La Danza
Teatral en España
en el
siglo XVII
Danza
Española del Siglo de Oro y formas pre-boleras
https://earlydance.org/node/11603
Para comprender mejor las formas teatrales que se
desarrollaron en la Nueva España, tenemos que mirar hacia España. En el siglo
XVII fue un periodo de grandes realizaciones en el teatro. En Madrid, en los
corrales de la Cruz y el Príncipe presentaban las producciones de los grandes
dramaturgos del siglo de oro. Numerosas compañías recorrían el país y el
ambiente era de creación y actividad. El público abarrotaba los teatros, las
compañías se multiplicaban, y los comediantes llevaban una vida activa, alegre y
peligrosa, llena de triunfos y aventuras, en su barrio madrileño alrededor de
la plaza del Mentidero y en los corrales de todo el reino.
Las
representaciones seguían generalmente el siguiente orden:
1.- loa, con canto y baile popular.
2.- primer acto o jornada de la comedia.
3.- entremés o pequeña pieza en la que se cantaba y
bailaba.
4.- segunda jornada, baile, tercera jornada, y fin de
fiesta o mojiganga.
La danza
gozaba de gran popularidad, y no había espectáculo sin ella. Se bailaba no sólo
en los intermedios y después de la comedia, sino a menudo dentro de ella. Casi
todas las compañías tenían sus músicos y bailarines, y los actores eran con
frecuencia contratados “para representar, cantar y bailar”. Una compañía típica
de la época -la de Manuel Vallejo, en 1633-, constaba de 18 actores -de los
cuales doce actuaban y bailaban-, diez músicos y doce bailarines -6 hombres y 6
mujeres-. Se bailaban en el teatro danzas populares y de corte, y bailes
-generalmente cómicos- acompañados de pantomima. A este repertorio hay que
agregar el “baile pantomímico” -a menudo de contexto religioso-que acompañaba
generalmente los autos sacramentales, en forma de pequeños balllets de carácter
alegórico.
Es difícil
encontrar una obra del siglo de oro que no incluya o mencione bailes, y sobre
ello se podía escribir libros enteros. Lope de Vega era especialmente adicto a
la danza y sobre ella escribió:
|
Verdad es que es el danzar el alma de la hermosura, que más que el rostro procura persuadir y enamorar. (1) |
Lope introdujo
muchas danzas en sus obras. En el Auto de los cantares sus personajes
cantan y danzan “a la españoleta, mudando los bailes conformes fuesen las
coplas”. También mencionó y describió otras danzas:
|
¡Oh, qué bien que baila Gil! con los mozos de barajas la Chacona a las sonajas y el Villano al tamboril. (2) |
Casi todos los autores de la época mencionan bailes, y por ellos sabemos que las seguidillas, canario, chacona, zarabanda, capona, fandango, folías, rastreado, gallarda, gambetas, paradetas y villanos eran muy populares, así como el gateado, de probable origen americano, del cual también escribe Lope:
|
Yo y la mulata sabemos un Gateado que Capona y Rastreado son cuartos y estroto plata. (3) |
A los
bailes nacidos en los bajos fondos españoles e importados de las colonias se
les clasificaba como “populares o truhanescos”. Entre ellos estaban zarabanda,
chacona, escarramán, carreterías, rastro, rastreado y gateado, en oposición a
los “bayles antiguos” y nobles como pavana, alemanda, turdión, pie de Jibao,
rey don Alonso el Bueno, etc.
Al
escarramán, que provocó muchos escándalos y censuras, y con el que se
designaba, también, a tipos del hampa, Cervantes lo convirtió en personaje de
su entremés El rufián viudo llamado Trámpagos, dándonos a conocer lo que
de ese baile se pensaba.
|
Hante vuelto divino, ¿qué más quieres? Cántante por las plazas, por las calles, báilante en los teatros y en las casas, has dado que hacer a los poetas ….. Han pasado a las Indias tus palmeos. ….. Bailes pasaron en la edad del gusto, con apretada y dura residencia, pero llevóse el tuyo la excelencia. |
Este
entremés termina festivamente con una serie de danzas: “… el personaje llamado
Escarramán baila la Gallarda, y todos cantan”, enumerando en su canción los
bailes más gustados de la época:
|
Muden el baile a su gusto, que yo lo sabré tocar: el canario, o las Gambetas, o al Villano se lo dan, Zarabanda, o Zambapalo, el Pésame Dello y más; el Rey Don Alonso el Bueno, Gloria de la antigüedad. |
En otro de
sus entremeses -La Cueva de Salamanca- Cervantes vuelve a ocuparse de
los bailes “truhanescos”, y nos dice lo que las personas “serias” pensaban de
ellos:
|
Pancracio: Dígame, señor mío, pues los diablos lo saben
todo, ¿dónde se inventaron todos estos bailes de las zarabandas, zambapalo y
dello me pesa, con el famoso del nuevo Escarramán? Barbero. ¿Adónde? En el infierno; allí tuvieron su
origen y principio. |
Mucho se ha
escrito y especulado sobre la chacona y la zarabanda; poco se sabe sobre cómo
se bailaban. Cervantes, en La ilustre fregona, describió alegremente
cómo y entre quiénes se practicaba, así como los sentimientos que provocaba
entre los espectadores. Comenzaba invitando a todos los que quisieran bailarla,
pues “… que el baile de la chacona es más ancho que la mar”.
A
continuación, indicaba a los bailarines que trajeran sus “castañetas” y
ofrecieran un tributo al diablo, ya que éste “de la chacona nunca se suele
apartar”.
Y
proseguía:
|
El baile de la chacona encierra la vida bona. Hállase allí el ejercicio que a la salud acomoda, sacudiendo de los miembros a la pereza poltrona. Bulle la risa en el pecho e quien baila y de quien toca, del que mira y del que escucha baile y música sonora. Vierten azogue los pies, derrítese la persona y con gusto de sus dueños las mulillas se descorchan. El brío y la ligereza en los viejos se remoza, y en los mancebos se ensalza, y, sobre todo, se entona. Que el baile de la chacona encierra la vida bona. ¡Qué de veces ha intentado aquesta noble señora, con la alegre zarabanda, el pésame y perra mora, entrarse por los resquicios de las casas religiosas a inquietar la honestidad que en las santas celdas mora! ¡Cuántas fue vituperada de los mismos que la adoran! Porque imagina el lascivo, y al que es necio se le antoja. Que el baile de la chacona encierra la vida bona. Esta indiana amulatada, de quien la fama pregona que ha hecho más sacrilegios e insultos que hizo Aroba; ésta, a quien es tributaria la turba de las fregonas, la caterva de los pajes y de lacayos las tropas, dice, jura y no revienta, que a pesar de la persona del soberbio zambapalo, ella es la flor de la olla. Y que sola la chacona encierra la vida bona. |
Muchas
otras danzas se ejecutaban en el teatro; en la segunda mitad del siglo se
mencionan, entre otras, la alemanda, branle de Inglaterra, caballero,
contradanza, contrapás, dama, hacha, danzas de espadas, gitanos, granduque,
mariona, marizápalos, marachines, morisca, nizarda, pavana, pavanilla,
pasacalle, pie de Jibao, rugero, saltarello, sarao francés, tarantela,
torneo turdión, zambra, y una serie de danzas cuyo nombre sugiere importación
americana y filiación negra o mulata: campeche, gayumba, paracumbé, cumbé,
yeyé, guacarito, guajira, zarambeque, retambo, tamborito, indio, americano.
Las danzas
y bailes fueron ocupando cada vez mayor espacio dentro de los entremeses, hasta
que terminaron por independizarse de ellos, desarrollándose el “baile” -o “baile
entremesado”- como género dramático, en forma de pequeñas piezas en las que la
danza tenía mayor importancia. Emparentados con ellos estaban los “fines de
fiesta” -llamados también mojigangas-, los matachines o follas -en donde la
danza juega ya el papel principal- y las jácaras, en las que se representaba,
cantaba y bailaba lo acontecido a algún individuo tramposo o ingenuo, dando
origen a la serie de “chascos” y “engaños” que formaron el argumento de
numerosas tonadillas, sainetes y ballets.
Como en épocas
anteriores, la danza teatral fue blanco de ataques en nombre de la moral. El
reinado de Felipe III (1599-1621) -de quien se escribió: “danza muy bien y es
la cosa que mejor hace y de que más gusta”4 -fue, sin embargo, particularmente hostil a la danza
teatral. En 1600 se redactó una petición para que las comedias “con sus dichos
y acciones y meneos y bailes y cantares lascivos y deshonestos” (5) fuesen prohibidas.
En 1615 se amonestó a las mujeres de teatro, ordenándoseles:
Que no representen cosas, bailes ni cantares, ni meneos
lascivos y deshonestos o de mal ejemplo, sino que sean conformes a las danzas y
bailes antiguos, y se dan por prohibidos todos los bailes de “escarramanes”,
“chaconas”, “zarabandas”, “carreterías” y cualquier otros semejantes a éstos,
de los cuales se ordena que los tales autores y personas que trajeren en su
compañías no usen en manera alguna, so las penas que adelante irán declaradas,
y no inventen otros de nuevo semejantes con diferentes nombres.(6)
El público español supo, a pesar de esta y otras muchas
prohibiciones, defender las danzas y bailes de que tanto gustaba, negándose a
asistir al teatro cuando no las había. Y las entradas mermaron a tal grado, que
la Junta de Hospitales, a cuyo beneficio se administraban los corrales,
escribió a Felipe IV: “Señor, desde que no hay bailes no hay entradas, y los
pobres se mueren”. (7) El
monarca procedió a autorizarlos, derogando los decretos que contra el teatro
había promulgado su padre. Y, se dice, ni las más acerbas críticas pudieron
impedir que en su propia corte se bailaran toda clase de bailes “truhanescos”.
El
Corral del Príncipe
Teatro del Príncipe o Corral del Príncipe fue un corral de comedias de la ciudad
española de Madrid. En la actualidad el Teatro Español ocupa el mismo solar. Se
comenzó a edificar el 7 de mayo de 1582 y fue inaugurado el 21 de septiembre de
1583 con una pieza representada por Vázquez y Juan de Ávila. La propiedad del
mismo era de la Cofradía de la Pasión y de la Soledad, la cual, aproximadamente
en 1580, al mismo tiempo que adquiría el Corral de la Pacheca compró dos casas
pertenecientes al doctor Álava de Ibarra, médico de Felipe II, y otra que fue
vendida por don Rodrigo de Herrera. En tal lugar, en la calle del Príncipe y
aledañas, se levantó este lugar fundamental en la historia del teatro clásico
español del Siglo de Oro.
El teatro constaba de tablado, vestuario, gradas para hombres, 95 bancos
portátiles, corredor para las mujeres, aposentos o balcones con ventanas de
hierro y rejas o celosías, canales maestras y tejados que cubrían las gradas.
El patio fue empedrado y se confeccionó un toldo que defendía del sol «pero no
de las aguas».
Posteriormente se edificó en el solar un teatro de obra, que fue uno de los más
importantes del país. En 1849 se convirtió en el actual Teatro Español, que es
el único teatro de Madrid que realmente se corresponde con un antiguo corral de
comedias.
En 1995 Andrés Oñoro y Enrique Ortega
son los arquitectos encargados de la ampliación del teatro que alberga sala de
ensayos, biblioteca, sala de exposiciones, oficinas, almacenes y el café del español.
Calle del Príncipe, 25 - 28012
Madrid
https://rutadeteatros.wordpress.com/2012/06/05/corral-del-principe-hoy-teatro-espanol/
La ejecución de la danza teatral se fue haciendo
poco a poco más complicada, y la necesidad de una técnica dio auge a los
maestros especializados, que escribieron tratados como el Discurso sobre el
arte del danzado (1642) de Juan de Esquivel Navarro. Con excepción del
baile acompañado de pantomima, a fines del siglo XVII se ejecutaban en el
teatro español las mismas danzas que se bailaban en sociedad y entre el pueblo.
El carácter de la danza teatral española era diferente del tipo de danza
-ballet- que se importó, de Francia e Italia, para los espectáculos de la
corte. No fue sino hasta el siglo XVIII, bajo Felipe V y sus dos esposas
italianas, que la danza académica franco-italiana se impuso en España,
provocando la decadencia y desaparición de los bailes y de muchas danzas del
siglo de oro, algunos de los cuales fueron finalmente absorbidos por la
zarzuela de carácter nacional.
EL BALLET DE CORTE
Los teatros de los
Reales Sitios de Aranjuez, La Granja, La Zarzuela, La Casa de Campo, y el
Palacio del Buen Retiro con su coliseo o corral de comedias y su teatro
flotante en medio de un estanque, fueron escenarios de magníficos espectáculos,
al estilo de los de la corte de Versalles.
El Corral
del Coliseo. Hipótesis de reconstrucción virtual. Secciones de sala y
escenario.
El
Coliseo del Retiro vio estrenar numerosas obras del Siglo de Oro. Lope de Vega
y Calderón fueron dos de los autores más representados. En el XVIII, ya con los
Borbones, pasó a convertirse en un teatro de ópera barroca, uno de los más
fastuosos de Europa, con el rey Fernando VI como mecenas y Farinelli “Il
Castrati” como principal estrella. Desapareció definitivamente con la guerra de
la Independencia, pues el Ejército de Napoleón dejó destrozados tanto el
Palacio como el Parque del Buen Retiro tras utilizarlos durante cuatro años
como cuartel general y fábrica de armas. Las imágenes que adjuntamos son
pinturas al óleo del italiano Francesco Battaglioli sobre las escenografías
del Real Coliseo del Buen Retiro durante el reinado de Fernando VI y Bárbara de
Braganza. En los cuadros se puede apreciar la fastuosidad de las
representaciones operísticas en el Coliseo.
por
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En ellos había
música, verso, canto, danza y complicadas tramoyas, tomando parte, a menudo, la
familia real y la nobleza. Había “máscaras”, “dramas u óperas en música”,
“serenatas escénicas”, “óperas jocosas”, “composiciones” dramáticas”,
“intermedios” y “dramas pastorales”. En el estilo del ballet de corte francés,
algunas de las producciones más relevantes durante el siglo XVII fueron: La gloria de Niquea,
Aranjuez, 1622, con la reina, la infanta y sus damas bailando el turdión; El
jardín de Falerina, texto de Calderón de la Barca y música de Juan Risco,
presentado en 1648 en la boda de Felipe IV y Mariana de Austria; El Nuevo
Olimpo (1648) y La Púrpura de la Rosa, de Calderón de la Barca que,
con motivo de la boda de Luis XIV con
María Teresa, se presentó en 1660.
A semejanza de Francia e Italia, tanto
la ópera como el ballet formaban parte de estos espectáculos, pero en España se
gestaba, dentro de ellos, la zarzuela. En 1626 se había presentado La selva
sin amor, égloga pastoral enteramente cantada, de Lope de Vega.
Posteriormente Calderón, como organizador de espectáculos para la corte, se
convirtió en uno de los precursores de este género, escribiendo y montando
obras como El laurel de Apolo, Hado y Divisa y Ni amor se libra de
amor, en las cuales la actuación, el canto, la música y los ballets eran
enmarcados por las elaboradas tramoyas del ingeniero Florentino Cosimo Lotti.
La primera fiesta de zarzuela tuvo lugar en el Palacio de la Zarzuela, el 17 de
enero de 1657. Allí se representó El golfo de las sirenas, de Calderón.
En ella, Zarzuela interviene como un personaje, dando, posteriormente,
su nombre a este género. Estas obras eran casi siempre de tema mitológico o
pastoral.
El siglo XVIII, que se inició con el
reinado de Felipe V de Borbón, nieto del rey Sol, fue una época de marcada
influencia franco-italiana. La contradanza y el minueto se impusieron en los
salones cuando fue maestro de danza de la corte el francés Pierre Rameau. (8) Durante veinticinco años, bajo Felipe V y Fernando VI, el gran cantante
italiano Carlo Broschi llamado Farinelli, organizó, como director de los
teatros Reales, una serie de suntuosas fiestas y espectáculos. Poco a poco, la
influencia italiana empezó a predominar, y numerosas compañías visitaron España
o se establecieron en ella. El rey invitó, en 1703, a un grupo italiano que se
presentó en el Buen Retiro y, en 1709, la compañía de los Trufaldines (9) se estableció en Madrid, abriendo, con el patrocinio real, su propio
corral.
Los grandes gastos que ocasionaban las
espléndidas producciones de los teatros Reales y la invasión de italianos, que
el auge de la ópera y el ballet traía consigo, provocaron fuertes censuras e
hirieron los sentimientos nacionalistas. Los opositores a estos espectáculos
escribieron, en la época de Fernando VI, que “los caudales de la corona se
consumían entre los cómicos y danzantes”. (10) Estas quejas
continuaron hasta que, en 1764, por orden de Carlos III, los Sitios Reales
dejaron de producir espectáculos a gran escala. Sin embargo, la ópera y el
ballet se establecieron en los teatros públicos. Siguieron llegando músicos,
cantantes, bailarines, actores y mimos italianos y, hacia el tercer cuarto de
siglo, casi no había ciudad importante que no tuviera su “teatro italiano” con
su propia compañía de ópera y ballet.
EL
BALLET EN ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII
PANORAMA
EUROPEO
Hacia 1780, cuando el ballet aparece en el Coliseo de
México, este arte había ya abandonado la corte de Francia y se había instalado
en el teatro, sufriendo una gran transformación. El siglo XVIII fue época de
profundos cambios para el ballet; una serie de figuras revolucionarias lo
desarrollaron y lo enriquecieron en todos sus aspectos, llevándolo a
convertirse en un arte completo e independiente.
A lo largo
del siglo XVIII, el talento y la personalidad de grandes bailarines -Dupré, los
Vestris, los Gardel, Dauberval, entre otros muchos-, elevó la técnica masculina
a grandes alturas de virtuosismo, pero era sólo un divertimento intercalado,
sin relación dramática alguna, en las óperas, y un pretexto para exhibir el
virtuosismo técnico de los ejecutantes.
Mientras
tanto, algunos grandes maestros (11) -Weaver, De Hesse, Hilverding, Angiolini,
Noverre- trabajaban y experimentaban, fundamentando algunos sus teorías por
escrito, para hacer que el ballet dejara de ser un accesorio de la ópera y
adquiriera vida propia, expresión y profundidad. Jean-Georges Noverre
(1727-1810) publicó en 1760 sus Lettres sur la Danse et sur les Ballets,
en las cuales expuso su filosofía estética, que ejerció una gran influencia
sobre el ballet de su siglo.
En su
libro, Noverre atacó los ridículos vestuarios, máscaras y extravagantes pelucas
usadas por los bailarines de la época -especialmente en la ópera de París-, y
pidió que se reformaran buscando la verdad histórica y lo natural. Dentro de la
corriente de su época, en la que hubo una intensa preocupación por resucitar la
pantomima de la Roma antigua, exigió también que en la danza hubiera acción y
expresión basadas en una unión armónica de baile y pantomima. A los bailarines
les aconsejó que renunciaran a hacer meras exhibiciones de técnica y que se
preocuparan más por trasmitir, por medio de la pantomima, el sentido de la
danza, la cual “es como un poema”, alegando que existe un abismo entre los
despliegues técnicos y el verdadero genio. A los maestros les enseñó que la
danza debía aprender a hablar “el lenguaje de las pasiones”, que un ballet
debía ser dramáticamente coherente, que los pasos debían ser consecuencia de
los sentimientos que se deseen expresar y no simples rutinas, y que “un ballet
bien compuesto debe ser expresivo en todos sus detalles y hablar al alma a
través de los ojos”. También pidió que hubiera una estrecha concordancia entre
la música, la coreografía, el libreto, la escenografía y el vestuario. Sus
principios, sus enseñanzas y sus obras contribuyeron en gran medida a dar
madurez al “ballet de acción>”, que marcó una nueva era en la historia de la
danza teatral.
Noverre
tuvo numerosos y brillantes discípulos, que llevaron sus enseñanzas y sus
ballets por toda Europa, aportando también sus propias obras, enriqueciendo y
desarrollando el ballet de acción y formando, a su vez, discípulos
distinguidos.
Tanto en la
teoría como en la práctica, la importancia del maestro Gaspare Angiolini
(1731-1803) es tan grande como la de Noverre. Influenciado por el maestro
vienés Frans Hilverding (1710-1768) y sus teorías sobre el ballet de acción,
creó en Viena, en 1761, su ballet Don Juan o El convidado de piedra -con
la música de C.W. Gluck-, que constituye una piedra de toque en la historia del
ballet. Su influencia, a través de sus numerosas obras y de sus discípulos, fue
muy grande y se extendió también por toda Europa, contribuyendo enormemente al
desarrollo y florecimiento de ballet de acción.
El ballet
en el siglo XVIII tuvo un carácter internacional, contribuyendo principalmente
los italianos y franceses con su tradición y estilos propios, a su desarrollo y
brillantez. Desde Lisboa hasta Moscú, los teatros de ópera proliferaron bajo el
mecenazgo de príncipes y monarcas. París, Stuttgart, Milán, Venecia, Nápoles,
Viena, Berlín, Copenhague y San Petersburgo fueron algunos de los centros más
importantes de la época. Londres, que poseyó una compañía nacional, pero en
cuyas temporadas se reunían anualmente las más grandes figuras internacionales,
tuvo, como centro de experimentación y creación y como aglutinador de talentos,
un lugar de primera importancia. El ballet floreció también en los teatros de
provincia, que reflejaban el gusto y los estilos de las grandes capitales. Las
familias de bailarines se sucedían sin interrupción, y numerosas dinastías,
muchas de ellas activas durante más de cien años, viajan muy seguido por toda
Europa. Los grupos ambulantes se multiplicaron y, presentado espectáculos que
comprendían desde niños bailarines, maromeros, equilibristas y mimos, gasta
grandes óperas y ballets, recorrían el continente actuando en fiestas, ferias y
teatros.
Los ballets
eran de diversos géneros: bufos, heroicos, trágicos, pastorales, tragicómicos,
etc. Sus temas abarcaban desde los típicos “chascos” y “engaños”, descendientes
de la farsa popular y de la Commedia dell´Arte, hasta los grandes temas
mitológicos, históricos y heroicos. También se llevaron al ballet obras de
autores como Shakespeare, Cervantes, Voltaire, Goldoni y Metastasio. Muy de
moda estuvieron también los temas “exóticos”, de países lejanos en el tiempo y
en espacio. Entre ellos, los temas de Nuevo mundo constituían una fuente
inagotable de exotismo, y en ellos se presentaba al “noble salvaje”, como lo
concebía el siglo XVIII, oprimido por la tiranía europea.
Entre
muchos otros, se crearon, con temas americanos, los siguientes ballets: Les
Inacas du Pérou (Antoine Bandieri de Laval), París, Ópera, 1735, en Les
Indes Galantes de J. P. Rameau); Scoperta dell´America de Cristoforo
Collombo (Gaspare Angilioni, Turín, 1757); Montezuma ou La Conquete du
Mexique (G. Angilioni, Viena, 1775); Les Mexicains, (Londres, 1775);
Gli Spagnuoli nel Messico (Luigi Bardotti, Turín, 1781); Colombo
nelle Indie (Domenico Le fevre, Náples, 1784); Guatimozin, ossia La
Conquista del Messico (Paolo Franchi, Milán, 1787); Gl´Inglesi in
America (G.B. Giannini, Nápoles, 1787); La Conquista del Perú (Domencio
Ballon, Venecia, 1787); Cortés tradito dal cacico di Cholula (Francesco
Ricci, Génova, 1788); Cora o La Vergine del sole (Gaetano Gioja, Milán,
1795); Pizarre (Sébastien Gallet,
Londres, 1797); Les Incas (Jean Coralli, Viena, 1800) y Le Mariage
Mexicain (Londres, 1800).
Sobre la
paternidad de las obras y los derechos de sus autores no había reglas
definidas, y aunque llegaron a suscitarse disputas y controversias, en la
práctica cualquier maestro o bailarín podía repone, cambiar, o hasta plagiar
libremente las obras de sus maestros y colegas. Los mismos temas podían ser
tratados, en diferentes versiones, por quien lo deseara. Esto creó una especie
de patrimonio internacional, facilitando un amplísimo intercambio de ideas,
temas y estilos en toda Europa y sus ecos llegaron, en los últimos veinte años
del siglo, a los principales centros americanos: México, Charleston, Nueva
Orleans, Boston, Filadelfia, Nueva York y La Habana, hacia los cuales emigraron
numerosos maestros y bailarines, ya invitados por los teatros, huyendo de la
revolución francesa, de los motines de Santo Domingo o, bien, por cuenta propia
para probar fortuna. (12)
Tampoco
existí un estilo especial en la música, ni compositores especializados en
escribir para el ballet. Hasta los albores de la época romántica, la música
para ballet consistía, en su mayor parte, en una mezcla de fragmentos de arias
de ópera y melodías de moda, arregladas al gusto y necesidades del coreógrafo.
Las primeras excepciones de importancia fueron las colaboraciones de Gluck con
Angiolini. No había tampoco funciones exclusivamente de ballet; éste se
presentaba por lo general dentro de las óperas u obras dramáticas, en sus
intermedios, o después de ellas.
La técnica
había alcanzado un alto nivel, y dos escuelas predominaban, disputándose la
primacía: la escuela francesa, que se basaba en la nobleza, la gracia,
la elegancia, la rapidez, y el aplomo, y la escuela italiana, que se
fundaba en la fuerza, la rapidez y la brillantez, logrando espectaculares
alardes de virtuosismo. A los bailarines se les clasificaba, según su físico y
técnica, en tres géneros principales: bailarines “nobles” o de “género serio”,
de “medio carácter” y “grotescos” o “de carácter”. En Italia existían además
los mimos o ballerini per le parti, que se hacían cargo de la parte
pantomímica de los ballets, mientras que los bailarines propiamente dichos se
ocupaban de las partes puramente danzantes.
El ballet
del siglo XVIII habría de pasar a la Nueva España mediante los italianos
establecidos en España, donde desde la segunda mitad del siglo y especialmente
entre los años 1787 y 199, el ballet vivió una época de florecimiento que es
casi desconocida y que aún no ha sido exhaustivamente investigada. (13)
EL
BALLET EN ESPAÑA
Desde los años cincuenta, Barcelona contaba con su
compañía de ópera y ballet, y la seguían en importancia Cádiz, Valencia,
Sevilla y Mallorca, entre otras ciudades. En Madrid, los teatros de la Cruz y
del Príncipe presentaban obras dramáticas, con intermedios cantados y sainetes
para finalizar, ejecutándose ocasionalmente danzas españolas en los intermedios.
El corral de los Trufaldines -que había sido inaugurado en 1738 como teatro o
coliseo de los Caños del Peral- (14), fue
formalmente dedicado, en 1787, a presentar ópera italiana y ballet, añadiéndose
así un tercer teatro a la capital española. La temporada se iniciaba en abril,
hacia la pascua, terminando en febrero del año siguiente.
Durante la cuaresma, el teatro de los Caños del Peral
ofrecía conciertos de “música seria”, mientras que en Príncipe o la Cruz se
presentaban compañías de volatineros, mimos y equilibristas, a los que se
agregaban bailarines de los Caños del Peral y algunos de sus coreógrafos, que
montaban ballets bufos y pantomimas. También se organizaba anualmente una
compañía para presentar, en los Sitios Reales, “con el mayor esmero y decencia,
todo género de dramas teatrales, funciones de música, bayles y pantomimas. (15).
Antes de
inaugurarse oficialmente el nuevo teatro, se publicó su reglamento. En él, se
le ponía bajo la Junta de Hospitales, que administraba todos los teatros a
beneficio de los hospitales de la ciudad. Como medida de protección al arte
nacional, se dispuso, además, lo siguiente:
Siendo de desear que la ópera
italiana vaya preparando no tan sólo otra ópera española, sino también
contribuya a la mayor perfección del teatro nacional; podrá la Junta de
Hospitales sustituir óperas españolas a las italianas. Aunque la Junta podrá
tener de donde quisiere los cómicos para este teatro, procurará se prefieran
los músicos nacionales o domiciliados en el reyno; y para las composiciones
españolas podrá valerse de las dos compañías establecidas en esta corte. (16)
La
compañía de ballet, con veintiocho miembros bajo la dirección de Domenico
Rossi, estaba estructurada, siguiendo los modelos italianos, por primeros
bailarines serios, grotescos, bailarines de medio carácter y cuerpo de baile o
figurantes, y durante toda su existencia estuvo alimentada, principalmente, por
bailarines procedentes de los teatros de Italia. El estreno tuvo lugar el
sábado 7 de enero de 1787, con la ópera, Il Medonte de Sarti, y los
ballets Dido Abandonada y Los villanos en la corte.
En 1774, Noverre había escrito con orgullo: “… yo
estaba formando a Dauberval, Asselin, Pantaloncini, Lolly, Nency, Le Picq,
Binetti, Rossi, Derossi, Viganó, Ablechtscherin, y a muchos otros que han
llevado mi nombre y mis ballets a Italia, España y Portugal”. (17)
Entre ellos estaba Domenico Rossi, quien
habría de regir durante doce años los destinos del ballet en Madrid.
Domenico
Rossi es una personalidad muy interesante; para conocer su carrera es necesario
seguir sus huellas por toda Europa. Nació en Milán, probablemente a mediados de
la década de 1740, y recibió su formación con los mejores maestros de su
tiempo: Angiolini y Noverre. Inició su carrera profesional en Viena, entre 1762
y 1765, en el cuerpo de baile de la compañía de Angiolini, distinguiéndose particularmente
en el famoso Don Juan de su maestro. En 1765 aparece en Venecia, como
primer bailarín, bajo la dirección de Vincenzo Galeotti. Entre 1765 y 1767
estuvo en Roma, Venecia y Milán, con coreógrafos como Giuseppe Salomoni y
Antonio Terrades, antes de regresar a Viena. Allí reaparece en 1768, como uno
de los miembros más brillantes de la compañía de Noverre, destacando como
excelente bailarín e iniciándose en la coreografía. En 1772 hizo su primera
aparición en Barcelona, España, al frente de una compañía y, en 1776, dirigió
la de los Sitios Reales en Madrid, ya casado con la hermosa y talentosa
bailarina alemana -también favorita de Noverre- Geltrude Ablechtscherin-Rossi. (18)
A partir de ese año y hasta 1782 fue
coreógrafo y primer bailarín del teatro de San Carlo de Nápoles -uno de los más
importantes de Italia-, compartiendo ambos puestos con otro célebre alumno de
Noverre: Charles Le Picq. En 1782 y 1783 lo encontramos como primo ballerino
serio e inventore di balli en la Scala de Milán. Su repertorio siguió muy
de cerca el de sus maestros Angiolini y Noverre. También fue coreógrafo, por lo
menos en cinco temporadas, del famoso teatro en Via della Pergola de Florencia.
Entre 1785 y 1786 trabajó en los teatros de Pisa, Padua y Piacenza, regresando
a España como primer bailarín y coreógrafo para la apertura del teatro de los
Caños del Peral.
La fuerte
personalidad de Rossi se impuso pronto en Madrid; para la temporada de
1788.1789 lo encontramos no sólo como primer bailarín y coreógrafo, sino como
director absoluto del teatro. Dio así mayor relieve a la compañía de ballet,
contrató estrellas internacionales y realizó espectaculares producciones que
alcanzaron costos inusitados, provocando la indignación y la crítica de los
nacionalistas que se oponían a los espectáculos italianos.
La
importancia de Rossi y su renombre internacional se ponen de manifiesto cuando
consideramos la cantidad de bailarines y maestros de primera magnitud que
viajaron a Madrid para trabajar bajo sus órdenes. Muy fácil hubiera sido para
él permanecer como dictador absoluto del ballet madrileño y, sin embargo,
continuamente invitó a maestros cuyas producciones alternaron con las suyas y
que trabajaron también como bailarines. Nombres como Pietro Angiolini y su
hermano Pasquale, Gaetano y Ferdinando Gioia, Domenico Magni, Carlko Augusto
Favier, Evangelista Fiorelli, Lauchelin Duquesny, Giovanni Battista Giannini,
Nicola Ferlotti, Gennaro Magri -es el autor del Trattato Teorico-Prattico di
Ballo-, Gaspare Ronzi, Gaetano Guidetti y Giovanni Monticini, enriquecieron
en diversas temporadas el repertorio del teatro de los Caños del Peral,
mientras que bailarines como Salvatore y Giovanni Viganó, María y Juan Medina,
Rosa Pelosini, Ana Tantini, Camilla Dupetit Banti, Felicitá Banti, Teresa
Marzorati Monticini y Giuseppina Radaelli contribuyeron con su talento a
dar mayor brillantez a la compañía.
Durante la
temporada 1788-1789, Rossi montó El desertor francés, La victoria de
Tamerlán sobre Bayaceto o La Roxana, El Prado de Madrid y La diversión
campestre, reponiendo, de Noverre, Medea y Jasón y El juicio de Paris.
Uno de los estrenos más importantes fue le del Convidado de piedra. Comparando
el libreto del Don Juan de Angiolini con el de la versión de Rossi,
observamos que éste introdujo nuevos episodios y dio mayor relieve al personaje
de Arlequín -sirviente de don Juan- que ahora él mismo interpretaba (19).
La
temporada 1789-1790 fue especialmente brillante. A la compañía se incorporaron
los primeros bailarines serios Salvatore Viganó y Rosa Pelosini y los primeros
bailarines de medio carácter María medina -a la que muy pronto, como señora
Viganó, le esperaban
grandes triunfos internacionales- y a su hermano Juan, quien años más tarde
habría de dirigir el ballet de México. Entre los grotescos destacaban Anna
Tantinoi, Giovanni Viganó y Gennaro Magri, y en el cuerpo de baile estaban
otros miembros de la familia Medina: Antonio y José Medina y Teresa Latour
Medina.
El
jueves 23 de abril se anunció el Divertimento de los paysanos, “en el
que saldrá toda la compañía de bailarines completa, y por la primera vez, los
señores Juan Medina y María Medina, naturales de Madrid, y primeros bailarines
de medio carácter fuera de concierto”. (20)
El público se entusiasmó con los excelentes
bailarines y vio con orgullo a sus compatriotas, los Medina, competir
airosamente con Viganó y Pelosini. En julio apareció en el Diario de Madrid
un “Elogio a los actores, actrices, bailarines, ornato y orquesta de la ópera
italiana” que se expresaba así:
En lo tocante a bailarines, es preciso confesar que la Pelosini y la
Medina, forman la más gustosa y noble competencia; aquélla con los afectos, y
ésta con la gracia; no siendo menos apreciable la [competencia] que se advierte
entre Viganó y Medina, por el fuego y la expresión del uno, y la finura del
otro. (21)
Opiniones como ésta encendieron los ánimos y el
público se dividió en dos bandos. En agosto se publicó otro artículo en el que
se elogiaba la figura, gracia y elegancia de María Medina y se decía que: “Viganó
y [Juan] Medina van en competencia, bien que el primero nos gusta por su
figura, aunque tibio galán, y el segundo por su trabajo y lucimiento”. (22)
Las fiestas de la coronación de Carlos IV tuvieron
lugar en 1790, y se dice - esto no ha sido confirmado todavía por ningún
documento- que Jean Dauberval y su esposa, madame Théodore, visitaron Madrid
para tomar parte en ellas. Allí conocieron a Salvatore Viganó, quien ya se
había casado con la hermosa María Medina. Dauberval habría de ejercer una
poderosa influencia sobre Viganó, y es probable que también Juan Medina haya
tenido contacto con el maestro al mismo tiempo que su cuñado, o quizá antes,
pues en enero de 1790 se anunció El desertor, “compuesto por el Sr.
Dauberval y puesto en escena por el Sr. Juan Medina”. No sería remoto que
Medina haya sido, el algún momento, discípulo de Dauberval, pues su repertorio
como coreógrafo, tanto en España como en México, incluía varias obras de ese
maestro. Dauberval, entusiasmado con los Viganó, los invitó a bailar con él en
Londres. Salvatore y maría abandonaron la compañía de Rossi para bailar en
Londres, Burdeos, Venecia, Dresde, Hamburgo, Praga, Berlín y Viena, donde los
esperaban gloriosos triunfos. Hacia 1800 se separaron; Salvatore continuó su
carrera como uno de los más grandes coreógrafos de su siglo hasta su muerte, en
1821, y María murió en París en 1833.
Durante
la temporada 1790-1791 Rossi estuvo ausente; no se sabe si por la oposición que
sus lujosas producciones y exagerados gastos había despertado, o por
compromisos en el extranjero. La compañía fue dirigida por Carlo Augusto Favier
y tuvo como primeros bailarines a Favier y su esposa Ángela Durand-Favier, a
Juan Medina, Camilla Dupetit-Banti y Luisa Durand. En el repertorio de esa
temporada destacan El matrimonio por gratitud, La aldeana espirituosa, La
fuerza del amor, la versión de Favier de Mirsa y Lindor de
Maximilien Gardel, y Adelaide de Guesclin o El sitio de Lila, que más
tarde Medina habría de montar en México. Esta fue la última temporada de Medina
en Madrid, que abandonó, para trabajar como primer bailarín en la no menos
importante compañía del teatro italiano de Cádiz, bajo la dirección de Favier.
Hacia 1794 asumió la dirección de dicha compañía y, poco después, se iniciaron
los trámites para su viaje a la Nueva España, contratado como director de la
compañía del Coliseo de México.
A la
compañía de Madrid regresó Domenico Rossi, y con él aparecieron gaetano Gioia y
Pietro Angiolini, a quienes pronto, siguieron sus respectivos hermanos,
Ferdinando Gioia y el excelente bailarín grotesco Pasquale Angiolini. Estos
ilustres bailarines y coreógrafos entre 1793 y 1795, alternaron sus actividades
entre Madrid, Lisboa y Milán. Gaetano Gioia dirigió, en 1793, la compañía que
inauguró el teatro de San Carlos de Lisboa y tomó parte, como primer bailarín y
coreógrafo, en las temporadas de cuaresma de 1794 y 1795 en el teatro Alla
Scala de Milán. Pietro Angiolini montó en Lisboa, entre 1793 y 1796, no menos
de dieciocho ballets, viajando constantemente entre Madrid y Lisboa, pues
formaba parte, también, del elenco de la compañía madrileña durante las
temporadas 1791-1792, 1792-1793, y 1794-1795.
Muchos
ballets importantes se vieron en esas temporadas en los Caños del Peral. Entre
los más sobresalientes estuvieron La muerte de Cleopatra, Alejandro y
Apeles, Doña Inés de Castro, Adele de Ponthieu, La primera edad de la inocencia
y Psiquis y Cupido de Rossi; Las amazonas modernas, Aquiles en Sciro,
Los filósofos fingidos y La muerte de Atila, de Angiolini; Las astucias
morosas y Orbek de G.B. Gianinni, y la primera versión de La fille mal
gardée vista en Madrid, de Lauchelin Duquesny, estrenada el 14 de
septiembre de 1793.
Para
1795 y 1796 el elenco cambió casi por completo, y el teatro fue invadido por
bailarines procedentes de la Scala de Milán: el primer bailarín y coreógrafo
Giovanni Monticini y su esposa Teresa Marzorati-Monticini, y las primeras
bailarinas Giuseppina Radaelli y Giuseppina Spontoni. Entre los grotescos
estuvieron Evangelista Fiorelli y Luisa Cellini-Fiorelli, gaetano y María
Guidetti, Geltrude Danunzio, Pasquale Angiolini y Piero Bedotti. Nicola
Ferlotti se incorporó más tarde, y en 1796-1797 se anunció a “Jean-Pi, primer
baylarin del mismo teatro, habiéndolo sido igualmente de los de París, Burdeos,
y otros principales de Francia.” (23)
Las ambiciosas producciones de Rossi y sus colegas
siguieron presentándose tres años más, y sus costos y las pérdidas del teatro
continuaron provocando críticas y amargas quejas de la Junta de Hospitales.
Ésta brillante época llegó bruscamente a su fin en 1799. Un edicto suprimió el
teatro de los Caños del Peral, invitando a los italianos a retirarse a su país
y estipulando que, en lo sucesivo, se presentarían solamente obras españolas. Todavía
se llevó a cabo una última temporada en 1799-1800, bajo la dirección de Carlo
Augusto Favier.
Rossi,
por su parte, encontró trabajo inmediatamente en Lisboa, donde dirigió la
compañía del teatro de San Carlos entre 1799 y aproximadamente 1805. Después de
esa fecha, su rastro se hace más difícil de seguir. Durante las temporadas
1806-1807 y 1810-1811 estuvo un señor Rossi como coreógrafo del King´s Theatre
de Londres -muchos de cuyos ballets llevan los mismos títulos que Rossi montó
anteriormente-, pero ignoramos si se trataba de Domenico. (24) Las últimas
menciones de su nombre provienen de la Scala de Milán, donde aparece un Domenico
Rossi como segundo bailarín en 1814, en el papel de Teodoto en Cesare in
Egitto de Gaetano Gioia en 1815, como autor de Narciso e le Grazie y
en el papel de Curzio en Le Sabine a Roma de Salvatore Viganó en 1820. (25) Sin embargo, la
edad de Rossi no le permitía seguir bailando, y estas últimas menciones pueden
referirse a un homónimo -y tal vez pariente- más joven: Giuseppe Domenico Rossi
o De Rossi.
El
edicto de 1799 rompió brutalmente con la brillante tradición de ballet que
Madrid empezaba a tener, (26) y la zarzuela empezó a tomar auge, con sus bailes y
divertimentos “nacionales”. Sin embargo, una danza de origen popular se había
refinado y fusionado con el ballet académico, dando origen a la danza española
de escuela, que habría de florecer brillantemente, a su vez, en el ballet de
más allá de los Pirineos.
LA ESCUELA CLÁSICA DEL BOLERO
Durante el reinado de Carlos III, la danza española
más popular fue el bolero. Su origen no es muy claro. La
tradición atribuye a Antonio Boliche, Manchego y Sebastián Cerezo, sevillano,
su invención, en la segunda mitad del siglo XVIII. Se cree que Cerezo, bailarín
de la corte, se basó en el bolero popular y lo enriqueció con pasos de ballet y
con elementos de fandango, el polo y la tirana. Sus discípulos continuaron
refinándolo, y pronto se diferenció completamente de las otras formas populares,
convirtiéndose en una forma teatral llamada Escuela Clásica del Bolero,
que exigía a los bailarines un entrenamiento académico y una gran destreza. Su
ejecución requería posiciones en dehors, pies apuntados, elaborados port
de bras, equilibrio, claridad en el fraseo, elevación, precisión en las
intrincadas combinaciones y dominio de las castañuelas, que siempre lo
acompañaban. Hacia el segundo cuarto de siglo XIX, se introdujo el trabajo en
puntas para las mujeres y una complicada batterie para los hombres.
Su
coreografía contenía, además de pasos populares estilizados, numerosos pasos
académicos como asemblés, battements, brisés, cabrioles, entrechats,
glissades, jetés, pas de bourrée, pirouettes, sissonnes; todo ello con una
terminología propia: matalaraña, por ejemplo, equivalía a un pas de chat con
sissonne; panaderos a coupé y glissade en tournant;
escalerilla, a changements de pieds; campanela a ronds de jambe;
trenzado a entrechat.
Pronto fueron introducidas en esta escuela otras
formas populares: las seguidillas -que se desarrollaron hasta convertirse en
rivales del bolero mismo-, el olé, el jaleo, la jota valenciana, las
sevillanas, los panaderos, el vito, el fandango y sus variantes -murcianas,
granadinas, malagueñas, rondeñas, javeras, peteneras- y otras muchas. Una de las
bailarinas más distinguidas de la primera época de la escuela bolera fue la
famosa Caramba, María Antonia Fernández (1751-1787).
Rasgo característico de los españoles ha sido
siempre escandalizarse de cuanta danza ellos mismos han inventado. Así, el
bolero no se libró de ser acremente condenado y de adquirir una pésima
reputación. En 1794 se publicaron unos versos “a una señorita que quería
aprender el bolero”, en los que se advertía que:
|
El bolero se ha
inventado para arruinar
las conciencias atrayendo
consecuencias fatales… ….. Es el bolero
fomento de consecuencias
funestas, sus acciones
nada honestas, y su exercicio
violento. Es fiero y cruel
tormento de las almas
timoratas, ocasiones
inmediatas de perderse la
inocencia, y es la más
segura herencia de las gentes
insensatas. (27) |
La
danza clásica española habría de alcanzar su apogeo internacional hacia
mediados del siglo XIX, cuatro grandes figuras como Dolores Serral, Lola de
valencia, Josefa vargas, Manuela Perea la Nena, Mercedes y Luís Pavía, Pepita
de Oliva, Petra Cámara, Rosa Espert y Mariano Camprubí, entre otros, la
llevaron con gran éxito a los escenarios extranjeros. Esta forma de danza había
adquirido ya un refinamiento, una elegancia y un estilo tan propios, que su
influencia se dejó sentir fuertemente en el ballet romántico, cuyas grandes figuras
-Fanny Elssler, Marfie Taglioni, Marie Guy-Stéphan entre otras- la introdujeron
en su repertorio y, más tarde, habría de reflejarse en muchas de las grandes
creaciones de Marius Petipa en Rusia.
NOTAS
|
Ramos Smith, Maya (1979), “La danza teatral en España
en el siglo XVII; El ballet en España en el siglo XVIII”, en La danza en
México durante la época colonial, México, Alianza Editorial Mexicana-
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1990, pp. 47-76.
1.- El maestro de danzar. 2.- Al pasar el arroyo. 3.- El premio del bien hablar. 4.-Salazar, Adolfo, La música en España, 2 vols. Buenos
Aires, 1972, p. 90. 5.- Díaz de Escobar, Narciso, y Francisco de P. Lasso
de la Vega, Historia del teatro español, 2 vols. Barcelona, 1924. Vol.
1, periodo 2, cap. 5, 208. 6.- Ibid., pp.208-209. 7.- Ibid., cap. 1, p. 134. 8.- Autor del tratado La Maitre a Danser, París,
1725. 9.- De Truffaldino, personaje de la Commedia dell´Arte. 10.- Muñoz, Matilde, “La ópera y el teatro real”, Historia
del teatro en España, Madrid, 1965, cap. 1, p. 31. 11.-El término “maestro de ballet” indicaba en esa
época, no sólo la enseñanza, sino la coreografía y la dirección de una
compañía. 12.- La historia del ballet en Cuba y los Estados
Unidos es muy interesante y rica. En Cuba se han realizado estudios
esporádicos al respecto. En Estados Unidos, Lillian Moore (1911-1967), la
gran pionera de la investigación, dejó valiosos artículos y monografías sobre
el ballet de su país en los siglos XVIII y XIX. La investigación se ha
enriquecido posteriormente con los trabajos recientes de Mary Grace Swift,
Barbara Baker y otros. En América Latina o Iberoamérica, Claire H. de
Robilant ha sido la pionera, y su archivo y diversas colecciones se
encuentran en el NRCD de la Universidad de Surrey, en Inglaterra, y cubren
principalmente Brasil, Uruguay, Argentina y Chile. En Perú, país de rica
tradición, la investigación parece ser inexistente. 13.- El único estudio que menciona breve y muy superficialmente
este periodo es The Dancing Spaniards, de Anna Ivanova, Londres, 1970. 14.- Fue construido en el sitio donde se encontraban
los lavaderos publicados llamados Caños del Peral. En ese mismo sitio se
erigió el Teatro Real, inaugurado en 1850. 15.- Diario de Madrid, 30 de marzo de 1787. 16.- “Reglamento para el mejor orden y policía del
Teatro de la Ópera, cuyo privilegio se ha servido conceder el rey a los
Reales Hospitales, aprobado por S.M., y comunicado a la Sala de Alcaldes para
su publicación, en virtud de la Real Orden de 11 de diciembre de 1786”, Ibid.,
19 de enero de 1787. 17.-Noverre: “Introduction au Ballet des Horaces ou
Petite Réponse aux grandes Lettres du Sieur Angiolini”, Oeuvres, vol.
3, pp. 29-30. 18.- La pareja se separó y en la década de 1780
Geltrude viajó a Londres, donde con Le Picq obtuvo grandes triunfos. En 1785
bailaron en Varsovia y en 1786 se establecieron en San Petersburgo, donde
ella aparece en los programas como señora Ablechtscheroin-Le Picq. 19.- El libreto de la versión de Rossi apareció en el Diario
de Madrid el día de su estreno, 10 de enero de 1788. 20.- Diario de Madrid, 23 de abril de 1789. 21.- Ibid., 26 de julio de 1789. 22.- Ibid., 21 de agosto de 1789. 23.- Ibid., 11 de mayo de 1796. 24.- Guest, Ivor, The Romantic Ballet in England,
Londres, 1972. Apéndices A y B. 25.- Gatti, Carlo, Il Teatro allá Scala nella Storia
e nell´Arte, Milán, 1964, vol. 2, pp. 170, 174, 175. 26.- Barcelona invocó los fueros de Cataluña y continuó
con las representaciones de ópera italiana y ballet. 27.- “Décimas a una señorita que quería aprender el
bolero”, Diario de Madrid, 12 de enero de 1794. |
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