Origen
Para simplificar lo real y su conocimiento a
veces el hombre forma una serie de dialogías que, mal entendidas, destrozan
tanto la unidad como el pluralismo del cosmos y del hombre mismo:
espíritu-materia, cuerpo-alma, sagrado-profano, celeste-terreno, etc. En la
historia de las religiones el dualismo suele presentar tres aspectos
interdependientes, que completan la concepción dualística de todos los seres:
divinidad, cosmos, hombre. El problema del mal ha golpeado en la puerta de
todas las religiones, de todos los sistemas filosóficos y de todos los
individuos (v. MAL). Si Dios es bueno y omnipotente, ¿por qué el mal físico,
moral, el odio, la enfermedad, la muerte…? Esta pregunta y sus respuestas, más
o menos acertadas, palpitan en los más antiguos documentos babilónicos,
egipcios, asirios, hindúes, en la primitiva mitología griega (mito de Pandora),
etc. La coordinación de la bondad divina (v. DIOS IV, 6) con el problema del
mal, al no aceptar plenamente la responsabilidad y libertad humana, ha podido
empujar a algunos hacia el ateísmo (v.), a otros a negar la intervención de la
divinidad en el mundo (v. DIOS Iv, 3; Desvió); y en otra dirección, este
problema, junto con la experiencia psicológica de la tensión humana entre lo
bueno y lo malo, ocasionó el d., movimiento religioso-filosófico que atraviesa
casi toda la historia de la humanidad: los upanishads indios de los Vedas (v.),
mazdeísmo (v.), orfismo (v.), Pitágoras (v.), Platón (v.), neoplatónicos (v.).
Plotino (v.), hermetismo (v.), gnosticismo (v.), maniqueísmo (v.), etc. Dualismo
teológico. La conciencia religiosa de la antigüedad al formular la pregunta:
‘¿De dónde el final?’ (Epifanio, I’anariou, 2,6; Tertuliano, De praescriptioue
haerelicorian, 7,5) lo hizo a veces con planteamientos erróneos. Todos dicen:
‘Dios no es responsable’ (Platón, República, 617e) ‘La divinidad… no es la causa
de los males, sino sólo del bien, de todos los bienes’ (ib. 379b, 380c), pero
para salvar la bondad divina admiten algunos la existencia de otro principio,
el del Inal, en oposición con el del bien. Podemos hablar de un d. mitigada
(Vedismo, Upanishads, Plotino, etc.), que coloca al comienzo al Uno, si bien
por emanación, ‘como la tela de la araña o el capullo del gusano de seda’
(Upanishad), o a través de diversas etapas y eones, se llegará al principio
opuesto, la materia; o del d. de ciertos pueblos, cuya existencia se desarrolla
bajo el influjo casi obsesivo de principios opuestos. unos buenos y otros
malos; y, por otra parte, de un d. rígido (religión iránica, mazdeísmo,
zervanismo, maniqueísmo, algunos platónicos, bogomilas, cátaros, albigenses,
etc.) para el cual desde siempre coexisten dos principios, uno bueno (Ahura,
Mazda, Ormuz, la luz, lo bueno, dios), y otro malo (Angra-Mainyu, Ahriman, la
oscuridad, lo malo, la materia). Para el d. rígido o estricto, los dos
principios supremos coinciden en su doble condición de principios ópticos, es
decir, causa y origen del respectivo sector bueno o malo, y cronológicos, o sea
preexistentes a todo, dotados del mismo valor y fuerza, eternos; en todo lo
demás difieren y, más aún, por su misma esencia se oponen. Son como dos dioses,
uno bueno y otro malo; entre ellos se desencadena una lucha, que implica la
mezcla del bien y del mal, de la luz y de las tinieblas. Así queda constituido
el mundo: en él la materia aprisiona ‘partículas’ del bien hasta que, tras diversas
vicisitudes, llegue su separación definitiva y el triunfo final del principio
del bien. En el plano individual esto supone una ascesis y un complejo proceso
de purificación (v.).
Dualismo
cosmológico
En todos los ámbitos donde tuvo alguna
vigencia el d. teológico, incluso en otros donde su presencia no puede
afirmarse de modo apodíctico, se halla como explicación del origen de las cosas
y del mundo una lucha entre los dos principios, si bien el del mal adopta con
frecuencia la forma de caos inicial en conflicto con la virtud ordenadora del
bien que consigue introducir la organización, el orden (cosmos=orden). En
varios casos el mal aparece encarnado en el dragón (v.) morador del mar:
cosmogonía babilónica (Marduk-Tiamat), egipcia (Ra o el Sol-Anofis, Horus-Seth),
persa (IndraDragón), fenicia (Baal-Yam), etc. Pero no sólo en la mitología (v.)
ocupa un puesto importante este dualismo. Con el tiempo llegó a desempeñar un
papel filosófico (v. I). Piénsese en la función cósmica de la oposición entre
fuerzas elementales (v. HERÁCLITO; EMPÉDOCLEs. etc.) y, sobre todo, la
concepción del mundo como un gigantesco animal (v. Platón; ESTOICOS; etc.)
dotado de un cuerpo animado por el alma, identificada por algunos con la
divinidad (cfr. 1. Moreau, L’áme du inonde, de Platon aux stoiciens, París
1939). El d. antropológico se convierte así en d. cosmológico; los dos
principios de la naturaleza humana son también los dos elementos cuya unión
constituye el universo, y en ambos, por influjo o, al menos, imitación del d. teológico,
palpita la eficacia de un doble principio primordial y primigenio, el uno bueno
y el otro malo.
Dualismo
antropológico
Al d. teológico de algunas religiones paganas
corresponde en el plano antropológico el d. que constituye al hombre en
compuesto de cuerpo-alma como cosas completamente opuestas, y en el psicológico
la oposición acerada entre instinto-razón. El hombre está hecho de una mezcla
de dos principios. Es de condición divina por su elemento superior: el alma; en
cambio, el cuerpo, siempre según la doctrina dualista, le aproxima e identifica
con lo malo, la materia. El orfismo, p. ej., aureola esta distinción popular en
casi todo el mundo antiguo con rasgos mítico-alegóricos: el primer hombre es
formado de las cenizas, residuo de los Titanes aniquilados por el rayo de Zeus;
por esto los hombres se componen de un elemento malo, el titánico (terrestre,
material), y de otro divino por haber devorado los Titanes a Dioniso (v.) antes
de ser castigados (Platón, Leyes, 4,715; Critias, 121b). Tanto en el orfismo
como en los restantes sistemas dualísticos, el alma, partícula divina o por lo
menos perteneciente al cortejo divino, a causa de una culpa, o debido a
diversas vicisitudes, cayó al mundo sublunar, a la tierra, donde se mezcló con
la materia; en el cuerpo se halla, por consiguiente, exiliada, encarcelada, con
riesgo de olvidarse de su naturaleza divina, del lugar de su procedencia al que
debe retornar.
Dualismo,
En-carnación y resurrección de la ‘carne’
En la perspectiva de la antropología dualística
no cabe la creencia en la resurrección de los cuerpos. Si el alma está caída,
encarcelada en el cuerpo y su destino es conseguir liberarse de las ataduras
corporales para retornar a su origen primero, principio y conjunto de bienes,
¿qué sentido puede tener el pensar en la resurrección del cuerpo? Tras la
muerte cada elemento componente del hombre vuelve a su estado primitivo, a su
lugar de procedencia: ‘El alma a la eterna región celeste (divina); el cuerpo a
la tierra’ (Eurípides, Suplicantes, 531-534; Fragmentos, 839, 898,1014, etc.;
Corpus Inscriptionum Antiquísima, 442: epitafio de los caídos en la batalla de
Potidea del 432 a. C.; etc.). En cambio, la resurrección del cuerpo es como una
exigencia de la antropología bíblico-cristiana. El concepto bíblico de basar,
en griego sarx=’carne’, no responde al del soma platónico (cuerpo sin alma),
sino al conjunto del cuerpo y del alma, significa todo el hombre, o sea el
cuerpo animado, porque la antropología bíblica no admite la dicotomía
cuerpo-alma al modo dualístico (V. ALMA II; ESPÍRITU III). El Logos al
‘en-carnarse’ o ‘hacerse carne (sarx) ‘asumió no sólo la carne-cuerpo (soma),
sino la carne animada, toda la naturaleza humana (V. ENCARNACIÓN DEL VERBO). Y
por eso también sería absurdo pensar en una inmortalidad del alma que no
implique al mismo tiempo y de alguna manera la inmortalidad o resurrección del
cuerpo (v. HOMBRE III; RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS). La dificultad ha estado en
formular con adecuados conceptos esta realidad, conceptos que sean opuestos a
la visión dualística.
Dualismo y
ascética
Por culpa del d. cosmológico y antropológico,
a la materia y al cuerpo, identificada o, al menos, más relacionada con el
principio teológico del mal, le toco a veces cargar con la responsabilidad de
todos los males físicos y morales que afectan al mundo y al hombre, cuando el
mal y el pecado en realidad provienen más del espíritu humano. De ahí ciertos
tipos de ansia de evadirse del mundo y desenredarse de las ataduras corporales,
de la cárcel-sepulcro (soma-sema) en el que caen las almas del mito platónico
(Fedro, 246a ss.) y la tendencia a la fusión de lo más noble del hombre. De lo
bueno y divino que hay en él, con la divinidad. Por eso el d. reclama con
urgencia esencial una ascética (V. ASCETISMO 1) como medio progresivo de
retorno hacia el principio de todo bien. Fuera del devenir y de la materia. La
doctrina órfica, brahmánica, gnóstica y, en general, todas las dualísticas caen
en una concepción cíclica de la historia y de la existencia humana: el alma
prexistente, caída aprisionada en el cuerpo vuelve a su naturaleza originaria.
Antes de conseguirlo, debe someterse a un proceso catártico o purificatorio de
los miasmas materiales (V. CATARSIS; PURIFICACIÓN I). Ordinariamente suelen
coincidir los recursos defendidos por las diversas escuelas filosóficas y
empleados en las distintas formas religiosas: ayunos, abstinencias,
mortificaciones, lavatorios, tonsuración, en cuanto la privación del cabello es
símbolo de la fuerza vital y más especialmente de la genésica (M. Guerra, El
agua y el aire, principios… ‘Burgense’ 3, 1962, 277-278), si bien cada una
insiste en uno o dos de estos recursos tradicionales de purificación del
espíritu o de su liberación del cuerpo-materia. Esta purificación ascética, que
consiste en ‘separar lo más posible el alma del cuerpo, acostumbrar el alma a
dejar la envoltura corporal, para concentrarse en sí misma, a solas consigo’
(Platón, Fedro, 67c), exige con frecuencia la prolongación de la existencia
humana por medio de varias reencarnaciones; de ahí la defensa de la
metempsícosis (v.). Vida contemplativa y activa. Del d. provienen o, por lo
menos el d. fomentó, no sólo los conceptos de contemplación (theoria) y acción
(praxis), que, elevados a categoría de postura permanente de una persona o comunidad,
se convierten en vida contemplativa (bios theoréticos) y vida activa (bios
prácticos), sino también la primacía de lo contemplativo sobre lo activo y,
sobre todo, su hiriente oposición. La acción corresponde a lo
corporal-material, es el trato activo con las cosas; la contemplación o
conversión del espíritu hacia el mundo de las ideas y de los eternos valores,
se enmarca en el mundo espiritual, divino, que para una parte del pensamiento
helénico (Platón, neoplatonismo, etc.) aparece como la única realidad frente a
la irreal apariencia de los objetos. La oposición de esta doble actitud vital
podría quedar personificada en dos discípulos de Aristóteles: Dicearco, de la
vida activa y Teofrasto de la contemplativa (Cicerón, Epistolae ad Atticum,
2,16). Algo influyó el pensamiento griego en esta materia sobre algunos autores
cristianos, si bien la riqueza de contenido del cristianismo desborda al
pensamiento helénico, y no coincide con él (v. ACTIVIDAD Y ACTIVISMO II;
CONTEMPLACIÓN; v. t. art. siguiente. III). V. t.: ZOROASTRO; MAZDEíSMO;
PARSISMO; GNOSTICISMO; MANIQUEíSMO.
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https://www.teologoresponde.org/2014/03/22/en-que-consisten-las-religiones-dualistas/
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