martes, 29 de octubre de 2019


TESTIMONIO MUSICAL DE MÉXICO




Estimados lectores, la música ha sido siempre agradable al oído, siempre nos ha amenizado, unas veces para alegrar el alma, otras de tristeza, pero de una manera u otra, vive con nosotros. En México siempre ha estado presente, desde la época prehispánica, hasta ahora, en bailes, danzas, fiestas, procesiones, marchas y guerras. También, para que la población viera a la institución armada como parte necesaria e indispensable de la sociedad y por medio de ejercicios militares, marchas y desfiles, provocasen admiración y respeto. Algo que hoy día, la institución militar está a la baja.
Pondré una serie de pequeños trabajos de maestros, profesores de música que van de 1760 a las postrimería del siglo XIX y los albores del XX.
            Así podrán ir leyendo e imaginando la vida de México a través de la música, los voy a ir poniendo de poco en poco, para que se piquen, y continúen leyendo. Gracias de antemano. Ahora continúo con el Doctor en Historia. Profesor investigador de la (UACM), Raúl Heliodoro Torres Medina.*




La música popular durante la Independencia



Las recientes interpretaciones históricas han señalado que nuestra independencia fue un proceso que empezó con un deseo de autonomía bajo la tutela de la monarquía española y terminó con la emancipación política que dio origen al Estado mexicano. Desde que el cura Miguel Hidalgo llamó al levantamiento armado, el 15 de septiembre de 1810, hasta la firma del acta de independencia, el 28 de septiembre de 1821, se sucedieron una serie de eventos en los que la música se convirtió en un medio de difusión ideológica, en ocasiones de manera consciente y otras de forma inconsciente. Sin embargo, para entender la música generada durante la época del conflicto armado se debe prestar atención a la que se ejecutaba 60 años antes.
            Durante la segunda mitad del siglo XVIII, la Inquisición puso atención a las diversiones públicas practicadas por los novohispanos, con el pretexto de que eran instrumento para el relajamiento moral de la sociedad. La música popular fue uno de esos entretenimientos que empezaron a ser prohibidos por el santo tribunal. Bailes y cantos como el chuchumbé, el pampirulo, el pan de manteca, las bendiciones, entre muchos otros, fueron motivo de escrutinio y censura. Uno de los más proscritos antes de iniciarse el conflicto armado de 1810 fue, sin duda, el jarabe gatuno. En diciembre de 1802 fue prohibido del bando del virrey Félix Berenguer de Marquina, en un documento que especificaba las sanciones que se aplicarían a quienes lo bailaran: pena de dos años de presidio a los hombres y de recogimiento a las mujeres, además de dos meses de cárcel a los espectadores. (1) Es cierto que en la Nueva España se escuchaba otro tipo de música, como los llamados sonecitos de la tierra, aunque no fueron tan vilipendiados como el jarabe. A continuación veremos cómo, al transcurrir los años, estas sonoridades formaron un corpus sonoro de música tradicional al cual le fueron adaptadas las letras “sediciosas” del movimiento independentista.
            A partir de los hechos ocurridos en 1810 empezaron a surgir una serie de marchas, canciones y tonadas que exaltaban las virtudes de los jefes rebeldes y de la causa emancipadora. Este tipo de música podía escucharse “entre campamentos y vivaques insurgentes, fiestas y bailes de los partidarios de la causa”. (2) Tenemos entonces dos escenarios donde se entonaban las canciones populares del periodo, por un lado, en el frente de guerra para arengar a las tropas, esto es, antes de entrar al combate y durante los descansos posteriores al mismo; por el otro, en los fandangos que organizaban los adeptos al movimiento.
            Muy poco se sabe de la música interpretada en los campos de batalla. En un espacio donde se libraban cruentas escaramuzas, la música popular sólo podía tener un carácter efímero. Las canciones se entonaban según la tradición oral, por ello no quedó constancia escrita del mensaje que se trasmitía entre la tensión, el júbilo y la alegría. Ignacio Manuel Altamirano menciona que en diferentes momentos los ejércitos insurgentes, fueran los de Morelos, Mina o Guerrero, eran afectos a cantar acerca de sus victorias y fracasos. (3)
                Las canciones de la independencia sólo se encuentran de manera fragmentaria en los procesos que se siguieron contra los insurgentes y que en la actualidad pueden localizarse en los ramos Infidencias, Inquisición e Indiferente virreinal del AGN. Las denuncias se hicieron en contra de aquellos individuos que realizaron fandangos y fiestas para difundir y exaltar los logros de los ejércitos rebeldes y la ridiculización de las huestes realistas.
            Acerca de un proceso contra varios individuos que habían organizado un fandango en Valladolid en 1813, donde se cantó y bailó El Jarabe, Las mañanitas insurgentes y otras marchas, se lee:
 que varios individuos adictos al partido de la insurrección, y aún emisarios de los cabecillas de ella, andan seduciendo y comprometiendo la quietud pública de esta ciudad, ya haciendo ofertas a la tropa para su deserción y que se pase al enemigo, ya formando juntas sospechosas en que se alaba y se vitorea al partido de los rebeldes, y ya haciendo bailes y diversiones en que se han cantado versos alusivos a la misma materia con aplauso de muchos circunstantes. (4)

            Los temas que abordan las canciones de la independencia se relacionan con la típica picardía novohispana que tanto había molestado a los funcionarios y curas ilustrados a partir de la segunda mitad del siglo XVIII. En efecto, las composiciones populares insurgentes seguían esa tradición humorística y picosa que encontramos en las tonadas de la llamada “música perseguida” por la Inquisición. Es notoria esa continuidad de desenfado chusco en las letras y en la música del periodo emancipatorio. A continuación se exponen extractos de diversas canciones que se escucharon entre los ejércitos insurgentes. Desgraciadamente no contamos con textos completos y mucho menos con las partituras.
            Entre las canciones con un sentido de fervor por los líderes del movimiento, encontramos:
Soldados valientes del señor Morelos,
avoquen cañones y hagan prisioneros,
soldados valientes del señor Negrete,
toquen a degüello y entren a machete.

Rema, indita de mi vida,
yo te enseñaré a remar,
que las glorias de Morelos
es preciso celebrar.

Por un cabo doy dos reales
por un sargento un doblón,
por mi general Morelos
doy todo mi corazón.

            Y ahora algunos versos con el clásico humor novohispano popular:
Váyanse los gachupines
a noramala
que no volverá a saber de ellos
la Nueva España.

Con balas que tiran
Los de Lobera
Juegan los insurgentes
A la rayuela.

Rema, nanita, y rema
y rema y vamos remando,
que los gachupines vienen
y nos vienen avanzando.

Viva la Guadalupana,
viva por el mundo entero,
y a todos esos chaquetas
cuero, cuero, cuero.

La voluntad no es castillo
que se rinde a fuerzas de armas,
que su rendición consiste
en la voluntad del alma. (5)

            Sin embargo, no solamente las fuerzas insurgentes hacían música bajo los términos que hemos mencionado. También los partidos de la monarquía componían sus propias tonadas para exaltar sus logros y denostar al enemigo. José María de las Casas escribió una carta al virrey Juan Ruiz de Apodaca, con fecha de 8 de agosto de 1818 en Villa de Padilla, en la cual le informaba acerca de dos composiciones que había trabajado a raíz del desembarco de Francisco Javier Mina en Soto la Marina. La finalidad de ambas canciones era pragmática: contrarrestar la panfletería que los partidos de Mina habían diseminado en la región “con miles de sofismas cismáticos y seductores”. Los versos de su primera composición titulada Canción patriótica, son claro ejemplo de la deslegitimación que se hace de la figura de Mina. Es importante remarcar que esta obra no quedó archivada en la gaveta de un escritorio, había que difundirla, por tal razón De las Casas escribe: “[…] la canción patriótica referida que dirigí por todos los lugares a gran prisa bajo de mi firma poniendo cartas particulares a cada lugar para las personas de mi más estrecha amistad”. (6)
                En su segunda composición, el autor citado explica que después de la huida de Mina del fortín de Soto la Marina, éste fue tomado por el Comandante general Francisco Arredondo y en honor al hecho compuso un jarabito. Recordemos que la tropa realista estaba formada por soldados a quienes gustaba la música popular, por ello la utilizaban los oficiales para hacerles llegar las ideas de la contrainsurgencia.
Verso
El gran General de Oriente
confundió al rebelde Mina
porque a Soto la Marina
se introdujo de repente.

Estribillo
Trajo la justicia
indulto y perdón,
la victoria, el triunfo,
como la razón
su avance tremendo,
bien organizado
infundiendo al traidor
confusión, desmayo,
su esfuerzo constante
es incomparable,
sus valientes tropas
son incontratables.

Verso
Y quien te mandó, Servando
aparecer como Obispo
en la gavilla de Mina
haciendo un papel ridículo.

Estribillo
A la gran Marina
entras con tu gente
llenando aquel pueblo
de chusma insurgente,
entre tu fortín
contra el grande […]
el ser invencible
fue tu desvarío,
ha caído Arredondo
con su fuerte brazo
y lo toma todo

Verso
Ya con esta me despido,
Santa, porque voy de prisa,
porque yo sólo he venido
de todo a tomar noticia. (7)

            Resulta interesante observar cómo en ambos bandos se usaba la música tradicional novohispana para acompañar las coplas a favor o en contra del movimiento insurgente. Éste sería el caso del jarabe. Incluso, una misma tonada podía ser utilizada para acomodar letras con diferente mensaje. Un ejemplo son las coplas rescatadas de un proceso que se siguió a los soldados del Regimiento de Infantería Urbana del Comercio de México. En 1821 fueron acusados el cabo segundo Rafael Nájera y los soldados Juan Sánchez y Laureano Amador por cantar versos subversivos a favor de la causa insurgente. Las citadas estrofas eran las siguientes:
Con esto y no digo más
debajo de serafines,
ya se pueden ir largando
estos perros gachupines.

Si te preguntan quién vive
responderás con violencia,
soy soldado de Iturbide
y viva la Independencia. (8)

            No obstante, al ser interrogado Juan Sánchez dijo que lo que cantaban era lo siguiente:
Con esta y no digo más,
lo digo con violencia:
amo a la Constitución
y no quiero la Independencia.

            Debemos entender a la música de este periodo como una especia que condimentó el espíritu de rebeldía y acompañó a los combatientes en el transcurso de la lucha. Su rápida difusión se debió, en buena medida, a que se apegó a lo que comúnmente escuchaba el pueblo, incluso, como ya mencionamos, entre la misma tropa y una gran afición por los jarabes y otros sones. Ciertamente, los militares eran asiduos a los bailes y música popular novohispana.
            Poca constancia queda de aquellas expresiones del arte popular, empero son muestras de la pluralidad de pensamiento en la sociedad de la última Nueva España que, a 200 años de distancia, siguen causando admiración entre los mexicanos que recordamos a nuestra independencia como un cambio en las estructuras políticas y una permanencia en los terrenos de los económico, lo social y lo ideológico.




NOTAS
*Torres Medina, Raúl Heliodoro, “Ejércitos y bandas de música en la Nueva España, 1760-1821”, en “… y la música se volvió MEXICANA”, México, INAH, INBA, CENIDIM, CONACULTA, 2010, PP. 22-31.
(1) Archivo General de la Nación (AGN), Indiferente virreinal, caja 5319, exp. 13, f.1.
(2) La música de México. Periodo de la independencia a la revolución, t. 2, México, UNAM/IIE, 1984, p. 12-13.
(3) Guillermo Prieto, Romancero nacional, México, Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento, 1885, pp. XX-XXI.
(4) AGN, Infidencias, vol. 63, exp. 1, f. 1.
(5) Estos versos se encuentran en AGN, Infidencias, vol. 63, exp. 1, f. 1; Gabriel Saldívar, “Mariano Elízaga y las canciones de la independencia”, en Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, t. 63, núm. 3 (mayo-junio 1947); Merle E. Simmons, “Unas canciones y poesías de la época de la independencia mexicana”, en Revista Hispánica Moderna, año 24, núm. 4 (octubre de 1958), pp. 369-379.
(6) AGN, Inquisición, caja 191, s. fs.
(7) Ídem.
(8) AGN, Indiferente virreinal, caja 5046, exp. 2, fs. 9, 16.

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