque
de los Toruños, que propone seis tentadores kilómetros de costa salvaje,
abierta a la bahía de Cádiz, ideal para recorrer en bicicleta y darse un
chapuzón. Las dunas dan cobijo a los charranes, aves marinas que partirán al
llegar el invierno. Enfrente, la ciudad de Cádiz parece una isla en medio del
mar.
¡VIVA
LA PEPA!
Un cielo diamantino ilumina Cádiz desde su fundación por los fenicios, hace tres mil años. La gloria le llegó en el siglo xviii, cuando se trasladó el monopolio del comercio con América desde Sevilla. Fue entonces cuando se construyó la Catedral Nueva, donde está enterrado el compositor Manuel de Falla. Alrededor del templo, que parece poseído por una luz interior bajo el sol del mediodía, una serie de edificios coloniales trasladan la imaginación al Caribe. Esta imagen tropical se acentúa al caminar hacia el frente marítimo y sus casas coloridas, o al pasear entre los ficus centenarios de la Alameda de Apodaca, un parque que engaña con su nombre.
De las 134 torres
que hay en la ciudad, la de Tavira ofrece dos tipos de panorámicas: la de su
cámara oscura, donde un juego de espejos ofrece pura ciencia fotográfica a gran
escala; y la de su azotea, que con 45 m de alto era el principal vigía del
puerto en el siglo XVIII. Y antes de partir hay que visitar dos oratorios, el
de la Santa Cueva, cuya capilla está decorada con lienzos de Goya, y el de San
Felipe Neri, donde se reunieron las Cortes de Cádiz para aprobar la
Constitución de 1812, llamada la Pepa por ser promulgada el día de San José.
UNA
CAPITAL DE LO MÁS FINA
Hay que tomar un
desvío hacia el interior con la intención de completar el Triángulo del Vino:
Puerto de Santa María, Sanlúcar y Jerez de la Frontera. El casco antiguo de
esta última es peatonal y resiste el asedio de las muchas bodegas que lo
rodean, algunas reconvertidas en hoteles de lujo o restaurantes con encanto,
donde las tapas de primera y los finos más rotundos se maridan en armonía. A
primera hora de la tarde el cielo da tregua e invita al paseo entre plazas,
fuentes y naranjos, tan abundantes en las calles de esta ciudad habitada antes
de la llegada de los fenicios. El efecto relajante se completa en el Alcázar de
la Alameda Vieja. De origen almohade, en el siglo XII fue la residencia de los
califas sevillanos y aún pueden verse la mezquita y los baños árabes.
UN
MAR DE VIÑAS
En Jerez de la
Frontera, a poco más de 30 km de Cádiz, el sol cambia los resplandores del mar
agitado por el de los racimos que maduran en la parra. No en vano esta es
la cuna de un vino que al traspasar las fronteras se denomina sherry y sigue
conservando el prestigio que tenía en la Inglaterra victoriana. Se impone
visitar alguno de esos templos que huelen a sabia humedad y a barrica de roble
para conocer los secretos de su elaboración y crianza.
CUANDO
EL CABALLO ES UN ARTE
El caballo es otro
de los elementos característicos de Jerez, que cuenta son su propia feria en
otoño, además de la Escuela Andaluza del Arte Ecuestre. Pero un poco más
al sureste, entre un paisaje de dehesas que aparece por el interior de la
provincia, está la finca Fuente del Suero, a orillas del río Guadalete, donde
se cría la mayor reserva de caballos cartujanos del mundo, descendientes de los
que viajaron al Nuevo Mundo con Colón.
UNA
PARAÍSO PLAYERO
Desde Medina
Sidonia es fácil retomar la ruta del litoral dirigiéndose hacia Chiclana, para
no abandonar más durante el resto del viaje la Costa de la Luz. Esta población
es un buen enclave de servicios, famosa por la Fábrica-Museo de Muñecas Marín,
la más antigua de España. El antiguo poblado de Sancti Petri casi se
confunde con un barrio costero de Chiclana. Emplazado donde la península de
Cádiz enlaza con tierra firme, Sancti Petri fue una villa de pescadores de
atún, rodeada de marismas y barras de arena que hoy forman parte del Parque
Natural Bahía de Cádiz. Más de 200 especies de aves acuáticas habitan junto a
las cálidas arenas de La Barrosa, playa kilométrica vecina del Castillo de
Sancti Petri, dedicado a Hércules. Fue precisamente el semidiós griego quien,
en su décimo trabajo, separó las columnas de Gibraltar, es decir, los
promontorios que flanquean el estrecho.
EXALTACIÓN
DEL BLANCO
Vejer de la
Frontera, uno de los pueblos más bonitos del
sur peninsular. Su caserío encalado se eleva por calles empinadas hasta un
sinfín de miradores y patios saturados de flores, una estampa de fuerte sabor
andalusí. Su trazado no ha cambiado desde que Fernando III se la arrebató a los
musulmanes.
MECA
DEL SURF
Y ya cerca del
final, Zahara de los Atunes aparece encajada entre el mar y la sierra, hasta
hace poco frecuentada solo por surfistas y hippies. De casitas bajas y
plazuelas irregulares, en la Playa de los Alemanes abundan los que buscan la
mejor ola, como en Tarifa, el gran destino surfero del sur. Aquí confluyen los
vientos de levante y poniente, removiendo las aguas y las dunas de Los Lances.
El estrecho de Gibraltar tiene otro aliciente más: delfines de varias especies,
calderones, rorcuales, cachalotes e incluso orcas acuden hasta aquí para
alimentarse y, de paso, ofrecer un espectáculo único a las barcas que salen a
su encuentro.
PLAYA
DE REGLA (PARA COSMOPOLITAS EN CHANCLAS)
Se ve tan familiar
y concurrida, con sus chiringuitos a pies de paseo y las tumbonas y parasoles
que resulta difícil imaginar que esta playa, en realidad, guarda algunos
secretos. A finales del S. XIX, la playa de Regla, en Chipiona, fue escogida por sus aguas curativas para fundar el
Primer Sanatorio Marítimo de España, el Sanatorio de Santa Clara, en el año de
1897 donde se trataron numerosos
tuberculosos. No fue cosa de milagro, si no de yodo, que parece ser que se
encuentra en altas dosis en el mar. Pero es que, además, hay cerca un faro
histórico que se remonta a eso del año 140 a. C. Eso sin contar con la evidente
presencia del Monasterio de Nuestra Señora de Regla. Vaya toda una
lección de historia. La temporada playera alarga hasta la festividad de la
Virgen de Regla, el día 8 de septiembre, cuando la playa se llena de ambiente
festivo.
https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/doce-paradas-para-escapada-por-costa-cadiz_15848/12
https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/cadiz-mejores-playas-costa-luz_14266/10
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