martes, 24 de septiembre de 2024


Origen

Para simplificar lo real y su conocimiento a veces el hombre forma una serie de dialogías que, mal entendidas, destrozan tanto la unidad como el pluralismo del cosmos y del hombre mismo: espíritu-materia, cuerpo-alma, sagrado-profano, celeste-terreno, etc. En la historia de las religiones el dualismo suele presentar tres aspectos interdependientes, que completan la concepción dualística de todos los seres: divinidad, cosmos, hombre. El problema del mal ha golpeado en la puerta de todas las religiones, de todos los sistemas filosóficos y de todos los individuos (v. MAL). Si Dios es bueno y omnipotente, ¿por qué el mal físico, moral, el odio, la enfermedad, la muerte…? Esta pregunta y sus respuestas, más o menos acertadas, palpitan en los más antiguos documentos babilónicos, egipcios, asirios, hindúes, en la primitiva mitología griega (mito de Pandora), etc. La coordinación de la bondad divina (v. DIOS IV, 6) con el problema del mal, al no aceptar plenamente la responsabilidad y libertad humana, ha podido empujar a algunos hacia el ateísmo (v.), a otros a negar la intervención de la divinidad en el mundo (v. DIOS Iv, 3; Desvió); y en otra dirección, este problema, junto con la experiencia psicológica de la tensión humana entre lo bueno y lo malo, ocasionó el d., movimiento religioso-filosófico que atraviesa casi toda la historia de la humanidad: los upanishads indios de los Vedas (v.), mazdeísmo (v.), orfismo (v.), Pitágoras (v.), Platón (v.), neoplatónicos (v.). Plotino (v.), hermetismo (v.), gnosticismo (v.), maniqueísmo (v.), etc. Dualismo teológico. La conciencia religiosa de la antigüedad al formular la pregunta: ‘¿De dónde el final?’ (Epifanio, I’anariou, 2,6; Tertuliano, De praescriptioue haerelicorian, 7,5) lo hizo a veces con planteamientos erróneos. Todos dicen: ‘Dios no es responsable’ (Platón, República, 617e) ‘La divinidad… no es la causa de los males, sino sólo del bien, de todos los bienes’ (ib. 379b, 380c), pero para salvar la bondad divina admiten algunos la existencia de otro principio, el del Inal, en oposición con el del bien. Podemos hablar de un d. mitigada (Vedismo, Upanishads, Plotino, etc.), que coloca al comienzo al Uno, si bien por emanación, ‘como la tela de la araña o el capullo del gusano de seda’ (Upanishad), o a través de diversas etapas y eones, se llegará al principio opuesto, la materia; o del d. de ciertos pueblos, cuya existencia se desarrolla bajo el influjo casi obsesivo de principios opuestos. unos buenos y otros malos; y, por otra parte, de un d. rígido (religión iránica, mazdeísmo, zervanismo, maniqueísmo, algunos platónicos, bogomilas, cátaros, albigenses, etc.) para el cual desde siempre coexisten dos principios, uno bueno (Ahura, Mazda, Ormuz, la luz, lo bueno, dios), y otro malo (Angra-Mainyu, Ahriman, la oscuridad, lo malo, la materia). Para el d. rígido o estricto, los dos principios supremos coinciden en su doble condición de principios ópticos, es decir, causa y origen del respectivo sector bueno o malo, y cronológicos, o sea preexistentes a todo, dotados del mismo valor y fuerza, eternos; en todo lo demás difieren y, más aún, por su misma esencia se oponen. Son como dos dioses, uno bueno y otro malo; entre ellos se desencadena una lucha, que implica la mezcla del bien y del mal, de la luz y de las tinieblas. Así queda constituido el mundo: en él la materia aprisiona ‘partículas’ del bien hasta que, tras diversas vicisitudes, llegue su separación definitiva y el triunfo final del principio del bien. En el plano individual esto supone una ascesis y un complejo proceso de purificación (v.).

Dualismo cosmológico

En todos los ámbitos donde tuvo alguna vigencia el d. teológico, incluso en otros donde su presencia no puede afirmarse de modo apodíctico, se halla como explicación del origen de las cosas y del mundo una lucha entre los dos principios, si bien el del mal adopta con frecuencia la forma de caos inicial en conflicto con la virtud ordenadora del bien que consigue introducir la organización, el orden (cosmos=orden). En varios casos el mal aparece encarnado en el dragón (v.) morador del mar: cosmogonía babilónica (Marduk-Tiamat), egipcia (Ra o el Sol-Anofis, Horus-Seth), persa (IndraDragón), fenicia (Baal-Yam), etc. Pero no sólo en la mitología (v.) ocupa un puesto importante este dualismo. Con el tiempo llegó a desempeñar un papel filosófico (v. I). Piénsese en la función cósmica de la oposición entre fuerzas elementales (v. HERÁCLITO; EMPÉDOCLEs. etc.) y, sobre todo, la concepción del mundo como un gigantesco animal (v. Platón; ESTOICOS; etc.) dotado de un cuerpo animado por el alma, identificada por algunos con la divinidad (cfr. 1. Moreau, L’áme du inonde, de Platon aux stoiciens, París 1939). El d. antropológico se convierte así en d. cosmológico; los dos principios de la naturaleza humana son también los dos elementos cuya unión constituye el universo, y en ambos, por influjo o, al menos, imitación del d. teológico, palpita la eficacia de un doble principio primordial y primigenio, el uno bueno y el otro malo.

Dualismo antropológico

Al d. teológico de algunas religiones paganas corresponde en el plano antropológico el d. que constituye al hombre en compuesto de cuerpo-alma como cosas completamente opuestas, y en el psicológico la oposición acerada entre instinto-razón. El hombre está hecho de una mezcla de dos principios. Es de condición divina por su elemento superior: el alma; en cambio, el cuerpo, siempre según la doctrina dualista, le aproxima e identifica con lo malo, la materia. El orfismo, p. ej., aureola esta distinción popular en casi todo el mundo antiguo con rasgos mítico-alegóricos: el primer hombre es formado de las cenizas, residuo de los Titanes aniquilados por el rayo de Zeus; por esto los hombres se componen de un elemento malo, el titánico (terrestre, material), y de otro divino por haber devorado los Titanes a Dioniso (v.) antes de ser castigados (Platón, Leyes, 4,715; Critias, 121b). Tanto en el orfismo como en los restantes sistemas dualísticos, el alma, partícula divina o por lo menos perteneciente al cortejo divino, a causa de una culpa, o debido a diversas vicisitudes, cayó al mundo sublunar, a la tierra, donde se mezcló con la materia; en el cuerpo se halla, por consiguiente, exiliada, encarcelada, con riesgo de olvidarse de su naturaleza divina, del lugar de su procedencia al que debe retornar.

Dualismo, En-carnación y resurrección de la ‘carne’

En la perspectiva de la antropología dualística no cabe la creencia en la resurrección de los cuerpos. Si el alma está caída, encarcelada en el cuerpo y su destino es conseguir liberarse de las ataduras corporales para retornar a su origen primero, principio y conjunto de bienes, ¿qué sentido puede tener el pensar en la resurrección del cuerpo? Tras la muerte cada elemento componente del hombre vuelve a su estado primitivo, a su lugar de procedencia: ‘El alma a la eterna región celeste (divina); el cuerpo a la tierra’ (Eurípides, Suplicantes, 531-534; Fragmentos, 839, 898,1014, etc.; Corpus Inscriptionum Antiquísima, 442: epitafio de los caídos en la batalla de Potidea del 432 a. C.; etc.). En cambio, la resurrección del cuerpo es como una exigencia de la antropología bíblico-cristiana. El concepto bíblico de basar, en griego sarx=’carne’, no responde al del soma platónico (cuerpo sin alma), sino al conjunto del cuerpo y del alma, significa todo el hombre, o sea el cuerpo animado, porque la antropología bíblica no admite la dicotomía cuerpo-alma al modo dualístico (V. ALMA II; ESPÍRITU III). El Logos al ‘en-carnarse’ o ‘hacerse carne (sarx) ‘asumió no sólo la carne-cuerpo (soma), sino la carne animada, toda la naturaleza humana (V. ENCARNACIÓN DEL VERBO). Y por eso también sería absurdo pensar en una inmortalidad del alma que no implique al mismo tiempo y de alguna manera la inmortalidad o resurrección del cuerpo (v. HOMBRE III; RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS). La dificultad ha estado en formular con adecuados conceptos esta realidad, conceptos que sean opuestos a la visión dualística.

Dualismo y ascética

Por culpa del d. cosmológico y antropológico, a la materia y al cuerpo, identificada o, al menos, más relacionada con el principio teológico del mal, le toco a veces cargar con la responsabilidad de todos los males físicos y morales que afectan al mundo y al hombre, cuando el mal y el pecado en realidad provienen más del espíritu humano. De ahí ciertos tipos de ansia de evadirse del mundo y desenredarse de las ataduras corporales, de la cárcel-sepulcro (soma-sema) en el que caen las almas del mito platónico (Fedro, 246a ss.) y la tendencia a la fusión de lo más noble del hombre. De lo bueno y divino que hay en él, con la divinidad. Por eso el d. reclama con urgencia esencial una ascética (V. ASCETISMO 1) como medio progresivo de retorno hacia el principio de todo bien. Fuera del devenir y de la materia. La doctrina órfica, brahmánica, gnóstica y, en general, todas las dualísticas caen en una concepción cíclica de la historia y de la existencia humana: el alma prexistente, caída aprisionada en el cuerpo vuelve a su naturaleza originaria. Antes de conseguirlo, debe someterse a un proceso catártico o purificatorio de los miasmas materiales (V. CATARSIS; PURIFICACIÓN I). Ordinariamente suelen coincidir los recursos defendidos por las diversas escuelas filosóficas y empleados en las distintas formas religiosas: ayunos, abstinencias, mortificaciones, lavatorios, tonsuración, en cuanto la privación del cabello es símbolo de la fuerza vital y más especialmente de la genésica (M. Guerra, El agua y el aire, principios… ‘Burgense’ 3, 1962, 277-278), si bien cada una insiste en uno o dos de estos recursos tradicionales de purificación del espíritu o de su liberación del cuerpo-materia. Esta purificación ascética, que consiste en ‘separar lo más posible el alma del cuerpo, acostumbrar el alma a dejar la envoltura corporal, para concentrarse en sí misma, a solas consigo’ (Platón, Fedro, 67c), exige con frecuencia la prolongación de la existencia humana por medio de varias reencarnaciones; de ahí la defensa de la metempsícosis (v.). Vida contemplativa y activa. Del d. provienen o, por lo menos el d. fomentó, no sólo los conceptos de contemplación (theoria) y acción (praxis), que, elevados a categoría de postura permanente de una persona o comunidad, se convierten en vida contemplativa (bios theoréticos) y vida activa (bios prácticos), sino también la primacía de lo contemplativo sobre lo activo y, sobre todo, su hiriente oposición. La acción corresponde a lo corporal-material, es el trato activo con las cosas; la contemplación o conversión del espíritu hacia el mundo de las ideas y de los eternos valores, se enmarca en el mundo espiritual, divino, que para una parte del pensamiento helénico (Platón, neoplatonismo, etc.) aparece como la única realidad frente a la irreal apariencia de los objetos. La oposición de esta doble actitud vital podría quedar personificada en dos discípulos de Aristóteles: Dicearco, de la vida activa y Teofrasto de la contemplativa (Cicerón, Epistolae ad Atticum, 2,16). Algo influyó el pensamiento griego en esta materia sobre algunos autores cristianos, si bien la riqueza de contenido del cristianismo desborda al pensamiento helénico, y no coincide con él (v. ACTIVIDAD Y ACTIVISMO II; CONTEMPLACIÓN; v. t. art. siguiente. III). V. t.: ZOROASTRO; MAZDEíSMO; PARSISMO; GNOSTICISMO; MANIQUEíSMO.

 

BIBLIOGRAFÍA:

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https://www.teologoresponde.org/2014/03/22/en-que-consisten-las-religiones-dualistas/

 


 

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