sábado, 12 de octubre de 2024

 

El plebiscito de todos los días: la idea de nación en Ernest Renan

 

Ernest Renan, pensador francés del siglo XIX, construyó una teoría para explicar la existencia de las naciones, misma que sigue vigente en el campo de estudio del nacionalismo. Con su conferencia ¿Qué es una nación?, escrita en 1882, marcó en gran medida el rumbo que tomarían las futuras investigaciones sobre el tema y colocó algunos de sus conceptos en el corazón mismo del pensamiento político clásico. Este artículo busca aclarar su teoría y su postura sobre la nación.

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INTRODUCCIÓN

Con la célebre conferencia ¿Qué es una nación?, que Ernest Renan pronunció en la Sorbona en 1882, comenzó una teoría sobre el origen de la nación, que estableció un parteaguas en la forma en que teóricos posteriores entenderán el hecho nacional. Resulta necesario mencionar algunas peculiaridades de la construcción teórica de Renan para contribuir a una mejor comprensión de la teoría tratada en este artículo. La totalidad de los autores que han estudiado y escrito sobre la obra de Renan, coinciden en señalarlo como un intelectual complejo, con vuelcos ideológicos a lo largo de su trayectoria y, sobre todo, contradictorio en sus opiniones sobre la cuestión nacional. El bretón fue un firme partidario de la monarquía como forma de gobierno; sin embargo, un suceso histórico –la anexión de las provincias francesas de Alsacia y Lorena por parte de Prusia tras la guerra de 1870– lo llevó a construir una explicación de las nacionalidades fundamentada en la voluntad de los pueblos, convirtiéndose paradójicamente, en el autor que pasó a la historia como el más fervoroso defensor de la autodeterminación nacional.

 

LOS DOS MODELOS: NACIÓN POLÍTICA Y NACIÓN CULTURAL

En el campo de estudio del nacionalismo existe una concepción dualista de las naciones. En él domina una distinción clásica que se derivó del texto de Renan y que resulta de gran ayuda al momento de entender el fenómeno nacionalista. A lo largo de este trabajo utilizaremos esta distinción dual esquemática entre los nacionalismos políticos y los culturales.

El primer modelo de nación que se debe reconocer es el llamado político, que –como muchos otros fenómenos políticos modernos– tuvo su cuna en la Francia revolucionaria. El clima político-social de Francia a finales del siglo XVIII resultó propicio para una serie de constructos teóricos, políticos y filosóficos novedosos, inéditos en la historia de la humanidad. Una de aquellas novedades fue el uso de la idea de nación con fines políticos que hizo el abate Emmanuel Sieyès, quien fue capaz de cristalizar en sus folletos demandas históricas de la sociedad francesa de la época. Sieyès introdujo el concepto nación en una coyuntura histórica sumamente particular, Francia se convulsionaba para intentar sacudirse el polvoso Ancien régime y dar paso a la ascensión del Tercer Estado a la dirigencia política; sus escritos de agitación política no sólo lograron dar cauce al torrente de inconformismo generalizado en su sociedad, sino que lo convirtieron en pionero en el uso de un léxico político nacional que caló hondo y fue adoptado y utilizado desde entonces para reforzar los discursos políticos al incluir en sus cuerpos la dimensión nacional. Sieyès mencionaba:

La nación existe ante todo, es el origen de todo. Su voluntad es siempre legal, ella es la propia ley. Antes y por encima de ella sólo existe el derecho natural [...] Así, todas las partes del gobierno se remiten y dependen, en último término, de la nación. No planteamos aquí más que una idea fugaz, pero exacta [...] La nación es todo lo que puede ser por el mero hecho de que es.1

Como lo menciona Kenneth Minogue, en el imaginario social francés de aquel periodo Francia era entendida como prisionera de un gobierno monárquico extranjero, que no procedía de otra patria pero que reivindicaba un origen franco y no galo como el de la mayoría de la población.2 Sin duda, al afirmar que "[al privilegiado] se le considera, junto con sus pares, como un miembro de un orden aparte, de una nación escogida dentro de la nación",3 Sieyès tenía conciencia de esto y seguramente era partícipe del agravio social que significaba un gobierno ajeno a los intereses populares. El mérito político del clérigo fue encausar las humillaciones sociales a partir del concepto privilegio identificado como lo perverso, como la fuente misma de las desgracias de Francia y confrontarlo en la creación de una fórmula discursiva que se basaba en una doble analogía que colocaba en el otro extremo a lo virtuoso encarnado en el concepto nación.

Para los estudiosos del nacionalismo, resulta un lugar común mencionar que en algún momento del siglo XVIII la palabra nación comenzó a perder su significado histórico para adquirir uno novedoso, pero nunca se señala un momento específico como el justo para ubicar la transformación del concepto en una idée-force; aunque autores anteriores habían reavivado el concepto, ninguno, hasta Sieyès, influyó para que la palabra nación adquiriera su peso y ambigüedad actual. Es importante señalar también el hecho de que en Francia:

[...] el concepto pueblo deslíe prácticamente su contenido en el concepto de nación. Durante el siglo XVIII existía entre ambos una cierta polaridad: por pueblo se entendía la masa pasiva y humilde, y por nación la minoría activa y rica. Pero con la Revolución, esta minoría activa se irroga una especie de representación con respecto a la mayoría y viene a convertirse en un pars pro toto. La nación subsume al pueblo...4

De esta identificación entre pueblo y nación, en gran medida, también es responsable Sieyès.

Al emprender una lucha político-filosófica contra los privilegios de la monarquía, lo que Sieyès consiguió fue contribuir a la conformación del nacionalismo francés de manera definitiva y al robustecimiento de la incipiente nación francesa, que vería acompañado su desarrollo y consolidación con la incorporación de ideas filosóficas emanadas de la Ilustración. Al igual que sus contemporáneos, el abate nunca argumentó en favor de una originalidad francesa, el movimiento revolucionario tuvo una clara raigambre universalista; pero, como demostró la historia, entre el universalismo y el expansionismo sólo media un paso.

Como se sabe, todos los philosophes se ocuparon de la educación como un problema central dentro de la revolución intelectual que debía acompañar a la revuelta social para garantizar una verdadera transformación de la vida francesa. Minogue acierta de nuevo cuando menciona que "uno de los peligros permanentes de la educación reside en que puede convertirse en lucha de voluntades entre el educador y su alumno".5 Y es que la comparación de la situación de Francia con respecto al resto de Europa con una relación pedagógica cobra sentido al entender que Francia se convirtió hacia finales del siglo XVIII en el ejemplo a seguir para las nacientes naciones europeas. En esa hipotética relación, el maestro, que tenía una fe inquebrantable en la verdad racional, y que intentaba imponer una hegemonía cultural de carácter universal, se enfrentó con sus jóvenes discípulos alemanes, que en un primer momento lo escucharon pero que después reaccionaron al cosmopolitismo con una violenta afirmación del particularismo, con otro modo de interpretar la existencia de la nación.

Según Minogue:

[...] el nacionalismo es un movimiento político que procura alcanzar y defender un objetivo al cual podemos denominar integridad nacional. Busca la libertad, pero este término puede referirse a muchas cosas. El reclamo de libertad ya implica la sugestión de que los propios nacionalistas se sienten oprimidos. De este complejo de ideas sobre la libertad y la opresión podemos extraer una descripción general del nacionalismo: es un movimiento político que depende de un sentimiento de agravio colectivo contra los extranjeros.6

Y atraviesa por varias etapas en su génesis y desarrollo, de las cuales, la agitación es la primera; y como afirma Max Weber, son los intelectuales quienes parecen estar específicamente predestinados a propagar la idea nacional7 e interpretar el papel protagónico en este primer acto del nacionalismo que se caracteriza por ser un periodo de rechazo a lo que se considera "extranjero" y de búsqueda de lo culturalmente "propio".

Ya hemos visto cómo la sociedad francesa en la época de la Revolución se sentía oprimida por una monarquía extranjera a la que contrapuso los ideales ilustrados de libertad, igualdad y fraternidad para configurar un nacionalismo de corte político, pero lo que sucedió en Alemania8 fue distinto, los nacionalistas alemanes también reaccionaron a lo "extranjero", primero al influjo cultural francés que en un inicio había sido recibido como el inmanente espíritu de la época, pero que después fue percibido como chocante y vulgar, "aun Goethe, quien durante toda su vida rechazó el papel del símbolo nacional y permaneció fiel a la Ilustración, se quejó de que los franceses (como los matemáticos) todo lo traducían al francés, modificando de ese modo el contenido";9 y después a la ocupación napoleónica que desató una oleada de nacionalismo de un tipo diferente al que se había dado en Francia, el nacionalismo alemán del siglo XIX repudiaba el universalismo y enaltecía la diversidad cultural; como respuesta a éste utilizó elementos culturales como el "folklore", la lengua y las tradiciones para edificarse y demostrar la natural división de la humanidad en naciones; frente a la "fría racionalidad ilustrada", Herder exclamaba: "No estoy aquí para pensar, sino para ser, sentir, vivir".10 Este fue precisamente el punto de fuga de la perspectiva desde la que los intelectuales alemanes interpretaron la existencia de la nación, interpretándola como algo vivo y lleno de oscuros significados.

A diferencia del nacionalismo político, que tenía un origen liberal y colocaba al ciudadano (al individuo) en el epicentro de la organización política, el nacionalismo cultural lo tomó como un objeto, como parte de algo más grande, supraindividual: la nación cultural.

 

RENAN, UN HIJO DE SU TIEMPO

Renan es uno de los intelectuales más representativos de la Europa decimonónica, su obra es un fiel reflejo de la corriente de pensamiento que dominó en su generación, la de los intelectuales franceses que reaccionaron contra la Revolución:

[...] la llamada generación de 1850, compuesta por hombres que nacieron entre 1820 y 1830, y que asistieron a la revolución de 1848 y al golpe de Napoleón III. Para 1870, la mayoría de sus representantes estaban entre los cuarenta y cincuenta años, viviendo de forma simultánea, la caída del Imperio, la declaración de la guerra, el estallido de la Comuna y la proclamación de la Tercera República.11

Renan ha sido ubicado en diferentes longitudes del espectro político, es un autor que ha sido interpretado de manera irregular debido a los virajes ideológicos que tuvo en su trayectoria, que arranca con una identificación con el positivismo comtiano y su ideal de perfeccionamiento social a partir del avance científico, que se combinó con su desprecio por la política burguesa y su confianza en la forma monárquica de gobierno que lo colocan cerca del pensamiento reaccionario.

Renan sabía bien que la era monárquica de Francia y Europa había terminado, y también sabía, como lo declara en su primera misiva a Strauss:

[...] resulta claro que, desde el momento en que se rechaza el principio de la legitimidad dinástica, no hay otro que dé una base a las delimitaciones territoriales de los Estados que el derecho de las nacionalidades, es decir, de los grupos naturales determinados por la raza, la historia y la voluntad de las poblaciones.12

John Stuart Mill señaló, en su Autobiografía, que Alexis de Tocqueville tuvo la capacidad de entender que el futuro del desarrollo político de la humanidad era inevitablemente democrático,13 y de Renan podríamos decir que también tuvo el tipo de claridad de Tocqueville, al comprender que inexorablemente el carácter nacional delinearía las formas estatales en el futuro y que la nación debía ser definida y entendida apremiantemente.

Como muchos durante el siglo XIX, Renan rechazó la democracia y el voto universal y reivindicó la preservación de una sociedad jerarquizada, aristocrática, en la que una élite llevara las riendas políticas, ésta, compuestas no sólo por una dinastía monárquica, sino también por una minoría de intelectuales que condujeran a las sociedades al tan ansiado progreso; para el bretón:

Francia se ha equivocado con respecto a la forma que puede adquirir la conciencia de un pueblo. Su sufragio universal es como un montón de arena, sin coherencia ni relación fija entre los átomos. Con eso no se construye una casa. La conciencia de una nación reside en la parte ilustrada de esa nación, la cual acarrea y manda al resto. En su origen, la civilización fue una obra aristocrática, obra de un número muy reducido (nobles y sacerdotes), que la impusieron mediante aquello que los demócratas llaman fuerza e impostura; la conservación de la civilización es también una obra aristocrática.14

La filiación monárquica de Renan es entendida considerando su actividad como historiador y su firme idea de continuidad histórica que, como veremos más adelante, trazó también su explicación de conformación de las naciones modernas con la que transitó a contrapelo de la dominante en su tiempo. Renan criticó la "historiografía burguesa" que entendía el proceso de conformación nacional como un proceso resultado de la ruptura revolucionaria con el antiguo régimen y a la que se le atribuía el carácter de fundacional. En el entendimiento de Renan, la nación moderna era resultado de un largo proceso histórico encabezado por las monarquías y aristocracias europeas a las que los intelectuales debían resarcir otorgándoles el papel histórico desempeñado por estos grupos para hacer posible el surgimiento de la nación, sobre esto escribe:

El rey de Francia, que es –me atrevería a decir– el tipo ideal de cristalizador secular; el rey de Francia, que ha hecho la más perfecta unidad nacional que haya existido, el rey de Francia visto desde demasiado cerca, ha perdido su prestigio; la nación que había formado le ha maldecido y hoy sólo los espíritus cultivados saben lo que valía y lo que hizo.15

Como lo demuestra la polémica entre Madame de Staël y el poeta alemán, exiliado en París, Heinrich Heine, durante el siglo XIX reinaba en los círculos intelectuales franceses una tendencia germanófila que reconocía los aportes provenientes del otro lado del Rhin en materia de arte y filosofía, Renan no estaba exento de esta tendencia, era un admirador inquebrantable de la tradición cultural germánica como él mismo lo afirma en su Carta a Strauss:

Estaba en el seminario de Saint-Sulpice hacia 1843, cuando empecé a conocer a Alemania a través de Goethe y Herder. Creí entrar en un templo y, a partir de ese momento, todo lo que había considerado hasta entonces como pompa digna de la Divinidad, me hizo el efecto de ser flores de papel amarillentas y marchitas.16

Como se ha mencionado, Renan está entroncado con posiciones políticas reaccionarias pero, ante todo, era un patriota francés, y será su patriotismo el que se vuelva contra sí mismo y lo lleve a incurrir en las contradicciones teóricas que han sido utilizadas por sus críticos para realizar su tarea, y lo trasladaron de una postura conservadora a una liberal provocando, así, la dificultad típica de su lectura. El viraje teórico de Renan es incomprensible sin atender a su ya comentada admiración por la cultura alemana que se vería trastocada por un hecho histórico de vital importancia, la guerra franco-prusiana de 1870, que convirtió a Renan en un germanófilo "que debe ser testigo de la mayor humillación de su patria a manos de su pueblo admirado".17

Para un alemán del siglo XIX el concepto pueblo estaba colmado de contenidos concretos y de místicas potencialidades. En cambio, un francés no podía menos de ver en él, ante todo, el abstracto soporte de la soberanía popular, aunque personalmente [como Renan] no fuera demócrata.18

Según el elitismo que Renan había defendido toda su vida, el pueblo es una materia inerte en espera de una élite que la reavive, gobierne y conduzca al progreso, esa forma superior podía ser francesa o alemana o de cualquier otro origen, pero el patriota no podía permitir la amputación territorial de Francia y condujo al teórico a la más artera contradicción, a rechazar que una parte de la nación francesa fuera conducida por un poder ajeno, incluso si éste fuera alemán. Y es que el influjo intelectual de Alemania sobre Renan era insoslayable y, de alguna manera o de otra, el patriota y el teórico encerrados en él debían converger, aunque fuera contradictoriamente. Renan intenta conciliar el antagonismo de la coyuntura política de la anexión territorial por su admirada Alemania con sus convicciones teóricas al distinguir en su Carta a Strauss entre la filosofal Alemania y la militarizada Prusia, entendiendo a la primera, según sus propias palabras, como la creadora de un desarrollo intelectual que "ha añadido al espíritu humano un grado más en profundidad y extensión";19 y a la segunda como la responsable de las hostilidades entre los franceses y alemanes.

Pareciera que el intento de Renan por corregir las contradicciones de su posición, lo condujo a aguas políticas aún más pantanosas. Fernández-Carvajal acierta al señalar que Renan, tras darse cuenta de las inconsistencias en sus ideas políticas, realiza una distinción entre el orden social general, es decir, mundial y el específico europeo.20 En su segunda misiva a David Friedrich Strauss menciona:

Sin duda alguna, rechazamos como un error de hecho fundamental la igualdad de los individuos humanos y la igualdad de las razas; las partes educadas de la humanidad deben dominar a las partes bajas; la sociedad humana es un edificio con varios pisos, donde debe reinar la dulzura, la bondad [...] no la igualdad. Pero las naciones europeas tal como las ha hecho la historia son los pares de un gran Senado donde cada miembro es inviolable. Europa es una confederación de Estados unidos por la idea común de la civilización. La individualidad de cada nación está constituida, sin duda, por la raza, la lengua, la historia y la religión, pero también por algo mucho más tangible, por el consentimiento actual, por la voluntad que tienen las diferentes provincias de un Estado de vivir juntas.21

A partir de la cita anterior se pueden puntualizar algunas cuestiones ya mencionadas; con la finalidad última de impedir que Alsacia y Lorena sean convertidas en botín de guerra, Renan crea la noción de un senado europeo conformado por naciones pares y por lo tanto inviolables entre sí, e intenta unir varias finalidades a través de esta proposición; en primer lugar no argumentar una superioridad cultural francesa frente a Alemania, apelando a una hermandad de las naciones europeas que le restaría legitimidad a la apropiación alemana de las dos provincias francesas; en segundo término Renan decide hacer patente su postura racialista22 para colocar a Europa sobre otras regiones del mundo, legitimando así el colonialismo europeo en ultramar; todas proposiciones que pueden parecer contradictorias si no se atiende al relativismo que Renan profesó incansablemente.23

 

¿QUÉ ES UNA NACIÓN?

Después de la guerra de 1870 entre Francia y Alemania, los historiadores alemanes más importantes dedicaron sus esfuerzos a justificar la anexión de Alsacia y Lorena bajo supuestos argumentos científicos, que no eran otros más que los elementos en los que suele fincarse el nacionalismo cultural, es decir, la raza, la lengua, la religión, la tradición histórica y la condición geográfica; que desde su perspectiva legitimaban la conquista, argumentando que, a todas luces, Alsacia y Lorena poseían costumbres y rasgos culturales típicamente alemanes, lo que le permitía a Alemania reclamar su dominio en aquellos territorios. En su contra argumentación, los intelectuales franceses se colocaron en un plano muy distinto, al apelar a la voluntad política alsaciano-lorenense de querer pertenecer a Francia. La conferencia de Renan y su intercambio epistolar con David Strauss se insertan en el contexto de estos debates que terminaron por ser definitivos en la etapa fundacional del carácter nacional de los modernos Estados, en el que también participaron otros importantes intelectuales de ambas nacionalidades como lo ilustra la controversia entre los historiadores Numa Denys Fustel de Coulanges y Christian Matthias Theodor Mommsen. En una carta dirigida al pueblo italiano en la que se llamaba a la neutralidad frente al conflicto franco-prusiano, Mommsen señalaba:

Queremos no la conquista, sino reivindicación; queremos lo que es nuestro, ni más ni menos. [Fustel de Coulanges le contestó:] Invoca usted el principio de nacionalidad, pero lo comprende de un modo diferente al de toda Europa. Según usted, ese principio autorizaría a un Estado poderoso a apoderarse de una provincia por la fuerza, con la única condición de afirmar que esa provincia está ocupada por la misma raza que ese Estado. Según Europa y según el buen sentido, autoriza simplemente a una provincia o a una población a no obedecer contra su voluntad a un dueño extranjero [...] Me asombra que un historiador como usted finja ignorar que no es la raza ni la lengua lo que constituyen la nacionalidad [...] Los hombres sienten en su corazón que forman un mismo pueblo cuando tienen una comunidad de ideas, de intereses, de afectos, de recuerdos y de esperanzas. Eso es lo que hace a la patria. Por eso los hombres quieren caminar juntos, trabajar juntos, combatir juntos, vivir y morir unos por otros. La patria, eso es lo que se ama. Es posible que Alsacia sea alemana por la raza y por la lengua; pero por la nacionalidad y por el sentimiento de la patria, es francesa. ¿Y sabe usted qué es lo que la ha hecho francesa? No es Luis XIV, es nuestra revolución de 1789. Desde ese momento Alsacia ha seguido todos nuestros destinos; ha vivido nuestra vida. Todo lo que nosotros pensábamos, ella lo pensaba; todo lo que sentíamos, ella lo sentía. Ha compartido nuestras victorias y nuestros reveses, nuestra gloria y nuestras faltas, todas nuestras alegrías y todos nuestros dolores.24

Renan fundó esta polémica, primero con su intercambio de misivas con Strauss, que sucedió entre 1870 y 1887, y en el medio con su conferencia de 1882. Con su intervención, Renan buscaba desempeñar un papel conciliador en el conflicto, quería incidir en la consecución de un equilibrio político europeo que consideraba apremiante para evitar el caos. Su razonamiento conciliador, expresado en su primera Carta a Strauss partía de conceder a Alemania una igualdad en el peso como nación frente a Francia, situándola también en aquel senado europeo que Renan entendía como compuesto de naciones históricas pares y que según su visión debían respetarse entre sí e imponerse a los pueblos sin historia. Sin embargo, para él, Alemania estaba equivocada, la matriz étnica y lingüística que según sus intelectuales tenía la nación era, simplemente, inaplicable para Europa:

Vuestros fogosos germanistas alegan que Alsacia es una tierra germánica, injustamente separada del Imperio alemán. Observe que todas las nacionalidades son territorios mal delimitados; si se pone uno a razonar así sobre la etnografía de cada cantón, se abre la puerta a guerras sin fin.25

Sin duda Renan no buscaba cuestionar la realidad nacional alemana, sino demostrar que Francia había sido el crisol donde se fundió el principio liberal de nación, mientras que Alemania enarbolaba el estandarte de la nación étnica, y que el primero era políticamente correcto, mostrando al segundo como enteramente errado:

Nuestra política es la política del derecho de las naciones; la suya es la política de las razas: creemos que la nuestra es mejor. La división demasiado acusada de la humanidad en razas, además de basarse en un error científico –muy pocos países poseen una raza verdaderamente pura–, no puede conducir más que a guerras de exterminio, a guerras "zoológicas" –permítame decirlo– análogas a las que diversas especies de roedores o carnívoros libran por la vida. Esto sería el fin de esta mezcla fecunda, compuesta de numerosos elementos todos ellos necesarios, que se llama la humanidad.26

Para Renan la gran civilización europea era fruto de la diversidad cultural, por lo que temía al desmembramiento, a la atomización de los Estados europeos que podría provocar la propagación de la idea de nación acuñada en Alemania y para combatirla desarrolló una teoría de la nación fincada en tres elementos.

El primero de estos elementos es la negación de los componentes culturales encomiados por el nacionalismo cultural como los definitivos en la conformación de la nacionalidad. Renan entendía que la mayoría de los Estados europeos eran pluriculturales y que colocar los elementos culturales en el primer plano de la fundamentación de la nación era insostenible, en su correspondencia con Strauss, ejemplificaba con el caso suizo:

La pequeña Suiza, tan sólidamente construida, cuenta con tres lenguas, tres o cuatro razas, dos religiones. Una nación es una gran asociación secular (no eterna) entre provincias parcialmente congéneres que forman un núcleo y alrededor de las cuales se agrupan otras provincias ligadas las unas a las otras por intereses comunes o por antiguos hechos aceptados convertidos en intereses.27

Uno a uno, los componentes culturales de la nación van cayendo bajo los razonamientos de Renan expresados en la conferencia ¿Qué es una nación? Sobre el elemento etnográfico, Renan afirma, con los ejemplos históricos pertinentes, que no ha tenido peso en la conformación de las naciones modernas, y que el argumento racial no puede utilizarse para atropellar la voluntad de los miembros de una nación; acerca de la lengua menciona que se utiliza como elemento del nacionalismo cultural por considerarla una manifestación racial y asegura que es posible la conformación de la nación aun en el caso de que en su interior exista diversidad lingüística; sobre el tema de la religión afirma que el profesar algún credo es algo que atañe exclusivamente al individuo, no a la nación; de la comunidad de intereses, Renan menciona que aunque resulta un lazo fuerte para que los hombres permanezcan juntos, no es suficiente para conformar una nación, y por último sobre la geografía asegura que ningún espacio físico puede marcar la extensión de la nación, ya que ésta es inmaterial.

Lo anterior condujo a Renan a una búsqueda de una categoría capaz de explicar la cohesión nacional sin recurrir a elementos raciales, territoriales, religiosos, lingüísticos o de comunidad de intereses. Lo que halló fue el segundo elemento que sostiene su teoría de la nación: la voluntad. Los argumentos de Renan a favor de la voluntad expresados en su primera respuesta a Strauss tuvo resonancia en los diputados de Alsacia y Lorena que en 1871, a través de la Declaración de Burdeos, apelaban a su voluntad política para atribuir el carácter de ilegítimo al tratado de paz impuesto por Prusia y que contenía la anexión de ambas provincias, documento en el que además se declaraban leales a la nación francesa:

Proclamamos el derecho de los habitantes de Alsacia-Lorena a seguir siendo miembros de la patria francesa, y juramos, tanto en nombre propio como en el de nuestros comitentes, nuestros hijos y sus descendientes, reivindicarlo eternamente y mediante todos los procedimientos, a despecho de todos los usurpadores [...] Seguimos declarando una vez más nulo y sin efecto el pacto que dispone de nosotros sin nuestro consentimiento [...] La reivindicación de nuestros derechos permanece para siempre abierta para todos y cada uno de nosotros, en la forma y en la medida que nuestra conciencia nos dicte [...] Vuestros hermanos de Alsacia y de Lorena, separados en este momento de la familia común, conservan para la Francia ausente de sus hogares un afecto filial hasta el día en que vuelva a recuperar allí su lugar.28

Aunque en la teoría renaniana de la nación la voluntad ocupaba un lugar central, ésta no bastaba por sí misma para conformar una nación; sin duda alguna era necesario articular el concepto voluntad con los elementos culturales, finalmente si la voluntad existía debía estar anclada al deseo de pertenecer a una u otra particularidad cultural. La teoría de Renan no rechazaba los elementos culturales de la nación si éstos se conjugaban con la voluntad política, de hecho en su modelo de nación están incluidos tácitamente y la negación de su importancia en la conformación de las naciones era sólo vigente, cuando la voluntad era dejada de lado. En su Nueva carta a Strauss, Renan afirma:

Alsacia es alemana por lengua y por raza; pero no desea formar parte del Estado alemán; esto zanja la cuestión. Se habla del derecho de Francia, del derecho de Alemania. Estas abstracciones nos afectan mucho menos que el derecho que tienen los alsacianos, seres de carne y hueso, a no obedecer otro poder que el consentido por ellos.29

Aunque la voluntad era un muro de carga en la conformación de las naciones, ésta debía combinarse con los elementos culturales de la nación para poder ser ejercida.

Para Renan no había duda, la nación era un producto de la historia, y es precisamente la historia el tercer factor de su teoría y probablemente el más complejo. En la concepción renaniana de nación la historia sufre una serie de divisiones, que condicionan su uso en el intento de explicar el hecho nacional. Por una parte, a Renan le resultaba claro que la nación tenía una historia propia, que comenzaba con las hazañas de las minorías aristocráticas e intelectuales que habían conducido a los diferentes colectivos sociales hasta la desembocadura nacional, lo que podríamos llamar la historia propia de la nación, que explicaba por qué una nación estaba constituida de cierta forma y de ninguna otra. Durante las disensiones sobre Alsacia y Lorena provocadas por el conflicto franco prusiano, los germanistas argumentaban un derecho histórico para reclamar ambas provincias, pero ese reclamo resultaba externo a la historia propia de la nación (en este caso francesa) que en algún momento de su historia contrajo esos territorios. Renan distingue pues entre lo que hemos llamado la historia propia de la nación y lo que podemos nombrar una historia impuesta de la nación, y es claro sobre este punto al responderle a Strauss:

Alsacia es ahora un país germánico por lengua y por raza; pero, antes de ser invadida por la raza germánica, Alsacia era un país celta, del mismo modo que una parte del sur de Alemania. Nosotros no concluimos de esto que Alemania del sur deba ser francesa, pero que no se sostenga tampoco que, según derechos antiguos, Metz y Luxemburgo deben ser alemanes. Nadie puede decir dónde se detendrá esta arqueología. En casi todos los sitios donde los fogosos patriotas de Alemania reclaman un derecho germánico, podríamos nosotros reclamar un derecho celta anterior y, antes del periodo celta existían –se dice– los alófilos, los fineses y los lapones; y antes de los lapones estaban los hombres de las cavernas; y antes de los hombres de las cavernas estaban los orangutanes. Con esta filosofía de la historia no habría otra legitimidad en el mundo que el derecho de los orangutanes, injustamente desposeídos por la perfidia de los civilizados.30

Así, Renan intentaba demostrar que la historia tenía un peso en la conformación de las naciones y que éste se tornaba específico si se atendía a la historia propia o a la historia impuesta de la nación; tomando en consideración que toda su reflexión sobre el tema nacional está enmarcada por la coyuntura del conflicto entre Prusia y Francia.

Para Renan, la historia de la nación tenía una continuidad, el presente de la nación era expresado por la voluntad de pertenecer a una especificidad cultural, que estaba determinada por su pasado, por su historia. En la concepción de Renan, la construcción de la nación había sido comenzada por las élites gobernantes: las monarquías, que apoyándose en sus intelectuales orgánicos,31 crearon una historia nacional, sentando así las bases de una noción de unidad en las diferentes regiones que resultó indispensable para la ulterior conformación de las naciones y que posee una doble característica. Por un lado, resalta los hechos heroicos encabezados por las dinastías monárquicas y por otra parte encubre los actos violentos de los gobernantes perpetrados contra la población, sobre este punto Renan menciona:

[...] el olvido, y hasta yo diría que el error histórico, son un factor esencial en la creación de una nación, de modo que el progreso de los estudios históricos es a menudo un peligro para la nacionalidad. La investigación histórica, en efecto, proyecta luz sobre hechos de violencia que han ocurrido en los orígenes de todas las formaciones políticas, incluso en aquellas cuyas consecuencias han sido más beneficiosas.32

Esta historia, que se puede tipificar como "nacional",33 permitió a las emergentes naciones sentirse unidas y les servía para olvidar que "la unidad [nacional] se hace siempre de modo brutal",34 y funcionó como bálsamo para sanar heridas colectivas situadas en tiempos pasados.

Renan lograba así explicar el pasado y el presente de la nación, que desde su perspectiva histórica debía tener continuidad en el futuro. La ideología nacionalista contiene la premisa referente a que todas las naciones tienen una misión que cumplir, la sugestión de que el destino tiene grandeza deparada para la nación. Fue la figura del plebiscito, la que permitió a Renan enlazar todos estos elementos en una fórmula que se proyecta indefinidamente al futuro y que tiene una caducidad marcada sólo por la voluntad de las sociedades. La respuesta que ofrece Renan a la pregunta ¿qué es una nación? sintetiza lo anterior y brindaba al bretón una argumentación sin fisuras aparentes en la interpretación del hecho nacional; para él:

Una nación es un alma, un principio espiritual. Dos cosas que, a decir verdad, no son más que una, constituyen este alma, este principio espiritual. Una está en el pasado, la otra en el presente. La una es la posesión en común de un rico legado en recuerdos; otra es el consentimiento actual, el deseo de vivir juntos, la voluntad de continuar haciendo valer la herencia que se ha recibido indivisa. La nación, como el individuo, es la consecuencia de un largo pasado de esfuerzos, de sacrificios y de desvelos. El culto a los antepasados es el más legítimo de todos; los antepasados nos han hecho lo que somos. Un pasado heroico, grandes hombres, la gloria (me refiero a la verdadera); he aquí el capital social sobre el cual se asienta una idea nacional. Tener glorias comunes en el pasado, una voluntad común en el presente, haber hecho grandes cosas juntos, querer hacerlas todavía, he aquí las condiciones esenciales para ser un pueblo. Se ama en proporción a los sacrificios soportados, a los males sufridos. Se ama la casa que se ha construido y que se transmite. El canto espartano ("Somos lo que vosotros fuisteis; seremos lo que vosotros sois") es, en su simplicidad, el himno compendiado de toda patria.

En el pasado, una herencia de gloria y de fracasos a compartir; en el porvenir, un mismo programa a realizar, haber sufrido, disfrutado y esperado juntos; he aquí lo que vale más que aduanas comunes y fronteras conforme a ideas estratégicas; he aquí lo que se comprende a pesar de la diversidad de raza y de lengua. Decía hace un momento: "haber sufrido juntos"; sí, el sufrimiento en común une más que la alegría. En punto a recuerdos nacionales, los duelos valen más que los triunfos, pues imponen deberes, ordenan el esfuerzo en común.

Una nación es pues una gran solidaridad, constituida por el sentimiento de los sacrificios que se han hecho y los sacrificios que todavía se está dispuesto a hacer. Supone un pasado; se resume, no obstante en el presente por un hecho tangible: el consentimiento, el deseo claramente expresado de continuar la vida en común. La existencia de una nación (perdonad esta metáfora) es un plebiscito de todos los días, así como la existencia individual es una afirmación perpetua de vida.35

 

LAS APORTACIONES DE ERNEST RENAN

El legado de Ernest Renan al campo de estudio del nacionalismo es amplio, fue él quien fundó con su conferencia ¿Qué es una nación? una serie de reflexiones que pretenden dilucidar el origen y desarrollo del fenómeno nacional y que, hasta el momento, no han dejado de realizarse.

Desde el primer momento de su reflexión sobre la nación, Renan entendía que se enfrentaba a una materia de análisis compleja, anfibológica, por lo que al inicio de su conferencia advertía: "Me propongo analizar con ustedes una idea, clara en apariencia, pero que se presta a los más peligrosos equívocos", por ello siempre pugnó por un esclarecimiento de las categorías con las que se pretendía entender a la nación; renglones más adelante menciona:

En la época de la Revolución Francesa se creía que las instituciones de las pequeñas ciudades independientes, como Esparta o Roma, podían aplicarse a nuestras grandes naciones de treinta o cuarenta millones de almas. Hoy se comete un error todavía más grave: se confunde la raza con la nación y se atribuye a grupos etnográficos o más bien lingüísticos, una soberanía análoga a la de los pueblos realmente existentes. Procuremos llegar a alguna precisión en estas cuestiones difíciles donde la menor confusión sobre el sentido de las palabras al inicio del razonamiento puede producir al final los más funestos errores.37

En Renan no sólo habitaba una inteligencia pendiente de las situaciones que provocaban su actividad intelectual, sino también una gran sensibilidad que le proporcionó amplitud de miras para prever los peligros que encerraba la ideología nacionalista fundamentada en principios culturales, que en el siglo XX provocará acontecimientos brutales de sobra conocidos. Renan creía en la necesidad de limpiar la reflexión histórico-política de sustancias que le son ajenas como las provenientes de disciplinas como la zoología y la etnografía, izadas como bandera de los intelectuales alemanes para explicar el hecho nacional a quienes Renan miraba como "aprendices de hechicero" que invocaban espíritus que después no podrían controlar, provocando catástrofes.38

Alain Finkielkraut acierta al observar "que a Renan la nación ya no se le presenta bajo la forma de una entidad, sino bajo el aspecto de lo que Husserl, un poco más tarde, denominará una 'comunidad intersubjetiva'".39 El francés procuró sistematizar el estudio de la nación a través de la historia, disciplina en la que se desenvolvía y que le permitió entender una de las pocas afirmaciones irrefutables sobre la temática nacional, a saber, que las naciones son producto de torrentes históricos que confluyen en su formación y que antes de la Revolución Francesa no existía ningún constructo político semejante:

Las naciones comprendidas en este sentido, resultan bastante recientes en la historia. La antigüedad no las conoció. Egipto, China, la antigua Caldea no fueron naciones en ningún sentido. Eran rebaños conducidos por un Hijo del Sol o del Cielo.40

Ya se ha mencionado que Renan aparece como un pensador resignado al dominio de las naciones sobre los espacios políticos, que tuvo la capacidad de adaptarse a la necesidad de su comprensión y que dejó clara su idea sobre la caducidad de esta era al decir:

Las naciones no son algo eterno. Han tenido un inicio y tendrán un final. Probablemente, la confederación europea las reemplazará. Pero no es ésta la ley del siglo en que vivimos. En la hora presente, la existencia de las naciones es buena, incluso necesaria. Su existencia es la garantía de la libertad que se perdería si el mundo no tuviese más que una ley y un amo.41

Resulta interesante reflexionar que Renan no sólo inició hace más de 100 años los estudios sistemáticos sobre la problemática nacional, sino que aportó ideas para su posible superación, pensó en un senado europeo de naciones pares, probablemente la Comunidad Europea sea el principio de la supresión de las naciones y los conflictos que han provocado, tal vez represente la puerta abierta hacia nuevas formas de organización política, ya proyectadas en el pensamiento renaniano.

La última aportación de Renan al pensamiento político-filosófico, considerada en este trabajo, es haber establecido tajantemente una negación de cualquier determinismo en la conformación de la identidad nacional:

El hombre no es esclavo ni de su raza, ni de su lengua, ni de su religión, ni del curso de los ríos, ni de la dirección de las cadenas de montañas [...] El hombre [...] no se pertenece más que a sí mismo, puesto que es un ser libre, un ser moral.42

 

NOTAS

1 Emmanuel Sieyès, ¿Qué es el Tercer Estado? Ensayo sobre los privilegios, Madrid, Alianza, 2003, pp. 143-145 (las cursivas son mías).

2 Véase Kenneth Minogue, El nacionalismo, Buenos Aires, Paidós, 1975. Especialmente el capítulo 2, "El nacionalismo y la Revolución Francesa".

3 Emmanuel Sieyès, ¿Qué es el Tercer Estado?..., opcit., p. 59.

4 Estudio preliminar de Rodrigo Fernández-Carvajal en Ernest Renan, ¿Qué es una nación?, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1957, pp. 59-60.

5 Kenneth Minogue, El nacionalismoopcit., pp. 57-58.

6 Ibid., p. 38 (las cursivas son mías).

7 Max Weber, Economía y sociedad, México, Fondo de Cultura Económica, 1964, p. 682.

8 Hablo de "Alemania" con fines explicativos, pero es necesario tener presente que el territorio que hoy conocemos con ese nombre estaba integrado por un mosaico de principados y que la unificación política sucedió hasta 1871; y que fue la doctrina nacionalista, con sus componentes pangermanistas, la que pugnó por ello.

9 Kenneth Minogue, El nacionalismoopcit., p. 60.

10 Citado en Isaiah Berlin, Contra la corriente, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, p. 74.

11 Pablo Nocera, "Renan y el dilema francés de la nación", Nómadas. Revista crítica de ciencias sociales y jurídicas, núm. 19, Universidad Complutense de Madrid, 2008, pp. 161-180.

12 Ernest Renan, ¿Qué es una nación? / Cartas a Strauss, Madrid, Alianza, 1987, p. 91.

13 John Stuart Mill, Autobiografía, Alianza, Madrid, 2008, pp. 206-207.

14 Ernest Renan, La reforme intellectuelle et morale, citado en Pierre Rosanvallon, La consagración del ciudadano. Historia del sufragio universal en Francia, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1999, p. 283 (las cursivas son mías).

15 Ernest Renan, ¿Qué es una nación? / Cartas a Straussopcit., p. 66.

16 Ibid., p. 90 (las cursivas son mías).

17 Estudio preliminar de Andrés de Blas Guerrero, en ibid., p. 37.

18 Estudio preliminar de Rodrigo Fernández-Carvajal en Ernest Renan, ¿Qué es una nación?opcit., p. 59.

19 Ernest Renan, ¿Qué es una nación? / Cartas a Straussopcit., pp. 91-94.

20 Estudio preliminar de Rodrigo Fernández-Carvajal en Ernest Renan, ¿Qué es una nación?opcit., pp. 62-63.

21 Ernest Renan, ¿Qué es una nación? / Cartas a Straussopcit., p. 115.

22 Es conveniente revisar la distinción hecha por Tzvetan Todorov entre los términos racismo y racialismo, sin embargo, este trabajo parte de la idea de la caducidad del concepto de raza en sus acepciones racista y racialista, y lo toma como emparentado con posiciones políticas conservadoras y teóricamente inconveniente para emprender cualquier análisis. Renan entendía por raza a una unidad cultural diferenciada, no a un grupo humano con características biológicas específicas, lo cual no lo aleja del conservadurismo político. Para entender tal distinción véase Tzvetan Todorov, Nosotros y los otros. Reflexión sobre la diversidad humana, México, Siglo XXI Editores, 1991, pp. 115-155.         [ Links ]

23 Ernest Renan, ¿Qué es una nación? / Cartas a Straussopcit., pp. 72-76.

24 Georges Weill, La Europa del siglo XIX y la idea de nacionalidad, México, UTEHA, 1961, p. 218.

25 Ernest Renan, ¿Qué es una nación? / Cartas a Straussopcit., p. 100.

26 Ibid., pp. 116-117.

27 Ibid., p. 119.

28 Alain Finkielkraut, La derrota del pensamiento, Barcelona, Anagrama, 2004, pp. 33-34.

29 Ernest Renan, ¿Qué es una nación? / Cartas a Straussopcit., pp. 115-116.

30 Ibid., pp. 113-114.

31 Para profundizar en el concepto de intelectual orgánico véase Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel: los intelectuales y la organización de la cultura, México, Juan Pablos, 1997, capítulo I.

32 Ernest Renan, ¿Qué es una nación? / Cartas a Straussopcit., p. 65.

33 La "historia nacional" es aquí entendida como una historia artificial con la doble función de resaltar los hechos heroicos de una sociedad y de encubrir la violencia inmanente a los procesos de conformación de los modernos Estados.

34 Ibid., p. 66.

35 Ibid., pp. 82-83.

36 Ibid., p. 59.

37 Ibid., p. 60.

38 En algún momento del siglo II, Luciano de Samósata escribió un cuento llamado "Cuentistas o el descreído", que influyó para que en 1797, Johann Wolfgang von Goethe escribiera una balada titulada "El aprendiz de hechicero", que posteriormente, en 1897, Paul Dukas musicalizó con maestría bajo la forma de un scherzo. Goethe relata sobre un aprendiz de hechicero que se ve encomendado por su maestro a realizar tareas domésticas y que decide utilizar un hechizo para lograr que una escoba realice su encomienda; la inexperiencia del joven mago logra que la escoba encantada lo desobedezca provocando un desastre: la inundación de la casa del viejo maestro. El aprendiz de hechicero es una figura metafórica que nos ayuda a comprender el tipo de nacionalismo predicado en la Alemania decimonónica con su lamentable desenlace. Los intelectuales pangermanistas invocaron los "espíritus" de la raza, la lengua y las tradiciones culturales para fundamentar el nacionalismo cultural. Los espectros desobedecieron a los jóvenes hechiceros y se fortalecieron hasta conducir a Alemania a protagonizar el drama de dos guerras de gran escala durante el siglo XX. Sin ninguna duda, Renan alcanzó a ver la posibilidad de que esos hechos históricos sucedieran cuando lanzaba advertencias sobre "peligrosos equívocos", "funestos errores" y "guerras de exterminio" en las que podría desembocar la idea nacional defendida por Alemania.

39 Alain Finkielkraut, La derrota del pensamientoopcit., p. 36.

40 Ernest Renan, ¿Qué es una nación?, Buenos Aires, Elevación, 1946, p. 24.         [ Links ]

41 Ernest Renan, ¿Qué es una nación? / Cartas a Straussopcit., p. 84.

42 Ibid., pp. 85 y 130.

https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-77422013000100002

 



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