Una escocesa enamorada de
México: la obra de Madame Fanny Calderón de la Barca *
La vida en México, obra de Madame Fanny Calderón de la Barca, es
un texto esencial para el conocimiento del México del siglo XIX,
particularmente entre los años 1840 y 1841. Su riqueza radica, además de las
descripciones de primera mano por parte de su altura, de los paisajes, sitios,
personajes, costumbres y alimentos, en ser la primera obra de literatura de
viajes del país escrita por una mujer. El texto, además, posee el mérito de
haber trascendido pese a las dificultades experimentadas por la autora como
mujer en una época y en un lugar en el que no se le daba crédito a su género y
por los vaivenes de la política, tanto en México, como en España y Estados
Unidos, países donde residió, así por el notable ejercicio de comprensión de un
mundo opuesto a ella.
Autor desconocido
Fanny Erskine de Calderón de la Barca
Pastel sobre papel
1860
Colección museo nacional de historia. Secretaría
de cultura.-inah.-mex
PÁGINA 184
Reproducción fotográfica: Humberto Tachiquín.
Benito "Tachi"
https://www.3museos.com/?pieza=fanny-erskine-de-calderon-de-la-barca
1. Viajera y escritora
Si el siglo XIX es pródigo en autoras de narrativa, lo es también
en relatos de viajes escritos por “ellas” […] Una significativa cantidad de
diarios, memorias, cartas e incluso novelas, incorporan discursos vertebrados
por las trayectorias, las escalas, y no pocas veces, por la imaginación de
quienes los producen.1
Dentro de la literatura de viajes en el México del siglo XIX,
pocas obras han alcanzado tanta relevancia como La Vida en México durante una
residencia de dos años en ese país, de Frances Erskine Inglis, más
conocida por el apellido de su esposo como Madame Fanny Calderón de la Barca,
el marqués Ángel Calderón de la Barca, primer ministro plenipotenciario de
España en México, aunque en el recuerdo tan importante diplomático haya quedado
a su sombra.2 Esta obra relata
en primera persona y con visión íntima y emotiva, pero también erudita, los
pormenores de la estancia y recorrido por el Altiplano Central de México
durante la estancia de la pareja entre los años 1840 y 1841. Se trata de uno de
los primeros registros presenciales y contemporáneos no solo de personajes,
eventos, lugares y costumbres, sino también, la primera mirada femenina
plasmada por escrito en el siglo XIX sobre aquel joven país y sus habitantes
quienes, hasta entonces, no habían sido retratados más que por curiosidad
científica, pintoresca o de manera despectiva por el ojo del viajero europeo.3
Frances Erskine Inglis nació en Edimburgo, Escocia, 23 de
diciembre de 1804. Desde joven comenzó a recorrer otras tierras, ya que su
padre, abogado de profesión, cayó en la ruina al ser arrastrado por las deudas
de un aristócrata insolvente que le tenía como fiador y por ello, la familia
debió huir hacia el puerto de Boulogne, Francia, destino común de los deudores
británicos.4 Tras el
fallecimiento del padre en 1830, la viuda cruzó el Atlántico con sus hijas para
establecerse en Boston, Estados Unidos, donde para sobrevivir fundó un colegio
para señoritas que al fin volvió a traer la prosperidad familiar, así como el
ascenso económico y social.
Fue precisamente este nuevo ambiente el que contribuyó que la
joven “Fanny”, como siempre fue llamada, se rodeara de distinguidas amistades
del mundo de la cultura, prestigiosos historiadores hispanistas, George
Ticknor, y William Prescott; relaciones que, por así decirlo, significaron su
puerta de entrada un universo diametralmente opuesto al de su cultura
anglosajona de origen. Fue justamente en casa de Prescott donde en 1838
conocería a su futuro esposo, el marqués Ángel Calderón de la Barca,5 representante
diplomático de España en los Estados Unidos; ese mismo año contraerían
matrimonio. No obstante, la diferencia de edades y credos religiosos, pues ella
pertenecía a la comunión episcopal.
A mediados de 1839, Don Ángel recibió de su gobierno el
nombramiento como ministro plenipotenciario para México, tras el reconocimiento
tardío de la independencia de ese país a finales de 18366 y embarcaron desde
Nueva York para dirigirse al puerto de Veracruz. Durante esta travesía y a lo
largo de los dos años siguientes Fanny comenzó la redacción de su obra La vida en México. Se
trata un compendio de cincuenta y cuatro cartas dirigidas a su familia en
Boston en las que se narra con suma gracia y detalle los pormenores del
trayecto, el encuentro con la naturaleza y la cultura mexicana y la relación
con los personajes más prominentes de la escena social y política del país. Sus
impresiones sobre México, siempre moderadas y hasta comprensivas, estuvieron
destinadas, al menos en su inicio, al entorno familiar y contrastan con las
vertidas en la correspondencia de su marido, quien veía en México a un país
caótico: “si siguen destrozándose así, retrocederán a su primitiva barbarie”.7
Al final de la misión diplomática del Marqués, partieron para
España con una escala necesaria en Estados Unidos para aguardar tiempos
políticos más favorables para su carrera, ya que en su país el militarismo
provocaba en ese tiempo tantos cambios de gobierno como lo que criticaba de
México8 y para ese
entonces, era mal visto por el gobierno en turno por su trayectoria como
funcionario de los tiempos de Fernando VII. Finalmente, con trabajos logró
obtener el nombramiento de una gestión que ya había desempeñado: nuevamente
embajador en Estados Unidos de 1844 y 1853.
Entre 1846 y 1848 tuvo lugar la injusta invasión estadounidense a
México, situación que ocasionaría a la pareja un hondo pesar, tanto por la
cercanía cultural y espiritual, como por los gratos recuerdos de aquel país. En
Washington conocieron al político y escritor yucateco Justo Sierra O’Reilly,9 quien es uno de
los pocos autores que relatan en sus escritos el recuerdo de Fanny. De
sus Impresiones sobresale
la buena relación que llevaba con el matrimonio Calderón de la Barca y el pesar
de la pareja por los acontecimientos en México:
Pero, paisano -no cesaba de exclamar don Ángel-, ¡es posible que
los yanquees hayan
plantado el pabellón de las estrellas hasta en el Palacio de los Virreyes de
México!” Era, en efecto, una cosa inexplicable para el señor Calderón [de la
Barca], y aún creo para todo el mundo, aquella especie de sacrilegio que él
veía en la profanación del Palacio
de los Virreyes. Yo confieso que el accidente de haber sido ese
Palacio de los virreyes españoles, no era para mí lo que hacía más odioso el
caso de la profanación.10
De estos años, más del triple de los pasados en México, la autora
apenas dejó esta impresión: “Washington es una ciudad aburrida, fea y sucia
¿qué puede escribirles?”.11 En 1847 la
tragedia ensombreció su vida por la muerte de su madre en un incendio y será
también en estas fechas que adopte completamente la fe católica. Tampoco hay
mucho margen para cultivar las antiguas relaciones, pues sus hermanas ya
residían en Baltimore y sus viejos amigos y mentores intelectuales, Ticknor y
Prescott, en Boston.
En 1853 el Marqués fue llamado a España a formar parte del Consejo
de Ministros y, de vuelta en Madrid, Fanny gozó de las bondades de la vida
cultural: teatro actual y del Siglo de Oro, zarzuelas, óperas. De esos
recuerdos se conformó su nueva obra, The
Attaché in Madrid; or, Sketches of the Court of Isabella II, la
cual, sin embargo, tuvo poco éxito editorial debido a las revoluciones de 1854
y por haber sido publicada de manera anónima en inglés.12 A causa de la
revuelta, el Marqués debió huir disfrazado hacia Francia, donde fueron
recibidos por los emperadores en virtud de su amistad con la familia de Eugenia
de Montijo.
De regreso a España, mudaron su residencia a Zarauz, en el País
Vasco, donde vivieron gracias a la pensión del Marqués hasta su muerte en 1861.
Sin hijos ni familia, Fanny se retiró a un convento en Anglet, en las cercanías
de Biarritz, pero, al poco tiempo la reina Isabel II, en virtud de los
servicios prestados en vida por su esposo, así como por su propia fama de
bondadosa y culta, la llamó al Palacio Real en Madrid como institutriz de la
infanta Isabel Francisca de Borbón. La Revolución
Gloriosa de 1868 puso fin al reinado de Isabel II y la familia
real partió al exilio a Francia, Fanny compartió el destierro y solo regresaría
hasta 1874, cuando se restauró monarquía. Siempre fiel a su encargo de tutora
de la infanta, su hermano, el nuevo monarca, Alfonso XII, al cabo de dos años
le extendería el título de Marquesa que en vida ostentara su esposo.
Finalmente, murió en el Palacio Real de Madrid en 1882.13
2. La vida en México y sus ediciones
Sorprende que una obra de tal riqueza haya tenido tan pocas
ediciones. La explicación más plausible sería que la propia autora desistió de
continuar con el asunto, aunque, en su momento, algunas cartas fueron
publicadas en periódicos mexicanos como El
siglo diez y nueve y El
Liceo Mexicano a partir de traducciones de la edición
norteamericana.
Las
principales ediciones fueron: Life
in México during a Residence of Two Years in That Country. By Mme. C. de la B. In
Two Volumes. Boston, Charles C. Litte and James Brown, 1843, con una segunda
edición también en Boston el mismo año. Igualmente, en 1843 se publicó en Londres
en un solo volumen bajo el mismo título, pero con la variante de Madame, por Mme., y con el pie de
imprenta London: Chapman and may, 186, Strand, 1843; también se reeditó en
Belfast, Irlanda, en 1852. Felipe Texidor, traductor e introductor de la edición
mexicana de Porrúa de 1959 y posteriormente para la de la Colección “Sepan
Cuantos...” en 1967 señala que:
En México pertenece a don Manuel Romero de Terreros, marqués de
San Francisco, el mérito de haber sido el primero en presentar al público de habla
española la figura de la señora Calderón de la Barca, proporcionándole un
horizonte más amplio; ligándola al mundo en el cual vivió y a las condiciones
del país, cuando éste apenas cumplía, en política, la mayoría de edad. Publicó
su trabajo al frente de la primera traducción al español de La vida en México, hecha
por don Enrique Martínez Sobral, de la Real Academia Española, editada por
Bouret en 1920. Cúpole también al señor marqués de San Francisco el honor de
prolongar [sic] en inglés una edición londinense. Imposible citar aquí los
principales artículos aparecidos después en periódicos y revistas, o las
opiniones manifestadas incidentemente en libros.14
Otra edición, aunque parcial, fue la coordinada por Antonio
Acevedo Escobedo en 1944, a cargo de la Secretaría de Educación Pública, tomada
de la traducción de 1920, y al año siguiente, la reedición de ésta por la
Editorial Hispano- mexicana. En 1971, nuevamente la SEP editó para su colección
“Cuadernos Mexicanos” una selección de cartas reunidas bajo el título Recorrido por Michoacán en 1841,
tomadas de la edición de Teixidor de 1959 y, finalmente, en 1976 la editorial
Porrúa publicó la obra íntegra en dos volúmenes. Ya en el siglo XXI, dos
ediciones de la obra son las que destacan, una española condensada y de lujo de
2009 a cargo del Centro de Estudios Reprográficos y Real de Catorce Ediciones,
y en México en 2010, la igualmente condensada edición bajo el título de La vida en el México independiente
de Jennifer Clement y Susan Chapman de The Anglo Mexican
Foundation, patrocinada por British Petroleum.15
3. Recepción y percepción de la obra
La vida de la Marquesa de Calderón de la Barca estuvo ligada al
papel de esposa de diplomático, por ello, poco se sabe de alguna actividad
personal independiente; esto tiene una razón de ser de acuerdo a los parámetros
mentales y culturales de la época, primeramente, porque “Hasta el siglo XIX las
mujeres que aparecen en el discurso histórico son generalmente mujeres
excepcionales, sea por sus virtudes, heroísmo o belleza”,16 pero también:
Ya que las mujeres han
sido excluidas del terreno de la historia monumental escrita mayormente por los
hombres, se les ha negado también su contribución al campo de la historiografía
americana. El aporte femenino al discurso nacionalista se ha dado
cuantitativamente en términos de géneros literarios considerados “menores”,
como la carta, el relato íntimo, la memoria o el relato de viajes. Asimismo,
las historias escritas por mujeres han sido o bien relegadas a los márgenes de
la tradición, o bien excluidas del recuento histórico del nacionalismo
hispanoamericano.17
Pese a su moderación con respecto a los eventos políticos que
presenció, en virtud de no comprometer la labor diplomática de su marido ni la
postura oficial del gobierno que representaba, en México su libro causó revuelo
entre sus lectores contemporáneos, quienes la criticaron de frivolidad, de
exageración, de supuestas calumnias a los próceres, particularmente sobre el
general Guadalupe Victoria, primer presidente de México, de desacato al
compromiso de mantener una actitud reservada, traicionando así la confianza de
Don Ángel y del país que la había acogido.18
El desprecio de los nacionales a la obra de los viajeros
extranjeros parece haber sido una constante tanto en España como en México, lo
que explica en parte la fortaleza del género costumbrista en la literatura
decimonónica, pues en palabras de su principal exponente en la Península
Ibérica, Ramón Mesonero Romanos, la misión estas obras la de vengar “al
carácter nacional de los desmedidos insultos, de las extravagantes caricaturas
en que le han presentado sus antagonistas”, quienes no eran otros que los
viajeros románticos.19
La autora, al parecer, nunca estuvo enterada de las reacciones que
en México ocasionó su obra, sin embargo, era conocida su elusión al tema;
relata el político y escritor yucateco Justo Sierra O’Reilly: “No sé yo si se
habrá arrepentido de ciertos golpes dados en ese cuadro que hizo sobre México;
lo que puedo afirmar es que no le gusta mucho que se hagan alusiones a su
libro, y evita la ocasión de hablar de él”.20 Ya sea por la
incomodad generada o por la visión de las mujeres en el siglo XIX, las
personalidades que le conocieron no hacen mayor referencia de ella: “de su
belleza nadie dice una sola palabra, solo se pondera su cultura, el ingenio y
la exquisita educación”.21
Ya se ha hablado de las influencias de dos grandes hispanistas
norteamericanos, Ticknor y Preston, quienes contribuyeron a la formación de su
avidez por el conocimiento, pero ¿qué antecedentes literarios e históricos
tenía Fanny sobre México antes de pisar sus tierras por primera vez? Una prosa
ejercitada como la suya provenía de haber ensayado ya el género novelesco con
la temprana publicación de The
ofended one: conocía, además, los textos básicos de todo
viajero: las Cartas
de Relación del conquistador Hernán Cortés, la Historia Antigua de México del
padre jesuita Francisco Xavier Clavijero y el Ensayo político sobre el reino de la Nueva España del
explorador alemán, el barón Alexander von Humboldt; y una vez en el país se
serviría de las obras de políticos connotados como el Ensayo histórico de las revoluciones
de México de Lorenzo de Zavala y México y sus revoluciones,
de José María Luis Mora, así como de revistas y calendarios.22
El mundo que describe la autora de La vida en México
no es principalmente el del medio vinculado a la labor de su marido: la
aristocracia y la clase política mexicana, aunque sí llega a hacer breves
menciones de ello; Fanny “prefiere a la vida de la sociedad, la vida al aire
libre; contemplar el paisaje y escudriñar a quienes viven en él”;23 es además sensible
a todas las manifestaciones de la belleza,
Deseosa de encontrarla en todas las cosas, alcanzó el estado de
gracia, o sea el amor, para describir en la naturaleza de México la esencia
escondida. Gustará de la belleza en el deslumbre de un amanecer, y en la
opulencia de los colores que deja en las nubes el sol poniente; y en lo ameno,
por pintoresco, en donde no estorba un escrúpulo de romanticismo, no disminuye
la realidad de la escena un ápice y la gracia y la frescura permanecen en ella
para siempre.24
Contrariamente a la mayoría de los actores políticos y sociales de
esa época, sus opiniones sobre el poblador originario de México, el indio, su
tono es moderado: “Si en alguno de los retratos que les hace pudo írsele la
mano en las máculas, no falta nunca una palabra dulce para atenuarlas. Y en
estos encuentros, rebasando el interés anecdótico, dejará grabado en la
fantasía del lector un recuerdo siempre amable y poético”.25
Más allá de la descripción testimonial de la cotidianidad de
México, de levantamientos armados, de conflictos económicos como la crisis del
cobre y los abruptos cambios de presidente. Esta obra es la más profusa y rica
para conocer aspectos naturales y sociales como el paisaje, la vestimenta, la
música y la cocina del México que apenas daba sus primeros pasos, pero, además,
“es asimismo la fuente importante para el estudio de diversas ramas de la
historia, como la de la vida cotidiana, de las mentalidades, de la mujer, de la
familia y de las costumbres, entre otros”.26 Sin embargo, el
aspecto más interesante de su prosa. Es el hecho de que pudo contar lo que
ocurría en el silencioso mundo de las mujeres mexicanas: en la alta sociedad,
en el círculo íntimo y vivo de las sirvientas y, especialmente, en el ámbito
secreto de las monjas católicas. Las vidas de estas últimas mujeres eran
historias que ningún hombre podría haber contado. Sus descripciones de
muchachas jóvenes relegadas a la Iglesia son dolorosas y críticas. Fanny sabía
lo que era hablar a las religiosas atrás de sus muros de hierro forjado, sin
poder verlas. Cuando habla de ellas se refiere a su presencia como ‘la voz’”.27
Los procesos de construcción de los estados nacionales en el siglo
XIX son sumamente complejos, ello por la diversidad de acontecimientos
derivados del rápido reacomodo geopolítico y el protagonismo de los personajes
emergentes que van moldeando la política nacional al ritmo de sus propias
andanzas. En el ámbito internacional, México surgió como nación en el momento
en que se construía el nuevo orden internacional posterior a las guerras
napoleónicas. […] Las grandes potencias […] bajo sus sistemas monárquicos, se
mostraron “legitimistas” y, por lo tanto, refractarias al liberalismo y a los
nacionalismos; esto afectó la aceptación de los nuevos países americanos.28
Esta situación colocó a la naciente república, como lo expone la
Dra. Josefina Zoraida Vázquez, en el papel de “el país más amenazado del
continente”.29 En lo interior, el
México al que llegan los señores Calderón de la Barca corresponde a una época
en la que se desarrolló un alto grado de militarismo en buena parte del mundo
hispanoamericano decimonónico, periodo que se caracteriza por el espíritu de
rebelión, el deseo de avasallarlo todo, el apetito inmoderado de
condecoraciones y ascensos, el empeño de hacerse rico en pocos días, el
complejo napoleónico, fueron los vicios característicos del soldado
privilegiado y el origen más fecundo de los desórdenes sociales de la república
mexicana.30
Este México es también en lo social, el de la hegemonía de la
clase criolla que sobrevivió a la Guerra de Independencia y que busca su lugar
en la nueva república, pero que no logra aún conciliar las añejas tradiciones y
modos del virreinato con los acelerados cambios de la época del progreso; este
México conserva, aunque ya sin la nomenclatura anterior del sistema de castas,
la división social y los privilegios de clase acostumbrados. Es, pues, un país
independiente políticamente de España, su antigua metrópoli, pero aun
fuertemente ligado a sus antiguas tradiciones. Estas contradicciones internas
son las que le volverán altamente vulnerable en su vida política interna y
frente a las potencias europeas y el vecino del norte.
A pesar de la agitación permanente de esos años, el sentimiento de
orgullo nacional y patriotismo, así como de lealtad regional, marchaba
imparablemente en todas las latitudes, propiciado desde la derrota definitiva
de los españoles en 1829;31 aunado a ello,
aquella generación experimentó una apertura política inspirada en la
ilustración y el republicanismo norteamericano; varios de ellos testigos y partícipes
del liberalismo español de 1812 y 1820.32 Dentro de este
complicado país, Fanny Calderón de la Barca encontró, sin embargo, la belleza
del paisaje y el patrimonio material, la gracia del folklore local, la firmeza
de las tradiciones y la calidez de los mexicanos comunes.
5. El entorno diplomático mexicano
Tarde para la vida diplomática, llegó don Ángel Calderón de la Barca
junto con su distinguida esposa. México ya había entablado relaciones con otras
naciones con las que ya se gozaba de importantes beneficios diplomáticos y
comerciales. El país distaba mucho de gozar de la estabilidad social, económica
y política que esperaban sus habitantes a raíz de la Independencia, pues, en
las primeras tres décadas de vida independiente México había ensayado igual
número de formas de gobierno: el efímero Primer Imperio (1822-1823), la
República Federal (1824-1835) y la República Central (1835-1847).
Desde el punto de vista de los conflictos internacionales, México
había sufrido las invasiones extranjeras de España (Expedición de Reconquista,
1829), Francia (“Guerra de los Pasteles”, 1838-1839), y graves pérdidas
territoriales (Guerra de Texas, 1836, invasión estadounidense, 1846-1848), así
como un creciente número de asonadas militares, golpes de estado y revoluciones
locales. En el campo diplomático la situación apenas se iba construyendo y,
pese a las buenas intenciones, nada estaba asegurado, pues la joven república
se encontraba necesitada del reconocimiento internacional.
Con respecto a España, el tardío reconocimiento a la
Independencia, ocurrido solo tras la muerte de Fernando VII, caló hondo en el
sentir de los mexicanos, lo que abonó el ya existente antihispanismo33 generado por los
once años de lucha emancipadora y por la continuidad de las hostilidades
mediante bombardeos y bloqueos al puerto de Veracruz por el gobierno militar
del fuerte de San Juan de Ulúa hasta su captura en 1825 gracias a la flota
adquirida con el empréstito inglés, las conspiraciones e intentos de
reconquista en 1827 y 1829, respectivamente.34
Las primeras conversaciones directas sobre el asunto del
reconocimiento comenzaron en mayo de 1834, una vez muerto el rey Fernando VII y
bajo un nuevo régimen liberal. Gracias a estos signos de distensión, a finales
de 1836 pudo firmarse el Tratado de Paz y Amistad entre ambos países. Sería
entonces el Marqués, por ese tiempo embajador en Estados Unidos, recibiría la
encomienda de fungir como el primer ministro plenipotenciario español en
México. Contra las expectativas, el recibimiento de la pareja causó alegría
entre los mexicanos a su llegada al puerto de Veracruz, quienes organizaron un
espontáneo festejo en su honor:
Sería la medianoche,
cuando llegó portando antorcha una tropa de soldados mexicanos, así como
profusión de músicos, […] junto con una inmensa multitud […] Se dejó oír, por
último, el coro, acompañado de toda la orquesta […] Un himno, compuesto para
esta ocasión, y el cual recibimos en la mañana un ejemplar encuadernado con muy
buen gusto, produjo un gran efecto […] Se ejecutaron varias oberturas de las
últimas óperas, y al final de lo que parecía el primer acto, y en medio de los
ensordecedores aplausos de la multitud, Calderón [de la Barca] me hizo dar las
gracias desde la ventana ¡en un magnífico español improvisado! Se oyeron gritos
de “¡Viva España!” “¡Viva Isabel II!” “¡Viva el Ministro de España!”. Grandes y
continuadas aclamaciones, Calderón [de la Barca] contestó con “¡Viva la
República Mexicana!” “¡Viva Bustamante!” y la gritería fue tremenda. Por último
vino un andaluz que se encontraba entre la multitud, lanzó un “¡Viva todo el
mundo!” cuya agudeza provocó la hilaridad general. Después de repartir puros y
ponche caliente, refresco muy adecuado en una noche tan fría, comenzó de nuevo
la música, hasta que todo acabó con el himno nacional de España, con letra
apropiada […] el entusiasmo causado por la llegada del primer Ministro de
España parece que va en aumento. Los cómicos preparan en honor suyo una función
extraordinaria y los toreros una corrida también extraordinaria, con fuegos
artificiales, pero todo esto no lo debéis tomar como una cortesía a la persona.
Es tan solo una muestra de buena voluntad al primer representante de la
Monarquía Española que trae de la Madre Patria el reconocimiento formal de la
Independencia Mexicana.35
6. La vida en México bajo una perspectiva de género
El papel de las mujeres en las letras no ha sido del todo fácil,
pues salvo excepciones muy notables, es prácticamente hasta finales del siglo
XVIII, cuando pudieron ganarse la vida escribiendo. Entre las posibles
explicaciones está, por ejemplo, una visión de su papel en la historia
distanciada de la realidad, vista “más que un fenómeno de la naturaleza, más
que un componente de la sociedad, más que una criatura humana, un mito”.36 Esta concepción
produce una mujer imaginada, la cual ha sido abundantemente retratada en la
literatura:
Como una persona importantísima,
polifacética: heroica y mezquina, espléndida y sórdida, hermosa y horrible a
más no poder, tan grande como el hombre, más según algunos […] en el terreno de
la imaginación tiene la mayor importancia; en la práctica es totalmente
insignificante […] En la historia casi no aparece. En la literatura domina la
vida de reyes y conquistadores […] en la vida real sabía apenas leer, apenas
escribir, y era propiedad de su marido.37
Esto es reforzado por el orden patriarcal de la sociedad, donde
una figura dominante masculina tiene como prioridades vitales el conquistar,
gobernar, “el creer que un gran número de personas, la mitad de la especie
humana, son por naturaleza inferiores a él”. Este orden ha sido sostenido por
siglos, en los que “las mujeres han sido espejos dotados del mágico y delicioso
poder de reflejar la silueta del hombre del tamaño del doble del natural”, posición
un tanto relativa, “porque si ellas se ponen a decir la verdad, la imagen del
espejo se encoje; la robustez del hombre ante la vida disminuye”.38
Por estas razones, en su tardío acceso a las letras, las mujeres
se enfrentaron a ideas ancestrales en torno a su supuesta inferioridad
intelectual y su naturaleza ajena al ejercicio intelectual: “Animal enfermo,
diagnostica San Pablo. Varón mutilado, decreta Santo Tomás”.39 Confinadas a la
mera función biológica de la maternidad, la imagen de las mujeres ha sido
mitificada hacia la exaltación, primero de la castidad, estado de pureza y
periodo de preparación para la procreación, mientras que todo lo que rebase
dicho paradigma es incomprendido, infravalorado, temido o condenado.
Si para un escritor su oficio ofrece incontables obstáculos, más
complicado se presentaba para las mujeres. Para Virginia Woolf el principal
reto era la carencia de “una habitación propia”, algo impensable “a menos que
los padres de la mujer fueran excepcionalmente ricos o muy nobles”, de ahí que
prácticamente solo “alguna gran dama aprovechara su relativa libertad y confort
para publicar alguna cosa en su nombre arriesgándose a que la tomaran por un
monstruo”.40
Un caso de la Inglaterra decimonónica ilustra a la perfección lo
dicho: James Edward Austen-Leigh, sobrino y redactor de las memorias de la
escritora Jean Austen, quien relata: “Que pudiera realizar todo esto es
sorprendente, pues no contaba con un despacho propio donde retirarse y la mayor
parte de su trabajo debió hacerlo en la sala de estar común expuesta a toda
clase de interrupciones”.41 Por todo lo
anterior, el papel que corresponde a las mujeres escritoras del siglo XIX, no
obstante haber ya conquistado “espacio y visibilidad”, presenta determinadas
constantes, como lo señala Mercedes Arriaga y Carlo Bo:42
1. La indiferencia por
parte de la crítica: Las producciones se quedan en el ámbito de lo privado
(cartas, diarios, cuadernos de apuntes, libros de familia) y por ello, tienen
poca repercusión y desdén de la crítica.
2. La falta de trasmisión
de los textos femeninos: esto ha determinado, por una parte, la desconfianza de
las escritoras hacia sí mismas por la escasez de modelos femeninos de
referencia, pero, por otra, ha propiciado un auténtico trabajo de arqueología
crítica rescatar a autoras del pasado.
3. La dificultad de las
escritoras para afirmarse como tales: Las escritoras del pasado prefirieron
géneros literarios menores destinados a un público prácticamente familiar y
varias veces se escondieron tras la máscara del seudónimo masculino como fueron
los casos de George Sand o George Elliot. “Estas dos circunstancias nos indican
la incompatibilidad que existía entre ser mujer y ser escritora, el rechazo
social hacia la mujer que dejaba el ámbito doméstico para entrar en la esfera
de la cultura”, lo que fomentó lo que Luisa Muraro llama “retórica de la
incertidumbre” que consiste en la “captatio
benevolentiae de los lectores a través de la presentación de
un “yo” indigno, que entra en el espacio de la escritura pidiendo perdón por su
osadía”.
¿Qué hay pues, de todo esto en la obra de Fanny Calderón de la
Barca? La obra es depositaria de una gran cantidad de virtudes,
independientemente de los contenidos relatados en materia social, histórica,
política y etnográfica, pues se trata del primer libro de viajes surgido de
pluma femenina en el México independiente, pues para que la participación
femenina dentro del mundo de las letras se viera como algo normal y hasta
positivo, habría que esperar casi tres décadas.43
La inclusión de las mujeres en el espectro educativo mexicano es
aún más tardía, pues según un testimonio de la época, “en México, más que en
ninguna otra parte, es donde la mujer se encuentra casi exclusivamente reducida
a la condición de criada de honor o, cuando más, de administradora gratuita”.44 Este juicio se
corrobora si se tiene en cuenta que, la Escuela Nacional Preparatoria, fundada
bajo los preceptos positivistas en 1868 en el apogeo del liberalismo
triunfante, no impedía formalmente en ninguno de sus estatutos el acceso de las
mujeres a sus aulas; sin embargo, no sería sino hasta 1882 cuando se
inscribiría la primera alumna.45 Para principios de
la década de 1840, cuando se publica La
vida en México, una obra que caracterizara tan específicamente a la
sociedad mexicana escrita por una mujer, extranjera y no católica, era, no está
de más decirlo, una auténtica osadía.
En la historia de las letras mexicanas, “a excepción de la
conocida Décima Musa Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), ningún otro nombre
de mujer figuró en los anales de la literatura mexicana durante casi tres
siglos”.46 Aun así, hubo de
enfrentarse a sus preceptores, las autoridades religiosas, obviamente
masculinas. Ya en la segunda mitad del siglo XIX, las mujeres con ansias de
escribir, fueron objeto de señalamientos “entre quienes querían mejorar su
educación y los que deseaban mantenerla en una «santa ignorancia» para que
pudiera cumplir mejor con sus deberes hogareños como abnegada madre y esposa
porque otra cosa sería ir «contra natura»”.47 Apenas en 1839,
mismo año de la llegada de la marquesa Calderón de la Barca a México, apareció
la primera publicación dirigida a las mujeres, el Calendario de las Señoritas
Mexicanas, publicado por el impresor Mariano Galván.48
7. La mirada femenina de Fanny Calderón de la Barca
A pesar de todo, Fanny Calderón de la Barca se vio favorecida por
las circunstancias: la escuela para señoritas fundada por su madre en Estados
Unidos estimuló su carácter literario desde temprana edad, pese a las
condiciones, pues a decir de una observadora posterior,
…en los Estados Unidos
nadie ríe ya de las mujeres que está al frente de grandes negociaciones
comerciales, que dirige oficinas telegráficas, periódicos, que pleitea en los
tribunales, que cura profesionalmente, y aún ni siquiera de la que monta en una
máquina para conducir un tren, o de la que sube a los andamios de una casa para
ejecutar un plano de arquitectura”.49
Más aún, si a ello se agrega la amistad de Ticknor y Prescott, y
la buena fortuna de haber contado siempre con el respeto a su formación
intelectual y religiosa, así como el aliento a su actividad literaria por parte
de Don Ángel, un hombre hecho a la usanza del Antiguo Régimen y, finalmente, la
simpatía entre los mexicanos de la clase alta que la trataron durante su
residencia en el país, quienes coincidieron en reconocerle como mujer de
inteligencia y perspicacia notables. Por todo ello, la obra continúa
erigiéndose, aun cumpliendo con las condiciones de la escritura femenina
decimonónica arriba expuestas, como excepcional; así, el lector contemporáneo
de La vida en México encuentra
no solo:
una valiosa perspectiva
sobre un período turbulento en la historia de México, sino que también marca su
relato con una diferencia de género [pues] La narrativa de viajes se hibridiza
a causa de una eficaz combinación entre una rigurosa documentación de sucesos
políticos y la experiencia vivida; por eso el título La vida en México sugiere
una curiosa mezcla entre aguda observación y mirada interior (insight).50
La primera percepción es la ironía de con la que la autora
enfatiza sus diferencias culturales con lo visto, apartándose del rigorismo o
de la hostilidad de juicios de los libros de viajes de sus predecesores,
diplomáticos y aventureros, y dotando a la lectura de una primera emoción: el
humor seco anglosajón, fino y directo. Con todos estos antecedentes cabe
preguntarse: pese a la forma de colección epistolar destinada a la comunicación
familiar y el pretendido, y el tal vez intencionadamente mal logrado anonimato,
¿existía en la autora el deseo de dar a la luz pública sus experiencias en
México? La respuesta es contundentemente afirmativa, como puede apreciarse en
la siguiente carta de William Prescott a Charles Dickens:
El nombre de la bella
autora que se esconde tras sus iniciales, por ser, en opinión de “su caro sposo”,
contrario a las reglas de la etiqueta diplomática, etc., el que el nombre de la
esposa del Embajador (sic) se
ostentase al frente de una obra que exhibe el mundo oficial y al país en el
cual fueron residentes. Piensa que quizá no fuera bien visto en España. En
consecuencia, sus editores de aquí han consentido en insertar un corto Prefacio
firmado por mí, declarando que las cartas han sido publicadas por recomendación
mía.51
La sutil -e inútil- velación de la identidad de la autora, no es
tanto una decisión propia como una recomendación políticamente correcta para no
alterar el incipiente equilibrio internacional recientemente establecido entre
México y España. Además, gracias al apoyo del que se vale la autora, como los
tratados sobre cuestiones históricas, geográficas y políticas de autores
consagrados, más su propia prosa, culta, abundante en referencias a su propia
intelectualidad, confirman que La
vida en México siempre se pensó para ser editada.
La mirada femenina está también en la descripción de lo observado,
pues pocas veces se había profundizado en la comida típica mexicana y en los
sitios de recreación y ocio. Esta mirada, que ofreció por vez primera la
apertura para la descripción de espacios públicos y privados, también atestiguó
su participación como agente histórico en los movimientos armados y violentos
que México vivía en ese entonces,52 en particular, el
violento pronunciamiento militar de julio de 1840 en la capital que pretendía
restaurar el sistema federal. En esta parte prioriza por sobre las causas de la
violencia, el heroísmo de las mujeres, ya que “otorga valor a un tipo de
comportamiento no valorizado y ni siquiera registrado en la historiografía
oficial: la fuga de las mujeres de la escena del tiroteo para salvar a hijos,
maridos u otros seres queridos”.53
Dentro de ese realce de los méritos de grupos marginales, casi no
visto en las letras hasta ese momento, también están aquellos que, por su
condición social, ocuparon poca tinta en los impresos, a no ser retratados con
meros fines recreativos; estos son sirvientes, monjas, nodrizas, mercaderes,
trabajadores de los plantíos, sirvientes, léperos, incluso hasta de los
bandidos que intentaron asaltar su diligencia. Y no solo hace referencia a
estos marginados, sino que aprovecha su relación con la aristocracia mexicana
para describirla ya que su relación con ellos le da suficiente materia para
hacerlo.54
Precisamente, esta condición de influyente dentro de una sociedad
manejada por hombres políticos y militares, fue lo que la visibilizó, pero
también le otorgó no pocos privilegios, tales como el acceso a ciertos lugares
exclusivos de mujeres, los cuales antes nadie pudo retratar, como es el caso de
los conventos y las escuelas para señoritas. Por último, su condición de
extranjera limitó en un principio su comprensión en los temas de la
estratificación social, étnica y de género mismo. Sin embargo, conforme la
lectura avanza y el tiempo de residencia en México transcurre, la autora conoce
y se familiariza con la sociedad y los lugares; así se percibe el cambio de su
perspectiva, pues deja de ser la observadora que señala las incompatibilidades
de los usos y costumbres mexicanos con los anglosajones, sino que, llegado el
momento, participa de ellos como una más de los habitantes de la gran Ciudad de
México.
En materia de religión, el hecho de ser protestante55 no obstó para
participar gustosa del ceremonial católico y adentrarse en lugares vedados
hasta para el feligrés habitual; sin embargo, en lo que corresponde a su
impresión de ciertos ejercicios espirituales, su horror es patente, no tanto
por su credo, sino por el tratamiento mismo del cuerpo humano en los ritos de
Semana Santa, como los penitentes flagelantes y, en el caso de la vida
monástica, no comprende la vida en clausura y se conduele de las religiosas que
visita.
Con todo lo anterior, es evidente que, pese a las limitaciones
propias de la época, impuestas a las mujeres dedicada al oficio de
escribir, La vida en
México de Fanny Calderón de la Barca, se sostiene ante el
embate de la crítica de su tiempo y sale avante como la obra más rica y
detallada sobre aspectos poco observados de la sociedad de la primera mitad del
siglo XIX mexicano, pues más allá de las clasificaciones posibles, los
recuerdos de la autora, es decir, la memoria, “recupera la historia a través de
la escritura, que no solo permite restaurar las impresiones personales tal como
fueron percibidas, sino que también recobra el tejido cultural de toda una
época”.56
A diferencia de otros viajeros y diplomáticos, quienes
describieron al México que vieron con interés científico o empresarial, o con
desconcierto y hasta desprecio por no poder categorizar su realidad con sus
propios conceptos, Fanny Calderón de la Barca no juzga sino aquello que, al
principio, lastima sus sentidos, como el aspecto descuidado en aquella época
del puerto de Veracruz o determinados sabores de alimentos y bebidas típicas de
novedad para ella, como el pulque: “fue en este lugar donde por vez primera
probé el pulque;
y desde el primer sorbo deduje que así como el néctar era la bebida del Olimpo,
podríamos conjeturar con justicia que Plutón ha de haber cultivado el maguey en sus
dominios”.57
En su percepción de las prácticas religiosas del catolicismo en
México, si bien las aborda en su generalidad con respeto e interés, al grado de
ser la primera persona en entrar y registrar la vida conventual femenina del
siglo XIX, le resultará imposible matizar su espanto ante las flagelaciones de
los disciplinantes de Semana Santa. Fanny Calderón de la Barca sustenta sus
impresiones tanto en la teoría como la práctica: posee una amplia cultura que
se incrementa a medida que consulta más fuentes y convive tanto con los
personajes más trascendentales, como los expresidentes y veteranos de la
Independencia o los políticos de la República, así como con la gente los más
cotidiana; prueba de buena gana los alimentos nuevos que se le ofrecen y los
juzga positiva o negativamente a partir de la experiencia, admira los paisajes
y monumentos y traduce la impresión en términos de su propia cultura.
Todo aquí nos recuerda al pasado: el de los conquistadores
españoles, que parecían construir para la eternidad, dejando en sus obras la
huella de su carácter duro, grave y religioso […] Es el presente el que parece
un sueño y un desvanecido reflejo del pasado. Todo está en decadencia y todo se
va esfumando, y tal parece que los hombres confían en un futuro ignoto que
quizás nunca verán.58
Las buenas intenciones de la obra no la exentan de un inicial
carácter etnocentrista, propio de todo observador extranjero, que trata de
entender el mundo que se le presenta solo en los términos que éste puede
entender, pero en el caso de Fanny, a medida que avanza el tiempo de su vida en
México, se irá matizando, prueba de ello es la empatía con varios aspectos de
la cultura mexicana y la tristeza sincera que le produce abandonar el país.
Obra fundamental en varios sentidos, gracias a su descripción de personajes y
lugares, paisajes y costumbres, ritos religiosos y cívicos y, por otra parte,
por los fragmentos de la vida de una mujer que se abrió paso en una cultura
diametralmente opuesta a la suya, Fanny Calderón de la Barca dejó en La vida en México un
abundante caudal de información para diversas disciplinas de estudio, que
merece una mayor difusión que las actuales ediciones y reseñas.
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* El interés por la
obra “La vida en México”, de la Marquesa Calderón de la Barca tiene raíces
distintas: una personal y otra académica. En primer lugar, esta obra llegó a
mis manos en mis años universitarios durante la convalecencia de un familiar
muy querido. Los relatos de la autora acompañaron aquellas horas de cuidados en
el hospital hasta la afortunada recuperación de dicha persona. Más adelante, ya
en el momento de la elaboración de la tesis de maestría en Historia de México,
el testimonio de la Marquesa constituyó una de las fuentes primarias sobre el
evento que analicé: el pronunciamiento federalista del 15 de julio de 1840 en
la Ciudad de México. Entre una y otra etapa de mi formación, mi interés por el
siglo XIX mexicano, particularmente por la primera mitad, periodo poco
abordado, he trabajado desde distintas perspectivas la visión de mujer,
extranjera, viajera y, hasta cierto punto, diplomática, de la autora, ya que la
obra es reconocida en el país como la primera de su especie en retratar a ras
de suelo, las costumbres, tradiciones y vivencias de aquel México.
1Norma Alloatti, Narradoras de
la ventura: viajeras del siglo XIX en la colección Lermon, Revista Electrónica
de Fuentes y Archivos (Córdoba, Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S.
A. Segreti” año 5, número 5, 2014), 53.
2Felipe Teixidor, Prólogo a Madame
Calderón de la Barca, La
vida en México durante una residencia de dos años en ese país (México,
Editorial Porrúa, colección “Sepan cuantos…” Núm. 74), XXII.
3En este sentido, las obra
México en 1827, del primer ministro plenipotenciario del Reino Unido en México,
Henry George Ward, se centra en la descripción geográfica en miras a que los
futuros súbditos británicos que arribasen, aprovecharan los beneficios de la
minería, “pero mientras Henry Ward utilizaba la palabra para retener sus
impresiones, [su esposa] se valía del dibujo [pues] El libro […] incluyó trece
litografías basadas en dibujos de Emily [Swinburne]. Estas representaciones
fueron no sólo reconocidas, sino también fuente de inspiración para futuros
viajeros, como la marquesa Calderón de la Barca y los pintores alemanes Carl
Nebel y de Johann Moritz Rugendas. Gisela von Wobeser, Testimonios escritos y
pictóricos de viajeras extranjeras. México. Siglo XIX en Sara Beatriz Guardia
(Edición y compilación) en Viajeras entre dos mundos, (Mato Grosso do sul,
Universidade Federal da Grande Dourados, 2012),
214-215.
4Teixidor, XV.
5 Raúl Figueroa, Ángel Calderón de
la Barca, diplomático español (1790-1861). Notas biográficas, Estudios.
Filosofía-Historia-Letras, Instituto Tecnológico Autónomo de México. http://biblioteca.itam.mx/estudios/
estudio/letras22/notas1/sec_1.html Don Ángel “era un criollo
de familia acomodada nacido en Buenos Aires, en 1790, donde contribuyó a la
defensa de este puerto contra la invasión de los ingleses en 1806. Se traslada
a la península y durante la guerra de la independencia española, cayó
prisionero de los franceses. Adoptó como patria la que había sido la de sus
padres [con un] nacionalismo doliente y exasperado ante la pérdida del imperio
colonial que sufrió España y que él presenció y vivió en carne propia”. Hizo
carrera diplomática en Rusia e Inglaterra e ideológicamente era un monárquico
convencido.
6El Tratado Santa
María-Calatrava, celebrado en Madrid el 28 de diciembre de 1836 puso fin a las
hostilidades de la Corona española hacia México, la cual, sólo hasta la muerte
del rey Fernando VII en 1833, aceptó iniciar los acercamientos diplomáticos con
la que antes fuera su más rica posesión americana.
7Figueroa.
8Charles Esadile, El levantamiento español,
en La quiebra del
liberalismo (1808-1939) (Barcelona, Crítica, 2001),
84-90. El prestigioso general Baldomero Espartero forzó la disolución de las
Cortes y se puso al frente de las revueltas contra la reina regente María
Cristina, a quien obligó a cederle la tutela de la reina niña Isabel II y
partir al exilio.
9Justo Sierra O’Reilly
(1814-1861) Escritor y político mexicano. Director de los periódicos El Museo Yucateco (1841-
1842), Registro
Yucateco (1845-1849), El
Fénix (1848-1851) y La
Unión Liberal (1855- 1857), escribió algunas novelas por
entregas: El
filibustero (1841), Un
año en el hospital de San Lázaro (1845-1846). Es autor también
de crónicas de viajes (Impresiones
de un viaje a los Estados Unidos de América y al Canadá, 1851) y de
estudios históricos (Los
indios de Yucatán, 1857). Sierra O’Reilly fue el encargado de
negociar ante el gobierno de los Estados Unidos el cese de hostilidades en la
Península de Yucatán durante la invasión a México de 1847 a cambio de la
neutralidad en la guerra de esa parte del territorio. José Palomar de
Miguel, Diccionario
de México, (México, Editorial Trillas, 2005),
1231.
10Teixidor XXXIX.
11Teixidor XXVII.
12Oscar Flores, Frances Erskine Inglis (Madame
Calderón de la Barca). The Attaché in Madrid; or, Sketches of the Court of
Isabella II. Traslated from German, (Nueva York, Casa
Appleton, 1856). http://ocw.udem.edu.mx/cursos-de-profesional/historia-del-mexico-independiente/08calderondelabarca.pdf El
libro se dio a conocer como las supuestas cartas traducidas al inglés de un
joven alemán. María Bono López, Frances
Erskine Inglis Calderón de la Barca y el Mundo Indígena Mexicano,
en Manuel Ferrer Muños (coordinador), La imagen del México decimonónico de los
visitantes extranjeros: ¿un Estado- nación o un mosaico plurinacional? (México,
Universidad Nacional Autónoma de México, 2002), https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/1/252/8.pdf
13Teixidor XXXII-XXXV.
14Teixidor XIII-XIV.
15Clement, (2010).
16Guardia, Sara Beatriz, Un acercamiento a la historia de las
mujeres (Monterrey, Revista
de Humanidades núm. 10, Instituto Tecnológico y de Estudios
Superiores de Monterrey, 2001)
109-119. https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=38401005
17Adriana Méndez Rodenas, Género e historiografía en “La Vida
en México” (1843), en CiberLetras: revista de crítica
literaria y de cultura, 5, (2002) http://www.lehman.cuny.edu/ciberletras/v05/mendez.html.
18Principalmente los escritores
Luis Martínez de Castro, Manuel Payno e Ignacio Manuel Altamirano, Teixidor, IX-X.
19Ramón Mesonero Romanos, Cartas Españolas, en José
Escobar Arronis, «El
Curioso Parlante» en «La Revista Española»: retrato del autor,http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/12371069778018296310624/p0000001.htm#I_0_
20Teixidor XXI.
21Teixidor XXII.
22Teixidor XXXIX.
23Teixidor LIII.
24Teixidor LIX.
25Teixidor LXI.
26Wobeser 218.
27Jennifer Clement, Compilan cartas de una perspicaz
escocesa que describió el México independiente,http://www.jornada.unam.mx/2010/05/25/index.php?section=cultura&article=a08n1cul (2010).
28Rafael Rojas, La nueva nación ante el mundo,
en Gran Historia de
México Ilustrada, Tomo III: El
Nacimiento de México, 1750-1856, (México, Planeta DeAgostini,
CONACULTA, INAH, 2002): 202.
29Josefina Zoraida Vázquez, Los primeros tropiezos, en Historia General de México. Versión
2000, (México, El Colegio de México, 2009): 570.
30Manuel Fernández de
Velasco, El
militarismo en la vida del mexicano hasta 1855, en Estudios de Historia Moderna
y Contemporánea de México, (México, Universidad Nacional Autónoma de México,
Instituto de Investigaciones Históricas, v. 2, 1967).http://www.iih.unam.mx/moderna/ehmc/ehmc02/008.html
31Michael P. Costeloe, La República central en México,
1835-1847. “Hombres de bien” en la época de Santa Anna, (México,
Fondo de Cultura Económica, 2000) 26.
32Costeloe 31.
33El efímero Primer Imperio
Mexicano (1822-1823) no fue capaz de sostener las Tres Garantías del Plan de
Iguala y los Tratados de Córdoba (1821) que deberían ser los pilares del México
independiente: Religión Católica, Unión entre
americanos y españoles e Independencia de
cualquier nación. Aunado al emponzoñamiento del ambiente político nacional
generando por Pointsett contribuyeron también otros factores históricos como el
descubrimiento de la conspiración del sacerdote español Joaquín Arenas,
fusilado por tramar un movimiento para regresar al dominio español y la inmediatamente
posterior expulsión de los españoles en 1827. Dos años más tarde la expedición
de Reconquista dirigida por el Brigadier Isidro Barradas fue vencida en Tampico
en 1829 por Antonio López de Santa Anna. Las pretensiones de la Santa Alianza
para restaurar el Antiguo Régimen en Europa fueron bien conocidas en México,
aunque no llegaron a afectarle directamente. En España Fernando VII siempre se
negó a reconocer la Independencia de México y sólo tras su muerte la reina
regente María Cristina entabló relaciones diplomáticas hasta 1836, sin embargo,
el primer representante diplomático no llegaría a México sino hasta finales de
1839. España era para aquel México, salvo para las élites del partido
conservador, un país desprestigiado en todas las formas posibles. España por su
parte, pretendía imponer una idea de románica de raza “como de defensa, un arma
para sentirse y pensarse por encima de esa sociedad que frecuentemente les era
hostil”, ya que perdido el continente americano al menos lucharía por preservar
frente a la amenaza anglosajona su herencia: lengua castellana y la religión
católica. El reiterado discurso de superioridad cultural y espiritual en la
política y la prensa española tampoco allanó el camino hacia el entendimiento.
Esto puede verse con amplitud en Romana Falcón, Las rasgaduras de la descolonización,
(México, El Colegio de México, 1996) 20.
34Las principales expulsiones de
españoles en México se dieron en 1827, 1829 y 1833, “una expresión hispanófoba
que no tuvo semejante en América Latina […] En el México del siglo XIX bastaba
ser español para convertirse ipso facto en sospechoso: sospechoso de ser un
conspirador, un explotador, un ambicioso. En buena medida esta forma de
concebir al español era el resultado de una visión histórica de la época
colonial. Construida desde el siglo XIX en el contexto de la guerra de
independencia, esta interpretación fue extendiéndose, al expresarse en obras
historiográficas, en libros de texto, en la prensa y en los discursos cívicos”.
Marco Antonio Landavazo, Imaginarios encontrados: El antiespañolismo en los
siglos XIX y XX, Tzintzuntzan. Revista de Estudios Históricos, (Morelia,
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, No. 42: julio-diciembre
de 2005) 35,
37-38.
35Carta VI 41-43.
36Rosario Castellanos, Mujer que sabe latín…, (México,
Fondo de Cultura Económica, 2009) 12.
37Virginia Woolf, Una habitación propia,
(Barcelona, Seix Barral, 2008)
62-63.
38Woolf 51.
39Castellanos 20.
40Woolf, p. 71-73 y 81.
41Woolf, p.
93.
42Mercedes Arriaga Flórez, Retórica de la escritura femenina,
en Genara Pulido Tirado (coord.), La
retórica en el ambito de las Humanidades: Seminario 2002-2003
(Jaén, Universidad de Jaén, 2003) http://www.escritorasyescrituras.com/cv/retorica.doc
43Lourdes Alvarado (Transcripción
y estudio introductorio) Educación
y superación femenina en el siglo XIX: dos ensayos de Laureana Wright, Cuadernos
del Archivo Histórico de la UNAM, (México, Universidad Nacional Autónoma de
México, Centro de Estudios sobre la Universidad, 2005), p.
15
44Laureana Wright, Educación errónea de la mujer,
en Alvarado 108.
45Alvarado 25.
46Lucrecia Infante Vargas, De la escritura personal a la
redacción de revistas femeninas. Mujeres y cultura escrita en México durante el
siglo XIX, en Relaciones,
no.113, Vol. XXIX, (Zamora, El Colegio de Michoacán, 2008).
47 Remedios Sánchez
García, Las
actitudes de las escritoras ante el intelectualismo inmovilista del Siglo XIX:
Emilia Pardo Bazán frente a Carolina Coronado, en Elvira: Revista de estudios
Filológicos, núm. 2 Alicante, (2001).http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/scclit/24693064013462495222202/p0000001.htm
48Lucrecia Infante Vargas, Del “diario” personal al Diario de
México. Escritura femenina y medios impresos durante la primera mitad del siglo
XIX en México en Sara Beatriz Guardia (Compilación y
edición), Escritura
de la Historia de las Mujeres en América Latina. El retorno de las Diosas,
(Lima, Centro de Estudios La Mujer en la Historia de América Latina
CEMHAL, 2005), p.
285. Mariano Galván Rivera fue el más famoso impresor del siglo XIX mexicano,
célebre por la publicación constante de sus calendarios, catecismos cívicos y
gramáticas. El Calendario Galván se publica hasta la fecha en México.
49Laureana Wright, en Alvarado
53.
50Méndez (2002), En esta mirada
interna no hay filtros intelectuales, sino impresiones directas, sinceras y
subjetivas sobre hechos concretos, lo cual es esencial dentro de la perspectiva
de género.
51Carta de Prescott a Charles
Dickens, Boston, 1° de diciembre de 1842. El Prefacio de la edición
estadounidense está firmado el día 20 del mismo mes, en Teixidor, VIII. Se
respeta la transcripción.
52 Angélica Silva, Vida en México durante una
residencia de dos años en ese país, de la Marquesa Calderón de la
Barca, en Grafemas: Boletín electrónico de la AILFH, Febrero (2006). http://people.wku.edu/inma.pertusa/encuentros/grafemas/febrero_06/pdfs/silva.pdf
53Méndez, (2002).
54Méndez, (2002). Por fines
recreativos se entiende la literatura costumbrista mexicana que ofrecía al
lector visiones y descripciones de los tipos populares pero desde un punto de
vista predominante mente estético: “Las costumbres y usos de la república, tan
curiosos como interesantes, serán descritas en una serie de artículos con toda
la exactitud [sic] que nos fuere posible, y sus láminas, ilustradas todas, o en
su mayor parte, se procurará que tengan la corrección y la belleza necesarias
para cumplir debidamente su objeto”. El Museo Mexicano, 1843, en Amada Carolina
Pérez Benavides, Actores, escenarios y relaciones sociales en tres
publicaciones periódicas mexicanas del siglo XIX, en Historia Mexicana,
año/vol. LVI, no. 004, (México, El Colegio de México, 2007) 1172.
55Silva 112.
56Gloria Hintze, Memoria, historia y ficción en la
escritura femenina del siglo XIX. La ciudad heroica de Rosario Puebla de Godoy (Cuyo,
Universidad Nacional de Cuyo. Facultad de Filosofía y Letras, 2004).http://bdigital.uncu.edu.ar/objetos_digitales/486/Hintze.CILHA.pdf
57Carta V 33.
58Carta XXXVIII 267-268.
Cómo citar: Esparza
Ramírez, Juan Carlos. “Una escocesa enamorada de México: la obra de Madame
Fanny Calderón de la Barca”. Anuario
de Historia Regional y de las Fronteras 26.2 (2021): 165-185.
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