El movimiento de rearme naval en tiempos de la Unión Liberal Opinión
Pública, cultura estratégica y navalismo (1858-1863)
https://es.wikipedia.org/wiki/Blanca_%281859%29
Entre 1858 y 1863, en España se desarrolló
un movimiento de rearme naval que coordinó los esfuerzos de la burguesía
comercial, las elites parlamentarias e intelectuales del liberalismo, un sector
de la oficialidad de la Real Armada, los municipios, las comunidades de
emigrantes españoles en América y la prensa. Previamente, entre 1833 y 1857, el
navalismo ya se había instalado como un horizonte consensual de regeneración
geopolítica en la opinión pública española. Este proceso llegó a su cénit entre
1858 y 1860, durante el primer Gobierno de la Unión Liberal. El artículo
analizará cómo este breve lapso temporal supuso una movilización intensiva de
los actores previamente mencionados para favorecer el crecimiento de la Real
Armada y su utilización como instrumento del poder español en el escenario
internacional. Por ello, ciertos intelectuales se dedicaron a sistematizar
dichas demandas, definiendo grandes esquemas estratégicos que influyeron en las
políticas adoptadas por los Ministerios de Marina entre 1861 y 1868.
El desplome del Imperio español en el continente americano
comportó la desaparición del poder marítimo de la Monarquía española. La Real
Armada, antaño competidora de las grandes flotas europeas, quedó diezmada y,
para cuando la muerte de Fernando VII dio paso al reinado de su hija Isabel en
1833, apenas contaba con las fuerzas para proteger el comercio español y las
posesiones coloniales remanentes del Caribe y Filipinas. La historiografía
naval española ha descrito el proceso mediante el cual los gabinetes liberales
que rigieron a la Monarquía entre 1833 y 1868 lograron una regeneración parcial
de la Marina de guerra. Los trabajos de Melchor Fernández Almagro, José Cervera
Pery, Fernando de Bordejé y Carlos Alfaro Zaforteza han explicado cómo entre
1830 y 1857, pese a la inestabilidad política y la corta permanencia de los
ministros de Marina en el cargo, se dieron pasos para incrementar el
presupuesto de la Real Armada, aumentar el número de buques y restablecer las
infraestructuras portuarias necesarias para el florecimiento de la cultura
marítima española. Todos estos autores coinciden en que el advenimiento al
Gobierno de la Unión Liberal —partido bisagra entre el liberalismo moderado y
el progresismo— en 1858 supuso la culminación del proceso, permitiendo la
organización de una flota que, si bien seguía rezagada respecto de sus
homólogas británica y francesa, se situó como la cuarta de Europa1. Algunos trabajos, como los de Guadalupe Chocano Higueras, Pablo
Ortega del Cerro y el propio Bordejé, han abordado temáticas que van más allá
de la evolución política y militar de la Marina. Han explorado asuntos de tanta
relevancia como la importancia que la Real Armada adquirió en la prensa
decimonónica, su relación con las elites mercantiles de la península y el
desarrollo del pensamiento naval2.
Rodrigo Escribano y Pablo Guerrero han detallado recientemente
cómo entre 1814 y 1860 ciertos publicistas españoles predicaron el navalismo
como receta de regeneración imperial y reaproximación panhispánica3. En esto han seguido la estela de los trabajos de Leoncio
López-Ocón y Miguel Ángel Puig Samper, que en su día exploraron los
condicionantes geoestratégicos, mediáticos y culturales que estuvieron detrás
de iniciativas asociadas al intervencionismo naval en Hispanoamérica, como la
organización de la Escuadra del Pacífico en 18624. Tales preocupaciones guardan íntima relación con los trabajos
que recientemente han reflexionado sobre la aplicación del concepto de
imperialismo informal a la política exterior de la España decimonónica.
Algunos, como Nicholas Sharman, han alegado que la Monarquía isabelina fue una
colonia informal del Imperio británico5. Es decir, su soberanía habría estado intervenida por Whitehall,
que habría condicionado las decisiones del Ejecutivo español en favor de sus
intereses mercantiles y gubernamentales gracias a la proyección de su poder por
medio de la Royal Navy, de su diplomacia y de la deuda. Al mismo tiempo, Martín
Rodrigo y Alharilla, Xavier Huetz de Lemps, Arnaud Bartolomei y Juan Inarejos
Muñoz le han abierto la puerta a la idea de que la España decimonónica podría
haber desarrollado una suerte de imperialismo informal homologable a los de
Francia y Reino Unido, tratando de regenerar su influencia por medio de la
imposición político-militar de sus intereses en América, Asia y África6. Queda por determinar en qué medida la Marina de guerra fue parte
de estos procesos y de qué modo intervino en esa condición liminal de la
Monarquía española, como objeto y sujeto simultáneo del imperialismo informal.
Sea como fuere, aún queda mucha luz que arrojar sobre el papel que
tuvieron la opinión pública, la sociedad civil y la elite intelectual en la
promoción, organización y utilización geoestratégica de la Real Armada durante
el reinado de Isabel II. Este artículo se propone contribuir a dicha
problemática, explicando cómo las decisiones ministeriales conducentes a la
regeneración de la Marina de guerra estuvieron condicionadas por un movimiento
de rearme naval que coordinó los esfuerzos de la burguesía comercial, las
elites parlamentarias e intelectuales del liberalismo, la oficialidad de la
Real Armada, los municipios, las comunidades de emigrantes españoles en América
y la prensa. Explicaremos cómo el navalismo se normalizó como un horizonte
consensual de regeneración geopolítica en la opinión pública española, por lo
que estableció un marco de discusión determinante en las políticas navales adoptadas
por los sucesivos gobiernos. Primeramente, subrayaremos que entre 1833 y 1857
la idea del rearme naval se incorporó a la cultura estratégica de la España
isabelina. En segundo lugar, estudiaremos cómo este proceso llegó a su cénit
entre 1858 y 1862, durante el primer Gobierno de la Unión Liberal. Este lapso
temporal supuso una movilización intensiva de los actores previamente
mencionados, con miras a favorecer el crecimiento de la Real Armada y su
utilización como instrumento del poder español en los mercados mundiales. Por
último, ilustraremos cómo algunos intelectuales se dedicaron a sistematizar las
demandas del movimiento de rearme naval, definiendo grandes esquemas
estratégicos que influyeron en las políticas adoptadas por los ministros de
Marina.
Así, el artículo explora el modo en que el navalismo español
incidió en la configuración de la cultura estratégica de la Monarquía
isabelina. En este caso, se entiende al navalismo como un movimiento social que
aglutinó a una red informal de grupos de interés y organizaciones que cifraban
el futuro geopolítico de España en la regeneración de la Real Armada y su
utilización como herramienta de poder internacional7. Con respecto a la categoría de “cultura estratégica”, recurrimos
a las teorizaciones de Lawrence Sondhaus para definirla como el conjunto de
doctrinas, patrones de comportamiento, expectativas y valores que definen la
actitud de una sociedad con respecto del uso de la fuerza armada8. La idea es que el navalismo se sedimentó como un elemento
esencial en los imaginarios geopolíticos de la España isabelina entre 1833 y
1857, cobrando un rol protagonista en la esfera pública a partir de 1858. De
esta fecha en adelante, se dieron las condiciones para que las promesas de
regeneración marítima se convirtiesen en una expectativa plausible. Ello
potenció el movimiento de rearme naval y generó varios intentos serios de
sistematización. En este punto, varios cultivadores del pensamiento naval se
aplicaron a elaborar una “gran estrategia”, es decir, una planificación
coherente que trataba de ajustar los objetivos geopolíticos de la Monarquía y
de sus capitales mercantiles a las capacidades reales de su poder marítimo9. Sugeriremos que las “grandes estrategias” elaboradas por
pensadores como Justo Gayoso, Miguel Lobo y Eugenio Salazar y Mazarredo entre
1859 y 1860 tuvieron una enorme influencia en las políticas adoptadas por los
Ministerios de Marina y de Estado.
LOS ORÍGENES
DEL MOVIMIENTO (1833-1857)
La derrota de Trafalgar, la invasión napoleónica, las guerras de
independencia hispanoamericanas y la expansión estadounidense en el Caribe
provocaron el declive de la Real Armada y una crisis general de la cultura marítima
española. Cuando el reinado de Fernando VII terminó en 1833, la imponente
armada del siglo XVIII se había transformado en una de las más pequeñas de
Europa. Según el Estado General de la Armada para el año 1833,
publicado ese año, los efectivos navales se redujeron a 3 navíos de línea, 5
fragatas, 4 corbetas, 8 bergantines, 7 goletas y 8 buques ligeros10. Al mismo tiempo, la crisis fiscal provocó el cierre de varios
arsenales, astilleros y escuelas que constituían la columna vertebral de la
Armada. La transferencia de marineros a los ejércitos de tierra y la
irregularidad de los pagos contribuyeron a privar a la institución de reclutas,
provenientes generalmente de ciudades costeras11.
Estos factores tuvieron una estrecha correlación con el declive
relativo de la marina mercante. Albert Carreras y Xavier Tafunell explican cómo
la desaparición de los mercados virreinales impactó profundamente en la
economía española, especialmente en los sectores comercial e industrial. La
ruptura con América entre 1810 y 1826 supuso la pérdida de 12 millones de
súbditos. La economía peninsular, configurada como un mercado imperial gracias
a los monopolios sancionados por la Corona, garantizó la competitividad de los
fabricantes españoles. Los puertos peninsulares fueron los intermediarios
obligados entre Europa y América. La pérdida de estos mercados supuso un
descenso del 40 % en el total de las exportaciones de España. De ello derivaron
una balanza de pagos deficitaria y una reducción considerable de la capacidad
del erario12. Jesús M. Valdaliso describe cómo en el periodo comprendido entre
1802 y 1830 se produjo un evidente descenso en el número de barcos mercantes españoles,
acosados por el corsarismo, el cierre de los mercados de ultramar y la falta de
protección de la Real Armada. Los comerciantes de la Monarquía tuvieron que
recurrir a barcos franceses, británicos y americanos para transportar sus
mercancías. La imposición de un Derecho Diferencial de Bandera en 1825 tardó en
dar sus frutos, si bien la explosión del tráfico esclavista en Cuba permitió
que el número de pilotos, armadores y barcos siguiese creciendo con
independencia de los factores políticos13.
La intelectualidad liberal se encontraría con este estado de cosas
en 1833, cuando el reinado de Isabel II colocó a los constitucionalistas al
frente del Estado. Los gabinetes dirigidos por Francisco Martínez de la Rosa y
el Conde de Toreno comenzaron a barajar abiertamente la posibilidad de ponerles
fin a los sueños de reconquista de América. Estos habían condicionado la acción
exterior de la Monarquía durante la década anterior14. Tras la emancipación hispanoamericana, España quedó reducida a
un estado europeo con algunas posesiones insulares importantes, especialmente
Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Mientras tanto, el comercio con las nuevas
repúblicas hispanoamericanas se vio interrumpido por la ausencia de relaciones
diplomáticas con ellas. En este contexto, el estado de decadencia de la Real
Armada impidió el restablecimiento de un comercio seguro y rentable con estas.
Dicha Marina no garantizaba tampoco la conservación de las restantes colonias
de la Monarquía. La interpelación dirigida a las Cortes por el ministro de Marina,
José Vázquez de Figueroa, el 11 de agosto de 1834, puso de manifiesto esta
situación15.
Motivados por este estado de cosas y por las presiones de las
Juntas de Comercio de las ciudades costeras de la Monarquía, algunos actores
públicos organizaron una campaña de promoción naval que se extendió desde 1836
hasta 1857. Un influyente grupo de intelectuales liberales, entre los que se encontraban
ministros, oficiales de la Armada y diplomáticos como Alejandro Oliván, Ignacio
Negrín Núñez y Facundo Goñi, teorizaron que la regeneración geopolítica de
España dependería de la reconstrucción y modernización de la Real Armada.
Sostenían que el país podría recuperar su lugar entre las grandes potencias si
conseguía reparar la pérdida de sus dominios en América, convirtiéndose en una
“nación marítima”. Según su juicio, la utilización de los enclaves de
Filipinas, Cuba y Puerto Rico, podía convertir a la Monarquía en una potencia
marítima a tener en cuenta en los expansivos circuitos comerciales que unían el
Pacífico y el Atlántico. Sus escritos presagiaban un escenario en el que una
Armada tecnológicamente actualizada podría servir a España para desplegar su
poder coercitivo sobre sus antiguas posesiones hispanoamericanas y llevarlas a
una esfera de dominio informal. Ello evitaría a su vez la pérdida de Cuba y
Puerto Rico frente a Estados Unidos. También aseguraría la participación de la
Monarquía en el comercio del Mediterráneo y el Pacífico, gracias al control de
puntos estratégicos en las costas de Marruecos y a la expansión de la economía
filipina16.
Esta corriente de opinión contó con periódicos como El
Español, El Heraldo, La España Marítima y El Tiempo, todos
esenciales para apoyar el crecimiento de la Real Armada, ya que sus dotaciones
presupuestarias dependían en gran medida de la capacidad de los ministros de
Marina para defender ante el Congreso la importancia de organizar unas fuerzas
navales respetables y tecnológicamente avanzadas17. Sea como fuere, esta primera oleada de navalismo liberal carecía
de postulados estratégicos precisos. Sus propuestas de renacimiento imperial a
través del poder marítimo no especificaban las unidades, estaciones y funciones
que debían enmarcar la actividad marítima. Tampoco se realizó ningún esfuerzo
teórico para ajustar las expectativas de regeneración naval a las capacidades
reales de la Real Armada. La llegada al poder de la Unión Liberal puso las
condiciones para que el pensamiento naval español intentara llevar a la
práctica sus postulados geoestratégicos.
Cuando la Unión Liberal formó gobierno en 1858, España contaba con
una flota numerosa, que había incorporado exitosamente la tracción a vapor18. Si atendemos al Estado General de la Armada para el año
1858, editado este mismo año, su composición aquel año consistía de: 2
navíos de línea, 8 fragatas, 4 corbetas, 9 bergantines, 15 goletas, 4
pailebots, 2 lugres, 3 faluchos y 31 buques de vapor. Llegaba a 940 cañones en
total19. Sin embargo, su heterogeneidad, carencia de personal cualificado
y falta de infraestructuras e industrias navales suficientes, le restaban
operatividad a una Marina que seguía rezagada en comparación a sus homólogas
europeas. A ello hay que añadirle la lenta incorporación de tecnologías
punteras como la propulsión a hélice20.
La inestabilidad política imperante entre 1833 y 1857, síntoma de
las disputas entre las distintas familias políticas del liberalismo
—principalmente moderados y progresistas—, supuso una interminable rotación de
ministros de Marina. Estos no duraron, de media, más de un año en el cargo, por
lo que obstaculizaron cualquier planificación institucional a largo plazo21. Las carencias administrativas, presupuestarias y logísticas
también dificultaron el desarrollo de los planes de regeneración naval urdidos
por la intelectualidad del período. Cierto es que desde 1848 los ministros de
Marina, muy particularmente Mariano Roca de Togores, Marqués de Molins, habían
logrado éxitos parciales. Entre ellos destacaban la reparación de los arsenales
y astilleros de Cádiz, Cartagena, El Ferrol y Manila y la fundación de
establecimientos educativos —como las escuelas de maquinistas, contramaestres y
contestables—. También fue reseñable el aumento de los recursos invertidos en
la fabricación y reparación de buques22. Pero ninguna de estas innovaciones parecía suficiente para
considerar a España una potencia naval de primer orden, como lo mostraba su
discreta política exterior hasta 1857, que solo había empleado la Marina en
algunas acciones destacables, como el control de la piratería en Filipinas y el
Caribe, la expedición naval para defender al papado en 1845, el establecimiento
de una pequeña estación naval en el Río de la Plata o una discreta intervención
en la guerra civil portuguesa de 1847. La debilidad de la Real Armada se volvía
más problemática a medida que la marina mercante experimentaba un imponente crecimiento,
pasando de los 2.740 buques en 1845 a 4.800 en 186023.
LA UNIÓN
LIBERAL Y EL AUGE DEL NAVALISMO: REFORMISMO Y COMPARACIÓN INTER-IMPERIAL
El ascenso al poder de Leopoldo O´Donnell y la Unión Liberal en
1858 supuso un punto de inflexión. Hasta 1863, los unionistas apaciguaron las
luchas intestinas entre moderados, progresistas y demo-republicanos. La
estabilización del régimen político isabelino se sostuvo sobre un precario
equilibrio entre frentes ideológicos dispares, cuyos consensos trataron de
fraguarse en torno a la liberalización del comercio, el incentivo de la
inversión capitalista extranjera, la construcción ferrocarrilera y una política
exterior que aspiraba a colmar las expectativas fraguadas por los escritores
políticos de las décadas previas24. De ahí que el “Gobierno largo” de O´Donnell se arrojase a una
dinámica expansiva materializada en la expedición franco-española al Reino de
Annam (1858), la ocupación efectiva de la isla de Fernando Poo en el Golfo de
Guinea (1858), la guerra con Marruecos entre 1859 y 1860, la intervención
tripartita en México (1861), la re-anexión de Santo Domingo (1861-1865) y,
finalmente, la expedición al Pacífico, que culminaría con la guerra
hispano-sudamericana (1862-1866)25.
Todas estas intervenciones mostraron patrones compartidos. La euforia
generalizada por el ciclo de crecimiento económico —derivado del auge de las
inversiones francesas de capital, de las políticas desamortizadoras del Bienio
Progresista y de los magros ingresos hacendísticos proporcionados por los
negocios del esclavismo azucarero en Cuba— permitió que la Unión Liberal las
presentase como intentos realistas por reestablecer el papel de España en el
comercio mundial26. Las intentonas imperiales orquestadas por O´Donnell se
realizaron sobre la base de los planteamientos estratégicos elaborados durante
las décadas previas. Los publicistas del periodo persistieron en la idea de
vincular la conservación de los enclaves coloniales en el Caribe, Filipinas y
el Mediterráneo con la prosperidad de la economía peninsular y con la apertura
de nuevos mercados ultramarinos. La creencia de que la Armada era el vértice
sobre el cual se sostendría un imperio discreto en lo territorial, pero pujante
en lo comercial, inundó la opinión pública del período, confirmando la
consolidación de dicha doctrina en la cultura estratégica del país. Así lo
acredita el discurso pronunciado el 8 de junio de 1860 en el Congreso por el
diputado progresista por Cádiz, José González de la Vega. En medio de una
discusión sobre los presupuestos de la Marina, el tribuno parlamentario, fiel a
los intereses capitalistas de su ciudad, trató de aleccionar a sus colegas
sobre el prominente papel que estaba llamada a representar la Real Armada para
recuperar el rol de potencia del país:
La marina
militar á lo que está llamada hoy es á guardar el vasto litoral de las costas
de la Península, nuestras islas en el Océano y Mediterráneo, las Antillas, una
de ellas joya preciosa muy codiciada de los de allende los mares y de los de
acá, nuestras posesiones de África y Asia. Estamos en la necesidad de proteger
la seguridad de nuestros compatriotas donde quiera que se hallen, los intereses
del comercio español, lo mismo en América que en los demás puertos extranjeros,
la integridad del territorio, y la dignidad del nombre, el preclaro nombre de
la nación27.
No ha de extrañar que el ministro de Marina, José Mac-Crohon,
respondiese positivamente a la interpelación del diputado. Mac-Crohon confirmó
las aseveraciones geoestratégicas del representante y aseguró que el Gobierno
estaba haciendo lo posible para que las capacidades de la Real Armada se
ajustasen a dichos postulados28.
De facto, todas las intervenciones ultramarinas orquestadas por el
Gobierno largo de la Unión Liberal requirieron de la utilización estratégica de
la Real Armada. Este hecho subrayó su protagonismo e importancia como
instrumento de la acción exterior. Hemos aquí el caldo de cultivo de la campaña
de rearme naval que tendría lugar. La misma combinaría, como señalamos, los
esfuerzos de la burguesía comercial, con los de las elites
político-intelectuales del progresismo, el unionismo y el moderantismo,
trasladándose al grueso de la opinión pública. La importancia que adquiriría la
Marina de guerra en los horizontes geoestratégicos del período ya se había
prefigurado en el discurso que Isabel II dirigió a las Cortes el 10 de enero de
1858. La Reina subrayó el carácter eminentemente marítimo y transoceánico de
los intereses nacionales. Más adelante, celebró los progresos del ramo durante
la coyuntura anterior y llamó a la Cámara a favorecer las políticas de
promoción naval:
…
conveniencia de prestar una atención muy especial a la marina, aun cuando no
existieran otras razones, á cuál más poderosas, tratándose de una Nación ceñida
por dos mares, que posee puntos de sumo precio en todas las partes del globo. Así
es que la Nación ve con singular complacencia el aumento progresivo de nuestra
marina Real, destinada al amparo y defensa de nuestra marina mercante, que
también se acrecienta con admirable rapidez; y vosotros acogeréis
favorablemente los proyectos que se dirijan a proteger tan importante ramo29.
A pesar del optimismo de la Corona, el mandato de O´Donnell se
abrió con evaluaciones parcialmente críticas con el estado de la Marina de
guerra. El simulacro naval celebrado en Ferrol el 3 de septiembre de 1858
exhibió ante el público de la península y ante la propia Reina, una flota
excéntricamente heterogénea. Algunos barcos parecían desfasados, como los
navíos de línea, las fragatas de vela, los vapores de rueda e incluso algunas
urcas de mal aspecto30. Entre 1859 y 1860 los redactores de periódicos ideológicamente
tan diversos como La España —del ala conservadora del
moderantismo—, El Clamor Público —progresista—, o la Gaceta
de Marina y la Crónica Naval de España —especializados
en asuntos marítimos— abogaron por un fomento planificado de la Marina. Sus
columnas hicieron énfasis en que el aumento de las unidades navales que se
había logrado desde 1848 no había venido acompañado de una modernización
equiparable de los arsenales, almacenes e infraestructuras portuarias de la
Monarquía. Todos denunciaban, asimismo, la falta de planificación en la
fabricación de buques, hecho que explicaba su heterogeneidad31.
Las críticas al estado de la Real Armada se exacerbaron con el
desarrollo de la guerra hispano-marroquí entre 1859 y 1860. La flota comandada
por el Brigadier Segundo Díez Herrera y, más tarde, por José María Bustillo,
había apoyado las operaciones terrestres. A tal efecto, bombardeó las
localidades de Arcilla y Larache, bloqueó los puertos y fondeaderos marroquíes
y aseguró los suministros de las tropas. Sin embargo, no mantuvo bajo bloqueo
efectivo toda la costa, ni reunió las condiciones suficientes para bombardear
Tánger32. Superado el conflicto, varios opositores parlamentarios del
Gobierno achacarían el relativo éxito de las operaciones navales a la debilidad
marítima marroquí. Lamentaron que la premura de España por firmar un tratado de
paz se hubiese debido a las presiones británicas y a la abrumadora superioridad
naval con que podía amenazar el Gobierno de Palmerston, nada impresionado por
las exhaustas y heterogéneas fuerzas españolas33.
Dichas experiencias acaecieron en el contexto de un clima de
ansiedad geopolítica, en el cual la prensa recordaba recurrentemente que las
potencias europeas y los Estados Unidos se encontraban en medio de una
verdadera carrera tecnológica y armamentística, orientada a la búsqueda de la
hegemonía marítima34. De ahí que en publicaciones especializadas en cuestiones navales
y de política exterior, como la Crónica Naval de España y
la Crónica de Ambos Mundos, se reseñasen los desarrollos en materia
de tecnología naval del Reino Unido y Francia35. Conscientes de que el vapor y las corazas de hierro habían
relativizado la hegemonía total disfrutada por el Imperio Británico en las
décadas anteriores, los publicistas españoles tomaban nota de los buques y de
los sistemas de organización de las armadas estadounidense, francesa, rusa y
hasta otomana36.
A su vez, los periódicos se esforzaron por informar de las
características de las primeras fragatas blindadas fletadas en los imperios
vecinos entre 1858 y 1860. El que fuera ministro de Marina entre 1860 y 1863,
Juan de Zabala y de la Puente, se vio obligado a ofrecer extensos análisis en
las Cortes sobre las prestaciones de las nuevas fragatas blindadas, ponderando
hasta qué punto sería necesario para España contar con ellas de forma inminente37. El diputado Francisco Pérez Grandallana, exmarino y
representante gaditano, también invertiría algunos de sus discursos
parlamentarios en explicar el funcionamiento de los novedosos buques de coraza38. En general, la clase parlamentaria española —particularmente los
diputados de las provincias con mayores intereses mercantiles— se mantuvo
atenta a las técnicas y usos que los imperios vecinos les daban a sus modernas
marinas de guerra. Por ejemplo, el diputado por Girona, Pedro Forgas y Puig,
mencionaría en la sesión del 28 de febrero de 1862 la importancia de las
lanchas cañoneras en los combates recientemente sostenidos en Crimea y Odessa.
A su vez, proponía la adquisición de tales embarcaciones y de ocho fragatas
blindadas que le permitiesen a España sostener una diplomacia de las cañoneras
análoga a la francesa e inglesa en Oriente y América. Forgas y Puig se
mostraban convencido de que España podría aprovechar el desequilibrio parcial
de la Pax Britannica y el avance imparable de las tecnologías
navales para ganar un nuevo espacio en el concierto de las potencias marítimas39.
Las visiones de lo global descritas se urdieron en un clima de
euforia librecambista. Muchos publicistas, como el economista Juan Bautista Cantero,
aseveraban que la tendencia de interconexión mercantil del mundo era
inevitable. Al fin y al cabo, la última década había presenciado la expansión
espontánea o forzosa de los productos europeos y la progresiva universalización
de los tratados bilaterales de comercio40. El librecambismo español cifraba, eso sí, la suerte del comercio
nacional en la cantidad de cañones que lo respaldasen. El credo librecambista
no se tradujo en una visión pacifista de las relaciones internacionales.
Generalmente, la prensa imaginó la arena geopolítica como un tablero de
competencia inter-estatal, cuyo eje principal era el dominio de las rutas
marítimas. Por ejemplo, el 5 de octubre de 1859, El Clamor Público,
—progresista—, ofrecía una columna de su corresponsal en Algeciras apoyando la
declaración de guerra a Marruecos. El texto, recurriendo a la comparación,
explicaba que la opinión pública española debía considerar que la ocupación
francesa de Argelia formaba parte de una estrategia más amplia que aspiraba a
convertir al vecino Imperio en el árbitro del comercio mediterráneo: “Es bien
sabido que la Francia invierte sumas inmensas es el fomento de su marina
militar, y que aspira, si no á hacerse superior, á lo menos equilibrar sus
fuerzas con las de Inglaterra, y que para neutralizar la preponderancia que dan
á esta última sus posesiones de Gibraltar, Malta y el protectorado de las islas
Jónicas, tiene su vista fija en el Estrecho”41. La creación de una Armada poderosa y su utilización para ganar
una esfera de influencia en las costas de Marruecos no se concebía como una
elección posible, sino como una necesidad estratégica. Era la única vía para
conjurar las aspiraciones de hegemonía mundial de los imperios británico y
francés, situando a España como un actor por derecho propio en el concierto del
poder y el comercio mundial. Los editores del periódico unionista El
Estado aseveraron que la correcta organización de la Real Armada
forzaría a Francia y Reino Unido a reconocer el rango de España y su inclusión
en el concierto de las potencias europeas42.
La idea de una escalada en la competición por la hegemonía
marítima también se expresó a través del comentario y la traducción de la
prensa extranjera. En su número del 16 de octubre de 1859, los editores
de La España reproducían algunas líneas de un artículo
publicado en el Times, que expresaba la preocupación de que el
crecimiento de la Real Armada y la prosperidad general de España le inspirasen
ansias de recuperar Gibraltar. El periódico madrileño celebraba que las
preocupaciones británicas estuviesen, a su parecer, bien fundamentadas. En
efecto, una parte de la prensa española, entre la cual se incluían, había
declarado que la re-anexión del peñón debía ser uno de los objetivos finales de
la campaña de renacimiento naval que estaba teniendo lugar. El artículo
sentenciaba que este fin era posible, en la medida que la hegemonía
incontestable que había gozado la Royal Navy se veía desafiada por la
emergencia de poderes marítimos de gran y media escala: Francia y Egipto en el
Mediterráneo, Rusia en los mares del norte y de oriente y Estados Unidos en
América. La Marina de guerra era precisamente el instrumento que daría a España
un papel en este inexorable reacomodo del poder internacional43.
Análogas reflexiones se verterían en un artículo publicado
en La América el 8 de octubre de 1859. Su autor, el
diplomático Carlos Sanquirico Ayesa, había fungido como secretario de la
Legación española en Quito poco tiempo atrás. Sanquirico recurrió a un acervo
discursivo que se remontaba a la recepción de las guerras entre México y
Estados Unidos en la década de 184044. Representó a las Américas como un campo de batalla entre las
“razas” anglosajona y latina o española. Según su juicio, la prosperidad de
España y las repúblicas hispanoamericanas pasaba por frenar el expansionismo
mercantil y territorial estadounidense. El autor asumía que, en tal escenario
de contención, la marina mercante española se constituiría como la gran
intermediaria entre Europa e Hispanoamérica, favorecida por la identidad de
idioma y de costumbres que unía, a su juicio, a la comunidad hispánica. El
diplomático lamentaba que la inhábil resolución de los conflictos derivados de
las independencias hispanoamericanas hubiese neutralizado esta potencial
relación mercantil. Comparaba el extrañamiento de los pueblos hispánicos con la
relación postimperial de Estados Unidos y Reino Unido, que habían fundamentado
su prosperidad compartida en la complementariedad de sus intereses materiales y
en la fluidez de su comercio marítimo. Sanquirico proponía la promoción de la
Real Armada y la creación de una marina de guerra común a todas las repúblicas
de habla hispana. Su texto no ocultaba que dicho sistema de seguridad naval
tenía por objeto recuperar para el comercio español, la “riqueza inagotable” a
que daban acceso las costas hispanoamericanas45.
La perspectiva de La América, que se consolidaría como
el principal órgano de promoción panhispanista asociado al radicalismo
democrático, se vio respaldada por varios otros textos que circularon en la
época. Entre estos destacan los tratados de José Ferrer de Couto. Este
publicista y erudito gallego había estado comisionado para escribir una
historia de la Real Armada46 y pasó el período que medió entre 1858 y 1861 trabajando
como un agente informal para la organización de una alianza anti-estadounidense
entre las repúblicas hispanoamericanas, Francia y España47. En 1859 publicó un libro —de gran éxito— titulado América
y España consideradas en sus intereses de Raza, en el cual defendió que la
acción de las fuerzas navales españolas debía seguir en adelante una doble
lógica. Por un lado, contener el expansionismo norteamericano. Por otro lado,
impulsar por vía de la exhibición del poder y la modernidad de España, los
procesos de normalización de las relaciones postimperiales con sus antiguos
dominios. Ello permitiría que la marina mercante española gozase de un acceso
privilegiado a las rutas marítimas de las Américas, a la par que cohesionaría
al bloque racial hispánico y facilitaría el lucro de la vieja metrópoli48.
EL MOVIMIENTO
DE REARME NAVAL DESDE LA SOCIEDAD CIVIL: COMERCIANTES, AYUNTAMIENTOS Y
EMIGRANTES
Los discursos periodísticos, parlamentarios y ensayísticos hasta
aquí aludidos expresan con claridad temas y objetivos generales que presidieron
esta apoteosis del movimiento para el rearme naval, que fue in crescendo entre
1858 y 1862. Ya en 1858 las Cortes aprobaron un crédito extraordinario de 450
millones de reales para la Armada. Este apoyo tributario se renovaría y
aumentaría en los siguientes ejercicios presupuestarios, obteniendo,
nuevamente, un apoyo generalizado de la prensa de todas las tendencias
ideológicas49. En esta línea, el diputado progresista por Cádiz, el mencionado
González de la Vega, defendió ante el Congreso que el presupuesto invertido en
la Marina siempre sería “reproductivo”, por cuanto redundaba en el desarrollo y
la competitividad de la marina mercante y en el fomento de actividades
productivas vinculadas a la fabricación naviera, como la explotación nacional
del carbón, del acero y la madera o el desarrollo de la propia industria naval50.
En general, los diputados que representaban a provincias que
contaban con burguesías comerciales bien consolidadas se unieron en su apoyo
del navalismo. Por ejemplo, el Marqués del Premio Real, representante de
Sevilla, emitió el 31 de enero de 1861 una extensa alocución en que establecía
la importancia para España del poder marítimo. La Monarquía debía estar
provista de aquellas “ciudades flotantes” capaces de proyectar los intereses
materiales de la nación que eran los navíos modernos. Pero fueron Laureano
Figuerola y Francisco Pérez Grandallana, representantes por Barcelona y Cádiz,
quienes más vehementemente reiteraron en sus intervenciones la idea de que la
marina mercante precisaba de la defensa de la Real Armada. Los dos aseguraron
que el crecimiento explosivo experimentado recientemente por el comercio
español en el Caribe, las costas americanas y Asia hubiera sido mucho mayor de
haber contado con la garantía que suponía la presencia de un buque de guerra
para la seguridad de las inversiones ultramarinas51. Si bien hoy sabemos, como lo ha retratado recientemente Enric
García Domingo, que el desarrollo de la Armada a veces llegó a perjudicar a la marina
mercante52, no cabe duda de que las elites políticas y mercantiles de la
época la percibían como el escudo indispensable para la expansión global de los
intereses mercantiles españoles.
En ocasiones, los propios empresarios que esperaban beneficiarse
de la consolidación de la Monarquía como potencia marítima le elevaron
peticiones al Parlamento. El 1 de junio de 1860, otro diputado por Cádiz,
Francisco Barca Corral, presentaría una exposición de comerciantes,
propietarios e industriales del emporio andaluz. Los potentados gaditanos se
sumaban a la campaña por el aumento de la Marina de guerra, solicitando incluso
un impuesto extraordinario para su definitiva consolidación53. El episodio se repitió, y el 30 de junio llegaría a la cámara
una nueva misiva. Esta vez la firmaban 47 vecinos de Puerto Real. Pedían que
los representantes de la nación acordasen medios eficaces para la promoción de
la Armada, que tantos servicios les podía rendir para la exportación de sus
cultivos comerciales54.
Hasta tal punto llegó a impregnar el navalismo la conciencia
pública que, al entrar el año 1860, ante las dificultades que experimentaba la
Real Armada para cubrir todas las necesidades de su servicio en Marruecos y
Ultramar, los ayuntamientos de Sevilla y Barcelona elevaron a la Corona una
propuesta en virtud de la cual cada provincia española costearía, recurriendo a
la suscripción popular, un moderno buque de guerra para la Marina. La oferta,
rápidamente desechada por el Gobierno por su impracticabilidad, tuvo, sin
embargo, una amplísima resonancia en el debate público55. En medio de las festividades por las victorias cosechadas en la
guerra de África, los periódicos de todos los signos ideológicos hicieron eco
de la expresión de patriotismo que suponía el plan de Sevilla y Barcelona.
Entre los meses de febrero y marzo, otras diputaciones provinciales y
municipios elevaron peticiones al Gobierno unionista en el mismo sentido:
Ciudad Real, Jaén, Huelva, Córdoba se sumaron entusiastamente a la campaña56.
A pesar de no tener la aprobación gubernamental, algunas
administraciones provinciales llegaron a poner en marcha la iniciativa. Por
ejemplo, Guipúzcoa abrió una suscripción general mensual para construir un
navío de hélice de 100 cañones llamado El Guipuzcoano, que debía entregarse al
Estado al finalizar su construcción57. La Sociedad Económica de Amigos del País de Granada también
acordó, en junta general ordinaria, abrir un concurso público para la selección
del mejor proyecto para la construcción de un buque destinado a la Marina,
fijando de plazo el 31 de mayo de 185958.
Por supuesto, muchos órganos de prensa, entre ellos La
Gaceta Militar, apoyaron con alborozo la oferta de “las ilustres
municipalidades”, interpretándola como la apoteosis del movimiento de
regeneración naval que había tenido lugar gracias al liderazgo de la Unión
Liberal59. La Gaceta de la Marina, de hecho, presentó un
proyecto para poner en ejecución la idea de los municipios. Sugirió que cada
provincia aportase en función de su capacidad fiscal: por ejemplo, Andalucía
podía proveer una batería y una cañonera blindada, mientras Extremadura y
Burgos, más pobres, una fragata de segunda cada una60.
La imagen de una gran flota española en la que cada unidad tuviera
el nombre de una provincia se convirtió en una poderosa proyección mítica, que
sintetizó los anhelos del movimiento, en tanto que vinculó ideológicamente la
grandeza naval, la unidad nacional, el patriotismo municipal y la expansión
global de los intereses comerciales españoles. En ocasiones, el proyecto
municipal se interpretó en clave nacional-popular. Algunos asociaron la
vocación marítima de la nación española no tanto a una inclinación de las
elites como a una tendencia natural del pueblo español. La revista
satírica El Nene enfatizó que la petición de rearme naval no
había sido el “resultado de las meditaciones de un gran político, de un
entendido general, o cuando menos de un amante de nuestras glorias marítimas”.
Al contrario, fabulaban, “esa idea se inició en un rincón del café Suizo, entre
personas que en política no han pasado el capítulo de buena crianza, que no
quieren más tiros que los de la diligencia, y que han visto el mar más veces
que en unas láminas del Mundo Pintoresco”61. En otras ocasiones, la propuesta se politizó partidariamente y
sirvió a la reivindicación de proyectos políticos seccionales. Un escritor que
publicó bajo el pseudónimo Resurgam una serie de cartas al
director de La Época, aprovechó el frenesí del navalismo provincial
para defender una idea “federalista de España”:
Cada
provincia quiere recaudar sus propios fondos, construir su propio buque, darle
su propio nombre, para regalarlo después á la madre común, que es la idea
abstracta de España (…) cada hijo empuña las armas que mejor maneja, y unidos é
independientes al mismo tiempo, salen á defender el hogar doméstico bajo la
enseña del padre común. Conviene conservar á toda costa y escrupulosamente este
precioso sentimiento62.
Así, las tentativas del navalismo municipalista no estuvieron
exentas de discusiones ideológicas. Por ejemplo, mientras la Gaceta
Militar sugirió que los buques debían costearse a partir de un
gravamen sobre la propiedad, un suscriptor de La España contestó
que esta era una medida antipatriótica y que solo si propietarios y no
propietarios contribuían a crear la flota, podría visibilizarse ante el mundo
el patriotismo naval del país63.
De cualquier modo, las discusiones también afectaron a cuestiones
propiamente logísticas y estratégicas. Periódicos del ala progresista
como La Iberia advirtieron la imposibilidad de costear un
buque por provincia y los peligros que conllevaría el intento de fabricar una
flota que excediese las capacidades industriales y necesidades marítimas de la
Monarquía. Como remedio, publicaron sus propias propuestas de racionalización
de la flota provincial, tratando de armonizar capacidades y objetivos64. Los redactores de La América, por su parte,
propusieron que, en lugar de grabar a los ayuntamientos de forma obligatoria,
se destinase la totalidad de la indemnización que resultase del tratado con
Marruecos a la compra y construcción de buques. Ello no obstaba para que La
América apoyase que las provincias que deseasen entregarle una
embarcación a la Real Armada por voluntad propia así lo hiciesen65.
Si los empresarios y ayuntamientos de la península inundaron la
prensa, los despachos ministeriales y los hemiciclos con sus peticiones de
promoción naval, hubo otros actores que no le fueron a la zaga: las comunidades
de emigrantes españoles en ultramar, particularmente en América. Desde mediados
de la década de 1850 era habitual que el Ministerio de Estado recibiese
copiosas cartas en las cuales los españoles residentes en Caracas, Buenos
Aires, Guayaquil, Valparaíso o Lima exponían los supuestos atentados contra su
integridad personal y propiedades. Lo interesante, es que a partir de 1858 fue
habitual que las cartas de estos coincidiesen en que la solución más eficaz que
les podía proporcionar la Monarquía para favorecer la seguridad de sus
actividades comerciales era el envío de una escuadra poderosa. Esta petición se
hizo particularmente intensa en países con los cuales España no había firmado
ningún tratado bilateral que permitiese el emprendimiento formal de relaciones
diplomáticas, como Perú66.
Sirvan de ejemplo tres largas reclamaciones de españoles afincados
en la república andina que el Ministerio de Estado recibió en 1859. Destaca una
solicitud de Lorenza Piñeyro, viuda del hacendado Joaquín Villanueva,
comerciante exitoso instalado en Lima. En sus cartas a la Reina y a la
Secretaría de Estado, Piñeyro describía un negocio turbio, según el cual el
Ministro de Hacienda y Relaciones Exteriores, Ortiz de Zevallos, le había
subarrendado —a través del apoderado José Antonio Menéndez— una hacienda
llamada Santa Beatriz a su esposo. Cuando estaba por vencer el arrendamiento,
Ortiz de Zevallos se negaba a cumplir con su obligación legal de pagar las
mejoras que Villanueva le había hecho a la propiedad67. Justo en esta coyuntura, hombres armados entraron a la casa y
asesinaron a Villanueva, conduciendo a Piñeyro a un pleito infructuoso ante la
justicia peruana68. La segunda petición a que aludimos estaba firmada por Gerónimo
González, emigrante que había logrado hacerse con una hacienda en la provincia
de Santa. González contaba que en 1856 su hacienda había quedado atrapada en
medio de la guerra civil que enfrentaba al presidente Ramón Castilla con sus
opositores sureños. En medio del enfrentamiento, el subprefecto provincial se
refugió en su propiedad y las tropas rebeldes la asaltaron y destruyeron,
violentando a su hijo, nuera y nietos, uno de los cuales falleció69. El tercer expediente era una misiva de Don Inocencio Gallinar,
comerciante instalado en el Callao que afirmaba que el expresidente José Rufino
Echenique había orquestado una inspección ilegal en sus propiedades con el
único fin de sustraerle las armas que vendía sin pago alguno70.
Lo interesante de las tres interpelaciones es que los remitentes
no hacían énfasis en el establecimiento de relaciones formales entre España y
Perú. Por el contrario, todos fiaban la suerte de sus respectivos pleitos en el
envío de una escuadrilla naval al Callao y en su utilización como herramienta
coercitiva. Los tres hicieron referencia al uso análogo que Francia le daba a
su flota. Lorenza Piñeyro le suplicaba a la Reina: “se digne ordenar que el
Gobierno destine a estas aguas una escuadra, que imponiendo el suficiente
respeto, nos salve de los peligros que nos amenazan, y obtenga para mí y para
mi hija, lo mismo que para otros que se encuentran en circunstancias análogas
la debida reparación”71. Gerónimo González también solicitaba que: “Vuestro Gobierno
disponga que una pequeña escuadra española se estacione en estos mares”72. Inocencio Gallinar fue el más expresivo. Incluso ofreció que la
comunidad de españoles en Perú asumiese los gastos de la flota:
A V. M.
rendidamente suplico se digne ordenar que una escuadra de la Marina Real se
destine a estos mares, la cual haga respetar la vida y hacienda de los súbditos
españoles, y obtenga para todos la reparación de los daños y perjuicios que
hayamos sufrido, los gastos de cuya escuadra estamos prontos a satisfacer en la
parte que lo permita nuestra fortuna73.
Los cónsules y secretarios de las legaciones en el Pacífico
respaldaron dichas peticiones, reclamando la creación de una estación naval
análoga a la establecida en el Río de la Plata74 para proteger a los súbditos españoles en el contexto de las
guerras civiles que había azotado a Argentina y la Banda Oriental a mediados de
la década de 184075. Asimismo, entre 1858 y 1862 la prensa española también se dedicó
a distribuir noticias, cartas y declaraciones de españoles afincados en
América. Los textos seguían una estructura argumentativa similar: los
comerciantes o propietarios de nacionalidad española narraban su quehacer
industrioso en la república americana. Explicaban cómo sus contratas,
inversiones y negocios les habían llevado a acumular cierto patrimonio. Más
adelante describían un caso de abuso o violencia, en el que un funcionario
estatal, un rival empresarial, una tropa o ejército opositor, había conculcado
sus derechos y dañado sus intereses76.
Las noticias venidas de ultramar tuvieron la capacidad de llegar
al debate parlamentario. En la sesión del 26 de marzo de 1860, el líder
progresista Salustiano Olozaga realizaría un análisis de los atentados que,
según las noticias llegadas de Caracas, sufrían las comunidades de españoles
afincados en Venezuela con motivo de sus conflictos civiles77. El ministro de Estado, Saturnino Calderón Collantes, replicaría
días más tarde que en muchas ocasiones los españoles que solicitaban protección
se habían implicado por iniciativa propia en las disputas intestinas de las
repúblicas y que era difícil discernir la justicia de sus reclamaciones78. No obstante, la mayoría de las intervenciones de los ministros
de Marina y de Estado terminaron por asumir el credo del imperialismo del libre
comercio y el navalismo: el Gobierno español se dispondría a invertir todos sus
esfuerzos para enviar escuadras que se estacionasen en los puertos americanos,
sirviendo como policías dedicadas a proteger los intereses mercantiles de los
súbditos de la Monarquía en ultramar79. En general, la Secretaría de Estado tomó nota de las
reclamaciones de los súbditos españoles y las conclusiones de los expedientes
solían apuntar a la puesta en marcha de una estrategia expansiva, que explica
en buena medida la re-anexión de Santo Domingo en 1861 —con el consiguiente
control de la Bahía de Samaná— y el envío de la Escuadra del Pacífico en agosto
de 1862 a visitar los puertos del Río de la Plata, Chile, Perú, Ecuador, Nueva
Granada, Centroamérica y San Francisco.
LAS GRANDES
ESTRATEGIAS DEL MOVIMIENTO: GAYOSO, LOBO Y SALAZAR
El movimiento de rearme naval sostenido entre 1858 y 1860 gozó,
como hemos comprobado, del apoyo entusiasta de una pléyade de actores sociales
que imaginaron un vínculo indeleble entre el crecimiento de la Real Armada, el
éxito del capitalismo español y la regeneración de la grandeza nacional. En su
comparecencia del 30 de enero de 1861 ante el Congreso, el presidente del
Consejo de Ministros, Leopoldo O´Donnell se podía permitir dar por sentado que
la idea de que España se consolidase como nación marítima y colonial a través
de la regeneración de la Real Armada suscitaba un acuerdo general entre los
españoles80.
Ahora bien, ante la multiplicidad de demandas y proyectos que
habían circulado en la esfera pública, quedó en evidencia la falta de una gran
estrategia que permitiese hilvanar un plan coherente que satisficiese en lo
posible los anhelos de los comerciantes, emigrantes y administraciones
implicadas. A raíz de ello, varios tratadistas se aprestaron a elaborar planes
estructurados para el desarrollo y la utilización de las fuerzas navales
españolas, haciendo énfasis en la necesidad de ajustarlo a las capacidades
logísticas y los objetivos geoestratégicos de largo plazo de la Monarquía. A la
par que elaboraban sus propuestas de regeneración naval, debían diseñar un
horizonte geopolítico deseable para España.
Así lo hicieron dos obras especialmente relevantes publicadas en
1860. La primera de ellas fue el panfleto titulado La Marina de Guerra
Española tal y como ella es. Su autor era el Capitán de Fragata Miguel
Lobo, futuro oficial de la Escuadra del Pacífico. El contenido de su escrito ya
había circulado previamente en publicaciones periódicas de gran tirada,
como La Época y La España81. La segunda, consistía en un extenso tratado titulado Estudios
sobre la Marina Militar de España. Lo firmaba Justo Gayoso, político,
escritor y comerciante oriundo de la ciudad de Ferrol, uno de los departamentos
marítimos más importantes del momento. El escrito de Gayoso fue entusiastamente
reseñado en varios periódicos, consolidándose como un referente en la
planificación estratégica de la Armada82.
Ambos textos aseveraban que la guerra de África había logrado
convencer a la población española de que la Real Armada era el fundamento
principal del poder exterior y la prosperidad comercial de España. Desechaban,
sin embargo, la propuesta de los municipios que pretendían que las provincias
adquiriesen buques para el Estado. Su “exceso de patriotismo”, espetaban los
dos, no tenía en cuenta que la cantidad de barcos disponibles no era el
elemento esencial del poder naval83. El libro de Gayoso, de hecho, asociaba el colapso de la Marina
de guerra española del siglo XVIII a la inhábil política de construcción naval
de los monarcas de Antiguo Régimen, que habían fletado una flota demasiado
grande, desproporcionada a las necesidades de la marina mercante, a los
recursos humanos de la península y a las infraestructuras portuarias del
Imperio84.
Sea como fuere, tanto Lobo como Gayoso recetaban una batería de
medidas técnicas que, según su juicio, le darían lugar a una Marina operativa y
ajustada a las necesidades transoceánicas de España: el financiamiento público
de las industrias peninsulares del acero, la madera y del carbón; la promoción
del cuerpo nacional de ingenieros y de escuelas especializadas; el
agrandamiento y puesta al día de los arsenales85. Es decir, ambos pensadores descartaban que el acopio de buques
fuese una solución por sí misma, postulando la modernización holística de la
cultura marítima española. Uno de los grandes argumentos compartidos era el de
la planificación y la homogeneización. A partir del Estado General de
la Armada para el año 1858, Gayoso calculaba que la Real Armada se
componía de “64 grupos de embarcaciones desiguales”86. Los autores explicaban que esta heterogeneidad disparaba los
gastos de mantenimiento y reparaciones, restándole efectividad a las cuantiosas
sumas invertidas en la Marina. La alternancia fugaz entre distintos ministros y
las disputas partidistas habían lastrado la necesaria racionalización de las
fuerzas navales, que debía corresponderse a una visión coherente y de largo
plazo de las necesidades estratégicas de la Monarquía.
Los escritos de Lobo y Gayoso se esforzaban por ofrecerles a los
lectores planes de construcción y política naval que atendiese a una proyección
concreta de los objetivos geopolíticos perseguidos. Ambas obras sostenían que
la Real Armada debía mantenerse en pie de igualdad con la Marina de guerra
estadounidense, de manera que conjurase las tentativas anexionistas y piráticas
que se habían fraguado en la república del norte contra las Antillas españolas
desde 185087. Al mismo tiempo, la Marina de guerra debía proteger los
intereses crecientes del comercio español en el Mediterráneo, el continente
americano y el Pacífico. A efectos de que la Real Armada cumpliese estas
funciones, Lobo recomendaba la construcción de 8 fragatas de hélice, 1 fragata
blindada, 8 cañoneras y 5 transportes de vapor88. Gayoso, por su parte, descartaba invertir los recursos
hacendísticos en transportes y apostaba por darle mayor peso a la Marina de
línea. Su propuesta era reorganizar totalmente la Armada en tres únicas clases:
9 fragatas blindadas de 50 cañones, 15 fragatas de 30 cañones y 36 corbetas de
6 cañones. Estas podían obtenerse en un plazo de 15 años89. Los dos escritores recomendaban desmantelar los buques de vela o
de rueda ya obsoletos. Pedían la concentración de la marinería en lo que sería
una flota rápida y versátil, presidida por unas fragatas de hélice que podrían
defender el pabellón español a la escala global que este demandaba.
El panfleto de Lobo reproducía las teorías que se habían venido
gestando en el navalismo y el imperialismo liberal de la etapa anterior. La
regeneración de España pasaba, a su juicio, por consolidarse como el “segundo
imperio colonial” del mundo y recuperar un “nivel marítimo-guerrero” que le
facilitase de tener un papel relevante en la mundialización de los circuitos
comerciales que estaba consumándose pasado el meridiano del siglo XIX90. A tal efecto, proponía un imperio marítimo de tipo archipiélago,
que le permitiese a España defender sus intereses a nivel global. A tal fin,
debía de utilizar las bases de sus posesiones coloniales y estaciones navales.
Esto implicaba aprovechar las existentes en Fernando Poo y el Río de la Plata y
crear una nueva en las costas americanas del Pacífico91. Gayoso era más comedido en sus apreciaciones, aunque no alteraba
sustancialmente las expectativas geoestratégicas de Lobo. El ferrolano
enfatizaba que no veía a España como una potencia invasora, sino como un
imperio colonial defensivo, dedicado a la preservación de sus enclaves
ultramarinos y a la promoción de los intercambios. En Europa debía tratar de
favorecer el equilibrio entre Inglaterra, Francia y Rusia, todas las cuales la
superaban en cuanto a capacidades marítimas. En América, debía formar un frente
común con las repúblicas hispanoamericanas y contener el expansionismo
estadounidense en el Caribe. También le concedía gran importancia al
mantenimiento de estaciones navales en las costas pacíficas y atlánticas de
América92. A diferencia de los autores que anteriormente habían cultivado
el ideal de una España talasocrática, Lobo y Gayoso urdieron una proyección
puntillosa del sistema que debía adoptar la Real Armada de acuerdo a sus
capacidades y de las líneas que debía seguir su empleo geoestratégico.
Las obras de Gayoso y Lobo fueron convenientemente enviadas al
Congreso de los diputados, cuyos miembros celebraron su recepción93. Como señalamos, entre 1858 y 1862 los asuntos marítimos
presidieron muchas sesiones parlamentarias. Las intervenciones de los
previamente aludidos José González de la Vega, Laureano Figuerola, Eduardo de
Miranda —Marqués del Premio Real—, Pedro Forgas y Francisco Pérez de
Grandallana demuestran la existencia de un movimiento parlamentario de
promoción naval muy cohesionado. Estos diputados provenientes de las
circunscripciones andaluzas y catalanas, se alinearon en la defensa del
agrandamiento y la modernización de la Real Armada. Más que vínculos de
partido, lo que les unía eran los intereses comerciales de sus provincias de
origen y el compromiso con el librecambismo que estos comportaban. Sin embargo,
los representantes no se limitarían a reclamarle al Gobierno una puesta a punto
de la Marina de guerra o a invocar repetidamente la identidad marítima de la
nación española. El Congreso y el Senado sirvieron también como foro para la
elaboración de grandes esquemas estratégicos. Estos, en línea con las obras de
Lobo y Gayoso, aspiraban a dictar la fisonomía que debían adquirir las fuerzas
navales españolas, así como las misiones geopolíticas que debían cumplir.
Sin duda, el diputado que con mayor sistematicidad definió un plan
de rearme naval fue Eusebio Salazar y Mazarredo, representante de Santander.
Vástago de un linaje de marinos y militares bien relacionados en los círculos
del liberalismo, Salazar y Mazarredo había hecho carrera como diplomático desde
1847. Sus servicios como agregado en las embajadas de Lisboa, Nápoles, Costa
Rica y Nicaragua le habían proporcionado una visión global de los intereses
españoles. En el momento de su primera elección como diputado en 1857, servía
como subsecretario de la Sección de América en el Ministerio de Estado94. Sus lealtades políticas estaban con el sector más centralista,
militarista y conservador del unionismo y luego bascularían entre el
moderantismo y el progresismo. Cabe resaltar que, además, había hecho fortuna
como comerciante y algunos de sus colegas parlamentarios llegaron a sugerir que
poseía importantes negocios que le vinculaban a Venezuela y Centroamérica95. A lo anterior hay que añadirle el arraigo de su familia en
Cantabria y el País Vasco, provincias muy interesadas en prolongar el ciclo
expansivo del comercio español. No debe extrañarnos que Salazar fuese un férreo
librecambista y uno de los ideólogos más aventajados del imperialismo naval que
tomó cuerpo en la época. Entre 1858 y 1862 sus alocuciones parlamentarias para
tratar cuestiones de política y estrategia naval fueron numerosas. Llegó a ser
reconocido por los propios ministros a los que dirigía sus interpelaciones como
un verdadero experto en la materia.
Al igual que sus coetáneos, Salazar salpicaba sus discursos con
constantes reiteraciones sobre la centralidad que el poder naval tenía en el
futuro económico y diplomático de España. Como Lobo y Gayoso, dio por imposible
la propuesta de construir 49 buques a costa de las provincias. Sin embargo, le
atribuía una importancia de primer orden a la “publicidad” en materias
marítimas y le propuso al ministro Mac-Crohon que se sustituyese la propuesta
provincial por una suscripción nacional que permitiese construir una fragata
totalmente sufragada por el pueblo96.
Más allá de lo simbólico, tampoco se desviaba de las doctrinas del
movimiento de rearme naval en lo referente a la organización de la Marina. Sus
intervenciones, siempre largas y repletas de erudición, lamentaban la
heterogeneidad y la improvisación que habían imperado hasta 185897. Salazar no dejaba pasar la ocasión para reclamar a los ministros
de Marina la creación de una flota versátil, compuesta en su mayor parte de
fragatas de hélice y cañoneras98. Su preferencia por estos modelos respondía a un diagnóstico muy
cercano al de Lobo y Gayoso, aunque aún más perfilado en sus contornos
geoestratégicos. A lo largo de sus diatribas en el Congreso, el representante
de Santander dibujó un escenario mundial amenazante para España. Inglaterra,
“nación poderosa, marítima por excelencia” controlaba el Mediterráneo gracias
al dominio de Gibraltar, un punto estratégico que le permitía amenazar la
seguridad del comercio español, condicionando así la habilidad de la Monarquía
para definir una política exterior propia99. En el Caribe, los Estados Unidos, aunque diezmados por su
conflicto civil, amenazaban la posesión de Cuba. En la América española, los
tratados de comercio y amistad avanzaban con lentitud, mientras los nuevos
Estados no aceptaban otorgarle ningún tipo de trato preferencial a España y
obstaculizaban en lo posible el pago de las deudas de la independencia. Las
estaciones navales de la Habana y del Río de la Plata no lograban, por la
escasez y endeblez de sus buques, concitar el respeto de las sociedades
hispanoamericanas hacia los emigrantes y comerciantes españoles, como lo
demostraban sus constantes peticiones de auxilio. En el Lejano Oriente, la
debilidad de las flotillas de que disponía la Capitanía General de Filipinas,
impedía sacar el debido provecho de los mercados asiáticos, que se estaban
abriendo de par en par gracias a las fuerzas navales que el Reino Unido,
Francia y Estados Unidos habían apostado en los emporios de Hong Kong, Hué y
Tokyo. El capital mercantil de la península mostraba un dinamismo que no podía
traducirse en una incursión expeditiva en los mercados ultramarinos por no
hallarse respaldado por el fuego de los cañones españoles100.
El cuadro explicativo de Salazar ilustraba su preferencia por una
Real Armada compuesta por fragatas blindadas con hélice y cañoneras. Su “gran
estrategia” contemplaba emplearla activamente como un instrumento coactivo para
garantizar la penetración de los productos y capitales españoles en los
mercados sudamericanos, asiáticos y mediterráneos. El diputado dictaminaba que
para que este planteamiento —propio del imperialismo del libre comercio—
tuviese pleno efecto, era necesaria la expansión del sistema de estaciones
navales que se venía gestando desde la década anterior. Sus intervenciones
edificaron un umbral geoestratégico muy definido. En el Mediterráneo, el
Gobierno español debía dejar de ver a Ceuta y Melilla como simples presidios,
convirtiéndolos en emporios comerciales que proyectasen los negocios españoles
hacia el Norte de África y el Levante101. Un texto de contenido autobiográfico que publicó en 1869
revelaría que Salazar soñaba incluso con la recuperación de Gibraltar. Durante
su desempeño como Comisario Real en Perú en 1864, incentivó la ocupación de las
islas guaneras del país andino. Sabedor de su valor para la agricultura
inglesa, aspiró a permutarlas con el Reino Unido a cambio de la recuperación
del peñón102.
Precisamente Hispanoamérica se situó en el centro de sus
ensoñaciones de regeneración. El refuerzo de las estaciones navales de la
Habana y el Río de la Plata debía combinarse, a su juicio, con el
establecimiento definitivo de una igual en la Bahía de Samaná, que podía
instalarse como el resultado natural de la anexión de Santo Domingo. Por
último, el círculo había de cerrarse con el establecimiento de otra estación
naval en las costas pacíficas de Sudamérica103. El diputado calculaba que la proyección del poder marítimo de la
Monarquía en la zona aumentaría el acceso a mercados estratégicos, como el del
Guano, y permitiría un mayor control sobre el tráfico de otros productos que
concernían mucho a la economía española, como el Cacao ecuatoriano104. Guiado por estas expectativas, Salazar fue el primer diputado
que le demandó al Gobierno el envío de una escuadra a las aguas del Pacífico.
El refuerzo de la flota sita en Filipinas y la consolidación de la estación
naval de Fernando Poo terminaban de darle consistencia a su prospección
imperial. Con una Armada de fragatas y cañoneras, poseedora de enclaves
estratégicos en los puntos oceánicos más relevantes del planeta, la España
marítima que proponía Salazar concretaba los horizontes del navalismo y el
imperialismo liberal que se habían gestado poco a poco desde la década de 1830.
REFLEXIONES
FINALES
La gran estrategia elaborada por Gayoso, Lobo y Salazar tuvo sus ramificaciones
en otros varios textos que respaldaron su deseabilidad geopolítica105. Es más, no cabe duda de que los horizontes de regeneración
marítima que eclosionaron como el resultado del movimiento de rearme naval
descrito tuvieron enorme impacto en las políticas llevadas a cabo por la Unión
Liberal entre 1860 y 1862. En lo referente a la construcción naval, el
Ministerio de Marina, apoyado por los presupuestos extraordinarios de las
Cortes, dirigió sus esfuerzos a la adquisición de fragatas de hélice e invirtió
también importantes caudales en la mejora de las industrias portuarias de la
península. Entre 1860 y 1867, la Real Armada experimentó su mayor desarrollo
hasta el momento, llegando a poseer en esta última fecha 2 fragatas blindadas,
4 fragatas blindadas en construcción y 11 fragatas de hélice, más una amplia
nómina de vapores de segunda y tercera clase106. Y es que las respuestas que los ministros de Marina de la Unión
Liberal dieron a las demandas del movimiento de rearme naval siempre fueron
complacientes. Esta verdad también es aplicable al ámbito estratégico.
Basta una revisión de la política exterior española en 1863 para
comprobar que el Gobierno largo de O´Donnell se vio al menos parcialmente
concernido por cumplir las expectativas estratégicas del movimiento de rearme
naval. En este punto, la re-anexión de Santo Domingo había garantizado la
creación de una estación naval de la Bahía de Samaná; el envío de la Escuadra
del Pacífico había logrado reforzar la presencia naval hispana en sus antiguos
dominios y se disponía a establecer una estación en las costas de Ecuador; se
esperaba, a su vez, que la incorporación de las nuevas unidades permitiese
reforzar la presencia en Asia y el Extremo Oriente. Varios memorándums e
informes que circularon por el Ministerio de Estado ese mismo año, como los
redactados por los miembros de la Escuadra del Pacífico, por el propio Salazar
y Mazarredo o por el exsecretario de la Legación de Quito, Carlos Sanquirico y
Ayesa, reafirmaban la intención de lograr los objetivos urdidos entre 1858 y
1860107.
Ciertamente, la gran estrategia del navalismo español no
sobrevivió a 1864. El advenimiento de una crisis económica severa se unió a la
caída del Gobierno largo de O´Donnell. Esto acabó con la estabilidad interna y
mermó la coherencia en la planificación de la Armada y los recursos destinados
a la misma. A ello le siguieron el fin de la guerra civil estadounidense, la
caída de Maximiliano de Habsburgo en México y la pérdida de Santo Domingo. Por
supuesto, también destaca el estallido de la guerra con Chile y Perú a
consecuencia de la toma errática de las islas Chincha, promovida por el propio
Salazar y Mazarredo en un momento en el que el Gobierno español carecía de
recursos para dotar de refuerzos efectivos a la escuadra y en el que Ecuador no
estaba dispuesto a permitir el establecimiento de una base naval en su
territorio. La poca cohesión del sistema político español, la falta de
autonomía del almirantazgo y los acelerados cambios que sobrevenían en una
arena internacional impredecible frustraron los anhelos del movimiento de
rearme naval, que sin embargo logró una evolución importante de la Real Armada.
En cualquier caso, el artículo ha demostrado que la política naval
y la acción exterior del Gobierno largo de la Unión Liberal solo son
entendibles como el resultado de un movimiento social que concitó los esfuerzos
de la burguesía comercial, las elites parlamentarias e intelectuales del
liberalismo, un sector de la oficialidad de la Real Armada, los municipios, las
comunidades de emigrantes españoles en América y la prensa. Lejos de tratarse
de una serie de “calaveradas” improvisadas en los despachos ministeriales, las
iniciativas de promoción naval y de intervención ultramarina llevadas a cabo
por el gabinete unionista estuvieron fundamentadas en una cultura estratégica
que se había forjado en el yunque de la opinión pública y que cifraba la
regeneración geopolítica de España en su consolidación como una “nación
marítima”, capaz de proyectar su poder a nivel global gracias al control de sus
posesiones coloniales remanentes y de estaciones navales en América, Asia y
África. Hemos reflejado cómo dicho ideal talasocrático se promovió de manera
informe y desorganizada en la prensa, el Parlamento y los círculos municipales,
para ser luego sistematizado por una serie de intelectuales que diseñaron una
“gran estrategia” que orientó las decisiones de los Ministerios de Estado y de
Marina en los años venideros.
FUENTES DE
FINANCIACIÓN
Este
artículo ha sido redactado como parte del proyecto FONDECYT n.º 11200245,
titulado: La expedición del pacífico y la Guerra hispano-sudamericana en los
imaginarios geopolíticos de la España liberal (1860-1866), financiado por la
Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo de Chile.
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NOTAS
1
Fernández Almagro 1946. Cervera
Pery 1979. Bordejé y
Morencos 1999. Alfaro
Zaforteza 2011.
2
Chocano
Higueras 2018, 81-93.
Ortega del Cerro 2018,
575-610. De Bordeje Morencos 1997, 25-58.
3
Escribano
Roca y Guerrero Oñate 2022, 1-34.
4
López
Ocón y Puig Samper 1988. López
Ocón 1987.
5
Sharman 2022.
6
Bartolomei,
Huetz De Lemps y Rodrigo y Alharilla 2021, 5-15.
Inarejos Muñoz 2021,
123-141.
7
Un
estudio que también recurre al término en el mismo sentido: Lewis-Jones 2005, 29-68.
8
Sondhaus 2006, 5-13.
9
Gaddis 2018, 12.
10
Fernández
Duro proporciona una tabla comparativa de los datos recopilados en el Estado
General de la Armada para el año 1833, Fernández Duro 1903, 365.
11
Fernández
Almagro 1946,
155-157.
12
Carreras
y Tafunell 2021, 38-48.
13
Valdaliso 2005, 33-37.
14
Rodríguez
Tapia 2018, 58-107.
15
"Exposicion
del Sr. Secretario del Despacho de Marina, D. José Vazquez Figueroa, presentada
á las Córtes. Con arreglo al art. 36 del Estatuto Real", Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1834-1835, Apéndice segundo, 14,
11-08-1834: 1. Para acceder al archivo digital del Diario de Sesiones
de las Cortes: https://app.congreso.es/est_sesiones/.
16
Alejandro
Oliván, "Ultramar. Nada tiene la España que envidiar a otras naciones
respecto a posesiones ultramarinas", La Gaceta de Madrid, 21
de mayo de 1839. Goñi 1848,
215-232. Núñez Negrín 1855, 177-194.
17
Escribano
Roca y Guerrero Oñate 2022,
205-238.
18
Alfaro
Zaforteza 2006,
441-457.
19
La Reina
y Ministerio de Marina 1858,
248-254.
20
Bordejé y
Morencos 1999,
205-209.
21
Bordejé y
Morencos 1999,
189-194.
22
Cervera
Pery 1979, 80-87.
23
Valdaliso 2005, 43.
24
Martínez
Gallego 2001,
115-120.
25
Inarejos
Muñoz 2010.
26
Durán de
la Rua 1979,
332-334. Fradera 2005,
110-114.
27
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1860-1861, 10, 08-06-1860: 60.
28
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1860-1861, 10, 08-06-1860: 62.
29
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1858, 1, 10-01-1858: 2.
30
De la
Rada y Delgado 1860,
112-115.
31
Por
ejemplo, "Nuestra Marina", Crónica Naval de España,
Madrid, VIII, 1859: 733-735. "Nuestra Marina de Guerra", La
España, 17 de mayo 1860 - 23 agosto 1860. "Corresponsal del
Ferrol", El Clamor Público, Madrid, 9 de octubre 1859.
"Buques de la marina", Gaceta de la Marina, Madrid, 16
abril 1860.
32
La Gaceta
de Madrid publicó a título propagandístico e informativo, "Los
partes del comandante de las fuerzas navales en Marruecos: Operaciones
navales", La Gaceta de Madrid, 23 de enero 1860.
33
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1861-1862, 52, 03-02-1860: 904-910.
34
Alfaro
Zaforteza 2018,
113-129.
35
Por
ejemplo, Jorge Lasso de la Vega, "Construcción de buques de vapor en
Inglaterra", Crónica Naval de España, VIII, 1859: 733-735. J.
S. Bazán, "El Warrior", Crónica de Ambos Mundos, Madrid,
II (15), 10 de agosto de 1861: 345-347
36
Por
ejemplo, "Despachos Telegráficos", La Correspondencia de
España, Madrid, 24 de enero 1859. "Despachos Telegráficos", El
Pensamiento Español, Madrid, 24 de enero 1859. "Marina
otomana", La Época, Madrid, 13 de agosto 1859.
"Preponderancia naval", La Discusión, 19 de septiembre
1858.
37
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1860-1861, 83, 29-01-1861:
1342-1344.
38
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1860-1861, 57, 12-12-1860: 841-842.
39
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1861-1862, 66, 28-02-1860:
1182-1183.
40
Juan
Bautista Cantero, "El Comercio", Crónica de Ambos Mundos,
II (17), 10 de septiembre 1861: 392-395.
41
"Corresponsal
de Algeciras", El Clamor Público, 5 de octubre 1859.
42
"Guerra
de África", El Estado, Madrid, 20 de octubre 1859.
43
"Despachos
Telegráficos", La España, Madrid, 16 de octubre 1859.
44
Escribano
Roca 2022,
338-372.
45
Carlos
Sanquirico y Ayesa, "Estudio sobre las relaciones que mantienen las repúblicas
hispano-americanas con los Estados Unidos de América y las que debieran
mantener con España (Conclusión)", La América. Crónica
hispanoamericana, Madrid, 8 de octubre 1859.
46
Ferrer de
Couto 1854.
47
Así lo
hizo saber en un texto autobiográfico Ferrer de Couto 1861.
48
Ferrer de
Couto 1859, 71-79,
109-116.
49
Por
ejemplo, "Presupuesto de Marina", La Gaceta de Madrid, 22
de octubre 1859. "Empréstitos", El Occidente, Madrid, 25
de octubre 1859.
50
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1858, 11, 25-01-1858: 98-99.
51
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1861-1862, 65, 24-02-1862:
1148-1164.
52
García
Domingo 2017, 217-49.
53
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1860-1861, 5, 01-06-1860: 15-16.
54
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1860-1861, 27, 30-06-1860: 371.
55
"Buque
de Guerra Sevilla", El Occidente, 4 de marzo 1860. "Buque
de guerra", El Pensamiento Español, 26 de febrero de 1860.
"Sección de Noticias", La Alborada, Córdoba, 28 de
febrero 1860.
56
"Entusiasmo
patrio", La Regeneración, Madrid, 26 de febrero 1860.
"Buques", El Diario de Córdoba, 14 de marzo 1860.
"Buque Jaén", La Discusión, Madrid, 11 de marzo 1860.
57
"Suscripción
en Guipúzcoa", El Clamor Público, 28 de febrero 1859.
"Marina", La Iberia, 30 de marzo 1860.
58
"Parte
no oficial", La Corona, Barcelona, 23 de marzo 1859.
59
"Buques
de Guerra", La Gaceta Militar, Madrid, 27 de febrero 1860.
60
"Fomento
de nuestra Armada", Gaceta de la Marina, 9 de marzo 1860.
61
"Llegar
a Tiempo", El Nene, Madrid, 24 de marzo 1860.
62
"Carta
Primera", La Época, 21 de marzo 1860.
63
"El
suscritor, Carta al Director", La España, 28 de marzo 1860.
64
José
Rodrigo, "Marina", La Iberia, Madrid, 18 de marzo de
1860.
65
"Revista
General", La América. Crónica hispanoamericana, 24 de febrero
de 1860.
66
Aljovín
de Losada y Chávez Aco 2012, 287-96.
67
Carta de
Lorenza Piñeyro de Villanueva a la Reina Isabel II, 11 de
marzo 1859, Archivo Histórico Nacional, Madrid, Fondo Archivo Histórico del
Ministerio de Asuntos Exteriores (desde ahora AHN-FAHMAE), leg. Perú H2578,
carpeta 2: 1-6.
68
Carta de
Lorenza Piñeyro de Villanueva a la Reina Isabel II, 11 de
marzo 1859, AHN-FAHMAE, leg. Perú H2578, carpeta 2: 8-17.
69
Exposición
a SM. de Don Gerónimo González relativa al atropello cometido en su hacienda, 10 de
abril 1859, AHN-FAHMAE, leg. Perú H2578, carpeta 4: 1-5.
70
Exposición
dirigida a S.M. por Don Inocencio Gallinar, súbdito español y del comercio de
Callao, 26 de abril 1859, AHN-FAHMAE, leg. Perú H2578, carpeta 4: 1-6.
71
Carta de
Lorenza Piñeyro de Villanueva a la Reina Isabel II, 11 de
marzo 1859, AHN-FAHMAE, leg. Perú H2578, carpeta 2: 18.
72
Exposición
a SM. de Don Gerónimo González relativa al atropello cometido en su hacienda, 10 de
abril 1859, AHN-FAHMAE, leg. Perú H2578, carpeta 4: 5.
73
Exposición
dirigida a S.M. por Don Inocencio Gallinar, súbdito español y del comercio de
Callao, 26 de abril 1859, AHN-FAHMAE, leg. Perú H2578, carpeta 4: 6.
74
De
Marco 1978, 12-16.
75
Por
ejemplo, El Encargado de Negocios de S.M. Informe del Estado del país y
remite copia de varias comunicaciones. Informe, 1 de diciembre 1859,
AHN-FAHMAE, leg. Ecuador H2385, carpeta 12: 6.
76
"Correspondencias
del Pacífico", La América. Crónica Hispanoamericana, III (15),
24 abril 1859: 15-16. "Eco del Pacífico", La Época, 11 de
junio 1862. Almanzor, "Correspondencia extranjera", Crónica
de Ambos Mundos, II (3), 11 febrero 1861: 55-57.
77
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1861-1862, 86, 26-03-1862: 1610.
78
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1861-1862, 91, 01-04-1862:
1750-1752.
79
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1861-1862, 94, 04-04-1862:
1865-1866.
80
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1860-1861, 84, 30-01-1861: 1365.
81
Miguel
Lobo, "La Marina de Guerra", La Época, 24 de marzo 1860.
Miguel Lobo, "La Marina de Guerra", La España, 23 de
marzo 1860.
82
M.
Murgía, "Estudios de la Marina Militar de España por Don Justo
Gayoso", Crónica de Ambos Mundos, año II, 18, 25 de septiembre
1861: 411-412.
83
Gayoso 1860, 8-9.
84
Gayoso 1860, 23-26.
85
Gayoso 1860, 65-100.
Lobo 1860, 10-28.
86
Gayoso 1860, 109.
87
Lobo 1860, 128.
88
Lobo 1860, 15.
89
Gayoso 1860,
139-140.
90
Lobo 1860, 17.
91
Lobo 1860, 12-16.
92
Gayoso 1860, 142-54.
93
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1860-1861, 41, 21-11-1860: 548-549.
94
Eusebio
Salazar y Mazarredo, AHN-FAHMAE, Expedientes personales, leg. 221, 12.206.
95
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1861-1862, 29, 04-01-1862: 416.
96
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1860-1861, 22, 22-06-1860: 287-288.
97
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1859-1860, 68, 04-03-1859: 1709.
98
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1861-1862, 28, 03-01-1862: 402. Diario
de Sesiones de las Cortes: Legislatura 1861-1862, 94, 04-04-1862:
1856-1857.
99
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1861-1862, 52, 03-02-1862: 906.
100
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1860-1861, 56, 11-12-1860: 829-838.
101
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1861-1862, 52, 03-02-1862: 907-910.
102
Salazar y
Mazarredo 1869, 8-9.
103
Diario de
Sesiones de las Cortes: Legislatura 1860-1861, 22, 22-06-1860: 290-297.
104
Salazar
no solo defendería estas doctrinas en el Parlamento, sino que trataría de
ponerlas en ejecución cuando fue nombrado Comisario Real de España en Perú en
1864. En un Memorándum enviado al ministerio defendió explícitamente dichos
postulados: Memorándum anexo al despacho n.º 4, 12 de abril 1864,
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El
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106
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Morencos 1999, 281.
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Escribano
Roca, Rodrigo y Pablo A. Guerrero Oñate. 2024. “El movimiento de rearme naval
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https://hispania.revistas.csic.es/index.php/hispania/article/view/1248/1315
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