jueves, 27 de abril de 2023

 

El Imperio Franco

En la última década del siglo VIII los pueblos escandinavos se lanzaron sobre las islas británicas. En la Europa cristiana, los piratas del norte iban a ser conocidos simplemente como nórdicos, pero ellos se llamaban a sí mismos vikingos (guerreros). No se sabe su procedencia exacta. Al margen de pequeñas incursiones aisladas, su primer paso fue tomar algunas islas del norte y usarlas como base para efectuar desembarcos en territorios pictos o escotos.


 https://es.123rf.com/photo_27211862_la-cabeza-de-un-drag%C3%B3n-en-la-parte-delantera-del-barco-vikingo.html

El emir de Al-Ándalus Hisam I había apaciguado relativamente a sus nobles y estuvo en condiciones de atacar al reino de Asturias. En 791 envió dos expediciones. Una remontó el Ebro tras haber sometido una revuelta en Zaragoza y llegó hasta Álava. La segunda devastó Galicia y, de regreso, derrotó al ejército de Vermudo I. Tras esta derrota, el rey decidió abdicar en su sobrino Alfonso II, el que ya había sido elegido rey años atrás pero había sido derrocado por Mauregato. Nunca se casó, por lo que fue recordado como Alfonso II el Casto. Instaló la corte en la ciudad de Oviedo, fundada unos años antes por el rey Fruela.

En 792 el emperador Constantino VI hizo volver del destierro a su madre Irene. Posiblemente la decisión se debió a que Irene era su madre y la quería, pero lo cierto fue que Irene no quería a su hijo, e inmediatamente empezó a conspirar contra él. En 793 el emperador tuvo que hacer frente a una revuelta de los que habían sido partidarios suyos. La represión fue encarnizada, con lo que se ganó más enemigos.

Hisam I envió una expedición contra los francos que llegó hasta Narbona, donde fue detenido por el conde Guillermo de Tolosa, nieto por parte de madre de Carlos Martel. Probablemente, la incursión mora fue una respuesta al hecho de que el reino franco había aceptado las peticiones de protección de varias ciudades, como Gerona, que habían escapado así al dominio moro.

Carlomagno estaba proyectando una expedición contra los ávaros, situados entre las fronteras orientales de Germania y el Imperio Búlgaro. Los ávaros tenían sometida a la población eslava, pero los eslavos estaban empezando a rebelarse contra sus debilitados amos. Por ello es probable que Carlomagno hubiera recibido alguna petición de ayuda eslava y además consiguió la típica alianza con "el vecino del vecino", en este caso con los búlgaros. La campaña contra los ávaros le ocupó durante tres años consecutivos.

En 794 el emir Hisam I volvió a atacar al reino de Asturias. Un ejército penetró en el territorio de los vascos, mientras que el otro entró en Oviedo y la saqueó. Sin embargo, el ejército de Alfonso II lo cogió por sorpresa cuando se retiraba y lo aniquiló.

Los vikingos saquearon y destruyeron el monasterio de Jarrow, en Northumbria, donde había trabajado Beda el Venerable.

El emperador japonés Kammu inauguró una nueva capital, construida siguiendo el modelo de Changan, la capital de los Tang. La nueva ciudad se llamaba Heiankyo, la actual Kyoto.

El emperador Constantino VI tenía una esposa llamada María y una amante llamada Teodota. Esto no le importaba a nadie, pero en 795 Constantino VI quiso poner orden en su vida, así que se divorció de su esposa y se casó con su amante. Esto sí que escandalizó a los más puritanos de Constantinopla, y fue lo que Irene necesitaba para privar a su hijo de todo apoyo.

Ese mismo año murió el papa Adriano I y en su lugar fue elegido León III. Por primera vez, la elección no fue notificada al emperador romano, sino a Carlomagno. Como todos los nuevos papas-monarcas, la situación de León III en Roma era precaria y prácticamente insostenible sin el apoyo carolingio. Por ello León III se apresuró a mostrar su absoluta lealtad a Carlomagno.

Mientras tanto los vikingos devastaban el monasterio de Iona y desembarcaban por primera vez en Irlanda.

Hisam I envió un nuevo ejército a Oviedo que constaba de hasta diez mil jinetes, según fuentes árabes. Alfonso II le hizo frente con ayuda de los vascos, pero fue inútil. Los cristianos fueron derrotados tres veces seguidas y Oviedo fue destruida. Sin embargo el reino asturiano subsistió. Alfonso II envió mensajeros al rey Luis de Aquitania, el hijo de Carlomagno, con el que firmó un pacto de amistad y alianza contra los moros. Sin embargo no fue necesario recurrir a él, ya que Hisam I murió prematuramente en 796, y su sucesor, al-Hakam I, tuvo que hacer frente a las pretensiones al trono de sus tíos Sulaymán y Abd Allah, con lo que no pudo continuar la guerra santa. El primero fue vencido y muerto, mientras que el segundo marchó a Aquisgrán para solicitar la ayuda de Carlomagno, pero finalmente aceptó de al-Hakam I el cargo de gobernador de Valencia. Alfonso II no dejó pasar la ocasión y extendió considerablemente hacia el sur las fronteras de su reino.

Ese mismo año murió el rey Offa de Mercia.

Carlomagno capturó el campamento de Khaghán Tudún, el jefe de los ávaros, que vio reducidos sus dominios a un pequeño territorio. Los eslavos recibieron a los francos como liberadores. Teóricamente quedaban ahora bajo dominio franco, pero Aquisgrán estaba muy lejos, por lo que este dominio era mucho más débil que el que habían tenido que sufrir bajo los ávaros.

En 797 Luis, el rey de Aquitania, hijo de Carlomagno, convocó una asamblea de nobles en Tolosa para estudiar la mejor forma de defender los territorios al sur de los Pirineos que estaban bajo la protección franca. Se formó el condado de Ausona y se construyeron numerosas fortalezas. El territorio quedó bajo la custodia del conde Borrell.

Mientras tanto, Irene, la madre del emperador Constantino VI tenía ya el poder necesario para dar su golpe definitivo. Ordenó que su hijo fuera capturado y cegado. Después no se sabe más de él. Irene no consideró necesario buscar un hombre al que poner como emperador-títere, sino que ella misma asumió el título de emperador (no ya emperatriz). Irene ordenó el regreso de un monje al que Constantino VI había exiliado el año anterior por ser uno de los que más abiertamente había denunciado el matrimonio del emperador con su amante. Dicho monje pasó a residir en el monasterio de Stoudios, en Constantinopla, por lo que es conocido como Teodoro Estudita. Fue un acérrimo detractor de la iconoclastia y supo organizar a los monjes contra ella. Reformó la vida monástica y escribió para sus monjes dos Catequesis, y Estudios espirituales. Entre sus obras polémicas destacan tres Discursos contra los iconómacos. Irene contaba con el apoyo de los monjes iconodulos pero no con el de los militares iconoclastas. Por ello el Imperio se debilitó militarmente. En 798 Irene se comprometió a pagar un pesado tributo anual al califa Harún al-Rashid y no hizo nada para impedir que los eslavos atravesaran las fronteras del norte.

Cuando los jutos, los anglos y los sajones invadieron Inglaterra, dejaron un vacío en la península de Jutlandia que fue ocupado por un pueblo escandinavo: los daneses. En 798, Godofredo se convirtió en rey de los daneses y bajo su reinado éstos se lanzaron al mar aumentando el número de los vikingos.

Ese mismo año murió Beato de Liébana. Alfonso II de Asturias llegó hasta Lisboa, la tomó y envió a Carlomagno parte del botín.

La aristocracia romana presionaba al papa, como de costumbre, planteándole cada vez más exigencias. Como éste no se mostró dispuesto a ceder, se urdió una conjuración para mutilarlo e incapacitarlo así para el cargo, lo que obligaría a elegir un nuevo papa (presumiblemente más sumiso). A finales de 799 León III fue encarcelado y tuvo que refugiarse en el palacio del duque de Spoleto. Desde allí pidió ayuda a Carlomagno, pero éste no se movió. Decidió (al parecer, aconsejado por Alcuino) que si el papa quería su ayuda tenía que ir a pedírsela personalmente. En aquel momento Carlomagno estaba nuevamente en Sajonia, tratando de reducir a los sajones mediante deportaciones masivas (ese mismo año Sajonia fue incorporada al reino franco). El papa tuvo que viajar hasta allí, tras lo cual Carlomagno se brindó a escoltarlo de regreso a Roma.

A la llegada, los nobles romanos explicaron su grave preocupación por la dudosa moral de León III y lo acusaron de simonía. Carlomagno podía haber rechazado sin más tales acusaciones, pero hizo algo más provechoso. Convocó una asamblea de autoridades eclesiásticas presidida por él mismo en la que se esclarecerían los hechos. En definitiva, León III tuvo que pasar por la humillación de ser juzgado por Carlomagno. El juicio se celebró el 23 de diciembre de 800 y fue un mero trámite: León III juró su inocencia y su juramento fue suficiente. Pero quedó asentado que el rey franco estaba por encima del papa y no al revés.

Contra todo pronóstico, la última Nochebuena del siglo León III urdió la treta más astuta imaginable para invertir los papeles. Al día siguiente él y el rey franco presidieron una misa de navidad, y en el momento en que Carlomagno estaba arrodillado, tal vez con los ojos cerrados devotamente, León III sacó una magnífica corona que había encargado y la colocó sobre la cabeza del que ahora pasaba a ser proclamado ¡emperador!

Tenía su lógica. Oficialmente, toda la Europa cristiana formaba parte del Imperio Romano. Importaba poco que el emperador no tuviera ninguna autoridad real en Occidente. Todos eran súbditos romanos. El linaje de emperadores romanos se había transmitido desde Augusto hasta Constantino VI, pero ahora el trono imperial estaba vacío. Había una mujer en el trono, Irene, pero para los francos, una mujer emperador no sólo era un atentado contra la gramática, sino que carecía de todo sentido. La vieja ley sálica merovingia no consentía que las mujeres reinaran. Así pues, no había emperador.

Todos los presentes, salvo Carlomagno y sus acompañantes, habían sido prevenidos, y en cuanto León III le impuso la corona prorrumpieron en aclamaciones. Carlomagno era ahora el emperador del Imperio Romano. No pudo rechazar la corona. No había forma razonable de hacerlo. Más adelante confesó que si hubiera podido prever la intención de León III nunca habría ido a Roma. Los historiadores quisieron ver en esto una declaración de modestia, de que no se sentía a la altura del título, pero lo que Carlomagno quería decir es que vio claramente la manipulación de la que fue objeto. Dos días antes tenía al papa a sus pies, y ahora el papa podía hacerlo caer en desgracia ante sus súbditos sin más que excomulgarlo y declarar que no era digno del título de emperador. Además, Constantinopla nunca reconocería la legitimidad del título y a largo plazo eso podía suponer una guerra. El ejército franco estaba acostumbrado a barrer bárbaros germanos y, a veces, moros, pero el ejército romano de verdad (el de Constantinopla) era infinitamente superior. De momento no había peligro, porque Irene no podía dirigir un ejército y, si enviaba a un general y resultaba victorioso, no tardaría en apoderarse del trono. Pero tarde o temprano habría otro emperador en Constantinopla, y entonces los francos tendrían problemas. De hecho, Carlomagno nunca usó el título de emperador romano en abierto desafío a Constantinopla. En su lugar se llamaba a sí mismo Emperador, Rey de los francos y los lombardos.

Pese a las reticencias del nuevo emperador, el fantasmagórico Imperio Romano que había sobrevivido nominalmente varios siglos a su propia caída se volvió algo más real. A pesar de que Occidente llevaba siglos sin ver un emperador, la figura del emperador había conservado su prestigio, sólo recientemente empañado con la crisis iconoclasta. Ahora los súbditos occidentales del Imperio Romano volvían a tener un emperador digno de admiración, designado por Dios para velar por ellos. Constantinopla volvería a nombrar pronto su propio emperador, pero éste, quien fuera que fuese, ya no iba a ser tenido en Occidente por el "auténtico emperador". Finalmente, Occidente iba a admitir lo que era evidente desde hacía siglos: que el Imperio de Constantinopla no tenía nada de romano. Los orientales no eran romanos, eran griegos barbudos y heréticos. A partir de aquí Oriente y Occidente iban a tener un punto más de desencuentro: iba a haber dos líneas de emperadores, cada una de las cuales se consideraba legítima continuadora de la línea iniciada por Augusto.

En Occidente, el Imperio de Constantinopla dejó de ser reconocido como Imperio Romano y pasó a ser llamado Imperio Griego. Los historiadores prefieren un término más preciso, que en un principio debería ser Imperio Constantinopolitano, pero como ocho sílabas son demasiadas por muy grande que sea el Imperio, han recurrido al antiguo nombre de Constantinopla para llamarlo Imperio Bizantino. No hay ningún criterio objetivo para fijar en qué momento el Imperio Romano de Oriente debe pasar a llamarse Imperio Bizantino, pues la transformación fue gradual y muy lenta. Hay quien fija el cambio en el momento de la caída del Imperio Romano de Occidente, es decir, cuando Odoacro depuso a Rómulo Augústulo; hay quien mantiene el nombre de Imperio Romano hasta el reinado de Heraclio; y nosotros hemos mantenido el nombre mientras toda Europa estuvo de acuerdo en mantenerlo, por ficticio y equívoco que éste pudiera ser. De todos modos, no debemos olvidar que los emperadores bizantinos se llamaron a sí mismos emperadores romanos hasta el fin del Imperio, pese a que Roma nunca volvió a estar bajo su dominio.

Por otra parte, llamar Imperio Romano al Imperio de Carlomagno no es menos equívoco que llamar así al Imperio Bizantino, así que hablaremos del Imperio Franco, si bien no debemos olvidar que ambos Imperios eran oficialmente el Imperio Romano.

Carlomagno decretó que los años fueran datados a partir del nacimiento de Jesucristo, según la costumbre adoptada ya por algunos historiadores y religiosos, de modo que el año 800 d. C. fue el primero fechado con este sistema de forma oficial.

Si el papa tenía ahora la autoridad de nombrar (y, por consiguiente, deponer) emperadores, no dejaba de ser cierto que los Estados Pontificios eran una donación de los reyes francos, Pipino el Breve primero y Carlomagno después. Esto abría una puerta para que los monarcas francos pudieran recuperar la supremacía frente a los papas, pero en realidad no era así, ya que no tardó en aparecer un crucial documento histórico.

El clero hizo saber al mundo que alrededor del año 330 el emperador Constantino enfermó de lepra. Los sacerdotes paganos le recomendaron que se bañara en sangre de niños pequeños, pero Constantino se negó horrorizado. En un sueño, recibió instrucciones de ver al papa Silvestre I. El papa bautizó a Constantino e inmediatamente la lepra desapareció. El agradecido emperador decretó que el papa tendría la supremacía sobre todos los obispos y le concedió el derecho a la mitad occidental del Imperio. Luego, para no interferir en la dominación del papa sobre el oeste, decidió retirarse a una nueva capital en el este, Constantinopla.

Quien pudiera pensar que esta historia era inventada pecaba de desconfiado, pues no tardó en encontrarse la Donación de Constantino, es decir, la escritura en la que Constantino cedía a Silvestre I el Imperio Romano de Occidente. De este modo, al papa no sólo le correspondía legítimamente el gobierno de los Estados Pontificios, sino de todo el Imperio Romano de Occidente, gobierno que él gentilmente cedía al emperador. Es curioso que el latín en que estaba redactada la donación no era el propio de un romano del siglo IV, sino más bien el de un franco del siglo VIII, más concretamente de la zona de París. Pero no hay razón para buscar explicaciones para todo.

El territorio del norte de África que actualmente ocupan Tunicia y Argelia nunca había aceptado en la práctica la autoridad del Califato, si bien la había reconocido nominalmente. Ahora, el gobernador abasí Ibrahím ibn al-Alglab se independizó definitivamente e inició la dinastía de los Aglabíes. La capital estaba en Keiruán. Ahora ya eran cuatro los territorios musulmanes independientes de Bagdad: Al-Ándalus, el reino de los Idrisíes, el de los Rustemíes y el de los Aglabíes.

https://www.uv.es/ivorra/Historia/AEM/SigloVIIIe.htm

 

Apéndice

Vikingos en Constantinopla

Existe la idea de que los vikingos vivieron en el norte de Europa y desde allí navegaron por mares y océanos, pero que su única base eran los actuales países escandinavos. Sin embargo, su carácter viajero les llevó a vivir, temporal o definitivamente, en distintos lugares alejados de su tierra natal. Como eran grandes navegantes y magníficos guerreros tuvieron cabida en muchos ejércitos y armadas, que necesitaban hombres como ellos. Hoy vamos a ver cómo encajaron en el imperio romano de Oriente, Bizancio, cuya capital, la gran Constantinopla, los acogió con agrado.


La larga relación de los vikingos con Bizancio debió iniciarse en el siglo IX. La primera noticia documentada llega con ocasión de la embajada que el emperador bizantino envió al rey de los francos en el año 839. El motivo era que unos «hombres del norte» necesitaban atravesar sus tierras para volver a su patria en Escandinavia. Según los embajadores griegos, estos hombres habían servido en Bizancio. Podían haber formando parte de las flotas bizantinas o de la llamada «guardia de los rus», una precursora de la reconocida guardia varega. Todos éstos, con variaciones como rhos, son los nombres con los que eran conocidos los vikingos.


Drakkar vikingo dibujado en un manuscrito de Northumbia (Inglaterra) S. X. British Library

Cómo veían los bizantinos a los guerreros del norte

Su imagen impresionaba a los pueblos latinizados como los del imperio de Oriente, y posiblemente también lo hiciera al resto de naciones contra las que lucharon. Eran de aspecto y pose fiera, de ojos azulados y de carácter impetuoso, encarnizado y furioso, además portaban armas letales, como la enorme hacha de mango largo, la espada de un solo filo, lanzas, jabalinas o arcos. Solían usar escudos redondos, cotas de malla, arneses de cuero, grebas de hierro, cascos, brazales y armaduras laminadas.

El barco vikingo de Oseberg. Fuente

Estos hombres se relacionaron con los romanos de Oriente a través del comercio y de la guerra. En esta última, los vínculos fueron tanto enfrentados como actuando de mercenarios para el imperio bizantino.

Enemigos

En el año 856 la llamada “Crónica de Néstor” menciona un ataque de los vikingos situados en las estepas del norte del mar Negro contra Constantinopla.


Restos de una nave del museo de los barcos vikingos.

El ataque más formidable conocido es el que en 941 lanzó Igor de Kiev. Según la Crónica de Néstor, los rus reunieron 10.000 embarcaciones, aunque las fuentes bizantinas recogen que fueron unas 1.100 naves de todo tipo, desde drakkar a pequeñas barcas. La flota debió contar con unos 50.000 hombres, que saquearon casi sin traba alguna las provincias de Bitinia y Paflagonia y la región más cercana a Constantinopla. Pero entonces el ejército bizantino concentró sus tropas y, aunque los primeros combates fueron favorables a los rus, en cuanto la flota bizantina entró en acción se cambiaron las tornas gracias alfuego griego”.


Representación del fuego griego. Fuente: Scylitza Matritense. Biblioteca Nacional de España

El comercio de la «ruta de los varegos»

En el año 860 dos jefes varegos atacaron Kiev con una flota de 200 barcos. Parece que la idea era inquietar al emperador Miguel I lo suficiente como para que firmara un tratado comercial. Se sabe que la “ruta de los varegos”, consecuencia de este ataque, se estableció cerca del año 872, lo que significó la presencia de éstos en el contexto comercial bizantino.

Desarrollada a través de lo que hoy es espacio ruso, supuso la fundación de factorías mercantiles sobre las que se apoyaba un activo comercio, en el que los varegos vendían pieles, madera, cera y esclavos. En Bizancio adquirían vino, especias, joyería, vidrio, telas costosas, iconos y libros, entre otras. 

En la flota imperial

En los documentos bizantinos se constata que, ya desde comienzos del siglo X, había centenares de rus llegados desde todos los países del Norte. Se relata que embarcaban en la escuadra imperial con base en Constantinopla.



Galeras bizantinas medievales. FuenteScylitza Matritense. Biblioteca Nacional de España

Bizancio, a inicios del siglo X y hasta mediados del siglo XI, fue la principal potencia naval y se hallaba empeñada en una lucha sin cuartel contra las flotas piratas (de Creta, Sicilia, Trípoli, Provenza, Al-Andalus y Túnez) y también contra las naciones islámicas.

Millares de guerreros y marineros varegos sirvieron a Bizancio en su armada. Así, en 911, la flota dispuesta para aplastar a los piratas cretenses contaba con 700 rus entre las filas de la escuadra central, con base en Constantinopla, siendo el total de integrantes de ésta de 12.700 hombres. Los rus cobraban más y mejor que los propios bizantinos. En el año 949 se repitió el ataque, con el mismo número de varegos, lo que nos permite suponer que podía existir un cuerpo de élite vikingo en la flota bizantina.



Restos de otra nave, Museo de los barcos vikingos.

Este continuo alistamiento de grandes contingentes de rus se prolongó durante casi tres siglos. Eran contratados como infantería de marina y cubrían una de las carencias de la flota bizantina: su debilidad en el abordaje. Los vikingos eran, sin embargo, temibles en estas acciones y completaban así el poder ofensivo de los dromones. Probablemente los rus estaban en torno al capitán del dromon, y según las crónica iban provistos de yelmo, coraza, cota de malla, escudo, espada, hacha y jabalina, y debían constituir la primera línea, tras la cual debían de formar el resto de la tripulación, armada con arcos y jabalinas y provista tan sólo de yelmos ligeros y una tela hecha con una doble capa de fieltro acolchado. Los varegos llevaban unas planchas de abordaje provistas de ganchos en su extremo, que al caer sobre la borda enemiga, quedaban sujetas a ésta, ofreciendo así una pasarela a la infantería de asalto.

 

La guardia varega

Desde finales del siglo X muchos varegos sirvieron en una famosa guardia imperial bizantina, formada en 988 por Basilio II, compuesta por seis mil hombres procedentes de los habitantes afincados en Kiev y en Novogorod, así como entre sus descendientes, pero también entre los aventureros provenientes de los reinos y pueblos de Suecia, Noruega, Dinamarca, Islandia e Inglaterra.

Constantinopla en el Civitates Orbis Terrarum

Esos guerreros constituían un cuerpo de élite y como tal también embarcaban a menudo en las flotas bizantinas. Además, se ocupaban no sólo de custodiar el palacio de Constantinopla, sino también de otros edificios y lugares vitales, entre ellos los arsenales del puerto militar de la ciudad.

Para concluir

Todo lo expuesto muestra que los vikingos, en su denominación continental (varegos, rus o rhos), estaban presentes en el impero romano de Oriente, como mercenarios y también desempeñando el papel de comerciantes y en ciertas ocasiones como enemigos. Su altura, aspecto fiero y carácter, así como sus conocimientos del ámbito ofensivo y defensivo, tanto naval como terrestre, impresionaron profundamente a quienes comerciaban o luchaban con ellos. De esta manera, fueron apreciados como una fuerza de élite en las tropas bizantinas, que tuvo un nombre propio: la «guardia varega».

 

Más información

BENEDIKZ, Benedikt S. The evolution of die Varangian regiment in the Byzantine army. Byzantinische Zeitschrift, 1969, 62, 1, p. 20-24.

BLÖNDAL, Sigfús. The Varangians of Byzantium. Cambridge: University Press, 2007.

CABRERA-RAMOS, María IsabelLos varegos de Constantinopla. Origen, esplendor y epígonos de una guardia mercenariaByzantion Nea Hellás, 2014, 33, p. 121-138.

SOTO CHICA, José. Los vikingos y el fuego griego. En ESPINAR MORENO, Manuel, et al. Los vikingos en la Historia 3. 2018, p. 229

VARONA CODESO, Patricia. Las crónicas griegas y la entrada de los rusos en la Historia. Minerva: Revista de Filología Clásica, 2007, 20, p. 93-109.

YÁNIZ RUIZ, Juan Pedro. Los varegos. El pueblo vikingo que fundó Rusia. Clío: Revista de historia, 2006, 53, p. 36-41.

 

https://blogcatedranaval.com/2020/12/15/vikingos-en-constantinopla/



















No hay comentarios:

Publicar un comentario

  Las Cosmogonías Mesoamericanas y la Creación del Espacio, el Tiempo y la Memoria     Estoy convencido de qu hay un siste...