LOS
TRAPENSES
Monasterio de
Santa María la Real de Oseira es un monasterio trapense de fundación real que a
lo largo de su historia tuvo una gran importancia económica y social en la
comarca y tierras más lejanas.
La iglesia abacial fue construida entre los años
1200 y 1239 aproximadamente y está considerada como una de las obras maestras
de la arquitectura cisterciense en la Península Ibérica, con un característico
estilo románico ojival; está claramente influenciada por las iglesias de
peregrinación. Se sitúa en la parroquia de
Oseira, en el municipio de San Cristovo de Cea, provincia de Orense, España.
1. ¿Quiénes son los trapenses?
Los
monjes y las monjas trapenses pertenecen a la familia monástica que sigue a
Cristo según la Regla de San Benito, documento escrito en Monte Cassino,
Italia, en el siglo VI. El sobrenombre de "Trapense" proviene de un
movimiento de reforma que empezó en el siglo XVII en un monasterio francés, La
Trappe, en Normandía. Las comunidades que abrazan esta reforma se llaman con
frecuencia "Trapenses".
La reforma trapense tomó su inspiración de un
movimiento más amplio de reforma que había tenido lugar
dentro del monaquismo benedictino hacía 500 años, en el siglo XII, a
partir del monasterio de Císter, cerca de Dijon, Francia. El
nombre latino de Císter es Cistercium y los monasterios que siguen dicha reforma
se llaman "cistercienses". Impulsado por San Bernardo de Claraval, el
movimiento cisterciense se propagó rápidamente a lo largo de Europa hasta
llegar a ser, a fines del siglo XIII, más de 500 monasterios. Hoy
existen varias Ordenes monásticas en la familia de monasterios cistercienses.
La "O.C.S.O." se refiere al nombre oficial de los
Trapenses: "Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia",
que cuenta en la actualidad con 100 casas de monjes y 70 de monjas. Un poco más
de la mitad de dichos monasterios están en Europa.
2. Los
trapenses y el voto de silencio.
Los
monjes y las monjas trapenses tienen fama de ser personas silenciosas. De algún
modo esta impresión, que tiene un cierto fundamento en la realidad, ha llevado
a la idea de que los trapenses hagan un voto de silencio, cosa que no es
verdad. En un monasterio cisterciense hay tres motivos para hablar: la
comunicación funcional en el trabajo o durante los diálogos comunitarios, el
intercambio espiritual sobre la vida personal con los superiores o con un
hermano acompañante, y la conversación informal en ocasiones especiales.
Se integran estas razones para hablar dentro de la disciplina de mantener un
ambiente general de silencio, el cual constituye una ayuda importante para la
oración continua.
El silencio, sin embargo, se considera implícitamente
incluido en una de las promesas hechas por el monje en el momento de su
profesión monástica, a los cinco o seis años después de entrar en el
monasterio. Se promete la "conversión", es decir, fidelidad a la vida
monástica, de la cual una parte es la disciplina de mantener un ambiente de
silencio, que exige controlar la lengua. Pronto se descubre que el hablar no es
siempre la forma mejor de comunicación, que con frecuencia se utiliza la
palabra no para comunicarnos sino como encubrimiento personal. Una
sencilla actitud amistosa, silenciosa y orante comunica algo que va mucho más
allá de las palabras.
3. La vida trapense y
otras formas de vida cristiana.
Desde
el comienzo del cristianismo, las variadas formas de vida cristiana
han sido comparadas a los distintos órganos de un único cuerpo humano viviente,
órganos llamados a servirse mutuamente en la unidad y la diversidad. A
través del acontecimiento definitivo de la muerte y resurrección de
Jesús, los fieles cristianos constituyen misteriosamente el único Cuerpo de
Cristo. "Somos miembros los unos de los otros" (Ef 4,25). El
Espíritu del Cristo resucitado inspira, unifica y, al mismo tiempo,
diversifica este Cuerpo, que es la Iglesia. La vocación cisterciense o trapense
es parte integral de la misma: un fruto del Espíritu Santo, en
comunión con los obispos de la Iglesia católica romana, al servicio de toda la
Iglesia y del mundo entero.
En la práctica, las distintas vocaciones
cristianas continúan el trabajo y la presencia de Jesús a lo largo de la
historia humana. Por ellas Cristo sana, enseña, predica y sirve a través
de las personas y de los grupos llamados hoy a tales ministerios. Los trapenses
tienen conciencia de que el Espíritu de Cristo los llama a la vida sencilla,
escondida, laboriosa, orante, servicial y acogedora de una comunidad monástica
particular. Se continúa en ella los muchos años en que Cristo vivía oculto con
su familia en Nazaret, tantos momentos de su oración solitaria al Padre y la
existencia sencilla de sus primeros discípulos en Jerusalén. Se ha llamado este
género de vida el "corazón" invisible del Cuerpo de
Cristo.
4. Significado de los
trapenses en el mundo actual.
El
mundo actual está lejos de ser uniforme o consistente, pero tiene una necesidad
profunda de trascender lo que es visible, una sed tanto de espiritualidad y
misticismo como de comunidad, un deseo de unión divina. En este tipo
de cultura, la búsqueda de Dios se manifiesta a través de diversas maneras de
ir más allá de uno mismo: la prestación social, la droga, el sentido de
misterio, la oración silenciosa como parte integrante de la vida
humana. Es desde ahí donde la vida trapense se revela como sorprendentemente
significativa para el mundo actual, gracias a su espiritualidad que acentúa la
unión de la persona humana con Dios y con los otros en el misterio
transformador de Cristo.
El Abad General de los trapenses, el argentino
Don Bernardo Olivera, escribió
recientemente a este respecto: "Nuestra experiencia mística cristiana es,
en definitiva, experiencia de reforma y conformación con Cristo. Sólo así
podremos ofrecer: una orientación hasta la salida del sol de una
nueva época y un testimonio religioso para el mundo secular contemporáneo, una
contribución indispensable para el diálogo con las otras religiones y un
servicio contemplativo para las iglesias cristianas."
5. Para conocer
mejor la vida trapense:
Por
debajo del interés que muchos tienen en la vida monástica, hay algo
que se puede llamar un "monje" oculto dentro de cada persona. Se
trata de la imagen de Dios impresa en el ser humano por su Creador. Estamos
hechos por Dios y para Dios. La vida monástica responde a esta orientación
radical de nuestro ser: la necesidad de vivir intensamente para Dios, sea
individualmente o junto a otros hermanos en comunidad.
Más
concretamente, puesto que la oración está en el corazón de la vida del monje,
siempre que se quiera se puede conocer mejor la vida monástica, al dedicar 10 ó
20 minutos al día para tu propia oración o a la lectura orante de la Sagrada
Escritura, sobre todo del Nuevo Testamento. Este ritmo de oración es
especialmente importante si buscas tu lugar en la vida, tu vocación: máxime si
crees que Dios te llama a una comunidad monástica.
Para conocer aún más sobre la vida
trapense en particular, lo mejor es pasar unos días en la
hospedería del monasterio. Hay que ponerse en contacto previo, por
carta o por teléfono, para reservar una plaza en la hospedería, porque es muy frecuentada.
Durante los días en la hospedería se puede hablar libremente con el hermano
hospedero, que puede ampliar la información sobre lo que se le pregunte. El que
no puede visitar el monasterio, puede relacionarse por escrito con el mismo, o
leer algún libro sobre la vida monástica o sobre la oración cristiana.
6. Los laicos y los monjes:
En
nuestros días hay un deseo creciente de parte de muchos amigos de los
monasterios de entrar más plenamente en la vivencia espiritual de los hermanos,
sin dejar de estar en el mundo como laicos. Como respuesta
a dicho deseo, se comienza a crear asociaciones de laicos, hombres y mujeres,
amigos de un monasterio particular. La finalidad de estas asociaciones es,
sobre todo, compartir la espiritualidad de los monjes: el ritmo de su oración,
el equilibrio de sus actividades, la disciplina sabia y prudente de su
ascetismo. Las estructuras de tales grupos son flexibles y dependen
principalmente de dos factores: la situación del monasterio y las posibilidades de los asociados, o de
los que quieren serlo.
San Bernardo, Abad y Doctor
San Bernardo llegó a Citeaux alrededor de la Pascua de
1112. Este monasterio, fundado tiempo antes por San Roberto, San Alberico y San
Esteban Harding, fue el primero en el que practicaba, con todo su rigor, la
primitiva regla de San Benito. En 115, San Bernardo fue enviado a fundar, con
otros doce monjes, un nuevo monasterio en la diócesis de Langres, en la
Champagne.
A principios del año 1142, se fundó en Irlanda el primer convento cisterciense. Los monjes procedían de Claraval, a donde San Malaquías los había enviado a formarse bajo la dirección de San Bernardo. Dieciocho meses después ascendió al trono pontificio el abad del monasterio cisterciense de Tre Fontane, Eugenio III, que no era otro que el Bernardo de Pisa a quien San Bernardo había conducido al noviciado.
La fama de las cualidades y poderes del santo eran tan grandes que los príncipes acudían a su arbitraje y los obispos le consultaban los asuntos más importantes de la Iglesia y se atenían con respeto a sus opiniones y decisiones. Su consejo, era para los Papas, uno de los principales apoyos de la Iglesia. Llegó a llamársele "el Oráculo de la cristiandad" . Porque Bernardo no era únicamente un fundador de monasterios, un teólogo y un predicador, sino también un reformador y un cruzado.
El día de Navidad de 1144, los turcos selyukidas se habían apoderado de Edesa, uno de los 4 principados del reino latino de Jerusalén. Los cristianos pidieron auxilio a Europa. Eugenio III encargó entonces a San Bernardo predicar una Cruzada. El fracaso de ésta levantó una tempestad contra San Bernardo, quien se había mostrado seguro del triunfo.
Bernardo murió el 21 de agosto de 1153, tenía entonces 73 años y había sido abad durante 38. Los monjes de Claraval habían fundado ya 78 monasterios. Fue canonizado en 1174 y proclamado Doctor de la Iglesia, el “Doctor Melifluo”, en 1830
San Bernardo "llevó sobre los hombros el siglo XII
y no pudo menos de sufrir bajo ese peso enorme". En vida fue el
"oráculo" de la Iglesia, reformador de la disciplina y, después de su
muerte no ha dejado de instruir y vigorizar a la Iglesia con sus escritos.
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