viernes, 19 de agosto de 2022

 

Español del éxodo y del llanto

Doctrina, Elegías y Canciones

León-Felipe



La Casa de España en México
1939

 

Dedicatoria

Al Ciudadano Lázaro Cárdenas, Presidente de la República Mexicana, y fundador y presidente honorario de La Casa de España en México.

Homenaje de gratitud.






Libro I

Doctrina de un poeta español en 1939



Yo no tengo diplomas

Hace ahora -por estos días- un año justo que regresé a México. Y poco más de un año que abandoné definitivamente España.

Vine aquí casi como el primer heraldo de este éxodo. Sin embargo, yo no soy un refugiado que llama hoy a las puertas de México para pedir hospitalidad. Me la dio hace diez y seis años, cuando llegué aquí por primera vez, solo y pobre y sin más documentos en el bolsillo que una carta que Alfonso Reyes me diera en Madrid, y con la cual se me abrieron todas las puertas de este pueblo y el corazón de los mejores hombres que entonces vivían en la ciudad. Con aquel sésamo gané la   —14→   amistad de Pedro Henríquez Ureña, de Vasconcelos, de Don Antonio Caso, de Eduardo Villaseñor, de Daniel Cosío Villegas, de Manuel Rodríguez Lozano... Entre todos se pudo hacer que yo defendiese mi vida con decoro...

Después, México me dio más: amor y hogar. Una mujer y una casa. Una casa que tengo todavía y que no me han derribado las bombas. Ahora que tanto español refugiado no tiene una silla donde sentarse, tengo que decir esto con vergüenza. Pero tengo que decirlo. Y no para mostrar mi fortuna, sino mi gratitud. Y para levantar la esperanza de aquellos españoles que lo han perdido todo...

Españoles del éxodo y del llanto, México os dará algún día una cama como a mí. Y más todavía. A mí me ha dado más. Al llegar aquí el año pasado, después de leer en este mismo sitio mi poema «El Payaso de las Bofetadas y el Pescador de Caña», La Casa de España en México me abrió generosamente sus puertas. Tal ha sido mi fortuna   —15→   en esta tierra, que ahora, viendo que los dados salen siempre en mi favor, me pregunto como Zaratustra: «¿Seré yo un tramposo?»

Y creo que esta noche, para definir mi conducta y aliviar mi conciencia, ha llegado la hora de rendir cuentas a México y a La Casa de España. Esta noche, después de un año de residencia en esta tierra y un año de labor en esta Institución, quiero preguntar a todos: ¿Qué vale lo que hace un poeta?

Porque yo no tengo una cátedra ni una clínica ni un laboratorio; ni recojo ni investigo. Y quiero preguntar en seguida: el dolor y la angustia de un poeta, ¿no valen nada?

Estos versos que ahora voy a leer, mi elegía «El Hacha» y mi poema «El Payaso de las Bofetadas»... que han nacido en esta tierra y en estos doce meses últimos, ¿no sirven para pagar en cierta medida algunas de las mercedes que me ha otorgado México?

Amigos míos, esta noche habéis venido aquí   —16→   a contestar a estas preguntas. Todos. Todos los que me escucháis. Los mexicanos y los españoles; y supongo que también ese hombre encendido de cólera, que grita todos los días en la prensa: ¿quién es ése? ¿por qué ha entrado ése? ¿quién le ha abierto las fronteras y la puerta de plata? Que muestre sus diplomas. ¿Dónde están sus diplomas?

Yo no tengo diplomas. Mis diplomas y mi equipaje se los ha llevado la guerra y no me quedan más que estas palabras que ahora vais a escuchar:




Polvo y lágrimas

Vivimos en un mundo que se deshace y donde todo empeño por construir es vano. En otros tiempos, en épocas de ascensión o plenitud, el polvo tiende a aglutinarse y a cooperar, obediente, en la estructura y en la forma. Ahora la forma y la estructura se desmoronan y el polvo reclama su libertad y autonomía. Nadie puede organizar nada. Ni el filósofo ni el poeta. Cuando   —17→   sopla el huracán y derriba la gran fortaleza del Rey, el hombre busca su defensa en los escombros. No con éstos los días de calcular cómo se ha de empotrar la viga maestra, sino de ver cómo libramos de que nos aplaste la vieja bóveda que se derrumba. Nadie tiene hoy en sus manos más que polvo. Polvo y lágrimas. Nuestro gran tesoro. Y tesoro serían si el hombre pudiese mandarlos. Pero nada podemos. Somos pobres porque nada nos obedece. Nuestra riqueza no se midió nunca por lo que tenemos, sino por la manera de organizar lo que tenemos. ¡Ah, si yo pudiese organizar mi llanto y el polvo disperso de mis sueños! Los poetas de todos los tiempos no han trabajado con otros ingredientes. Y tal vez la gracia del poeta no sea otra que la de hacer dócil el polvo y fecundas las lágrimas.

Y esta es mi angustia ahora: ¿Dónde coloco yo mis sueños y mi llanto para que aparezcan con sentido, sean los signos de un lenguaje y formen un poema inteligible y armonioso?


Un poema es un testamento

Un poema es un testamento sin compromisos con nadie y donde no hay disputas ni con el canónigo ni con el regidor. Donde no hay política. A la hora de la muerte, no hay política. Ni polémica tampoco. Polémica, ¿contra quién? Como no sea contra Dios... Porque delante del poeta no están más que el misterio, la Tragedia y Dios. Detrás quedan los obispos y los comisarios. Y para tener polémica con ellos tendrían que dar un paso hacia adelante y tirar la mitra y los galones. El poeta va descubierto y sin adjetivos. Es el hombre desnudo que habla y pregunta en la montaña, sin que le espere ya nadie en la ciudad. Habla siempre dentro del círculo de la muerte y lo que dice, lo dice como si fuese la última palabra que tuviera que pronunciar. La muerte está tumbada a sus pies cuando escribe, esperando a que concluya. Y cuando ya no tenga nada que decir, nada que confesar, la muerte se pondrá de pie y le dirá, cogiéndole del brazo: ¡Vámonos!

  —19→ 


Sus últimas palabras serán éstas:


Me voy.

Os dejo mi silla

y me voy.

No hay bastantes zapatos para todos

y me voy a los surcos.

Me encontraréis mañana

en la avena

y en la rumia del buey

dando vuelta a la ronda.

Seguidme la pista, detectives,

dadme la pista como Hamlet al César.

Anotad:

El poeta murió.

El poeta fue enterrado,

el poeta se transformó en estiércol,

el estiércol abonó la avena,

la avena se la comió el buey,

el buey fue sacrificado,

—[20]→

con su piel labraron el cuero,

del cuero salieron los zapatos...

Y con estos zapatos en que se ha convertido el poeta

¿hasta cuándo -yo pregunto, detectives-

hasta cuándo seguirá negociando

el traficante de calzado?

¿Por qué no hay ya zapatos para todos?


Este poema es una vieja canción de amor que han matado los hombres y que el poeta quiere recrearla con su vida. Nunca se recrea nada con menos. Es un grito cristiano que los obispos han clavado en la moda inacabable de la liturgia eclesiástica para que la asesine la rutina. Y el líder político que la lleva en su programa también, la ha lanzado al viento como una amenaza para que la estrangule el rencor. Ahora está muerta y no tiene eficacia ni en el norte ni en el sur. Las tribunas proletarias y los púlpitos no son más que guillotinas   —21→   del amor. Del amor que el poeta salva día tras día de la rueda mecánica de las oratorias y de la bocina de las propagandas. El poeta va recreando con su angustia viva, las esencias vírgenes que matan sin cesar el político y el eclesiástico esos hombres que piensan que ganan todas las batallas y dejan siempre seco y muerto el problema primario de la justicia del hombre.

Cuando todas las demagogias han manchado de baba las grandes verdades del mundo y nadie se atreve ya a tocarlas, el poeta tiene que limpiarlas con su sangre para seguir diciendo: aquí todavía la verdad.

¿Por qué no hay ya zapatos para todos?

Las biblias las hacen y las renuevan los poetas; los obispos las deshacen y las secan; y los políticos las desprecian porque piensan que la parábola no es una herramienta dialéctica.



  
—22→  

¿Quién es el obispo?

Los políticos hacen los programas, lo obispos las pastorales y los poetas los poemas. Pero el poeta habla el primero y grita antes que ninguno la congoja del hombre. El político, después, ha de buscar la manera de remediar esta congoja, cuando esta congoja no está en la mano de los dioses. Si está en la mano de los dioses, interviene el obispo con su procesión de mascarones y da al problema una solución falsa y medrosa.

El poeta es el que habla primero y dice: esto está torcido. Y lo denuncia. O esto es un misterio, y pregunta: ¿por qué? Pero cualquiera puede denunciar y preguntar. Sí. Pero la denuncia y la pregunta hay que hacerlas con un extraño tono de voz, y con un temblor en la garganta, que salgan de la vida para buscar la vida. Y esto es lo que diferencia al poeta del arzobispo.

El poeta conoce la Ley y quiere sostenerla viva   —23→   . El obispo conoce la retórica y el rito anacrónico de la Ley: la Ley muerta. Los políticos no conocen más que las leyes. Y las leyes están hechas sólo para que no muera la Ley.

Cuando no hay poetas en un pueblo, el juez y los magistrados se reúnen en las tabernas, y firman sus sentencias en los lechos de las prostitutas.

Cuando no hay poetas en un pueblo (es decir, Ley viva), los obispos (es decir, la Ley muerta) celebran los concilios en los sótanos de sus palacios para bendecir la trilita de los aviones.

El obispo o el arzobispo, en este poema, es el jerarca simbólico de todas las podridas dignidades eclesiásticas de España: el que hace las encíclicas, las pastorales, los sermones, las pláticas, lleva al templo la política y los negocios de la plaza y afianza bien las ametralladoras en los huecos de los campamentos para dispararlas contra el hombre religioso, contra el poeta que dice:

  —24→  

¿Dónde está Dios? Rescatémosle de las tinieblas.

Porque...


Dios que lo sabe todo

es un ingenuo

y ahora está secuestrado

por unos arzobispos bandoleros

que le hacen decir desde la radio

«Hallo! Hallo! Estoy aquí con ellos».

Mas no quiere decir que está a su lado

sino que está allí prisionero.

Dice dónde está, nada más,

para que nosotros lo sepamos

y para que nosotros lo salvemos.





Reparto

La España de las harcas no tuvo nunca poetas. De Franco han sido y siguen siendo los arzobispos, pero no los poetas. En este reparto injusto   —25→   , desigual y forzoso, del lado de las harcas cayeron los arzobispos y del lado del éxodo, los poetas. Lo cual no es poca cosa. La vida de los pueblos, aún en los menesteres más humildes, funciona porque hay unos hombres allá en la Colina, que observan los signos estelares, sostienen el fuego prometeico y cantan unas canciones que hacen crecer las espigas.

Sin el hombre de la Colina, no se puede organizar una patria. Porque este hombre es tan necesario como el hombre del Capitolio y no vale menos que el hombre de la Bolsa. Sin esta vieja casta prometeica que arrastra una larga cauda herética y sagrada y lleva sobre la frente una cresta luminosa y maldita, no podrá existir ningún pueblo.

Sin el poeta no podrá existir España. Que lo oigan las harcas victoriosas, que lo oiga Franco:


Tuya es la hacienda,

la casa,

—[26]→

el caballo

y la pistola.

Mía es la voz antigua de la tierra.

Tú te quedas con todo

y me dejas desnudo y errante por el mundo...

mas yo te dejo mudo... ¡Mudo!

¿Y cómo vas a recoger el trigo

y a alimentar el fuego

si yo me llevo la canción?





Nos salvaremos por el llanto

En un poema no hay bandos. No hay posiciones rojas ni blancas. No hay más que una causa: la del hombre. Y por ahora, la de la miseria del hombre.

El poeta no viene a construir ninguna fortaleza ni con el hombre rojo ni con el hombre blanco ni con las amatistas de los obispos, porque con   —27→   el hombre de cualquier enseña no se puede construir hoy nada perdurable, ni aquí ni en ninguna latitud.

Yo me miro las manos y no me las veo ni rojas ni blancas ni moradas, sino llenas del barro y del limo de la primera charca del mundo. Creo que me las iré limpiando con lágrimas; pero casi no hemos comenzado a llorar. Mi programa, es decir, mi tema poemático predilecto es éste: «Nos salvaremos por el llanto». Esta es mi política y mi dialéctica también.


Creo en la dialéctica del llanto.

El hombre llora al medio día y en la noche...

y entre dos luces, cuando canta el gallo.


El llanto no está en los programas de los políticos ni en las pragmáticas de los jerarcas. Está en los versículos de los profetas y en el corazón engañado y afligido del hombre. Pero el llanto juega más que las leyes en la evolución de los   —28→   pueblos. El llanto rompe las fronteras políticas del mundo y hará que un día los hombres se entiendan mejor. Ya, hoy mismo que hablamos tantos idiomas distintos, lloramos todos igual. Antes no era así. El llanto tenía sus ritos indígenas y su ceremonia vernácula, pero ahora yo he visto que una madre china llora igual que una madre española. Las lágrimas son internacionales y para ganar la igualdad de los hombres, pueden más que los conceptos marxistas. Y estos mismos conceptos nacieron del llanto. Lástima que no se haya aclarado esto bien y muchos crean todavía que han nacido del odio.

Este libro no es más que llanto -¿qué otra cosa puede producir hoy un español? ¿Qué otra cosa puede producir hoy el hombre?- Pero para que no me tildéis de jeremíaco y digáis que mi dolor es demasiado cínico, lo he vestido casi siempre de humor. Mejor sería decir que he metido mis lágrimas en una vejiga de bufón, con la que doy golpes inesperados. y parece que voy   —29→   espantando las moscas. Es una vejiga de trampa. Pero la trampa aquí no es contrabando; es pudor nada más, del que no quiere mostrar en su equipaje lo que a algunos no les gusta ver todavía. Los españoles hemos llorado mucho y hemos aprendido a llorar bien, pero no venimos aquí a tomar el papel de plañideras en ninguna funeraria. En México, estaría fuera de tono y no sería negocio, además. Los mexicanos saben mejor que nadie dar una manchincuepa en un ataúd. Hay una agencia de pompas fúnebres en Cuernavaca que se llama «¿Quo vadis?». En México -¡tan triste!- se ríen los esqueletos. Yo también me voy a reír.




Llanto y risa

Pero mi risa ahora no es la risa de aquellos poema deshumanizados de nuestros últimos días de paz, que decían: «la poesía no es más que juego de manos y chanzas de juglar; el dolor y la   —30→   tragedia no existen». No. Estos poetas eran merolicos y charlatanes de barraca, que ya han enmudecido; pero para que se callasen, ha tenido que verterse mucha sangre española.


A veces he pensado que esta guerra,

que esta guerra nuestra

se hizo contra los estetas

y contra los poetas,

contra los poetas que decían:

todo es juego y pirueta...

¡Y habían olvidado la Tragedia!


Ahora la poesía en España, no es más que llanto y risa. Y la risa aquí, es sólo llanto transformado, llanto invertido. Cuando se eleva el quejido y se va a perder o a quebrar como en nuestra copla clásica o en el salmo judaico, se le vuelve a la tierra con un cambio brusco de tono o con otro artificio. En la poesía, frecuentemente, con un retroceso grotesco, sarcástico, extravagante. Es un juego de sombras y de luces, un contraste   —31→   de climas que en España, Cervantes ha movido mejor que ningún poeta del mundo. Shakespeare es maestro en este mecanismo también. Pero lo que en Cervantes es contraste vivo, de carne y hueso, en Shakespeare es sólo contraste verbal. Shakespeare juega siempre con conceptos y frases y con personajes forasteros; con invenciones, con símbolos universales. Su arte es siempre artificio, virtud genial de comediante maravilloso que sabe llorar por cualquiera, por gentes extrañas y lejanas, por fantasmas, por mitos... por Hécuba.

«¿Y qué le importa a él Hécuba y a Hécuba que le importa él para que así la llore?»

En Cervantes (en El Quijote) no hay invención y apenas artificio; el necesario nada más para darlo forma poemática a la realidad española.

Hécuba, para Cervantes, es su patria, su casa... él mismo. Cervantes no juega, no ríe y llora con un sueño, con una sombra remota, sino   —32→   con su misma carne y con la carne dolorida y condenada de su pueblo.

Cuando el bachiller y unas fuerzas confabuladas derrotan a Don Quijote en la playa de Barcelona, el poeta sabe que más tarde, tal vez tres siglos más tarde, en el mismo sitio, el mismo Bachiller y las mismas fuerzas confabuladas han de derrotar a España para siempre. La verdad poética se adelanta a la verdad histórica. El poeta habla primero. Y cuando Cervantes mata a Don Quijote, es cuando España se acaba en realidad.

España está muerta. Muerta. Detrás de Franco vendrán los enterradores y los arqueólogos. Y los buitres y las zorras que acechan en las cumbres. ¿Qué otra cosa esperáis? ¿Volver vosotros de nuevo, cuando se derrumbe la harca de los generales? ¡Los éxodos no vuelven! ¿y a qué ibais a volver? ¿A darle otra vuelta al aristón? ¡Ya no hay más vueltas!

Pero un pueblo, una patria, no es más que la   —33→   cuna de un hombre. Se deja la tierra que nos parió como se dejan los pañales. Y un día ge es hombre antes que español.




Repartamos el llanto

Y tal vez esto, que nos parece ahora tan terrible a algunos españoles del éxodo, no sea en fin de cuentas más que el destino del hombre. Porque lo que el hombre ha buscado siempre por la política, por el dogma, por las internacionales obreras ¿no nos lo traerá el llanto? El hombre construye a priori fórmulas para organizar el mundo. Pero estas fórmulas se aman y mueren todos los días al contacto con la vida. La vida, la historia... Dios, tienen otros recursos. ¿No será uno de estos recursos el llanto? ¡El llanto, viejo como el mundo!

Ahora el llanto cuenta en su favor con la máquina también. La máquina lo aligera, lo expande, lo distribuye todo: la alegría, la ambición, el   —34→   esfuerzo, la riqueza... ¿por qué no el llanto también? No hay que decir solamente: la tierra es de todos, la riqueza de la tierra es de todos, sino el llanto del mundo es de todos también. Así, ha de comenzar la nueva revolución de mañana: distribuyendo el llanto. Demagogos, proletarios ¿por qué no me robáis ahora mi tesoro? ¿Por qué no me despojáis de mi fortuna? ¿Por qué no gritáis en seguida: ¡Igualdad, igualdad! ¡Abajo los magnates del llanto! Que no es justo que un pueblo y un poeta tengan casi todas las lágrimas de la tierra. ¡Gritad, gritad: Repartamos el llanto como los ejidos!


El llanto es nuestro

Español del éxodo y del llanto, escúchame sereno:

En nuestro éxodo no hay orgullo como en el hebreo. Aquí no viene el hombre elegido, sino el hombre. El hombre solo, sin tribu, sin obispo y   —35→   sin espada. En nuestro éxodo no hay saudade tampoco, como en el celta. No dejamos a la espalda ni la casa ni el archivo ni el campanario. Ni el mito de un rey que ha de volver. Detrás y delante de nosotros se abre el mundo. Hostil, pero se abre. Y en medio de este mundo, como en el centro de un círculo, el español solo, perfilado en el viento. Solo. Con su Arca; con el Arca sagrada. Cada uno con su Arca. Y dentro de esta Arca, en llanto y la Justicia derribado. ¡La Justicia! La única Justicia que aún queda en el mundo (las últimas palabras de Don Quijote, el testamento de Don Quijote, la esencia de España). Si estas palabras se pierden, si esta última semilla de la dignidad del hombre no germina más, el mundo se tornará en un páramo. Pero para que no se pierdan estas palabras ni se pudra en la tierra la semilla de la justicia humana, hemos aprendido a llorar con lágrimas que no habían conocido los hombres.

  —[36]→  

Españoles:

el llanto es nuestro

y la tragedia también,

como el agua y el trueno de las nubes.

Se ha muerto un pueblo

pero no se ha muerto el hombre.

Porque aún existe el llanto,

el hombre está aquí de pie,

de pie y con su congoja al hombro,

con su congoja antigua, original y eterna,

con su tesoro infinito

para comprar el misterio del mundo,

el silencio de los dioses

y el reino de la luz.

Toda la luz de la Tierra

la verá un día el hombre

por la ventana de una lágrima...

—[37]→

Españoles,

españoles del éxodo y del llanto:

levantad la cabeza

y no me miréis con ceño,

porque yo no soy el que canta la destrucción

sino la esperanza.






  
—38→  

ArribaAbajoEstá muerta ¡miradla!

Última escena de un poema histórico y dramático


  
—41→  


Pero algo se dispara de esta danza.

Hay algo más que vueltas aquí abajo

entre el mirlo y el topo.

De estos cielos que mueren se desprenden

tangentes encendidas...

la conciencia del hombre, acongojada

se escapa de estos ciclos.

Gira también la honda

pero lanza el guijarro.

La vida es un hondero

no una devanadera.

—43→

-Está muerta. ¡Miradla!

Los que habéis vivido siempre arañando su piel,

removiendo sus llagas,

vistiendo sus harapos,

llevando a los mercados negros terciopelos   —44→   y lentejuelas,

escapularios y cascabeles...

y luego no habéis sabido conservar este viejo negocio que os daba
pan y gloria,

quisierais que viviese eternamente.

Pero está muerta. ¡Miradla!

Miradla todos:

los que habéis robado su túnica

y los que habéis vendido su cadáver.

¡Miradla!... Miradla

los eruditos y los sabios:

los traficantes de la cota del Cid

y del sayal de Santa Teresa.

Miradla,

los chamarileros de la ciencia, que vendíais por oro macizo,
botones, huecos de latón...

Miradla

los anticuarios,

—45→

los especialistas del toro y del barroco,

los catadores de cuadros y vinagre...

Miradla

los castradores de colmenas que dabais cera a los cirios y miel a los
púlpitos...

Miradla,

los que levantabais en las plaza puestos de avellanas y nueces
vanas, y vivíais del rito hueco y anacrónico.

Miradla

los vendedores de bellotas para las gruesas cuentas de los rosarios,

y los fabricantes de metales para las medallas y los esquilones.

Miradla

los poetas del rastro, de la cripta y la carcoma,

los viajantes de rapé y de greguerías,

—46→

los trasplantadores de la torre de marfil

(un fantasma atraviesa el Atlántico).

Miradla

los pintores de esputos y gangrenas,

de prostíbulos y patíbulos,

de sótanos y sacristías,

de cristos disfrazados y de máscaras...

que preguntabais aturdidos:

Y si España se quita la careta,

se limpia la cara

y abre la ventana

¿qué pintamos nosotros?

Miradla

los que estáis negociando todavía

con el polvo

con la carroña

y con la sombra.

Miradla los dialécticos,

—47→

los sanguinarios,

los moderados,

los falsificadores de velones

y los mercaderes de tinieblas

que en cuanto escuchasteis esta oferta:

«Toda la sangre de España por una gota de luz»

gritasteis enfurecidos:

«No, no; eso es un mal negocio».

Miradla

los que vivíais de la caza y de la pesca del turista,

y los vendedores de panderetas.

Miradla

los mastines del 98, que en cuanto ganasteis la antesala, dejasteis de
ladrar, pactasteis con el mayordomo, y ahora en el destierro no
podéis vivir sin el collar pulido de las academias.

—48→

Miradla

los grandes payasos ibéricos que hicisteis siempre pista y escenario
de la patria y decíais en el exilio: ¡Mi España, la tierra de mi
España! en lugar de decir: ¡La arena de mi circo!

Miradla

los constructores de ratoneras

y el gran inventor de la contradicción y

de la paradoja, que se cogió las narices con su invento.

Miradla

los escritores de novelas y comedias que buscabais la truculencia y
el melodrama y ahora, después de tres años de guerra y destrucción,
habéis dicho: ¡Basta, ya tenemos argumento!

Miradla

los capitanes y los comisarios de la retaguardia   —49→   , que os
bajabais las bragas en las tabernas y en los ministerios de Valencia
para mostrar vuestras hazañas, y pedíais en seguida una silla de
plata para el héroe.

Miradla

los copleros de plazas y mercados que tenéis ya el cartelón ya el
cartel pintado de almagre, las copias hechas, la musiquilla y el
guitarrón. Miradla los gitanos que adobabais el burro viejo y
llenabais de flequillos y revuelos la capa y la canción para engañar
al toro y al payo... ¡Ya no hay feria en Medina, buhoneros!

 

Miradla, miradla

los sastres,

los zapateros,

—50→

los sombrereros,

los modistos

que vestíais a los coroneles, a los arzobispos y a los diplomáticos, y
hacíais vuestro gran negocio en carnaval.

Miradla

los sodomitas,

los adúlteros,

y los leprosos

que cambiasteis las leyes para defender vuestras llagas.

Miradla

los generales iscariotes que comprasteis siempre vuestras cruces y
vuestras medallas con los treinta dineros y el clown (condecorado
por el micrófono y el viento)

que conquistó su fama regando la pista de todos los circos del
mundo con el llanto de las madres españolas.

—51→

¡Miradla!

Miradla, miradla

los fariseos que decíais: sólo la Iglesia tiene la verdad,

sólo bajo su bóveda vive el hombre seguro

y metisteis de nuevo vuestros mercadillos en el templo;

y ése, ése,

el sacristán espía que llevaba

cosido en las telas del escapulario

el plano de la muerte...

y juraba que era una plegaria milagrosa.

Miradla

los chalanes de caballos ciegos para las plazas y para las norias...

Miradla

los comediantes y los políticos que sosteníais 330 veces la misma
comedia en el cartel...

—52→

y el chulo democrático del manubrio,

que piensa todavía que España tiene cuerda para siempre.

¡Ya no hay más vueltas!

¡Dejad quieto el molinillo!

¿De qué otra tela nueva y extranjera vais a cortarle ahora un sayal?

¡Silencio!

No digáis otra vez:

«la Historia se repite,

la vida es vuelta y vuelta,

la primavera torna

y España es siempre eterna, virginal».

La Historia se deshace.

Un día

el palo desgastado y carcomido

de la noria se quiebra,

las ruedas ya no giran,

el agua ya no surte,

—53→

la mula vieja y ciega se derrumba,

la negra pantomima

fratricida se acaba

y el polvo es el que ordena...

¡El polvo eterno y virginal!


Está muerta. ¡Miradla!

Miradla

los viejos gachupines de América,

los españoles del éxodo de ayer

que hace cincuenta años

huisteis de aquella patria vieja por no servir al Rey

y por no arar el feudo de un señor...

y ahora

queréis hacer la patria nueva

con lo mismo,

con lo mismo que ayer os expatrió:

con un Rey

y un señor.

—54→

No se juega a la patria

como se juega al escondite:

ahora sí

y ahora no.

Ya no hay patria. La hemos matado todos:

los de aquí y los de allá,

los de ayer y los de hoy.

España está muerta. La hemos asesinado

entre tú y yo.

¡Yo también!

Yo no fui más que una mueca

una máscara

hecha de retórica y de miedo.

Aquí está mi frente. ¡Miradla!

Porque yo fui el que dijo:

«Preparad los cuchillos,

aguzad las navajas,

calentad al rojo vivo los hierros,

id a las fraguas,

—55→

que os pongan en la frente el sello de la Justicia»...

Y aquí está mi frente

sin una gota de sangre. ¡Miradla!


¡España, España!

Todos pensaban

-el hombre, la Historia y la fábula-

todos pensaban

que ibas a terminar en una llama...

y has terminado en una charca.

Mirad: allí no queda nada.

Al borde de las aguas

cenagosas... una espada

y lejos... el éxodo,

un pueblo hambriento y perseguido

que escapa.

Español del éxodo de ayer

y español del éxodo de hoy...

—56→

allí no queda nada.

Haz un hoyo en la puerta de tu exilio,

planta un árbol,

riégalo con tus lágrimas

y aguarda.

Allí no hay nadie ya...

quédate aquí y aguarda.

-Y esos hombres que danzan por las tumbas, arrastrando espadones
y rosarios

¿qué quieren?

-No hay nadie ya;

quédate aquí y aguarda.

-¿Has oído?

Dicen «Arriba España».

-No hay nadie...

son fantasmas.

Los muertos no salen del sepulcro...

quédate aquí y aguarda.

¿Adónde quieres ir?

—57→

Sopla en toda la Tierra

el mismo viento que se llevó tu casa.

¿Adónde quieres ir?

¿A buscar tu venganza?

Si el crimen fue de todos,

si la tragedia viene de lejos... de muy lejos,

como en la Orestiada.

Ha entrado el viento y todo lo ha derribado.

¿Quién abrió la ventana?

Nadie... ¡el viento!

Quédate aquí y aguarda.

¿Adónde quieres ir?

¿Otra vez a conquistar tu patria?

Cuando amaine este viento

¿Quién va a encontrar entre las ruinas

los antiguos mojones y las patrias?

Mozo: en cualquier parte

—58→

puedes hoy darle ocupación

a tu vigilia y a tu espada.


¿Quién ha implorado ya el perdón y espera sólo a que se descorran
los cerrojos? ¿Tú?

¡Quédate aquí y aguarda!

Español del éxodo y del llanto

¿de qué te tienen que perdonar?

¿y quién te tiene que perdonar?

¿Qué regazo,

qué tiara...

qué virtud hay en el mundo

ante la cual deban arrodillarse tus lágrimas?

Vinagre escupen los hisopos,

y la boca de los párrocos, venganza.

No hay en toda la Tierra

una mano limpia que pueda bendecir.

—59→


Habla con Dios directamente si le hallas

o maldice tu día como Job

y arroja al cielo tus palabras.

Allí no hay nadie...

Unas harcas...

arena del desierto...

polvo estéril del Sahara...

polvo, polvo

sobre una inmensa charca.

-Muera, muera ese falso augur

que ve mejor la grupa de la noche

que la frente de la mañana.

¿Qué signos hay

para anunciar más lágrimas?

Mostradnos vuestra ciencia

o vuestra gracia.

-¿Signos? Para saber el tiempo

que tendremos mañana

no consultéis a la veleta.

—60→

Mejor que al viento

consultadle al agua.

Mirad a la laguna

(lo que ayer fue agua limpia

es ahora charca),

o al ángulo

del ojo de las vacas

(la mirada inocente

está cerrada).

También podéis hacer lo que Isaías:

tomarle el pulso al pueblo

y al jerarca.

(Hoy es escoria

lo que ayer fue plata).

-Pedimos dialéctica,

no pedimos parábolas

-Pues oíd:

Sobre una blasfemia roja

no se levanta España.

—61→

Y sobre el odio verde

de esta plegaria blanca:

«Señor, dame el llanto y la sangre

de la mitad de España...»

tampoco,

se levanta.

Sobre una blasfemia roja

y una oración de hiel

no se levanta un pueblo

ni un destino ni una patria.

-Existe todavía

una tercer brigada.

-¡Ah! Sí, perdonad, perdonad,

se me olvidaba.

Para salvar al hombre

hay tres jugadas:

la roja blasfemia,

la verde plegaria

y la haba amarilla y senil

—62→

de la democracia.

-¡Fuera! Este es aquel poeta funerario

de La Insignia y de El Hacha.

-Es aquel jeremíaco que decía:

Solamente nos salvarán las lágrimas.

-Es un loco... un enfermo.

-¿Alguno de vosotros

conoce otro remedio?

¿Sabéis vosotros más?

¿Veis vosotros más lejos

y más claro?

Vosotros, los doctores modernos,

los exploradores de la psiquis,

los loqueros,

los que pulsáis las cuerdas

heridas de los nervios

y bajáis y subís como alpinistas

por la abrupta geografía del cerebro,

¿sabéis vosotros más?

—63→

¿Podéis vosotros organizar mi llanto

o explicarme de otro modo mis sueños?

Porque no hasta con decir:

es un loco... un enfermo.

Además, ya no hay locos,

ya no hay locos, amigos, ya no hay locos.

Todo el mundo está cuerdo,

terrible,

monstruosamente cuerdo.

Escuchadme,

loqueros:


El sapo iscariote y ladrón

en la silla del juez,

repartiendo castigos y premios

—64→

¡en nombre de Cristo,

con la efigie de Cristo

prendida del pecho!

Y el hombre aquí de pie,

firme, erguido, sereno,

con el pulso normal,

con la lengua en silencio,

los ojos en sus cuencas

y en su lugar los huesos.

El sapo iscariote y ladrón

en la silla del juez,

repartiendo castigos y premios...

y el hombre aquí de pie,

callado, impasible, cuerdo... ¡cuerdo!

sin que se le quiebre

el mecanismo del cerebro.

¿Cuándo se pierde el juicio?

(Yo pregunto, loqueros)

¿Cuándo enloquece el hombre?

—65→

¿Cuándo,

cuándo es cuando se enuncian los conceptos

absurdos

y blasfemos

y se hacen unos gestos sin sentido,

monstruosos y obscenos?

¿Cuándo es cuando se dice,

por ejemplo:

no es verdad,

Dios no ha puesto

al hombre aquí en la Tierra

bajo la luz y la ley del universo;

el hombre

es un insecto

que vive en las partes pestilentes y rojas

del mono y del camello?

¿Cuándo, si no es ahora

(yo pregunto, loqueros)

—66→

cuándo,

cuándo es cuando se paran los ojos

y se quedan abiertos,

inmensamente abiertos?

¿Cuándo es cuando se cambian

las funciones del alma y los resortes del cuerpo,

y en vez de llanto

no hay más que risa y baba en nuestro gesto?

Si no es ahora,

ahora que la Justicia vale menos

mucho menos,

que el orín

de los perros;

si no es ahora, ahora que la Justicia

tiene menos

infinitamente menos

categoría que el estiércol;

—67→

si no es ahora ¿cuándo,

cuándo se pierde el juicio?

Respondedme, loqueros,

¿cuándo se quiebra y salta roto en mil pedazos

el mecanismo del cerebro?

Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos.

Se murió aquel manchego,

aquel estrafalario

fantasma del desierto

y... ¡ni en España hay locos!

Todo el mundo está cuerdo,

terrible,

monstruosamente cuerdo.

(¡Qué bien marcha el reloj,

es un reloj perfecto, relojero!)


No preguntéis,

no preguntéis a los loqueros.

—68→

No preguntéis tampoco

al hombre de los mapas y de los argumentos;

no preguntéis al estratega

ni preguntéis al dialéctico.

Mirad,

mirad al cielo.

Vienen solas y negras dos nubes contrarias

preñadas de agua y de fuego.

Preguntad al comadrón: ¿qué parirán?

¿qué parirán?

¿Habrá diluvio o habrá incendio?

-Llanto.

-Construyamos un Arca

como en el Viejo Testamento.

-¡Ya es tarde, ya es tarde!

(pasa iracundo resoplando el viento).

Escuchad otra voz:

—69→

-Hay que tomar la espada

y elegir un ejército.

Uno de los ejércitos del mundo.

No hay más que dos ejércitos.

-Español del éxodo y del llanto,

que llegas a México,

no te sientes tan pronto

que aquí sopla aún el viento,

el mismo viento

que derribó la torre

de tu pueblo...

No digas en seguida:

allá yo era un esclavo

y aquí soy un liberto,

porque la tierra entera está imantada

y caminamos todos con zapatos de hierro.

Se ha muerto un pueblo pero el hombre

no se ha muerto. De nuevo

—70→

tomad todos la espada

y elegid un ejército.


Que se quite sus libreas

el discreto

y su levita funeraria

el miedo.

No es hora de argüir:

yo soy un sabio, o yo no entiendo

más que de mi oficio

y mi comercio.

Porque el hombre

-el erudito historiador y el zapatero-

ha de estar preparado antes que nada

para el día fatal

de las inundaciones y del trueno.


Ya no hay nadie en el valle,

no hay nadie en el taller ni en la oficina,

—71→

los hombres de la fábrica se fueron:

los que entraron a trabajar ayer

y los viejos obreros;

el hombre de la regla,

el aprendiz,

el ayudante

y el maestro;

el que engrasa los ejes

y el que templa el acero;

los hombres del molino,

el manco de la presa

y el viejo molinero.

Alguien ha dicho:

no oigáis a los profetas dialécticos;

mirad,

mirad al cielo...

Y todos han huido hacia las cumbres:

los de la máquina,

los de la gleba,

—72→

los artesanos y los jornaleros.

Se han escapado todos...

y el capataz con ellos.

El capataz, el hombre de la lista,

el que llama en el alba a los obreros.

Hoy la lista se tomará allá arriba,

en el pico del cerro...

Y el hombre oirá su nombre

más alto que su oficio y que su gremio.


«Zapatero, a tus zapatos...»

No es verdad, zapatero.

Salva sólo esta ficha, historiador:

«Volaba la corneja sobre el lado siniestro.»

Ahora tirad las leznas y los tarjeteros

con los otros cachivaches domésticos.

El hombre hace su historia y sus zapatos

cuando sopla otro viento.

—73→


Hoy va a caer mucha agua,

¡mucho llanto! y tendremos

que ir todos sin papeles en los bolsillos

y con los pies ligeros

para nadar, para nadar sin trabas

y llegar a algún puerto.

Ya habrá espacio otro día

para cortar el cuero;

ya habrá espacio mañana

para ordenar papeles

y juntar documentos;

ya habrá espacio,

ya habrá espacio de sobra

para contar,

para contar

todo lo que ha sucedido en este tiempo,

Ahora... tomad todos la espada

y elegid un ejército.

Hoy no es día de contar, historiadores,

—74→

es día de gestar... de hacer el cuento,

de empezar otra historia y otra patria

y... de comprarse un traje nuevo.


Ese indumento que ahora llevas

ya no sirve, español.

Oídlo,

los antiguos alfayates del Rey,

los viejos quitamanchas del landó,

los fabricantes de lejía

y los vendedores de sidol.

Hay una mancha roja

aquí en la manga izquierda

del viejo levitón

y en la derecha hay otra

(¿Ha visto usted señora?)

otra... un poquito mayor.

Y ninguna se quita con nada

(¡Lavanderas, tintoreros!)

—75→

ninguna de las dos.

Preguntad más arriba:

¡Eh! ¿Cómo se cura el cáncer

y la lepra, doctor?

Más arriba, más arriba.

En la buhardilla viven

el prestamista y el enterrador.

Y allá en las cumbres fronterizas,

el buitre y la zorra...

Español,

español del éxodo de ayer

y español del éxodo de hoy:

te salvarás como hombre

pero no como español.

No tienes patria ni tribu. Si puedes,

hunde tus raíces y tus sueños

en la lluvia ecuménica del sol.

Y yérguete,

que tal vez el hombre del momento

—76→

es el hombre movible de la luz,

del éxodo y del viento.

julio-1939.



El hacha

Elegía española





Dedicatoria

A los Caballeros del Hacha,

A los Cruzados del Rencor y del Polvo...

A todos los españoles del mundo.

—81→

... Los muertos vuelven,

vuelven siempre por sus lágrimas

(el muchacho que se fue tras los antílopes regresará también).

nuestras lágrimas son monedas cotizables;

guardadlas todas ¡todas!

para las grandes transacciones.

Hay estrellas lejanas

¡y yo sé lo que cuestan!


  —83→  



El hacha


 

I


¡Oh, este dolor,

este dolor de no tener ya lágrimas;

este dolor

de no tener ya llanto

para regar el polvo!

¡Oh, este llanto de España,

que ya no es más que arruga y sequedad...

mueca,

enjuta congoja de la tierra,

—84→

bajo un cielo sin lluvias,

hipo de cigüeñal

sobre un pozo vacío,

mecanismo, sin lágrimas, del llanto!

¡Oh, esta mueca española,

esta mueca dramática y grotesca!

Llanto seco del polvo

y por el polvo;

por el polvo de todas las cosas acabadas de España;

por el polvo de todos los muertos

y de todas las ruinas de España,

por el polvo de una casta

perdida ya en la Historia para siempre!


Llanto seco del polvo

y por el polvo. Por el polvo

de una casa sin muros,

—85→

de una tribu sin sangre,

de unas cuencas sin lágrimas,

de unos surcos sin agua...

Llanto seco del polvo

por el polvo que no se juntará ya más,

ni para construir un adobe

ni para levantar una esperanza.

¡Oh, polvo amarillo y maldito

que nos trajo el rencor y el orgullo

de siglos

y siglos

y siglos...!

Porque este polvo no es de hoy,

ni nos vino de fuera:

somos todos desierto y africanos.


Nadie tiene aquí lágrimas.

Y ¿para qué hemos de vivir nosotros

—86→

si no tenemos lágrimas?

Y ¿para qué hemos de llorar ya más

si nuestro llanto no aglutina?

-ni en los clanes rojos

ni en las harcas blancas-.

En esta tierra

el llanto no aglutina;

ni el llanto ni la sangre.

Y ¿para qué sirve la sangre derramada

si no junta los labios de la casta?

Disolvente es la sangre en esta tierra

lo mismo que las lágrimas,

y ha clavado banderas

plurales y enemigas

en todos los aleros.

Los ídolos domésticos

hablaron vanidad.


Tierra arenosa sin riego,

—87→

carne estrujada sin llanto,

polvo rebelde de rocas rencorosas

y lavas enemigas,

átomos amarillos y estériles

del yermo,

aristas vengativas,

arenal de la envidia...

esperad ahí secos y olvidados

hasta que se desborde el mar.


 

II


¿Por qué habéis dicho todos

que en España hay dos bandos,

si aquí no hay más que polvo?


En España no hay bandos,

en esta tierra no hay bandos,

—88→

en esta tierra maldita no hay bandos.

No hay más que un hacha amarilla

que ha afilado el rencor.

Un hacha que cae siempre,

siempre,

siempre,

implacable y sin descanso

sobre cualquier humilde ligazón:

sobre dos plegarias que se funden,

sobre dos herramientas que se enlazan,

sobre dos manos que se estrechan.

La consigna es el corte,

el corte.

el corte,

el corte hasta llegar al polvo,

hasta llegar al átomo.

Aquí no hay bandos,

aquí no hay bandos,

ni rojos

—89→

ni blancos

ni egregios

ni plebeyos...

Aquí no hay más que átomos,

átomos que se muerden.


España,

en esta casa tuya no hay bandos.

Aquí no hay más que polvo,

polvo y un hacha antigua,

indestructible y destructora

que se volvió y se vuelve

contra tu misma carne

cuando te cercan los raposos.

Vuelan sobre tus torres y tus campos

todos los gavilanes enemigos

y tu hijo blande el hacha

sobre su propio hermano.

—90→

Tu enemigo es tu sangre

y el barro de tu choza.

¡Qué viejo veneno lleva el río

y el viento,

y el pan de tu meseta,

que emponzoña la sangre,

alimenta la envidia,

da ley al fratricidio

y asesina el honor y la esperanza!

La voz de tus entrañas

y el grito de tus montes

es lo que dice el hacha:

«Este es el mundo del desgaje,

de la desmembración y la discordia,

de las separaciones enemigas,

de las dicotomías incesables,

el mundo del hachazo... ¡mi mundo!

dejadme trabajar».

Y el hacha cae ciega,

—91→

incansable y vengativa

sobre todo lo que se congrega

y se prolonga:

sobre la gavilla

y el manojo,

sobre la espiga

y el racimo,

sobre la flor

y la raíz,

sobre el grano

y la simiente,

y sobre el polvo mismo

del grano y la simiente.

Aquí el hacha es la ley

y la unidad el átomo,

el átomo amarillo y rencoroso.

Y el hacha es la que triunfa.


 

III

—92→


Hay un tirano que sujeta

y otro tirano que desata...

y entre los dos tu predio, libertad.

¡Libertad, libertad,

hazaña prometeica,

en tensión angustiosa y sostenida

de equilibrio y amor!

¡Libertad española!

a tu derecha tienes

los grillos y la sombra

y a tu izquierda la arena

donde el amor no liga.

Se es esclavo del hacha

lo mismo que del cepo...

Y el desierto es también un calabozo;

el desierto amarillo

donde el átomo roto

—93→

no se pone de pie.

De aquí nadie se escapa. Nadie.

Por que dime tú, amigo cordelero,

¿hay quién trence una escala

con la arena y el polvo?


Español,

más pudo tu envidia

que tu honor,

y más cuidaste el hacha

que la espada.


Tuya es el hacha, tuya.

Más tuya que tu sombra.

Contigo la llevaste a la Conquista

y contigo ha vivido

en todos los exilios.

Yo la he visto en América

—94→

-en México y en Lima-,

Se la diste a tu esposa

ya tu esclava...

y es la eterna maldición de tu simiente.


Tuya es el hacha, el hacha:

la que partió el Imperio

y la nación,

la que partió los reinos,

la que parte la ciudad

y el municipio,

la que parte la grey

y la familia,

la que asesina al padre

-Alvargonzález,

Alvargonzález, habla-,

Bajo su filo se ha hecho polvo

el Arca,

—95→

la casta,

y la roca sagrada de los muertos;

el coro,

el diálogo

y el himno;

el poema,

la espada

y el oficio;

la lágrima,

la gota

de sangre,

y la gota

de alegría...

Y todo se hará polvo,

todo,

todo,

todo...

Polvo con el que nadie,

nadie,

—96→

construirá jamás

ni un ladrillo

ni una ilusión.


 

IV


España no eres tú,

el de las harcas blancas,

ni tú,

el de los clanes rojos.

España es el hacha.

Y el hacha es la que gana.

Esta vez pierden todos, caballero.

(-Me esconderé en el portalón

detrás de la columna

y apostaré después

cuando la bola haya salido).

Esta vez pierden todos, caballero:

—97→

el que se esconde

y el que huye;

los jugadores de ventaja,

el tramposo,

el garitero

y el matón...

Y el hacha es la que gana.

Cobraremos todos en arena,

todos, hasta los muertos,

que esperan bajo tierra

la gloria y el rosal.

Esta vez pierden todos.

Obispos buhoneros,

volved las baratijas a su sitio:

los ídolos al polvo

y la esperanza al mar.


Hemos bajado el último escalón...

el que acaba en la cripta.

—98→

Mirad ahora hacia arriba

por el pozo viscoso de la Historia.

Allá,

en el disco apagado de la noche,

ni una voz

ni una estrella.

Nadie nos llama

ni nos guía,

y mientras nuestra sangre se desborda

el mundo juega al bridge

y el Gran Juez a los dados.

Fuimos un espectáculo anteayer,

pero hoy ya el circo está vacío.

La negra pantomima

fratricida de España,

la vio Tubal-Caín,

es vieja como el mundo,

como el odio y la envidia...

y hoy la enciende y la apaga

—99→

un empresario inglés.

Sin embargo, vosotros

podéis aun arroparos, si hace frío,

en una manta proletaria

o en un manto señorial.

Y apedrearme, si queréis,

maldecirme y gritar:

¡Muera ese falso augur

que ve mejor la grupa de la noche

que la frente de la mañana!...

Pero aquí en nuestras manos

sólo hay polvo y rencor.


 

V

-¡Eh, tú, Diego Carrión!,

¿qué insignia es ésa

que llevas en el pecho?

-El haz de flechas señorial.

—100→

-¿Y tú, Pero Vermúez?

-La estrella redentora y proletaria.

Españoles,

dejémonos de burlas.

No es ésta ya la hora de la farsa.

Vámonos poco a poco,

que en los nidos de antaño

no hay pájaros hogaño.

Yo fuí loco

y ya estoy cuerdo.

Nadie tiene aquí lágrimas,

pero tampoco risas.

Aquí no hay lágrimas

ni risas...

Aquí no hay más que polvo

¡Quitaos esas máscaras!

Nuestro símbolo es éste: el hacha.

Marcaos todos en la carne del costado

con un hierro encendido,

—101→

que os llegue hasta los huesos

el hacha destructora...

Todos,

Diego Carrión,

Pero Vermúez,

todos.

Y vamos a dormir,

a descansar en el polvo,

aquí,

en el polvo y para siempre.

No somos más que polvo.

Tú y yo y España

no somos más que polvo

polvo,

polvo,

polvo...

Nuestra es el hacha,

el hacha y el desierto,

el desierto amarillo

—102→

donde descanse el hacha,

cuando no quede ya

ni una raíz

ni un pájaro

ni un recuerdo

ni un nombre...

España,

¿por qué has de ser tú madre de traidores

y engendrar siempre polvo rencoroso?

Si tu destino es éste,

¡que te derribe y te deshaga el hacha!



 

VI

 

EL LLANTO... EL MAR


Y aquéllos... ¿los del norte?

La elegía de la zorra

que la cante la zorra,

—103→

el buitre

la del buitre,

y el cobarde

la suya.

Cada raza y cada pueblo

con su lepra y con su llanto.

Yo lloro solamente las hazañas

del rencor

y del polvo...

y la gloria

del hacha.


Luego,

mañana..

¡para todos el mar!

Habrá llanto de sobra para el hombre

y agua amarga

para las dunas calcinadas...



 

https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/espanol-del-exodo-y-del-llanto-doctrina-elegias-y-canciones/html/ff159d2e-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html

 



 

 

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