«El amor no vive de palabras ni puede
ser explicado con ellas».
Hace 28 años, el 5 de septiembre de 1997,
la Madre Teresa de Calcuta ponía fin a su peregrinaje terrenal. En octubre de
2003 fue proclamada beata por Juan Pablo II y en septiembre de 2016 canonizada
por el papa Francisco[1]. Durante su vida tuvo muchos
reconocimientos: en especial, el prestigioso premio Nobel de la Paz, en 1979.
A su regreso de Oslo, después de recibir
el premio, la Madre hizo escala en Roma, y los periodistas se agolparon para
entrevistarla. Entre las preguntas hubo una provocadora: «Madre, usted tiene 70
años. Cuando muera, el mundo será como antes. ¿Qué ha cambiado después de tanto
esfuerzo?»
La religiosa podría haber reaccionado
enérgicamente ante el periodista impertinente. En cambio, permaneció
imperturbable y le respondió con una sonrisa: «Sabe, yo nunca he pensado que
podría cambiar el mundo. Solo he intentado ser una gota de agua limpia en la cual
pueda reflejarse el amor de Dios. ¿Le parece poco?». En la sala se hizo un gran
silencio, de incomodidad y emoción. La Madre Tersa retomó la palabra y,
dirigiéndose directamente al periodista, le preguntó: «Intente ser una gota de
agua limpia usted también y así seremos dos. ¿Está casado?». «Sí, Madre».
«Dígaselo a su mujer, y así seremos tres. ¿Tiene hijos?». «Tengo tres, Madre».
«Dígaselo también a sus hijos y así seremos seis…»[2].
En otra ocasión, dijo: «La vida es el
mayor don de Dios. Y por eso es penoso ver lo que sucede hoy: se destruye la
vida voluntariamente con guerras, violencia, aborto. Nosotros fuimos creados
por Dios para cosas más grandes: ¡amar y ser amados!»[3].
La obra de la Madre Teresa hoy
¿Qué ha cambiado en el mundo después de
la muerte de la Madre Teresa? Hoy ya podemos decir algunas cosas. Han pasado 28
años y ciertos datos hablan por sí solos. Al momento de su muerte, la
congregación de las Misioneras de la Caridad contaba con 594 casas en 120
países del mundo, con cerca de 4.000 hermanas[4]. Al 31 de diciembre de 2010 las religiosas
eran 5.029, en 766 casas. Hoy, 28 años después, son 5.123, en 758 casas, con
más de un millón de colaboradores laicos, y están presentes en todo el mundo,
excepto en Vietnam y China (pero sí en Hong Kong)[5]. En julio pasado fueron expulsadas de
Nicaragua.
Sin embargo, a la Madre no le habría
gustado hacer un inventario como ese: la obra de las misioneras no puede en modo
alguno medirse a partir del número de sus miembros. Para ella, no tiene sentido
hablar de números, porque lo que cuenta es la persona individual a la cual se
prodiga el servicio. «No estoy de acuerdo – decía la Madre – con hacer las
cosas en grande. Para nosotros lo que importa es el individuo. Para poder amar
a una persona, debemos entrar en estrecho contacto con ella. Si esperáramos
alcanzar a mucha gente, nos desorientaríamos y no estaríamos en condiciones de
manifestar amor y respeto por la persona individual. Creo en las relaciones de
tú a tú: para mí cada persona representa a Cristo y, puesto que hay un solo
Jesús, esa persona en ese momento es la única que existe en el mundo»[6].
Es esta también la razón por la que no
puede criticarse la obra de las misioneras aduciendo a que no resuelve los
problemas sociales, que sin embargo enfrenta en cada uno de los individuos. Su
misión se limita al plano personal y espiritual: restituir dignidad a las
personas, estar cerca de ellas para servirlas, amarlas desinteresadamente,
tener la disponibilidad que caracteriza a los niños, que están abiertos a todo.
«Nosotras mismas nos damos cuenta de que lo que hacemos es tan solo una gota en
el océano. Pero si no existiera esa gota, al océano le faltaría esa gota
perdida. No debemos pensar en términos numéricos. Solo podemos amar a una
persona a la vez, solo podemos servir a una persona a la vez»[7].
En 1947, cuando sintió «la llamada en la
llamada»[8] para intentar llevar a cabo la nueva
fundación, la Madre Teresa escribió a su arzobispo: «Usted tiene todavía temor
[de intervenir en Roma por mi causa]. Si la obra [que pretendo hacer] es solo
humana, esta morirá conmigo; si es toda de Él, vivirá en los siglos por venir»[9].
Con el tiempo la obra de la Madre Teresa
se fue también ramificando en distintas familias: los Hermanos Misioneros de la
Caridad nacieron en 1963; las asociaciones internacionales de los colaboradores
de la Madre Teresa en 1969; las Misioneras de la Caridad Contemplativa en 1976;
tres años después, los Hermanos Contemplativos; luego, en 1984, los Padres –
sacerdotes – Misioneros de la Caridad.
La Madre Teresa: ¿un desafío a la
modernidad?
En una entrevista de 1996, el periodista
y escritor Tiziano Terzani – que entonces miraba el mundo desde una perspectiva
laica – le preguntó: «¿Por qué dar más valor al amor que a los medicamentos? ¿A
las oraciones que a los analgésicos?»
«Nosotras no somos enfermeras – respondió
la Madre Teresa –, no somos asistentes sociales, profesoras o médicos. Somos
hermanas. Nuestros centros no son hospitales donde se sana a la gente. Son
casas en las que la gente que nadie quiere es amada, siente que pertenece a
algo». La Madre Teresa no se preocupaba de la pobreza como tal, y – en cierto
sentido – ni siquiera de eliminarla. Para ella estaba clarísimo que Dios nos
había creado a nosotros y que nosotros habíamos creado la pobreza[10]. «La Tierra es suficiente para saciar las
necesidades de todos, pero no para colmar la voracidad de todos», decía Mahatma
Gandhi, y ella agregaba: «El problema se resolverá cuando renunciemos a nuestra
voracidad»[11].
El periodista, sin embargo, insistía:
«Usted, Madre, una vez dijo que, si tuviera que elegir entre la Iglesia y
Galileo, todavía estaría de parte de la Iglesia. ¿No es esto un rechazo de la
modernidad, de la ciencia, que hoy es la gran fe de Occidente?». La Madre
respondió: «¿Por qué, entonces, Occidente deja morir a la gente en la calle?
¿Por qué? ¿Por qué nos toca a nosotros en Washington, Nueva York, ¿en todas
estas grandes ciudades abrir centros para dar de comer a los pobres? Damos
comida, vestido, refugio, pero sobre todo damos amor, porque sentirse
rechazados por todos, sentirse no amados es todavía peor que tener hambre y
frío. Esta es hoy la gran enfermedad del mundo. También del mundo occidental»[12].
En la breve entrevista quedan claras dos
características de esta obra que revelan su modernidad. El primero es el
propósito original por el que surgieron las Misioneras de la Caridad,
simbolizado por la «Casa de los Moribundos» en Calcuta; el segundo es la
conciencia de la pobreza humana que ofende la dignidad de «los más pobres de
los pobres» en nuestro mundo occidental.
La «Casa de los moribundos»
Después de 1947 – fecha de la
independencia de la India – llegaron al país dos millones de refugiados de
Pakistán Oriental, y muchos convergieron en Calcuta, trayendo consigo una carga
de enfermedades y muertes. La Madre Teresa se dio cuenta de ello
inmediatamente, y cuando empezó a ayudar a los moribundos y a los enfermos
terminales, necesitó imperativamente un lugar para albergarlos y cuidarlos. En
una semana había visto morir a siete hindúes, en la calle, bajo la lluvia,
abandonados por todos.
La idea de abrir un hogar para moribundos
abandonados se hizo urgente cuando se encontró con una mujer en la calle,
reducida a la muerte, que tenía parte de su cuerpo devorado por las ratas. La
Madre Teresa estaba especialmente conmocionada y trató de llevarla al hospital
más cercano. Los médicos se negaron a ingresarla, ya que no podían hacer nada
más. Mientras la madre seguía insistiendo con ellos, la mujer murió en sus
brazos. Fue quizá una de sus experiencias más trágicas, hasta el punto de que
la Madre se armó de valor inmediatamente y se dirigió al alcalde para pedirle
una habitación para atender a los moribundos. Las autoridades de Calcuta
comprendieron la urgencia y le ofrecieron un local en desuso en Kalighat, cerca
del templo de Kalí (diosa de la destrucción y la muerte, pero también diosa que
da nombre a la ciudad). Al principio, los locales sirvieron de hospicio para
peregrinos, pero con el tiempo se convirtieron en una guarida de ladronzuelos,
drogadictos y prostitutas. Tomó el nombre de Nirmal Hriday («Casa del Corazón Puro»), pero pronto
fue conocida como la «Casa de los Moribundos».
La noticia del nuevo uso de los locales
voló como la pólvora y hubo protestas porque «la extranjera» se aprovechaba
para convertir a los moribundos al cristianismo. Incluso hubo una queja para
que se retirara a la religiosa y se devolviera el local al templo de Kalí. Se
designó a un sanitario para que verificara el uso que se hacía de ellos.
Acudiendo sin previo aviso al lugar, el
oficial médico vio a la Madre Teresa tratando las llagas de un moribundo y, en
medio de un hedor insoportable, liberándolo de los gusanos que salían de las
heridas. La monja vio a este señor y pensó que había venido a visitar a los
enfermos: se ofreció a acompañarlo. El oficial dijo que quería examinar el
lugar, pero que prefería hacerlo solo.
Tras la visita, le esperaban algunos
manifestantes. El sanitario se declaró dispuesto a echar a las mujeres. Sin
embargo, pidió a los presentes que las sustituyeran en el trabajo que estaban
realizando: «Digan a sus madres y esposas que hagan lo que están haciendo estas
mujeres. Si lo hacen, estoy muy dispuesto a echarlas»[13]. No hubo respuesta. En cualquier caso,
hasta 1997, cuando murió la Madre Teresa, habían pasado por esas camas unas
67.071 personas, y 28.259 habían muerto al cuidado de las hermanas. Hoy el
número de huéspedes ha superado los cien mil[14].
Si la convivencia con los sacerdotes de
Kalí no era fácil, todo cambió el día en que la Madre Teresa recogió de la
calle al jefe de los sacerdotes del templo: estaba enfermo y moribundo, tirado
en el suelo como un trapo viejo e inútil, sin que nadie se ocupara de él. Salvo
la pequeña religiosa…[15]
«El primer amor» de la Madre Teresa
Este lugar fue el «primer amor» de la
Madre[16] que, al
atender a los moribundos, vio realizado el Evangelio, especialmente la parábola
del juicio: «Todo lo que hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo
hicieron conmigo»[17]. El objetivo
de la obra de las Misioneras de la Caridad, simbolizado por la «Casa de los
Moribundos», está todo ahí: lograr una pureza de corazón que permita discernir
y amar lo divino en cada persona, y hacer que cada hombre, incluso el más
abandonado, redescubra su identidad divina. «El verdadero fin de la vida del
hombre es morir sintiéndose amado por Dios, para volver a ese Todo Único del
que formamos parte»[18].
En 1986, Juan Pablo II visitó la «Casa»,
quizás el único lugar del mundo en el que no hizo ningún discurso: «Entró en
ella silencioso […], como todo sacerdote entra en casa de un moribundo. […] En
la entrada había una pizarra, con dos flores dibujadas en ella y esto escrito:
“Tres de febrero. Entraron: dos. Salieron: cero. Murieron: cuatro. Nosotros
hacemos esto por Jesús”. El Papa no se despegaba de aquella pizarra. La Madre
Teresa, una mujer práctica, lo tomó de la mano y lo condujo a la primera sala,
el baño de hombres. Luego al de mujeres». El periodista que informó del
episodio concluyó: «En el fondo del mundo está Calcuta. Y en el fondo de
Calcuta está el dormitorio de la Madre Teresa»[19].
En 1992, durante el viaje oficial del
Príncipe Carlos a la India, la Princesa Diana visitó la «Casa de los Moribundos».
Lamentablemente, la Madre Teresa estuvo ausente, ya que fue retenida en Roma
por problemas de salud. Quiso conocer a los enfermos terminales y a los
moribundos con sencillez y verdadero afecto[20]. Quedó muy
afectada por la experiencia y, de paso por Roma, quiso conocer a la Madre.
Después, se dedicó mucho a los pobres, a los discapacitados, los niños
hambrientos. Cuando Diana, en 1997, murió en el accidente del túnel de Alma en
París, el cuerpo fue rearmado y en sus manos se anudó el rosario blanco que la
Madre Teresa le había dado: la corona fue encontrada en su bolso en el momento
de su muerte[21].
La pobreza del alma: la falta de amor
En 1985, la Madre Teresa descubrió en la
América moderna, exactamente en el South Bronx de Nueva York, un tipo diferente
de pobreza, la «falta de amor». Cuando uno necesita un plato de arroz, o una
manta, o una cama, es fácil de remediar, «pero encontrar personas en los
llamados países “desarrollados” que tienen dentro de sí amargura, ira, profunda
soledad, falta de sentido, desesperación, representa una pobreza aún más
difícil de curar y aliviar. Precisamente para llevar alivio y amor a estas
personas, la Madre Teresa de Calcuta creó la rama de las Hermanas de la
Palabra, que más tarde se llamaría Misioneras Contemplativas de la Caridad.
Debían llevar el amor a la acción, no a través de la comida, sino de las
palabras y la entrega de sentido»[22], ya que la
pobreza del alma es mucho más devastadora que la pobreza material. «La peor
miseria no es el hambre ni la lepra, sino el sentimiento de no ser querido, de
ser rechazado, de ser abandonado por todos»[23].
Las hermanas de la Madre Teresa, además
de los tres votos tradicionales de las órdenes religiosas, hacen un cuarto voto
de «servicio libre ofrecido de todo corazón a los más pobres entre los pobres»[24]. En la
historia de la Iglesia, este voto es una característica única de la
congregación de las misioneras.
¿Pero quiénes son estos pobres, que no
son simplemente pobres, sino los más pobres de los pobres? «Mi casa – responde
la religiosa – es la casa de los pobres. No sólo de los pobres, sino de los más
pobres entre los pobres. De aquellos a los que no nos acercamos, porque nos da
miedo la suciedad y la infección. De los plagados de enfermedades y contagios. De
los que no pueden rezar en la iglesia, porque no tienen un trozo de tela. De
los que no pueden comer, porque han perdido la fuerza para alimentarse. De los
que no pueden llorar, porque han derramado todas sus lágrimas. De los que yacen
en el pavimento de las calles, sabiendo que van a morir, mientras todos los
demás pasan sin preocuparse por ellos. De los que necesitan no tanto una casa
de ladrillos, sino un corazón que comprenda. De los que tienen hambre, no tanto
de comida, sino de la palabra de Dios. De los que necesitan no tanto ropa, sino
dignidad, pureza, justicia. De los marginados, de los no deseados, de los no
amados, de los que se han quedado en el camino, porque también ellos son los
pobres, los más pobres espiritualmente, bajo cuya apariencia tú, Dios mío, te
escondes, sediento de mi amor, como te escondes en el pan de la Eucaristía»[25].
En todas las capillas de los misioneros
hay un crucifijo, junto al cual se encuentra una gran cita del Evangelio:
«¡Tengo sed!» (Jn 19,28)[26].
Un amor al alcance de todos
No es fácil llegar a ese sentimiento que
nos hace reconocer a Dios en los más abandonados. Sin embargo, según la Madre
Teresa, este amor está al alcance de todos: «El amor es un fruto siempre maduro
y al alcance de todas las manos. Cualquiera puede arrancarlo sin límite. Todo
el mundo puede alcanzar este amor mediante la meditación, el espíritu de
oración y el sacrificio»[27].
Es interesante la referencia al Mahatma: «Gandhi amaba a su pueblo como
Dios lo amaba a él: las cosas más bellas que me impresionaron de él fueron su
no violencia y también su equiparación del servicio a los pobres con el amor a
Dios. Dijo: “Quien sirve a los pobres, sirve a Dios”. La “no violencia” para
Gandhi no sólo significa no usar armas ni bombas: es, ante todo, amor y paz y
compasión en nuestros hogares. Se trata de difundir la no violencia fuera de
nuestros hogares: sentir ese amor, esa compasión por los demás»[28].
A propósito de la «Casa de los
Moribundos», la Madre Teresa relató un episodio arraigado en su corazón:
«Caminando por las calles de Calcuta oyó un crujido procedente de un montón de
basura. Se acercó y, al ver que algo se movía, extendió su mano y hurgando en
la basura vio que debajo de ese montón había una persona con el cuerpo cubierto
de gusanos y suciedad. Inmediatamente consiguió ayuda para transportar al
hombre a Nirmal Hriday.
Se necesitaron tres horas para limpiar ese cuerpo y librarlo de alimañas.
Cuando las hermanas terminaron de limpiarlo y vestirlo, el hombre, con voz
débil, susurró: “He vivido en la calle como un animal. Ahora muero rodeada de
amor y cuidados, hermana, me voy a casa con Dios”. Inclinó la cabeza y expiró»[29]. La Madre
Teresa comentó: «Esto es todo. Este es nuestro trabajo: el amor en acción.
Simple»[30]. Luego
añadió: «Sentí que [el moribundo] se regocijaba en este amor, en el hecho de
ser deseado, amado, en el hecho de ser alguien para alguien»[31].
La Madre también anotaba cuidadosamente
las personas con las que debía ponerse en contacto el moribundo para cumplir
sus últimos deseos, ya fuera hindú, budista, musulmán, anglicano o católico. La
fe de la monja era granítica: Jesús había muerto por todos, por lo que estaba
íntimamente convencida de que la salvación, aunque fuera de forma misteriosa,
se daba a todas las personas. Esta creencia suya no siempre fue comprendida y
varias veces provocó malentendidos, pero ella no cedió. «Siempre he dicho que
debemos ayudar a un hindú a ser mejor hindú, a un musulmán a ser mejor musulmán
y a un católico a ser mejor católico. […] Dios obra a su manera en los
corazones de los hombres. […] No debemos juzgar ni condenar… Lo único que
importa es que amemos»[32].
El «Hogar para niños» abandonados
Unos años más tarde, la Madre Teresa
abrió el «Hogar de los Niños», Shishu
Bhavan, donde las hermanas recogían niños abandonados de las calles
de Calcuta. Para ellos las misioneras eran ángeles de la guarda: los tomaban en
brazos, los cuidaban, los alimentaban, los hacían jugar y, sobre todo, los
amaban. Para la Madre, es un delito muy grave abandonar a un recién nacido o
impedir que nazca. A diferencia de las otras casas, ésta es una casa viva y
alegre. Los niños juegan allí, hay muchachas abandonadas que esperan dar a luz,
jóvenes matrimonios que vienen a adoptar un niño. Hoy en día se ha convertido
en un pequeño pueblo, con varios edificios. Cabe destacar el de los recién
nacidos, el de los niños discapacitados, el de los leprosos o el de las
enfermedades graves, e incluso un ambulatorio con servicio médico. Con el
tiempo, este tipo de instalaciones se ha multiplicado considerablemente.
Actualmente hay 61 centros sólo en la India[33].
El hogar para leprosos y enfermos de SIDA
En 1959, a 300 km de Calcuta, se creó un
centro para leprosos, la «Ciudad de la Paz», Shanti Nagar. En aquella época, la lepra estaba muy
extendida en la India, pero incluso ahora sigue siendo un problema: es el país
que tiene el mayor número de leprosos del mundo. En Calcuta había un hospital
para leprosos, pero estaba cerrado. La Madre Teresa tuvo dificultades para
encontrar un lugar para ellos porque nadie quería estar cerca de los
«apestados».
Un episodio vincula la «Ciudad de la Paz»
con Pablo VI, durante su visita a la India en 1964, con motivo del Congreso Eucarístico[34]. El Papa le
regaló un Lincoln descapotable,
un regalo de los católicos americanos. La Madre estaba encantada, pero… no
podía permitirse mantener un coche así. Un rico hindú la compró, ofreciéndole
una buena suma, mitad en dinero y mitad en tierras alejadas de los núcleos de
población, donde se podría construir una aldea para acoger, cuidar e incluso
dar trabajo a estas personas rechazadas por todos. Además de los cultivos y la
ganadería, también hay industrias artesanales: aquí se fabrican los «saris» de
las Misioneras de la Caridad.
No muy lejos de Calcuta, en Titagarh, la
Madre consiguió crear un segundo leprosario, dirigido por los Hermanos
Misioneros: está dedicado a Gandhi, en el centenario de su nacimiento. Unos
46.000 leprosos han sido atendidos en las distintas casas[35].
En la Navidad de 1985, ante la
insistencia del cardenal de Nueva York, la Madre Teresa también consiguió crear
un centro de tratamiento de enfermos de SIDA, llamado «Don de amor»[36]. Incluso en
las metrópolis más ricas y modernas, existen los excluidos, los no queridos, a
menudo expulsados de sus hogares y reducidos a la pobreza. No falta la pobreza
de los más pobres. Se construyó una segunda casa en Washington, a petición del
presidente Ronald Reagan.
Cabe mencionar, en Roma, la casa «Don de
María», encargada por Juan Pablo II, en la misma Ciudad del Vaticano, con una
puerta que da a la Vía Gregorio VII: aquí tampoco faltan los necesitados de los
que nadie se ocupa.
También cabe mencionar que, en muchos
países, devastados por las guerras, las hermanas han permanecido en el lugar, a
medida que su presencia se hacía más necesaria: así en Irak, Ruanda, Burundi,
Uganda, Sri Lanka, Colombia, e incluso en Gaza y Nablus, y hasta en el corazón
de Jerusalén. Hoy permanecen en la atormentada Ucrania. Son presencias
silenciosas pero eficaces, discretas pero fundamentales.
«Mi oscuridad interior»
En el curso de la causa de beatificación,
apareció por primera vez una página inédita de la biografía de la Madre Teresa:
la monja sufrió una oscuridad interior durante toda su vida. Después de la
revelación y de los consuelos que había disfrutado a causa de «la llamada en la
llamada», la existencia de la Madre estuvo atravesada durante mucho tiempo, y
hasta su muerte, por una aridez espiritual, por la conciencia de vivir lejos de
Dios y de experimentar interiormente «la noche de la fe»[37]: «En mi alma,
siento ese terrible dolor de la pérdida, de que Dios no me quiere, de que Dios
no es Dios, de que Dios no existe realmente (Jesús, por favor, perdona mi
blasfemia, pero me han dicho que lo escriba todo). Esta oscuridad me rodea por
todos lados. No puedo elevar mi alma a Dios. Ninguna luz o inspiración entra en
mi alma»[38].
La Madre Teresa había atendido a los
desamparados, a los abandonados, a los no queridos; en definitiva, a los que
vivían las situaciones más infelices de la vida. Y ahora ella estaba viviendo
la dramática experiencia de ser la no querida, la no deseada, la olvidada.
Dios, su Dios, que la había llamado y asociado a la obra de salvación, parecía haberla
abandonado y dejado sola. Vivió «la noche oscura del espíritu» y de su vida.
Y, sin embargo, no faltaron pruebas del
gran valor espiritual, sobre todo de su unión con el Señor, como documentó uno
de sus confesores: «Cada vez que me encontraba con la Madre Teresa, me
abandonaba cualquier vergüenza. […] Ella irradiaba paz y alegría, incluso
cuando me hacía partícipe de la oscuridad de su vida espiritual. […] Creo que
puedo decir que me sentí en presencia de Dios, en presencia de la verdad y del
amor»[39].
Detrás de su sonrisa había un drama que
había comunicado tanto a su padre espiritual, el P. Celeste Van Exem, como al
P. Joseph Neuner, del teologado de Poona: esa sonrisa era «un gran manto que
cubre una multitud de penas»[40]. Lo que
indicaban esas «penas» sólo se supo después de su muerte, cuando las cartas se
hicieron públicas en el proceso de beatificación. Hacia 1961, la Madre escribió
al P. Neuner: «Por primera vez en estos 15 años he aprendido a amar mi
oscuridad interior, porque ahora creo que es una parte, una pequeña parte de la
oscuridad y el dolor de Jesús en la tierra. Usted me ha enseñado a aceptarlo
como una parte espiritual de mi trabajo. Hoy siento verdaderamente la alegría
de [estar unido a] Jesús: ya que Él no puede continuar su agonía, lo hace a
través de mí»[41].
Cuando esa oscuridad interior se hizo
pública, los medios de comunicación malinterpretaron la dramática experiencia
espiritual y algunos periódicos llegaron a afirmar que la Madre Teresa era
«atea», que ya no creía en Dios[42]. Resultó que
no era una crisis de fe, sino el silencio de Dios, de no sentir la presencia y
el consuelo del Señor. En realidad, la religiosa se mantuvo fiel a la vocación
a la que había sido llamada. Las pruebas y la conciencia de su propia nada la
purificaron y, aunque su oración y su vida espiritual eran agotadoras y
extenuantes, estaba en un doloroso camino hacia la santidad[43]. La
experiencia de la cruz y el abandono que el mismo Jesús había experimentado en
su pasión y muerte fueron su camino hacia una comunión más profunda con el
Señor y con sus hermanos abandonados.
La publicación de las cartas a su padre
espiritual reveló así su experiencia mística, pero también dio testimonio de la
profundidad real de la que es capaz la fe. Que puede llegar también a una
íntima participación en los sufrimientos de Cristo, hasta el grito que Jesús,
en su noche oscura, lanzó en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?»[44]. La Madre
Teresa no sólo es la santa de los pobres, sino también una gran mística del
cristianismo. Ella misma había escrito: «Si algún día llego a ser santa,
ciertamente seré una santa de la oscuridad. Me ausentaré continuamente del
Paraíso para dar luz a los que viven en la tierra en las tinieblas»[45].
Así se entiende una petición que hizo a
Juan Pablo II después de una audiencia: «Santo Padre, rece para que no estropee
la obra». El Papa le respondió rápidamente: «¡Y usted, madre, rece para que no
arruine a la Iglesia!»[46].
1.
Cfr
G. Marchesi, «La beatificazione di Madre Teresa di Calcutta», en Civ. Catt. 2003 IV 474-483; G. Pani,
«Madre Teresa di Calcutta. La canonizzazione di una Missionaria della Carità»,
ivi 2016 III 420-432. ↑
2.
A.
Comastri, Santi dei nostri giorni,
Padua, Messaggero, 2001, 146. ↑
3.
Ibid,
148. ↑
4.
Cfr
A. Devananda Scolozzi, Una chiamata
nella chiamata. Testimonianza dei miei ventun anni di vita accanto a Madre
Teresa di Calcutta, Ciudad del Vaticano, Libr. Ed. Vaticana, 2014,
172. ↑
5.
Cfr
el sitio web de las Misioneras de la Caridad: www.motherteresa.org ↑
6.
G.
Germani, Madre Teresa e Gandhi. L’
etica in azione, Milano – Udine, Mimesis, 2016, 190. ↑
7.
Ibid,
190 y s. ↑
8.
Nótese
el título del libro de A. Devananda Scolozzi, Una chiamata nella chiamata (en español: “una llamada
en la llamada”). En ese momento la Madre Teresa formaba parte del Instituto de
las Hermanas de Loreto y, sintiendo una nueva llamada, quería dejarlo para
llevar a cabo una nueva fundación. ↑
9.
Cfr
Madre Teresa de Calcutta, s., Sii la
Mia luce, Milán, Rizzoli, 2008, 101. La religiosa está
citando Hch 5,38-39,
el juicio de Gamaliel sobre la obra de los apóstoles. ↑
10.
Cfr
G. Germani, Madre Teresa e Gandhi…,
cit., 34. ↑
11.
Ibid. ↑
12.
T.
Terzani, «Madre Teresa», en G. Germani, Madre
Teresa e Gandhi…, cit., 50 s. ↑
13.
J.
L. González-Balado, Il sorriso dei
poveri. Aneddoti di Madre Teresa di Calcutta, Roma, Città Nuova,
1982, 23. ↑
14.
Cfr
S. Gaeta, Madre Teresa. Il segreto
della santità, Cinisello Balsamo (Mi), San Paolo, 2016, 78. ↑
15.
Cfr
M. Ricci, Govindo. Il dono di Madre
Teresa, ibid, 2016, 23. ↑
16.
M.
Bertini, La santa. Accanto a Madre
Teresa, Brescia, La Scuola, 2016, 16. ↑
17.
Mt 25,40. ↑
18.
G.
Germani, Madre Teresa e Gandhi…,
cit., 29. ↑
19.
L.
Accattoli, «Il Papa tra i moribondi di Calcutta. Incontro con Madre Teresa
nella “Casa del cuore puro”», en Corriere
della Sera, 4 de febrero de 1986, 11. ↑
20. Cfr L. Regolo, L’ultimo segreto di Lady Diana. Il mistero del
rapporto tra la principessa più amata e Madre Teresa, Cinisello
Balsamo (Mi), San Paolo, 2017, 77-82. ↑
21.
Cfr
ibid, 237. Inmediatamente después de la muerte de Diana, los periodistas
buscaron a la religiosa para conocer su opinión sobre la controvertida hija
espiritual. La Madre estaba muy enferma, pero autorizó una declaración
significativa: «Se preocupaba mucho y sinceramente por los pobres. Estaba
deseando hacer algo por ellos […]. Y esa era la razón por la que estaba tan
cerca de mí» (ibíd., 239). Cinco días después murió la Madre Teresa. ↑
22. G. Germani, Madre Teresa e Gandhi…, cit., 36. ↑
23. D. Lapierre, «Indimenticabile Madre
Teresa», in R. Bose – L. Faust, Madre
Teresa. Leader per missione, Milán, Egea, 2013, XI. ↑
24. G. Germani, Madre Teresa e Gandhi…, cit.,
170. ↑
25. Ibid, 184 y s. ↑
26. Cfr S. Gaeta, Madre Teresa…, cit., 109. ↑
27. G. Germani, Madre Teresa e Gandhi…, cit.,
186. ↑
28. Ibid, 187. ↑
29. S. Carlucci, Madre Teresa di Calcutta. Un meraviglioso dono di
Dio, Roma, Ave, 2003, 59. ↑
30. T. Terzani, «Madre Teresa», cit.,
48. ↑
31.
P.
Laghi, Madre Teresa di Calcutta. Il
Vangelo in cinque dita, Bolonia, EDB, 2003, 63. ↑
32. Ibid, 61 y s. ↑
33. Cfr S. Carlucci, Madre Teresa di Calcutta…, cit.,
61. ↑
34. Cfr A. Devananda Scolozzi, Una chiamata nella chiamata…, cit., 193
s. ↑
35. Madre Teresa di Calcutta, s., Amiamo chi non è amato. Testi inediti, Bolonia, Emi, 2016,
27. ↑
36. Al respecto, se dice que el cardenal
había preguntado por el sueldo que se entregaría a las hermanas por su asistencia.
La Madre respondió: «Servir a Cristo es el único sueldo de las Misioneras de la
Caridad». (D. Lapierre, «Indimenticabile Madre Teresa», cit., XI). ↑
37. Cfr R. Farina, Madre Teresa. La notte della fede,
Milán, Piemme, 2009. ↑
38. Madre Teresa di Calcutta, s., Sii la Mia luce, cit., 200 s. ↑
39. Ibid, 274: se trata del p. Michael Van
der Peet. ↑
40. Madre Teresa di Calcutta, s., Sii la Mia luce, cit., 183. ↑
41.
A.
Devananda Scolozzi, Una chiamata
nella chiamata…, cit., 88. ↑
42. Cfr D. Van Biema, «Mother Teresa’s
Crisis of Faith», en Time,
23 de agosto de 2007; M. Moore, «Mother Teresa’s “40-year Faith Crisis”»,
en The Telegraph, 24 de
agosto de 2007. ↑
43. Cfr S. Gaeta, Madre Teresa. Il segreto della santità,
cit., 99-108. ↑
44. Mc 15,34; Mt 27,46; cfr Fil 3,10.
Cfr R. Cantalamessa, Madre Teresa.
Una santa per gli atei e gli sposati, Cinisello Balsamo (Mi), San
Paolo, 2018, 49. ↑
45. Madre Teresa di Calcutta, s., Sii la Mia luce, cit., 13. ↑
46.A. Devananda Scolozzi, Una chiamata nella chiamata…, cit., 149. ↑
