El plebiscito de todos los días: la idea de
nación en Ernest Renan
Ernest Renan, pensador francés del siglo XIX, construyó una teoría para
explicar la existencia de las naciones, misma que sigue vigente en el campo de
estudio del nacionalismo. Con su conferencia ¿Qué es una nación?,
escrita en 1882, marcó en gran medida el rumbo que tomarían las futuras investigaciones
sobre el tema y colocó algunos de sus conceptos en el corazón mismo del
pensamiento político clásico. Este artículo busca aclarar su teoría y su
postura sobre la nación.
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INTRODUCCIÓN
Con la célebre conferencia ¿Qué es una nación?, que
Ernest Renan pronunció en la Sorbona en 1882, comenzó una teoría sobre el
origen de la nación, que estableció un parteaguas en la forma en que teóricos
posteriores entenderán el hecho nacional. Resulta necesario mencionar algunas
peculiaridades de la construcción teórica de Renan para contribuir a una mejor
comprensión de la teoría tratada en este artículo. La totalidad de los autores
que han estudiado y escrito sobre la obra de Renan, coinciden en señalarlo como
un intelectual complejo, con vuelcos ideológicos a lo largo de su trayectoria
y, sobre todo, contradictorio en sus opiniones sobre la cuestión nacional. El
bretón fue un firme partidario de la monarquía como forma de gobierno; sin
embargo, un suceso histórico –la anexión de las provincias francesas de Alsacia
y Lorena por parte de Prusia tras la guerra de 1870– lo llevó a construir una
explicación de las nacionalidades fundamentada en la voluntad de los pueblos,
convirtiéndose paradójicamente, en el autor que pasó a la historia como el más
fervoroso defensor de la autodeterminación nacional.
LOS DOS MODELOS: NACIÓN POLÍTICA Y NACIÓN CULTURAL
En el campo de estudio del nacionalismo existe una concepción
dualista de las naciones. En él domina una distinción clásica que se derivó del
texto de Renan y que resulta de gran ayuda al momento de entender el fenómeno
nacionalista. A lo largo de este trabajo utilizaremos esta distinción dual
esquemática entre los nacionalismos políticos y los culturales.
El primer modelo de nación que se debe reconocer es el llamado
político, que –como muchos otros fenómenos políticos modernos– tuvo su cuna en
la Francia revolucionaria. El clima político-social de Francia a finales del
siglo XVIII resultó propicio para una serie de constructos teóricos, políticos
y filosóficos novedosos, inéditos en la historia de la humanidad. Una de
aquellas novedades fue el uso de la idea de nación con fines políticos que hizo
el abate Emmanuel Sieyès, quien fue capaz de cristalizar en sus folletos
demandas históricas de la sociedad francesa de la época. Sieyès introdujo el
concepto nación en una coyuntura histórica sumamente
particular, Francia se convulsionaba para intentar sacudirse el polvoso Ancien
régime y dar paso a la ascensión del Tercer Estado a la dirigencia
política; sus escritos de agitación política no sólo lograron dar cauce al
torrente de inconformismo generalizado en su sociedad, sino que lo convirtieron
en pionero en el uso de un léxico político nacional que caló
hondo y fue adoptado y utilizado desde entonces para reforzar los discursos políticos
al incluir en sus cuerpos la dimensión nacional. Sieyès mencionaba:
La nación existe ante todo, es el origen de todo. Su voluntad es
siempre legal, ella es la propia ley. Antes y por encima de ella sólo existe el
derecho natural [...] Así, todas las partes del gobierno se remiten y dependen,
en último término, de la nación. No planteamos aquí más que una idea
fugaz, pero exacta [...] La nación es todo lo que puede ser
por el mero hecho de que es.1
Como lo menciona Kenneth Minogue, en el imaginario social francés
de aquel periodo Francia era entendida como prisionera de un gobierno
monárquico extranjero, que no procedía de otra patria pero que reivindicaba un
origen franco y no galo como el de la mayoría de la población.2 Sin duda, al
afirmar que "[al privilegiado] se le considera, junto con sus pares, como
un miembro de un orden aparte, de una nación escogida dentro de la
nación",3 Sieyès tenía
conciencia de esto y seguramente era partícipe del agravio social que
significaba un gobierno ajeno a los intereses populares. El mérito político del
clérigo fue encausar las humillaciones sociales a partir del concepto privilegio identificado
como lo perverso, como la fuente misma de las desgracias de Francia y
confrontarlo en la creación de una fórmula discursiva que se basaba en una
doble analogía que colocaba en el otro extremo a lo virtuoso encarnado en el
concepto nación.
Para los estudiosos del nacionalismo, resulta un lugar común
mencionar que en algún momento del siglo XVIII la palabra nación comenzó
a perder su significado histórico para adquirir uno novedoso, pero nunca se
señala un momento específico como el justo para ubicar la transformación del
concepto en una idée-force; aunque autores anteriores habían
reavivado el concepto, ninguno, hasta Sieyès, influyó para que la palabra
nación adquiriera su peso y ambigüedad actual. Es importante señalar también el
hecho de que en Francia:
[...] el concepto pueblo deslíe prácticamente su
contenido en el concepto de nación. Durante el siglo XVIII existía
entre ambos una cierta polaridad: por pueblo se entendía la
masa pasiva y humilde, y por nación la minoría activa y rica.
Pero con la Revolución, esta minoría activa se irroga una especie de
representación con respecto a la mayoría y viene a convertirse en un pars
pro toto. La nación subsume al pueblo...4
De esta identificación entre pueblo y nación,
en gran medida, también es responsable Sieyès.
Al emprender una lucha político-filosófica contra los privilegios
de la monarquía, lo que Sieyès consiguió fue contribuir a la conformación del
nacionalismo francés de manera definitiva y al robustecimiento de la incipiente
nación francesa, que vería acompañado su desarrollo y consolidación con la
incorporación de ideas filosóficas emanadas de la Ilustración. Al igual que sus
contemporáneos, el abate nunca argumentó en favor de una originalidad francesa,
el movimiento revolucionario tuvo una clara raigambre universalista; pero, como
demostró la historia, entre el universalismo y el expansionismo sólo media un
paso.
Como se sabe, todos los philosophes se ocuparon
de la educación como un problema central dentro de la revolución intelectual
que debía acompañar a la revuelta social para garantizar una verdadera
transformación de la vida francesa. Minogue acierta de nuevo cuando menciona
que "uno de los peligros permanentes de la educación reside en que puede
convertirse en lucha de voluntades entre el educador y su alumno".5 Y es que la
comparación de la situación de Francia con respecto al resto de Europa con una
relación pedagógica cobra sentido al entender que Francia se convirtió hacia
finales del siglo XVIII en el ejemplo a seguir para las nacientes naciones
europeas. En esa hipotética relación, el maestro, que tenía una fe inquebrantable
en la verdad racional, y que intentaba imponer una hegemonía cultural de
carácter universal, se enfrentó con sus jóvenes discípulos alemanes, que en un
primer momento lo escucharon pero que después reaccionaron al cosmopolitismo
con una violenta afirmación del particularismo, con otro modo de interpretar la
existencia de la nación.
Según Minogue:
[...]
el nacionalismo es un movimiento político que procura alcanzar y defender un
objetivo al cual podemos denominar integridad nacional. Busca
la libertad, pero este término puede referirse a muchas cosas. El
reclamo de libertad ya implica la sugestión de que los propios nacionalistas se
sienten oprimidos. De este complejo de ideas sobre la libertad y la opresión
podemos extraer una descripción general del nacionalismo: es un movimiento
político que depende de un sentimiento de agravio colectivo contra los
extranjeros.6
Y atraviesa por varias etapas en su génesis y desarrollo, de las
cuales, la agitación es la primera; y como afirma Max Weber, son los
intelectuales quienes parecen estar específicamente predestinados a propagar
la idea nacional7 e interpretar el
papel protagónico en este primer acto del nacionalismo que se caracteriza por
ser un periodo de rechazo a lo que se considera "extranjero" y de
búsqueda de lo culturalmente "propio".
Ya hemos visto cómo la sociedad francesa en la época de la
Revolución se sentía oprimida por una monarquía extranjera a la que contrapuso
los ideales ilustrados de libertad, igualdad y fraternidad para configurar un
nacionalismo de corte político, pero lo que sucedió en Alemania8 fue distinto, los
nacionalistas alemanes también reaccionaron a lo "extranjero",
primero al influjo cultural francés que en un inicio había sido recibido como
el inmanente espíritu de la época, pero que después fue percibido como chocante
y vulgar, "aun Goethe, quien durante toda su vida rechazó el papel del
símbolo nacional y permaneció fiel a la Ilustración, se quejó de que los
franceses (como los matemáticos) todo lo traducían al francés, modificando de
ese modo el contenido";9 y después a la
ocupación napoleónica que desató una oleada de nacionalismo de un tipo
diferente al que se había dado en Francia, el nacionalismo alemán del siglo XIX
repudiaba el universalismo y enaltecía la diversidad cultural; como respuesta a
éste utilizó elementos culturales como el "folklore", la lengua y las
tradiciones para edificarse y demostrar la natural división de la humanidad en
naciones; frente a la "fría racionalidad ilustrada", Herder
exclamaba: "No estoy aquí para pensar, sino para ser, sentir, vivir".10 Este fue
precisamente el punto de fuga de la perspectiva desde la que los intelectuales
alemanes interpretaron la existencia de la nación, interpretándola como algo
vivo y lleno de oscuros significados.
A diferencia del nacionalismo político, que tenía un origen
liberal y colocaba al ciudadano (al individuo) en el epicentro de la
organización política, el nacionalismo cultural lo tomó como un objeto, como
parte de algo más grande, supraindividual: la nación cultural.
RENAN, UN HIJO DE SU TIEMPO
Renan es uno de los intelectuales más representativos de la Europa
decimonónica, su obra es un fiel reflejo de la corriente de pensamiento que
dominó en su generación, la de los intelectuales franceses que reaccionaron
contra la Revolución:
[...]
la llamada generación de 1850, compuesta por hombres que nacieron entre 1820 y
1830, y que asistieron a la revolución de 1848 y al golpe de Napoleón III. Para
1870, la mayoría de sus representantes estaban entre los cuarenta y cincuenta
años, viviendo de forma simultánea, la caída del Imperio, la declaración de la
guerra, el estallido de la Comuna y la proclamación de la Tercera República.11
Renan ha sido ubicado en diferentes longitudes del espectro
político, es un autor que ha sido interpretado de manera irregular debido a los
virajes ideológicos que tuvo en su trayectoria, que arranca con una
identificación con el positivismo comtiano y su ideal de perfeccionamiento
social a partir del avance científico, que se combinó con su desprecio por la
política burguesa y su confianza en la forma monárquica de gobierno que lo
colocan cerca del pensamiento reaccionario.
Renan sabía bien que la era monárquica de Francia y Europa había
terminado, y también sabía, como lo declara en su primera misiva a Strauss:
[...]
resulta claro que, desde el momento en que se rechaza el principio de la legitimidad
dinástica, no hay otro que dé una base a las delimitaciones territoriales de
los Estados que el derecho de las nacionalidades, es decir, de los grupos
naturales determinados por la raza, la historia y la voluntad de las
poblaciones.12
John Stuart Mill señaló, en su Autobiografía, que
Alexis de Tocqueville tuvo la capacidad de entender que el futuro del
desarrollo político de la humanidad era inevitablemente democrático,13 y de Renan
podríamos decir que también tuvo el tipo de claridad de Tocqueville, al
comprender que inexorablemente el carácter nacional delinearía las formas
estatales en el futuro y que la nación debía ser definida y entendida
apremiantemente.
Como muchos durante el siglo XIX, Renan rechazó la democracia y el
voto universal y reivindicó la preservación de una sociedad jerarquizada,
aristocrática, en la que una élite llevara las riendas políticas, ésta,
compuestas no sólo por una dinastía monárquica, sino también por una minoría de
intelectuales que condujeran a las sociedades al tan ansiado progreso; para el
bretón:
Francia
se ha equivocado con respecto a la forma que puede adquirir la conciencia de un
pueblo. Su sufragio universal es como un montón de arena, sin coherencia ni
relación fija entre los átomos. Con eso no se construye una casa. La
conciencia de una nación reside en la parte ilustrada de esa
nación, la cual acarrea y manda al resto. En su origen, la
civilización fue una obra aristocrática, obra de un número muy
reducido (nobles y sacerdotes), que la impusieron
mediante aquello que los demócratas llaman fuerza e impostura; la
conservación de la civilización es también una obra aristocrática.14
La filiación monárquica de Renan es entendida considerando su
actividad como historiador y su firme idea de continuidad histórica que, como
veremos más adelante, trazó también su explicación de conformación de las
naciones modernas con la que transitó a contrapelo de la dominante en su
tiempo. Renan criticó la "historiografía burguesa" que entendía el
proceso de conformación nacional como un proceso resultado de la ruptura
revolucionaria con el antiguo régimen y a la que se le atribuía el carácter de
fundacional. En el entendimiento de Renan, la nación moderna era resultado de
un largo proceso histórico encabezado por las monarquías y aristocracias
europeas a las que los intelectuales debían resarcir otorgándoles el papel
histórico desempeñado por estos grupos para hacer posible el surgimiento de la
nación, sobre esto escribe:
El rey de Francia, que es –me
atrevería a decir– el tipo ideal de cristalizador secular; el rey de Francia,
que ha hecho la más perfecta unidad nacional que haya existido, el rey de
Francia visto desde demasiado cerca, ha perdido su prestigio; la nación que
había formado le ha maldecido y hoy sólo los espíritus cultivados saben lo que
valía y lo que hizo.15
Como lo demuestra la polémica entre Madame de Staël y el poeta
alemán, exiliado en París, Heinrich Heine, durante el siglo XIX reinaba en los
círculos intelectuales franceses una tendencia germanófila que reconocía los
aportes provenientes del otro lado del Rhin en materia de arte y filosofía,
Renan no estaba exento de esta tendencia, era un admirador inquebrantable de la
tradición cultural germánica como él mismo lo afirma en su Carta a
Strauss:
Estaba
en el seminario de Saint-Sulpice hacia 1843, cuando empecé a conocer a Alemania
a través de Goethe y Herder. Creí entrar en un templo y, a partir de
ese momento, todo lo que había considerado hasta entonces como pompa digna de
la Divinidad, me hizo el efecto de ser flores de papel amarillentas y
marchitas.16
Como se ha mencionado, Renan está entroncado con posiciones
políticas reaccionarias pero, ante todo, era un patriota francés, y será su
patriotismo el que se vuelva contra sí mismo y lo lleve a incurrir en las
contradicciones teóricas que han sido utilizadas por sus críticos para realizar
su tarea, y lo trasladaron de una postura conservadora a una liberal
provocando, así, la dificultad típica de su lectura. El viraje teórico de Renan
es incomprensible sin atender a su ya comentada admiración por la cultura
alemana que se vería trastocada por un hecho histórico de vital importancia, la
guerra franco-prusiana de 1870, que convirtió a Renan en un germanófilo
"que debe ser testigo de la mayor humillación de su patria a manos de su
pueblo admirado".17
Para un alemán del siglo XIX el concepto pueblo estaba
colmado de contenidos concretos y de místicas potencialidades. En cambio, un
francés no podía menos de ver en él, ante todo, el abstracto soporte de la
soberanía popular, aunque personalmente [como Renan] no fuera demócrata.18
Según el elitismo que Renan había defendido toda su vida, el
pueblo es una materia inerte en espera de una élite que la reavive, gobierne y
conduzca al progreso, esa forma superior podía ser francesa o alemana o de
cualquier otro origen, pero el patriota no podía permitir la amputación
territorial de Francia y condujo al teórico a la más artera contradicción, a
rechazar que una parte de la nación francesa fuera conducida por un poder ajeno,
incluso si éste fuera alemán. Y es que el influjo intelectual de Alemania sobre
Renan era insoslayable y, de alguna manera o de otra, el patriota y el teórico
encerrados en él debían converger, aunque fuera contradictoriamente. Renan
intenta conciliar el antagonismo de la coyuntura política de la anexión
territorial por su admirada Alemania con sus convicciones teóricas al
distinguir en su Carta a Strauss entre la
filosofal Alemania y la militarizada Prusia, entendiendo a la primera, según
sus propias palabras, como la creadora de un desarrollo intelectual que
"ha añadido al espíritu humano un grado más en profundidad y
extensión";19 y a la segunda
como la responsable de las hostilidades entre los franceses y alemanes.
Pareciera que el intento de Renan por corregir las contradicciones
de su posición, lo condujo a aguas políticas aún más pantanosas.
Fernández-Carvajal acierta al señalar que Renan, tras darse cuenta de las
inconsistencias en sus ideas políticas, realiza una distinción entre el orden
social general, es decir, mundial y el específico europeo.20 En su segunda
misiva a David Friedrich Strauss menciona:
Sin
duda alguna, rechazamos como un error de hecho fundamental la igualdad de los
individuos humanos y la igualdad de las razas; las partes educadas de la
humanidad deben dominar a las partes bajas; la sociedad humana es un edificio
con varios pisos, donde debe reinar la dulzura, la bondad [...] no la igualdad.
Pero las naciones europeas tal como las ha hecho la historia son los pares de
un gran Senado donde cada miembro es inviolable. Europa es una confederación de
Estados unidos por la idea común de la civilización. La individualidad de cada
nación está constituida, sin duda, por la raza, la lengua, la historia y la
religión, pero también por algo mucho más tangible, por el consentimiento
actual, por la voluntad que tienen las diferentes provincias de un Estado de
vivir juntas.21
A partir de la cita anterior se pueden puntualizar algunas
cuestiones ya mencionadas; con la finalidad última de impedir que Alsacia y
Lorena sean convertidas en botín de guerra, Renan crea la noción de un senado
europeo conformado por naciones pares y por lo tanto inviolables entre sí, e
intenta unir varias finalidades a través de esta proposición; en primer lugar
no argumentar una superioridad cultural francesa frente a Alemania, apelando a
una hermandad de las naciones europeas que le restaría legitimidad a la
apropiación alemana de las dos provincias francesas; en segundo término Renan
decide hacer patente su postura racialista22 para colocar a
Europa sobre otras regiones del mundo, legitimando así el colonialismo europeo
en ultramar; todas proposiciones que pueden parecer contradictorias si no se
atiende al relativismo que Renan profesó incansablemente.23
¿QUÉ ES UNA NACIÓN?
Después de la guerra de 1870 entre Francia y Alemania, los
historiadores alemanes más importantes dedicaron sus esfuerzos a justificar la
anexión de Alsacia y Lorena bajo supuestos argumentos científicos, que no eran
otros más que los elementos en los que suele fincarse el nacionalismo cultural,
es decir, la raza, la lengua, la religión, la tradición histórica y la
condición geográfica; que desde su perspectiva legitimaban la conquista,
argumentando que, a todas luces, Alsacia y Lorena poseían costumbres y rasgos
culturales típicamente alemanes, lo que le permitía a Alemania reclamar su
dominio en aquellos territorios. En su contra argumentación, los intelectuales
franceses se colocaron en un plano muy distinto, al apelar a la voluntad
política alsaciano-lorenense de querer pertenecer a Francia. La conferencia de
Renan y su intercambio epistolar con David Strauss se insertan en el contexto
de estos debates que terminaron por ser definitivos en la etapa fundacional del
carácter nacional de los modernos Estados, en el que también participaron otros
importantes intelectuales de ambas nacionalidades como lo ilustra la
controversia entre los historiadores Numa Denys Fustel de Coulanges y Christian
Matthias Theodor Mommsen. En una carta dirigida al pueblo italiano en la que se
llamaba a la neutralidad frente al conflicto franco-prusiano, Mommsen señalaba:
Queremos
no la conquista, sino reivindicación; queremos lo que es nuestro, ni más ni
menos. [Fustel de Coulanges le contestó:] Invoca usted el principio de
nacionalidad, pero lo comprende de un modo diferente al de toda Europa. Según
usted, ese principio autorizaría a un Estado poderoso a apoderarse de una
provincia por la fuerza, con la única condición de afirmar que esa provincia
está ocupada por la misma raza que ese Estado. Según Europa y según el buen
sentido, autoriza simplemente a una provincia o a una población a no obedecer
contra su voluntad a un dueño extranjero [...] Me asombra que un historiador
como usted finja ignorar que no es la raza ni la lengua lo que constituyen la
nacionalidad [...] Los hombres sienten en su corazón que forman un mismo pueblo
cuando tienen una comunidad de ideas, de intereses, de afectos, de recuerdos y
de esperanzas. Eso es lo que hace a la patria. Por eso los hombres quieren
caminar juntos, trabajar juntos, combatir juntos, vivir y morir unos por otros.
La patria, eso es lo que se ama. Es posible que Alsacia sea alemana por la raza
y por la lengua; pero por la nacionalidad y por el sentimiento de la patria, es
francesa. ¿Y sabe usted qué es lo que la ha hecho francesa? No es Luis XIV, es
nuestra revolución de 1789. Desde ese momento Alsacia ha seguido todos nuestros
destinos; ha vivido nuestra vida. Todo lo que nosotros pensábamos, ella lo
pensaba; todo lo que sentíamos, ella lo sentía. Ha compartido nuestras
victorias y nuestros reveses, nuestra gloria y nuestras faltas, todas nuestras
alegrías y todos nuestros dolores.24
Renan fundó esta polémica, primero con su intercambio de misivas
con Strauss, que sucedió entre 1870 y 1887, y en el medio con su conferencia de
1882. Con su intervención, Renan buscaba desempeñar un papel conciliador en el
conflicto, quería incidir en la consecución de un equilibrio político europeo
que consideraba apremiante para evitar el caos. Su razonamiento conciliador,
expresado en su primera Carta a Strauss partía de conceder a
Alemania una igualdad en el peso como nación frente a Francia, situándola
también en aquel senado europeo que Renan entendía como compuesto de naciones
históricas pares y que según su visión debían respetarse entre sí e imponerse a
los pueblos sin historia. Sin embargo, para él, Alemania estaba equivocada, la
matriz étnica y lingüística que según sus intelectuales tenía la nación era,
simplemente, inaplicable para Europa:
Vuestros fogosos germanistas
alegan que Alsacia es una tierra germánica, injustamente separada del Imperio
alemán. Observe que todas las nacionalidades son territorios mal delimitados;
si se pone uno a razonar así sobre la etnografía de cada cantón, se abre la
puerta a guerras sin fin.25
Sin duda Renan no buscaba cuestionar la realidad nacional alemana,
sino demostrar que Francia había sido el crisol donde se fundió el principio
liberal de nación, mientras que Alemania enarbolaba el estandarte de la nación
étnica, y que el primero era políticamente correcto, mostrando al segundo como
enteramente errado:
Nuestra
política es la política del derecho de las naciones; la suya es la política de
las razas: creemos que la nuestra es mejor. La división demasiado acusada de la
humanidad en razas, además de basarse en un error científico –muy pocos países
poseen una raza verdaderamente pura–, no puede conducir más que a guerras de
exterminio, a guerras "zoológicas" –permítame decirlo– análogas a las
que diversas especies de roedores o carnívoros libran por la vida. Esto sería
el fin de esta mezcla fecunda, compuesta de numerosos elementos todos ellos
necesarios, que se llama la humanidad.26
Para Renan la gran civilización europea era fruto de la diversidad
cultural, por lo que temía al desmembramiento, a la atomización de los Estados
europeos que podría provocar la propagación de la idea de nación acuñada en Alemania
y para combatirla desarrolló una teoría de la nación fincada en tres elementos.
El primero de estos elementos es la negación de los componentes
culturales encomiados por el nacionalismo cultural como los definitivos en la
conformación de la nacionalidad. Renan entendía que la mayoría de los Estados
europeos eran pluriculturales y que colocar los elementos culturales en el
primer plano de la fundamentación de la nación era insostenible, en su
correspondencia con Strauss, ejemplificaba con el caso suizo:
La pequeña Suiza, tan
sólidamente construida, cuenta con tres lenguas, tres o cuatro razas, dos
religiones. Una nación es una gran asociación secular (no eterna) entre
provincias parcialmente congéneres que forman un núcleo y alrededor de las
cuales se agrupan otras provincias ligadas las unas a las otras por intereses
comunes o por antiguos hechos aceptados convertidos en intereses.27
Uno a uno, los componentes culturales de la nación van cayendo
bajo los razonamientos de Renan expresados en la conferencia ¿Qué es
una nación? Sobre el elemento etnográfico, Renan afirma, con los
ejemplos históricos pertinentes, que no ha tenido peso en la conformación de
las naciones modernas, y que el argumento racial no puede
utilizarse para atropellar la voluntad de los miembros de una nación; acerca
de la lengua menciona que se utiliza como elemento del
nacionalismo cultural por considerarla una manifestación racial y asegura que
es posible la conformación de la nación aun en el caso de que en su interior
exista diversidad lingüística; sobre el tema de la religión afirma
que el profesar algún credo es algo que atañe exclusivamente al individuo, no a
la nación; de la comunidad de intereses, Renan menciona que aunque
resulta un lazo fuerte para que los hombres permanezcan juntos, no es
suficiente para conformar una nación, y por último sobre la geografía asegura
que ningún espacio físico puede marcar la extensión de la nación, ya que ésta
es inmaterial.
Lo anterior condujo a Renan a una búsqueda de una categoría capaz
de explicar la cohesión nacional sin recurrir a elementos raciales,
territoriales, religiosos, lingüísticos o de comunidad de intereses. Lo que
halló fue el segundo elemento que sostiene su teoría de la nación: la voluntad.
Los argumentos de Renan a favor de la voluntad expresados en su primera
respuesta a Strauss tuvo resonancia en los diputados de Alsacia y Lorena que en
1871, a través de la Declaración de Burdeos, apelaban a su voluntad
política para atribuir el carácter de ilegítimo al tratado de paz impuesto por
Prusia y que contenía la anexión de ambas provincias, documento en el que
además se declaraban leales a la nación francesa:
Proclamamos
el derecho de los habitantes de Alsacia-Lorena a seguir siendo miembros de la
patria francesa, y juramos, tanto en nombre propio como en el de nuestros
comitentes, nuestros hijos y sus descendientes, reivindicarlo eternamente y
mediante todos los procedimientos, a despecho de todos los usurpadores [...]
Seguimos declarando una vez más nulo y sin efecto el pacto que dispone de
nosotros sin nuestro consentimiento [...] La reivindicación de nuestros
derechos permanece para siempre abierta para todos y cada uno de nosotros, en
la forma y en la medida que nuestra conciencia nos dicte [...] Vuestros
hermanos de Alsacia y de Lorena, separados en este momento de la familia común,
conservan para la Francia ausente de sus hogares un afecto filial hasta el día
en que vuelva a recuperar allí su lugar.28
Aunque en la teoría renaniana de la nación la voluntad ocupaba un
lugar central, ésta no bastaba por sí misma para conformar una nación; sin duda
alguna era necesario articular el concepto voluntad con los elementos
culturales, finalmente si la voluntad existía debía estar anclada al deseo de
pertenecer a una u otra particularidad cultural. La teoría de Renan no rechazaba
los elementos culturales de la nación si éstos se conjugaban con la voluntad
política, de hecho en su modelo de nación están incluidos tácitamente y la
negación de su importancia en la conformación de las naciones era sólo vigente,
cuando la voluntad era dejada de lado. En su Nueva carta a Strauss,
Renan afirma:
Alsacia es alemana por lengua y
por raza; pero no desea formar parte del Estado alemán; esto zanja la cuestión.
Se habla del derecho de Francia, del derecho de Alemania. Estas abstracciones nos
afectan mucho menos que el derecho que tienen los alsacianos, seres de carne y
hueso, a no obedecer otro poder que el consentido por ellos.29
Aunque la voluntad era un muro de carga en la conformación de las
naciones, ésta debía combinarse con los elementos culturales de la nación para
poder ser ejercida.
Para Renan no había duda, la nación era un producto de la
historia, y es precisamente la historia el tercer factor de su teoría y
probablemente el más complejo. En la concepción renaniana de nación la historia
sufre una serie de divisiones, que condicionan su uso en el intento de explicar
el hecho nacional. Por una parte, a Renan le resultaba claro que la nación
tenía una historia propia, que comenzaba con las hazañas de las minorías
aristocráticas e intelectuales que habían conducido a los diferentes colectivos
sociales hasta la desembocadura nacional, lo que podríamos llamar la
historia propia de la nación, que explicaba por qué una nación
estaba constituida de cierta forma y de ninguna otra. Durante las disensiones
sobre Alsacia y Lorena provocadas por el conflicto franco prusiano, los
germanistas argumentaban un derecho histórico para reclamar ambas provincias,
pero ese reclamo resultaba externo a la historia propia de la nación (en este
caso francesa) que en algún momento de su historia contrajo esos territorios.
Renan distingue pues entre lo que hemos llamado la historia propia de la nación
y lo que podemos nombrar una historia impuesta de la nación, y es
claro sobre este punto al responderle a Strauss:
Alsacia
es ahora un país germánico por lengua y por raza; pero, antes de ser invadida
por la raza germánica, Alsacia era un país celta, del mismo modo que una parte
del sur de Alemania. Nosotros no concluimos de esto que Alemania del sur deba
ser francesa, pero que no se sostenga tampoco que, según derechos antiguos,
Metz y Luxemburgo deben ser alemanes. Nadie puede decir dónde se detendrá esta arqueología.
En casi todos los sitios donde los fogosos patriotas de Alemania reclaman un
derecho germánico, podríamos nosotros reclamar un derecho celta anterior y,
antes del periodo celta existían –se dice– los alófilos, los fineses y los
lapones; y antes de los lapones estaban los hombres de las cavernas; y antes de
los hombres de las cavernas estaban los orangutanes. Con esta filosofía de la
historia no habría otra legitimidad en el mundo que el derecho de los
orangutanes, injustamente desposeídos por la perfidia de los civilizados.30
Así, Renan intentaba demostrar que la historia tenía un peso en la
conformación de las naciones y que éste se tornaba específico si se atendía a
la historia propia o a la historia impuesta de la nación; tomando en
consideración que toda su reflexión sobre el tema nacional está enmarcada por
la coyuntura del conflicto entre Prusia y Francia.
Para Renan, la historia de la nación tenía una continuidad, el
presente de la nación era expresado por la voluntad de pertenecer a una
especificidad cultural, que estaba determinada por su pasado, por su historia.
En la concepción de Renan, la construcción de la nación había sido comenzada
por las élites gobernantes: las monarquías, que apoyándose en sus intelectuales
orgánicos,31 crearon una
historia nacional, sentando así las bases de una noción de unidad en las
diferentes regiones que resultó indispensable para la ulterior conformación de
las naciones y que posee una doble característica. Por un lado, resalta los
hechos heroicos encabezados por las dinastías monárquicas y por otra parte
encubre los actos violentos de los gobernantes perpetrados contra la población,
sobre este punto Renan menciona:
[...]
el olvido, y hasta yo diría que el error histórico, son un factor esencial en
la creación de una nación, de modo que el progreso de los estudios históricos
es a menudo un peligro para la nacionalidad. La investigación histórica, en
efecto, proyecta luz sobre hechos de violencia que han ocurrido en los orígenes
de todas las formaciones políticas, incluso en aquellas cuyas consecuencias han
sido más beneficiosas.32
Esta historia, que se puede tipificar como "nacional",33 permitió a las
emergentes naciones sentirse unidas y les servía para olvidar que "la
unidad [nacional] se hace siempre de modo brutal",34 y funcionó como
bálsamo para sanar heridas colectivas situadas en tiempos pasados.
Renan lograba así explicar el pasado y el presente de la nación,
que desde su perspectiva histórica debía tener continuidad en el futuro. La
ideología nacionalista contiene la premisa referente a que todas las naciones
tienen una misión que cumplir, la sugestión de que el destino tiene grandeza
deparada para la nación. Fue la figura del plebiscito, la que permitió a Renan
enlazar todos estos elementos en una fórmula que se proyecta indefinidamente al
futuro y que tiene una caducidad marcada sólo por la voluntad de las
sociedades. La respuesta que ofrece Renan a la pregunta ¿qué es una nación?
sintetiza lo anterior y brindaba al bretón una argumentación sin fisuras
aparentes en la interpretación del hecho nacional; para él:
Una
nación es un alma, un principio espiritual. Dos cosas que, a decir verdad, no
son más que una, constituyen este alma, este principio espiritual. Una está en
el pasado, la otra en el presente. La una es la posesión en común de un rico
legado en recuerdos; otra es el consentimiento actual, el deseo de vivir
juntos, la voluntad de continuar haciendo valer la herencia que se ha recibido
indivisa. La nación, como el individuo, es la consecuencia de un largo pasado
de esfuerzos, de sacrificios y de desvelos. El culto a los antepasados es el
más legítimo de todos; los antepasados nos han hecho lo que somos. Un pasado
heroico, grandes hombres, la gloria (me refiero a la verdadera); he aquí el
capital social sobre el cual se asienta una idea nacional. Tener glorias
comunes en el pasado, una voluntad común en el presente, haber hecho grandes
cosas juntos, querer hacerlas todavía, he aquí las condiciones esenciales para
ser un pueblo. Se ama en proporción a los sacrificios soportados, a los males
sufridos. Se ama la casa que se ha construido y que se transmite. El canto
espartano ("Somos lo que vosotros fuisteis; seremos lo que vosotros
sois") es, en su simplicidad, el himno compendiado de toda patria.
En el pasado, una herencia de gloria y de fracasos a compartir; en
el porvenir, un mismo programa a realizar, haber sufrido, disfrutado y esperado
juntos; he aquí lo que vale más que aduanas comunes y fronteras conforme a
ideas estratégicas; he aquí lo que se comprende a pesar de la diversidad de
raza y de lengua. Decía hace un momento: "haber sufrido juntos"; sí,
el sufrimiento en común une más que la alegría. En punto a recuerdos
nacionales, los duelos valen más que los triunfos, pues imponen deberes,
ordenan el esfuerzo en común.
Una nación es pues una gran solidaridad, constituida por el
sentimiento de los sacrificios que se han hecho y los sacrificios que todavía
se está dispuesto a hacer. Supone un pasado; se resume, no obstante en el
presente por un hecho tangible: el consentimiento, el deseo claramente
expresado de continuar la vida en común. La existencia de una nación
(perdonad esta metáfora) es un plebiscito de todos los días,
así como la existencia individual es una afirmación perpetua de vida.35
LAS APORTACIONES DE ERNEST RENAN
El legado de Ernest Renan al campo de estudio del nacionalismo es
amplio, fue él quien fundó con su conferencia ¿Qué es una nación? una
serie de reflexiones que pretenden dilucidar el origen y desarrollo del
fenómeno nacional y que, hasta el momento, no han dejado de realizarse.
Desde el primer momento de su reflexión sobre la nación, Renan
entendía que se enfrentaba a una materia de análisis compleja, anfibológica,
por lo que al inicio de su conferencia advertía: "Me propongo analizar con
ustedes una idea, clara en apariencia, pero que se presta a los más peligrosos
equívocos", por ello siempre pugnó por un esclarecimiento de las
categorías con las que se pretendía entender a la nación; renglones más
adelante menciona:
En la
época de la Revolución Francesa se creía que las instituciones de las pequeñas
ciudades independientes, como Esparta o Roma, podían aplicarse a nuestras
grandes naciones de treinta o cuarenta millones de almas. Hoy se comete un
error todavía más grave: se confunde la raza con la nación y se atribuye a
grupos etnográficos o más bien lingüísticos, una soberanía análoga a la de los
pueblos realmente existentes. Procuremos llegar a alguna precisión en estas
cuestiones difíciles donde la menor confusión sobre el sentido de las palabras
al inicio del razonamiento puede producir al final los más funestos errores.37
En Renan no sólo habitaba una inteligencia pendiente de las
situaciones que provocaban su actividad intelectual, sino también una gran
sensibilidad que le proporcionó amplitud de miras para prever los peligros que
encerraba la ideología nacionalista fundamentada en principios culturales, que
en el siglo XX provocará acontecimientos brutales de sobra conocidos. Renan
creía en la necesidad de limpiar la reflexión
histórico-política de sustancias que le son ajenas como las provenientes de
disciplinas como la zoología y la etnografía, izadas como bandera de los
intelectuales alemanes para explicar el hecho nacional a quienes Renan miraba
como "aprendices de hechicero" que invocaban espíritus que después no
podrían controlar, provocando catástrofes.38
Alain Finkielkraut acierta al observar "que a Renan la nación
ya no se le presenta bajo la forma de una entidad, sino bajo el aspecto de lo
que Husserl, un poco más tarde, denominará una 'comunidad
intersubjetiva'".39 El francés procuró
sistematizar el estudio de la nación a través de la historia, disciplina en la
que se desenvolvía y que le permitió entender una de las pocas afirmaciones
irrefutables sobre la temática nacional, a saber, que las naciones son producto
de torrentes históricos que confluyen en su formación y que antes de la
Revolución Francesa no existía ningún constructo político semejante:
Las
naciones comprendidas en este sentido, resultan bastante recientes en la
historia. La antigüedad no las conoció. Egipto, China, la antigua Caldea no
fueron naciones en ningún sentido. Eran rebaños conducidos por un Hijo del Sol
o del Cielo.40
Ya se ha mencionado que Renan aparece como un pensador resignado
al dominio de las naciones sobre los espacios políticos, que tuvo la capacidad
de adaptarse a la necesidad de su comprensión y que dejó clara su idea sobre la
caducidad de esta era al decir:
Las
naciones no son algo eterno. Han tenido un inicio y tendrán un final.
Probablemente, la confederación europea las reemplazará. Pero no es ésta la ley
del siglo en que vivimos. En la hora presente, la existencia de las naciones es
buena, incluso necesaria. Su existencia es la garantía de la libertad que se
perdería si el mundo no tuviese más que una ley y un amo.41
Resulta interesante reflexionar que Renan no sólo inició hace más
de 100 años los estudios sistemáticos sobre la problemática nacional, sino que
aportó ideas para su posible superación, pensó en un senado europeo de naciones
pares, probablemente la Comunidad Europea sea el principio de la supresión de
las naciones y los conflictos que han provocado, tal vez represente la puerta
abierta hacia nuevas formas de organización política, ya proyectadas en el
pensamiento renaniano.
La última aportación de Renan al pensamiento político-filosófico,
considerada en este trabajo, es haber establecido tajantemente una negación de
cualquier determinismo en la conformación de la identidad nacional:
El
hombre no es esclavo ni de su raza, ni de su lengua, ni de su religión, ni del
curso de los ríos, ni de la dirección de las cadenas de montañas [...] El
hombre [...] no se pertenece más que a sí mismo, puesto que es un ser libre, un
ser moral.42
NOTAS
1 Emmanuel Sieyès, ¿Qué
es el Tercer Estado? Ensayo sobre los privilegios, Madrid, Alianza, 2003,
pp. 143-145 (las cursivas son mías).
2 Véase Kenneth
Minogue, El nacionalismo, Buenos Aires, Paidós, 1975. Especialmente
el capítulo 2, "El nacionalismo y la Revolución Francesa".
3 Emmanuel Sieyès, ¿Qué
es el Tercer Estado?..., op. cit., p. 59.
4 Estudio preliminar de
Rodrigo Fernández-Carvajal en Ernest Renan, ¿Qué es una nación?,
Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1957, pp. 59-60.
5 Kenneth Minogue, El
nacionalismo, op. cit., pp. 57-58.
6 Ibid., p. 38 (las
cursivas son mías).
7 Max Weber, Economía
y sociedad, México, Fondo de Cultura Económica, 1964, p. 682.
8 Hablo de
"Alemania" con fines explicativos, pero es necesario tener presente
que el territorio que hoy conocemos con ese nombre estaba integrado por un
mosaico de principados y que la unificación política sucedió hasta 1871; y que
fue la doctrina nacionalista, con sus componentes pangermanistas, la que pugnó
por ello.
9 Kenneth Minogue, El
nacionalismo, op. cit., p. 60.
10 Citado en Isaiah
Berlin, Contra la corriente, México, Fondo de Cultura Económica,
1986, p. 74.
11 Pablo Nocera, "Renan
y el dilema francés de la nación", Nómadas. Revista crítica de
ciencias sociales y jurídicas, núm. 19, Universidad Complutense
de Madrid, 2008, pp. 161-180.
12 Ernest Renan, ¿Qué
es una nación? / Cartas a Strauss, Madrid, Alianza, 1987, p. 91.
13 John Stuart Mill, Autobiografía,
Alianza, Madrid, 2008, pp. 206-207.
14 Ernest Renan, La
reforme intellectuelle et morale, citado en Pierre Rosanvallon, La consagración
del ciudadano. Historia del sufragio universal en Francia, México,
Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1999, p. 283 (las
cursivas son mías).
15 Ernest Renan, ¿Qué
es una nación? / Cartas a Strauss, op. cit., p. 66.
16 Ibid., p. 90 (las
cursivas son mías).
17 Estudio preliminar de
Andrés de Blas Guerrero, en ibid., p. 37.
18 Estudio preliminar de
Rodrigo Fernández-Carvajal en Ernest Renan, ¿Qué es una nación?, op. cit.,
p. 59.
19 Ernest Renan, ¿Qué
es una nación? / Cartas a Strauss, op. cit., pp.
91-94.
20 Estudio preliminar de
Rodrigo Fernández-Carvajal en Ernest Renan, ¿Qué es una nación?, op. cit.,
pp. 62-63.
21 Ernest Renan, ¿Qué
es una nación? / Cartas a Strauss, op. cit., p.
115.
22 Es conveniente revisar la
distinción hecha por Tzvetan Todorov entre los términos racismo y racialismo,
sin embargo, este trabajo parte de la idea de la caducidad del concepto
de raza en sus acepciones racista y racialista,
y lo toma como emparentado con posiciones políticas conservadoras y
teóricamente inconveniente para emprender cualquier análisis. Renan entendía
por raza a una unidad cultural diferenciada, no a un grupo
humano con características biológicas específicas, lo cual no lo aleja del
conservadurismo político. Para entender tal distinción véase Tzvetan
Todorov, Nosotros y los otros. Reflexión sobre la diversidad humana,
México, Siglo XXI Editores, 1991, pp. 115-155.
[ Links ]
23 Ernest Renan, ¿Qué
es una nación? / Cartas a Strauss, op. cit., pp.
72-76.
24 Georges Weill, La
Europa del siglo XIX y la idea de nacionalidad,
México, UTEHA, 1961, p. 218.
25 Ernest Renan, ¿Qué
es una nación? / Cartas a Strauss, op. cit., p.
100.
26 Ibid., pp.
116-117.
27 Ibid., p. 119.
28 Alain Finkielkraut, La
derrota del pensamiento, Barcelona, Anagrama, 2004, pp. 33-34.
29 Ernest Renan, ¿Qué
es una nación? / Cartas a Strauss, op. cit., pp.
115-116.
30 Ibid., pp.
113-114.
31 Para profundizar en el
concepto de intelectual orgánico véase Antonio Gramsci, Cuadernos de la
cárcel: los intelectuales y la organización de la cultura, México, Juan
Pablos, 1997, capítulo I.
32 Ernest Renan, ¿Qué
es una nación? / Cartas a Strauss, op. cit., p. 65.
33 La "historia
nacional" es aquí entendida como una historia artificial con la doble
función de resaltar los hechos heroicos de una sociedad y de encubrir la
violencia inmanente a los procesos de conformación de los modernos Estados.
34 Ibid., p. 66.
35 Ibid., pp. 82-83.
36 Ibid., p. 59.
37 Ibid., p. 60.
38 En
algún momento del siglo II, Luciano de Samósata escribió un cuento llamado
"Cuentistas o el descreído", que influyó para que en 1797, Johann
Wolfgang von Goethe escribiera una balada titulada "El aprendiz de
hechicero", que posteriormente, en 1897, Paul Dukas musicalizó con
maestría bajo la forma de un scherzo. Goethe relata sobre un
aprendiz de hechicero que se ve encomendado por su maestro a realizar tareas
domésticas y que decide utilizar un hechizo para lograr que una escoba realice
su encomienda; la inexperiencia del joven mago logra que la escoba encantada lo
desobedezca provocando un desastre: la inundación de la casa del viejo
maestro. El aprendiz de hechicero es una figura metafórica que
nos ayuda a comprender el tipo de nacionalismo predicado en la Alemania
decimonónica con su lamentable desenlace. Los intelectuales pangermanistas
invocaron los "espíritus" de la raza, la lengua y las tradiciones
culturales para fundamentar el nacionalismo cultural. Los espectros
desobedecieron a los jóvenes hechiceros y se fortalecieron hasta conducir a
Alemania a protagonizar el drama de dos guerras de gran escala durante el siglo
XX. Sin ninguna duda, Renan alcanzó a ver la posibilidad de que esos hechos
históricos sucedieran cuando lanzaba advertencias sobre "peligrosos
equívocos", "funestos errores" y "guerras de
exterminio" en las que podría desembocar la idea nacional defendida por
Alemania.
39 Alain Finkielkraut, La
derrota del pensamiento, op. cit., p. 36.
40 Ernest Renan, ¿Qué
es una nación?, Buenos Aires, Elevación, 1946, p. 24.
[ Links ]
41 Ernest Renan, ¿Qué
es una nación? / Cartas a Strauss, op. cit., p. 84.
42 Ibid., pp. 85 y
130.
https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-77422013000100002
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