domingo, 16 de mayo de 2021

 

El mayor esplendor de la moda de España fue con Carlos V y Felipe II”


Carlos I y su esposa Isabel de Portugal. Copia de Rubens de un cuadro desparecido de Tiziano. Dominio público.

La moda es un fenómeno indispensable para conocer la sociedad. De la indumentaria trascienden datos históricos fundamentales, como desvela Historia de la moda en España. De la mantilla al bikini (Catarata), de la historiadora Ana Velasco Molpeceres, quien sostiene que “vestir es definir una identidad”, individual y colectiva. Del esplendor de la moda a la española con los Austrias al fenómeno Zara, pasando por las figuras de los chulapos o Eugenia de Montijo, la evolución del vestir nacional impregna (y se ve impregnada por) los cambios sociales, políticos y culturales del país.

Licenciada en Periodismo, graduada en Historia del Arte y en Geografía e Historia y doctora en Español, la autora está especializada en estudios sobre moda, cambio social, historia contemporánea y medios de comunicación. En este ensayo desgrana las particularidades de las modas españolas y cómo son útiles para conocer los cambios de las mentalidades.

Ana Velasco Molpeceres, autora del libro “Historia de la Moda en España. De la mantilla al bikini” (Catarata)

¿Qué prendas ha dejado la historia de la moda española?

La península ibérica tiene una rica tradición indumentaria. En ella tienen origen algunas prendas que han marcado la apariencia durante siglos en Occidente. El verdugo, una falda armada con aros que surgió a finales del XV, es clave, porque hasta el siglo XIX, e incluso en el XX, definió el aspecto de las mujeres. También la mantilla es importantísima. 

En la moda masculina, el traje a la española, negro, fue fundamental en Europa con los Austrias, y es probable que de esas maneras haya algo en el actual traje de hombre. También los cueros españoles finamente trabajados, el esparto, los bordados y los encajes son muy afamados.

¿Cómo se aprecia la herencia musulmana?

Es muy importante en la historia de la moda española y europea, pues los tejidos fueron admirados. Hasta el siglo XIV circulaban, fundamentalmente, a través de la península, y fueron muy célebres, por ejemplo, las labores musulmanas, como también los cueros y las sedas. En Córdoba, las manufacturas de cuero tuvieron tanta fama por la fineza que se conocen hasta hoy como cordobanes.

Numerosas prendas y tocados eran de Al-Ándalus, como los turbantes, las calzas moras, las camisas labradas o los zaragüelles, que se siguen llevando en el traje tradicional valenciano... Se puede ver la influencia también en el vocabulario (almexia, albanega, albornoz). La visión de Al-Ándalus como enfrentado a las modas cristianas no es correcta. No solo es que hubiera trasvases, es que también tenía mucho prestigio.

Labrador con zaragüelles, calzones anchos de la indumentaria masculina tradicional valenciana y murciana.

Dominio público

¿En qué época y cómo han estado más relacionados política y moda?

Su relación es constante. No se pueden separar porque la moda habla de la identidad, de cómo nos reconocemos y nos reconocen. Al entroncar con el lujo, se relaciona con la clase social, la movilidad o el estatismo y la representación del poder. En el Antiguo Régimen esta relación era más fuerte.

Ahora, la influencia de la contracultura y de la democratización y la industrialización permiten vestir, en cierta medida, al margen de esas cuestiones. Se han borrado las fronteras nacionales y de clase, porque se han popularizado unos gustos que no son elitistas (camisetas, vaqueros, tatuajes). A la vez, la influencia de la política en la moda es altísima también hoy, pues afecta a cuestiones de género y de clase. Desde ese punto de vista, quizá la politización es mayor que nunca, pues todo se lee en clave política.

¿Hasta qué punto la moda ha sido sinónimo de estatus y diferencia de clases? ¿Cuándo se acabó con esta circunstancia?

Al relacionarse con la demostración de poder, la moda se vinculó muy pronto a las élites y las dinámicas de ascensión social. Muchos expertos consideran que es en la Edad de los Metales cuando este proceso se concreta, pues surgen unos protoestados con élites que controlan los bienes de lujo y se relacionan por toda Europa. Por otra parte, la moda moderna surge en torno a los siglos XIV o XV. Con la burguesía y el surgimiento de novedades, ir a la moda cobra trascendencia.

Hoy sigue siendo una forma de diferenciación de clases, aunque, por la influencia de los movimientos sociales, la democratización y la contracultura, realmente es imposible saber de qué clase social es alguien. Puedes tener millones e ir tatuado de pies a cabeza, con unas Adidas, vaqueros rotos y camiseta, o ser el último de la fila. 

Tipos populares en la romería de San Eugenio. Obra de Inocencio Medina Vera, 1910.

Catarata

Las revoluciones liberales de principios del XIX marcaron una ruptura para los hombres que, en el caso de las mujeres, se dilató hasta la Gran Guerra o incluso la Segunda Guerra Mundial. Pero, probablemente, la gran ruptura venga con la era del plástico y la Guerra Fría.

Piezas como las caderas postizas fueron causa de excomunión. ¿Cuál ha sido la relación de la Iglesia con la moda?

La Iglesia y el poder político han ejercido injerencias en las modas. Pero nadie hacía caso de las leyes suntuarias. De hecho, para saber qué se llevaba, en general basta con ver qué se prohibía, pues esas leyes eran sistemáticamente desobedecidas. La Iglesia intentó velar por la decencia, contra el despilfarro y lo sensual, cosa que sigue haciendo.

Con Franco esta influencia se puede ver claramente, pues la moda fue cuestión de debate público, en particular en torno a las mujeres. Por ello, la moda fue y es un escenario tan importante para el feminismo. Hoy también la Iglesia promueve esa moralidad, aunque paulatinamente es más comprensiva. Otra cosa es su influencia social, muy baja y cada vez menor.

A su juicio, ¿cuál ha sido el momento histórico de mayor esplendor de la moda española?

El mayor esplendor fue la moda a la española, que se difundió con los Austrias, y en particular con Carlos V y Felipe II. No obstante, en el XIX también tuvo su importancia el majismo, que se promovió en torno a los majos y las majas y los chulos y chulapas, así como al traje de flamenca o la bata de cola, con mantillas y mantones de Manila.

Ilustración con varios tipos castizos en el Madrid del siglo XIX.

Dominio público

Esos majos/chulapos hoy se ven como parte de la cultura popular madrileña. Usted sostiene que su calado fue más hondo.

Aunque normalmente se busca imitar a las élites, en diversos momentos han estado de moda gustos populares. En el XVIII, el majismo fue un fenómeno crucial. La corte gustó de imitar a los majos madrileños. Su influencia fue tal que el traje de torero e incluso el toreo que hoy conocemos vienen de esa época. Otro momento, más vinculado a las chulapas, llegaría a finales del XIX por la influencia de la zarzuela.

¿Qué supone la mantilla en la moda española?

Es un icono de lo español. Es un manto rico que se puso de moda en torno al siglo XVII, en oposición al tapado que las mujeres llevaban en la calle (unos mantos que las cubrían enteras, dejando ver solo un ojo y las manos). Esto fomentaba desórdenes y se condenó, en diversas leyes, promoviéndose la mantilla.

https://historiacolor.wordpress.com/2016/09/25/mujer-con-mantilla-1910/

María Luisa de Orleans vestida a la española en un retrato de 1679.

Catarata

Por otra parte, la mantilla está asociada a los toros y la Semana Santa, pues a partir del XIX perdió influencia frente a los sombreros, y su uso se redujo a esos contextos, digamos tradicionales. Por eso también hoy se ve como “typical Spanish”, aunque su historia es mucho más interesante. Sin embargo, es cierto que es un símbolo de la mujer y la España de antes. Como en todos los estereotipos, algo hay de verdad en esa asociación con la España negra. Pero también mucho mito.

El franquismo paralizó el devenir de la moda. La visita de Eva Perón en 1947 supuso un punto de inflexión. ¿Por qué?

La dictadura fue extremadamente perniciosa para la economía. Franco, por mucho que se hable del “milagro económico español” en los sesenta, no supuso prosperidad. Los cuarenta fueron durísimos, la industria estaba destrozada. La Segunda Guerra Mundial impidió que, de haber habido producción, se hubiera podido exportar, y en el país tampoco había un mercado interior. 

Cuando llegó Evita Perón hizo un despliegue de poder con su ropa e impactó con su glamur. Coincidió con el fin de la Segunda Guerra Mundial y la vuelta de la moda a la normalización.

El franquismo encontró en la moda un método de propaganda. ¿Cómo la utilizó?

A partir de los cincuenta se fomentó la moda hecha en España como propaganda. Se apoyó a los diseñadores, en particular a los de la Cooperativa de la moda española, fundada por Pedro Rodríguez, pero poco más. Como hoy. La moda española se sigue utilizando como forma de propaganda de lo español. Eso es algo positivo, la moda es cultura y mueve mucho dinero y trabajo. Debe dejar de verse como algo frívolo.

El modisto español Marbel en Nueva York, en una información recogida por 'Mundo Hispánico' en 1955.

Catarata

¿Qué supusieron los años sesenta para la moda española?

A nivel internacional, una modernización de la apariencia. En España, una relajación de la moral nacionalcatólica y la apertura a las tendencias internacionales, la nueva sociabilidad y la cultura juvenil propia de la Guerra Fría. El bikini es un símbolo de la modernización, aunque sin olvidar que ese fue el discurso interesado de la dictadura.

¿Cómo no vamos a ser un país de primera si la gente viste como en las películas extranjeras? La moda fue ambivalente en eso. Los españoles parecían modernos, pero no lo eran. La dictadura fue enormemente represiva. Por eso en los ochenta hubo otra muestra de modernidad en la ropa y las maneras, contra el franquismo sociológico que estaba relativamente cómodo o transigía con los bikinis y los vaqueros.

La emperatriz Eugenia de Montijo con mantilla en una fotografía de 1856

Dominio público

¿Qué figura de la moda española es su favorita?

Admiro a Eugenia de Montijo. Entendió que la moda era política, e hizo de sí misma una forma de promoción del Segundo Imperio. Puso de moda en Francia las mantillas, que curiosamente en España se veían como poco modernas, ya que se prefería lo francés. 

Su figura está poco valorada, pese a que hizo muchas cosas. En torno a ella se construyó la industria de la moda como la entendemos hoy, y fue un inglés, Worth, quien extendió ese modelo. En 2020 se cumplió el centenario de su fallecimiento, y me parece necesario recordarla, insistiendo en su noción de moda política.

https://www.lavanguardia.com/historiayvida/edad-moderna/20210512/7443496/mayor-esplendor-moda-espana-carlos-v-felipe-ii.html#foto-2

 

 

Mujer y moda: vestidas para avanzar

HIJOS DE LOS AÑOS VEINTE


Una joven “flapper” fumando mientras lee. Fotografía de 1922. (Dominio público)

“Aunque parezcan vanas nimiedades, las prendas de ropa desempeñan, por lo que dicen, funciones más importantes que la de abrigarnos. Cambian nuestra visión del mundo y la visión que el mundo tiene de nosotros”. Son palabras de Virginia Woolf en su novela Orlando, una biografía paródica de su amante Vita Sackville-West publicada en 1928.

El protagonista, Orlando, es un aristócrata del siglo XVII que, tras un largo sopor, despierta convertido en mujer. Siendo, en esencia, la misma persona, su inesperado cambio de genitales le aboca a vivir hilarantes situaciones y a alternar la vestimenta femenina con la masculina. No es lo mismo, descubre, hablar, escribir, atraer miradas, ser escuchados o, simplemente, moverse con soltura cuando un corsé, unos tacones o unas enaguas nos encasillan en primorosas jaulas doradas de fragilidad, torpeza y decoro. 

Woolf publica su ironía sobre los límites de género al final de una década en que todas las mujeres de su generación, incluso las más tradicionales, los están cuestionando. Y lo hacen desde uno de los pocos terrenos que siempre han pisado con fuerza: la moda. Si su Orlando es andrógino, no lo son menos las flappers, que adoptan costumbres como fumar, beber, conducir, cruzar las piernas o llevar el pelo corto, hasta entonces reservadas en exclusiva a los hombres.

Libertad de movimientos, movimientos por la libertad

¿De dónde sale este afán emancipador, que tanto escandaliza a sus abuelas victorianas? Se trata, en parte, de una consecuencia imprevista de la Primera Guerra Mundial. Con los hombres en el frente, muchas mujeres europeas y norteamericanas asumen trabajos tanto sanitarios como administrativos. Su papel en las fábricas y en el campo pasa de accesorio a fundamental. En casa, toman decisiones sin preguntar. Necesitan ser prácticas y eficaces. No pueden permitirse el lujo de marearse por falta de aire, ni desperdiciar una mano útil en sostener sombrillas o en recogerse la falda a cada escalón. 

Un grupo de jóvenes en Minnesota en 1924.

Terceros

Volverse imprescindible ayuda a obtener derechos. Las sufragistas, que ya han ganado sus primeras batallas en Nueva Zelanda, Australia, Finlandia o Dinamarca, se apuntan nuevos tantos. En Canadá, desde 1917, pueden votar las viudas de guerra o las mujeres vinculadas al Ejército. En 1918 votan por primera vez las británicas mayores de treinta años y las soviéticas. En 1920, todas las estadounidenses. En la neutral España, solteras emancipadas y viudas casi lo logran un poco después: estuvieron a punto de ejercer el sufragio activo en unas municipales previstas para 1925, que finalmente no se celebraron. 

Después de la contienda, las más jóvenes y atrevidas se negarán a abandonar las pequeñas parcelas de territorio masculino conquistadas. Se acabó eso de dar recitales de piano en casa e ir a todas partes con carabina. Las formas rectas y el cabello corto se adueñan de la moda. Hacia el final de la década, hasta las amas de casa más convencionales llevarán ya el peinado Bob: ondulado o liso, corto en la nuca y algo más largo por delante, pero nunca por debajo de la barbilla. Para las más osadas quedará el estilo Eton: conciso, engominado, indistinguible de cualquier corte masculino. En el colmo de la provocación, unas pocas bohemias se atreven con corbatas, americanas, esmoquin y monóculos.

Adiós, corsé, adiós

Para la mayoría, el estilo garçonne no es tan extremo. Se reduce, simplemente, a mostrar una silueta tubular, lo más recta posible. Esto requiere un aire adolescente innato o mucha arquitectura interna para disimular senos y caderas. Se acabó el corsé, sí, pero la nueva comodidad tiene sus límites. El sujetador tiene por objeto aplastar el pecho, en vez de realzarlo. Las caderas se suavizan con fajas elásticas. Para las más curvilíneas hay modelos que van desde la axila hasta la ingle. El efecto se refuerza con una combinación de tirantes, media combinación o un conjunto holgado de camisola y culotte.

Escaparate de una tienda de moda en los años veinte.

Dominio público

En casa es perfectamente lícito recibir a las visitas ataviada con un pijama de seda, que debe lucirse, eso sí, con zapatos de tacón. La era de los pantalones elásticos y las deportivas aún queda lejos. 

Donde sí reina el confort absoluto es en vestidos, abrigos y conjuntos. Se distingue entre prendas de día, de media tarde o de noche, pero todas destacan por desdibujar la figura y favorecer el movimiento. La línea de corte cae en la cadera. Las faldas, ligeramente evasés, llevan volantes, plisados, tablillas o godets para pasear viendo escaparates, subir y bajar de automóviles y tranvías o disfrutar a placer de los nuevos bailes. Las zancadas del tango o los saltos y aleteos del charlestón serían impensables sin la ropa que los hizo posibles. 

La nueva mujer del siglo XX participa en todo el circuito comercial de la moda. Hay modistos extraordinarios, como Paul Poiret o Jean Patou, pero las nuevas reinas del diseño tienen nombre femenino. Coco Chanel, minimalista por excelencia, inventa los trajes de punto y despoja al negro de sus tintes fúnebres, sacralizando el little black dress que aún hoy forma parte de cualquier fondo de armario. Elsa Schiaparelli lleva a la moda la extravagancia del Surrealismo. Madeleine Vionnet idea fluidos drapeados y profundos escotes de espalda. Sonia Delaunay crea coloristas estampados art décoVarvara Stepanova traslada el Constructivismo a prendas deportivas o de trabajo. 

La aviadora Amelia Earhart.

Dominio público

Y es que la nueva mujer, o al menos la nueva mujer adinerada, se atreve a nadar en vez de limitarse a “tomar baños”. Esquía o monta a caballo en pantalón, juega al golf o al tenis, hace gimnasia, se broncea. Las tenistas Suzanne Lenglen y Helen Wills se cuentan entre los primeros referentes deportivos. La aviadora Amelia Earhart, primera en cruzar el Atlántico, lanza una línea de maletas y ropa de viaje. Por fin hay famosas activas y valientes a las que imitar. 

Glamur para todas

Poiret se burla de Chanel acusándola de lograr que las duquesas parezcan dependientas. Algo de razón tiene. La simplicidad de sus diseños, o “pobreza de lujo”, como él la llama, facilita la aparición del prêt-à-porterPor primera vez es posible vestir a mujeres muy distintas sin precisión milimétrica. Con unas cuantas tallas generales y unos pocos ajustes, todas pueden lucir el mismo modelo.

En un intento de esquivar la piratería, las grandes marcas de París venden sus patrones a las boutiques más exclusivas del mundo. Aun así, proliferan las copias no autorizadas: revistas de patrones, modistas locales, tiendas de provincias, talleres de confección para venta por catálogo reproducen en masa el look de las socialites y las estrellas de cine. 

El tweed o el punto, tejidos inesperadamente revalorizados, no son tan caros. Y una milagrosa fibra artificial pone en jaque a la seda: el rayón. Brillante, barato, producible en cantidades industriales, el rayón está al alcance de todos los bolsillos. Peluqueras, camareras y secretarias pueden sentirse y vestir como princesas. Y, lo que es aún mejor, pagárselo ellas mismas.

Los complementos se vuelven fundamentales. Que se lo digan, si no, a la pintora Maruja Mallo. Paseando por la madrileña Puerta del Sol junto a Margarita Manso, Salvador Dalí y Federico García Lorca, se les ocurrió quitarse el sombrero en un alarde de ingenua rebeldía. “Nos apedrearon, llamándonos de todo”, contaría Mallo años después. De esta anécdota surge el apelativo “las Sinsombrero”, para referirse a las artistas e intelectuales, largamente olvidadas, de la Generación del 27. 

Pintura de Hugo Boettinger del año 1926.

Dominio público

Aunque todavía resulta impensable salir sin encasquetarse el característico sombrero cloché o, en su defecto, un turbante o boina, la década de los veinte ve nacer un cúmulo de pequeñas rebeliones estilísticas, todas ellas fruto de la relativa independencia de unas pocas pioneras. La bisutería ya no es de mal gusto. El maquillaje vistoso, otrora reservado a las prostitutas, se adueña de los salones respetables, con el rojo como protagonista en labios y uñas. Elizabeth Arden y Helena Rubinstein tienen parte de culpa. 

Para desmayo de los puritanos, el pie gana protagonismo a medida que los bajos se acortan y las medias, de satinado color carne, simulan la piel desnuda. En 1925, el año en que se publica El gran Gatsby, las faldas ya están por encima de la rodilla. Un récord histórico que las más coquetas aprovechan para mostrar, como al descuido, blondas y ligueros. En España, la Iglesia católica llama a las muchachas al orden y las insta a organizarse en grupos de guardianas de la moral que, paradójicamente, acabarán dotando de cierta autonomía incluso a las conservadoras.

La de los veinte es la década en la que Lee Miller pasa de modelo a fotógrafa, en la que Cecilia Payne-Gaposchkin descubre que las estrellas están compuestas de hidrógeno, en la que Zelda Fitzgerald planta cara a su célebre esposo publicando una novela sobre su vida en común, en la que Georgia O’Keefe pinta con flores la sexualidad femenina, en la que Margarita Nelken escribe buena parte de sus ensayos feministas y Virginia Woolf reivindica, en Una habitación propia, la independencia económica como abono indispensable del talento.

Atribuir a la moda todos estos logros sería desbarrar, pero tampoco sería justo desvincularla de ellos. Pintarse los labios, bailar sin corsé, aprender mecanografía o vender perfume fueron gestos de libertad para toda una generación de mujeres corrientes. Parafraseando a Jacqueline Herald, tras el crac del 29 los bajos de los vestidos se desplomaron tan bruscamente como las acciones. Algo tendrá que ver.

https://www.lavanguardia.com/historiayvida/historia-contemporanea/20200810/27241/mujer-moda-vestidas-avanzar.html

 




























 

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