jueves, 19 de abril de 2018


FASCISMO Y CATOLICISMO EN ITALIA (1)



Es inevitable preguntarse por qué y cómo el fascismo ha pasado a la Historia como el primer movimiento revolucionario de los tiempos modernos capaz de hacer las paces con la religió y establecer un sólido acuerdo de cooperación con la Iglesia. O incluso, en ciertos países, especialmente el mundo de habla luso-hispana, como un fenómeno esencialmente católico, lo que supone una total paradoja con respecto a los orígenes, la ideología y la esencia del movimiento.
Es preciso, indagar sobre las raíces ideales y la naturaleza ideológica del fascismo, para tratar de entender su compleja y ambigua relación con el fenómeno religioso, con el catolicismo y con las instituciones eclesiásticas:
¿De dónde provenían los fascistas y cuáles eran sus referentes intelectuales?
(1) Savarino, Franco y Andrea Mutolo, Los orígenes de la Ciudad del Vaticano, Estado e Iglesia en Italia 1913-1943,  México, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, Asociación Mexicana de Promoción y Cultura Social, A.C., 2007, pp. 51-76.

 De acuerdo con el historiador Zeev Sterhell, el fascismo deriva de una escisión del movimiento socialista que converge con el nacionalismo y con el futurismo en una nueva síntesis revolucionaria. La guerra proporciona un terreno fértil para expandir a esta nueva síntesis entre las masas, que aquí adquieren esas experiencias de acción, sangre, hermandad y gloria que alimentarán los mitos fundadores de los fascismos en los años posbélicos.(2)
(2)Sternhell, El nacimiento de la ideología fascista, Madrid, Siglo XXI, 1994; Savarino, Franco, “La ideología del fascismo entre pasado y presente”, en F. Savarino et. al. (coords.), Diálogos entre la historia social y la historia cultural, México, ENSH/AHCALC, 2005, pp. 253-272.
 En sus primeras manifestaciones políticas, el fascismo se expresa en la acción directa y en la defensa apasionada de un ideal de “comunidad”, que se identifica con las ideas de estirpe y de nación. El nacionalismo radical es una componente ideológica esencial del fascismo, igual que el populismo, que se manifiesta tanto en su doctrina como en su estilo. La ideología fascista, sin embargo, no cabe en ninguna de estas categorías, no es simplemente socialista, nacionalista o populista o la suma de estos: es algo realmente sui generis, y constituye un fenómeno a parte de la historia política.
Frente a la religión cristiana, el fascismo es, ante todo, “laico”, es decir: reconoce la división categórica entre los asuntos de Dios y los del César. No pretende intervenir en la religión tradicional del pueblo o en los asuntos eclesiásticos, y mantiene una distancia prudente de todo lo relacionado con argumentos religiosos.(3) Siendo una ideología “laica” el fascismo, delante de la iglesia, manifiesta una desconfianza radical, que raya en anticlericalismo.
(3)Mussolini es descrito, en 1934, como “un laico puro quien comprende y siente el lado humano –e histórico en general- de la religión y nunca ha dejado entrever un interés en cuestiones dogmáticas, es más, ha procurado cuidadosamente evitarlas […]” Carlini, Armando, “Filosofia e religione nel pensiero di Mussolini”, en Nuova Antología, fasc. 1483, 1 gennaio 1934, pp. 57-79.
 En los años iniciales del movimiento (1919-1921) los católicos organizados formaban parte de la lista de enemigos “antinacionales” que eran atacados por los milicianos fascistas. Durante este periodo tan agitado “eran cotidianas las devastaciones –por parte de los fascistas de las cooperativas y ligas populares, de los círculos católicos; la destrucción de los sindicatos blancos y de las organizaciones obreras católicas”.(4) Algunos jefes fascistas, como Roberto Farinacci, (5) hacían, incluso, alarde de su ateísmo y antipatía por el clero católico.
(4)Jemolo, Arturo Carlo, Chiesa e Stato in Italia dalla unificazione ai giorni nostri, Turín, Einaudi, 1981, p. 196.
(5) Roberto Farinacci (Isernia 1892-Vimercate 1945) fue uno de los personajes más destacados de la Italia fascista. Interventista en 1915, participó en la fundación de los “Fasci di Combattimento” en 1919. Encabezó el movimiento fascista en la provincia de Cremona, que domino como ras durante muchos años. Inscrito a la masonería, será uno de los jefes fascistas más anticlericales durante el Régimen. Diputado en 1921, fue secretario del PNF de 1925 a 1926. Fue director del periódico IL Regime Fascista. De ideas radicales, abogó por la alianza de Italia con Alemania. En 1943 se unió a la RSI. Murió fusilado en 1945 por la guerrilla antifascista.
 El historiador Arturo Carlo Jemolo señala, al respecto, que “el fascismo es por instinto anticlerical. Los pocos intelectuales que tiene provienen del sindicalismo o bien, por las vías literarias, del futurismo, y se han alimentado, tal vez por vías colaterales, de Nietzsche y Sorel: todas proveniencias que los vuelven hostiles a la Iglesia”.(6)
(6)Jemolo, A., op. cit., p. 185.
Para los creadores del Estado italiano en el siglo XIX, así como, posteriormente, para los nacionalistas y los fascistas, el problema de la Iglesia no es solamente el temporalismo, la Cuestión romana  o las expresiones “reaccionarias” de alguno que otro pontífice o alto prelado, sino la contradicción inherente entre el principio nacional y el universalismo de la Iglesia. En Italia esta contradicción se manifiesta de manera más pronunciada que en otros países, por la presencia poderosa del Papa en el Vaticano.
Algunos fascistas acarician la idea de solucionar el problema, expulsando, sin más, al Papa de Italia. Otros más razonables, se limitan a reclamarle a la Iglesia, que se muestre, ante todo, italiana:

“Cuando nosotros le pedimos a la Iglesia que se convierta en italiana, no le pedimos, se entiende, que se convierta en nacional. Esto marcaría su fin. La universalidad es su atmósfera. Nosotros le pedimos de vivir en la realidad histórica de la nación italiana, así como vive en la realidad de todas las demás naciones. Su universalidad es comprensible y vital solo si vive contemporáneamente en cada organismo nacional”.(7)
(7)Giuseppe Bottai (Roma 1895-Roma 1952) uno de los jefes más destacados del movimiento fascista, será más tarde fundador y director de la revista Critica Fascista, y Ministro de Educación del Régimen.
 Si consideramos sus lados más extremos e intransigentes, “clericalismo y fascismo estaban muy distanciados ideológicamente. Los clericales extremistas y los fascistas extremistas reconocían esta diferencia, y permanecían hostiles unos a otros hasta el final”. (8)
(8)Tannenbaum, E. R., La experiencia fascista. Sociedad y cultura en Italia (1922-1945), Madrid, Alanza, 1975, p. 253.
 Los principios del fascismo son realmente algo que se aleja marcadamente del universo de valores cristianos.(9) Algunos fascistas están plenamente conscientes de la alteridad radical que supone su universo de valores, con respecto a la tradición cristiana, y lo explicitan en forma teórica. Julius Evola culpa a la religión cristiana de la decadencia de Occidente y aboga por un regreso a la “Tradición mediterránea”, es decir, la restauración del paganismo.
(9)“El fascismo era exaltación de la violencia, de la guerra, de aquellas doctrinas de lo irracional, de la belleza del gesto, del momento fugaz, de la manifestación del impulso vital, del fortalecimiento del individuo, que representaban justo el antítesis de la doctrina cristiana” Jemolo, op. cit., p. 191. Armando Carlini escribía, en 1934 –hablando de Mussolini-  que “ningún hombre parece más ajeno a la actitud ascética y mística propia de las lamas verdaderas y profundamente religiosas […]: la moral del fascismo fundado por él es toda una exaltación de principios fundamentalmente paganos”, en op. cit., p. 60.
 Uno de los puntos más controvertidos de esta visión criptopagana, para los creyentes cristianos, era el culto del Estado absoluto. Un culto que derivaba del idealismo hegeliano, reinterpretado en un sentido casi místico. Lo que Pío XI denunciará en 1931 con la acertada expresión statolatría pagana era realmente un concepto que, de ser realizado, llevaría a un rechazo del derecho natural y a una devoción por las instituciones políticas incompatible con el cristianismo. Para entender la relevancia de este aspecto, es suficiente citar las palabras de Mussolini y de Gentile (10) para definir el fascismo en 1932:
(10)Giovanni Gentile (Castelvetrano 1875-Florencia 1944), filósofo idealista e intelectual protagónico de la cultura italiana, en la primera mitad del siglo XX. Nacido en una familia de clase media, se tituló en filosofía teorética en 1902. Fue profesor universitario en Palermo entre 1906 y 1914, luego en Pisa hasta 1919 y, finalmente, en Roma. Fue amigo de Benedetto Croce, con quien compartió la filosofía idealista de derivación hegeliana. La variante gentiliana del idealismo se denomina “actualismo”. En 1922 inicia su compromiso político, al ser nombrado Ministro de Educación Nacional en el gobierno fascista. Como ministro, promueve una vasta reforma del sistema educativo italiano que lleva su nombre. En 1923 se inscribe al Partido fascista y, en 1925, es el autor del “Manifiesto de los intelectuales fascistas”, en apoyo al régimen. Asume, entonces, el liderazgo de los intelectuales italianos, es patrocinador de numerosas iniciativas culturales y educativas. Dirige la Enciclopedia italiana y llama a colaborar en la misma también a intelectuales no fascistas. En 1929 se opone a los Pactos lateranenses, convencido de que eran un desafío al estado laico. Sus obras son condenadas por la Iglesia en 1934. Durante la guerra se declaró católico, y exhorta a los italianos a la unidad nacional. Es asesinado en 1944 en Florencia por la guerrilla antifascista.
“[…] para el fascista, todo está en el Estado, y nada de humano o de espiritual existe, y menos tiene valor, fuera del Estado. En este sentido el fascismo es totalitario, y el Estado fascista, síntesis y unidad de todo valor, interpreta, desarrolla y fortalece toda la vida del pueblo.

[…] El Estado fascista, la forma más alta y poderosa de la personalidad, es fuerza, pero una fuerza espiritual. Esta sintetiza todas las formas de la vida moral e intelectual del hombre. […] Es forma y norma interior, y disciplina de toda la persona; penetra la voluntad y la inteligencia. Su principio […] cala en lo profundo y se incrusta en el corazón del hombre […]: es el alma del alma”. (11)
(11)Mussolini, Benito, La dottrina del Fascismo. Con una storia del Movimento fascista di Gioacchino Volpe, Roma, Istituto della Enciclopedia Italiana, 1934., pp. 5 y 7. En español: B. Mussolini, El fascismo, Buenos Aires, TOR, 1933.
 Para el fascismo, el individuo existe y tiene sentido solo dentro de una comunidad determinada, concebida orgánica e históricamente en las formas de estirpe y de nación, que tiene su máxima síntesis en el Estado.
            La ideología fascista, en suma, supone un reto formidable para el cristianismo al proponerse como un sistema alternativo de ideas, creencias y prácticas de vida, on un talante pagano, e incluso anticristiano,  en aspectos doctrinarios fundamentales. Sus premisas, sus referentes ideales y su misticismo peculiar parecen casi todos incompatibles y distantes de la religión reveleda.

El fascismo es una ideología en movimiento y en perenne construcción, dotada de una plasticidad asombrosa. Absorbe tradiciones ideales heterogéneas que tardan años en asentarse, y más tiempo aún en expresarse en una síntesis capaz de detonar sus implicaciones más radicales. Su formulación y sus ajustes están, además, influenciados por el carácter, las ideas y las elecciones de su máximo líder carismático: Mussolini.
            En el campo religioso el fascismo resulta ser, por encima de todo, pragmático y ecléctico, es decir: se enfrenta a la Iglesia y a la religión cristiana sin verdaderos dogmas, con una actitud relativamente abierta y disponible o, en todo caso, más flexible con respecto al liberalismo o al socialismo. Si índole nacionalista y populista lo lleva a incluir el catolicismo dentro de las características peculiares de los italianos que merecían ser valoradas. Entre quienes sufrieron la experiencia de la guerra existía, en efecto, la percepción difusa de que existía “una unión natural del catolicismo con la italianidad.
            Es más, el fascismo comparte algunos de sus fundamentos ideológicos con la religión católica y concuerda con ésta en una visión del mundo fundada sobre los principios y virtudes de la solidaridad. La autoridad, la jerarquía, el orden, la obediencia, la sumisión, la trascendencia, la espiritualidad. Destacan en particular dos elementos con similitudes notables:
1.      El del bien común. Fascismo y catolicismo concuerdan en la noción de que existe un “bien” de la sociedad superior a toda división interna o interés particular.
2.      Corporación. Coinciden, en la preferencia por un modelo corporativo de sociedad, que traen su inspiración principal en la Rerum Novarum de León XIII, es decir, una propuesta cooperativa y solidarista que superara los modelos sociales conflictivos clasistas e individualistas entonces predominantes.
 Los católicos italianos, por lo general, estaban conscientes de que el corporativismo fascista no era precisamente idéntico al de Santo Tomás de Aquino y de León XIII, pero reputaban que, con el tiempo, se produciría una convergencia.

En 1932 Mussolini y Gentile escribieron:
“[…] la vida, tal como la concibe el fascista, es seria, austera, religiosa: enteramente librada en el mundo sostenido por las fuerzas morales y responsables del espíritu. El fascismo desprecia la vida “cómoda”.

El fascismo es una concepción religiosa que considera al hombre en su relación inmanente con una ley superior con una voluntad objetiva que trasciende del individuo particular y lo eleva, convirtiéndolo en miembro consciente de una sociedad espiritual. Todo aquel que ante la política religiosa del Régimen fascista se ha detenido en consideraciones de mera oportunidad, demuestra no haber comprendido que el fascismo, además de ser un sistema de gobierno es también, y sobre todo, un sistema de pensamiento. (12)
(12) Mussolini, La dottrina… op. cit., p. 3
 El fascismo restituye el honor a las potencias ideales del alma y derrumba el materialismo histórico. Reclama la humanidad hacia una forma de idealismo operante, por el cual la vida recupera un valor religioso de misión y de apostolado, que tiene como principios rectores la humildad, la pureza y el sacrificio, como predicaron San Francisco, dante y Mazzini. Y tiene como meta la grandeza de la Patria, que ha de ser conducida a un grado de civilización superior con respecto a las demás naciones. (13)
(13)Meletti, Vincenzo, Civiltá fascista. Per la gioventú, per gl´insegnanti, per il popolo, Florencia, La Nuova Italia, 1933, p. 10.
 Existen otros dos valores relacionados entre sí, que suponen una virtual coincidencia de la ideología fascista con la doctrina católica:
1.      El del sacrificio. En el fascismo, significa que el hombre se supera y trasciende su condición limitada al renunciar a bienes importantes –incluyendo la vida- a favor de los máximos bienes comunes: la conservación de la familia, la defensa de la patria, el triunfo de la revolución, la grandeza nacional, la gloria imperial, etc.
2.      El de frugalidad. Quiere ser un memento  a la persona, para que no se deje deslumbrar con los placeres de la vida cómoda, es decir, el opulento estilo de vida burgués –el consumismo, diríamos hoy-. Es un recordatorio de que, en una comunidad existe una más profunda escala de valores, una jerarquía de ideales, donde el hedonismo, el disfrute de la riqueza mundana, resulta más bien despreciable, pues lleva al egoísmo, a la mezquindad y a la merma del impulso vital.
 El ideal de frugalidad, de la austeridad, significaba también la esperanza de una vida más satisfactoria, liberada de las frustraciones de las promesas incumplidas de las ideologías materialistas.

Un punto de encuentro fundamental es la fe misma. La ideología fascista supone, para los militantes, una fe de naturaleza casi religiosa. El Estado fascista, por su lado, reconoce –igual que la Iglesia-, el valor de las creencias, de los mitos, de los símbolos y de los rituales de masas. El fascismo promueve cultos y rituales parecidos a los católicos, y utiliza el poder psicológico del simbolismo para organizar a los militantes y atraer al pueblo, elaborando un aparato místico y ritual. Los fascistas tienen un sentido peculiar de lo sagrado, que se expresa en una sensibilidad y en una “pietas” que pertenecen indiscutiblemente a la esfera de la religiosidad:
Religión es el sentido del misterio manifiesto en formas determinadas. Esla obra humana que se sustenta en una concepción moral. Los dogmas que pueden reducirse a una sola verdad fundamental, y los ritos que pueden ser un solo gran rito, son la expresión esencial de la religión. Ahora un pueblo, o mejor una milicia, que enfrenta la muerte por un mandamiento, que acepta la vida en su concepto purísimo de misión y la ofrece en sacrificio, posee verdaderamente ese sentido de misterio que es el motivo fundamental de la religión, y afirma verdades que no descienden de razonamientos humanos, sino que son dogmas de una fe. De este modo, son ritos de religión los silencios recogidos de los <<camisas negras>> alrededor d sus hermanos que han abandonado la lucha terrenal, y son ritos de una religión los rezos que los fascistas cumplen junto con los sacerdotes de una iglesia, cuando circunstancias de significado particular reclaman la celebración pública del sacrificio y a invocación a Dios”.(14)
(14) Zama, Piero, Fascismo e religione, Milán, Imperia, 1923, pp. 12-13.
 En 1930 se fundó en Milán, incluso, -con el patrocinio de Arnaldo Mussolini- una “Escuela mística fascista”, precisamente para remover y profundizar las vertientes ideológicas espirituales de la Revolución fascista.

            El fascismo, es el primer movimiento político moderno que introduce consciente y sistemáticamente elementos religiosos, místicos y simbólicos en la cultura y en la práctica política, hasta convertirlos en experiencias efectivas de gobierno. De acuerdo con Emilio Gentile, el fascismo “fue el primer movimiento político del siglo XX que llevó el pensamiento mítico al poder, consagrándolo como forma superior de expresión política de las masas”.(15)
(15)Gentile, Fascismo…, op. cit., p. 149.
 Esta constatación ha llevado a este y otros investigadores a definir el fascismo como una “religión política”. (16)
(16)Emilio Gentile, en síntesis, sostiene que el fascismo:
1.       Fue caracterizado por una forma religiosa expresada en términos de lenguaje y ritual;
2.       Fue una forma de totalitarismo sacralizado que pretendía glorificar la nación y crear al “hombre nuevo”; y
3.       Asumió muchas de las funciones sociales de la religión tradicional.
Es preciso señalar que muchos de estos aspectos religiosos eran ya conocidos en la experiencia nacionalista pre-fascista. Fueron, además, mucho más destacados en el nacionalsocialismo alemán, que en el fascismo italiano.

Con respecto a su concepción mítica, el fascismo es selectivo y creativo, es decir: busca el pasado y en la tradición nacional aquéllos elementos susceptibles de convertirse en herramientas eficaces para impulsar el proyecto de palingenesia nacional.
·         El saludo romano –considerando más viril y marcial-, así, sustituye al saludo burgués;
·         El calendario de fiestas oficiales incluye a la fundación de Roma (21 de abril);
·         Las fechas de la era fascista (que comienza en 1922) se escriben con números romanos;
·         Los símbolos del fascio littorio y del águila imperial de Roma se reproducen en todos lados como nuevos iconos nacionales;
·         La arquitectura imita a los edificios de la antigua Roma;
·         Los camisas negras se agrupan en “centurias”, “cohortes” y “legiones”;
·         Mussodux (duque, caudillo; “duce” en italiano).
 Hay también fascistas –pero son la minoría- que hacen caso omiso del cristianismo y apuntan directamente a la Roma pagana. “Romanidad es paganidad”.

 Pagana y cristiana, o más bien síntesis y superación de ambas, la Roma fascista es diferente de la Iglesia. En palabras de Pío XI la “mano de Dios” había fijado la sede del Papa en “esta Roma que, de ser capital del maravilloso pero angosto Imperio Romano, era hecha por Él la capital del mundo entero, como sede de una soberanía divina que, al sobrepasar todos los límites entre naciones y Estados, abraza a todos los hombres y a todos los pueblos”. (17)La Iglesia, en suma, consideraba a Roma como la sede eminente del Magisterio universal cristiano. El fascismo, en cambio, apuntaba a la misión civilizadora e imperial de la Ciudad Eterna, en tanto capital histórica y espiritual del pueblo italiano. En ambas visiones, sin embargo, se reconocía un fondo común de admiración y respeto hacia la gran civilización pretérita.
(17)Encíclica Urbi arcano Dei, 23 de diciembre de 1922.
 Mussolini antes de asumir el poder, en 1921, se expresó de esta forma frente a una reunión de las milicias fascistas:
Elevemos […] nuestro pensamiento a Roma que es una de las pocas ciudades del espíritu que existen en el mudo, porque en Roma, entre esas siete colinas tan cargadas de historia, se ha producido uno de los más grandes prodigios espirituales que la historia recuerda, es decir, una religión oriental […] se ha convertido en una religión universal que ha revivido bajo otra forma a ese Imperio que las legiones consulares de Roma habían empujado hasta el extremo límite de la tierra”. (18)
(18) Discurso de Mussolini a los fascistas friulanos del 20 de septiembre de 1922, en Susmel, Edoardo/Duilio Susmel (eds.), Opera Omnia di Benito Mussolini, Florencia, La Fenice, 36 tomos, tomo XVIII, 1956, 1951-1962.
 La idea de echar mano a la religión para potenciar la Revolución fascista era clara para Mussolini, y condicionaba su visión política. El Duce amaba citar a Nietzche, sin embargo, reprobaba el anticristianismo escéptico del filósofo alemán. Apreciaba, en cambio, a Maquiavelo, quien había sugerido al Príncipe no ignorar a la fe religiosa, sino servirse de ella como instrumentum regni. A pesar de sus transcursos anticlericales y anticristianos, el dictador italiano llegó a admirar sinceramente a la Iglesia católica y a la religión cristiana –convertida en “católica” en Roma- por su arraigo en las masas, su potencia, su difusión universal y su capacidad de perdurar en el tiempo, atributos que la calificaban como una de las grandes hazañas de la humanidad.
            En 1922 había definido el Papa como un emperador romano cuyo dominio político y espiritual se extendía a cuatrocientos millones de personas, diseminados en cada rincón de la tierra, al punto que se puede decir que el Imperio católico, que tiene su capital en Roma, es el más vasto y el más viejo imperio del mundo. La fuerza, el prestigio, la fascinación milenaria y duradera del catolicismo están, por supuesto, en el hecho de que el catolicismo no es la religión de una sola nación o de una sola raza, sino la religión de todos los pueblos y de todas las razas. La fuerza del catolicismo –lo dice la palabra misma- está en su universalismo. El mundo laico –concluye Mussolini- no ha creado y no puede crear nada que pueda ni remotamente alcanzar a la enorme potencia espiritual del catolicismo. (19)
(19)“Vaticano, Il Popolo d´Italia, 22 gennaio 1922, en E. Susmel y D. Susmel (eds.), Opera Omnia…, op. cit., tomo XVIII, 1955, pp. 16-18.
 Años más tarde, reiterando sus críticas al laicismo y al racionalismo, volvió sobre el tema de la potencia cristiana. Reconoció que sólo la fe es capaz de mover montañas […], no así la razón. Ésta es un instrumento, pero nunca podrá ser el motor de la muchedumbre; y al comparar a Jesús con Julio César, dijo que el fundador del cristianismo fue superior al caudillo romano, porque había provocado un movimiento que duraba dos mil años con cientos de millones de adeptos y consecuencias culturales incalculables. (20)
(20)Ludwig, Emil, Conversaciones con Mussolini, México, Editorial Latinoamericana, 1957, pp. 127 y 178.
 Las consonancias entre fascismo y catolicismo son evidentes, por supuesto, también delante de sus enemigos comunes. Ambos luchan contra el individualismo, el materialismo, la masonería, el protestantismo, el liberalismo, la anarquía y el bolchevismo. La percepción de que el fascismo era el enemigo de sus enemigos fue justamente la que empujó a muchos católicos hacia el nuevo movimiento. (21) 
(21)Tannenbaum, La experiencia fascista…, op. cit., p. 242.
 Además el fascismo, igual que el catolicismo:
ü  Refuta el utilitarismo económico,
ü  Desconfía de la democracia,
ü  Rechaza el espíritu burgués, y
ü  Comparte con el mundo católico la idea que la sociedad moderna había tomado el rumbo equivocado a raíz de la revolución de 1789.
 Fascismo y catolicismo rechazan por completo una visión agnóstica y secularista de la esfera pública, con la separación entre lo público y lo privado. Buscan, en cambio, funda uno el Estado católico y el otro el Estado cristiano: estados donde la religión desempeña un papel civil fundamental para la sociedad orgánicamente entendida.

Las tareas civiles de la religión, en efecto, suponen un elemento de convergencia central del fascismo con el catolicismo en un sentido cultural amplio. El resultado es un catolicismo pragmático en virtud del cual “hombres íntimamente irreligiosos e incluso ateos o agnósticos, al mismo tiempo que niegan el contenido metafísico y dogmático de la religión católica, admiten a esta como realidad histórica, como organización y como factor político”. (22)
(22)Eschmann, E.W., El Estado Fascista en Italia, Santiago de Chile, Ediciones Ercilla, 1936 (1930), p. 74.
 Gentil explica su idea de la importancia de la religión para el Estado fascista –y reafirma al mismo tiempo, la laicidad y la supremacía de éste- en un escrito de 1935:
“La conciencia que actúa en la realidad del Estado, es la conciencia en su totalidad, con todos los elementos de los cuales resulta. Moralidad y religión, elementos esenciales de toda conciencia, no pueden, por esto, faltar en ella, pero no pueden no ser subordinados a la autoridad y ley del Estado, fusionadas en él, absorbidas. El hombre que en lo profundo de su voluntad es voluntad del Estado en la síntesis de los dos términos de autoridad y libertad –cada uno de los cuales actua sobre el otro y determina su desarrollo-, es el hombre que en esta voluntad resuelve poco a poco sus problemas religiosos y morales. El Estado, privado de estas determinaciones y de estos valores, volvería a ser un poco mecánico, y como tal despojado de aquel valor al cual él pretende políticamente. Aut Caesar, aut nihil. 

De aquí el carácter exquisitamente político de las relaciones entre el Estado fascista y la Iglesia. El Estado fascista italiano, adherente a la masa de los italianos, o no es religioso o es católico. No puede no ser religioso, porque lo absoluto que él confiere al propio valor y a la propia autoridad, no se entiende sin relación a un Absoluto divino. Religión que tenga una base, aún una raíz y un sentido para la masa del pueblo italiano, y en la cual pueda acoplarse este sentimiento religioso del absoluto de que, voluntad de la patria, no hay más que una, salvo que no se quisiera estúpidamente en este caso, no desarrollar aquello que está en la conciencia, pero que al arbitrio, introduce aquello que no está. Y católico no se es, sino viviendo en la Iglesia y bajo su disciplina. Por lo tanto, necesidad política y reconocimiento político a los fines de la realización del Estado mismo. La política eclesiástica del Estado italiano debe resolver el problema de mantener intacta y absoluta su soberanía, también frente a la Iglesia, sin contradecir la conciencia católica de los italianos, ni a la Iglesia, a la cual, por tanto, ésta conciencia está subordinada. 

Problema arduo también éste, ya que la concepción trascendente sobre la cual se rige el sistema de la Iglesia católica contradice el carácter inmanente de la concepción política del Fascismo […]” (23) 
(23) Gentile, G., Origini e dottrina del fascismo, Roma, Librería del Littorio, 1929, republicado en R. De Felice, Autobiografía del fascismo, op. cit., 2004, pp. 247-271
 El jurista Carlo Costamagna, precisa, a este propósito que el beneficio que la sociedad recibe de la religión, depende de la laicidad. (24)
(24)Costamagna, Carlo, Dottrina del fascismo, Editrice “La Tavola Rotonda”, 1982 (1940), p. 227. Carlo Costamagna (Quiliano 1880-Pietra Ligure 19665) fue un distinguido jurista, docente de la Universidad de Roma y director de la revista Lo Stato. Fue también magistrado y senador en 1943.
 El artículo de Antonio Pagliaro en el “Diccionario de Política” del Partido Fascista, dice:
 “[…] la religión positiva asume, en el marco de la política, y del Estado como forma concreta de ésta, un doble valor. El primero es el del medio de elevación espiritual de las masas, en tanto la religión estimula al hombre a liberarse de la miseria de los instintos egoístas, para reconocerse en sus similares; y esta es una solidaridad que el Estado tiene que considerar de la máxima importancia. Pero además de esto la religión, en las formas históricas en que se ha determinado, es un elemento mismo de la nación, es decir, de aquel valor cabal en que descansa el Estado moderno como organización civil. Las formas concretas de la religión, la organización de la Iglesia, los ritos, la ética de la acción terrenal, reflejan la historia del pueblo en que fueron creadas. En la nación, que es conciencia de una solidaridad histórica, sentimiento de una comunión de espíritus, la religión expresa la forma particular con la cual un pueblo ha traducido en formas terrenas el sentimiento de la relación entre hombre y Dios, a través de la historia”.
 El movimiento fascista en marcha hacia el poder buscaba en la iglesia un aliado político y un referente prestigioso para su consolidación en un régimen totalitario. Su actitud hacia la Iglesia “fue inspirada más por el realismo político que por el fanatismo ideológico, realizando lo que se podría llamar una estrategia sincrética de convivencia, que apuntaba a asociar el catolicismo en el proyecto totalitario”. (25)
(25)Gentile, Il culto…, op. cit., pp. 136-137.
 De hecho, aunque las ambiciones y las metas del fascismo fueran totalitarias, éste resultó ser, una vez convertido en Régimen, una formación política más bien autoritaria, absolutista y paternalista, que encontraba sus límites objetivos y contrapesos, ante todo, en el carácter, en las idiosincrasias y en las tradiciones arraigadas del pueblo italiano. Era contenido, además, entre dos grandes fuerzas organizadas:
   Integrada por la monarquía y el ejército, era laica, originada e inspirada en el Risorgimento, 
La otra, la Iglesia, era confesional y teocrática, ajena al Risorgimento y, en gran medida, todavía contraria a éste. (26)
(26) Maranini, Giuseppe, Historia del poder en Italia. 1848-1967, México, UNAM, 1985, p. 295.
 “Con la monarquía y la Iglesia, Mussolini, que tenía sensibilidad política, advirtió la oportunidad y la necesidad de lograr una integración, no sólo por la fuerza organizada que representaban aquéllas dos instituciones, dentro del Estado y fuera de éste, sino también, como fuente de legitimidad. La legitimidad histórica en lo que se refería a la monarquía; la gracia de Dios en lo que se refería a la Iglesia. Para quien se presentaba a los italianos como el hombre de la providencia, venido a rescatar e integrar la herencia de la revolución nacional, ayudaba mucho la consagración real y la bendición pontificia”. (27)
(27) Ibid., pp. 295-296.
 En lo que respecta a la legitimidad histórica, la relación positiva con la iglesia proporcionaba una convergencia entre la dimensión laica y la eclesiástica, pues el fascismo se presentaba, a la vez, como la fuerza que cumplía cabalmente con las metas nacionales del Risorgimento, y que restituía a la Iglesia su dignidad y su lugar eminente para el pueblo italiano.

            La legitimidad obtenida de la Iglesia como institución, era reforzada con la que proporcionaba la religión misma, pues, el fascismo reconocía al catolicismo como una componente histórica vital de la identidad nacional italiana. El significado de este doble reconocimiento a la Iglesia, fue señalado por Paolo Romano en la revista Crítica Fascista:
“La política religiosa del fascismo […] no tiene el propósito de solucionar la Cuestión Romana, más bien busca reconocer el valor actual de la vida religiosa del pueblo italiano y la función histórica de la Iglesia católica para la grandeza y la potencia delante de sí misma y del mundo”. (28)
(28) Romano, P., “Un anno di política vaticana”, en Crítica Fascista, anno VI, n° 1, 1° gennaio 1929, pp. 8-10.
 Mussolini está perfectamente consciente de la relevancia política que tenía esta legitimidad histórica. Sin ella, le habría resultado difícil obtener los consensos de masas que tuvo durante su dictadura. El jefe del fascismo, reconocía que era imposible emprender un proyecto revolucionario y totalitario en Italia sin el apoyo fundamental de la Iglesia y de la religión, o peor, contra de ellas. Mussolini aclaró éste punto en un artículo publicado en 1934 en el periódico francés Le Figaro:

Toda la historia de la civilización occidental desde el Imperio Romano hasta nuestros días […] nos muestra que cada vez que un Estado entra en conflicto con la religión, siempre el Estado sale derrotado en la lucha. Un combate contra la religión es un combate contra lo inalcanzable, contra lo intangible; es una guerra abierta al espíritu donde éste es más profundo y más íntimo; y ya está comprobado que durante una lucha semejante las armas que puede usar el Estado, aun las más filosas, resultan impotentes a provocar heridas mortales a la Iglesia. Ésta […] se sale siempre victoriosa de los conflictos más encarnizados”. (29)
(29)“Stato e Chiesa”, Le Figaro, 18 de diciembre de 1934.
 El mundo católico vio en el fascismo a un movimiento político que, finalmente, se alejaba de la nefasta tradición liberal y socialista.

            Por su lado, la Iglesia consideraba al fascismo como un fenómeno transitorio, propio de una época determinada que abría, finalmente, la posibilidad de: derrotar a algunos de sus enemigos históricos, solucionar la vieja Cuestión Romana, establecer un concordato y acercarse a un modelo de sociedad corporativa, libre del legado de la Revolución francesa.
1.      derrotar a algunos de sus enemigos históricos,
2.      solucionar la vieja Cuestión Romana, 
establecer un concordato y acercarse a un modelo de sociedad corporativa, libre del legado de la Revolución francesa.
 Para la Iglesia, el fascismo era atractivo en un sentido amplio, sobre todo por su pragmatismo y elasticidad ideológica, que removían cualquier obstáculo serio al diálogo, que pudiera derivar de un historial de consignas rígidas y memorias hostiles. Al convertirse el fascismo en un interlocutor fuerte, entre 1921 y 1923, la Iglesia fue cada vez más empujada, o mejor dicho, obligada, a buscar un acomodamiento y abrir las negociaciones.


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