FASCISMO
Y CATOLICISMO EN ITALIA
GUERRA
Y PAZ (1913 -1926)
Un
poco de historia
Las
formas jurídicas en las que Estado e Iglesia se han relacionado a lo largo de
los últimos siglos, se pueden resumir en cuatro formas muy distintas, según el
historiador Giacomo Martina:
Separación
pura.
Responde a los principios y a las tendencias del liberalismo anglosajón, ajeno
al pronunciado anticlericalismo de los países latinos, que se convierte en
simple hostilidad a cualquier tipo de religión y que es el fruto de una
determinada situación histórica. El Estado no profesa ninguna religión
particular, no reconoce en su territorio ninguna sociedad religiosa dotada de
plena soberanía e independencia; pero concede a los ciudadanos libertad plena y
efectiva en el culto y en la actividad religiosa. La Iglesia no recibe ayuda
alguna del Estado, pero goza de plena libertad en el nombramiento de los
obispos y de todos los cargos eclesiásticos. El Estado, por su parte, exenta a
los eclesiásticos del servicio militar y reconoce los efectos civiles del
matrimonio religioso. Este tipo de separación pura se aplica, sobre todo, en
Estados Unidos de América. Tal situación ya había sido determinada,
virtualmente, por la Constitución Federal
de 1787.
Separación
parcial. El Estado se confiesa incompetente en materias
religiosas, considera a la Iglsia como una sociedad privada, e incluso, le
reconoce algunos privilegios que la ley concede a las personas morales en
nombre del bien común. Bélgica constituye el ejemplo más característico de este
sistema. En 1830 se llevó a la separación de Holanda y al nacimiento de un
Estado belga independiente bajo un nuevo soberano, Leopoldo I, de la casa de
Sajonia. La Constitución de 1831
reconocía la plena libertad de la Iglesia: “La libertad religiosa y del culto
público, lo mismo que la libre expresión de las opiniones en todas las
materias”. “El Estado no debe intervenir en el nombramiento de los ministros de
ningún culto, ni impedirle que se comuniquen con sus superiores o que publiquen
sus resoluciones”. El matrimonio civil precede al religioso, en el Art. 117 se
dice: “que los salarios y pensiones de los ministros de la religión fuesen
pagados por el Estado”. En el siglo XIX, Bélgica se convirtió en el único país
europeo en el que la Iglesia estaba gobernada por el Papa: efectivamente, sólo
en Bélgica (prescindiendo de Irlanda, que aún no gozaba de plena libertad) los
obispos eran nombrados directamente por el Papa.
Separación
hostil. Se desarrolla en todas las naciones latinas: España,
Francia, Portugal, Italia, México y en diversos Estados de América Latina, como
reacción natural contra la unión demasiado estrecha entre la Iglesia y el
Estado, propia del Antiguo Régimen. Pude discutirse si el nombre de separación
es el más indicado para expresar la compleja realidad subyacente. Muchos
prefieren el de “jurisdiccionalismo aconfesional”. El jurisdiccionalismo en la
época liberal, defiende al Estado de las injerencias y de los peligros que
representa la Iglesia para la sociedad civil. Este mismo no sólo no reconoce a
la Iglesia como sociedad soberana, independiente y con poderes legislativos,
sino que, en muchas ocasiones, ni siquiera le reconoce los derechos que
corresponden a una sociedad privada. Los fenómenos se verifican en Francia en
1790, y de nuevo en 1905; en Italia, a partir de 1850, en el reino de Cerdeña,
y luego en toda la península, donde el nuevo reino aplica las leyes sardas, en
España, en la segunda parte del siglo XIX, en Portugal en 1910, en México en la
segunda mitad del siglo XIX, y entre 1914-1936, y en otros estados de América
latina en periodos diversos.
Sistema
concordatario. La Iglesia es reconocida como religión oficial del Estado.
El Vaticano ha preferido siempre la solución concordataria a la separatista,
sosteniendo que la primera responde mejor a sus principios sobre la naturaleza
de la Iglesia, sociedad independiente y soberana, y ofrece mayor garantía
jurídica contra el peligro de injerencias estatales. Ésta es la razón por la
que en la época liberal siguen multiplicándose los concordatos y a un ritmo
superior al de la época precedente. Entre Pío VII y Pío X se estipularon 30
concordatos.
Para concluir, recordaremos la razón por
la que estos esquemas pueden aplicarse a la historia de las relaciones
Estado-Iglesia de los últimos dos siglos, pero hoy día ya no. En la primera
mitad del siglo XX, la diplomacia Vaticana desarrolla una política
internacional con naciones mayoritariamente católicas (Italia, España,
Portugal), firmando concordatos que reconocen al catolicismo como religión de
Estado
Guerra
y paz (1913-1921)
Las
tensiones acumuladas en la primera década del siglo comenzaron a abrir grietas
en el orden internacional en Europa, Asia y América. En 1910 se iniciaba la
revolución nacional en México y en 1911, otra revolución abatió el milenario
Imperio chino. En ese mismo año, estalló el conflicto entre Italia y Turquía en
el Mediterráneo. La victoria italiana en 1912 debilitó a Turquía, y alentó a
los estados balcánicos a la lucha. En el transcurso de dos años, toda la región
de los Balcanes estaba desestabilizada, y atrajo la atención de Austria y de
Rusia. La chispa que prendió en incendio fue el atentado terrorista serbio
contra el Archiduque austriaco Francisco Fernando en Sarajevo. El ultimátum
austriaco a Serbia puso en movimiento el complicado sistema de alianzas
internacionales. En el giro de pocos meses, Europa precipitaba en la guerra. En
agosto de 1914 se enfrentaron los llamados “Imperios centrales” (Austria,
Alemania y Turquía), contra la coalición de Francia, Inglaterra y Rusia,
llamada “Entente”.
Italia, aun si era formalmente aliada de
Alemania e Austria (con la Triple Alianza) desde el siglo XIX, se declaró
neutral. Durante un año los italianos fueron espectadores de la matanza que se
llevaba a cabo en los frentes occidental y oriental del conflicto. El Partido
socialista y la Iglesia eran pacifistas.. Los liberales y los nacionalistas
simpatizaban con la Entente, y muchos de estos estaban a favor de la
intervención. El gobierno evaluaba los riesgos y los beneficios de la
neutralidad o la intervención a favor de uno de los dos bandos, presionado de
un lado, por los pacifistas (socialistas), y del otro lado, por los llamados interventistas (intervencionistas,
liberales y nacionalistas).
Dos perspectivas
opuestas amenazaban ahora con dividir a los católicos italianos. Por un lado,
1.
Estaba la posición necesariamente
neutral de la Santa Sede: una posición lineal, desde la invitación del nuevo
pontífice Benedicto XV, (1) a
una pronta paz entre las Naciones en la encíclica AD Beatissimi apostolorum principis de noviembre de 1914, a los
augurios reiterados de concordia y paz, que habrían de alcanzar un climax en
agosto de 1917 con la célebre Nota
pontificia enviada a las potencias en lucha, con la finalidad de provocar la
conclusión. La posición del Vaticano era seguida por los católicos clericales.
2.
En cambio, estaba el intervencionismo
oportunista de amplios sectores del alto clero y de los vértices de las
organizaciones católicas. Finalmente quedaba el intervencionismo espontáneo de
los católicos liberales y nacionalistas, que ya se habían expresado antes en la
guerra líbica de 1911-12. Un buen número de católicos, respaldaban las iniciativas
que fueran congruentes con los intereses y aspiraciones nacionales. Para evitar
fracturas y crisis de conciencias, la Iglesia dejó en plena libertad a los
católicos para orientarse sobre la cuestión de neutralidad o la guerra.
Tras una fase de indecisión,
inmediatamente sucesiva a la entrada en guerra de Italia, las posiciones se
aclararán y, después, los católicos italianos apoyarán la intervención. Esta
postura favoreció una compactación del frente interventista –que incluía a
liberales, nacionalistas y católicos- contra el pacifismo radical de los
socialistas.
El 24 de mayo el ejército italiano abrió
el fuego en la frontera austriaca, inaugurando así un nuevo frente de la guerra
europea. Los sacerdotes los alentaban y los obispos los apoyaban, aunque el
enemigo era tan católico como ellos. El soporte espiritual de los clérigos fue
tan destacado, que “el soldado italiano nunca tuvo que temer que la suya no
fuera una guerra lícita y bendita por la Iglesia”.
El apogeo del sentimiento
patriótico y nacionalista se alcanzó, con todo, delante de una derrota
desastrosa. En septiembre de 1917, una ofensiva austriaca en Caporetto rompió
el frente oriental, y una gran avanzada enemiga amenazó con la invasión de todo
el Norte de Italia. El ejército italiano, sin embargo, logró resistir en el río
Piave durante meses hasta que, en el otoño de 1918, logró repeler al enemigo en
el Monte Grappa y en Vittorio Veneto. Los italianos avanzaron victoriosos hacia
el norte y el este, remontando las cumbres de los Alpes vénetos hasta llegar a
la meseta del Carso. El 4 de noviembre, las armas callaron. La “Gran Guerra”
había terminado. Más de seiscientos mil italianos habían muerto en los campos
de batalla.
La Primera Guerra Mundial fue una
experiencia desgarradora y revolucionaria para el país. En 1918 el Jefe del
Gobierno, Vittorio Emanuele Orlando, (2) dijo que “esta gran guerra era al mismo tiempo la mayor revolución política y
social que recuerda la historia, incluso por encima de la Revolución francesa”.
La experiencia bélica,
en suma, “fue de importancia decisiva para los católicos italianos; había
demostrado, de una vez por todas, su espíritu patriótico”.El
viejo anticlericalismo cerrado y rencoroso de los liberales, masones y
radicales, se antojaba ya completamente anacrónico.
La unión de patriotismo y catolicismo
impulsó la voluntad de los católicos de involucrarse en la vida política
nacional. Hubo muchos episodios que provocaron, en el transcurso de la guerra,
momentos de gran tensión en las relaciones entre la Iglesia y el Estado, como
fue la confiscación del Palacio Venecia, que era sede de la embajada austriaca
en la Santa Sede. Sin embargo, el episodio más grave y delicado, que llevó a un
debate en el cual fue involucrada la persona misma del pontífice, ocurrió en
consecuencia de la famosa Nota de
Benedicto XV a los jefes de los pueblos en guerra. La expresión “masacre
inútil” empleada por el pontífice fue, la más duramente criticada; los
católicos italianos fueron acusados injustamente de “derrotismo”.
La iniciativa diplomática de la Santa
Sede, en suma, fracasó y el Ministro de Asuntos Exteriores Sidney Sonnino (3),
expresó su hostilidad hacia la Nota pontificia
en el Parlamento. La toma de posición del Ministro Sonnino provocó la caída del
gobierno Boselli (4),
a quien los católicos retiraron su apoyo.
Entre finales de 1918 e inicios de 1919,
al fin, también el problema d la presencia política de los católicos italianos
dio un giro. La Santa Sede siempre se había opuesto al nacimiento de un Partido
católico. Sin embargo, ahora por primera vez, gracias a la apertura de
Benedicto XV, manifestó una notable disponibilidad.
La tarea de formar el Partido católico
recayó en el joven sacerdote siciliano, Don Luigi Sturzo, (5) quien desempeñaba el cargo de secretario de la junta directiva de Acción
Católica. Sturzo formula el proyecto de un partido que sea expresión de la
unidad de los católicos, pero permaneciendo laico e independiente de la
jerarquía. Para encontrar apoyos y defender su postura, se reúne, en 1918, con
el Cardenal Secretario de Estado Pietro Gasparri.(6) Gasparri nunca apoyaría a un anticlerical declarado como Sonnino, pero también
es cierto que más que el liberalismo anticlerical la Iglesia temía la
Revolución bolchevique de 1917. En el contexto italiano, la conquista de la
mayoría parlamentaria por parte de las izquierdas iba a implicar para la
Iglesia y su consistente presencia en la sociedad un riesgo mucho mayor, frente
al peligro representado por los últimos herederos lejanos de la tradición del Risorgimento.
Con el placet del
Vaticano en enero de 1919, Sturzo publica el manifiesto y el programa con los
que surgía oficialmente el Partido Popular Italiano (PPI). Aunque no llevara el
calificativo de “católico”, el partido tiene como emblema el escudo cruzado con
el mote “Libertas”: un vínculo evidente con la defensa de los valores
cristianos y la tradición cristiana medieval. Pocos días después se disolvía la
Unión Electoral. Finalmente, unas semanas más tarde, el 12 de noviembre de
1919, la Santa Sede eliminaba oficialmente en “non expedit” para permitir que
los electores católicos apoyaran abiertamente al partido de don Sturzo.
Dando la bienvenida al nacimiento de un
partido que, aún sin exhibir el nombre, era claramente católico, la Iglesia
declaraba su propósito de apuntar al Estado, “al país legal”, para orientarlo
de acuerdo con sus propios principios. La Iglesia, sobre todo, vio al nuevo
partido como un medio de lucha y protección de los católicos en condiciones
agitadas e inseguras de la posguerra.
El programa del nuevo partido remontaba al
modelo de sociedad que la Iglesia había trazado poco antes mediante las encíclicas
de León XIII sobre la fisonomía de los Estados y acerca de la solución
cristiana de la cuestión social.
Estos eran en síntesis, sus puntos
fundamentales:
· Defensa de la familia
como célula fundamental de la sociedad y, por consiguiente, lucha en contra de
cualquier ley, como aquélla relativa a la introducción del divorcio.
·
Defensa del trabajo
según los principios fijados en la Rerum
Novarum, reconocimiento de las instituciones sindicales de cualquier
orientación ideológica, reforma agraria con incentivos al fortalecimiento de la
pequeña propiedad.
· Reforma del sistema electoral con
paso del sistema mayoritario entonces vigente al sistema proporcional.
· Atención al problema del sur de
Italia y de las tierras recién anexadas a Italia.
· Finalmente, el
Art. VIII del programa: “Libertad e
independencia de la Iglesia en el
pleno cumplimiento de su magisterio espiritual. Libertad y respeto de la
conciencia cristiana considerada como fundamento y presido de la vida de la
Nación…”
En su primera cita electoral el nuevo
partido dio resultados alentadores: 20.6% de los votos y 100 diputados. El PPI
resultaba ser el segundo partido de Italia después del Partido Socialista
Italiano que había obtenido el 32.3% de los votos y 156 diputados. Era un ingreso
triunfal del mundo católico en la política, antes dominada por los liberales.
Esta irrupción católica y la gran avanzada de los socialistas, animados con un
fervor nuevo por la revolución en Rusia, conmocionaron al panorama político,
social y cultural en los primeros años de la posguerra.
Los llamados partidos de masa, es
decir, aquellos partidos que contaban
con una base social amplia, más que con una limitada clase dirigente de
notables; y, por el otro, era evidente en modo igualmente inequívoco el fin de
la hegemonía parlamentaria ejercida por más d medio siglo por la burguesía
liberal y laica de tradición masónica y heredera del Risorgimento.
Para la vieja clase política italiana esto
suponía una auténtica debacle histórica, de la cual era responsable, ante todo,
Nitti, con su reciente reforma electoral que favorecía a las nuevas formaciones
políticas.
Para manejar una
situación tan candente hubiera sido quizá necesario una coalición de las
fuerzas que habían ganado las elecciones. Al contrario, a través de un juego de
prohibiciones cruzadas –por parte de la mayoría centrista de los populares en
contra del enemigo socialista y por parte de los socialistas hacia el partido
clerical- ni siquiera fue tomada en consideración la eventualidad de formar una
mayoría constituida por los diputados de los partidos de masas.
En pocas palabras “Italia sin guía, sin instituciones, atormentada por enormes
dificultades económicas, sin posibilidad, para reacomodar ordenadamente a la
vida civil la gran masa de excombatientes, resbalaba hacia el caos”.
La situación se
deterioró en la primavera de 1920:
ü Enfrentamientos
callejeros, huelgas, ocupaciones de tierras, de fábricas y de alcaldías que
izaban la bandera roja en el norte de la península, hacían presagiar lo peor.
ü Por
un lado, se propagaron como fuego entre obreros y trabajadores del campo las
esperanzas de realizar pronto la utopía de Marx y Engels.
ü Por
el otro lado, se difundieron entre largos sectores de la sociedad, especialmente
las clases medias, el miedo, el desprecio y el odio hacia el “bolchevismo”,
alimentados por la actitud antinacionalista, desafiante y altanera de los
militantes socialistas que prometían la revancha y la venganza del proletariado
al estilo de Lenin.
En
este escenario de desorden, marcado por el fantasma de una revolución
bolchevique, nace un movimiento político totalmente nuevo, el fascismo.
Fundado en 1919 en Milán con el nombre de Fasci di Combattimento, reunió muy
pronto a un conjunto heterogéneo de elementos sociales: excombatientes,
estudiantes, obreros, desempleados, maestros de escuela, comerciantes,
activistas sindicales. El cemento ideológico del nuevo movimiento era bastante
vago y sui generis, una mezcla de socialismo, nacionalismo, anarquismo y
sindicalismo revolucionario, que lo situaba en un área excéntrica de la
izquierda radical italiana.
Los fascistas entraron pronto en
competencia, en la izquierda con los socialistas, y en la derecha con los
nacionalistas. Buscaron despejar un terreno propio aprovechando el intenso
estado de agitación social y política. En 1920 se cerraron las posibilidades
fascistas de expansión hacia el socialismo, pero la crisis de Fiume (ciudad de
Dalmacia disputada por Yugoslavia) avivó las esperanzas de hegemonizar el campo
nacionalista y el mundo políticamente amorfo de los excombatientes. Allí apuntó
el fundador y líder indiscutido del movimiento: Benito Mussolini.
Ya director del periódico oficial
socialista ¡Avanti! Expulsado del partido en 1915 por haber apoyado a la
guerra, Mussolini destacaba entre los socialistas italianos por sus posiciones
maximalistas y sorelianas. Fue, además, el más virulento anticlerical del
Partido,(7) actitud que derivaba en parte de una tradición de su familia. El nombre Benito provenía, de hecho, del
presidente mexicano Benito Juárez, famoso en Italia desde el siglo
anterior, por su política reformista hostil a la Iglesia.(8)
El programa inicial del
movimiento fascista, por otra parte, propugnaba el Estado laico y la
nacionalización de los bienes de las corporaciones religiosas. Marinetti, el
poeta futurista convertido al fascismo, hablaba incluso de expulsar al Papa de
Roma y –desvaticanizar- a Italia. Entre los jefes fascistas –llamados rases (del amárico ras: jefe).,si dominaban una ciudad o provincia, o jerarcas en general- predominaban
posiciones a medio camino entre el anticlericalismo y una vaga religiosidad
mezclada con actitudes supersticiosas. Ninguno de estos jefes era católico
practicante y algunos, incluso, pertenecieron inicialmente a la masonería. El
fascismo, en suma, no prometía nada bueno para la Iglesia, y nada hacía
presagiar el futuro histórico en acuerdo con el mundo católico.
BIBLOGRAFÍA
Maranini,
Giuseppe, Historia del poder en Italia.
1848-1967, México, UNAM, 1985.
Martina,
Giacomo, Pío IX (1867-1878), Roma,
Editrice Pontificia Universitá Gegoriana, 1990.
Jemolo, Arturo Carlo, Chiesa e Stato in Italia dalla unficazione
ai giorni nostri, Turín, Einaudi, 1981.
Pollard, John F., “Il
Vaticano e la política estera italiana”, en R. J. B. Bosworth/S. Romano
(coord.), La política estera italiana,
1860-1985, Bolona, Il Mulino.
Ridley, Jasper, Mussolini, Barcelona, Vergara, 1999
(1997), pp. 42-44 y 53-57.
Savarino, Franco y Andrea Mutolo,
Los orígenes de la Ciudad del Vaticano,
Estado e Iglesia en Italia 1913-1943,
México, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, Asociación
Mexicana de Promoción y Cultura Social, A.C., 2007.
(1) Benedicto XV (Giacomo Della Chiesa) (Génova 1854-Roma 1922) Papa de 1914 a
1922. Arzobispo de Bolonia, fue nombrado Papa tras la muerte de Pío X. La
imparcialidad entre los contendientes y el constante emeño para poner un fin a
las hostilidades fueron las características de su pontificado durante la Guerra
Mundial. Animó la participación de los católicos italianos a la vida política
permitiendo la fundación del Partido Popular.
(2)Vittorio Emanuele Orlando (Palermo 1860-Roma 1952), político de tendencias liberales, fue ministro de Educación Pública, de Justicia y de Asuntos Interiores. Fue primer ministro en la fase final de la Guerra Mundial (1917-1919). Opositor del fascismo, renunció al cargo de diputado y docente para no jurar fidelidad al Régimen.
(3)Giorgio Sidney Sonnino (Pisa 1847-Roma 1922) Hombre político y primer ministro italiano del 8 de febrero de 1906 al 27 de mayo de 1906 y del 11 de diciembre de 1909 al 31 de marzo de 1910. En principio se dedicó a la carrera diplomática y residió en Madrid, Viena y París. Tras haber renunciado en 1873, fue electo diputado; apoyó l sufragio universal. Se volvió Ministro de Finanzas y de Hacienda en los dos gobiernos de Crispi, Presidente del Consejo en 1906 y 1909 y Ministro de Asuntos Exteriores en el gobernó de Salandra en 1914.
(4) Paolo Boselli (Savona 1838-Roma 1832) Electo en la Cámara en 1870 como diputado de centro-derecha. Titular en 1871 de la primera cátedra de ciencias de las finanzas, primer ministro en 1916 con un gobierno de unión nacional para enfrentar la emergencia de la guerra. En 1929 fue uno de los redactores del proyecto de ley para la aprobación de los Pactos Lateranenses.
(5) Luigi Sturzo (Caltagirone 1871-Roma 1959), sacerdote y político italiano de origen siciliano, fue fundador y secretario del Partido Popular de 1919 a 1924. Defendió la no confesionalidad del partido y se opuso a las tesis colectivistas en materia de reforma agraria de la componente sindicalista. Contrario al fascismo y a toda forma de colaboracionismo con el régimen, fue obligado a abandonar la secretaría del partido debido a las presiones del Vaticano, favorable al régimen. Tras haber dejado Italia en octubre de 1924, vivió entre París y Londres y, al empezar la guerra, en Nueva York. Regresó del exilio en a945. En la segunda posguerra se mantuvo independiente y, a veces, crítico hacia la Democracia Cristiana (el ex Partido Popular). En 1952, bajo petición de Pío XII, intentó la formación de un bloque de centro-derecha en ocasión de las elecciones locales en Roma. En el mismo año fue nombrado senador de por vida.
(6) Pietro Gasparri (Capovallazza di Ussita 1852-Roma 1934), nació el 5 de mayo de 1852 en la provincia de Macerata, diócesis de Norcia. En 1877 fue ordenado sacerdote. En 1880 se volvió profesor de derecho canónico en el Institut Catholique de París. En 1894 fue consejero de la delegación apostólica en Washington y en 1897 encargado de preparar y guiar el Concilio Plenario de América Latina. En 1898 fue consagrado obispo en París. En 1901 fue secretario de la Congregación Extraordinaria de Asuntos Eclesiásticos, que se encarga de las relaciones de la Iglesia con los Estados. Enfrentado con el Secretario de Estado, Merry del Val, de 1904 a 1914 trabaja exclusivamente en la obra de redacción del código canónico. En 1914 Benedicto XV lo nombra secretario de Estado, cargo que desempeña hasta 1930. Con este cargo dirigió las negociaciones que llevaron a la firma de acuerdos con numerosos estados europeos. Muere en Roma el 18 de noviembre de 1934.
(7)Mussolini
en su juventud expresaba un anticlericalismo tan apasionado y mordaz, que
destacaba aun entre los socialistas italianos. Se conoce, por ejemplo, un
episodio ocurrido en 1904 en Lausana (Suiza), en donde protagonizó una disputa
religiosa, defendiendo al ateísmo: el joven socialista puso su reloj en la
mesa, desafiando a Dios que lo fulminara en cinco minutos, si realmente
existía. En sus primeros artículos en periódicos socialistas (que firmaba como hereje verdadero, solía atacar a las
jerarquías de la Iglesia tildándolas de “agentes del capitalismo”, negar la
existencia histórica de Jesús y refutar a los Evangelios como burdas
falsificaciones.
(8) Su padre Alessandro
Mussolinim era un conocido anarquista en Dovia di Predappio (Forli), el pueblo
natal de Benito. El futuro jefe del fascismo fue ateo por toda su vida, aunque
su anticlericalismo desapareciera con los años por los compromisos políticos.
Su madre Rosa, su hermano Arnaldo y su esposa Rachele, por otro lado, eran
católicos practicantes.
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