miércoles, 19 de marzo de 2025

 

LA IGLESIA CATÓLICA, ANTIGUO Y NUEVO TESTAMENTO

ANTIGUO TESTAMENTO

LIBROS HISTÓRICOS

TOBÍAS

1Historia de Tobit, hijo de Tobiel, hijo de Ananiel, hijo de Aduel, hijo de Gabael, de la familia de Asiel, de la tribu de Neftalí. 2En tiempos de Salmanasar, rey de Asiria, fue deportado desde Tisbé, que se halla al sur de Cadés de Neftalí, en la alta Galilea por encima de Jasor, detrás del camino del oeste y al norte de Safed. 3Yo, Tobit, he practicado la verdad y la justicia toda mi vida; he dado muchas limosnas a mis parientes y compatriotas que vinieron cautivos conmigo a Nínive, la tierra de los asirios. 4Siendo yo muy joven, cuando vivía aún en mi país, Israel, toda la tribu de mi antepasado Neftalí se separó de la dinastía de David, mi padre, y de Jerusalén, la ciudad elegida entre todas las tribus de Israel como único lugar para ofrecer sus sacrificios. Allí había sido edificado y consagrado el templo, morada de Dios por todas las generaciones. 5Pero todos mis parientes —toda la casa de mi antepasado Neftalí— ofrecían sacrificios al becerro que Jeroboán, rey de Israel, había mandado colocar en Dan, en la montaña de Galilea. 6A menudo era yo el único que iba a Jerusalén para celebrar las fiestas, tal como está prescrito para todo Israel como ley perpetua. Me faltaba tiempo para ir a Jerusalén con las primicias de los frutos y de los animales, con los diezmos del ganado y la primera lana de las ovejas. 7Se lo entregaba a los sacerdotes, hijos de Aarón, para el altar. A los levitas que oficiaban en Jerusalén les entregaba el diezmo del vino, del trigo, del aceite, de las granadas, de los higos y demás frutos. El segundo diezmo, de los seis años, lo cambiaba en dinero y lo gastaba en Jerusalén cada año. 8El tercer diezmo lo daba, cada tres años, a viudas, a huérfanos y a prosélitos incorporados a los hijos de Israel. Celebrábamos una comida según lo prescrito en la ley de Moisés y según las recomendaciones de Débora, madre de mi abuelo Ananiel. Mi padre murió, y quedé huérfano. 9Cuando me hice un hombre, me casé con Ana, una mujer de nuestra familia. De ella tuve un hijo al que puse por nombre Tobías. 10Después fui deportado a Asiria y fijé mi residencia en Nínive. Todos los de mi familia y mi raza comían los mismos alimentos que los paganos. 11Pero yo me guardaba cuidadosamente de hacerlo. 12Y puesto que me había acordado de Dios con toda mi alma, 13el Altísimo hizo que Salmanasar me concediera gracia y favor y me nombrara proveedor suyo. 14Mientras él vivió, me desplazaba a Media para cumplir allí sus encargos. En Ragués de Media, en casa de Gabael, hijo de mi hermano Gabrí, deposité unos sacos con unos trescientos cincuenta kilos de plata. 15Pero, cuando murió Salmanasar y le sucedió en el trono su hijo Senaquerib, se cerraron los caminos de Media y no pude volver allí. 16En tiempos de Salmanasar di muchas limosnas a mis hermanos de raza: 17procuraba pan al hambriento y ropa al desnudo. Si veía el cadáver de uno de mi raza abandonado fuera de las murallas de Nínive, lo enterraba. 18Enterré también a los que mandó matar Senaquerib cuando vino huyendo de Judea —el Rey del cielo lo castigó por todas sus blasfemias, y él, en venganza, dio muerte a muchos hijos de Israel—. Yo sustraje sus cuerpos y les di sepultura. Senaquerib los buscó en vano. 19Un ninivita informó al rey de que era yo quien los había enterrado. Entonces me escondí. Pero, tras verificar que el rey sabía de mí y que me buscaban para matarme, tuve miedo y escapé. 20Todos mis bienes, confiscados, pasaron al tesoro real. Quedé sin nada, salvo Ana, mi mujer, y mi hijo Tobías. 21Sin embargo, menos de cuarenta días más tarde, Senaquerib fue asesinado por dos de sus hijos, los cuales huyeron a los montes de Ararat. Le sucedió en el trono su hijo Asaradón, que puso a Ajicar, hijo de mi hermano Anael, al frente de las finanzas de su reino con facultades sobre toda la administración. 22Gracias a la intercesión de Ajicar, pude volver a Nínive. Ajicar, que había sido copero mayor, custodio del sello real, contable y tesorero durante el reinado de Senaquerib, fue confirmado en sus cargos por Asaradón. Ajicar era de mi familia, sobrino mío.

21Siendo rey Asaradón, volví a mi casa y recuperé a mi mujer, Ana, y a mi hijo, Tobías. En nuestra santa fiesta de Pentecostés, es decir, la fiesta de las Semanas, me preparó un banquete, y me senté dispuesto a comer. 2Me prepararon la mesa y vi suculentos manjares. Entonces dije a mi hijo Tobías: «Hijo, sal y si, entre nuestros hermanos deportados en Nínive, encuentras algún pobre que se acuerde de Dios con todo corazón, tráelo para que coma con nosotros. Hijo mío, esperaré hasta que vuelvas». 3Tobías salió en busca de algún pobre de nuestro pueblo, pero al regreso me dijo: «¡Padre!». Respondí: «Aquí estoy, hijo mío». Él contestó: «Padre, han asesinado a uno de los nuestros y su cuerpo yace en la plaza del mercado. Acaba de ser estrangulado». 4Me levanté sin haber probado la comida, tomé el cadáver de la plaza y lo dejé en un cobertizo para enterrarlo cuando se pusiera el sol. 5Entré de nuevo, me lavé y comí con amargura, 6 recordando las palabras del profeta Amós contra Betel: «Vuestras fiestas se convertirán en luto y todos vuestros cantos en lamentaciones». No pude reprimir las lágrimas. 7Cuando se puso el sol, fui a cavar una fosa y enterré el cadáver. 8 Los vecinos se burlaban de mí diciendo: «Este no escarmienta. Tuvo que escapar cuando lo buscaban para matarlo por enterrar muertos y vuelve a la tarea». 9Aquella noche, después de bañarme, salí al patio y me recosté en la tapia, con la cara descubierta porque hacía calor. 10No había advertido que sobre la tapia, encima de mí, había gorriones. Sus excrementos aún calientes me cayeron sobre los ojos y me produjeron unas manchas blanquecinas. Acudí a los médicos para que me curasen; pero cuantos más remedios me aplicaban, más vista perdía a causa de las manchas; hasta que terminé totalmente ciego. Cuatro años permanecí sin ver. Todos mis parientes se mostraron afligidos. Ajicar me cuidó durante dos años, hasta que marchó a Elimaida. 11En tal situación, para obtener algún dinero, mi mujer, Ana, tuvo que trabajar en labores femeninas tejiendo lanas. 12Los clientes le abonaban el precio a la entrega del trabajo. Un día, el siete de marzo, terminó una pieza de tela y la entregó a los clientes. Estos, además de darle toda la paga, le regalaron un cabrito. 13Cuando ella entró en casa, el cabrito se puso a balar. Yo entonces llamé a mi mujer y le pregunté: «¿De dónde ha salido ese cabrito? ¿No será robado? Devuélvelo a su dueño. No podemos comer cosas robadas». 14Ella me aseguró: «Es un regalo que me han hecho además de pagarme». No la creí y, avergonzado por su comportamiento, insistí en que lo devolviera a su dueño. Entonces ella me replicó: «¿Dónde están tus limosnas y buenas obras? Ya ves de qué te han servido».

31Con el alma llena de tristeza, entre gemidos y sollozos, recité esta plegaria: 2«Eres justo, Señor, y justas son tus obras; | siempre actúas con misericordia y fidelidad, | tú eres juez del universo. 3Acuérdate, Señor, de mí y mírame; | no me castigues por los pecados y errores | que yo y mis padres hemos cometido. | Hemos pecado en tu presencia, 4hemos transgredido tus mandatos | y tú nos has entregado | al saqueo, al cautiverio y a la muerte, | hasta convertirnos en burla y chismorreo, | en irrisión para todas las naciones | entre las que nos has dispersado. 5Reconozco la justicia de tus juicios | cuando me castigas por mis pecados y los de mis padres, | porque no hemos obedecido tus mandatos, | no hemos sido fieles en tu presencia. 6Haz conmigo lo que quieras, | manda que me arrebaten la vida, | que desaparezca de la faz de la tierra | y a la tierra vuelva de nuevo. | Más me vale morir que vivir | porque se mofan de mí sin motivo | y me invade profunda tristeza. | Manda que me libre, Señor, de tanta aflicción, | déjame partir a la morada eterna. | Señor, no me retires tu rostro. | Mejor es morir que vivir en tal miseria | y escuchar tantos ultrajes». 7Sucedió aquel mismo día que Sara, hija de Ragüel, el de Ecbatana, en Media, fue injuriada por una de las criadas de su padre, 8porque había tenido siete maridos, pero el malvado demonio Asmodeo los había matado antes de consumar el matrimonio, según costumbre. La criada le dijo: «Eres tú la que matas a tus maridos. Ya te has casado siete veces y no llevas el nombre de ninguno de ellos. 9¿Por qué nos castigas por su muerte? ¡Vete con ellos y que nunca veamos hijo ni hija tuyos!». 10Entonces Sara, llena de tristeza, subió llorando al piso superior de la casa con el propósito de ahorcarse. Pero, pensándolo mejor, se dijo: «Solo serviría para que recriminen a mi padre. Le dirían que su hija única se ahorcó al sentirse desgraciada. No quiero que mi anciano padre baje a la tumba abrumado de dolor. En vez de ahorcarme, pediré la muerte al Señor para no tener que oír más reproches en mi vida». 11Entonces extendió las manos hacia la ventana y oró así: «Bendito seas, Dios misericordioso, | y bendito sea tu nombre por siempre; | que tus obras te bendigan por los siglos. 12Hacia ti levanto mi rostro | y elevo mis ojos a ti. 13Hazme desaparecer de la tierra | para no soportar más injurias. 14Tú sabes, Señor que soy virgen, | libre de contacto con varón. 15No he mancillado mi nombre | ni el de mi padre en este destierro. | Soy hija única y mi padre | no tiene otro hijo que le herede, | ni tiene pariente próximo o familiar | a quien me entregue por esposa. | Siete maridos se me han muerto. | ¿Para qué seguir viviendo? | Y si no quieres mi muerte, Señor, | manda que me miren con benevolencia | y tengan misericordia de mí, | para que no escuche más insultos». 16En aquel instante, la oración de ambos fue escuchada delante de la gloria de Dios, 17el cual envió al ángel Rafael para curarlos: a Tobit, para que desaparecieran las manchas blanquecinas de sus ojos y pudiera contemplar la luz de Dios; a Sara, hija de Ragüel, para darla en matrimonio a Tobías, hijo de Tobit, liberándola del malvado demonio Asmodeo. Tobías tenía más derecho a casarse con ella que cuantos la habían pretendido. Tobit regresaba entonces del patio a casa y Sara descendía del piso superior.

41Aquel mismo día, Tobit se acordó del dinero que había depositado en casa de Gabael, en Ragués de Media, 2y pensó para sí: «He pedido la muerte. ¿Por qué no llamo a mi hijo Tobías para informarle sobre el dinero antes de morir?». 3Lo llamó y, cuando se presentó, le dijo: «Cuando muera, dame digna sepultura. Respeta a tu madre, no la abandones mientras viva. Complácela, no entristezcas nunca su corazón. 4Recuerda, hijo, que sufrió por ti muchos peligros mientras te llevaba en su seno. Cuando ella muera, entiérrala junto a mí, en el mismo sepulcro. 5Hijo, acuérdate del Señor todos los días. No peques ni quebrantes sus mandamientos. Pórtate bien toda tu vida. No vayas por caminos de iniquidad, 6pues si obras la verdad tendrás éxito en tus empresas, igual que los que obran la justicia. 7Da limosna de cuanto posees; no seas tacaño. No apartes tu rostro ante el pobre y Dios no lo apartará de ti. 8Da limosna en la medida que puedas; si tienes poco, no te avergüences de dar poco. 9Así acumularás un tesoro para el día de la necesidad. 10La limosna preserva de la muerte y libra de caer en las tinieblas. 11Dar limosna es una ofrenda agradable para cuantos la hacen delante del Altísimo. 12Guárdate, hijo, de la fornicación. En primer lugar, cásate con una mujer de la familia de tus padres. No te cases con una que sea ajena a nuestra tribu, porque somos descendientes de profetas. Recuerda, hijo, que Noé, Abrahán, Isaac y Jacob, nuestros antepasados, se casaron con mujeres de su propia parentela y fueron bendecidos con hijos, de suerte que su descendencia heredará la tierra. 13Hijo, ama a tus parientes. No seas soberbio al tomar mujer de entre las hijas de tu pueblo. La soberbia acarrea inquietudes y ruina. La pereza conduce al hambre y a la pobreza. La pereza es madre de la miseria. 14Paga a tus obreros su jornal el mismo día; no retengas ni una noche el dinero de nadie. Si sirves a Dios en verdad, él te recompensará. Pon cuidado, hijo, en toda tu conducta, compórtate con educación. 15No hagas a nadie lo que tú aborreces. No bebas con exceso, no te aficiones a la embriaguez. 16Comparte tu pan con el hambriento y tu ropa con el que está desnudo. Si algo te sobra, dalo con generosidad al pobre, y que tú ojo no mire cuando des limosna. 17Ofrece tu pan sobre las tumbas de los justos; no lo des a los pecadores. 18Busca el consejo de los sensatos; no desprecies los buenos consejos. 19Alaba al Señor Dios en todo tiempo, ruégale que oriente tu conducta. Así tendrás éxito en tus empresas y proyectos. Porque ningún pueblo es dueño de sus proyectos, sino solo el Señor, que da todos los bienes según le place o abate hasta el fondo del abismo. Recuerda, hijo, estos preceptos, no los olvides jamás. 20Debo decirte, por otra parte, que tengo depositados unos trescientos cincuenta kilos de plata en casa de Gabael, hijo de Gabrí, en Ragués de Media. 21No te preocupes de que hayamos caído en la pobreza: serás muy rico si temes a Dios, evitas todo pecado y haces lo que agrada al Señor, tu Dios».

51Tobías respondió a Tobit, su padre: «Padre, haré todo lo que me mandas. 2Pero ¿cómo podré recuperar ese dinero? Gabael no me conoce, ni yo a él. ¿Qué prueba puedo darle para que me reconozca, se fíe de mí y me entregue el dinero? Además, no sé cómo se va a Media». 3Tobit le explicó: «Los dos firmamos un recibo que yo dividí en dos partes. Me quedé con una y dejé la otra con el dinero. Hace ya veinte años de aquello. Ahora, hijo, busca una persona de confianza que te acompañe. Le pagaremos un salario hasta que volváis. Ve y recupera ese dinero». 4Tobías salió a buscar un guía que conociera el camino de Media y lo acompañara. Nada más salir, se encontró con el ángel Rafael. Pero no sabía que era un ángel de Dios. 5Le preguntó: «¿De dónde vienes, amigo?». El ángel respondió: «Soy un hijo de Israel, como tú. Ando en busca de trabajo». Tobías preguntó: « ¿Conoces el camino que lleva a Media?». 6Respondió el ángel: «Sí. He estado allí muchas veces y conozco bien todos los caminos. En mis frecuentes viajes a Media me he hospedado en casa de Gabael, nuestro hermano, que vive en Ragués. Hay dos jornadas de camino desde Ecbatana hasta Ragués, pues Ragués está en la montaña, y Ecbatana en la llanura». 7Tobías le dijo: «Espérame, amigo, que voy a decírselo a mi padre. Necesito que me acompañes. Te pagaré por ello». 8El ángel respondió: «Bien. Espero aquí, pero no tardes». 9Entró Tobías en casa e informó a su padre: «Ya he encontrado al hombre. Es de los hijos de Israel, hermano nuestro». Tobit le contestó: «Llámale, hijo. Quiero saber a qué tribu y familia pertenece y si es un acompañante de confianza». 10Tobías salió y le dijo: «Amigo, mi padre te llama». Entró el ángel y, respondiendo al saludo de Tobit, dijo: «Que la alegría sea contigo». A lo que Tobit replicó: « ¿Qué alegría puedo tener? Estoy ciego. No veo la luz del cielo. Vivo en tinieblas como los muertos, que no pueden ver la luz. Soy un muerto en vida. Oigo la voz de las personas, pero no veo a nadie». El ángel repuso: «Ten ánimo, que Dios te curará pronto. Ten ánimo». Tobit prosiguió: «Mi hijo Tobías quiere ir a Media. ¿Puedes acompañarlo como guía? Te pagaré por ello, hermano». Respondió el ángel: «Puedo acompañarlo. Conozco todos los caminos. He estado repetidas veces en Media. He recorrido sus llanuras y montañas. Estoy familiarizado con todos los caminos». 11Tobit quiso saber más: «Dime, hermano: ¿a qué tribu y familia perteneces?». 12Le respondió el ángel: « ¿Para qué necesitas conocer mi tribu?». Tobit insistió: «Hermano, me gustaría conocer cómo te llamas y de quién eres hijo». 13Entonces el ángel precisó: «Soy Azarías, hijo del célebre Ananías, uno de tus parientes». 14Tobit le dijo: «Bienvenido seas, hermano. No tomes a mal mi deseo de saber sobre tu familia. Resulta que eres pariente mío y perteneces a una familia buena y noble. Conozco a Ananías y a Natán, los dos hijos del gran Semeí. Iban conmigo a Jerusalén y allí adorábamos a Dios; nunca se han desviado del buen camino. Tus parientes son gente de bien. Buen linaje, el tuyo. Bienvenido seas». 15Y añadió: «Te daré como paga una dracma al día y tendrás lo que necesites, lo mismo que mi hijo. Acompáñalo en sus viajes 16y añadiré algo a esa cantidad». 17Respondió el ángel: «Iré con él. Y no temas: sanos partimos y sanos volveremos. El camino es seguro». Tobit le dijo: «Dios te bendiga, hermano». Llamó luego a su hijo y le ordenó: «Hijo, prepara las cosas para el viaje y ve con tu pariente. Que el Dios del cielo os proteja y devuelva sanos. Que su ángel os acompañe y proteja». Antes de partir, Tobías se despidió con un beso de su padre y de su madre. Tobit le dijo: « ¡Adiós, y buen viaje!». 18Pero la madre, llorando, reconvino a su marido: « ¿Por qué has dejado marchar a mi hijo? Él es el báculo de nuestra vejez. Siempre ha estado con nosotros. 19¿Para qué más dinero? Es basura en comparación con nuestro hijo. 20Tenemos bastante con lo que el Señor nos concede». 21Tobit le dijo: «No te preocupes. Nuestro hijo parte sano y sano volverá. Lo verás con tus propios ojos cuando regrese. 22No te atribules ni sufras, querida. Un ángel bueno lo acompañará, le concederá un próspero viaje y nos lo devolverá sano y salvo». 23Ella dejó de llorar.

61Cuando partieron el joven y el ángel, el perro marchó con ellos. Caminaron hasta el anochecer y acamparon junto al río Tigris. 2Tobías bajó al río para lavarse los pies. Entonces saltó del agua un pez enorme que estuvo a punto de devorarle un pie. Él gritó 3y el ángel le dijo: «Atrápalo y no lo sueltes». 4Tobías se apoderó del pez y lo arrastró a tierra. El ángel añadió: «Ábrelo, sácale la hiel, el corazón y el hígado y guárdalos, porque sirven de medicina. Los intestinos, tíralos». 5Tobías abrió el pez y le extrajo la hiel, el corazón y el hígado. Después asó una parte del mismo pez, se la comió y saló el resto. 6Luego continuaron el viaje los dos juntos hasta llegar cerca de Media. 7Entonces el joven preguntó al ángel: «Hermano Azarías, ¿para qué remedios sirven el corazón, el hígado y la hiel del pez?». 8Él respondió: «Si un hombre o una mujer padecen ataques del demonio o de un mal espíritu, quemas el corazón y el hígado del pez ante ellos y el humo hará desaparecer para siempre los ataques. 9Si alguien tiene los ojos afectados por manchas blancas, se los untas con la hiel, soplas sobre ellos, y queda curado». 10Cuando entraron en Media, ya cerca de Ecbatana, 11Rafael dijo al joven: «Hermano Tobías». Este respondió: «Dime». Prosiguió Azarías: «Pasaremos la noche en casa de Ragüel. Este pariente tuyo tiene una hija llamada Sara. 12Es hija única. Tú, como pariente más próximo, tienes derecho preferente a casarte con ella y heredar los bienes de su padre. La joven es prudente, decidida y muy hermosa. El padre es un hombre honorable». 13Y añadió: «Conviene que la tomes por esposa. Hazme caso, hermano. Yo hablaré de ella al padre esta noche, para que te la conceda como prometida. Celebraremos la boda a nuestro regreso de Ragués. Estoy seguro de que Ragüel no te la negará ni la casará con otro, pues se haría reo de muerte según lo previsto en el libro de Moisés. Él sabe que tienes derecho preferente a casarte con ella. Óyeme bien, hermano: esta noche hablaremos de la joven y la pediremos en matrimonio y, cuando volvamos de Ragués, la recogemos y la llevamos con nosotros a tu casa». 14Tobías respondió a Rafael: «Hermano Azarías, me han dicho que la joven se ha casado ya siete veces y que todos los maridos han muerto la misma noche de la boda al pretender acercarse a ella. Me han dicho también que es un demonio quien los mata. 15Tengo miedo, porque a ella el demonio no le hace ningún daño, pero da muerte al hombre que intenta acercarse. Soy hijo único y temo que, si muero, la pena por mi pérdida lleve a mis padres al sepulcro. No tienen otro hijo que los entierre». 16El ángel replicó: « ¿Has olvidado el encargo de tu padre: que te casaras con una mujer de la familia? Escúchame, hermano. No te preocupes del demonio y cásate con ella. Estoy seguro de que esta noche te la darán por esposa. 17Cuando entres en la alcoba, toma una parte del hígado y el corazón del pez y arrójalo en el brasero del incienso. Cuando el demonio perciba el olor de lo quemado, huirá y nunca más se le acercará. 18Y antes de unirte a ella, debéis orar los dos en pie, suplicando al Señor del cielo que os conceda su misericordia y protección. No temas, porque está destinada para ti desde la eternidad. Tú la salvarás y ella se irá contigo. Estoy seguro de que te dará unos hijos que serán como hermanos para ti. No te preocupes». 19Tobías, teniendo en cuenta lo que decía Rafael y que Sara era pariente suya, de la familia de su padre, se enamoró intensamente de ella.

71Cuando entraron en Ecbatana, dijo Tobías: «Hermano Azarías, condúceme rápido a casa de nuestro pariente Ragüel». Así lo hizo el ángel. Lo encontraron sentado a la entrada del patio. Al saludo de ambos él respondió: «Mi más cordial bienvenida. Espero que estéis bien». Los hizo entrar en casa 2y dijo a Edna, su mujer: « ¿No se parece este joven a mi pariente Tobit?». 3Edna les preguntó: « ¿De dónde sois, hermanos?». Respondieron: «Somos de la tribu de Neftalí, de los deportados a Nínive». 4Ella continuó: « ¿Conocéis a nuestro pariente Tobit?». Ellos respondieron: «Claro que lo conocemos». « ¿Está bien?». 5«Vive y está bien», contestaron ellos. Tobías precisó: «Es mi padre». 6Entonces Ragüel se levantó de un salto y, con lágrimas en los ojos, lo besó y le dijo: «Bendito seas, hijo. Tienes un padre bueno y noble. ¡Qué desgracia que un hombre tan honrado y generoso se haya quedado ciego!». Y echándose al cuello de su pariente Tobías, lloró de nuevo. 7También lloraban Edna, su mujer, y Sara, su hija. 8Entonces Ragüel sacrificó un carnero y los hospedó con suma cordialidad. 9Después de bañarse y lavarse las manos, se sentaron a la mesa. Tobías dijo entonces a Rafael: «Hermano Azarías, di a Ragüel que me dé por mujer a mi pariente Sara». 10 Ragüel lo oyó y dijo al joven: «Come, bebe y disfruta esta noche. Tú eres quien más derecho tiene a casarse con Sara. No podría yo dársela a otro, puesto que tú eres el pariente más próximo. Pero debo decirte la verdad, hijo. 11Ya se la he dado en matrimonio a siete parientes y todos murieron la noche de la boda. Ahora, hijo, come y bebe, que el Señor se cuidará de vosotros». 12Pero Tobías insistió: «No comeré ni beberé hasta que tomes una decisión sobre lo que te he pedido». Ragüel respondió: «De acuerdo. Te la doy por esposa según lo prescrito en la ley de Moisés. Dios ordena que sea tuya. Recíbela. Desde ahora sois marido y mujer. Tuya es desde hoy para siempre. Hijo, que el Señor del cielo os ayude esta noche y os conceda misericordia y paz». 13Llamó Ragüel a su hija Sara y, cuando ella estuvo presente, la tomó de la mano y se la entregó a Tobías, diciendo: «Tómala por mujer según lo previsto y ordenado en la ley de Moisés. Tómala y llévala con bien a la casa de tu padre. Que el Dios del cielo os conserve en paz y prosperidad». 14Llamó luego a la madre, mandó traer una hoja de papel y escribió el contrato de matrimonio: Sara era entregada por mujer a Tobías según lo prescrito en la ley de Moisés. Después de esto comenzaron a cenar. 15Ragüel se dirigió a Edna, su mujer, y le dijo: «Querida, prepara la otra habitación para Sara». 16Así lo hizo Edna y llevó allí a su hija. No pudo evitar el llanto. Luego, secándose las lágrimas, le dijo: 17« ¡Ten ánimo, hija! Que el Señor del cielo cambie tu tristeza en alegría. ¡Ten ánimo, hija!». Y se retiró.

81Cuando terminaron de cenar y decidieron acostarse, acompañaron al joven hasta la habitación. 2Tobías, recordando lo que le había dicho Rafael, sacó de la bolsa el hígado y el corazón del pez y los arrojó en el brasero del incienso. 3El olor del pez expulsó al demonio, que huyó volando hasta la región de Egipto. Rafael salió inmediatamente tras él y lo retuvo allí, atado de pies y manos. 4Cuando todos hubieron salido y cerrado la puerta de la habitación, Tobías se levantó de la cama y dijo a Sara: «Levántate, mujer. Vamos a rezar pidiendo a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos proteja». 5Ella se levantó, y comenzaron a suplicar la protección del Señor. Tobías oró así: «Bendito seas, Dios de nuestros padres, | y bendito tu nombre por siempre. | Que por siempre te alaben | los cielos y todas tus criaturas. 6Tú creaste a Adán y le diste | a Eva, su mujer, como ayuda y apoyo. | De ellos nació la estirpe humana. | Tú dijiste: “No es bueno que el hombre esté solo; | hagámosle una ayuda semejante a él”. 7Al casarme ahora con esta mujer, | no lo hago por impuro deseo, | sino con la mejor intención. | Ten misericordia de nosotros | y haz que lleguemos juntos a la vejez». 8Los dos dijeron: «Amén, amén». 9Y durmieron toda la noche. Ragüel se levantó y fue con sus criados a cavar una fosa, 10pues se dijo: «Es posible que haya perecido, y ello nos convierta en burla y escarnio para la gente». 11Cuando terminaron de cavar la fosa, Ragüel volvió a casa, llamó a su mujer 12y le dijo: «Manda que vaya una criada a ver si está vivo. Si ha muerto, lo enterraremos sin que nadie se entere». 13Encendieron una lámpara, abrieron la puerta e hicieron entrar a la criada. Ella los encontró acostados, durmiendo los dos juntos. 14Salió y les dijo: «Está vivo. No le ha pasado nada». 15Entonces Ragüel dio gracias al Dios del cielo: «Bendito seas, Dios, con toda verdad. | Que te bendigan todos los siglos. 16Bendito seas por el gozo que me das: | no ha pasado lo que me temía, | y nos has mostrado tu gran misericordia. 17Bendito seas por haberte compadecido | de estos dos hijos únicos. | Señor, derrama sobre ellos | tu misericordia y protección. | Concédeles larga vida | de amor y felicidad». 18Después ordenó a los criados que cerraran la fosa antes del amanecer. 19Encargó a su mujer que cociera pan en abundancia. Él, por su parte, corrió al establo, tomó dos bueyes y cuatro carneros y mandó que los cocinaran. Así empezaron los preparativos. 20Entonces llamó a Tobías y le dijo: «Quédate aquí catorce días, comiendo y bebiendo conmigo y haciendo feliz a mi hija, que tanto ha sufrido. 21Después tomarás la mitad de mis bienes y volverás felizmente a casa de tu padre. Cuando hayamos muerto mi mujer y yo, también la otra mitad será vuestra. ¡Ten confianza, hijo! Yo soy tu padre y Edna tu madre para siempre, como lo somos de tu mujer. ¡Ten confianza, hijo!».

91Tobías llamó a Rafael y le dijo: 2«Hermano Azarías, toma contigo cuatro criados y dos camellos y ve a Ragués. 3Cuando llegues a casa de Gabael, le das el recibo, cargas el dinero y a él te lo traes para la boda. 4Tú sabes que mi padre estará contando los días y con uno solo que me retrase le daré un disgusto. Ragüel me ha pedido que me quede y no puedo oponerme a su deseo». 5Rafael marchó a Ragués de Media con los cuatro criados y los dos camellos. Una vez hospedados en casa de Gabael, Rafael le presentó el recibo y le informó de que Tobías, el hijo de Tobit, se había casado y lo invitaba a la boda. Gabael le entregó los sacos de dinero, con los precintos intactos, y los cargaron. 6Partieron juntos, muy de mañana, para la boda. Cuando entraron en casa de Ragüel, Tobías, que estaba sentado a la mesa, se levantó a toda prisa y saludó a Gabael. Con lágrimas en los ojos, Gabael lo bendijo: « ¡Digno hijo de un padre digno, justo y caritativo! Que el Señor derrame las bendiciones del cielo sobre ti, tu mujer y tus suegros. Bendito sea Dios porque me ha permitido ver en ti el vivo retrato de mi primo Tobit».

101Tobit, mientras tanto, calculaba los días que tardaría su hijo en el viaje de ida y vuelta. Cuando pasaron esos días sin que Tobías volviera, 2pensó: «Quizá se haya entretenido allí. O quizá haya muerto Gabael y nadie le entregue el dinero». 3Y empezó a preocuparse. 4Ana, su mujer, decía: «Mi hijo ha muerto. Mi hijo ya no vive». Lloraba y se lamentaba, diciendo: 5« ¡Ay de mí, hijo, luz de mis ojos! ¿Por qué te dejaría marchar?». 6Tobit la consolaba: « ¡Calla!, mujer, no te preocupes. Seguro que está bien. Habrán tenido que retrasarse. Pero su compañero es hombre de confianza y pariente nuestro. No te inquietes por él, mujer, que volverá pronto». 7Pero ella protestaba: « ¡Déjame! No me vengas con engaños. Mi hijo ha muerto». Día tras día se asomaba al camino por donde su hijo había marchado. No hacía caso a nadie. Cuando se ponía el sol, volvía a casa y pasaba las noches sin poder dormir, lamentándose y llorando. 8Al cumplirse los catorce días de fiesta con que Ragüel había decidido celebrar la boda de su hija, Tobías se dirigió a él y le dijo: «Permíteme regresar. Seguro que mis padres se imaginan que no volverán a verme. Por favor, padre, déjame regresar al lado de mi padre. Ya sabes en qué situación lo dejé». 9Ragüel le respondió: «Quédate, hijo; quédate conmigo. Yo mandaré noticias de ti a tu padre Tobit». Pero Tobías replicó: «No. Te ruego que me permitas volver a casa de mi padre». 10Entonces Ragüel, sin más dilación, le entregó a Sara, su esposa, y le dio la mitad de cuanto poseía: criados y criadas, vacas y ovejas, asnos y camellos, ropa, dinero y utensilios. 11Se despidió de Tobías con un abrazo, diciéndole: «Adiós, hijo, que tengáis buen viaje. Que el Señor del cielo os guíe, a ti y a Sara, tu mujer, y que yo viva para ver a vuestros hijos». 12A su hija Sara le dijo: «Ve a casa de tu suegro. Ahora ellos son tan padres tuyos como los que te hemos dado la vida. Ve en paz, hija. Espero oír buenas noticias de ti mientras viva». Y abrazándolos, los dejó marchar. 13Por su parte, Edna dijo a Tobías: «Hijo y querido hermano, que el Señor te devuelva a casa y que yo viva para ver a vuestros hijos. Delante del Señor te confío a mi hija. No le hagas daño jamás. Ve en paz, hijo. Desde ahora soy tu madre y Sara tu mujer. Que todos vivamos felices hasta el fin de nuestros días». Besó a los dos y se despidió de ellos. 14Tobías abandonó la casa de Ragüel sano y salvo, dando gracias al Señor de cielo y tierra, rey del universo, por el éxito de su viaje. Ragüel le dijo: «Que Dios te conceda honrar a tus padres toda su vida».

111Cuando se acercaban a Caserín, ya cerca de Nínive, 2dijo Rafael: «Ya sabes cómo estaba tu padre cuando lo dejamos. 3Vamos a adelantarnos nosotros a tu mujer para preparar la casa mientras llegan los demás». 4Cuando caminaban los dos juntos, le dijo Rafael: «Ten a mano la hiel». El perro iba tras ellos. 5Ana estaba sentada, con la mirada puesta en el camino por donde debía volver su hijo. 6Cuando lo divisó de lejos, dijo al padre: «Mira, ahí llega tu hijo con el hombre que lo acompañaba». 7Rafael dijo a Tobías antes de llegar a su padre: «Estoy seguro de que tu padre recobrará la vista. 8Úntale los ojos con la hiel del pez. El remedio hará que las manchas blancas se contraigan y se desprendan. Tu padre recobrará la vista y verá la luz». 9Ana acudió corriendo y se abrazó al cuello de su hijo mientras decía: «Ya te he visto, hijo. Ya puedo morir». Y rompió a llorar. 10Tobit se levantó y, tropezando, atravesó la puerta del patio. 11Tobías corrió hasta él con la hiel del pez en la mano; le sopló en los ojos, lo tomó de la mano y le dijo: «Ánimo, padre!». Tomó el remedio y se lo aplicó. 12Luego, con ambas manos, le quitó como unas pielecillas de los ojos. 13Tobit se echó al cuello de su hijo y gritó entre lágrimas: «Te veo, hijo, luz de mis ojos». 14Y añadió: «Bendito sea Dios | y bendito sea su gran nombre; | benditos todos sus santos ángeles. | Que su gran nombre nos proteja. | Benditos por siempre todos los ángeles. | Tras el castigo se ha apiadado, | y ahora veo a mi hijo Tobías». 15Tobías entró en casa lleno de gozo y alabando a Dios con voz potente. Después contó a su padre lo bien que le había ido en el viaje: traía el dinero y se había casado con Sara, la hija de Ragüel. Y agregó: «Estará a punto de llegar, casi a la puerta de Nínive». 16Tobit, alegre y alabando a Dios, salió hacia la puerta de la ciudad, al encuentro de su nuera. La gente de Nínive quedaba estupefacta al verlo caminar con paso firme y sin ayuda de nadie. Él proclamaba ante ellos que Dios, en su misericordia, le había devuelto la vista. 17Cuando se encontró con Sara, la mujer de su hijo, la bendijo con estas palabras: « ¡Bienvenida seas, hija! Bendito sea tu Dios, que te ha traído a nuestra casa. Que él bendiga a tu padre, a mi hijo y a ti, hija mía. Entra en esta tu casa con salud, bendición y alegría. Entra, hija». 18Aquel fue un día de fiesta para todos los judíos de Nínive. 19También Ajicar y Nadab, sobrinos de Tobit, acudieron a felicitarlo.

121Una vez concluidos los festejos nupciales, Tobit llamó a Tobías y le advirtió: «Hijo, ocúpate de pagar al hombre que te ha acompañado. Añade algo a la paga convenida». 2Respondió Tobías: «Padre, ¿cuánto debo darle? No saldría perjudicado aunque le diera la mitad de lo que ha traído conmigo. 3Me ha guiado sin percances, ha cuidado de mi mujer, me ha ayudado a recuperar el dinero y a ti te ha curado. ¿Cuánto debo añadir a la paga?». 4Tobit opinó: «Hijo, es justo que reciba la mitad de lo que ha traído contigo». 5Así pues, Tobías lo llamó y le dijo: «Recibe como paga la mitad de todo lo que has traído y vete en paz». 6Entonces Rafael tomó aparte a los dos y les dijo: «Alabad a Dios y dadle gracias ante todos los vivientes por los beneficios que os ha concedido; así todos cantarán y alabarán su nombre. Proclamad a todo el mundo las gloriosas acciones de Dios y no descuidéis darle gracias. 7Es bueno guardar el secreto del rey, pero las gloriosas acciones de Dios hay que manifestarlas en público. Practicad el bien, y no os atrapará el mal. 8Más vale la oración sincera y la limosna hecha con rectitud que la riqueza lograda con injusticia. 9Más vale dar limosna que amontonar oro. La limosna libra de la muerte y purifica del pecado. Los que dan limosna vivirán largos años, 10mientras que los pecadores y malhechores atentan contra su propia vida. 11Os voy a decir toda la verdad, sin ocultaros nada. Os he dicho que es bueno guardar el secreto del rey y manifestar en público las gloriosas acciones de Dios. 12Pues bien, cuando tú y Sara orabais, era yo quien presentaba el memorial de vuestras oraciones ante la gloria del Señor, y lo mismo cuando enterrabas a los muertos. 13El día en que te levantaste enseguida de la mesa, sin comer, para dar sepultura a un cadáver, Dios me había enviado para someterte a prueba. 14También ahora me ha enviado Dios para curaros a ti y a tu nuera Sara. 15Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están al servicio del Señor y tienen acceso a la gloria de su presencia». 16Los dos hombres, llenos de turbación y temor, se postraron rostro en tierra. 17El ángel les dijo: «No temáis. Tened paz. Alabad a Dios por siempre. 18He estado con vosotros no por mi propia iniciativa, sino por voluntad de Dios. Alabadlo siempre y cantadle. 19Me habéis visto comer, pero era simple apariencia. 20Ahora pues, alabad al Señor en la tierra, dadle gracias. Yo subo al que me ha enviado. Poned por escrito todo lo que os ha sucedido». El ángel se elevó. 21Cuando ellos se pusieron en pie, ya no lo vieron. 22Entonces alabaron y cantaron a Dios, dándole gracias por la gran maravilla de habérseles aparecido un ángel de Dios.

131Dijo Tobías: «Bendito sea Dios, que vive eternamente; | y cuyo reino dura por los siglos. 2Él azota y se compadece; | hunde hasta el abismo y saca de él | y no hay quien escape de su mano. 3Dadle gracias, hijos de Israel, ante los gentiles, | porque él nos dispersó entre ellos. 4Proclamad allí su grandeza, | ensalzadlo ante todos los vivientes, | que él es nuestro Dios y Señor, | nuestro Padre por todos los siglos. 5Él nos azota por nuestros delitos, | pero se compadecerá de nuevo, | y os congregará de entre las naciones | por donde estáis dispersados. 6Si os volvéis a él de todo corazón | y con toda el alma, | siendo sinceros con él, | él volverá a vosotros | y no os ocultará su rostro. 7Veréis lo que hará con vosotros, | le daréis gracias a boca llena. | Bendeciréis al Señor de la justicia | y ensalzaréis al rey de los siglos. 8Yo le doy gracias en mi cautiverio, | anuncio su grandeza y su poder | a un pueblo pecador. | Convertíos, pecadores, | obrad rectamente en su presencia: | quizá os mostrará benevolencia | y tendrá compasión. 9Ensalzaré a mi Dios, al Rey del cielo, | y me alegraré de su grandeza. 10Que todos alaben al Señor | y le den gracias en Jerusalén. | Jerusalén, ciudad santa, | él te castigó por las obras de tus hijos, | pero volverá a apiadarse del pueblo justo. 11Da gracias al Señor como es debido | y bendice al rey de los siglos: | para que su templo | sea reconstruido con júbilo, 12para que él alegre en ti | a todos los desterrados | y ame en ti a todos los desgraciados, | por los siglos de los siglos. 13Una luz esplendente iluminará | a todas las regiones de la tierra. | Vendrán a ti de lejos muchos pueblos. | Y los habitantes del confín de la tierra | vendrán a visitar al Señor, tu Dios, | con ofrendas para el Rey del cielo. | Generaciones sin fin | cantarán vítores en tu recinto, | y el nombre de la elegida | durará para siempre. 14Malditos quienes te agravien, | quienes te destruyan y abatan tus muros, | arrasen tus torres y quemen tus casas. | Pero benditos sean por siempre | quienes trabajen por construirte. 15Saldrás entonces con júbilo | al encuentro del pueblo justo, | porque todos se reunirán | para bendecir al Señor del mundo. | Dichosos los que te aman, | dichosos los que te desean tu paz. 16Dichosos los que lloraron tus castigos: | se alegrarán viendo tu gozo por siempre. | Bendice, alma mía, al Señor, | al Rey soberano, | porque Jerusalén será reconstruida, | y allí su templo para siempre. 17Seré feliz si el resto de mi raza | puede contemplar tu gloria | y dar gracias al Rey del cielo. | Las puertas de Jerusalén serán renovadas | con zafiros y esmeraldas, | y todos tus muros con piedras preciosas. | Las torres de Jerusalén | serán edificadas con oro, | y sus baluartes con oro fino. | El pavimento de sus plazas | será de azabaches y piedras de Ofir. 18Las puertas de Jerusalén | resonarán con cantos de júbilo, | y todas sus casas aclamarán: | ¡Aleluya! ¡Bendito sea el Dios de Israel! | Los bendecidos por él bendecirán | su santo nombre por siempre jamás».

141Así terminó Tobías su acción de gracias. 2Tobit murió en paz a la edad de ciento doce años y recibió honrosa sepultura en Nínive. Tenía sesenta y dos cuando quedó ciego y, después de recobrar la vista, vivió feliz, dando limosnas, alabando siempre a Dios y proclamando sus grandezas. 3Ya próxima su muerte, llamó a su hijo Tobías y le hizo estas recomendaciones: «Hijo, toma a tus hijos 4y huye sin tardar a Media. Estoy seguro de que se va a cumplir lo que dijo Dios por medio de Nahún contra Nínive. Sucederá todo lo que contra Asur y Nínive anunciaron los profetas enviados por Dios a Israel. No fallará ni una de sus palabras. Todo se cumplirá a su tiempo. En Media habrá más seguridad que en Asiria y Babilonia. Sé y mantengo que cuanto Dios ha dicho se cumplirá sin que falle una palabra. Nuestros hermanos que habitan en Israel serán dispersados y deportados de aquella buena tierra. Todo Israel quedará desierto. Desiertas quedarán Samaría y Jerusalén. El templo de Dios, devastado por el fuego, permanecerá por un tiempo en ruinas. 5Pero Dios se apiadará una vez más de ellos y los devolverá a la tierra de Israel. Reconstruirán el templo, pero no como el primero, no hasta que se cumpla el tiempo prefijado. Entonces volverán todos del destierro, edificarán una Jerusalén maravillosa y reconstruirán allí el templo, como lo anunciaron los profetas de Israel. 6Todos los pueblos de la tierra se convertirán al verdadero temor de Dios; abandonarán a los ídolos que los condujeron al error y alabarán rectamente al Dios de los siglos. 7Todos los hijos de Israel que vivan entonces y hayan permanecido firmes en su fidelidad a Dios se reunirán para ir a Jerusalén, tomarán posesión de la tierra de Abrahán y en ella vivirán a salvo por siempre. Se alegrarán los que aman de verdad a Dios, mientras que los pecadores e injustos desaparecerán de la faz de la tierra. 8Ahora, hijos, os recomiendo que sirváis a Dios con lealtad y hagáis lo que le agrada. Mandad a vuestros hijos que practiquen la justicia y la limosna, que tengan presente a Dios y siempre lo alaben con sinceridad y con todas sus fuerzas. 9Y tú, hijo, sal de Nínive. No te quedes aquí. Cuando entierres a tu madre junto a mí, no pases ni una noche en esta tierra, porque veo que está llena de maldades y de cínica falsedad. 10Hijo, recuerda lo que Nadab hizo con Ajicar, que lo había criado: lo metió vivo en un sepulcro. Pero Dios cubrió de ignominia a Nadab ante su víctima, pues Ajicar fue liberado, mientras que el otro fue arrojado a las tinieblas eternas por haber intentado la muerte de Ajicar. Gracias a sus limosnas, Ajicar se libró de la trampa mortal que Nadab le había preparado, y fue Nadab quien cayó en ella y pereció. 11Ved, pues, hijos adónde lleva la limosna y cómo la maldad lleva a la muerte. Pero ya las fuerzas me abandonan». Nada más tenderlo en el lecho, expiró. Le dieron honrosa sepultura. 12Cuando murió su madre, Tobías la enterró al lado de su padre. Después marchó a Media con su mujer y se estableció en Ecbatana, en casa de su suegro Ragüel. 13Tobías cuidó afectuosamente a sus suegros, ya ancianos, y los enterró en Ecbatana de Media. Entonces unió la herencia de Ragüel a la de su padre Tobit. 14Murió Tobías, rodeado de respeto, a la edad de ciento diecisiete años. 15Vivió lo suficiente para conocer la destrucción de Nínive y la deportación de sus habitantes por Ciaxares a Media. Bendijo a Dios por el castigo de los ninivitas y asirios. Antes de morir pudo celebrar el destino de Nínive y alabó al Señor, Dios por los siglos de los siglos.

https://www.conferenciaepiscopal.es/biblia/tobias/

 

Antiguo Testamento

LIBROS HISTÓRICOS

Judit

11Corría el año duodécimo del reinado de Nabucodonosor, que reinó sobre los asirios en la gran ciudad de Nínive. Por entonces reinaba Arfaxad sobre los medos en Ecbatana. 2Él fue quien rodeó esta ciudad con una muralla hecha de piedras labradas que medían metro y medio de ancho por unos tres de largo. La muralla tenía una altura de unos treinta y cinco metros y una anchura de veinticinco. 3Junto a las puertas de la ciudad construyó unas torres que se elevaban unos cincuenta metros y tenían en los cimientos un espesor de treinta. 4Las puertas, de unos treinta y cinco metros de altura por veinte de anchura, permitían el paso del ejército y el desfile de la infantería. 5En aquel tiempo, el rey Nabucodonosor entabló batalla contra el rey Arfaxad en la gran llanura que se extiende en el territorio de Ragau. 6Se unieron a él todos los habitantes de las montañas, los que vivían a orillas de los ríos Éufrates, Tigris e Hidaspes y los de la llanura de Arioj, rey de Elán. Fueron, pues, muchos los pueblos que se aliaron para luchar con los hijos de los caldeos. 7Nabucodonosor, rey de los asirios, envió mensajeros a Persia y a todos los habitantes de Occidente: Cilicia, Damasco, Líbano y Antilíbano; a los habitantes del litoral 8y a los pueblos del Carmelo, Galaad, alta Galilea y la gran llanura de Esdrelón; 9a todos los de Samaría y sus ciudades; a los del otro lado del Jordán hasta Jerusalén, Batanea, Jelús y Cadés; pasado el río de Egipto, a Tafnes, Rameses y toda la región de Gosén, 10y, más allá de Tanis y Menfis, a todos los egipcios hasta los límites de Etiopía. 11Pero los habitantes de aquellas tierras desatendieron el mensaje de Nabucodonosor, rey de los asirios, y se negaron a ir con él a la guerra. No le tenían miedo, porque pensaban que carecía de apoyos. Así pues, trataron a sus mensajeros con desprecio y los despidieron con las manos vacías. 12Nabucodonosor se enfureció contra aquellas tierras y juró por su trono y por su reino que se vengaría de todas las regiones de Cilicia, Damasco y Siria degollando a todos sus habitantes, junto con los de Moab, Amón, de toda Judea y todo Egipto hasta los confines de los dos mares. 13El año decimoséptimo de su reinado, Nabucodonosor atacó con todas sus tropas al rey Arfaxad y lo venció en la lucha, poniendo en fuga a todo el ejército, la caballería y los carros de Arfaxad. 14Se apoderó de sus ciudades y, llegado a Ecbatana, tomó sus torres, devastó sus calles y convirtió su esplendor en ruina. 15Capturó a Arfaxad en las montañas de Ragau y acabó con él a flechazos. 16Después regresó a Nínive con su ejército, una inmensa multitud de soldados, y allí se dedicó, junto con los soldados, a holgar y banquetear durante ciento veinte días.

21El año decimoctavo, el día veintidós del primer mes, se celebró consejo en el palacio de Nabucodonosor, rey de los asirios, para decidir cómo llevar a cabo su idea de venganza contra toda la tierra. 2Convocados los ministros y magnates del reino, les comunicó su plan oculto y decretó personalmente la destrucción de aquella tierra. 3Todos acordaron que debían ser exterminados cuantos habían rechazado el mensaje del rey. 4Tan pronto como terminó el consejo, Nabucodonosor, rey de los asirios, llamó a Holofernes, jefe supremo del ejército y segundo en autoridad después del mismo rey, y le dijo: 5«Esto ordena el gran rey, señor de toda la tierra: Tan pronto como te retires de mi presencia, toma contigo hombres valerosos, hasta ciento veinte mil infantes y doce mil jinetes con sus caballos, 6y marcha contra las tierras de Occidente que se negaron a cumplir mis órdenes. 7Diles que se preparen para recibirme, porque voy a descargar mi ira sobre ellos. Su tierra será ocupada por mis soldados y se la entregaré a ellos como botín. 8Sus muertos llenarán los valles, hasta el punto de que ríos y torrentes desbordarán de cadáveres. 9A sus cautivos los enviaré a los confines de la tierra. 10Ve, pues, y conquístame todos sus territorios. Si se te entregan, guárdamelos hasta que llegue el momento de su castigo. 11No muestres piedad con los que se resistan; entrégalos a la muerte y al saqueo en toda tierra que conquistes. 12Lo juro por mi vida y por mi reino. Lo he dicho y lo cumpliré con mis propias manos. 13Y tú no desobedezcas ninguna de las órdenes de tu señor; cúmplelas exactamente y sin demora». 14Nada más salir de la presencia de su señor, Holofernes convocó a todos los jefes, generales y oficiales del ejército asirio. 15Además, de acuerdo con el mandato de su señor, seleccionó ciento veinte mil hombres aguerridos y doce mil arqueros a caballo 16y los organizó para la contienda. 17Tomó un gran número de camellos, asnos y mulos para transportar el bagaje e innumerables ovejas, bueyes y cabras para el aprovisionamiento, 18así como abundantes vituallas para cada hombre y gran cantidad de oro y plata del palacio real. 19Partió Holofernes de Nínive con todo su ejército, precediendo al rey Nabucodonosor, para invadir toda la tierra de Occidente con sus carros, jinetes e infantes selectos. 20Tras ellos iba una confusa muchedumbre, incontable como una plaga de langosta o como la arena de la tierra. 21En tres jornadas de marcha, llegaron desde Nínive a la llanura de Bectilet y acamparon cerca de allí, no lejos de las montañas que están al norte de la alta Cilicia. 22Holofernes avanzó luego, con todo su ejército de infantería, caballería y carros, hacia la región montañosa. 23Asoló Put y Lidia; saqueó a los rasitas e ismaelitas al borde del desierto, al sur de Jeleón. 24Bordeando el Éufrates, cruzó Mesopotamia y destruyó todas las ciudades fortificadas que jalonan el torrente Abrona hasta el mar. 25Ocupó el territorio de Cilicia y, aniquilando a cuantos le oponían resistencia, llegó a la frontera meridional de Jafet, frente a Arabia. 26Cercó a todos los madianitas, incendió sus tiendas y se apoderó de sus rebaños. 27Durante la siega del trigo, bajó a la llanura de Damasco, prendió fuego a sus mieses, exterminó sus rebaños de ovejas y bueyes, saqueó sus ciudades, devastó sus campos y degolló a todos sus jóvenes. 28El pánico se apoderó de los habitantes de la costa, los de Tiro y Sidón, los de Sur y Aco. Ante él se aterrorizaron los de Yamnia, Azoto y Ascalón.

31Esta gente envió a Holofernes mensajeros con una petición de paz: 2«Nosotros, siervos del gran rey Nabucodonosor, nos rendimos ante ti para que dispongas de nosotros como te plazca. 3Aquí tienes nuestras fincas y todo nuestro territorio, los campos de trigo, los rebaños de ovejas y bueyes, los apriscos de nuestras aldeas. Haz con ellos lo que te plazca. 4Nuestras ciudades y sus habitantes se someten a ti. Ven y trátalos como mejor te parezca». 5Los enviados se presentaron ante Holofernes y le comunicaron el mensaje. 6Entonces, él bajó con su ejército hasta la costa, estableció guarniciones en las ciudades fortificadas y reclutó en ellas a los mejores hombres para servicios auxiliares. 7Allí y en los alrededores fue recibido con coronas y danzas al son de panderos. 8Pero él destruyó sus santuarios y taló sus bosques sagrados, porque había recibido orden de terminar con todas las divinidades de la tierra, a fin de que todas las naciones adorasen solo a Nabucodonosor y todas las lenguas y tribus lo proclamasen dios. 9Avanzó luego hacia Esdrelón, cerca de Dotán, que está cerca de la región montañosa de Judea, 10y acampó entre Guibeá y Escitópolis. Allí permaneció un mes reuniendo provisiones para su ejército

41Cuando los hijos de Israel que habitaban en Judea se enteraron de lo que Holofernes, jefe supremo del ejército de Nabucodonosor, rey de los asirios, había hecho con todas las naciones y cómo había saqueado y destruido sus santuarios, 2se aterrorizaron ante su llegada, temiendo por Jerusalén y el templo del Señor, su Dios. 3Hacía poco que, después del destierro, el pueblo se había reagrupado en Judea y había tenido lugar la consagración del ajuar del templo y del altar, que habían sido profanados. 4Mandaron aviso a toda la región de Samaría, a Cona, Bet-Jorón, Belmáin, Jericó, Joba, Asora y el valle de Salén, 5se apresuraron a ocupar las cumbres de las montañas más elevadas, fortificaron las aldeas que había en ellas y almacenaron provisiones con vistas a la guerra, pues acababan de hacer la recolección. 6Joaquín, que era entonces sumo sacerdote en Jerusalén, escribió a los habitantes de Betulia y Betomestáin, ciudades situadas enfrente de Esdrelón, ante la llanura próxima a Dotán. 7Les mandaba que ocuparan los pasos de montaña que dan acceso a Judea; así les sería fácil frenar a los atacantes, pues la estrechez del camino obligaba a avanzar de dos en dos. 8Los hijos de Israel obedecieron al sumo sacerdote, Joaquín, y al consejo de ancianos del pueblo con sede en Jerusalén. 9Con gran fervor, todos los hombres de Israel clamaron a Dios y se humillaron ante él con un gran ayuno. 10Ellos, sus mujeres, sus hijos y ganados, los forasteros, jornaleros y esclavos se vistieron de saco; 11todos los hombres, mujeres y niños de Jerusalén se postraron ante el templo y, con la cabeza cubierta de ceniza, elevaron sus manos al Señor. 12Cubrieron el altar de saco y, a una voz, suplicaron fervientemente al Dios de Israel que no entregase sus hijos al saqueo, sus mujeres al cautiverio, sus ciudades ancestrales a la destrucción y el templo a la profanación y burla de los gentiles. 13El Señor escuchó las plegarias y tuvo piedad ante tanta tribulación. El pueblo ayunaba día tras día en Judea y especialmente en Jerusalén ante el santuario del Señor todopoderoso. 14El sumo sacerdote, Joaquín, y todos los sacerdotes y ministros dedicados al servicio del Señor iban vestidos de saco cuando ofrecían el holocausto perpetuo, los sacrificios votivos y los dones voluntarios del pueblo. 15Y, con los turbantes cubiertos de ceniza, clamaban al Señor con todas sus fuerzas para que se mostrara benigno con la casa de Israel.

51Holofernes, jefe supremo del ejército asirio, se enteró de que los hijos de Israel se habían preparado para la guerra cerrando los pasos de montaña, fortificando las alturas y poniendo obstáculos en los llanos. 2Entonces, profundamente irritado, llamó a todos los jefes de Moab, a los generales de Amón y a todos los gobernantes de la zona costera, 3y les conminó: «Decidme, cananeos, qué pueblo es ese que vive en la montaña, qué ciudades habita, de cuántos soldados dispone, de dónde saca su poderosa fuerza, qué rey los gobierna y manda su ejército, 4por qué es el único pueblo de Occidente que no se ha dignado salir a recibirme». 5Ajior, jefe de todos los amonitas, le respondió: «Escucha, señor mío, lo que dice tu siervo. Te diré la verdad sobre ese pueblo que habita en la montaña vecina. No saldrá mentira de mi boca. 6Los de ese pueblo descienden de los caldeos. 7Al principio residieron en Mesopotamia, porque no quisieron adorar a los dioses que sus padres adoraban en Caldea. 8Abandonaron la religión de sus padres para dar culto al Dios del cielo, al que habían llegado a conocer. Arrojados por los caldeos de la presencia de sus dioses, huyeron a Mesopotamia. Allí habitaron largo tiempo, 9hasta que su Dios les mandó salir de aquella tierra y marchar a Canaán, donde se establecieron y consiguieron gran cantidad de oro, plata y ganado. 10Obligados por un hambre que se extendió por todo Canaán, bajaron a Egipto y allí permanecieron mientras tuvieron comida. En Egipto se multiplicaron hasta formar un pueblo incontable. 11Pero los egipcios se volvieron contra ellos, los obligaron a hacer ladrillos, los humillaron y los sometieron a esclavitud. 12Ellos clamaron a su Dios, y su Dios castigó a todo Egipto con plagas incurables. Entonces los egipcios los expulsaron del país. 13Su Dios secó ante ellos el mar Rojo 14y los condujo hacia el Sinaí y Cadés Barnea. Expulsaron a todos los habitantes del desierto, 15se asentaron en la tierra de los amorreos y destruyeron con su fuerza a todo el pueblo de Jesbón. Cruzaron el Jordán y ocuparon toda la región montañosa, 16después de expulsar a los cananeos, perezeos, jebuseos, siquemitas y a todos los guirgaseos. Allí habitaron mucho tiempo. 17Mientras no pecaron contra su Dios, todo les fue bien, porque el suyo es un Dios que odia la maldad. 18Pero cuando se desviaron del camino que él les había señalado, fueron derrotados en muchas guerras y deportados a una tierra extraña; el templo de su Dios fue arrasado y sus ciudades cayeron en manos de sus enemigos. 19Pero ahora, tras haber retornado a su Dios, han vuelto de los lugares en que estaban dispersos, han recuperado Jerusalén, donde se halla su templo y se han establecido en la montaña, que había quedado despoblada. 20Así pues, dueño y señor, si hay alguna falta en este pueblo por haber pecado contra su Dios, si vemos que han cometido algún delito, podemos hacerles la guerra. 21Pero si no han pecado, más vale, señor mío, que no los ataques, porque su Dios y Señor los protegerá y nosotros quedaremos en ridículo ante toda la tierra». 22Cuando Ajior terminó de hablar, todos los que estaban en torno a la tienda profirieron gritos de protesta. Los oficiales de Holofernes y los habitantes de la zona costera y de Moab querían descuartizarlo. 23«No tenemos por qué temer a los hijos de Israel. Son gente sin ejército ni recursos para hacer frente a un ataque en regla. 24¡Adelante, señor nuestro, Holofernes! Serán fácil presa para tu gran ejército».

61Cuando cesó el alboroto provocado por los que estaban en torno al consejo, Holofernes, jefe supremo del ejército asirio, dijo a Ajior en presencia de los extranjeros y de los moabitas: 2« ¿Quién eres tú, y quiénes son tus mercenarios de Efraín, para que te las des de profeta entre nosotros diciendo que no luchemos contra los hijos de Israel porque su Dios los protege? ¿Qué dios existe fuera de Nabucodonosor? Él actuará y los exterminará de la faz de la tierra, sin que su Dios sea capaz de librarlos. 3Nosotros, siervos de Nabucodonosor, los aplastaremos como a un solo hombre. No podrán resistir la fuerza de nuestra caballería. 4Abrasaremos a todos. Sus montañas se empaparán de sangre y sus llanuras se colmarán con sus muertos. No aguantarán nuestros embates; todos perecerán. Así lo ha decretado Nabucodonosor, señor de toda la tierra. Lo ha dicho y sus palabras no caerán en vacío. 5Y tú, Ajior, mercenario amonita, que has hablado con tanta insensatez, no volverás a verme hasta que me haya vengado de esa chusma escapada de Egipto. 6Entonces, a mi regreso, la espada de mis soldados y la lanza de mis servidores te atravesarán de parte a parte y serás una más entre sus víctimas. 7De momento, mis hombres te conducirán a la región montañosa y te dejarán en una de las ciudades que se alzan en sus laderas. 8No perecerás ahora, sino cuando perezcan sus habitantes. 9Claro que, si de verdad esperas que ellos no sean vencidos, no debes preocuparte. Lo he dicho y mis palabras se cumplirán». 10Holofernes mandó a los hombres de servicio en su tienda que tomaran a Ajior y lo llevasen a Betulia para entregarlo a los hijos de Israel. 11Los siervos lo sacaron del campamento y lo llevaron a la llanura, y desde allí a la región montañosa hasta llegar a las fuentes que hay junto a Betulia. 12Los de la ciudad, al verlos, tomaron sus armas y corrieron a lo alto de la montaña. Como los honderos lanzaban piedras contra los hombres de Holofernes para impedirles la subida, 13estos retrocedieron hacia la falda de la montaña, ataron a Ajior y lo dejaron allí tendido. Después regresaron a la presencia de su jefe. 14Los hijos de Israel bajaron de su puesto y encontraron a Ajior. Lo desataron, lo llevaron a Betulia y lo presentaron a los jefes de la ciudad, 15que en aquel tiempo eran Ozías, hijo de Miqueas, de la tribu de Simeón; Jabrís, hijo de Gotoniel, y Jarmís, hijo de Melquiel. 16Ellos convocaron a todos los ancianos de la ciudad; también acudieron todos los jóvenes y las mujeres. Pusieron a Ajior en medio de los reunidos y Ozías le preguntó qué había sucedido. 17Ajior contó lo tratado en el consejo de Holofernes, lo que él había dicho ante los jefes de los asirios y las insolencias que el propio Holofernes había proferido contra Israel. 18Los reunidos, postrados en tierra, clamaron a Dios: 19«Señor, Dios del cielo, mira desde lo alto su arrogancia y apiádate de nuestro pueblo humillado. Mira con benevolencia en este día el rostro de tus consagrados». 20Después animaron a Ajior y lo felicitaron calurosamente. 21Al acabar la asamblea, Ozías lo invitó a su propia casa y ofreció un banquete a los ancianos. Durante toda aquella noche estuvieron suplicando la ayuda del Dios de Israel.

71Al día siguiente, Holofernes mandó a su ejército y a los aliados levantar el campamento, avanzar hacia Betulia, ocupar los pasos de la montaña e iniciar las hostilidades contra los hijos de Israel. 2Aquel mismo día se pusieron en marcha todas las fuerzas, que sumaban ciento setenta mil infantes y doce mil jinetes, a los que se añadían los encargados de la intendencia y la gran muchedumbre que iba a pie con ellos. 3Acamparon en el valle cercano a Betulia, junto a la fuente, desplegándose a lo ancho desde Dotán hasta Belmáin, y a lo largo desde Betulia hasta Ciamón, que está enfrente de Esdrelón. 4Los hijos de Israel, al ver semejante multitud, quedaron pasmados y se dijeron: «Estos arrasarán la tierra. Ni los montes más altos, ni valles, ni colinas podrán frenar su empuje». 5Entonces cada cual tomó sus armas, encendieron hogueras en las torres y permanecieron toda la noche en guardia. 6Al día siguiente, Holofernes hizo desfilar toda su caballería ante los hijos de Israel de Betulia. 7Inspeccionó los accesos a la ciudad, localizó las fuentes y las ocupó. Tras dejar allí varios destacamentos de soldados, volvió al lado de su ejército. 8Se acercaron entonces a él los jefes de los edomitas, de los moabitas y de toda la zona costera para decirle: 9«Escúchanos, señor, y no tendrás bajas en tu ejército. 10Esos hijos de Israel confían menos en sus armas que en la altura de las montañas en que viven, porque no es fácil llegar hasta las cumbres. 11Pues bien, señor, evita enfrentarte abiertamente a ellos y no perderás ni un solo hombre. 12Quédate en el campamento, retén a tus hombres en sus emplazamientos y permítenos ocupar la fuente que mana al pie de la montaña, 13pues de ella se abastecen todos los habitantes de Betulia. Cuando estén muertos de sed, te entregarán la ciudad. Nosotros y nuestra gente subiremos a las alturas de los montes cercanos y acamparemos allí, y vigilaremos que no salga nadie de la ciudad. 14Ellos, sus mujeres y sus hijos se consumirán de hambre y, sin necesidad de que la espada los alcance, caerán tendidos en las calles de la ciudad. 15Así les pagarás por haberse rebelado contra ti en vez de salir a recibirte en son de paz». 16Holofernes y sus oficiales aprobaron el plan, y él dio orden de que se llevara a efecto. 17Se pusieron en marcha los amonitas y con ellos cinco mil asirios; acamparon en el valle y ocuparon los manantiales y las fuentes de que se abastecían los hijos de Israel. 18Los edomitas y amonitas acamparon en la montaña frente a Dotán y enviaron destacamentos hacia el sur y el este, frente a Egrébel, cerca de Cus, junto al torrente Mojmur. El resto del ejército de los asirios, que siguió acampado en la llanura, cubría toda su superficie. Sus tiendas y bagajes formaban un campamento muy extenso. La muchedumbre era inmensa. 19Entonces los hijos de Israel clamaron al Señor, su Dios. Al verse cercados por sus enemigos, sin posibilidad de retirada, cayeron en un profundo abatimiento. 20El ejército asirio, infantería, caballería y carros, mantuvo el cerco durante treinta y cuatro días. Los habitantes de Betulia, una vez agotadas las reservas de agua en los hogares 21y con las cisternas a punto de secarse, como el agua estaba racionada, no pudieron beber a satisfacción ni un solo día. 22Los niños languidecían; las mujeres y los jóvenes desfallecían de sed y caían extenuados por las calles y junto a las puertas de la ciudad. 23Entonces toda la población, jóvenes, mujeres y niños, acudieron a Ozías y a los jefes de la ciudad, gritando ante los ancianos: 24«Que Dios sea nuestro juez. Nos habéis hecho mucho daño al negaros a un acuerdo con los asirios. 25Ahora no contamos con nadie que nos ayude. Dios nos ha puesto en sus manos, para que, totalmente exhaustos, muramos de sed. 26Llamadlos: que el ejército de Holofernes y toda su gente saqueen la ciudad. 27Más vale que nos hagan prisioneros: seremos esclavos suyos, pero salvaremos la vida y no tendremos que ver cómo se nos mueren los pequeños y fallecen nuestras mujeres y nuestros hijos. 28Os conjuramos por el cielo y la tierra, y por nuestro Dios, Señor de nuestros padres, que nos castiga por nuestros pecados y por los que ellos cometieron: haced lo que os proponemos». 29Todos los reunidos estallaron en lamentos y clamaron al Señor Dios. 30Ozías les dijo: «Tened confianza, hermanos. Resistamos cinco días más. En ese plazo, el Señor, nuestro Dios, volverá a mostrarnos su misericordia. No nos abandonará por siempre. 31Pero si pasan esos días sin que recibamos ayuda, entonces haré lo que deseáis». 32Mandó a los hombres que volvieran a sus puestos en las murallas y en las torres de la ciudad, y a las mujeres y los niños que se quedaran en casa. En toda la ciudad cundía el desaliento.

81Por entonces habitaba en la ciudad Judit, hija de Merari, hijo de Ox, hijo de José, hijo de Oziel, hijo de Elcías, hijo de Ananías, hijo de Gedeón, hijo de Rafaín, hijo de Ajitob, hijo de Elías, hijo de Jilquías, hijo de Eliab, hijo de Natanael, hijo de Salamiel, hijo de Sarasaday, hijo de Israel. 2Su marido, Manasés, de la misma tribu y familia que ella, había fallecido durante la recolección de la cebada; 3sufrió una insolación mientras vigilaba a los que ataban las gavillas, tuvo que acostarse y murió en Betulia, su ciudad. Fue enterrado junto con sus padres en el campo que hay entre Dotán y Balamón. 4Judit llevaba viuda tres años y cuatro meses. 5Vivía en una habitación que había mandado construir sobre la terraza de su casa. Se ciñó un sayal y llevaba vestidos de viuda. 6Desde que enviudó, ayunaba a diario, excepto los sábados y sus vísperas, los días con que se inicia cada mes y sus vísperas, las solemnidades y los días de regocijo público en Israel. 7Era muy hermosa y atractiva. Su marido, Manasés, le había dejado oro y plata, criados y criadas, ganado y tierras, que ella administraba. 8Como temía mucho a Dios, nadie hablaba mal de ella. 9Llegó a oídos de Judit que la gente, desmoralizada por la falta de agua, había protestado contra los jefes de la ciudad y que Ozías había jurado entregar la ciudad a los asirios al cabo de cinco días. 10Entonces, por medio de la criada que llevaba la administración de todos sus bienes, mandó llamar a los ancianos Jabrís y Jarmís. 11Cuando se presentaron, les dijo: «Escuchadme, jefes de Betulia. Es un desatino lo que habéis dicho hoy a la gente, jurando ante Dios entregar la ciudad a nuestros enemigos si el Señor no os manda ayuda en unos días. 12¿Quiénes sois vosotros para tentar así a Dios y alzaros en público por encima de él? 13Habéis puesto a prueba al Señor todopoderoso. Nunca llegaréis a entender nada. 14Si no sois capaces de sondear el fondo del corazón humano, ni de conocer el pensamiento, ¿cómo vais a comprender a Dios, el Creador de todas las cosas? ¿Cómo vais a conocer sus pensamientos y penetrar sus designios? Hermanos, no irritéis al Señor, nuestro Dios. 15Si no quiere ayudarnos en el plazo de cinco días, puede hacerlo cuando quiera, como si quiere destruirnos ante nuestros enemigos. 16No intentéis forzar las decisiones del Señor, nuestro Dios, porque Dios no es como un hombre, al que se mueve con amenazas y se le impone lo que ha de hacer. 17Imploremos, pues, su ayuda y esperemos de él la salvación, y escuchará nuestro clamor si lo tiene a bien. 18No existe hoy entre nosotros tribu, familia, pueblo o ciudad que adore a dioses hechos por manos humanas, cosa que sí sucedió en el pasado, 19y por ello nuestros padres fueron entregados a la espada y al saqueo, y perecieron desgraciadamente ante nuestros enemigos. 20Nosotros, en cambio, no reconocemos a ningún Dios fuera del Señor. Ahí se funda nuestra esperanza de que no nos despreciará, ni a nosotros ni a nadie de nuestro pueblo. 21Si nosotros nos entregamos, se perderá toda Judea, nuestro templo será saqueado y Dios nos hará responsables de la profanación. 22La matanza y la deportación de nuestros hermanos y la devastación de la tierra que hemos heredado recaerán sobre nuestras cabezas allí donde vivamos como esclavos entre los gentiles; seremos motivo de burla y desprecio para nuestros amos. 23Y nuestra esclavitud no terminará felizmente, sino que el Señor, nuestro Dios, la convertirá en deshonra. 24Así pues, hermanos, demos ejemplo a los de nuestra raza, porque su vida depende de nosotros, y en nosotros se apoyan el santuario, el templo y el altar. 25Por todo esto demos gracias al Señor, nuestro Dios, que nos pone a prueba como a nuestros antepasados. 26Recordad cómo trató a Abrahán, cómo probó a Isaac y lo que sucedió a Jacob en Mesopotamia de Siria, cuando apacentaba el rebaño de su tío Labán. 27Los puso en el crisol para sondear sus corazones; lo mismo hace con nosotros, no para castigarnos, sino porque el Señor aflige a sus fieles para amonestarlos». 28Ozías replicó: «Tienes razón. Todo lo que has dicho es verdad, y nadie puede negarlo. 29No es la primera vez que has manifestado tu sabiduría. Desde hace mucho, todos conocemos tu inteligencia y buen juicio. 30Pero la gente se muere de sed y nos ha obligado a hacer lo que decían, comprometiéndonos con un juramento que no podemos violar. 31Tú, que eres una mujer piadosa, ruega por nosotros y pide al Señor que envíe la lluvia, se llenen nuestras cisternas y no perezcamos». 32Judit respondió: «Escuchadme. Voy a hacer algo que se recordará en nuestro pueblo de generación en generación. 33Permaneced esta noche a la puerta de la ciudad, para que yo salga con mi criada. Antes de que expire el plazo que habéis fijado para entregar la ciudad a nuestros enemigos, el Señor librará a Israel por mi mano. 34Pero no intentéis averiguar mis planes, pues no los conoceréis hasta que se realicen». 35Ozías y los jefes le dijeron: «Vete en paz y que Dios esté contigo para que puedas vengarte de nuestros enemigos». 36Salieron de la habitación y volvieron a sus puestos.

91Entonces Judit se postró en tierra, se echó ceniza en la cabeza, descubrió el saco que llevaba puesto y, coincidiendo con la hora en que se ofrecía el incienso de la tarde en el templo de Jerusalén, clamó al Señor con todas sus fuerzas: 2«Señor, Dios de mi padre Simeón, | tú pusiste la espada en su mano | para vengarse de los extranjeros | que rasgaron el seno de una virgen, | dejaron desnudas sus piernas | y deshonraron con furia su seno. | Tú habías dicho: “No hagáis eso”, | pero ellos lo hicieron. 3Y tú entregaste a sus jefes a la muerte, | y su lecho, testigo de sus engaños, | lo dejaste cubierto de sangre. | Aniquilaste a siervos y poderosos, | a los poderosos en sus tronos. 4Entregaste sus mujeres al saqueo | y sus hijas a la cautividad; | diste sus despojos a tus hijos amados, | que, movidos por el celo de tu causa | y el horror a la mancha de su sangre, | te invocaron en su auxilio. | Escucha, Dios mío, a esta viuda. 5Todo lo que entonces hiciste, | lo que hiciste antes y después, | tus proyectos del pasado y del futuro | todo sucede como tú lo quieres. 6Las cosas que tienes pensadas | se presentan y dicen: “Aquí estamos”. | Tienes preparados tus caminos; | tus juicios, previstos de antemano. 7Los asirios se apoyan en su fuerza, | presumen de sus caballos y jinetes, | se engríen del vigor de sus infantes, | confían en sus escudos y lanzas, | en sus arcos y en sus hondas, | pero no saben que tú eres el Señor, | que pone fin a las guerras. 8Tu nombre es “el Señor”. | Destruye su fuerza con la tuya, | aplasta su dominio con tu cólera, | pues planean profanar tu santuario, | mancillar la tienda donde mora | la gloria de tu nombre | y arrancar los salientes de tu altar. 9Pon tus ojos en su orgullo, | derrama sobre su cabeza tu cólera | y concede fuerzas a esta viuda | para realizar lo que tiene pensado. 10Por la seducción de mi lengua | hiere al siervo con su jefe, | al jefe junto con su siervo. | Quebranta su arrogancia | a manos de una viuda. 11Tu fuerza no está en el número | ni tu poder reside en los guerreros; | eres el Dios de los humildes, | el valedor de los pobres, | el defensor de los débiles, | el protector de los deprimidos, | el salvador de los desesperados. 12Sí, Dios de mi antepasado, | Dios de la heredad de Israel, | Señor de cielos y tierra, | hacedor de las aguas | rey de todo lo creado, | escucha mi plegaria, 13haz que mis palabras seductoras | hieran de muerte a los que traman | crueles designios contra tu alianza, | tu santa casa y el monte Sión, | contra la casa de tus hijos. 14Que todo tu pueblo y todas las tribus | reconozcan que solo tú eres Dios, | Dios de toda fuerza y todo poder | y que solo tú proteges a Israel».

101Cuando Judit terminó de invocar al Dios de Israel con su plegaria, 2se levantó del suelo, llamó a su criada y bajó a la casa, donde solía pasar los sábados y solemnidades. 3Se quitó la prenda de saco y el vestido de luto, se bañó, se ungió con un perfume de gran calidad, se peinó, adornó su cabeza con una diadema y se puso un elegante vestido que había llevado en vida de su marido, Manasés. 4Se calzó las sandalias, se puso collares, brazaletes, anillos, pendientes y todas sus joyas. Estaba tan hermosa que atraería las miradas de los hombres que la vieran. 5Entregó a su criada un odre de vino y un cántaro de aceite, llenó una alforja con galletas, tortas de higos y panes puros, empaquetó todo y se lo entregó a su criada para que lo llevara. 6Cuando ambas se dirigían a la puerta de Betulia, se encontraron con Ozías, acompañado de Jabrís y Jarmís, ancianos de la ciudad. 7Al ver a Judit con el semblante transformado y su nuevo atuendo, se quedaron atónitos ante tanta hermosura y le dijeron: 8«El Dios de nuestros padres te conceda su favor y haga realidad tus planes para gloria de los hijos de Israel y exaltación de Jerusalén». 9Judit adoró a Dios y les dijo: «Mandad que me abran la puerta de la ciudad. Voy a cumplir los deseos que me habéis expresado». Mandaron a los soldados que abrieran la puerta, como ella pedía. 10Así lo hicieron, y salió Judit con su criada. Los hombres de la ciudad no la perdieron de vista mientras descendía por la ladera, hasta que desapareció tras cruzar el valle. 11Cuando avanzaban aprisa por el valle, les salió al paso una avanzadilla de soldados asirios. 12La detuvieron y le preguntaron: « ¿Quién eres? ¿De dónde vienes y adónde vas?». Ella respondió: «Soy hija de hebreos y huyo de ellos porque están a punto de caer en vuestras manos. 13Quiero presentarme ante Holofernes, vuestro jefe, para informarle con toda sinceridad. Le mostraré un camino por el que puede pasar y apoderarse de toda la región montañosa sin perder ni uno de sus hombres». 14Y cuando aquellos hombres oyeron sus palabras y vieron su rostro —de tan maravillosa hermosura—, le dijeron: 15«Has salvado tu vida apresurándote a bajar para ver a nuestro señor. Ve a su tienda. Algunos de los nuestros te escoltarán hasta allí. 16Cuando estés ante él, no tengas miedo. Repítele lo que nos has dicho y te tratará bien». 17Escoltadas por cien hombres escogidos, Judit y su criada fueron conducidas a la tienda de Holofernes. 18La noticia de su llegada se extendió de tienda en tienda, y acudió gente de todo el campamento. Mientras Judit estaba junto a la tienda de Holofernes en espera de ser recibida, los soldados rebullían en torno a ella. 19Admirados de su hermosura, pensaban que los hijos de Israel debían de ser un pueblo extraordinario y se decían: « ¿Quién puede despreciar a un pueblo que tiene mujeres como esta? No hay que dejar con vida a ninguno de sus hombres; si quedara alguno, sería capaz de engañar a toda la tierra». 20Entonces la guardia personal de Holofernes y sus servidores salieron y la introdujeron en la tienda. 21Holofernes descansaba bajo un dosel de púrpura recamado de oro, esmeraldas y otras piedras preciosas. 22Cuando le anunciaron la llegada de Judit, salió a la entrada de la tienda, precedido por lámparas de plata. 23Ante la presencia de Judit, él y sus servidores se maravillaron al ver un rostro tan bello. Ella se postró en tierra ante Holofernes, pero los servidores la levantaron.

111Holofernes le dijo: « ¡Ánimo, señora! No tengas miedo, porque yo no hago mal a nadie que esté dispuesto a servir a Nabucodonosor, rey de toda la tierra. 2Tampoco habría alzado mi lanza contra los de tu pueblo, en la montaña, si ellos no me hubieran despreciado; pero ellos mismos se lo han buscado. 3Dime ahora por qué huyes de ellos y te pasas a nosotros. Viniendo aquí has salvado tu vida. Ten confianza: no correrás peligro ni esta noche ni en el futuro. 4Nadie te hará daño. Gozarás del trato que reciben los súbditos de mi señor, el rey Nabucodonosor». 5Respondió Judit: «Señor, acoge las palabras de tu esclava, permite que tu sierva hable en tu presencia. No mentiré esta noche a mi señor. 6Si sigues el consejo de tu sierva, Dios llevará a buen término tu empresa, y mi señor no fracasará en sus planes. 7¡Viva Nabucodonosor, rey de toda la tierra, y viva su poder, que te ha enviado a poner orden en todas las criaturas! Gracias a ti, no solo le servirán los hombres, sino que también, por tu fuerza, las fieras, los ganados y las aves del cielo estarán a disposición de Nabucodonosor y de su casa. 8Hemos oído hablar de tu sabiduría y prudencia; el mundo entero comenta que sobresales en todo el reino por tu preclara inteligencia y tu singular destreza en el arte de la guerra. 9Tenemos noticia de lo que dijo Ajior en tu consejo, pues los hombres de Betulia lo rescataron, y él les contó lo que había dicho aquí. 10Dueño y señor, no desprecies sus palabras; tómalas en consideración, porque son verdad. Los de nuestro pueblo no sufrirán daño ni serán dominados por las armas si no pecan contra su Dios. 11Pero ahora, señor, no debes sentirte burlado o fracasado, porque están condenados a muerte. Han caído en pecado —puesto que van a cometer una locura— y, cuando pecan, provocan la ira de su Dios. 12Al verse faltos de alimentos y casi sin agua, han decidido echar mano de sus rebaños: están dispuestos a consumir todo lo que las leyes de su Dios les tienen prohibido comer. 13Han decidido también consumir las primicias del trigo y los diezmos del vino y del aceite, cosas reservadas para los sacerdotes que ejercen su ministerio ante nuestro Dios en Jerusalén e intocables para nadie del pueblo. 14Han despachado mensajeros a Jerusalén para obtener del consejo de ancianos el correspondiente permiso, puesto que la gente de allí ha hecho lo mismo. 15Pero tan pronto como consigan el permiso y actúen en consecuencia, ese mismo día te serán entregados para que los destruyas. 16Yo, tu sierva, al enterarme de esto, señor, escapé corriendo. Dios me envía para hacer contigo una hazaña que dejará asombrados a cuantos la oigan. 17Porque tu sierva es una mujer piadosa que sirve día y noche al Dios del cielo. Ahora, señor, desearía quedarme a tu lado. Cada noche saldré al valle para pedir a Dios que me haga saber cuándo han cometido esos pecados. 18Yo vendré a decírtelo; entonces tú sacarás todo el ejército y ninguno de ellos podrá resistir ante ti. 19Te conduciré a través de Judea hasta llegar a Jerusalén y haré que te instales en medio de la ciudad. Ellos te seguirán como ovejas que han quedado sin pastor. Ni los perros te ladrarán. Todo esto me ha sido revelado y he sido enviada para comunicártelo». 20Las palabras de Judit agradaron a Holofernes y sus servidores, los cuales, admirados de su sabiduría, comentaban: 21«No hay en toda la tierra mujer como ella, tan hermosa y tan prudente en su hablar». 22Holofernes le dijo: «Gracias a Dios por haberte hecho salir de tu pueblo para darnos el poder a nosotros y destruir a los que han despreciado a mi señor. 23Eres tan hermosa como persuasiva. Si haces lo que has prometido, tu Dios será mi Dios, vivirás en el palacio del rey Nabucodonosor y serás famosa en toda la tierra».

121Holofernes mandó que la condujeran al lugar donde tenía su vajilla de plata y dio orden de que comiera de su misma comida y bebiera de su mismo vino. 2Pero Judit replicó: «No comeré de ellos, para no incurrir en una ofensa. Comeré de lo que he traído conmigo». 3Holofernes le dijo: «Pero si se te acaba lo que has traído, ¿dónde podremos obtener comida igual? Entre nosotros no hay nadie de tu pueblo». 4Judit respondió: «¡Por tu vida, mi señor! Antes de que acabe lo que he traído, el Señor habrá realizado por mi mano lo que tiene decidido». 5Los servidores de Holofernes condujeron a Judit a la tienda, donde durmió hasta la medianoche. Se levantó poco antes de la vigilia matutina 6y mandó decir a Holofernes: «Señor, ordena que me permitan salir para orar». 7Holofernes mandó a su guardia personal que no se lo impidieran. Judit permaneció en el campamento tres días. Cada noche se adentraba en el valle de Betulia y se bañaba en la fuente. 8Al regreso suplicaba al Señor, Dios de Israel, que orientara sus pasos para exaltación de los hijos de su pueblo. 9Una vez purificada, volvía a la tienda y permanecía allí hasta que le servían la cena. 10El cuarto día, Holofernes mandó preparar para sus servidores un banquete, al que no fue invitado ninguno de sus oficiales. 11Dijo al eunuco Bagoas, que era su camarero: «Ve y convence a esa mujer hebrea que tienes a tu cargo, para que venga a comer y beber con nosotros. 12Sería una vergüenza que la dejáramos marchar sin gozar de sus favores. Si no consigo poseerla, se reirá de mí». 13Bagoas salió de la presencia de Holofernes, entró en la tienda de Judit y le dijo: «No rehúse esta hermosa joven el honor de ser invitada por mi señor para beber y alegrarse hoy con nosotros, lo mismo que hacen las mujeres asirias que viven en el palacio de Nabucodonosor». 14Judit le respondió: « ¿Quién soy yo para decir que no a mi señor? Haré al punto lo que guste y ello será para mí motivo de orgullo mientras viva». 15Se vistió y se puso todos sus adornos de mujer. Su criada fue por delante y extendió en el suelo, frente a Holofernes, las pieles que le había dado Bagoas para que, a diario, comiera reclinada sobre ellas. 16Cuando Judit entró y ocupó su lugar, Holofernes se turbó y, presa de la pasión, sintió un violento deseo de poseerla. De hecho, desde el día en que la vio por vez primera, estaba buscando la ocasión de seducirla. 17Holofernes la animó: «Bebe y diviértete con nosotros». 18Judit le contestó: «Con mucho gusto, señor, porque mi vida se siente hoy enaltecida». 19Entonces ella tomó lo que había preparado su criada, y comió y bebió en presencia de Holofernes. 20Él, fascinado por ella, bebió tanto vino como jamás había bebido en los días de su vida.

131Cuando se hizo tarde, los servidores de Holofernes se apresuraron a retirarse. Bagoas hizo salir a los rezagados y cerró la tienda por fuera. Todos se fueron a dormir, rendidos de tanto beber. 2En la tienda quedaron solo Judit y Holofernes, que estaba tendido en su lecho, totalmente borracho. 3Judit había mandado a su criada que permaneciera fuera del dormitorio y la esperase como los otros días. Había dicho que iría a hacer oración y así se lo había indicado a Bagoas. 4Cuando todos hubieron salido del dormitorio y no quedó absolutamente nadie, Judit, en pie ante el lecho de Holofernes, oró en silencio: «Señor, Dios todopoderoso, mira con benevolencia lo que voy a hacer para gloria de Jerusalén. 5Ha llegado la hora de ayudar a tu heredad y cumplir mi propósito de aplastar a los enemigos que se han levantado contra nosotros». 6Se dirigió hasta la columna del lecho próxima a la cabeza de Holofernes, descolgó su espada, 7se acercó al lecho y, sujetando la cabeza por el pelo, dijo: «Dame fortaleza en este momento, Señor, Dios de Israel». 8Entonces, con todas sus fuerzas, le asestó dos golpes en el cuello y le cortó la cabeza. 9Hizo rodar el cuerpo fuera del lecho y arrancó de las columnas el dosel. Salió rápidamente y entregó la cabeza de Holofernes a su criada, 10y esta la metió en la alforja de las provisiones. Luego, las dos juntas, como si fueran a orar igual que los otros días, cruzaron el campamento, bordearon el valle y subieron por el monte de Betulia hasta llegar a las puertas de la ciudad. 11Judit gritó desde lejos a los centinelas: « ¡Abrid, abrid la puerta! Dios, nuestro Dios, está con nosotros. Todavía despliega su fuerza en Israel y su poder contra nuestros enemigos. Lo ha demostrado hoy». 12Cuando los habitantes de la ciudad oyeron su voz, corrieron hacia la puerta y convocaron a los ancianos. 13Acudieron todos, grandes y pequeños. Les costaba creer que Judit hubiera vuelto. Abrieron la puerta, hicieron entrar a las dos mujeres y, tras encender una hoguera para ver mejor, se reunieron en torno a ellas. 14Entonces Judit, alzando la voz, dijo: « ¡Alabad a Dios, alabad a Dios! Alabadlo, porque no ha retirado su misericordia de la casa de Israel, porque esta noche ha derrotado a nuestros enemigos por mi mano». 15Y, sacando la cabeza de la alforja, se la mostró y dijo: «Mirad la cabeza de Holofernes, jefe supremo del ejército asirio, y mirad el dosel bajo el que dormía su borrachera. El Señor ha terminado con él sirviéndose de una mujer. 16Os lo juro por el Señor, que ha protegido mis pasos: aunque mi rostro sedujo a Holofernes para su perdición, él no me hizo pecar. Mi honor está intacto». 17La gente, llena de asombro, se postró en adoración a Dios y estalló en un clamor unánime: «Bendito seas, Dios nuestro, que has humillado hoy a los enemigos de nuestro pueblo». 18Ozías dijo a Judit: «Hija, que el Dios altísimo te bendiga entre todas las mujeres de la tierra. Alabado sea el Señor, el Dios que creó el cielo y la tierra y que te ha guiado hasta cortar la cabeza al jefe de nuestros enemigos. 19Tu esperanza permanecerá en el corazón de los hombres que recuerdan el poder de Dios por siempre. 20Que Dios te engrandezca siempre y te dé felicidad, porque has arriesgado tu vida al ver la humillación de nuestro pueblo. Has evitado nuestra ruina y te has portado rectamente ante nuestro Dios». Toda la gente respondió: «¡Amén, amén!».

141Entonces Judit les dijo: «Escuchadme, hermanos. Tomad esta cabeza y colgadla en la almena. 2Apenas despunte el alba y asome el sol en la tierra, tomad las armas todos los que seáis capaces y salid de la ciudad. Debéis llevar un jefe al frente, como si bajarais a la llanura para atacar la vanguardia de los asirios. Pero no bajéis. 3Ellos tomarán las armas y acudirán al campamento para despertar a los jefes del ejército asirio; estos irán corriendo a la tienda de Holofernes. Al no encontrarlo, todos serán presa del pánico y huirán ante vosotros. 4Entonces perseguidlos, vosotros y todos los que viven en el territorio de Israel, y destruidlos en su huida. 5Pero antes traed aquí a Ajior el amonita, para que vea y reconozca al que despreció a Israel y al que lo envió a nosotros como alguien destinado a la muerte». 6Llamaron a Ajior, que estaba en casa de Ozías. Cuando llegó y vio la cabeza de Holofernes en la mano de uno de los hombres de la asamblea, perdió el sentido y cayó al suelo. 7Una vez reanimado, se arrojó a los pies de Judit y le dijo: «Bendita seas en todas las tiendas de Judá y en todas las naciones. Cuantos oigan tu nombre quedarán pasmados. 8Ahora cuéntame lo que has hecho estos días». Judit, en presencia de la gente, le contó todo desde que salió hasta aquel momento. 9Al término de su relato, todos prorrumpieron en aclamaciones y gritos de alegría por las calles de la ciudad. 10Ajior, viendo lo que el Dios de Israel había hecho, creyó plenamente en él, se hizo circuncidar y quedó agregado para siempre a la comunidad israelita. 11Cuando amaneció, colgaron la cabeza de Holofernes en la muralla, tomaron sus armas y salieron en grupos hacia los accesos de la montaña. 12Al verlos, los asirios informaron a sus oficiales, y estos a los generales, capitanes y demás jefes. 13Fueron hasta la tienda de Holofernes y dijeron a Bagoas: «Despierta a nuestro señor, porque esos esclavos han tenido la osadía de bajar a combatir contra nosotros. Al parecer, quieren que los exterminemos». 14Bagoas entró e hizo ruido con la cortina de la tienda, suponiendo que Holofernes estaría durmiendo con Judit. 15Al no obtener respuesta, retiró la cortina, pasó al dormitorio y encontró el cadáver tendido en el suelo, muerto, desnudo y decapitado. 16Dio un gran grito y llorando con gemidos y alaridos, se rasgó las vestiduras. 17Fue luego a la tienda que había ocupado Judit y, al no encontrarla, corrió hacia la tropa vociferando: 18«Esas esclavas se han burlado de nosotros. Ha bastado una mujer hebrea para cubrir de vergüenza la casa del rey Nabucodonosor. Ahí está Holofernes tirado en tierra y sin cabeza». 19Ante tal noticia, los jefes del ejército asirio, en el colmo de la consternación, se rasgaron las túnicas. Sus gritos y lamentaciones resonaron por todo el campamento.

151Cuando se enteraron los hombres que estaban acampados, quedaron atónitos. 2Llenos de terror y espanto, ya nadie fue capaz de permanecer en su puesto; todos huyeron a la desbandada por los caminos de la llanura y de los montes. 3También huyeron los que se hallaban apostados alrededor de Betulia. Entonces todos los guerreros de los hijos de Israel salieron en su persecución. 4Ozías despachó mensajeros a Betomestáin, Bebá, Jobá, Colá y todo el territorio de Israel para informar sobre lo sucedido y para que todos se lanzaran sobre los enemigos hasta acabar con ellos. 5Cuando los hijos de Israel recibieron la noticia, se abalanzaron sobre los asirios y los aniquilaron hasta Jobá. Se sumaron al ataque los de Jerusalén y de toda la región montañosa, pues también ellos se habían enterado de lo sucedido en el bando enemigo. Asimismo los de Galaad y Galilea atacaron a los asirios y les causaron fuertes pérdidas hasta llegar a Damasco y su región. 6Los que habían permanecido en Betulia cayeron sobre el campamento asirio, lo saquearon y obtuvieron un considerable botín. 7Los hijos de Israel, al volver de la matanza, se apoderaron de lo que quedaba. Dada la abundancia del botín, incluso las aldeas y los caseríos de la región montañosa y de la llanura lograron una buena parte del despojos. 8El sumo sacerdote, Joaquín, y el consejo de ancianos de Jerusalén acudieron desde Jerusalén para ver por sí mismos las maravillas realizadas por el Señor en favor de su pueblo y para felicitar a Judit. 9Cuando estuvieron ante ella, la alabaron a una voz, diciendo: «Tú eres la gloria de Jerusalén, | tú eres el orgullo de Israel, | tú eres el honor de nuestro pueblo. 10Lo has hecho todo con tu mano. | Has devuelto la dicha a Israel, | y Dios se muestra complacido. | La bendición del Señor todopoderoso | te acompañe por todos los siglos». Y todo el pueblo respondió: «¡Amén! ¡Amén!». 11El saqueo del campamento se prolongó durante treinta días. A Judit le dieron la tienda de Holofernes junto con los objetos de plata, los divanes, las vasijas y el mobiliario. Ella lo tomó, cargó su mula, preparó sus carros y puso todo encima. 12Todas las mujeres de Israel acudieron a verla y felicitarla y ejecutaron danzas en su honor. Judit tomó ramos y los repartió entre todas. 13Y tanto ella como las demás se coronaron con ramas de olivo. Judit dirigía la danza de las mujeres, a la cabeza del gentío. Las seguían los hombres de Israel, armados y con ramos en sus manos, cantando himnos. 14En medio de todo Israel, Judit entonó este himno de alabanza y acción de gracias, que coreaba todo el pueblo:

161«¡Alabad a mi Dios con tambores, | elevad cantos al Señor con cítaras, | ofrecedle los acordes de un salmo de alabanza; | ensalzad e invocad su nombre! 2Porque el Señor es un Dios | quebrantador de guerras; | me libró de mis perseguidores | y me trajo al campo de su pueblo. 3De los montes del norte los asirios | vinieron con tropas sin número; | su multitud llenaba los valles, | sus caballos cubrían las colinas. 4Quisieron quemar mis tierras, | entregar mis jóvenes a la espada, | arrojar mis niños contra el suelo, | ofrecer mis párvulos al pillaje, | dar mis doncellas como despojos. 5Pero el Señor todopoderoso | lo impidió por mano de mujer. 6No cayó su caudillo ante guerreros, | ni lo abatieron hijos de titanes, | ni lo venció una raza de gigantes; | lo desarmó Judit, hija de Merari, | con la sola belleza de su rostro. 7Se quitó sus lutos de viuda | para aliviar a los tristes de Israel; | ungió su rostro con perfumes, 8adornó su cabeza con diadema, | se vistió de lino para seducirlo. 9Sus sandalias le cautivaron la vista, | su belleza le arrebató el corazón, | y la espada le partió el cuello. 10A los persas espantó tal audacia, | a los medos acobardó tal valor. 11Entonces mis humildes clamaron, | y ellos se llenaron de terror; | mis débiles estallaron en gritos, | y ellos quedaron espantados; | los míos levantaron la voz, | y ellos se dieron a la fuga. 12Hijos de esclavas los golpearon, | los hirieron como a desertores; | perecieron en la lucha de mi Señor. 13Cantaré a mi Dios un cántico nuevo: | Señor, tú eres grande y glorioso, | admirable en tu fuerza, invencible. 14Que te sirva toda la creación, | porque tú lo mandaste, y existió; | enviaste tu aliento, y la construiste, | nada puede resistir a tu voz. 15Sacudirán las olas los cimientos de los montes, | las peñas en tu presencia se derretirán como cera, | pero tú serás propicio a tus fieles. 16No basta el aroma de los sacrificios | ni la grasa de los holocaustos, | pero es grande quien teme al Señor. 17¡Ay de los que atacan a mi pueblo! | El Señor todopoderoso | los castigará en el día del juicio; | serán entregados al fuego y los gusanos, | llorarán con dolor eternamente». 18Cuando llegaron a Jerusalén, adoraron a Dios. Una vez purificados, ofrecieron sus holocaustos, sacrificios voluntarios y votivos. 19Judit ofreció a Dios todas las pertenencias de Holofernes: lo que el pueblo le había dado y el dosel que ella misma había arrancado del dormitorio. 20La gente permaneció tres meses en Jerusalén celebrando festejos ante el santuario y Judit los acompañó. 21Pasado ese tiempo, cada cual volvió a su casa. También Judit volvió a Betulia y se dedicó a administrar su hacienda. Mientras vivió, fue muy famosa en todo el país. 22Tuvo muchos pretendientes, pero ella no volvió a casarse desde que su marido, Manasés, murió y fue a reunirse con los suyos. 23Su fama fue en aumento. Vivió en casa de su marido hasta la edad de ciento cinco años. A su criada le concedió la libertad. Murió en Betulia y fue enterrada en el sepulcro de su marido, Manasés. 24Los israelitas le guardaron siete días de luto. Antes de morir, Judit repartió sus bienes entre los parientes de su marido, Manasés, y entre sus propios parientes. 25Nadie se atrevió a amenazar a los hijos de Israel mientras ella vivió, ni mucho tiempo después de su muerte.

https://www.conferenciaepiscopal.es/biblia/judit/

ANTIGUO TESTAMENTO

LIBROS HISTÓRICOS

MACABEOS 1

11Alejandro el macedonio, hijo de Filipo, que ocupaba el trono de Grecia, salió de Macedonia, derrotó y suplantó a Darío, rey de Persia y Media, 2entabló numerosos combates, ocupó fortalezas, asesinó a reyes, 3llegó hasta el confín del mundo, saqueó innumerables naciones. Cuando la tierra enmudeció ante él, su corazón se llenó de soberbia y de orgullo; 4reunió un ejército potentísimo y dominó países, pueblos y soberanos, que le pagaron tributo. 5Pero después cayó en cama y, cuando vio cercana la muerte, 6llamó a los generales más ilustres, educados con él desde la juventud, y les repartió el reino antes de morir. 7A los doce años de reinado, Alejandro murió, 8y sus generales se hicieron cargo del gobierno, cada cual en su territorio; 9al morir Alejandro todos ciñeron la corona real; y después, durante muchos años, lo hicieron sus hijos, que multiplicaron las desgracias del mundo. 10De ellos brotó un vástago perverso, Antíoco Epífanes, hijo del rey Antíoco. Había estado en Roma como rehén y subió al trono el año ciento treinta y siete de la era seléucida. 11Por entonces surgieron en Israel hijos apóstatas que convencieron a muchos: «Vayamos y pactemos con las naciones vecinas, pues desde que nos hemos aislado de ellas nos han venido muchas desgracias». 12Les gustó la propuesta 13y algunos del pueblo decidieron acudir al rey. El rey les autorizó a adoptar la legislación pagana; y entonces, acomodándose a las costumbres de los gentiles, 14construyeron en Jerusalén un gimnasio, 15disimularon la circuncisión, apostataron de la alianza santa, se asociaron a los gentiles y se vendieron para hacer el mal. 16Cuando ya se sintió seguro en el trono, Antíoco se propuso reinar también sobre Egipto, para ser así rey de dos reinos. 17Invadió Egipto con un poderoso ejército, con carros, elefantes, caballos y una gran flota. 18Atacó a Tolomeo, rey de Egipto. Tolomeo retrocedió y huyó, sufriendo muchas bajas. 19Entonces Antíoco ocupó las plazas fuertes de Egipto y saqueó el país. 20Cuando volvía de conquistar Egipto, el año ciento cuarenta y tres, subió contra Israel y contra Jerusalén con un poderoso ejército. 21Entró con arrogancia en el santuario, robó el altar de oro, el candelabro y todos sus accesorios, 22la mesa de los panes presentados, las copas para la libación, las fuentes y los incensarios de oro, la cortina y las coronas. Y arrancó todo el decorado de oro de la fachada del templo; 23se incautó también de la plata y el oro, la vajilla de valor y los tesoros escondidos que encontró, 24y se lo llevó todo a su tierra, después de verter mucha sangre y de proferir fanfarronadas increíbles. 25Un lamento por Israel se oyó en todo el país. 26Gimieron los príncipes y los ancianos, | desfallecieron doncellas y jóvenes, | se marchitó la belleza de las mujeres. 27Entonó el esposo una elegía, | la esposa hizo duelo sentada en la alcoba. 28La tierra tembló por sus habitantes, | y toda la casa de Jacob se cubrió de vergüenza. 29Dos años después el rey envió un recaudador fiscal que se presentó en Jerusalén con un poderoso ejército. 30Hablaba pérfidamente en son de paz. La gente se fio de él. Entonces cayó de improviso sobre la ciudad, le asestó un duro golpe y mató a muchos israelitas. 31Saqueó la ciudad, la incendió y arrasó sus casas y la muralla que la rodeaba. 32Se llevaron cautivos a las mujeres y los niños y se apoderaron del ganado. 33Después reconstruyeron la Ciudad de David, rodeándola de una muralla alta y maciza, con sólidas torres, y se convirtió en su acrópolis. 34Instalaron allí a gentes perversas, judíos renegados que se hicieron fuertes en ella. 35Se aprovisionaron de armas y víveres, y depositaron en ella el botín que habían recogido en Jerusalén. Se convirtieron en un enclave peligroso. 36Se convirtió en una insidia contra el santuario, | en una continua amenaza para Israel. 37Derramaron sangre inocente en torno al santuario, | y profanaron el santuario. 38Los habitantes de Jerusalén huyeron por su causa, | la ciudad se convirtió en morada de extranjeros. | Se hizo extraña para sus nativos | y sus propios hijos la abandonaron. 39Su santuario quedó desolado como un desierto, | sus fiestas convertidas en duelo, | sus sábados en irrisión, | su honor en desprecio. 40Su deshonra igualó a su fama, | su grandeza se mudó en duelo. 41El rey decretó la unidad nacional para todos los súbditos de su reino, 42obligando a cada uno a abandonar la legislación propia. Todas las naciones acataron la orden del rey 43e incluso muchos israelitas adoptaron la religión oficial: ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el sábado. 44El rey despachó correos a Jerusalén y a las ciudades de Judá, con órdenes escritas: tenían que adoptar la legislación extranjera, 45se prohibía ofrecer en el santuario holocaustos, sacrificios y libaciones, y guardar los sábados y las fiestas; 46se mandaba contaminar el santuario y a los fieles, 47construyendo aras, templos y capillas idolátricas, sacrificando cerdos y animales inmundos; 48tenían que dejar sin circuncidar a los niños y profanarse a sí mismos con toda clase de impurezas y abominaciones, 49de manera que olvidaran la ley y cambiaran todas las costumbres. 50El que no cumpliese la orden del rey sería condenado a muerte. 51En estos términos escribió el rey a todos sus súbditos. Nombró inspectores para todo el pueblo, y mandó que en todas las ciudades de Judá, una tras otra, se ofreciesen sacrificios. 52Se les unió mucha gente del pueblo, todos ellos traidores a la ley, y cometieron tales tropelías en el país 53que los israelitas tuvieron que esconderse en cualquier refugio disponible. 54El día quince de casleu del año ciento cuarenta y cinco, el rey Antíoco mandó poner sobre el altar de los holocaustos la abominación de la desolación; y fueron poniendo aras por todas las poblaciones judías del contorno. 55Quemaban incienso ante las puertas de las casas y en las plazas. 56Rasgaban y echaban al fuego los libros de la ley que encontraban; 57al que le descubrían en casa un libro de la Alianza, y a quien vivía de acuerdo con la ley, lo ajusticiaban según el decreto real. 58Como tenían el poder, todos los meses hacían lo mismo a los israelitas que se encontraban en las ciudades. 59El veinticinco de cada mes sacrificaban sobre el ara pagana que se hallaba encima del altar de los holocaustos. 60A las madres que circuncidaban a sus hijos, las mataban como ordenaba el edicto 61con las criaturas colgadas al cuello; y mataban también a sus familiares y a los que habían circuncidado a los niños. 62Pero hubo muchos israelitas que resistieron, haciendo el firme propósito de no comer alimentos impuros. 63Prefirieron la muerte antes que contaminarse con aquellos alimentos y profanar la Alianza santa. Y murieron. 64Una cólera terrible se abatió sobre Israel.

21Por entonces surgió Matatías, hijo de Juan, hijo de Simón sacerdote de la familia de Joarib; aunque oriundo de Jerusalén, se había establecido en Modín. 2Tenía cinco hijos: Juan, apodado el Feliz; 3Simón, llamado el Fanático; 4Judas, llamado Macabeo; 5Eleazar, llamado Avarán; y Jonatán, llamado Apfús. 6Al ver Matatías los sacrilegios que se cometían en Judá y en Jerusalén, 7exclamó: «¡Ay de mí! ¿Por qué nací para ver la ruina de mi pueblo y la ruina de la ciudad santa, y quedarme ahí sentado, cuando la ciudad es entregada en manos de enemigos, y su santuario en poder extraño? 8Ha quedado su templo como varón sin honor, 9el ajuar que era su gloria, llevado como botín; | asesinados sus niños en las plazas, | y sus jóvenes, por la espada enemiga. 10¿Qué nación no ha ocupado sus dominios | y no se ha apropiado de sus despojos? 11Todas sus joyas le han sido arrancadas | y la que antes era libre, ahora es esclava. 12Ahí está: nuestro santuario, belleza y gloria nuestra, | está desolado, profanado por los gentiles. 13¿Para qué seguir viviendo?». 14Matatías y sus hijos se rasgaron las vestiduras, se vistieron de sayal e hicieron gran duelo. 15Los funcionarios reales, encargados de imponer la apostasía, llegaron a Modín para que la gente ofreciese sacrificios, 16y muchos israelitas acudieron a ellos. Matatías y sus hijos se reunieron aparte. 17Los funcionarios del rey tomaron la palabra y dijeron a Matatías: «Tú eres una persona ilustre, un hombre importante en esta ciudad, y estás respaldado por tus hijos y parientes. 18Adelántate el primero, haz lo que manda el rey, como lo han hecho todas las naciones; y los mismos judíos, y los que han quedado en Jerusalén. Tú y tus hijos recibiréis el título de Amigos del rey; os premiarán con oro y plata y muchos regalos». 19Pero Matatías respondió en voz alta: «Aunque todos los súbditos del rey le obedezcan apostatando de la religión de sus padres y aunque prefieran cumplir sus órdenes, 20yo, mis hijos y mis parientes viviremos según la Alianza de nuestros padres. 21¡Dios me libre de abandonar la ley y nuestras costumbres! 22No obedeceremos las órdenes del rey, desviándonos de nuestra religión ni a derecha ni a izquierda». 23Nada más decirlo, un judío se adelantó a la vista de todos, dispuesto a sacrificar sobre el ara de Modín, como lo mandaba el rey. 24Al verlo, Matatías se indignó, tembló de cólera y, en un arrebato de ira santa, corrió a degollar a aquel hombre sobre el ara. 25Y, acto seguido, mató al funcionario real que obligaba a sacrificar y derribó el ara. 26Lleno de celo por la ley, hizo lo que Pinjás a Zimrí, hijo de Salu. 27Luego empezó a decir a voz en grito por la ciudad: «¡Todo el que sienta celo por la ley y quiera mantener la Alianza, que me siga!». 28Y se echó al monte, con sus hijos, dejando en la ciudad todo cuanto tenía. 29Por entonces, muchos decidieron bajar al desierto para instalarse allí, porque deseaban vivir santamente de acuerdo con el derecho y la justicia, 30ellos, con sus hijos, mujeres y ganados, porque las desgracias habían llegado al colmo. 31Los funcionarios reales y la guarnición de Jerusalén, Ciudad de David, recibieron el aviso de que unos hombres que rechazaban el mandato real habían bajado a las cuevas del desierto. 32Muchos soldados corrieron tras ellos y los alcanzaron. Acamparon junto a ellos y se prepararon para atacarlos en un día de sábado. 33Les conminaron: «¡Ya basta! Si salís y obedecéis la orden del rey, salvaréis vuestras vidas». 34Pero ellos respondieron: «No saldremos ni obedeceremos la orden del rey, profanando el sábado». 35Los soldados los atacaron inmediatamente. 36Pero ellos no les replicaron ni les tiraron piedras ni se atrincheraron en las cuevas, 37sino que dijeron: «¡Muramos todos con la conciencia limpia! El cielo y la tierra son testigos de que nos matáis injustamente». 38Así que los atacaron en sábado y murieron ellos, con sus mujeres, hijos y ganados: unas mil personas. 39Cuando Matatías y los suyos lo supieron, hicieron gran duelo por ellos, 40y comentaban entre sí: «Si todos actuamos como nuestros hermanos, sin luchar contra los gentiles por nuestra vida y por nuestras normas, muy pronto nos exterminarán de la tierra». 41Aquel mismo día tomaron esta decisión: «A todo el que venga a atacarnos en sábado, le haremos frente para no morir todos como murieron nuestros hermanos en las cuevas». 42Por entonces se les agregó el grupo de «los leales», israelitas valientes, todos entregados de corazón a la ley; 43se les sumaron también como refuerzos todos los que querían escapar de aquellas desgracias. 44Organizaron un ejército y descargaron su ira contra los pecadores y su cólera contra los apóstatas. Los que se libraron del ataque fueron a refugiarse entre los gentiles. 45Matatías y sus partidarios organizaron una correría, derribaron las aras, 46circuncidaron por la fuerza a los niños no circuncidados que encontraban en territorio israelita 47y persiguieron a los insolentes; la campaña fue un éxito, 48de manera que rescataron la ley de manos de los gentiles y sus reyes, y mantuvieron a raya a los malvados. 49Cuando le llegó la hora de morir, Matatías dijo a sus hijos: «Hoy triunfan la insolencia y el descaro; | son tiempos de subversión y de ira, 50Ahora, hijos míos, sed celosos de la ley | y dad la vida por la Alianza de vuestros padres. 51Recordad las hazañas que hicieron nuestros padres en su tiempo | y conseguiréis gloria sin par y fama perpetua. 52Abrahán demostró su fidelidad en la prueba, | y le fue contado como justicia. 53José, en el tiempo de su angustia, observó la ley | y llegó a ser señor de Egipto. 54Pinjás, nuestro padre, por su ardiente celo, | alcanzó la Alianza de un sacerdocio eterno. 55Josué, por cumplir el mandato, | llegó a ser juez de Israel. 56Caleb, por su testimonio ante la asamblea, | recibió su patrimonio en la tierra. 57David, por su misericordia, | obtuvo el trono real para siempre. 58Fue arrebatado al cielo Elías, | por su ardiente celo de la ley. 59Ananías, Azarías y Misael, por su confianza, | se salvaron de la hoguera. 60Por su inocencia, Daniel | se salvó de las fauces de los leones. 61Y así, repasad cada generación: | los que esperan en Dios no desfallecen. 62No temáis las palabras de un hombre pecador, | pues su fasto acabará en estiércol y gusanos; 63hoy es exaltado y mañana desaparecerá: | retornará al polvo y sus planes fracasarán. 64Hijos míos, sed valientes en defender la ley, | que ella será vuestra gloria. 65Mirad, sé que vuestro hermano Simón es prudente; obedecedlo siempre, que él será vuestro padre. 66Y Judas Macabeo, aguerrido desde joven, será vuestro caudillo y dirigirá la guerra contra el extranjero. 67Vosotros ganaos a todos los que guardan la ley y vengad a vuestro pueblo; 68dad a los gentiles su merecido y cumplid cuidadosamente los preceptos de la ley». 69Y, después de bendecirlos, fue a reunirse con sus antepasados. 70Murió el año ciento cuarenta y seis. Lo enterraron en la sepultura familiar, en Modín, y todo Israel le hizo solemnes funerales.

31Sucedió a Matatías su hijo Judas, apodado Macabeo. 2Le apoyaban todos sus hermanos y todos los partidarios de su padre, que seguían luchando por Israel llenos de entusiasmo. 3Judas dilató la fama de su pueblo; | vistió la coraza como un gigante, | ciñó sus armas y entabló combates, | protegiendo sus campamentos con la espada. 4Fue un león con sus hazañas, | un cachorro que ruge por la presa. 5Rastreó y persiguió a los apóstatas, | quemó a los agitadores del pueblo. 6Por miedo a Judas, los apóstatas se acobardaron, | los malhechores quedaron consternados; | y por él se consiguió la liberación. 7Hizo sufrir a muchos reyes, | alegró a Jacob con sus hazañas, | su recuerdo será siempre bendito. 8Recorrió las ciudades de Judá, | exterminando de ella a los impíos; | apartó de Israel la cólera divina. 9Su renombre llenó la tierra, | porque reunió a los que estaban perdidos. 10Apolonio reunió un ejército extranjero y un gran contingente de Samaría para luchar contra Israel. 11Cuando lo supo Judas, salió a hacerle frente, lo derrotó y lo mató. Muchos fueron los caídos, y los supervivientes huyeron. 12Al recoger los despojos, Judas se quedó con la espada de Apolonio y la usó siempre en la guerra. 13Cuando Serón, general en jefe del ejército sirio, se enteró de que Judas había reunido en torno a sí una tropa numerosa de hombres adictos en edad militar, 14se dijo: «Voy a ganar fama y renombre en el reino, luchando contra Judas y los suyos, esos que despreciaron la orden del rey». 15Se le sumó un poderoso ejército de gente impía, que subió con él para ayudarle a vengarse de los hijos de Israel. 16Cuando llegaba cerca de la cuesta de Bet Jorón, Judas le salió al encuentro con un puñado de hombres; 17pero al ver el ejército que venía de frente, dijeron a Judas: «¿Cómo vamos a luchar contra esa multitud bien armada, siendo nosotros tan pocos? Y además estamos agotados, porque no hemos comido en todo el día». 18Judas respondió: «Es fácil que muchos caigan en manos de pocos, pues al Cielo lo mismo le cuesta salvar con muchos que con pocos; 19la victoria no depende del número de soldados, pues la fuerza llega del cielo. 20Ellos vienen a atacarnos llenos de insolencia e impiedad, para aniquilarnos y saquearnos a nosotros, a nuestras mujeres y a nuestros hijos, 21mientras que nosotros luchamos por nuestra vida y nuestra religión. 22El Señor los aplastará ante nosotros. No les temáis». 23Nada más terminar de hablar, se lanzó contra ellos de repente. Derrotaron a Serón y su ejército, 24y lo persiguieron por la bajada de Bet Jorón hasta la llanura. Serón tuvo unas ochocientas bajas y los demás huyeron al territorio filisteo. 25Judas y sus hermanos empezaron a ser temidos y una ola de pánico cayó sobre las naciones vecinas. 26Su fama llegó a oídos del rey, porque las naciones comentaban las batallas de Judas. 27Cuando el rey Antíoco se enteró, montó en cólera y mandó juntar todas las fuerzas de su reino, un ejército poderosísimo. 28Abrió su tesoro y dio a las tropas la soldada de un año con la orden de que estuvieran preparadas para cualquier evento. 29Pero advirtió que se le acababa el dinero del tesoro y que los tributos de la región eran escasos, debido a las revueltas y calamidades que él había provocado en el país al suprimir las leyes que estaban en vigor desde los primeros tiempos. 30Como le había ocurrido más de una vez, temió entonces no tener para los gastos y donativos que antes solía prodigar, superando en ello a sus predecesores. 31Hallándose, pues, en tan grave aprieto, resolvió ir a Persia para recoger los tributos de aquellas provincias y reunir mucho dinero. 32A Lisias, personaje de la nobleza y de la familia real, lo dejó al frente del gobierno, desde el río Éufrates hasta la frontera de Egipto; 33le confió la tutela de su hijo Antíoco hasta su vuelta; 34puso a su disposición la mitad de sus tropas y de sus elefantes, y le dio orden de ejecutar cuanto había resuelto. En lo que tocaba a los habitantes de Judea y Jerusalén, 35debía enviar contra ellos un ejército que exterminara y aniquilara las fuerzas de Israel y a los que quedaban en Jerusalén, hasta borrar su recuerdo del lugar. 36Luego establecería extranjeros en todo su territorio y repartiría sus tierras entre ellos. 37El rey, por su parte, tomando consigo la otra mitad del ejército, partió de Antioquía, capital de su reino, el año ciento cuarenta y siete. Atravesó el río Éufrates y prosiguió su marcha a través de las provincias del Norte. 38Lisias eligió a Tolomeo, hijo de Dorimeno, a Nicanor y a Gorgias, hombres poderosos entre los Amigos del rey, 39y envió con ellos cuarenta mil infantes y siete mil jinetes a invadir y arrasar la tierra de Judá, como había ordenado el rey. 40Partieron con todo su ejército, llegaron y acamparon cerca de Emaús, en la llanura. 41Cuando los mercaderes de la región oyeron hablar de ellos, tomaron grandes sumas de plata y oro, además de cadenas, y se fueron al campamento para adquirir como esclavos a los hijos de Israel. Al ejército se les unieron también tropas de Idumea y de la tierra de los filisteos. 42Judas y sus hermanos comprendieron que la situación era grave: el ejército estaba acampado en su territorio y conocían la consigna del rey de destruir el pueblo y acabar con él. 43Y se dijeron unos a otros: «Reparemos la ruina de nuestro pueblo y luchemos por nuestro pueblo y por el santuario». 44Se convocó la asamblea para prepararse a la guerra y hacer oración, pidiendo piedad y misericordia. 45Jerusalén estaba despoblada como un desierto, | ninguno de sus hijos entraba ni salía; | pisoteado el santuario, | extranjeros en la acrópolis, | convertida en albergue de gentiles. | Jacob había perdido la alegría, | no sonaba ya la cítara ni la flauta. 46Por eso, una vez reunidos se fueron a Mispá, frente a Jerusalén, porque tiempo atrás había habido en Mispá un lugar de oración para Israel. 47Ayunaron aquel día, se vistieron de sayal, se esparcieron ceniza sobre la cabeza y se rasgaron las vestiduras. 48Desenrollaron el volumen de la ley para consultarlo, como los gentiles consultan las imágenes de sus ídolos. 49Llevaron los ornamentos sacerdotales, las primicias y los diezmos, e hicieron comparecer a los nazireos que habían cumplido su voto. 50Levantaron sus clamores al Cielo diciendo: «¿Qué haremos con estos? ¿A dónde los llevaremos? 51Tu santuario está pisoteado y profanado, tus sacerdotes tristes y humillados; 52ya ves, los gentiles se han reunido contra nosotros para aniquilarnos. Tú conoces lo que traman contra nosotros. 53¿Cómo podremos resistirles, si tú no nos auxilias?». 54Hicieron sonar las trompetas y lanzaron el alarido. 55A continuación, Judas nombró jefes del pueblo: jefes de mil hombres, de cien, de cincuenta y de diez. 56A los que estaban construyendo casas, a los que acababan de casarse o a los que acababan de plantar una viña y a los miedosos, les mandó, conforme a la ley, que se volvieran a sus casas. 57Luego, el ejército se puso en marcha y acamparon al sur de Emaús. 58Judas les ordenó: «¡Preparaos! Sed valientes y estad dispuestos de madrugada para entrar en batalla con estos gentiles que se han coaligado contra nosotros para aniquilarnos a nosotros y nuestro santuario. 59Más vale morir en la batalla que quedarnos mirando las desgracias de nuestra nación y del santuario. 60Lo que el Cielo tenga dispuesto, lo cumplirá».

41Gorgias emprendió la marcha de noche con cinco mil hombres y mil jinetes escogidos, 2con la intención de caer sobre el campamento de los judíos y derrotarlos por sorpresa. Gente de la acrópolis de Jerusalén le servía de guía. 3Pero lo supo Judas y salió él a su vez con sus guerreros para derrotar al ejército real que quedaba en Emaús, 4mientras las tropas aún estaban dispersas fuera del campamento. 5Gorgias llegó de noche al campamento de Judas y, al no encontrar a nadie, los estuvo buscando por los montes, pues decía: «Estos van huyendo de nosotros». 6Al rayar el día, apareció Judas en la llanura con tres mil hombres. Solo que no tenían escudos ni espadas como hubiesen querido. 7Cuando vieron el campamento de los gentiles fortificado, bien atrincherado, rodeado de la caballería y con tropas aguerridas, 8Judas arengó a los suyos: «No temáis su número, ni su pujanza os acobarde. 9Recordad cómo se salvaron nuestros antepasados en el mar Rojo, cuando el faraón los perseguía con su ejército. 10Clamemos ahora al Cielo, a ver si tiene piedad de nosotros, recuerda la Alianza con nuestros padres y aplasta hoy este campamento ante nosotros. 11Así todas las naciones reconocerán que hay quien rescata y salva a Israel». 12Los extranjeros alzaron los ojos y, viendo a los judíos que venían contra ellos, 13salieron del campamento dispuestos a luchar. Los soldados de Judas hicieron sonar la trompeta 14y entraron en combate. Salieron derrotados los gentiles y huyeron hacia la llanura. 15Todos los rezagados cayeron a filo de espada. Los de Judas los persiguieron hasta Guézer y hasta las llanuras de Idumea, Azoto y Yamnia; de ellos cayeron hasta tres mil hombres. 16Judas regresó con su ejército de la persecución 17y advirtió al pueblo: «Contened vuestros deseos de botín, que otra batalla nos amenaza; 18Gorgias y su ejército se encuentran cerca de nosotros en los montes. Haced frente ahora a nuestros enemigos y combatid contra ellos; después podéis haceros con el botín tranquilamente». 19Apenas había acabado Judas de hablar, cuando se dejó ver un destacamento que asomaba por el monte. 20Al ver que los suyos habían huido y que el campamento había sido incendiado, como se lo daba a entender la humareda que divisaban, 21se llenaron de temor; y observando además en la llanura al ejército de Judas dispuesto para el combate, 22huyeron todos a la tierra de los filisteos. 23Judas se volvió entonces al campamento para saquearlo. Recogieron mucho oro y plata, telas teñidas en púrpura roja y violeta, y muchas otras riquezas. 24De regreso cantaban y bendecían al Cielo: «Porque es bueno, porque es eterno su amor». 25En aquel día Israel experimentó una gran liberación. 26Los extranjeros que habían podido escapar con vida se fueron a comunicar a Lisias todo lo que había ocurrido. 27Al oírlos quedó consternado y abatido porque a Israel no le había sucedido lo que él quería ni las cosas habían salido como el rey se lo tenía ordenado. 28Así que al año siguiente, Lisias reclutó sesenta mil hombres escogidos y cinco mil jinetes para combatir contra los judíos. 29Llegaron a Idumea y acamparon en Bet Sur. Judas fue a su encuentro con diez mil hombres, 30y cuando vio aquel poderoso ejército, oró diciendo: «Bendito eres, Salvador de Israel, que quebrantaste el ímpetu de aquel gigante por mano de tu siervo David y entregaste el campamento de los filisteos en manos de Jonatán, hijo de Saúl, y de su escudero. 31Pon de la misma manera ese ejército en manos de tu pueblo Israel y queden avergonzados de sus infantes y de su caballería. 32Infúndeles miedo, disuelve la confianza que ponen en su fuerza y queden abatidos con su derrota. 33Hazles sucumbir bajo la espada de los que te aman y entonen himnos en tu alabanza todos los que conocen tu Nombre». 34Lucharon cuerpo a cuerpo y cayeron unos cinco mil hombres del ejército de Lisias. 35Al ver Lisias rotas sus líneas de combate y la intrepidez de los soldados de Judas, y cómo estaban resueltos a vivir o morir heroicamente, marchó a Antioquía para reclutar mercenarios con ánimo de presentarse de nuevo en Judea con fuerzas más numerosas. 36Judas y sus hermanos propusieron: «Nuestros enemigos están vencidos; subamos, pues, a purificar el santuario y a restaurarlo». 37Se reunió todo el ejército y subieron al monte Sión. 38Cuando vieron el santuario desolado, el altar profanado, las puertas quemadas, la maleza crecida en los atrios como en un bosque o en un monte cualquiera, y las dependencias derruidas, 39se rasgaron las vestiduras, hicieron gran duelo y se pusieron ceniza sobre sus cabezas. 40Cayeron rostro en tierra y, a una señal dada por las trompetas, alzaron sus clamores al Cielo. 41Judas dio orden a sus hombres de combatir a los de la acrópolis hasta terminar la purificación del santuario. 42Luego eligió sacerdotes irreprochables, observantes de la ley, 43que purificaron el santuario y arrojaron las piedras contaminadas a un lugar inmundo. 44Deliberaron sobre lo que había de hacerse con el altar de los holocaustos que estaba profanado. 45Con buen parecer acordaron demolerlo para que no fuese motivo de oprobio, dado que los gentiles lo habían contaminado. Así que demolieron el altar 46y depositaron sus piedras en el monte del templo, en un lugar conveniente, hasta que surgiera un profeta que resolviera el caso. 47Tomaron luego piedras sin tallar, como prescribía la ley, y construyeron un altar nuevo igual que el anterior. 48Restauraron el santuario y el interior del edificio y consagraron los atrios. 49Renovaron los utensilios sagrados y metieron en el santuario el candelabro, el altar del incienso y la mesa. 50Quemaron incienso sobre el altar y encendieron las lámparas del candelabro para que iluminaran el santuario. 51Cuando pusieron panes sobre la mesa y corrieron las cortinas, dieron fin a la obra que habían emprendido. 52El año ciento cuarenta y ocho, el día veinticinco del mes noveno (es decir, casleu), todos madrugaron 53para ofrecer un sacrificio, según la ley, en el nuevo altar de los holocaustos que habían reconstruido. 54Precisamente en el aniversario del día en que lo habían profanado los gentiles, lo volvieron a consagrar, cantando himnos y tocando cítaras, laúdes y timbales. 55Todo el pueblo se postró en tierra adorando y alabando al Cielo, que les había dado el triunfo. 56Durante ocho días celebraron la consagración, ofreciendo con alegría holocaustos y sacrificios de comunión y de alabanza. 57Decoraron la fachada del santuario con coronas de oro y escudos. Restauraron también el portal y las dependencias, poniéndoles puertas. 58El pueblo celebró una gran fiesta, que invalidó la profanación de los gentiles. 59Judas, con sus hermanos y toda la asamblea de Israel, determinó que se conmemorara anualmente la nueva consagración del altar con solemnes festejos, durante ocho días a partir del veinticinco del mes de casleu. 60Por aquel tiempo, levantaron en torno al monte Sión altas murallas y sólidas torres, no fuera que otra vez se presentaran los gentiles y lo pisotearan como antes. 61Judas puso allí una guarnición que lo defendiera. También fortificó Bet Sur para que el pueblo tuviese una fortaleza frente a Idumea.

51Cuando las naciones circunvecinas supieron que había sido reconstruido el altar y restaurado como antes el santuario, se irritaron mucho. 2Decidieron acabar con los descendientes de Jacob que vivían entre ellos y comenzaron a matar y exterminar a gente del pueblo. 3Entonces Judas atacó a los hijos de Esaú en Idumea, a la tierra de Acrabatena, porque hostigaban a los israelitas. Les infligió una gran derrota, los sometió y los saqueó. 4Recordó luego la maldad de los hijos de Beán, que constituían una trampa peligrosa para el pueblo por las emboscadas que les tendían en los caminos; 5les obligó a encerrarse en sus torres, les puso cerco y, consagrándolos al exterminio, abrasó las torres con todos los que estaban dentro. 6Marchó a continuación contra los amonitas y encontró una tropa numerosa y bien armada, cuyo jefe era Timoteo. 7Trabó con ellos muchos combates, los derrotó y los deshizo. 8Se apoderó de Yazer y sus aldeas, y regresó a Judea. 9Los gentiles de Galaad se aliaron para exterminar a los israelitas que vivían en su territorio, pero estos se refugiaron en la fortaleza de Datemá. 10Enviaron cartas a Judas y sus hermanos con este mensaje: «Los gentiles que nos rodean se han aliado para exterminarnos; 11se están preparando para venir a apoderarse de la fortaleza donde nos hemos refugiado y Timoteo está al frente de su ejército. 12Ven, pues, ahora a librarnos de sus manos, porque muchos de los nuestros han caído ya; 13todos los hermanos nuestros que vivían en la tierra de Tob han muerto y sus mujeres, hijos y bienes han sido llevados al cautiverio; han perecido allí unas mil personas». 14Estaban todavía leyendo las cartas, cuando otros mensajeros, con la ropa hecha jirones, llegaron de Galilea con esta noticia: 15«Se han aliado los de Tolemaida, Tiro, Sidón y toda la Galilea de los gentiles para acabar con nosotros». 16Cuando Judas y el pueblo oyeron tales noticias, convocaron una gran asamblea para deliberar qué debían hacer a fin de socorrer a sus hermanos que estaban en situación angustiada y hostilizados por los enemigos. 17Judas dijo a su hermano Simón: «Elige unos cuantos y vete a liberar a tus hermanos de Galilea; mi hermano Jonatán y yo iremos a la región de Galaad». 18Dejó para defensa de Judea a José, hijo de Zacarías, y a Azarías, oficial de tropa, con el resto del ejército, 19dándoles esta orden: «Tomad el mando de las tropas y no entréis en batalla con los gentiles hasta que nosotros regresemos». 20Se le dieron tres mil hombres a Simón para la campaña de Galilea y ocho mil a Judas para la de Galaad. 21Simón partió para Galilea y después de trabar muchos combates con los gentiles, los derrotó 22y los persiguió hasta las puertas de Tolemaida. Sucumbieron unos tres mil gentiles y Simón se llevó sus despojos. 23Tomó luego consigo a los judíos de Galilea y Arbatá, con sus mujeres, hijos y cuanto poseían, y los llevó a Judea con gran regocijo. 24Por su parte, Judas Macabeo y su hermano Jonatán atravesaron el Jordán y caminaron tres jornadas por el páramo. 25Se encontraron con los nabateos, que los acogieron amistosamente y les contaron lo que les ocurría a sus hermanos de la región de Galaad: 26que muchos de ellos se encontraban encerrados en Bosra y Béser, en Alemá, Casfo, Maqued y Carnáin, todas ellas plazas fuertes e importantes; 27que también había otros que estaban encerrados en las demás ciudades de la región de Galaad, y que sus enemigos habían fijado la fecha del día siguiente para atacar las fortalezas, ocuparlas y exterminar a todos en un solo día. 28Inmediatamente Judas hizo que su ejército tomara el camino de Bosra, a través del páramo; tomó la ciudad y después de pasar a filo de espada a todo varón y de saquearla por completo, la incendió. 29Partió de allí por la noche y avanzó hasta las cercanías de la fortaleza. 30Cuando, al llegar el día, los judíos alzaron los ojos, vieron un ejército innumerable que colocaba escalas y máquinas de guerra para tomar la fortaleza; habían comenzado el ataque. 31Al ver que el asalto se había iniciado y que el clamor de la ciudad subía hasta el cielo, con el son de las trompetas y el alarido de la guerra, 32Judas ordenó a los hombres de su ejército: «Combatid hoy por vuestros hermanos». 33Y, ordenados en tres columnas, los hizo avanzar detrás del enemigo tocando las trompetas y gritando invocaciones. 34El ejército de Timoteo, al reconocer que era el Macabeo, huyó ante él; Judas les infligió una gran derrota y dejó tendidos unos ocho mil hombres aquel día. 35Se volvió luego Judas contra Alemá. La atacó, la tomó y, después de matar a todos los varones y saquearla, la dio a las llamas. 36Partiendo de allí, se apoderó de Casfo, Maqued, Béser y de las restantes ciudades de la región de Galaad. 37Después de estos acontecimientos, Timoteo juntó un nuevo ejército y acampó junto a Rafón, al otro lado del torrente. 38Judas envió gente para reconocer el campamento y le trajeron el siguiente informe: «Todos los gentiles de nuestro alrededor se le han unido y forman un ejército considerable. 39Tienen además, como auxiliares, mercenarios árabes. Acampan al otro lado del torrente y están preparados para venir a atacarte». Judas salió a su encuentro 40y mientras se aproximaba con su ejército al torrente de agua, Timoteo dijo a los oficiales de sus tropas: «Si él atraviesa primero hacia nosotros, no podremos resistirle, porque es seguro que tendrá ventaja sobre nosotros; 41pero si muestra miedo y acampa al otro lado del río, pasaremos nosotros hacia él y lo venceremos». 42Cuando Judas llegó al borde del agua del torrente, formó a los oficiales de leva en la ribera y les dio esta orden: «No dejéis acampar a nadie; que todos vayan al combate». 43Él pasó el primero hacia el enemigo y toda su tropa le siguió. Derrotaron a todos los gentiles, que arrojaron las armas y corrieron a buscar refugio al santuario de Carnáin. 44Pero los judíos tomaron la ciudad y quemaron el santuario con todos los que había dentro. Carnáin fue arrasada. Y ya nadie pudo resistir a Judas. 45Judas reunió a todos los israelitas de la región de Galaad, pequeños y grandes, a sus mujeres, hijos y bienes, una inmensa muchedumbre, para llevarlos a la tierra de Judá, 46Llegaron a Efrón, ciudad importante y muy fortificada, que caía de camino. Necesariamente tenían que pasar por ella, por no haber posibilidad de desviarse ni a la derecha ni a la izquierda. 47Pero los habitantes les negaron el paso y bloquearon las puertas con piedras. 48Judas les envió un mensaje en son de paz, diciéndoles: «Pasaremos por tu país para llegar al nuestro; nadie os hará mal alguno; nos limitaremos a pasar a pie». Pero no quisieron abrirle. 49Entonces Judas ordenó pregonar por el campamento que cada uno estuviera preparado donde se encontrara. 50La gente de guerra tomó posición y Judas atacó la ciudad día y noche, hasta que cayó en sus manos. 51Hizo pasar a filo de espada a todos los varones, arrasó, saqueó y atravesó la ciudad por encima de los cadáveres. 52Pasaron el Jordán para entrar en la gran llanura frente a Bet Seán. 53Durante toda la marcha Judas iba recogiendo a los rezagados y animando al pueblo hasta llegar a la tierra de Judá. 54Subieron al monte Sión con alegría y alborozo, y ofrecieron holocaustos por haber regresado felizmente sin haber perdido a ninguno de los suyos. 55Mientras Judas y Jonatán estaban en la tierra de Galaad, y su hermano Simón en Galilea, frente a Tolemaida, 56José, hijo de Zacarías, y Azarías, oficiales del ejército, se enteraron de las proezas y combates que aquellos habían realizado, 57y se dijeron: «Hagamos nosotros también célebre nuestro nombre, saliendo a combatir a los gentiles de los alrededores». 58Y dieron orden a la tropa que estaba bajo su mando de ir contra Yamnia. 59Pero Gorgias salió de la ciudad con su gente para ir a su encuentro y entrar en batalla. 60José y Azarías fueron derrotados y perseguidos hasta la frontera de Judea. Sucumbieron aquel día alrededor de dos mil hombres del ejército de Israel. 61Sobrevino este grave revés al ejército por no haber obedecido a Judas y a sus hermanos, creyéndose capaces de grandes hazañas. 62Pero ellos no eran de aquella casta de hombres a quienes estaba confiada la salvación de Israel. 63El valeroso Judas y sus hermanos se hicieron muy célebres ante todo Israel y ante todas las naciones adonde llegaba su nombre. 64Las gentes se agolpaban a su alrededor para aclamarlos. 65Judas salió con sus hermanos a luchar contra los hijos de Esaú, en el sur del país. Tomó Hebrón y sus aldeas, arrasó sus fortificaciones y prendió fuego a las torres de su contorno. 66Partió luego en dirección a la tierra de los filisteos y atravesó Maresá. 67Cayeron aquel día algunos sacerdotes al querer significarse tomando parte imprudentemente en el combate. 68Dobló luego Judas hacia Asdod, en territorio de los filisteos, y destruyó sus altares, dio fuego a las imágenes de sus dioses y saqueó sus ciudades. Después regresó a la tierra de Judá.

61El rey Antíoco recorría las provincias del norte cuando se enteró de que había en Persia una ciudad llamada Elimaida, famosa por su riqueza en plata y oro, 2con un templo lleno de tesoros: escudos dorados, lorigas y armas depositadas allí por Alejandro el de Filipo, rey de Macedonia, primer rey de los griegos. 3Antíoco fue allá e intentó apoderarse de la ciudad y saquearla; pero no pudo, porque los de la ciudad, dándose cuenta de lo que pretendía, 4salieron a atacarlo. Antíoco tuvo que huir y emprendió apesadumbrado el viaje de vuelta a Babilonia. 5Cuando él se encontraba todavía en Persia, llegó un mensajero con la noticia de que la expedición militar contra Judea había fracasado 6y que Lisias, que en un primer momento se había presentado como caudillo de un poderoso ejército, había huido ante los judíos; estos, sintiéndose fuertes con las armas, pertrechos y el enorme botín de los campamentos saqueados, 7habían derribado la abominación de la desolación construida sobre el altar de Jerusalén, habían levantado en torno al santuario una muralla alta como la de antes y habían hecho lo mismo en Bet Sur, ciudad que pertenecía al rey. 8Al oír este informe, el rey se asustó y se impresionó de tal forma que cayó en cama y enfermó de tristeza, porque no le habían salido las cosas como quería. 9Allí pasó muchos días, cada vez más triste. Pensó que se moría, 10llamó a todos sus Amigos y les dijo: «El sueño ha huido de mis ojos y estoy abrumado por las preocupaciones, 11y me digo: “¡A qué tribulación he llegado, en qué violento oleaje estoy metido, yo, que era feliz y querido cuando era poderoso! 12Pero ahora me viene a la memoria el daño que hice en Jerusalén, robando todo el ajuar de plata y oro que había allí, y enviando gente que exterminase sin motivo a los habitantes de Judea. 13Reconozco que por eso me han venido estas desgracias. Ya veis, muero de tristeza en tierra extranjera”». 14Llamó luego a Filipo, uno de sus Amigos, y lo puso al frente de todo su reino. 15Le dio su corona, su manto real y su anillo, encargándole que educara a su hijo Antíoco y lo preparara para que fuese rey. 16Allí murió el rey Antíoco el año ciento cuarenta y nueve. 17Lisias, al enterarse de la muerte del rey, puso en el trono a su hijo Antíoco, a quien había educado desde niño, y le dio el sobrenombre de Eupátor. 18Mientras tanto, la guarnición de la acrópolis tenía confinado a Israel en el recinto del santuario; buscaba siempre la oportunidad de causarle mal y de ofrecer apoyo a los gentiles. 19Resuelto Judas a exterminarlos, convocó a todo el ejército para sitiarlos. 20El año ciento cincuenta, una vez reunidos, comenzaron el sitio de la acrópolis y construyeron catapultas y máquinas de asalto. 21Pero algunos de los sitiados lograron romper el cerco; se les juntaron algunos otros israelitas apóstatas 22y acudieron al rey para decirle: «¿Hasta cuándo vas a estar sin hacer justicia y sin vengar a nuestros hermanos? 23Nosotros aceptamos voluntariamente servir a tu padre, seguir sus instrucciones y obedecer sus órdenes. 24Por ello los hijos de nuestro pueblo han puesto sitio a la acrópolis y nos tratan como extraños. Más aún, han matado a cuantos de nosotros han caído en sus manos y nos han arrebatado nuestras haciendas. 25Pero no solo han alzado su mano contra nosotros, sino también contra todos vuestros territorios. 26Ya ves que ahora tienen cercada la acrópolis de Jerusalén con intención de ocuparla y han fortificado el santuario y Bet Sur. 27Si no te das prisa en atajarlos, se atreverán a más, y ya te será imposible contenerlos». 28Al oírlo el rey montó en cólera y convocó a todos los grandes del reino, jefes de infantería y de caballería. 29Le llegaron tropas mercenarias de otros reinos y de ultramar. 30El número de sus fuerzas era de cien mil infantes, veinte mil jinetes y treinta y dos elefantes adiestrados para la lucha. 31Atravesando Idumea, pusieron cerco a Bet Sur. La lucha se prolongó muchos días. Prepararon máquinas de asalto; pero los sitiados, en salidas que hacían, se las quemaban, peleando valerosamente. 32Entonces Judas partió de la acrópolis y acampó junto a Bet Zacarías, frente al campamento real. 33El rey se levantó de madrugada y puso en marcha el ejército a toda prisa por el camino de Bet Zacarías. Los ejércitos se dispusieron a entrar en batalla tocando las trompetas. 34A los elefantes les habían dado zumo de uvas y moras para prepararlos para el combate. 35Los repartieron entre los escuadrones. Mil hombres, con cota de malla y casco de bronce en la cabeza, se alineaban al lado de cada elefante. Además, con cada bestia iban quinientos jinetes escogidos, 36que estaban donde el animal estuviese y lo acompañaban adonde fuese, sin apartarse de él. 37Cada elefante llevaba encima, sujeta con cinchas, una torre de madera bien protegida y cuatro guerreros que combatían desde ella, además del guía indio. 38El rey colocó el resto de la caballería a un lado y otro, en los flancos del ejército, con la misión de hostigar al enemigo y proteger los escuadrones. 39Cuando relumbró el sol sobre los escudos de oro y bronce, resplandecieron los montes con su fulgor y brillaron como antorchas encendidas. 40Una parte del ejército real se desplegó por las alturas de los montes, mientras la otra lo hizo por el llano; avanzaban con seguridad y buen orden. 41Se estremecieron todos los que oían el griterío de aquella muchedumbre y el estruendo que levantaba al marchar y entrechocar las armas; era, en efecto, un ejército inmenso y poderoso. 42Judas y su ejército se adelantaron para entrar en batalla, y cayeron seiscientos hombres del ejército real. 43Eleazar, llamado Avarán, se fijó en un elefante engualdrapado con insignias reales que sobresalía por su corpulencia entre los demás elefantes y creyó que el rey iba en él. 44Pensó en entregarse por salvar a su pueblo y conseguir así renombre inmortal. 45Corrió audazmente hacia el elefante, metiéndose entre el escuadrón, matando a derecha e izquierda y haciendo que los enemigos se apartaran de él a un lado y a otro; 46se deslizó debajo del elefante para atacarlo y lo mató. Se desplomó el elefante sobre él y allí murió Eleazar. 47Los judíos, al fin, viendo la potencia del rey y la impetuosidad de sus tropas, retrocedieron ante ellas. 48Los del ejército real subieron a Jerusalén, al encuentro de los judíos, y el rey acampó con intención de invadir Judea y el monte Sión. 49Hizo la paz con los de Bet Sur, que evacuaron la ciudad al no tener víveres consigo para sostener el sitio por ser año sabático para la tierra. 50El rey ocupó Bet Sur y dejó allí una guarnición para su defensa. 51Luego estuvo muchos días sitiando el santuario: levantó allí ballestas de tiro y máquinas de asalto, lanzallamas, catapultas, escorpiones de lanzar flechas y hondas. 52Por su parte, los judíos sitiados hicieron también máquinas defensivas y combatieron durante muchos días. 53Pero no había víveres en los almacenes, porque aquel era el año séptimo, y además los israelitas liberados de los gentiles y traídos a Judea habían consumido las últimas reservas. 54Víctimas, pues, del hambre, dejaron unos pocos hombres en el santuario y los demás se dispersaron cada uno por su lado. 55Lisias se enteró de que Filipo, a quien el rey Antíoco había confiado en vida educar a su hijo Antíoco para ser rey, 56había vuelto desde Persia y Media con las tropas de la expedición real, y que trataba de hacerse con el poder. 57Entonces se dio prisa en volver, diciendo al rey, a los generales y a la tropa: «Cada día estamos más débiles; las provisiones faltan; la plaza que asediamos está bien fortificada y los asuntos del gobierno son urgentes. 58Demos, pues, la mano a estos hombres, hagamos la paz con ellos y con toda su nación 59y permitámosles vivir según su legislación tradicional, pues, irritados por habérsela abolido, se vienen portando de esta manera». 60El rey y los jefes aprobaron la idea y el rey envió una propuesta de paz a los sitiados. Estos la aceptaron 61y el rey y los jefes la confirmaron con juramento. Con esta garantía los judíos salieron de la fortaleza 62y el rey entró en el monte Sión. Pero al ver la fortaleza de aquel lugar, violó el juramento que había hecho y ordenó destruir la muralla que lo circundaba. 63Luego, a toda prisa, emprendió el regreso a Antioquía, donde se encontró con que Filipo se había apoderado de la ciudad. El rey lo atacó y le arrebató la ciudad por la fuerza.

71El año ciento cincuenta y uno, Demetrio, hijo de Seleuco, salió de Roma y, con unos pocos hombres, desembarcó en una ciudad marítima donde se proclamó rey. 2Cuando se disponía a entrar en el palacio real de sus antepasados, el ejército apresó a Antíoco y a Lisias para llevarlos a su presencia. 3Al saberlo, Demetrio dijo: «No quiero ver sus caras». 4El ejército los mató y Demetrio se sentó en el trono real. 5Entonces todos los israelitas apóstatas e impíos acudieron a él, con Alcimo al frente, que pretendía el cargo del sumo sacerdocio. 6Ya en su presencia, acusaron al pueblo diciendo: «Judas y sus hermanos han hecho perecer a todos tus amigos y a nosotros nos han expulsado de nuestro país. 7Envía, pues, ahora, a una persona de tu confianza, que vaya y vea los estragos que han causado en nosotros y en la provincia real, y los castigue a ellos y a todos los que los apoyan». 8El rey eligió a Báquides, uno de sus Amigos, gobernador de Transeufratina, grande en el reino y fiel al rey. 9Lo envió con el impío Alcimo, a quien concedió el sacerdocio, con la orden de castigar a los hijos de Israel. 10Partieron con un ejército numeroso, entraron en la tierra de Judea y enviaron mensajeros a Judas y sus hermanos con falsas propuestas de paz. 11Pero estos no hicieron caso a sus palabras, porque vieron que había venido con un gran ejército. 12No obstante, un grupo de letrados se reunió con Alcimo y Báquides, tratando de encontrar una solución justa. 13«Los leales» eran los primeros entre los hijos de Israel en pedirles la paz, 14pues se decían: «Un sacerdote del linaje de Aarón ha venido con el ejército: no nos hará ningún mal». 15Báquides habló con ellos amistosamente y les aseguró bajo juramento: «No intentaremos haceros mal ni a vosotros ni a vuestros amigos». 16Le creyeron, pero él prendió a sesenta de ellos y los mató en un mismo día, según aquel texto de la Escritura: 17«Esparcieron la carne y la sangre de tus santos en torno a Jerusalén y no hubo quien les diese sepultura». 18Con esto, el miedo hacia ellos y el espanto se apoderó de todo el pueblo que decía: «No tienen sinceridad ni honradez, pues han violado el pacto y el juramento que habían jurado». 19Báquides partió de Jerusalén y acampó en Betsaid. De allí mandó apresar a muchos de los suyos que habían desertado y a algunos del pueblo; los mató y los arrojó en la cisterna grande. 20Luego puso la provincia en manos de Alcimo, dejó con él tropas que lo sostuvieran y marchó adonde estaba el rey. 21Alcimo tuvo que luchar para defender su cargo de sumo sacerdote. 22Se le unieron todos los perturbadores del pueblo, se hicieron dueños de la tierra de Judea y causaron un enorme estrago en Israel. 23Cuando Judas vio todo el daño que Alcimo y los suyos hacían a los hijos de Israel, mayor que el que habían causado los gentiles, 24salió a recorrer todo el territorio de Judea para castigar a los desertores e impedirles circular por la región. 25Al ver Alcimo que Judas y los suyos cobraban fuerza, comprendiendo que no podía ofrecerles resistencia, se dirigió al rey y los acusó de graves delitos. 26Entonces el rey envió a Nicanor, uno de sus generales más distinguidos y enemigo declarado de Israel, y le mandó exterminar al pueblo. 27Nicanor llegó a Jerusalén con un ejército numeroso y envió a Judas y a sus hermanos un insidioso mensaje de paz diciéndoles: 28«No haya pugna entre nosotros; iré a veros con una pequeña escolta en son de paz». 29Fue, pues, adonde estaba Judas y ambos se saludaron amistosamente, pero los enemigos estaban preparados para secuestrar a Judas. 30Este se enteró de que Nicanor había venido con engaños, se atemorizó y no quiso verlo más. 31Nicanor, viendo descubiertos sus planes, salió a enfrentarse con Judas cerca de Cafarsalamá. 32Cayeron unos quinientos hombres del ejército de Nicanor y los demás huyeron a la Ciudad de David. 33Después de estos sucesos, subió Nicanor al monte Sión. Algunos sacerdotes y ancianos del pueblo salieron del santuario para saludarlo amistosamente y mostrarle el holocausto que se ofrecía por el rey. 34Pero él se burló de ellos, los escarneció y escupió, y les habló con insolencia. 35Encolerizado, juró: «Si ahora mismo no se me entrega a Judas y a su ejército en mis manos, cuando vuelva victorioso, prenderé fuego a este templo». Y salió enfurecido. 36Los sacerdotes entraron y, de pie ante el altar y el santuario, exclamaron llorando: 37«Tú has elegido este templo dedicado a tu Nombre, para que fuese casa de oración y súplica para tu pueblo; 38castiga a este hombre y a su ejército, que caigan atravesados por la espada. Acuérdate de sus blasfemias y no les des tregua». 39Nicanor salió de Jerusalén y acampó en Bet Jorón, donde se le unió un contingente de Siria. 40Judas acampó en Adasá con tres mil hombres y oró diciendo: 41«Cuando los enviados del rey blasfemaron, salió tu ángel y mató a ciento ochenta y cinco mil de ellos; 42destruye también hoy este ejército ante nosotros y reconozcan los que queden, que su jefe profirió palabras impías contra tu santuario. ¡Júzgalo según su maldad!». 43El día trece del mes de adar trabaron batalla los ejércitos y salió derrotado el de Nicanor. Nicanor cayó el primero en el combate 44y su ejército, al verlo caído, arrojó las armas y se dio a la fuga. 45Los judíos estuvieron persiguiéndolos un día entero, desde Adasá hasta llegar a Guézer, con las trompetas tocando a rebato detrás de ellos. 46De todas las aldeas judías del contorno salió gente que, rodeándolos, les obligaron a volverse los unos sobre los otros. Todos cayeron a espada: no quedó ni uno de ellos. 47Tomaron los despojos y el botín; cortaron la cabeza de Nicanor y su mano derecha, aquella que había extendido con insolencia, y las llevaron para exponerlas a la vista de Jerusalén. 48El pueblo se llenó de gran alegría; celebraron aquel día como un gran día de regocijo 49y acordaron conmemorarlo cada año el trece de adar. 50La tierra de Judá gozó de sosiego por algún tiempo.

81La fama de los romanos llegó a oídos de Judas: que eran poderosos, que se mostraban benévolos con todos sus aliados, que establecían amistad con cuantos acudían a ellos. 2Le contaron sus guerras y las proezas que habían realizado entre los galos: cómo los habían dominado y sometido a tributo; 3todo cuanto habían hecho en la región de España para apoderarse de sus minas de plata y oro, 4cómo se habían hecho dueños de todo el país gracias a su astucia y perseverancia, a pesar de ser un país lejano. Habían derrotado a los reyes que los habían atacado desde los confines de la tierra, aplastándolos definitivamente; los demás les pagaban tributo cada año. 5Habían vencido en la guerra a Filipo, a Perseo, rey de Macedonia, y a cuantos se habían aliado contra ellos, y los habían sometido. 6Antíoco el Grande, rey de Asia, había ido a atacarlos con ciento veinte elefantes, caballería, carros y tropas muy numerosas, y fue derrotado por ellos, 7lo apresaron vivo y lo obligaron, a él y a sus sucesores en el trono, a pagarles un gran tributo, a entregar rehenes y a ceder 8algunas de sus mejores provincias: la provincia Índica, Media y Lidia; se las quitaron para dárselas al rey Eumenes. 9También los de Grecia habían concebido el proyecto de ir a exterminarlos; 10pero los romanos, al enterarse, enviaron contra ellos a un solo general, les hicieron la guerra, mataron a muchos de ellos, llevaron cautivos a sus mujeres y niños, saquearon sus bienes, subyugaron el país, arrasaron sus fortalezas y los sometieron a servidumbre hasta el día de hoy. 11A los demás reinos y a las islas, a cuantos en alguna ocasión les hicieron frente, los destruyeron y redujeron a servidumbre. En cambio, a sus amigos y a los que buscan apoyo en ellos, les mantuvieron su amistad. 12Tienen bajo su dominio a los reyes vecinos y a los lejanos, y todos cuantos oyen su nombre los temen. 13Aquellos a quienes quieren ayudar a conseguir el trono, reinan, y deponen a los que ellos quieren. Están en la cima del poder. 14No obstante, ninguno de ellos se ciñe la corona ni se viste de púrpura para darse importancia. 15Se han creado un Senado, donde cada día trescientos veinte consejeros deliberan constantemente en favor del pueblo para mantenerlo en buen orden. 16Confían cada año a uno solo el mando sobre ellos y el dominio sobre toda su tierra. Todos obedecen a este solo hombre sin que haya entre ellos envidias ni celos. 17Judas eligió a Eupólemo, hijo de Juan, hijo de Acos, y a Jasón, hijo de Eleazar, y los envió a Roma a concertar un tratado de amistad y mutua defensa, 18para sacudirse el yugo de encima, porque veían que el imperio de los griegos tenía esclavizado a Israel. 19Partieron, pues, para Roma y, después de un larguísimo viaje, entraron en el Senado, donde, tomando la palabra, dijeron: 20«Judas, llamado Macabeo, sus hermanos y el pueblo judío nos han enviado a vosotros para concertar un tratado de mutua defensa y de paz, y para que nos inscribáis en el número de vuestros aliados y amigos». 21La propuesta les pareció bien. 22Esta es la copia de la carta que enviaron a Jerusalén, grabada en planchas de bronce, para que quedase allí como documento del tratado de paz y mutua defensa: 23«¡Prosperidad a los romanos y a la nación de los judíos por mar y por tierra para siempre! ¡Lejos de ellos la espada enemiga! 24Pero, si se declara una guerra primera contra Roma o contra cualquiera de sus aliados en cualquier parte de sus dominios, 25la nación de los judíos luchará de todo corazón a su lado, según las circunstancias se lo dicten. 26A los enemigos no les darán si les suministrarán trigo, armas, dinero ni naves. Así lo ha decidido Roma. Guardarán fielmente los compromisos sin recibir compensación alguna. 27Igualmente, si después se declara una guerra contra los judíos, los romanos lucharán a su lado con todo empeño, según las circunstancias se lo dicten. 28A los enemigos no les darán ni trigo, ni armas, ni dinero ni naves. Así lo ha decidido Roma. Estos compromisos se cumplirán lealmente. 29En estos términos se han concertado los romanos con el pueblo judío. 30Si posteriormente unos y otros deciden añadir o quitar algo, lo podrán hacer de mutuo acuerdo, y lo que añadan o quiten será válido. 31En cuanto a los males que el rey Demetrio les ha causado, le hemos escrito diciéndole: “¿Por qué has hecho pesar tu yugo sobre nuestros amigos y aliados los judíos? 32Si otra vez vuelven a quejarse de ti, nosotros defenderemos sus derechos y te haremos la guerra por mar y tierra”».

91En cuanto Demetrio supo que Nicanor y su ejército habían sucumbido en el combate, volvió a enviar a Báquides y a Alcimo a la tierra de Judea con el ala derecha del ejército. 2Emprendieron la marcha por el camino de Galilea, acamparon junto a Mesalot de Arbela, ocuparon la ciudad y mataron a muchos. 3El primer mes del año ciento cincuenta y dos, acamparon frente a Jerusalén, 4pero luego partieron de allí, camino de Berea, con veinte mil de infantería y dos mil jinetes. 5Judas acampaba en Eleasa con tres mil soldados escogidos, 6y al ver la enorme muchedumbre de enemigos, se aterrorizaron; muchos del campamento desertaron y solo quedaron ochocientos. 7Al ver Judas que su ejército se deshacía precisamente cuando era inminente la batalla, se descorazonó, porque ya no era posible reunirlos. 8Aunque desalentado, dijo a los que quedaban: «¡Hala, subamos contra el enemigo! A lo mejor podemos derrotarlos». 9Los suyos intentaban disuadirle: «Es completamente imposible. Pero si salvamos ahora la vida, volveremos con los nuestros y entonces combatiremos. Ahora somos pocos». 10Judas repuso: «¡Nada de huir ante el enemigo! Si nos ha llegado la hora, muramos valientemente por nuestros compatriotas, sin dejar una mancha en nuestra fama». 11El ejército enemigo salió del campamento y formó frente a ellos, con la caballería dividida en dos cuerpos, y los honderos y arqueros delante del ejército, los más aguerridos en primera fila. 12Báquides iba en el ala derecha. La falange avanzó por ambos lados, a toque de trompeta. Los de Judas también tocaron las trompetas. 13El suelo retembló por el fragor de los ejércitos. Se entabló el combate al amanecer y duró hasta la tarde. 14Judas vio que Báquides y los más fuertes del ejército estaban a la derecha. Se le juntaron los más animosos, 15destrozaron el ala derecha y la persiguieron hasta los montes de Azara. 16Pero, cuando los del ala izquierda vieron que el ala derecha estaba destrozada, se lanzaron en persecución de Judas y sus compañeros. 17El combate arreció y hubo muchas bajas por ambas partes. 18Judas cayó también y los demás huyeron. 19Jonatán y Simón recogieron el cadáver de su hermano Judas y lo enterraron en la sepultura familiar, en Modín. 20Todo Israel lo lloró y le hizo solemnes funerales, entonando durante muchos días esta elegía: 21«¡Cómo cayó el valiente, salvador de Israel!». 22No hemos escrito otros datos de la historia de Judas, sus hazañas militares y sus títulos de gloria, porque fueron muchísimos. 23Con la muerte de Judas, volvieron a surgir apóstatas por todo el territorio de Israel y levantaron cabeza todos los malhechores. 24Hubo entonces un hambre terrible y el pueblo de la tierra se pasaron a su bando. 25Báquides escogió a unos hombres impíos y los puso al frente del gobierno del país. 26Daban batidas siguiendo el rastro de los amigos de Judas y se los llevaban a Báquides, que los castigaba y escarnecía. 27Israel cayó en una tribulación tan grande como no la había sufrido desde los tiempos en que cesaron los profetas. 28Entonces todos los amigos de Judas se reunieron y dijeron a Jonatán: 29«Desde la muerte de tu hermano Judas no tenemos un hombre semejante a él que guíe la lucha contra los enemigos, contra Báquides y contra los que odian a nuestra nación. 30Por eso, te elegimos hoy a ti para que, ocupando el lugar de tu hermano, seas nuestro jefe y caudillo en la lucha que sostenemos». 31En aquel momento Jonatán tomó el mando como sucesor de su hermano Judas. 32Al enterarse Báquides, trató de matarlo. 33Pero cuando lo supieron Jonatán, su hermano Simón y todos sus partidarios, huyeron al desierto de Técoa, donde establecieron su campamento junto a las aguas de la cisterna de Asfar. 34Báquides se enteró un día de sábado y pasó con todas las tropas a la otra orilla del Jordán. 35Jonatán envió a su hermano Juan como jefe de la comitiva, a pedir a sus amigos, los nabateos, autorización para dejar con ellos sus pertrechos, que eran muchos. 36Pero los hijos de Jambrí, los de Mádaba, hicieron una salida, se apoderaron de Juan y de cuanto llevaba, y se alejaron con su botín. 37Después de esto, Jonatán y su hermano Simón recibieron esta noticia: «Los hijos de Jambrí celebran una espléndida boda; a la novia, hija de uno de los principales de Canaán, la llevan desde Nabatá, en medio de gran pompa». 38Recordaron entonces el sangriento fin de su hermano Juan y subieron a ocultarse al abrigo del monte. 39Al alzar los ojos, vieron que una numerosa caravana, en medio de tumultuosa algazara, avanzaba al encuentro del novio, acompañado de sus amigos y de su hermano, con tambores, música y otros instrumentos. 40Los de Jonatán entonces salieron de su escondite a su encuentro para matarlos. Hirieron de muerte a muchos y los demás huyeron a los montes. Se hicieron con todos sus despojos. 41«La boda acabó en duelo y el canto de los músicos en lamentación». 42Una vez vengada la sangre de su hermano, se volvieron a las marismas del Jordán. 43Al enterarse Báquides, vino en sábado con numerosa tropa a las riberas del Jordán. 44Jonatán dijo a su gente: «Levantémonos y luchemos por nuestras vidas, que hoy no es como ayer y anteayer. 45Estamos entre dos frentes; a un lado y a otro tenemos las aguas del Jordán, las marismas y las malezas: no es posible batirse en retirada. 46Gritad, pues, ahora al Cielo para que nos salve de nuestros enemigos». 47Entablado el combate, Jonatán alargó su mano para herir a Báquides, pero este esquivó el golpe retrocediendo, 48con lo que Jonatán y los suyos pudieron lanzarse al Jordán y ganar a nado la orilla opuesta. Sus enemigos no atravesaron el río en su persecución. 49Unos mil hombres del ejército de Báquides cayeron aquel día. 50Vuelto a Jerusalén, Báquides hizo levantar plazas fuertes en Judea: la fortaleza de Jericó, Emaús, Bet Jorón, Betel, Timná, Piratón y Tefón, con altas murallas, puertas y cerrojos, 51y puso en ellas guarniciones para que hostigaran a Israel. 52Fortificó también las ciudades de Bet Sur y Guézer, y la acrópolis; y dejó en ellas tropas y depósitos de víveres. 53Tomó como rehenes a los hijos de los principales de la región y los encarceló en la acrópolis de Jerusalén. 54El segundo mes del año ciento cincuenta y tres, Alcimo ordenó demoler el muro del atrio interior del Lugar Santo. Destruía con ello la obra de los profetas. Había comenzado la demolición, 55cuando precisamente entonces Alcimo sufrió un ataque y su obra quedó parada. La boca se le quedó cerrada y paralizada, de suerte que ya no le fue posible pronunciar ni una palabra ni hacer testamento. 56Alcimo murió entonces en medio de grandes dolores. 57Cuando Báquides vio que Alcimo había muerto, se volvió adonde estaba el rey. Hubo tranquilidad en la tierra de Judá por espacio de dos años. 58Los apóstatas deliberaron diciendo: «Ya veis a Jonatán y los suyos viviendo tranquilos y confiados. Hagamos venir ahora a Báquides y los prenderá a todos ellos en una sola noche». 59Fueron y parlamentaron con él. 60Báquides se puso en marcha con un gran ejército. Envió cartas secretas a todos sus aliados de Judea ordenándoles prender a Jonatán y a los suyos. Pero no lo consiguieron, porque se descubrió su plan; 61Jonatán y los suyos, por su parte, prendieron a unos cincuenta hombres de la región como principales conspiradores y les dieron muerte. 62A continuación, Jonatán, Simón y los suyos se retiraron a Betbasí, en el desierto, repararon lo que estaba derruido en aquella plaza y la fortificaron. 63En cuanto se enteró Báquides, juntó a toda su gente y convocó a sus partidarios de Judea. 64Llegó y puso cerco a Betbasí, la atacó durante muchos días, emplazando máquinas de asalto. 65Jonatán, dejando a su hermano Simón en la ciudad, hizo una salida por la región con una pequeña tropa, 66con la que derrotó en su campamento a Odomerá y a sus hermanos, así como a los hijos de Fasirón. Empezaron a atacarlos avanzando entre las tropas. 67Simón y sus hombres, por su parte, salieron de la ciudad y dieron fuego a las máquinas de asalto. 68Trabaron combate con Báquides, lo derrotaron y lo dejaron sumido en profunda amargura porque había fracasado su plan de ataque. 69Montó en cólera contra los apóstatas que le habían aconsejado venir a la región, mató a muchos de ellos y decidió volverse a su tierra. 70Al saberlo Jonatán, le envió legados para concertar con él la paz y conseguir que les devolviera los prisioneros. 71Báquides aceptó y accedió a las peticiones de Jonatán. Juró no hacerle daño en toda su vida 72y le devolvió los prisioneros que anteriormente había capturado en la tierra de Judea. Partió luego para su tierra y no volvió más a territorio judío. 73Así descansó la espada de Israel. Jonatán se estableció en Micmás, comenzó a gobernar al pueblo e hizo desaparecer de Israel a los impíos.

101El año ciento sesenta, Alejandro Epífanes, hijo de Antíoco, vino por mar y ocupó Tolemaida, donde, habiendo sido bien acogido, se proclamó rey. 2Al tener noticia de ello, el rey Demetrio juntó un ejército muy numeroso y salió a su encuentro para combatir contra él. 3Envió también Demetrio una carta amistosa a Jonatán en la que prometía engrandecerle, 4porque se decía a sí mismo: «Adelantémonos a hacer la paz con ellos antes de que Jonatán la haga con Alejandro contra nosotros, 5al recordar los males que les causamos a él, a sus hermanos y a su nación». 6Le autorizaba a reclutar tropas, fabricar armamento y contarse entre sus aliados. Mandaba, además, que le fuesen entregados los rehenes que se encontraban en la acrópolis. 7Jonatán fue a Jerusalén y leyó la carta ante todo el pueblo y ante los que ocupaban la acrópolis. 8Les entró mucho miedo al ver que el rey le autorizaba reclutar tropas. 9La gente de la acrópolis entregó los rehenes a Jonatán y él los devolvió a sus padres. 10Jonatán fijó su residencia en Jerusalén y se puso a reconstruir y restaurar la ciudad. 11Ordenó a los albañiles levantar las murallas y rodear el monte Sión con piedras de sillería para fortificarlo, y así lo hicieron. 12Los extranjeros que ocupaban las fortalezas levantadas por Báquides huyeron; 13abandonando sus puestos, partieron cada uno para su país. 14Solo en Bet Sur quedaron algunos de los que habían abandonado la ley y los preceptos, porque esta plaza era su refugio. 15El rey Alejandro se enteró de las promesas que Demetrio había hecho a Jonatán. Le contaron además las guerras y proezas que este y sus hermanos habían realizado, y las fatigas que había soportado. 16Entonces dijo: «¿Podremos hallar otro hombre como este? Hagamos de él un amigo y un aliado nuestro». 17Le escribió, pues, y le envió una carta redactada en los siguientes términos: 18«El rey Alejandro saluda a su hermano Jonatán. 19Hemos oído que eres un guerrero valeroso y digno de ser amigo nuestro. 20Por eso te nombramos hoy sumo sacerdote de tu nación y te concedemos el título de Amigo del rey —le enviaba al mismo tiempo una clámide de púrpura y una corona de oro—. Por tu parte haz tuya nuestra causa y guárdanos tu amistad». 21El mes séptimo del año ciento sesenta, con ocasión de la fiesta de las Tiendas, Jonatán se revistió de los ornamentos sagrados, reclutó tropas y fabricó gran cantidad de armamento. 22Demetrio, al saber lo sucedido, dijo disgustado: 23«¿Qué habremos hecho para que Alejandro se nos haya adelantado en ganar la amistad y el apoyo de los judíos? 24También yo les escribiré palabras persuasivas, ofreciéndoles cargos y recompensas para que luchen a mi lado». 25Les escribió en estos términos: 26«El rey Demetrio saluda a la nación judía. Nos hemos enterado con satisfacción de que habéis guardado las cláusulas de nuestros pactos y perseverado en nuestra amistad sin pasaros al bando de nuestros enemigos. 27Continuad, pues, guardándonos fidelidad y os recompensaremos por todo lo que hagáis por nosotros. 28Os dejaremos exentos de muchos impuestos y os concederemos favores. 29Ya desde ahora os libero y descargo a todos los judíos de los impuestos y contribuciones de la sal y de las coronas. 30Renuncio también de hoy en adelante a percibir el tercio de las cosechas y la mitad de los frutos de los árboles que me correspondían, de la tierra de Judea y también de los tres distritos de Samaría y Galilea que le son anexionados a partir de hoy. 31Que Jerusalén sea ciudad santa y exenta; que lo sean también todo su territorio, sus diezmos y tributos. 32Renuncio asimismo a mis atribuciones sobre la acrópolis de Jerusalén y se la cedo al sumo sacerdote, que podrá poner como guarnición en ella a los hombres que él elija. 33A todo judío que haya sido llevado cautivo desde Judea a cualquier parte de mi reino, le devuelvo la libertad sin rescate. Queden todos libres de tributo, incluido el de los ganados. 34Todas las fiestas, los sábados y los novilunios y, además del día fijado, los tres días que preceden y siguen a la fiesta sean todos ellos días de inmunidad y franquicia para todos los judíos residentes en mi reino: 35nadie tendrá autorización para demandar ni inquietar a ninguno por ningún motivo. 36En los ejércitos del rey sean alistados hasta treinta mil judíos, que percibirán la soldada asignada a las demás tropas del rey. 37De ellos, algunos serán apostados en las fortalezas importantes del rey y otros ocuparán puestos de confianza en el reino. Sus oficiales y jefes serán judíos, y vivirán conforme a sus leyes, como lo ha dispuesto el rey para la tierra de Judá. 38Los tres distritos de la provincia de Samaría incorporados a Judea, queden anexionados a Judea y contados como suyos, de modo que, sometidos a un mismo jefe, no acaten otra autoridad que la del sumo sacerdote. 39Entrego Tolemaida y sus dominios como obsequio al santuario de Jerusalén para cubrir los gastos normales del santuario. 40Por mi parte, daré cada año quince mil siclos de plata, que se tomarán de los ingresos reales en las localidades convenientes. 41Todo el excedente que los funcionarios no hayan entregado como en años anteriores, lo darán desde ahora para las obras del templo. 42Además, los cinco mil siclos de plata que se deducían de los ingresos del Lugar Santo en la cuenta de cada año, los cedo por ser emolumento de los sacerdotes en servicio del culto. 43Todo aquel que por deudas con los impuestos reales, o por cualquier otra deuda, se refugie en el templo de Jerusalén o en su recinto, quede inmune, él y cuantos bienes posea en mi reino. 44Los gastos que se originen de las construcciones y reparaciones en el santuario correrán a cuenta del rey. 45También los gastos originados por la reconstrucción de las murallas de Jerusalén, por las fortificaciones de sus defensas y por la reconstrucción de las murallas de Judea correrán a cuenta del rey». 46Cuando Jonatán y el pueblo oyeron tales ofrecimientos, no les dieron crédito ni los aceptaron, porque recordaban los graves males que Demetrio había causado a Israel y la opresión tan grande a que los había sometido. 47Se decidieron, por tanto, por el partido de Alejandro que, a su parecer, les ofrecía mejores propuestas de paz; fueron siempre sus aliados. 48El rey Alejandro juntó un gran ejército y acampó frente a Demetrio. 49Los dos reyes trabaron combate y salió huyendo el ejército de Demetrio. Alejandro se lanzó en su persecución y se les impuso. 50Aunque mantuvo un encarnizado combate hasta la puesta del sol, Demetrio cayó aquel día. 51Alejandro envió embajadores a Tolomeo, rey de Egipto, con el siguiente mensaje: 52«Vuelto a mi reino, me he sentado en el trono de mis padres y he tomado el poder después de derrotar a Demetrio y hacerme dueño de nuestro país; 53porque trabé combate con él y, tras derrotarlo junto con su ejército, nos sentamos en su trono real. 54Establezcamos, pues, vínculos de amistad entre nosotros y dame a tu hija por esposa. Seré tu yerno y te haré, como a ella, regalos dignos de ti». 55El rey Tolomeo le contestó: «¡Feliz el día en que has vuelto a la tierra de tus padres y te has sentado en el trono de tu reino! 56Pues bien, haré por ti lo que has escrito. Pero ven a encontrarme en Tolemaida para que nos veamos y seré tu suegro, como has dicho». 57Tolomeo partió de Egipto llevando consigo a su hija Cleopatra y llegó a Tolemaida. Era el año ciento sesenta y dos. 58El rey Alejandro fue a su encuentro, y Tolomeo le entregó a su hija Cleopatra y celebró la boda en Tolemaida con la magnificencia con que acostumbran los reyes. 59El rey Alejandro escribió a Jonatán que fuera a verlo. 60Partió este con gran pompa hacia Tolemaida, se entrevistó con los dos reyes, les dio a ellos y a sus amigos plata y oro, les hizo numerosos regalos y se ganó sus simpatías. 61Entonces se confabularon algunos apóstatas, peste de Israel, para querellarse contra él, pero el rey no les hizo ningún caso; 62antes bien, dio orden de que, quitando a Jonatán la ropa que llevaba, lo vistieran de púrpura. Cumplida la orden, 63el rey lo hizo sentar a su lado y dijo a sus nobles: «Salid con él por la ciudad y pregonad que nadie, bajo ningún pretexto, acuse a Jonatán ni lo moleste por nada». 64Cuando sus acusadores vieron el honor que se le tributaba de acuerdo con el pregón y que estaba vestido de púrpura, huyeron todos. 65El rey, queriendo honrarlo, lo inscribió entre sus primeros Amigos y lo nombró estratega y gobernador. 66Jonatán regresó a Jerusalén con paz y contento. 67El año ciento sesenta y cinco, Demetrio, hijo de Demetrio, vino de Creta a la tierra de sus padres. 68Al enterarse el rey Alejandro, quedó muy disgustado y se volvió a Antioquía. 69Demetrio confió el mando a Apolonio, gobernador de Celesiria, el cual, juntando un numeroso ejército, acampó en Yamnia y envió a decir al sumo sacerdote Jonatán: 70«Tú eres el único que se ha rebelado contra nosotros y por tu causa he quedado en ridículo. ¿Por qué alardeas de tu poder desafiándonos desde los montes? 71Si de veras tienes confianza en tu ejército, baja ahora a encontrarte con nosotros en la llanura y allí nos mediremos; conmigo está el ejército de las ciudades. 72Pregunta y sabrás quién soy yo y quiénes son nuestros aliados. Ellos dicen que no podréis manteneros frente a nosotros, porque ya por dos veces tus padres fueron derrotados en su propio país; 73y que ahora no podrás resistir a la caballería y a un ejército tan grande en la llanura, donde no hay piedras ni rocas ni un sitio adonde escapar». 74Cuando Jonatán oyó las palabras de Apolonio, se sublevó su espíritu. Escogió diez mil hombres y partió de Jerusalén. Su hermano Simón acudió a su encuentro para ayudarle. 75Acampó frente a Jafa. Los de la ciudad le cerraron las puertas, porque en Jafa había una guarnición de Apolonio. La atacaron 76y la gente de la ciudad, atemorizada, le abrió las puertas, y Jonatán se hizo dueño de Jafa. 77Cuando Apolonio se enteró, puso en pie de guerra a tres mil jinetes y numerosa infantería, y partió en dirección a Asdod, pero al mismo tiempo, confiando en su numerosa caballería, avanzó por la llanura. 78Jonatán fue tras él persiguiéndolo hacia Asdod y ambos ejércitos trabaron combate. 79Apolonio había dejado a su espalda mil jinetes ocultos. 80Jonatán se dio cuenta de que se trataba de una emboscada. Y, aunque el enemigo rodeó a su ejército y dispararon flechas sobre la tropa desde la mañana hasta el atardecer, 81el ejército se mantuvo firme, como lo había ordenado Jonatán, mientras los caballos de los enemigos se cansaron. 82Entonces Simón hizo avanzar su ejército y atacó a la falange —pues la caballería ya estaba agotada—, la derrotó y la puso en fuga, 83mientras la caballería huía en desbandada por la llanura. En su huida llegaron a Asdod y entraron en Bet Dagón, el templo de su ídolo, para salvarse. 84Pero Jonatán prendió fuego a Asdod y a las ciudades de su entorno, se hizo con el botín y abrasó el templo de Dagón y a los que en él se habían refugiado. 85Los muertos a espada y los abrasados por el fuego fueron unos ocho mil hombres. 86Jonatán partió de allí y acampó frente a Ascalón, cuyos habitantes salieron a recibirlo con grandes honores. 87Luego Jonatán regresó a Jerusalén con los suyos, cargados de rico botín. 88Cuando el rey Alejandro se enteró de estos acontecimientos, concedió nuevos honores a Jonatán, 89le envió un broche de oro, como se suele regalar a los parientes de los reyes, y le dio en propiedad Acarón y todo su territorio.

111El rey de Egipto reunió un ejército numeroso como las arenas de la playa y una gran flota. Intentaba apoderarse astutamente del reino de Alejandro y unirlo al suyo. 2Salió, pues, hacia Siria en son de paz y la gente de las ciudades le abría las puertas y salía a su encuentro, ya que tenían orden del rey Alejandro de salir a recibirlo porque era su suegro. 3Pero una vez que entraba en las ciudades, Tolomeo dejaba una guarnición militar en cada una de ellas. 4Cuando llegó cerca de Asdod, le mostraron el templo de Dagón incendiado, la ciudad y sus aldeas destruidas, los cadáveres esparcidos por el suelo y los restos calcinados de los abrasados en la guerra con Jonatán, pues los habían amontonado a lo largo del recorrido. 5Contaron al rey lo que había hecho Jonatán para que el rey le censurara, pero el rey guardó silencio. 6Jonatán salió al encuentro del rey con gran fasto en Jafa; se saludaron y pernoctaron allí. 7Luego Jonatán acompañó al rey hasta el río Eléutero y regresó a Jerusalén. 8El rey Tolomeo, por su parte, se hizo dueño de las ciudades de la costa hasta Seleucia Marítima, mientras tramaba planes siniestros contra Alejandro. 9Envió embajadores al rey Demetrio con este mensaje: «Ven y concertemos entre nosotros un pacto. Te daré a mi hija, la mujer de Alejandro, y reinarás en el reino de tu padre. 10Estoy arrepentido de haberle dado mi hija pues ha intentado asesinarme». 11Le hacía estos cargos porque codiciaba su reino. 12Quitándole, pues, su hija, se la dio a Demetrio, rompió con Alejandro y quedó patente la enemistad entre ambos. 13Tolomeo entró en Antioquía y se ciñó la corona de Asia, y así ciñó su frente con dos coronas, la de Egipto y la de Asia. 14En este tiempo se encontraba el rey Alejandro en Cilicia por haberse sublevado la gente de aquella región. 15Al saber Alejandro lo que ocurría, vino a luchar contra él. Tolomeo salió a su encuentro con un poderoso ejército y lo hizo huir. 16Alejandro huyó a Arabia buscando un refugio allí, mientras el rey Tolomeo quedaba triunfador. 17El árabe Zabdiel cortó la cabeza a Alejandro y se la envió a Tolomeo. 18Pero tres días después murió el rey Tolomeo y los habitantes de las plazas fuertes asesinaron a las guarniciones allí acantonadas. 19Demetrio comenzó a reinar el año ciento sesenta y siete. 20Por aquellos días Jonatán reunió a los de Judea para atacar la acrópolis de Jerusalén y levantó contra ella muchas máquinas de asalto. 21Entonces algunos apóstatas que odiaban a su nación acudieron al rey para anunciarle que Jonatán había cercado la acrópolis. 22La noticia lo irritó y, nada más oírla, se puso en marcha y vino a Tolemaida. Escribió a Jonatán que levantara el cerco y viniera a Tolemaida lo antes posible a entrevistarse con él. 23Jonatán, al enterarse, ordenó que continuase el asedio. Eligió algunos ancianos y sacerdotes de Israel, y asumió el riesgo de la visita. 24Tomando plata, oro, vestidos y otros presentes en gran cantidad, partió a verse con el rey en Tolemaida y lo encontró favorable a él. 25Algunos compatriotas apóstatas lo acusaban, 26pero el rey le trató como le habían tratado sus predecesores y le honró en presencia de todos sus Amigos. 27Le confirmó en el sumo sacerdocio y en todas las dignidades que antes tenía, e hizo que se le contara entre sus primeros Amigos. 28Jonatán pidió al rey que eximiera de impuestos a Judea y a Samaría, prometiéndole a cambio nueve mil kilos de plata. 29Accedió el rey y escribió a Jonatán una carta sobre todos estos puntos redactada en la forma siguiente: 30«El rey Demetrio saluda a su hermano Jonatán y a la nación judía. 31Para vuestra información os enviamos copia de la carta que hemos escrito a nuestro pariente Lástenes acerca de vosotros: 32“El rey Demetrio saluda a su padre Lástenes. 33Hemos decidido favorecer a la nación judía por sus buenas disposiciones hacia nosotros, porque son amigos nuestros y nos guardan lealtad. 34Les confirmamos en la posesión del territorio de Judea y de los tres distritos de Ofra, Lida y Rama que han sido segregados de Samaría y agregados a Judea con todos sus anejos. Los que ofrecen sacrificios en Jerusalén quedan exentos de los impuestos que el rey percibía de ellos anualmente por los productos de la tierra y el fruto de los árboles. 35En cuanto a los otros derechos que tenemos sobre los diezmos y tributos nuestros, sobre las salinas y coronas que se nos deben, les concedemos desde ahora una exención total. 36Jamás será derogada ninguna de estas concesiones a partir de hoy. 37Procurad hacer una copia de estas disposiciones para que le sea entregada a Jonatán y la ponga en el monte santo en sitio visible”». 38El rey Demetrio, viendo que el país estaba en calma bajo su mando y que nada le ofrecía resistencia, licenció a todas sus tropas mandando a cada uno a su casa, excepto a los extranjeros que había reclutado en ultramar. Todas las tropas que había recibido de sus antepasados se enemistaron con él. 39Entonces Trifón, antiguo partidario de Alejandro, al ver que todas las tropas murmuraban contra Demetrio, se fue adonde estaba el árabe Yamlicú, preceptor del niño Antíoco, hijo de Alejandro, 40y le insistía en que se lo entregase a fin de ponerlo en el trono de su padre. Le puso al corriente de toda la actuación de Demetrio y del odio que le tenían sus tropas. Permaneció allí muchos días. 41Entretanto Jonatán envió a pedir al rey Demetrio que retirara las guarniciones de la acrópolis y de las plazas fuertes porque hostilizaban a Israel. 42Demetrio le contestó: «No solo haré esto por ti y tu nación, sino que os colmaré de honores a ti y a tu nación cuando tenga oportunidad. 43Pero ahora harás bien en enviarme hombres que luchen en mi favor, pues todas mis tropas me han abandonado». 44Jonatán le envió a Antioquía tres mil guerreros valientes, y, cuando llegaron, el rey Demetrio experimentó gran satisfacción por su venida. 45La población, unos ciento veinte mil, se amotinó en el centro de la ciudad y querían matar al rey. 46Este se refugió en el palacio, mientras los vecinos de la ciudad ocuparon sus calles y comenzaron el ataque. 47El rey llamó entonces en su auxilio a los judíos. Todos se congregaron en torno a él y luego se diseminaron por la ciudad. Aquel día llegaron a matar hasta cien mil. 48Prendieron fuego a la ciudad, se hicieron ese día con un botín considerable y salvaron al rey. 49Cuando los vecinos vieron que los judíos dominaban la ciudad a placer, perdieron el ánimo y levantaron sus clamores al rey suplicándole: 50«Hagamos las paces y que los judíos cesen en sus ataques contra nosotros y contra la ciudad». 51Rindieron las armas e hicieron la paz. Los judíos se cubrieron de gloria ante el rey y ante todos los de su imperio y se volvieron a Jerusalén con un rico botín. 52El rey Demetrio ocupó el trono real y el país quedó sosegado bajo su mando. 53Pero no cumplió ninguna de sus promesas y se enemistó con Jonatán. Lejos de corresponder a los servicios que le había prestado, le causaba grandes molestias. 54Después de estos acontecimientos, volvió Trifón y con él Antíoco, un muchacho muy joven todavía, que se proclamó rey y se ciñó la corona. 55Todas las tropas que Demetrio había licenciado se unieron a él y salieron a luchar contra Demetrio, lo derrotaron y le pusieron en fuga. 56Trifón se sirvió de los elefantes y se apoderó de Antioquía. 57El joven Antíoco escribió a Jonatán diciéndole: «Te confirmo en el cargo del sumo sacerdocio, te pongo al frente de los cuatro distritos y te mantengo entre los Amigos del rey». 58Le envió una vajilla de oro con todo el servicio de mesa, y le autorizó a beber en copas de oro, vestir púrpura y llevar broche de oro. 59A su hermano Simón lo nombró gobernador militar desde la Escala de Tiro hasta la frontera de Egipto. 60Jonatán fue a recorrer la Transeufratina y sus ciudades. Todas las tropas de Siria se le unieron como aliadas. Llegó a Ascalón y sus habitantes salieron a recibirlo con todos los honores. 61De allí pasó a Gaza, pero los habitantes le cerraron las puertas. Entonces la sitió y entregó sus arrabales a las llamas y al pillaje. 62Los de la ciudad vinieron a suplicarle la paz y Jonatán se la concedió, pero tomó como rehenes a los hijos de los jefes y los envió a Jerusalén. Luego siguió recorriendo la región hasta Damasco. 63Jonatán se enteró de que los generales de Demetrio se habían presentado en Cades de Galilea con un ejército numeroso para quitarle su cargo. 64Entonces Jonatán dejando en el país a su hermano Simón, salió a su encuentro. 65Simón acampó frente a Bet Sur, la atacó durante muchos días y la bloqueó. 66Le pidieron la paz, y él se la concedió. Les hizo salir de allí, ocupó la ciudad y puso en ella una guarnición. 67Por su parte, Jonatán y su ejército acamparon junto al lago de Genesaret, y muy de madrugada partieron hacia la llanura de Jasor, 68donde el ejército de extranjeros se les enfrentó, después de dejar hombres emboscados en los montes. Mientras este ejército avanzaba de frente, 69surgieron de sus puestos los emboscados y entablaron combate. 70Todos los hombres de Jonatán se dieron a la fuga sin que quedara ni uno de ellos, a excepción de Matatías, hijo de Absalón, y de Judas, hijo de Alfeo, oficiales del ejército. 71Jonatán entonces se rasgó las vestiduras, echó polvo sobre su cabeza y oró. 72Vuelto al combate, derrotó al enemigo y lo puso en fuga. 73Al verlo, los hombres suyos que huían, volvieron a él y con él persiguieron al enemigo hasta su campamento en Cades y acamparon allí. 74Hasta tres mil hombres cayeron aquel día del ejército extranjero. Jonatán regresó a Jerusalén.

121Viendo Jonatán que las circunstancias le eran favorables, escogió algunos hombres y los envió a Roma, con el fin de confirmar y renovar la amistad con los romanos. 2Con el mismo objeto envió cartas a los de Esparta y a otros lugares. 3Se fueron, pues, a Roma, y cuando entraron en el Senado dijeron: «Jonatán, sumo sacerdote, y el pueblo judío nos han enviado para renovar el anterior pacto de amistad y de mutua defensa con ellos». 4Los romanos les dieron salvoconducto para la autoridad de cada lugar a fin de que pudieran regresar a Judea sanos y salvos. 5Esta es la copia de la carta que Jonatán escribió a los espartanos: 6«Jonatán, sumo sacerdote, los ancianos de la nación, los sacerdotes y el resto del pueblo judío saludan a sus hermanos los espartanos. 7Ya en tiempos pasados vuestro rey Areo envió una carta al sumo sacerdote Onías en la que le decía que vosotros erais hermanos nuestros, como lo atestigua la copia adjunta. 8Onías recibió con honores al embajador y acogió la carta que hablaba claramente de mutua defensa y amistad. 9Aunque nosotros no sentimos necesidad de ello por tener como consolación los libros santos que están en nuestras manos, 10 hemos procurado enviaros embajadores para renovar con vosotros la amistad y la fraternidad, y evitar que nos hagamos extraños para vosotros, pues ha pasado mucho tiempo ya desde que nos enviasteis aquel mensaje. 11Por nuestra parte, en las fiestas y días señalados, os recordamos sin cesar en toda ocasión en los sacrificios que ofrecemos y en nuestras oraciones, pues es justo y conveniente acordarse de los hermanos. 12Nos alegramos de vuestra fama. 13Nosotros, en cambio, nos hemos visto rodeados por muchas guerras y tribulaciones, pues nos han atacado los reyes vecinos. 14Pero en estas luchas no hemos querido molestaros a vosotros ni a los demás aliados y amigos nuestros, 15porque contamos con el auxilio del Cielo que, viniendo en nuestra ayuda, nos ha librado de nuestros enemigos y a ellos los ha humillado. 16Así pues, hemos elegido a Numenio, hijo de Antíoco, y a Antípatro, hijo de Jasón, y los hemos enviado a Roma para renovar el pacto de amistad y de mutua defensa que antes teníamos, 17y les hemos dado orden de presentarse también a vosotros para saludaros y entregaros nuestra carta sobre la renovación de nuestra fraternidad. 18Haced ahora el favor de contestarnos». 19Esta es la copia de la carta enviada a Onías: 20«Areo, rey de los espartanos, saluda al sumo sacerdote Onías. 21En un documento relativo a espartanos y judíos se ha descubierto que son hermanos y que proceden de la estirpe de Abrahán. 22Y ahora que lo sabemos, os pedimos por favor que nos escribáis sobre vuestra situación. 23Por nuestra parte os manifestamos: vuestro ganado y vuestros bienes son como nuestros; y los nuestros, vuestros son. Por eso damos orden de que así os lo comuniquen en estos términos». 24Jonatán se enteró de que los generales de Demetrio habían vuelto con un ejército mayor que antes para atacarlo. 25Partió, pues, de Jerusalén y fue a encontrarse con ellos en la región de Jamat, sin darles tiempo de que entraran en su propio territorio. 26Envió espías al campamento enemigo y, a su vuelta, se enteró de que los enemigos estaban dispuestos a sorprender a los judíos por la noche. 27Cuando se puso el sol, Jonatán ordenó a los suyos que se mantuviesen en vela toda la noche, con las armas a mano, preparados para luchar; y dispuso avanzadillas alrededor del campamento. 28Cuando los enemigos supieron que Jonatán y los suyos estaban preparados para entrar en combate, sintieron miedo y, llenos de pánico, encendieron fogatas en su campamento y se retiraron. 29Jonatán y los suyos, como veían brillar las fogatas, no se percataron de lo ocurrido hasta el amanecer. 30Jonatán se lanzó entonces en su persecución, pero no les pudo dar alcance porque habían atravesado ya el río Eléutero. 31Jonatán se volvió contra los árabes llamados zabadeos, los derrotó y se hizo con sus despojos. 32Levantó luego el campamento, llegó a Damasco y recorrió toda la región. 33Simón por su parte hizo una incursión hasta Ascalón y las plazas fuertes vecinas. Se volvió luego hacia Jafa y la conquistó, 34ya que se había enterado de que sus habitantes querían entregar aquella plaza fuerte a los partidarios de Demetrio. Dejó en ella una guarnición para defenderla. 35Jonatán, ya de vuelta, reunió la asamblea de los ancianos del pueblo y acordó con ellos edificar fortalezas en Judea, 36dar mayor altura a las murallas de Jerusalén y levantar un muro alto separando la ciudad y la acrópolis, de modo que esta quedara aislada para que nadie pudiera comprar ni vender. 37Por eso se reunieron para reconstruir la ciudad, pues había caído un tramo de la muralla que daba al torrente por la parte oriental; restauró también el barrio llamado Cafenatá. 38Simón, por su parte, reconstruyó Adidá en la Sefelá, la fortificó y le puso puertas con cerrojos. 39Trifón aspiraba a reinar en Asia, ceñirse la corona y eliminar al rey Antíoco. 40Temiendo que Jonatán se lo estorbara haciéndole la guerra, trataba de secuestrarlo y de matarlo. Por ello se puso en marcha y llegó a Beisán. 41Jonatán salió a su encuentro con cuarenta mil hombres escogidos para la guerra y llegó a Beisán. 42Trifón vio que había venido con un ejército numeroso y temió echarle mano. 43Es más, lo recibió con honores, lo presentó a todos sus Amigos, le hizo regalos y ordenó a sus Amigos y a sus tropas que lo obedeciesen como si fuese él mismo. 44Y dijo a Jonatán: «¿Por qué has fatigado a toda esta gente si no hay guerra entre nosotros? 45Envíalos a sus casas, elige algunos hombres que te acompañen y ven conmigo a Tolemaida. Te entregaré la ciudad, las demás fortalezas, el resto del ejército y todos los funcionarios; luego emprenderé el regreso, ya que para eso he venido». 46Jonatán se fió de él y obró como le decía: despachó sus tropas, que partieron hacia la tierra de Judá, 47y mantuvo consigo tres mil hombres, de los cuales dejó dos mil en Galilea y mil lo acompañaron. 48Pero apenas entró Jonatán en Tolemaida, los habitantes de la ciudad cerraron las puertas, lo apresaron a él y pasaron a filo de espada a cuantos habían entrado con él. 49Trifón envió tropas y caballería a Galilea y a la gran llanura de Esdrelón para acabar con todos los partidarios de Jonatán. 50Pero estos, que ya sabían que Jonatán había sido apresado y muerto con sus acompañantes, se animaron entre sí y avanzaron, cerradas las filas, decididos al combate. 51Sus perseguidores los vieron dispuestos a jugarse la vida y se volvieron. 52Aquellos llegaron sanos y salvos a la tierra de Judá. Lloraron a Jonatán y a sus compañeros. Un gran temor se apoderó de ellos. Todo Israel hizo un gran duelo. 53Las naciones todas del entorno trataban de aniquilarlos: «No tienen jefe —decían— ni tienen quien les ayude. Esta es la ocasión de atacarlos y borrar su recuerdo de entre los hombres».

131Cuando Simón se enteró de que Trifón había reunido un ejército numeroso para ir a devastar la tierra de Judá, 2viendo al pueblo espantado y temeroso, subió a Jerusalén, congregó al pueblo 3y le arengó diciendo: «Vosotros sabéis todo lo que hemos hecho mis hermanos, la familia de mi padre y yo por la ley y el santuario, y las guerras y dificultades que hemos sufrido. 4Por ello, todos mis hermanos han muerto por Israel y he quedado yo solo. 5Pero lejos de mí escatimar ahora mi vida en momentos de peligro, pues yo no soy mejor que mis hermanos; 6por el contrario, vengaré a mi nación, el Lugar Santo y a vuestras mujeres e hijos, ya que, movidas por el odio, se han unido todas las naciones para aniquilarnos». 7Al oír estas palabras, se enardeció el espíritu del pueblo 8y respondió aclamándolo: «Tú eres nuestro caudillo después de Judas y de tu hermano Jonatán. 9Dirígenos en la guerra y haremos cuanto nos mandes». 10Simón reunió entonces a todos los hombres aptos para la guerra y se dio prisa en acabar las murallas de Jerusalén hasta que la fortificó en todo su contorno. 11A Jonatán, hijo de Absalón, lo envió a Jafa con un importante destacamento; él expulsó a los que estaban en la ciudad y se estableció en ella. 12Trifón partió de Tolemaida con un ejército numeroso para entrar en la tierra de Judá, llevando consigo prisionero a Jonatán. 13Simón puso su campamento en Adidá, frente a la llanura. 14Al enterarse Trifón de que Simón había reemplazado a su hermano Jonatán y que estaba preparado para entrar en combate contra él, le envió mensajeros diciéndole: 15«Tenemos detenido a tu hermano Jonatán a causa de las deudas contraídas con el tesoro real en el desempeño de sus cargos. 16Envíanos tres mil kilos de plata y a dos de sus hijos como rehenes, no sea que, una vez libre, se rebele contra nosotros. Entonces lo soltaremos». 17Simón, aunque se dio cuenta de que trataban de engañarlo, envió a buscar el dinero y a los niños, para no provocar contra sí mismo la enemistad del pueblo, que podría comentar: 18«Porque no envié yo el dinero y los niños, ha muerto Jonatán». 19Envió, pues, a los niños y los tres mil kilos de plata, pero Trifón faltó a su palabra y no soltó a Jonatán. 20Después de esto, Trifón se puso en marcha para invadir la región y devastarla. Dio un rodeo por el camino de Adorá, mientras Simón y su ejército obstaculizaban su marcha por doquier. 21Los de la acrópolis enviaron legados a Trifón apremiándole para que fuera a través del desierto adonde estaban ellos y les enviara víveres. 22Trifón preparó toda su caballería para ir, pero aquella noche cayó tal cantidad de nieve que le impidió acudir. Partió de allí y se fue hacia Galilea. 23Cuando se encontraba cerca de Bascamá, hizo matar a Jonatán, quien fue enterrado allí. 24Luego Trifón regresó a su país. 25Simón envió a recoger los restos mortales de su hermano Jonatán y le dio sepultura en Modín, ciudad de sus padres. 26Todo Israel hizo solemnes funerales por él y lo lloró durante muchos días. 27Simón construyó sobre el sepulcro de su padre y sus hermanos un mausoleo alto, que pudiera verse, de piedras pulidas por delante y por detrás. 28Levantó siete pirámides, una frente a otra, dedicadas a su padre, a su madre y a sus cuatro hermanos. 29Levantó, alrededor de ellas, grandes columnas y sobre las columnas colocó panoplias como recuerdo permanente. Al lado de las panoplias esculpió unas naves que pudieran ser contempladas por todos los navegantes. 30Tal fue el mausoleo que construyó en Modín y que subsiste en nuestros días. 31Trifón conspiró contra el joven rey Antíoco y le dio muerte. 32Ocupó el trono en su lugar, se ciñó la corona de Asia y causó grandes estragos en el país. 33Simón, por su parte, reconstruyó las fortalezas de Judea, las rodeó de altas torres y grandes murallas con puertas y cerrojos, y almacenó víveres en ellas. 34Además, Simón escogió algunos hombres que envió al rey Demetrio intentando conseguir una remisión de deudas para la región, dado que toda la actividad de Trifón había sido un continuo robo. 35El rey Demetrio contestó a su petición y le escribió la siguiente carta: 36«El rey Demetrio saluda a Simón, sumo sacerdote y Amigo de reyes, a los ancianos y a la nación judía. 37Hemos recibido la corona de oro y la palma que nos habéis enviado, y estamos dispuestos a concertar con vosotros una paz completa y a escribir a los funcionarios que os concedan la remisión de las deudas. 38Cuanto hemos decidido sobre vosotros quede firme y sean vuestras las fortalezas que habéis construido. 39Os perdonamos los errores y delitos cometidos hasta el día de hoy, y la corona que nos debéis. Si algún otro tributo se percibía en Jerusalén, ya no se exija. 40Y si algunos de vosotros son aptos para alistarse en nuestra guardia, que lo haga, y haya paz entre nosotros». 41El año ciento setenta Israel quedó libre del yugo de las naciones 42y el pueblo comenzó a escribir en las actas y contratos: «En el año primero de Simón, gran sumo sacerdote, estratega y caudillo de los judíos». 43Por aquellos días Simón acampó junto a Guézer y la cercó con sus tropas. Construyó una torre móvil de asalto que aproximó a la ciudad y, abriendo brecha en un baluarte, lo ocupó. 44Saltaron los de la torre móvil a la ciudad y se produjo en ella gran agitación. 45Los habitantes subieron a la muralla con sus mujeres e hijos y, rasgándose las vestiduras, pidieron la paz a Simón a grandes gritos. 46«No nos trates —le decían— según nuestras maldades, sino según tu misericordia». 47Simón accedió y suspendió el ataque, pero los echó de la ciudad y mandó purificar las casas en que había ídolos. Entonces hizo su entrada en la ciudad con himnos de alabanza y de acción de gracias. 48Echó de la ciudad todo lo que la profanaba, instaló en ella gentes observantes de la ley, fortificó Guézer y se construyó allí una residencia. 49Los de la acrópolis de Jerusalén, como no podían moverse libremente por la región, sin comprar ni vender, padecían mucha hambre, y bastantes de ellos habían perecido por inanición. 50Clamaron a Simón que hiciera con ellos la paz y Simón se la concedió. Los expulsó de allí y purificó de profanaciones la acrópolis. 51El día veintitrés del segundo mes del año ciento setenta y uno, hicieron su entrada en ella, con aclamaciones y palmas, al son de cítaras, platillos y arpas, con himnos y cantos, porque el mayor enemigo había sido vencido y expulsado de Israel. 52Simón dispuso que este día se celebrara con júbilo todos los años. Fortificó el monte del templo que está al lado de la acrópolis y se estableció allí con los suyos. 53Y cuando Simón vio que su hijo Juan era todo un hombre, le nombró jefe de todas las fuerzas del ejército con residencia en Guézer.

141El año ciento setenta y dos el rey Demetrio reunió su ejército y partió para Media en busca de ayuda a fin de combatir a Trifón. 2Pero cuando se enteró Arsaces, rey de Persia y Media, de que Demetrio había entrado en su territorio, envió a uno de sus generales para capturarlo vivo. 3Partió este y derrotó al ejército de Demetrio, lo hizo prisionero y lo llevó ante Arsaces, quien lo metió en la cárcel. 4La tierra de Judá gozó de paz | durante todos los días de Simón. | Él procuró el bien a su nación, | les resultó grato su gobierno | y su magnificencia en todo tiempo. 5Añadió a sus títulos de gloria | la conquista de Jafa como puerto, | y se abrió paso hacia las islas del mar. 6Amplió las fronteras de su nación, | se hizo dueño del país 7y repatrió a muchos cautivos. | Tomó Guézer, Bet Sur y la acrópolis, | la limpió de su profanación, | no hubo quien le resistiera. 8Cultivaban en paz sus campos; | la tierra daba sus cosechas | y los árboles del llano sus frutos. 9Los ancianos se sentaban en las plazas, | hablaban todos de sus venturas, | los jóvenes vestían galas y armadura. 10Proveyó de víveres a las ciudades, | las protegió con fortalezas, | su renombre llegaba a los confines del orbe. 11Restableció la paz en la tierra, | Israel gozó de gran alegría. 12Se sentaba cada uno bajo su parra y su higuera, | y nadie hubo que los inquietara. 13Sus contendientes desaparecieron del país, | los reyes cayeron en aquellos días. 14Apoyó a los humildes de su pueblo, | observó con fidelidad la ley | y exterminó a malvados y apóstatas. 15Al templo dio esplendor | y aumentó su ajuar sagrado. 16En Roma y en Esparta sintieron la noticia de la muerte de Jonatán. 17Cuando supieron que su hermano Simón le había sucedido en el sumo sacerdocio y había tomado el mando del país y sus ciudades, 18le escribieron en planchas de bronce para renovar con él el pacto de amistad y mutua defensa que habían establecido con sus hermanos Judas y Jonatán. 19El documento se leyó en Jerusalén ante la asamblea. 20Esta es la copia de la carta enviada por los espartanos: «Los magistrados y la ciudad de Esparta saludan al gran sacerdote Simón, a los ancianos, a los sacerdotes y al resto del pueblo judío, nuestros hermanos. 21Los embajadores enviados a nuestro pueblo nos han informado de vuestra gloria y esplendor y nos hemos alegrado con su venida. 22Hemos registrado sus declaraciones en las actas oficiales en estos términos: “Numenio, hijo de Antíoco, y Antípatros, hijo de Jasón, embajadores de los judíos, se nos han presentado para renovar su pacto de amistad con nosotros. 23El pueblo ha tenido a bien recibirlos con honor y depositar la copia de sus discursos en los archivos públicos, a fin de que el pueblo espartano conserve su recuerdo. Se ha sacado una copia de ello para el sumo sacerdote Simón”». 24Más tarde Simón envió a Numenio hasta Roma con un gran escudo de oro, de seiscientos kilos de peso, para confirmar el pacto de mutua defensa con ellos. 25Cuando estos hechos llegaron a conocimiento del pueblo, la gente comentaba: «¿Cómo mostraremos nuestro agradecimiento a Simón y a sus hijos? 26Porque tanto él, como sus hermanos y su familia, han luchado con constancia contra los enemigos de Israel y le han conseguido la libertad». Grabaron una inscripción en bronce y la fijaron en unas columnas en el monte Sión. 27Esta es la copia de la inscripción: «El dieciocho de elul del año ciento setenta y dos, año tercero del gran sumo sacerdote Simón, en Asaramel, 28en la gran asamblea de los sacerdotes, del pueblo, de las autoridades de la nación y de los ancianos del país, se nos hizo saber lo siguiente: 29Cuando se libraban muchos combates en nuestra región, Simón, hijo de Matatías, sacerdote descendiente de los hijos de Joarib, y sus hermanos, se expusieron al peligro, hicieron frente a los enemigos de su nación, a fin de conservar incólumes el santuario y la ley, y alcanzaron inmensa gloria para su nación. 30Jonatán reunificó la nación y llegó a ser sumo sacerdote suyo hasta que fue a reunirse con sus antepasados. 31Los enemigos de los judíos quisieron invadir el país y atacar al santuario. 32Pero entonces surgió Simón para combatir por su nación y gastó gran parte de sus bienes en equipar y pagar las tropas de la nación. 33Fortificó las ciudades de Judea y Bet Sur, ciudad fronteriza de Judea donde se encontraban antes las armas de los enemigos, y puso en ella una guarnición de guerreros judíos. 34Fortificó Jafa, situada junto al mar, y Guézer, en los límites de Asdod, donde habitaban anteriormente los enemigos, y estableció en ellas una población judía a la que proveyó de todo lo necesario para su mantenimiento. 35Al ver el pueblo la fidelidad de Simón y la gloria que procuraba alcanzar para su nación, lo nombró su caudillo y sumo sacerdote por todos los servicios que había prestado, por la justicia y fidelidad que había guardado a su nación y por sus esfuerzos de toda clase para exaltar a su pueblo. 36En sus días se consiguió felizmente por su medio expulsar a los gentiles de la región ocupada y a los que se encontraban en la Ciudad de David, en Jerusalén, donde se había construido una acrópolis, desde la que hacían salidas y mancillaban los alrededores del santuario, ultrajando gravemente su pureza. 37Simón estableció en la acrópolis guerreros judíos, la fortificó para seguridad de la región y de la ciudad, y elevó las murallas de Jerusalén. 38En consecuencia, el rey Demetrio le confirmó en el cargo del sumo sacerdocio, 39le contó entre los Amigos y lo colmó de honores; 40porque se había enterado de que los romanos llamaban a los judíos amigos, aliados y hermanos, que habían recibido con honor a los embajadores de Simón, 41y que a los judíos y a los sacerdotes les había parecido bien que Simón fuese su caudillo y sumo sacerdote para siempre, hasta que apareciera un profeta digno de fe; 42y también que fuese su estratega, que se encargase del santuario, de la administración del país, de los armamentos y de plazas fuertes 43(que se encargase del santuario), que todos le obedeciesen, que se redactasen en su nombre todos los documentos del país, que vistiese de púrpura y llevase adornos de oro. 44A nadie del pueblo, ni a los sacerdotes, le estará permitido rechazar ninguna de estas disposiciones, ni contradecir sus órdenes, ni convocar en el país asambleas sin contar con él, ni vestir de púrpura, ni llevar broche de oro. 45Todo aquel que obre contrariamente a estas decisiones o anule alguna de ellas, será culpable. 46El pueblo entero estuvo de acuerdo en conceder a Simón el derecho de obrar conforme a estas disposiciones, 47y Simón aceptó con agrado ejercer el sumo sacerdocio, ser estratega y etnarca de los judíos y sacerdotes, y estar al frente de todos». 48Decretaron que este documento se grabase en planchas de bronce, que se fijasen estas en el recinto del santuario, en sitio visible, 49y que se archivasen copias en el tesoro a disposición de Simón y de sus hijos.

151Antíoco, hijo del rey Demetrio, envió desde ultramar una carta a Simón, sacerdote y etnarca de los judíos, y a toda la nación, 2redactada en los siguientes términos: «El rey Antíoco saluda a Simón, gran sacerdote y etnarca, y a la nación judía. 3Dado que unos hombres perniciosos se han apoderado del reino de nuestros padres, he resuelto reivindicar mis derechos sobre él y restablecerlo como antes estaba. He reclutado fuerzas considerables y equipado navíos de guerra, 4y quiero desembarcar en el país para enfrentarme con los que lo han arruinado y han devastado muchas ciudades de mi reino. 5Ahora bien, ratifico en tu favor todas las exenciones que te concedieron los reyes anteriores a mí y cualesquiera otras exenciones que te otorgaron. 6Te autorizo a acuñar moneda propia de curso legal en tu país. 7Jerusalén y el Lugar Santo sean ciudad franca. Todas las armas que has fabricado y las fortalezas que has construido y ahora ocupas, queden en tu poder. 8Cuanto debes al tesoro real y cuanto en el futuro dejes a deber, te sea perdonado desde ahora para siempre. 9Y cuando hayamos recuperado nuestro reino, te honraremos a ti, a tu nación y al templo con tales honores que vuestra gloria será conocida en toda la tierra». 10El año ciento setenta y cuatro, Antíoco partió hacia la tierra de sus padres, y todas las tropas se pasaron a él de modo que pocos quedaron con Trifón. 11Antíoco se lanzó en su persecución y Trifón se refugió en Dor, a orillas del mar, 12porque era consciente de que las desgracias se abatían sobre él y se encontraba abandonado de sus tropas. 13Antíoco puso cerco a Dor con los ciento veinte mil combatientes y los ocho mil jinetes que tenía consigo. 14Cercó la ciudad, y las naves se acercaron por mar, de modo que acosó a la ciudad por tierra y por mar, sin dejar que nadie entrase o saliese. 15Entretanto, regresaron de Roma Numenio y sus acompañantes trayendo cartas para los reyes y países, escritas así: 16«Lucio, cónsul de los romanos, saluda al rey Tolomeo. 17Han venido a nosotros, en calidad de amigos y aliados nuestros, los embajadores judíos para renovar nuestro antiguo pacto de amistad y mutua defensa, enviados por el sumo sacerdote Simón y por el pueblo judío, 18y nos han traído un escudo de oro de unos seiscientos kilos. 19Nos ha parecido bien, en consecuencia, escribir a los reyes de los distintos países que no intenten causarles mal alguno, ni los ataquen a ellos ni sus ciudades ni su país, y que no presten su apoyo a los que los ataquen. 20Hemos decidido aceptarles el escudo. 21Si, pues, judíos traidores huyen de su país y se refugian en el vuestro, entregadlos al sumo sacerdote Simón para que los castigue según la ley». 22Cartas iguales fueron remitidas al rey Demetrio, a Atalo, a Ariartes, a Arsaces 23y a todos los países: Sápsame, Esparta, Delos, Mindo, Sición, Caria, Panfilia, Licia, Halicarnaso, Rodas, Fasélida, Cos, Side, Arvad, Gortina, Cnido, Chipre y Cirene. 24Redactaron además una copia de esta carta para el sumo sacerdote Simón. 25Mientras tanto, el rey Antíoco asediaba Dor desde los arrabales, lanzaba sin tregua sus tropas contra la ciudad y construía máquinas de guerra. Tenía bloqueado a Trifón y nadie podía entrar ni salir. 26Simón le envió dos mil hombres escogidos para ayudarlo en la lucha, además de plata, oro y abundante material. 27Pero no quiso recibir el envío; antes bien rescindió cuanto había convenido anteriormente con Simón y se mostró hostil con él. 28Envió a Atenobio, uno de sus Amigos, a entrevistarse con él y decirle: «Vosotros ocupáis Jafa, Guézer y la acrópolis de Jerusalén, ciudades de mi imperio. 29Habéis devastado sus territorios, causado graves daños en el país y os habéis adueñado de muchas localidades de mi reino. 30Devolved, pues, ahora las ciudades que habéis tomado y los impuestos de las localidades de las que os habéis adueñado fuera de los límites de Judea. 31O bien, pagad en compensación nueve mil kilos de plata y otros nueve mil kilos por los estragos que habéis causado y por los impuestos de las ciudades. De lo contrario nos presentaremos ahí para atacaros». 32Llegó, pues, Atenobio, el Amigo del rey, a Jerusalén, y, al ver la magnificencia de Simón, su aparador con vajilla de oro y plata y todo el esplendor que lo rodeaba, quedó asombrado. Le comunicó el mensaje del rey 33y Simón le respondió con estas palabras: «Ni nos hemos apoderado de tierras ajenas ni nos hemos apropiado bienes de otros, sino de la heredad de nuestros padres. Por algún tiempo la poseyeron injustamente nuestros enemigos 34y nosotros, aprovechando una ocasión favorable, hemos recuperado la heredad de nuestros antepasados. 35En cuanto a Jafa y Guézer que nos reclamas, esas ciudades causaban grandes daños al pueblo y asolaban nuestro país. Por ellas daremos tres mil kilos (de plata)». Atenobio no le respondió, 36se volvió airado al rey y le refirió la respuesta, la magnificencia de Simón y todo lo que había visto. El rey se puso furioso. 37Trifón, embarcado en una nave, huyó a Ortosia. 38Entonces el rey nombró a Cendebeo jefe supremo de la zona marítima y le entregó tropas de infantería y de caballería, 39con la orden de acampar frente a Judea, reconstruir Cedrón, fortificar sus puertas y combatir contra el pueblo. El rey salió a perseguir a Trifón. 40Cendebeo llegó a Yamnia y comenzó a hostigar al pueblo y a efectuar incursiones por Judea para hacer cautivos y matar a la gente. 41Reconstruyó Cedrón, donde alojó caballería y tropas para hacer incursiones por los caminos de Judea, como se lo tenía ordenado el rey.

161Juan subió desde Guézer y comunicó a su padre Simón las actividades de Cendebeo. 2Simón llamó entonces a sus dos hijos mayores, Judas y Juan, y les dijo: «Mis hermanos y yo, y toda la familia, hemos combatido a los enemigos de Israel desde la juventud hasta el día de hoy y, con nuestro esfuerzo, llevamos muchas veces a feliz término la liberación de Israel; 3pero ahora ya estoy viejo, mientras que vosotros, por la misericordia del Cielo, estáis en buena edad. Ocupad, pues, mi puesto y el de mi hermano, salid a combatir por vuestra nación y que el auxilio del cielo os acompañe». 4Escogió luego en el país veinte mil combatientes y jinetes que partieron contra Cendebeo y pasaron la noche en Modín. 5Al levantarse de mañana, avanzaron hacia la llanura y se encontraron de frente con un ejército numeroso de infantería y caballería, separado de ellos por un torrente. 6Juan, con su tropa, tomó posiciones frente al enemigo y, advirtiendo que su tropa tenía miedo de pasar el torrente, lo pasó él el primero; y sus hombres, al verlo, pasaron tras él. 7Dividió la tropa y puso a los jinetes en medio de la infantería, pues la caballería de los contrarios era muy numerosa. 8Tocaron las trompetas, y Cendebeo y su ejército salieron derrotados. Muchos de ellos cayeron heridos de muerte y los que quedaron huyeron en dirección a la fortaleza. 9Entonces cayó herido Judas, el hermano de Juan. Pero Juan los persiguió hasta que Cendebeo entró en Cedrón, que él había reconstruido. 10Fueron también a refugiarse en las torres que hay por los campos de Asdod. Juan incendió la ciudad, causándoles dos mil bajas y regresó en paz a Judea. 11Tolomeo, hijo de Abubo, había sido nombrado gobernador de la llanura de Jericó, y poseía mucha plata y oro, 12por ser yerno del sumo sacerdote. 13Su corazón se ensoberbeció tanto que quiso apoderarse de país, para lo cual tramaba matar a traición a Simón y a sus hijos. 14Yendo Simón de inspección por las ciudades del país, preocupándose por la administración, bajó con sus hijos Matatías y Judas, a Jericó. Era el año ciento setenta y siete en el mes undécimo, que es el mes de sebat. 15El hijo de Abubo los recibió traicioneramente en un fortín llamado Dok, construido por él, les dio un gran banquete y ocultó allí algunos hombres. 16Cuando Simón y sus hijos estaban bebidos, Tolomeo se levantó con los suyos, tomaron sus armas y, lanzándose sobre Simón en la sala del banquete, lo mataron a él, a sus dos hijos y a algunos de sus servidores. 17Perpetró así una alevosa traición, devolviendo mal por bien. 18Luego Tolomeo consignó por escrito lo sucedido e informó al rey contándole lo ocurrido y pidiéndole que le enviara tropas de socorro para entregarle el país y sus ciudades. 19Envió otros emisarios a Guézer para eliminar a Juan. Escribió cartas a los oficiales invitándoles a entrevistarse con él para darles plata, oro y otros regalos. 20A otro grupo lo envió a apoderarse de Jerusalén y del monte del templo. 21Pero uno se adelantó y anunció a Juan en Guézer que su padre y sus hermanos habían perecido y añadió: «Ha enviado gente a matarte también a ti». 22Al oír estas noticias, Juan quedó consternado, prendió a los hombres que venían a matarlo y los ejecutó, pues sabía que pretendían asesinarlo. 23Las restantes actividades de Juan, sus guerras, las proezas que llevó a cabo, las murallas que levantó y otras empresas suyas 24están escritas en el libro de los Anales de su pontificado, a partir del día en que fue nombrado sumo sacerdote como sucesor de su padre.

https://www.conferenciaepiscopal.es/biblia/1-macabeos/

ANTIGUO TESTAMENTO

LIBROS HISTÓRICOS

MACABEOS 2

11A los hermanos judíos que viven en Egipto les saludan sus hermanos judíos que están en Jerusalén y en la región de Judea, deseándoles paz y prosperidad. 2Que Dios os favorezca y recuerde su alianza con sus fieles servidores Abrahán, Isaac y Jacob. 3Que a todos os dé el deseo de adorarlo y de cumplir su voluntad con un corazón generoso y de buena gana. 4Que abra vuestro corazón a su ley y a sus preceptos, y os conceda la paz. 5Que escuche vuestras súplicas, se reconcilie con vosotros y no os abandone en tiempo de desgracia. 6Esto es lo que ahora estamos pidiendo por vosotros. 7Ya el año ciento sesenta y nueve, en el reinado de Demetrio, nosotros, los judíos, os escribimos así: «En medio de la grave tribulación que ha caído sobre nosotros en estos años, desde que Jasón y sus partidarios traicionaron a la tierra santa y al reino, 8cuando incendiaron la puerta del templo y derramaron sangre inocente, suplicamos al Señor y fuimos escuchados. Hemos ofrecido un sacrificio y flor de harina, hemos encendido las lámparas y presentado los panes». 9También ahora os escribimos para que celebréis la fiesta de las Tiendas en el mes de casleu. Es el año ciento ochenta y ocho. 10Los que están en Jerusalén y en Judea, los ancianos y Judas saludan y desean prosperidad a Aristóbulo, preceptor del rey Tolomeo, de la familia de los sacerdotes ungidos, y a los judíos que están en Egipto. 11Salvados por Dios de grandes peligros, le damos muchas gracias por haber sido nuestro defensor contra el rey, 12ya que él ha expulsado a los que combatían contra la ciudad santa. 13En efecto, cuando su jefe llegó a Persia, acompañado de un ejército que parecía invencible, fueron despedazados en el templo de Nanea, gracias a una estratagema de los sacerdotes de la diosa. 14Antíoco, y con él sus consejeros, llegaron a aquel lugar con el pretexto de desposarse con la diosa, a fin de apoderarse de abundantes riquezas a título de dote. 15Cuando los sacerdotes del templo de Nanea las habían expuesto, se presentó él con unas pocas personas en el recinto sagrado; en cuanto entró Antíoco, cerraron el templo. 16Abrieron la trampa del techo y a pedradas aplastaron al jefe; los descuartizaron y, cortándoles las cabezas, las arrojaron a los que estaban fuera. 17¡Bendito sea en todo nuestro Dios, que ha entregado a los impíos a la muerte! 18A punto de celebrar en el veinticinco de casleu la purificación del templo, nos ha parecido conveniente informaros, para que también vosotros celebréis la fiesta de las Tiendas y del fuego aparecido cuando ofreció sacrificios Nehemías, el que construyó el templo y el altar. 19Pues, cuando nuestros antepasados fueron deportados a Persia, los piadosos sacerdotes de entonces, habiendo tomado fuego del altar, lo escondieron secretamente en una cavidad semejante a un pozo seco, donde tomaron tales precauciones que nadie supo el lugar. 20Pasados muchos años, cuando Dios quiso, Nehemías, enviado por el rey de Persia, mandó que buscaran el fuego los descendientes de los sacerdotes que lo habían escondido; 21pero, según nos cuentan, en realidad no encontraron fuego, sino un líquido espeso; él les mandó que lo sacasen y se lo llevasen. Cuando estuvo dispuesto el sacrificio, Nehemías mandó a los sacerdotes que rociaran con aquel líquido la leña y la ofrenda colocada sobre ella. 22Cumplida la orden y pasado algún tiempo, volvió a brillar el sol, que antes estaba nublado, y se encendió una llama tan grande que todos quedaron maravillados. 23Mientras se consumía el sacrificio, los sacerdotes hacían oración: todos los sacerdotes con Jonatán, que era el que comenzaba; y los demás respondían como Nehemías. 24La oración era la siguiente: «Señor, Señor Dios, creador de todo, temible y fuerte, justo y misericordioso; tú, rey único y bueno, 25tú, el único generoso, el único justo, todopoderoso y eterno, que salvas a Israel de todo mal, que elegiste a nuestros padres y los santificaste, 26acepta el sacrificio por todo tu pueblo Israel, guarda tu heredad y santifícala. 27Reúne a los nuestros dispersos, da libertad a los que están esclavizados entre las naciones, vuelve tus ojos a los despreciados y abominados, y conozcan los gentiles que tú eres nuestro Dios. 28Aflige a los que tiranizan y ultrajan con arrogancia. 29Planta a tu pueblo en tu lugar santo, como dijo Moisés». 30Los sacerdotes salmodiaban los himnos. 31Cuando se consumieron las víctimas, Nehemías mandó derramar el líquido sobrante sobre unas grandes piedras. 32Hecho esto, se encendió una llamarada que quedó absorbida por el mayor resplandor que brillaba en el altar. 33Cuando el hecho se divulgó, contaron al rey de los persas que, en el lugar donde los sacerdotes deportados habían escondido el fuego, había aparecido aquel líquido con el que Nehemías y sus compañeros habían consagrado las ofrendas del sacrificio. 34El rey, después de verificar el hecho, mandó alzar una cerca reconociendo el lugar como sagrado. 35El rey recogía muchas donaciones y las repartía a sus favoritos. 36Los acompañantes de Nehemías llamaron a ese lugar neftar, que significa «purificación»; pero la mayoría lo llama nafta.

21Se encuentra en los documentos que el profeta Jeremías mandó a los deportados recoger fuego, como queda dicho; 2y que el profeta, después de darles la ley, les ordenó que no se olvidaran de los preceptos del Señor ni se desviaran en sus pensamientos al ver ídolos de oro y plata, revestidos de gala. 3Entre otros consejos, les exhortaba a no alejar de su corazón la ley. 4Se decía también en el escrito cómo el profeta, avisado por un oráculo, mandó llevar consigo la Tienda y el Arca; y que salió hacia el monte donde Moisés había subido para contemplar la heredad de Dios. 5Y cuando Jeremías llegó, encontró una estancia en forma de cueva; metió allí la Tienda, el Arca y el Altar del incienso, y tapó la entrada. 6Algunos de sus acompañantes volvieron para marcar el camino, pero no pudieron encontrarlo. 7En cuanto Jeremías lo supo, les reprendió diciéndoles: «Este lugar quedará desconocido hasta que Dios reúna a la comunidad del pueblo y se vuelva propicio. 8Entonces el Señor mostrará todo esto y se verá la Gloria del Señor y la Nube, como aparecía en tiempo de Moisés, y cuando Salomón rogó que el lugar fuera solemnemente consagrado». 9Se contaba también cómo Salomón, dotado de sabiduría, ofreció el sacrificio de dedicación cuando se inauguró el templo. 10Lo mismo que Moisés oró al Señor y bajó fuego del cielo que devoró los sacrificios, así también oró Salomón y bajó fuego que consumió los holocaustos. 11Moisés había dicho: «La víctima por el pecado ha sido consumida por no haber sido comida». 12Salomón celebró igualmente los ocho días de fiesta. 13Estos mismos relatos se contenían también en los archivos y en las memorias del tiempo de Nehemías; y cómo este, para fundar una biblioteca, reunió los libros referentes a los reyes y a los profetas, los de David y las cartas de los reyes acerca de las ofrendas. 14De igual modo Judas reunió todos los libros dispersos a causa de la guerra que hemos padecido, y ahora los tenemos a mano. 15Por tanto, si tenéis necesidad de ellos, enviadnos a alguien que os los lleve. 16A punto ya de celebrar la fiesta de la Purificación, os escribimos para que tengáis a bien celebrar estos días. 17El Dios que ha salvado a todo su pueblo y que a todos ha devuelto la heredad, el reino, el sacerdocio y el santuario, 18como había prometido por la ley, el mismo Dios, así esperamos, se apiadará pronto de nosotros y nos reunirá en el lugar santo desde todas las regiones bajo el cielo; pues nos ha librado de grandes males y ha purificado el lugar. 19la historia de Judas Macabeo y de sus hermanos, la Purificación del templo más importante, la dedicación del altar, 20las guerras contra Antíoco Epífanes y su hijo Eupátor, 21y las manifestaciones celestiales a los bravos combatientes en favor del judaísmo; de suerte que, aun siendo pocos, saquearon toda la región, ahuyentaron a las hordas bárbaras, 22recuperaron el templo famoso en todo el mundo, liberaron la ciudad y restablecieron las leyes que estaban a punto de ser abolidas, pues el Señor, en su inagotable amor, se mostró propicio hacia ellos; 23todo esto intentaremos compendiarlo nosotros en un solo libro. Jasón de Cirene ha expuesto en cinco libros los siguientes contenidos. 24Porque, al considerar la cantidad de números y la dificultad que la amplitud de la materia plantea a quienes deseen sumergirse en los relatos de la historia, 25hemos procurado hacerlos atractivos a los que quieren leer, accesibles a los que gustan retener lo leído en la memoria, y útiles a cualquiera que los leyere. 26Para nosotros, que nos hemos encargado de la fatigosa labor de este resumen, no ha sido fácil la tarea, sino de sudores y desvelos; 27como tampoco le resulta cómodo el trabajo a quien prepara un banquete y tiene que atender al gusto ajeno. Sin embargo, esperando la gratitud de muchos, soportamos con gusto esta fatiga, 28dejando al historiador la tarea de precisar cada suceso, mientras nosotros nos esforzamos por seguir las normas propias de un resumen. 29Pues así como al arquitecto de una casa nueva corresponde la preocupación por la estructura entera; y, en cambio, al decorador y pintor, el cuidado por la ornamentación, lo mismo puede decirse en nuestro caso; 30profundizar, contrastar las cuestiones y examinar al detalle corresponde a quien compone la historia; 31pero al divulgador le compete una exposición concisa, renunciando al tratamiento exhaustivo. 32Comencemos, pues, desde ahora el relato, tras abundar tanto en los preliminares; pues sería absurdo alargar el prólogo y abreviar la historia.

31Mientras la ciudad santa gozaba de completa paz y las leyes eran guardadas a la perfección, gracias a la piedad del sumo sacerdote Onías y a su aversión al mal, 2sucedía que hasta los reyes veneraban el lugar santo y honraban el templo con magníficos regalos; 3a tal punto que Seleuco, rey de Asia, proveía con sus propias rentas a todos los gastos necesarios para el servicio de los sacrificios. 4Pero un tal Simón, del clan de Bilgá, nombrado administrador del templo, tuvo diferencias con el sumo sacerdote sobre el reglamento del mercado de la ciudad. 5No pudiendo imponerse a Onías, acudió a Apolonio, hijo de Traseo, gobernador por entonces de Celesiria y Fenicia, 6y le comunicó que el tesoro de Jerusalén estaba repleto de riquezas incontables; tanto que era incalculable la cantidad de dinero y resultaba desproporcionada a los gastos de los sacrificios; y que era posible transferir tales riquezas a manos del rey. 7En conversación con el rey, Apolonio le habló del tesoro del que había tenido noticia; entonces el rey designó a Heliodoro, el encargado de sus negocios, y le envió con la orden de traerse dichas riquezas. 8Heliodoro emprendió el viaje inmediatamente con el pretexto de inspeccionar las ciudades de Celesiria y Fenicia, aunque en realidad iba para ejecutar el proyecto del rey. 9Llegado a Jerusalén y acogido amistosamente por el sumo sacerdote de la ciudad, expuso el hecho de la denuncia e hizo saber el motivo de su presencia; preguntó si las cosas eran realmente así. 10El sumo sacerdote le manifestó que se trataba de depósitos para viudas y huérfanos, 11que una parte pertenecía a Hircano, hijo de Tobías, personaje de muy alta posición y, contra la calumnia del impío Simón, que el total era de doce mil kilos de plata y seis mil de oro; 12que de ningún modo se podía perjudicar a los que tenían puesta su confianza en la santidad del lugar y en la majestad inviolable de aquel templo venerado en todo el mundo. 13Pero Heliodoro, fiel a las órdenes del rey, mantenía de forma terminante que los bienes debían pasar al tesoro real. 14Fijó él la fecha y quería entrar para hacer el inventario de los bienes. No era pequeña la angustia en toda la ciudad: 15los sacerdotes, postrados ante el altar con sus vestiduras sacerdotales, suplicaban al Cielo, que había dado la ley sobre los bienes en depósito, que los guardara intactos para quienes se habían depositado. 16Ver la figura del sumo sacerdote partía el corazón, pues su aspecto y su color demudado manifestaban la angustia de su alma. 17Embargado por un miedo y temblor corporal, mostraba a los que le contemplaban el dolor que había en su corazón. 18La gente salía de las casas en tropel a una rogativa pública, ante el ultraje que iba a sufrir el lugar santo. 19Las mujeres, ceñidas de sayal bajo el pecho, llenaban las calles; de las jóvenes, que estaban recluidas en sus casas, unas corrían a las puertas, otras subían a los muros, otras se asomaban por las ventanas. 20Todas, con las manos tendidas al cielo, se unían a la súplica. 21Daba compasión aquella multitud revuelta y postrada y la angustia del sumo sacerdote sumido en honda ansiedad. 22Mientras ellos invocaban al Señor todopoderoso para que guardara intactos, completamente seguros, los bienes en depósito para quienes los habían confiado, 23Heliodoro intentaba llevar a cabo lo programado. 24Allí estaba con su escolta junto al tesoro, cuando el Soberano de los Espíritus y de toda Potestad se manifestó tan grandiosamente que todos los que se habían atrevido a aproximarse, pasmados ante el poder de Dios, se volvieron débiles y cobardes. 25Pues se les apareció un caballo montado por un jinete imponente y enjaezado con riquísimo arnés; lanzándose con ímpetu coceó a Heliodoro con sus patas delanteras. El jinete aparecía con una armadura de oro. 26Se le aparecieron además otros dos jóvenes de notable vigor, espléndida belleza y magníficas vestiduras, que, colocándose a ambos lados, le azotaban sin cesar, moliéndolo a golpes. 27Cuando Heliodoro cayó a tierra, rodeado de densa oscuridad, lo recogieron y lo pusieron en una litera. 28El que poco antes había entrado en el mencionado tesoro con un séquito numeroso y con toda su escolta, ahora era conducido por otros, pues era incapaz de valerse por sí mismo. Todos reconocieron claramente la soberanía de Dios. 29Mientras él yacía mudo y privado de toda esperanza de salvación, por la fuerza de Dios, 30otros bendecían al Señor que había glorificado maravillosamente su propio lugar; y el templo, lleno poco antes de miedo y turbación, rebosaba de gozo y alegría después de la manifestación del Señor todopoderoso. 31Algunos de los compañeros de Heliodoro instaron inmediatamente a Onías para que invocara al Altísimo para que concediera la gracia de vivir al que se encontraba a punto de dar el último suspiro. 32Temiendo el sumo sacerdote que acaso el rey sospechara que los judíos habían cometido algún atentado contra Heliodoro, ofreció un sacrificio por la salud de aquel hombre. 33Mientras el sumo sacerdote ofrecía el sacrificio de expiación, se aparecieron otra vez a Heliodoro los mismos jóvenes, vestidos con la misma indumentaria, y puestos en pie le dijeron: «Debes estar muy agradecido al sumo sacerdote Onías, pues por él el Señor te concede la gracia de vivir; 34y tú, que has sido azotado por el cielo, haz saber a todos la grandeza del poder de Dios». Dicho esto, desaparecieron. 35Heliodoro, después de ofrecer un sacrificio al Señor y de haber orado largamente a quien le había concedido la vida, se despidió de Onías y volvió al rey con sus tropas. 36Daba testimonio ante todos de las obras del Dios grande que él había contemplado con sus ojos. 37Y cuando el rey preguntó a Heliodoro a quién convendría enviar otra vez a Jerusalén, él respondió: 38«Si tienes algún enemigo o conspirador contra el Estado, mándalo allá y te lo devolverán molido a golpes, si es que salva su vida, pues te aseguro que aquel lugar está defendido por una fuerza divina. 39Porque el mismo que tiene su morada en los cielos, vela y protege aquel lugar; y a los que se acercan con malas intenciones, los hiere de muerte». 40Así sucedieron las cosas relativas a Heliodoro y a la conservación del tesoro.

41Simón, a quien antes mencionamos como delator de los tesoros y de la patria, calumniaba a Onías como si este hubiera maltratado a Heliodoro y fuera el causante de los desórdenes; 2y se atrevía a decir que el bienhechor de la ciudad, el defensor de sus compatriotas y celoso de las leyes, era un conspirador contra el Estado. 3A tal punto llegó la hostilidad, que hasta se cometieron asesinatos por parte de uno de los esbirros de Simón. 4Entonces Onías, considerando que aquella rivalidad era intolerable y que Apolonio, hijo de Menelao, gobernador de Celesiria y Fenicia, instigaba a Simón al mal, 5acudió al rey, no como acusador de sus conciudadanos, sino como tutor del bien común y particular de todos. 6Pues bien veía que sin la intervención del rey era ya imposible pacificar la situación y detener a Simón en sus locuras. 7Cuando Seleuco dejó esta vida y Antíoco, por sobrenombre Epífanes, comenzó a reinar, Jasón, el hermano de Onías, usurpó el sumo sacerdocio, 8después de haber prometido al rey, en una conversación, diez mil kilos de plata, más otros dos mil kilos de rentas. 9Se comprometía además a firmar el pago de otros cuatro mil kilos, si se le concedía la facultad de instalar por su propia cuenta un gimnasio y una efebía, así como la de registrar a sus partidarios como ciudadanos antioquenos en Jerusalén. 10Con el consentimiento del rey y con los poderes en su mano, pronto cambió las costumbres de sus compatriotas conforme al estilo griego. 11Suprimiendo los privilegios que los reyes habían concedido a los judíos por medio de Juan, padre de Eupólemo, el que fue enviado en embajada a los romanos para un pacto de amistad y mutua defensa, y abrogando las instituciones legales, introdujo costumbres nuevas, contrarias a la ley. 12Así pues, fundó a su gusto un gimnasio bajo la misma acrópolis e indujo a lo mejor de la juventud a uniformarse según costumbre griega. 13Era tal el auge del helenismo y el progreso de la moda extranjera a causa de la extrema perversidad de aquel Jasón, quien tenía más de impío que de sumo sacerdote, 14que los sacerdotes ya no sentían interés por el servicio al altar, sino que menospreciaban el santuario; descuidando los sacrificios, en cuanto se convocaba el campeonato de disco, se apresuraban a tomar parte en los ejercicios de la palestra contrarios a la ley; 15sin apreciar en nada la honra patria, tenían por mejores las glorias helénicas. 16Por esto mismo, una comprometida situación los puso en aprieto y tuvieron como enemigos y verdugos a los mismos cuya conducta emulaban y a quienes querían parecerse en todo. 17Porque no queda impune quien viole las leyes divinas; así lo mostrará el tiempo sucesivo. 18Cuando se celebraban en Tiro los juegos quinquenales, en presencia del rey, 19el contaminado Jasón envió unos legados antioquenos como representantes de Jerusalén, que llevaban consigo trescientas dracmas de plata para el sacrificio de Hércules. Pero los portadores pensaron que no convenía emplearlas en el sacrificio, sino en otros gastos. 20Y así, el dinero que estaba destinado por voluntad del donante al sacrificio de Hércules, se empleó, por deseo de los portadores, en la construcción de trirremes. 21Cuando Apolonio, hijo de Menesteo, fue enviado a Egipto para la entronización del rey Filométor, Antíoco se enteró de que este se había convertido en adversario político suyo y comenzó a preocuparse de su propia seguridad; por eso, pasando por Jafa, se presentó en Jerusalén. 22Fue magníficamente recibido por Jasón y por la ciudad, e hizo su entrada entre antorchas y aclamaciones. Después de esto llevó sus tropas hasta Fenicia. 23Tres años más tarde, Jasón envió a Menelao, hermano del ya mencionado Simón, para llevar el dinero al rey y gestionar la negociación de asuntos urgentes. 24Menelao se hizo presentar al rey, a quien impresionó con su aire majestuoso, y logró ser investido del sumo sacerdocio, ofreciendo nueve mil kilos de plata más que Jasón. 25Provisto del mandato real, se volvió sin poseer más méritos para el sumo sacerdocio que el furor de un cruel tirano y la fiereza de una bestia salvaje. 26Jasón, por su parte, suplantador de su propio hermano y él mismo suplantado por otro, se vio forzado a huir al territorio amonita. 27Menelao tenía ciertamente el poder, pero nada pagaba del dinero prometido al rey, 28aunque Sóstrato, el alcaide de la acrópolis, se lo reclamaba, pues a él correspondía percibir los tributos. Por este motivo, ambos fueron convocados por el rey. 29Menelao dejó como sustituto del sumo sacerdocio a su hermano Lisímaco; Sóstrato a Crates, jefe de los chipriotas. 30Mientras tanto, sucedió que los habitantes de Tarso y de Malos se sublevaron por haber sido cedidas sus ciudades como regalo a Antióquida, la concubina del rey. 31Fue, pues, el rey a toda prisa, para poner orden en la situación, dejando como sustituto a Andrónico, uno de los dignatarios. 32Menelao se aprovechó de aquella buena oportunidad; arrebató algunos objetos de oro del templo y se los regaló a Andrónico; también logró vender otros en Tiro y en las ciudades de alrededor. 33Cuando Onías llegó a saberlo con certeza, se lo reprochó, no sin haberse retirado antes a un lugar de refugio, a Dafne, cerca de Antioquía. 34Por eso, Menelao, a solas con Andrónico, le incitaba a matar a Onías. Andrónico se llegó adonde estaba Onías y, confiando en la astucia, estrechándole la mano y dándole la mano derecha con juramento, convenció a Onías de salir de su refugio, aunque a este no le faltaban sospechas. Inmediatamente le dio muerte, sin respeto alguno a la justicia. 35Por este motivo no solo los judíos, sino también muchos de otras naciones se indignaron y se irritaron por el injusto asesinato de aquel hombre. 36Cuando el rey volvió de las regiones de Cilicia, los judíos de la ciudad, junto con los griegos que también odiaban la violencia, fueron a su encuentro para quejarse de la infame muerte de Onías. 37Antíoco, hondamente entristecido y movido a compasión, lloró recordando la prudencia y la gran moderación del difunto. 38Furioso, despojó inmediatamente a Andrónico de la púrpura y le desgarró sus vestiduras. Lo hizo pasear por toda la ciudad hasta el mismo lugar donde tan impíamente había tratado a Onías; allí hizo desaparecer de este mundo al criminal, a quien el Señor daba el merecido castigo. 39Lisímaco había cometido muchos robos sacrílegos en la ciudad con el consentimiento de Menelao y la noticia se había divulgado fuera; por eso la multitud se amotinó contra Lisímaco, cuando eran ya muchos los objetos de oro que habían desaparecido. 40Como las turbas estaban excitadas y en el colmo de su cólera, Lisímaco armó a cerca de tres mil hombres e inició la represión violenta, poniendo por jefe a un tal Aurano, avanzado en edad y no menos en locura. 41Cuando se dieron cuenta del ataque de Lisímaco, unos se armaron de piedras, otros de estacas y otros, tomando a puñados la ceniza que allí había, cargaron en tropel contra las tropas de Lisímaco. 42De este modo hirieron a muchos de ellos y mataron a algunos; a todos los demás los pusieron en fuga y al mismo ladrón sacrílego lo mataron junto al tesoro. 43Por estos hechos se instruyó proceso contra Menelao. 44Cuando el rey llegó a Tiro, tres hombres enviados por el Consejo de ancianos presentaron ante él su alegato. 45Menelao, perdido ya, prometió una importante suma a Tolomeo, hijo de Dorimeno, para que convenciera al rey. 46Entonces Tolomeo, llevando al rey aparte a una galería como para tomar el aire, le hizo cambiar de parecer, 47de modo que absolvió de las acusaciones a Menelao, el causante de todos los males, y, en cambio, condenó a muerte a aquellos infelices que deberían haber sido absueltos, aunque hubieran declarado ante un tribunal bárbaro. 48Así que, sin dilación, sufrieron aquella injusta pena los que habían defendido la causa de la ciudad, del pueblo y de los vasos sagrados. 49Por este motivo, algunos tirios, indignados contra semejante iniquidad, prepararon con magnificencia su sepultura. 50Menelao, por su parte, por la avaricia de aquellos gobernantes, permaneció en el poder, creciendo en maldad, constituido en el principal adversario de sus conciudadanos.

51Por esta época Antíoco preparaba la segunda expedición a Egipto. 2Sucedió que durante cerca de cuarenta días aparecieron en toda la ciudad, galopando por los aires, jinetes vestidos de oro, tropas armadas distribuidas en cohortes, 3escuadrones de caballería en orden de batalla, ataques y cargas de una y otra parte, movimiento de escudos, bosques de lanzas, espadas desenvainadas, lanzamiento de dardos, resplandores de armaduras de oro y corazas de toda clase. 4En vista de ello, todos rogaban para que aquella aparición presagiase algo bueno. 5Al difundirse el falso rumor de que Antíoco había dejado esta vida, Jasón, con no menos de mil hombres, lanzó un ataque imprevisto contra la ciudad. Al ser arrollados los que estaban en la muralla y capturada por fin la ciudad, Menelao se refugió en la acrópolis. 6Jasón empezó a asesinar sin piedad a sus conciudadanos, sin caer en la cuenta de que una victoria sobre sus compatriotas era la peor de las derrotas; se imaginaba ganar trofeos de enemigos y no de sus compatriotas. 7Pero no logró el poder; sino que al fin, con la ignominia adquirida con sus intrigas, se fue huyendo de nuevo al territorio amonita. 8Por último encontró un final desastroso: acusado ante Aretas, tirano de los árabes, huyendo de ciudad en ciudad, perseguido por todos, detestado como apóstata de las leyes y abominado como verdugo de la patria y de los conciudadanos, fue expulsado a Egipto. 9El que a muchos había desterrado de la patria, murió en el destierro cuando se dirigía a Esparta, con la esperanza de encontrar protección por su parentesco con los espartanos; 10y el que a tantos había privado de sepultura, pasó sin ser llorado, sin recibir honras fúnebres ni tener un sitio en la sepultura de sus padres. 11Cuando llegaron al rey noticias de lo sucedido, sacó la conclusión de que Judea se sublevaba; por eso partió de Egipto, rabioso como una fiera, tomó la ciudad por las armas, 12y ordenó a los soldados que hirieran sin compasión a los que encontraran y que mataran a los que subiesen a los terrados de las casas. 13Perecieron jóvenes y ancianos; fueron asesinados muchachos, mujeres y niños, y degollaron a doncellas y niños de pecho. 14En solo tres días perecieron ochenta mil personas, cuarenta mil en la refriega, y otros, en número no menor que el de las víctimas, fueron vendidos como esclavos. 15No contento con esto, Antíoco se atrevió a penetrar en el templo más santo de toda la tierra, guiado por Menelao, el traidor a las leyes y a la patria. 16Con sus manos impuras tomó los vasos sagrados y arrebató con sus manos profanas las ofrendas presentadas por otros reyes para acrecentamiento de la gloria y honra del lugar santo. 17Antíoco, lleno de orgullo, no comprendía que el Soberano estaba irritado solo pasajeramente a causa de los pecados de los habitantes de la ciudad y por eso desviaba su mirada del lugar. 18Pero, si los judíos no hubieran pecado tanto, el mismo Antíoco habría sido castigado nada más llegar y habría desistido de su atrevimiento, como Heliodoro, el enviado por el rey Seleuco para inspeccionar el tesoro. 19Pero el Señor no ha elegido a la nación por el lugar, sino al lugar por la nación. 20Por ello, también el mismo lugar, después de haber compartido la desgracia de la nación, a la postre ha tenido parte en su bonanza; y el templo, que había sido abandonado en tiempo de la cólera del Todopoderoso, ha sido restaurado con toda su gloria en tiempo de la reconciliación del gran Soberano. 21Así pues, Antíoco se fue pronto a Antioquía, llevándose del templo unos cincuenta mil kilos de plata, creyendo en su orgullo y por la arrogancia de su corazón que haría la tierra navegable y transitable el mar. 22Pero dejó unos prefectos para maltratar a nuestra raza: en Jerusalén a Filipo, de raza frigia, que tenía costumbres más bárbaras que el que le había nombrado; 23en el monte Garizín, a Andrónico; y además de estos, a Menelao, que superaba a los demás en maldad contra sus conciudadanos. El rey, que albergaba sentimientos de odio hacia los judíos, 24envió a Apolonio, jefe de los mercenarios de Misia, con un ejército de veintidós mil hombres, y la orden de degollar a todos los adultos y de vender a las mujeres y a los más jóvenes. 25Llegado este a Jerusalén y fingiendo venir en son de paz, esperó hasta el día santo del sábado. Aprovechando el descanso de los judíos, mandó a su tropas que desfilaran con las armas, 26y a todos los que salían a ver aquel espectáculo, los hizo matar e, invadiendo la ciudad con los soldados armados, asesinó a una gran multitud. 27Pero Judas, llamado también Macabeo, formó un grupo de unos diez y se retiró al desierto. Vivía con sus compañeros en los montes como animales salvajes: sin comer más alimento que hierbas, para no contaminarse.

61Poco tiempo después, el rey envió a un senador ateniense para obligar a los judíos a que abandonaran las leyes de sus padres y a que no se comportaran según las leyes divinas; 2también debía profanar el santuario de Jerusalén y dedicarlo a Zeus Olímpico, y el de Garizín, a Zeus Hospitalario, siguiendo la práctica de los habitantes del lugar. 3Este recrudecimiento del mal era penoso e insoportable, incluso para la masa de la población. 4Los gentiles llenaron el templo de actos de libertinaje y orgías; se divertían con meretrices, yacían con mujeres en los atrios sagrados, llegando a introducir en ellos objetos prohibidos. 5El altar estaba repleto de víctimas ilícitas, prohibidas por las leyes. 6No se podía ni celebrar el sábado, ni guardar las fiestas tradicionales, ni siquiera confesarse judío; 7antes bien, eran obligados con amarga violencia a la celebración mensual del nacimiento del rey con un banquete sacrificial y, cuando llegaba la fiesta de Baco, eran forzados a tomar parte de su cortejo, coronados de hiedra. 8Por instigación de los habitantes de Tolemaida, salió un decreto para las vecinas ciudades griegas, obligándolas a que procedieran de la misma forma contra los judíos y a que los hicieran participar en los banquetes sacrificiales, 9con orden de degollar a los que no adoptaran las costumbres griegas. Ya se podía entrever la calamidad inminente. 10Dos mujeres fueron delatadas por haber circuncidado a sus hijos; las hicieron recorrer públicamente la ciudad con los niños colgados al pecho y las precipitaron desde la muralla. 11Otros, que se habían reunido en cuevas próximas para celebrar a escondidas el sábado, fueron denunciados a Filipo y quemados juntos, sin que quisieran hacer nada en su defensa, por respeto a la santidad del día. 12Ruego a los lectores de este libro que no se desconcierten por estas desgracias; antes bien piensen que estos castigos buscan no la destrucción, sino la educación de nuestra raza; 13ya que es señal de gran bondad no tolerar por mucho tiempo a los impíos, sino darles pronto el castigo. 14Pues en el caso de las otras naciones, el Soberano difiere pacientemente el castigo hasta que lleguen a colmar la medida de sus pecados; pero en nuestro caso, decidió que no fuera así, 15para no castigarnos al final, cuando lleguen al colmo nuestros pecados. 16Por eso mismo nunca retira de nosotros su misericordia: cuando corrige con la desgracia, no está abandonando a su propio pueblo. 17Quede esto dicho como advertencia. Después de esta digresión, prosigamos la historia. 18Eleazar era uno de los principales maestros de la Ley, hombre de edad avanzada y semblante muy digno. Le abrían la boca a la fuerza para que comiera carne de cerdo. 19Pero él, prefiriendo una muerte honrosa a una vida de infamia, 20escupió la carne y avanzó voluntariamente al suplicio, como deben hacer los que son constantes en rechazar manjares prohibidos, aun a costa de la vida. 21Quienes presidían este impío banquete, viejos amigos de Eleazar, movidos por una compasión ilegítima, lo llevaron aparte y le propusieron que hiciera traer carne permitida, preparada por él mismo, y que la comiera haciendo como que comía la carne del sacrificio ordenado por el rey, 22para que así se librara de la muerte y, dada su antigua amistad, lo tratasen con consideración. 23Pero él, adoptando una actitud cortés, digna de sus años, de su noble ancianidad, de sus canas honradas e ilustres, de su conducta intachable desde niño y, sobre todo, digna de la ley santa dada por Dios, respondió coherentemente, diciendo enseguida: «¡Enviadme al sepulcro! 24No es digno de mi edad ese engaño. Van a creer los jóvenes que Eleazar a los noventa años ha apostatado 25y si miento por un poco de vida que me queda se van a extraviar con mi mal ejemplo. Eso sería manchar e infamar mi vejez. 26Y aunque de momento me librase del castigo de los hombres, no me libraría de la mano del Omnipotente, ni vivo ni muerto. 27Si muero ahora como un valiente, me mostraré digno de mis años 28y legaré a los jóvenes un noble ejemplo, para que aprendan a arrostrar voluntariamente una muerte noble, por amor a nuestra santa y venerable ley». Dicho esto, se fue enseguida al suplicio. 29Los que lo llevaban, considerando insensatas las palabras que acababa de pronunciar, cambiaron en dureza su actitud benévola de poco antes. 30Pero él, a punto de morir a causa de los golpes, dijo entre suspiros: «Bien sabe el Señor, dueño de la ciencia santa, que, pudiendo librarme de la muerte, aguanto en mi cuerpo los crueles dolores de la flagelación, y que en mi alma los sufro con gusto por temor de él». 31De esta manera terminó su vida, dejando no solo a los jóvenes, sino a la mayoría de la nación, un ejemplo memorable de heroísmo y de virtud.

71Sucedió también que arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la ley. 2Uno de ellos habló en nombre de los demás: «¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres». 3El rey, fuera de sí, ordenó poner al fuego sartenes y calderas. 4Cuando ya abrasaban, mandó que cortaran la lengua al que había hablado en nombre de los demás, que le arrancaran el cuero cabelludo y que le amputaran las extremidades, en presencia de sus demás hermanos y de su madre. 5Cuando el muchacho quedó totalmente inutilizado, pero respirando todavía, mandó que lo acercaran al fuego y lo frieran en la sartén. Mientras el humo de la sartén se difundía lejos, los demás hermanos junto con su madre se animaban mutuamente a morir con generosidad y decían: 6«El Señor Dios vela y con toda seguridad se apiadará de nosotros, como atestigua Moisés en el cántico de protesta: “Se compadecerá de sus siervos”». 7Cuando el primero murió, llevaron al segundo al suplicio y, después de arrancarle la piel de la cabeza con los cabellos, le preguntaban: «¿Vas a comer antes de que tu cuerpo sea torturado miembro a miembro?». 8Él, respondiendo en su lengua patria, dijo: «¡No!». Por ello, también este sufrió a su vez la tortura, como el primero. 9Y estando a punto de morir, dijo: «Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el Rey del universo nos resucitará para una vida eterna». 10Después se burlaron del tercero. Cuando le pidieron que sacara la lengua, lo hizo enseguida y presentó las manos con gran valor. 11Y habló dignamente: «Del Cielo las recibí y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios». 12El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos. 13Cuando murió este, torturaron de modo semejante al cuarto. 14Y, cuando estaba a punto de morir, dijo: «Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la esperanza de que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida». 15Enseguida llevaron al quinto y se pusieron a atormentarlo. 16Él, mirando al rey, dijo: «Tú, porque tienes poder entre los hombres aunque eres mortal, haces lo que quieres. Pero no creas que Dios ha abandonado a nuestra raza. 17Espera un poco y verás como su gran poder te atormentará a ti y a tu descendencia». 18Después de este, llevaron al sexto, que estando a punto de morir decía: «No te hagas ilusiones, pues nosotros padecemos por nuestra propia culpa; por haber pecado contra nuestro Dios, nos suceden cosas extrañas. 19Pero no pienses que quedarás impune, tú que te has atrevido a luchar contra Dios». 20En extremo admirable y digna de recuerdo fue la madre, quien, viendo morir a sus siete hijos en el espacio de un día, lo soportó con entereza, esperando en el Señor. 21Con noble actitud, uniendo un temple viril a la ternura femenina, fue animando a cada uno y les decía en su lengua patria: 22«Yo no sé cómo aparecisteis en mi seno: yo no os regalé el aliento ni la vida, ni organicé los elementos de vuestro organismo. 23Fue el Creador del universo, quien modela la raza humana y determina el origen de todo. Él, por su misericordia, os devolverá el aliento y la vida, si ahora os sacrificáis por su ley». 24Antíoco creyó que la mujer lo despreciaba, y sospechó que lo estaba insultando. Todavía quedaba el más pequeño, y el rey intentaba persuadirlo; más aún, le juraba que si renegaba de sus tradiciones lo haría rico y feliz, lo tendría por Amigo y le daría algún cargo. 25Pero como el muchacho no le hacía el menor caso, el rey llamó a la madre y le rogaba que aconsejase al chiquillo para su bien. 26Tanto le insistió, que la madre accedió a persuadir al hijo: 27se inclinó hacia él y, riéndose del cruel tirano, habló así en su idioma patrio: «¡Hijo mío, ten piedad de mí, que te llevé nueve meses en el seno, te amamanté y te crié durante tres años, y te he alimentado hasta que te has hecho mozo! 28Hijo mío, te lo suplico, mira el cielo y la tierra, fíjate en todo lo que contienen, y ten presente que Dios lo creó todo de la nada, y el mismo origen tiene el género humano. 29No temas a ese verdugo; mantente a la altura de tus hermanos y acepta la muerte. Así, por la misericordia de Dios, te recobraré junto con ellos». 30Estaba todavía hablando, cuando el muchacho dijo: «¿Qué esperáis? No obedezco el mandato del rey; obedezco el mandato de la ley dada a nuestros padres por medio de Moisés. 31Pero tú, que eres el causante de todas las desgracias de los hebreos, no escaparás de las manos de Dios. 32Cierto que nosotros padecemos por nuestros pecados. 33Si es cierto que nuestro Señor, que vive, está irritado momentáneamente para castigarnos y corregirnos, también lo es que se reconciliará de nuevo con sus siervos. 34Pero tú, impío, el hombre más criminal de todos, no te engrías neciamente con vanas esperanzas mientras alzas la mano contra los siervos de Dios; 35porque todavía no has escapado del juicio de Dios, que todo lo puede y todo lo ve. 36Pues ahora mis hermanos, después de haber soportado un tormento pasajero, han llegado a una vida eterna por la promesa de Dios; tú, en cambio, por el justo juicio de Dios, cargarás con la pena merecida por tu soberbia. 37Yo, como mis hermanos, entrego mi cuerpo y mi vida por las leyes de mis padres, invocando a Dios para que pronto se apiade de nuestra nación y para que tú, a fuerza de tormentos y castigos, llegues a confesar que él es el único Dios. 38Que se detenga en mí y en mis hermanos la cólera del Todopoderoso justamente descargada sobre toda nuestra raza». 39El rey, fuera de sí, por tan amargos reproches se ensañó con este más cruelmente que con los demás. 40También este tuvo un límpido tránsito, con entera confianza en el Señor. 41Por último, después de los hijos murió la madre. 42Baste con lo que he contado sobre los alimentos impuros sacrificiales y las crueldades sin medida.

81Judas, llamado también Macabeo, y sus compañeros entraban sigilosamente en las aldeas, llamaban a sus parientes y, acogiendo a los que permanecían fieles al judaísmo, llegaron a reunir seis mil hombres. 2Rogaban al Señor que mirase por aquel pueblo que todos pisoteaban; que tuviese piedad del santuario profanado por los hombres impíos; 3que se compadeciese de la ciudad destruida y a punto de ser arrasada, y que escuchase las voces de la sangre que clamaba a él; 4que se acordase de la inicua matanza de niños inocentes y de las blasfemias proferidas contra su Nombre, y que mostrase su rigor contra el mal. 5Cambiada en misericordia la cólera del Señor, Macabeo, con su tropa ya organizada, resultó invencible para los gentiles. 6Llegando de improviso, incendiaba ciudades y aldeas; después de ocupar las posiciones estratégicas, ponía en fuga a numerosos enemigos. 7Para tales incursiones prefería como aliada la noche. La fama de su valor se extendía por todas partes. 8Al ver Filipo que este hombre se encumbraba paulatinamente y que sus éxitos eran cada vez más frecuentes, escribió a Tolomeo, gobernador de Celesiria y Fenicia para que viniese en ayuda de los intereses reales. 9Este designó enseguida a Nicanor, hijo de Patroclo, uno de sus primeros Amigos, y lo envió al frente de por lo menos veinte mil hombres de todas las naciones para exterminar totalmente la raza judía. Puso a su lado a Gorgias, general con experiencia en lides uerreras. 10Por su parte, Nicanor, vendiendo como esclavos a los prisioneros judíos, intentaba saldar el tributo de sesenta mil kilos de plata que el rey debía a los romanos. 11Enseguida envió a las ciudades marítimas una invitación para que vinieran a comprar esclavos judíos, prometiendo entregar noventa esclavos por treinta kilos de plata, sin sospechar que el castigo del Todopoderoso estaba a punto de caer sobre él. 12Llegó a Judas la noticia de la expedición de Nicanor. Cuando comunicó a los que le acompañaban que el ejército se acercaba, 13los cobardes y los que no confiaban en la justicia de Dios comenzaron a desertar y a buscar refugio lejos de allí; 14los demás vendían todo lo que les quedaba y pedían al mismo tiempo al Señor que librara a los que el impío Nicanor ya había vendido como esclavos, aun antes de la batalla. 15Y lo pedían, no tanto por ellos, como por las alianzas con sus padres y porque invocaban en su favor el venerable y majestuoso Nombre. 16Después de reunir a los suyos, que ascendían a seis mil, Macabeo los exhortaba a no dejarse amedrentar por los enemigos ni a temer a la muchedumbre de gentiles que injustamente venían contra ellos. Al contrario, que combatiesen con valor, 17teniendo a la vista el ultraje que inicuamente habían inferido al lugar santo, los suplicios infligidos a la ciudad y la abolición de las instituciones ancestrales. 18«Ellos —les dijo— confían en sus armas y en su audacia; pero nosotros confiamos en Dios todopoderoso, quien, con un gesto, puede abatir a nuestros atacantes y al mundo entero». 19Les enumeró los auxilios dispensados a sus antecesores, especialmente frente a Senaquerib, cuando perecieron ciento ochenta y cinco mil; 20y el recibido en Babilonia, en la batalla contra los gálatas, cuando entraron en acción los ocho mil judíos junto a los cuatro mil macedonios y, aunque los macedonios se hallaban en apuros, los ocho mil derrotaron a ciento veinte mil, gracias al auxilio que les llegó del Cielo, y se hicieron con un gran botín. 21Después de enardecerlos con estas palabras y de disponerlos a morir por las leyes y por la patria, dividió el ejército en cuatro cuerpos. 22Puso a sus hermanos, Simón, José y Jonatán, al frente de cada cuerpo, dejando mil quinientos hombres a las órdenes de cada uno de ellos. 23Además mandó a Eleazar que leyera el libro sagrado; luego, dando como consigna «Dios nos ayuda», él mismo al frente del primer cuerpo trabó combate con Nicanor. 24Y con el Todopoderoso como aliado en la lucha, mataron a más de nueve mil enemigos, hirieron y mutilaron a la mayor parte del ejército de Nicanor, y a todos los demás los pusieron en fuga. 25Se apoderaron del dinero de los que habían venido a comprarlos. Después de haberlos perseguido bastante tiempo, se volvieron, obligados por la hora. 26Era víspera del sábado, y por ello no siguieron persiguiéndolos. 27Una vez que hubieron amontonado las armas y recogido los despojos de los enemigos, comenzaron la celebración del sábado, desbordándose en bendiciones y alabanzas al Señor por haberlos conservado hasta aquel día señalado por Dios como comienzo de la misericordia. 28Al acabar el sábado, dieron una parte del botín a los damnificados, así como a las viudas y a los huérfanos; ellos y sus hijos se repartieron el resto. 29Hecho esto, suplicaron al Señor misericordioso, en rogativa pública, que se reconciliara del todo con sus siervos. 30En su combate con las tropas de Timoteo y Báquides, les mataron más de veinte mil hombres, se adueñaron por completo de altas fortalezas y dividieron el inmenso botín en partes iguales, una para ellos y otra para los damnificados, los huérfanos y las viudas, así como para los ancianos. 31Con todo cuidado reunieron las armas capturadas en lugares convenientes y llevaron a Jerusalén el resto de los despojos. 32Mataron al comandante de la escolta de Timoteo, hombre de lo más impío, que había causado mucho pesar a los judíos. 33Mientras celebraban la victoria en su patria, quemaron a los que habían incendiado los portones sagrados, así como a Calístenes, que estaban refugiados en una misma casita, y que recibió así la merecida paga de su impiedad. 34Nicanor, tres veces criminal, que había traído a los mil mercaderes para la venta de los judíos, 35quedó humillado, gracias al auxilio del Señor, por los mismos que él despreciaba como los más viles; despojándose de sus galas, como un fugitivo a campo través, en solitario, llegó a Antioquía con mucha mejor suerte que su derrotado ejército. 36El que había pretendido saldar el tributo debido a los romanos con la venta de los prisioneros de Jerusalén proclamaba que los judíos tenían a Alguien que los defendía y que eran invulnerables por el hecho de que seguían las leyes prescritas por Aquel.

91Sucedió por este tiempo que Antíoco hubo de retirarse desordenadamente de las regiones de Persia. 2En efecto, habiendo entrado en la ciudad llamada Persépolis, pretendió saquear el santuario y ocupar la ciudad; ante ello, la muchedumbre sublevada acudió a las armas y lo puso en fuga; Antíoco, ahuyentado por los naturales del país, hubo de emprender una vergonzosa retirada. 3Cuando estaba cerca de Ecbatana, le llegó la noticia de lo ocurrido a Nicanor y a las tropas de Timoteo. 4Furibundo, pensaba cobrar a los judíos la afrenta de los que le habían puesto en fuga, y por eso ordenó al auriga que hiciera avanzar el carro sin parar hasta el término del viaje. Pero ¡la sentencia del Cielo viajaba con él! Pues había hablado así con orgullo: «En cuanto llegue a Jerusalén, haré de la ciudad un cementerio de judíos». 5Pero el Señor Dios de Israel, que todo lo ve, lo castigó con una enfermedad incurable e invisible: apenas pronunciada esta frase, se apoderó de sus entrañas un dolor insufrible, con agudas punzadas internas, 6cosa totalmente justa para quien había desgarrado las entrañas de otros con numerosas y desconocidas torturas. 7Pero él de ningún modo cesaba en su arrogancia; estaba lleno todavía de orgullo, respiraba el fuego de su furor contra los judíos y mandaba acelerar la marcha. Pero se cayó de su carro, que corría velozmente y, con la violenta caída, todos los miembros de su cuerpo se le descoyuntaron. 8El que poco antes pensaba dominar con altivez de superhombre las olas del mar y se imaginaba pesar en una balanza las cimas de las montañas, ahora, caído por tierra, era transportado en una litera, mostrando a todos de forma manifiesta la fuerza de Dios, 9hasta el punto que en el cuerpo del impío pululaban los gusanos, caían a pedazos sus carnes, aun estando con vida, entre dolores y sufrimientos, y su infecto hedor apestaba todo el ejército. 10Debido al repugnante hedor, nadie podía llevar ahora a quien poco antes creía tocar los astros del cielo. 11Así, herido, entumecido en todo momento por los dolores, comenzó a debilitarse su excesivo orgullo y a llegar al verdadero conocimiento bajo el castigo divino. 12Como ni él mismo podía soportar su propio hedor, decía: «Justo es someterse a Dios y que un mortal no pretenda igualarse a la divinidad». 13Aquel malvado rogaba así al Soberano de quien ya no alcanzaría misericordia, prometiendo 14que declararía libre la ciudad santa, a la que se había dirigido antes velozmente para arrasarla y transformarla en cementerio; 15que equipararía con los atenienses a todos aquellos judíos que había considerado indignos de sepultura y sí merecedores de ser arrojados con sus niños como pasto de las fieras; 16que adornaría con los más bellos exvotos el santuario sacrosanto que antes había saqueado; que devolvería multiplicados todos los objetos sagrados; que suministraría a sus propias expensas los fondos que se gastaban en los sacrificios; 17y, además, que se haría judío y recorrería todos los lugares habitados, proclamando el poder de Dios. 18Como sus dolores no se calmaban de ninguna forma —pues había caído sobre él la justa sentencia de Dios— desesperado de su estado, escribió a los judíos la carta copiada a continuación, en forma de súplica, con el siguiente contenido: 19«El rey y estratega Antíoco saluda a los honrados ciudadanos judíos, con los mejores deseos de felicidad, salud y prosperidad. 20Si os encontráis bien vosotros y vuestros hijos, y vuestros asuntos van conforme a vuestros deseos, damos por ello rendidas gracias a Dios. 21En cuanto a mí, me encuentro postrado sin fuerza en mi lecho, recordándoos amistosamente. A mi vuelta de las regiones de Persia, contraje una molesta enfermedad y he considerado necesario preocuparme de vuestra seguridad común. 22No desespero de mi situación, antes bien tengo grandes esperanzas de salir de esta enfermedad; 23pero, tengo en cuenta que, también mi padre, cuando hizo la campaña en las regiones altas, designó a su futuro sucesor, 24para que, si ocurría algo imprevisto o si llegaba alguna noticia desagradable, los habitantes de las provincias no se perturbaran, sabiendo ya a quién quedaba confiado el gobierno. 25Consciente además de que los soberanos de alrededor, colindantes con el reino, acechan las oportunidades y aguardan lo que pueda suceder, he nombrado rey a mi hijo Antíoco, a quien muchas veces, al recorrer las satrapías altas, os he confiado y recomendado a gran parte de vosotros. A él le he escrito la carta que va a continuación. 26Por tanto, os exhorto y ruego que, acordándoos de los beneficios recibidos pública y privadamente, guardéis cada uno también con mi hijo la benevolencia que tenéis hacia mí. 27Pues estoy seguro de que él, realizando con moderación y humanidad mis proyectos, se entenderá bien con vosotros». 28Así pues, aquel asesino y blasfemo, sufriendo los peores padecimientos, como los había hecho padecer a otros, terminó la vida en tierra extranjera, entre montañas, en el más lamentable infortunio. 29Filipo, su compañero de infancia, trasladó su cadáver; mas, por temor al hijo de Antíoco, se retiró a Egipto, junto a Tolomeo Filométor.

101Macabeo y los suyos, guiados por el Señor, recuperaron el templo y la ciudad, 2destruyeron los altares levantados por los extranjeros en la plaza pública, así como los recintos sagrados. 3Después de haber purificado el santuario, construyeron otro altar; sacaron fuego de las chispas del pedernal y, tras dos años de interrupción, ofrecieron sacrificios y prepararon el incienso, las lámparas y los panes de la ofrenda. 4Hecho esto, rogaron al Señor, postrados rostro en tierra, que no permitiera que volvieran a caer en tales desgracias, sino que, si alguna vez pecaban, los corrigiera con benignidad y no los entregara en poder de los blasfemos y bárbaros gentiles. 5Aconteció que el mismo día en que el santuario había sido profanado por los extranjeros, es decir, el veinticinco del mismo mes de casleu, tuvo lugar la purificación del santuario. 6Lo celebraron con alegría durante ocho días, como en la fiesta de las Tiendas, recordando cómo, poco tiempo antes, por la fiesta de las Tiendas, estaban cobijados como animales salvajes en montañas y cavernas. 7Por ello, llevando varas cubiertas con hojas de hiedra y parra, ramos verdes y palmas, entonaban himnos hacia Aquel que había llevado a buen término la purificación de su lugar. 8Por votación y decreto público prescribieron que toda la nación judía celebrara anualmente fiesta aquellos mismos días. 9Tales fueron las circunstancias de la muerte de Antíoco, apellidado Epífanes. 10Vamos a exponer ahora lo referente a Antíoco Eupátor, hijo de aquel impío, resumiendo las desgracias debidas a las guerras. 11En efecto, una vez heredado el reino, puso al frente de su gobierno a un tal Lisias, gobernador supremo de Celesiria y Fenicia. 12Tolomeo, el llamado Macrón, el primero en tratar justamente a los judíos, en reparación de la injusticia con que habían sido tratados, procuraba gobernarlos pacíficamente. 13Acusado por ello ante Eupátor por los Amigos del rey, oía continuamente que le llamaban traidor, por haber abandonado Chipre, que Filométor le había confiado, y por haberse pasado al partido de Antíoco Epífanes. Al no poder honrar debidamente la dignidad de su cargo, se suicidó envenenándose. 14Gorgias, nombrado gobernador de la región, mantenía tropas mercenarias, y a cada paso hostigaba a los judíos. 15Al mismo tiempo, los idumeos, dueños de fortalezas estratégicas, molestaban a los judíos y procuraban atizar la guerra, acogiendo a los fugitivos de Jerusalén. 16El Macabeo y sus compañeros, después de haber celebrado rogativas para pedir a Dios que fuera su aliado, se lanzaron contra las fortalezas de los idumeos; 17después de atacarlos con ímpetu, se apoderaron de las posiciones e hicieron retroceder a todos los que combatían en la muralla. Acuchillaron a cuantos caían en sus manos; mataron por lo menos veinte mil. 18No menos de nueve mil hombres se habían refugiado en dos torres muy bien fortificadas y abastecidas de cuanto era necesario para resistir un sitio. 19El Macabeo dejó entonces a Simón y José, y además a Zaqueo y a los suyos, en número suficiente para asediarlos, y él mismo partió hacia otros lugares donde era más urgente su presencia. 20Pero los hombres de Simón, ávidos de dinero, se dejaron sobornar por algunos que estaban en las torres: por setenta mil dracmas dejaron que algunos se escapasen. 21Cuando se dio al Macabeo la noticia de lo sucedido, reunió a los jefes del pueblo y acusó a aquellos hombres de haber vendido a sus hermanos por dinero, al dejar escapar a sus enemigos. 22Los ajustició por traidores e inmediatamente se apoderó de las dos torres. 23Con atinada dirección y armado él mismo, mató en las dos fortalezas a más de veinte mil hombres. 24Timoteo, que antes había sido vencido por los judíos, después de reclutar numerosas fuerzas extranjeras y de reunir no pocos caballos traídos de Asia, se presentó con la intención de conquistar Judea por las armas. 25Ante su avance, los hombres del Macabeo, rogando a Dios, cubrieron sus cabezas de ceniza y ciñeron de sayal la cintura; 26y, postrándose al pie del altar, pedían a Dios que, mostrándose propicio con ellos, se hiciera enemigo de sus enemigos y adversario de sus adversarios, como declara la ley. 27Al acabar la plegaria, tomaron las armas y avanzaron un buen trecho fuera de la ciudad; cuando estaban cerca de los enemigos, se detuvieron. 28Al romper el alba, ambos bandos se lanzaron al combate; los unos tenían como garantía de éxito y de la victoria, además de su valor, la confianza en el Señor; los otros combatían con la furia como guía de sus luchas. 29En lo recio de la batalla, aparecieron desde el cielo ante los adversarios cinco hombres majestuosos, montados en caballos con frenos de oro, que se pusieron al frente de los judíos; 30colocaron al Macabeo en medio de ellos y, cubriéndolo con sus armaduras, lo hacían invulnerable; arrojaban sobre los adversarios saetas y rayos, por lo que, heridos de ceguera, se dispersaban en completo desorden. 31Murieron veinte mil quinientos infantes y seiscientos jinetes. 32El mismo Timoteo se refugió en una fortaleza, muy bien guardada, llamada Guézer, cuyo jefe era Quereas. 33Las tropas del Macabeo, alborozadas, asediaron la fortaleza durante cuatro días. 34Los de dentro, confiados en lo seguro de la posición, blasfemaban sin cesar y proferían palabras impías. 35Amanecido el quinto día, veinte jóvenes de las tropas del Macabeo, indignados por las blasfemias, se lanzaron valientemente contra la muralla y con fiera bravura herían a cuantos se ponían delante. 36Otros escalaron igualmente por el lado opuesto contra los de dentro, prendieron fuego a las torres y, encendiendo hogueras, quemaron vivos a los blasfemos. Otros, en fin, rompían las puertas, y, tras abrir paso al resto del ejército, se apoderaron de la ciudad. 37Degollaron a Timoteo, que estaba escondido en una cisterna, así como a su hermano Quereas y a Apolófanes. 38Al término de estas proezas, con himnos y alabanzas bendecían al Señor que hacía grandes beneficios a Israel y a ellos les daba la victoria.

111Muy poco tiempo después, Lisias, tutor y pariente del rey, que estaba al frente del gobierno, muy contrariado por lo sucedido, 2reunió unos ochenta mil hombres con toda la caballería y se puso en marcha contra los judíos, con la intención de hacer de Jerusalén una residencia para griegos, 3someter el templo a pagar tributo, como los demás recintos sagrados de los gentiles, y poner en venta cada año la dignidad del sumo sacerdocio. 4No tenía en cuenta para nada el poder de Dios, pues se sentía seguro con sus miríadas de infantes, sus millares de jinetes y sus ochenta elefantes. 5Entró en Judea, se acercó a Betsur, plaza fuerte que dista de Jerusalén unos veinticinco kilómetros, y la cercó estrechamente. 6En cuanto los hombres del Macabeo supieron que Lisias estaba sitiando las fortalezas, comenzaron a implorar al Señor con gemidos y lágrimas, junto con la multitud, que enviase un ángel bueno para salvar a Israel. 7El mismo Macabeo fue el primero en tomar las armas y arengó a los demás a que, juntamente con él, afrontaran el peligro y auxiliaran a sus hermanos. Partieron entusiasmados todos juntos. 8Cuando estaban todavía cerca de Jerusalén, apareció, poniéndose al frente de ellos, un jinete vestido de blanco, blandiendo armas de oro. 9Entonces todos a una bendijeron al Dios misericordioso y sintieron enardecerse sus ánimos, dispuestos a atravesar no solo a hombres, sino también a las fieras más feroces y hasta murallas de hierro. 10Avanzaban en orden de batalla, con el aliado enviado del cielo, porque el Señor se había compadecido de ellos. 11Se lanzaron como leones sobre los enemigos, abatieron once mil infantes y mil seiscientos jinetes, y obligaron a huir a todos los demás. 12La mayoría de estos escaparon heridos y desarmados; el mismo Lisias se salvó huyendo vergonzosamente. 13Pero Lisias era inteligente. Reflexionando sobre la derrota que acababa de sufrir y comprendiendo que los hebreos eran invencibles porque el Dios poderoso luchaba con ellos como aliado, 14les envió una embajada proponiéndoles la reconciliación en condiciones justas y prometiéndoles que él mismo persuadiría al rey para que se aliara con ellos. 15Macabeo, preocupado por el bien común, asintió a todo lo que Lisias proponía, pues el rey concedió cuanto Macabeo había exigido a Lisias por escrito acerca de las pretensiones de los judíos. 16La carta escrita por Lisias a los judíos decía: «Lisias saluda a la población judía. 17Juan y Absalón vuestros enviados, al entregarme el documento copiado a continuación, me han rogado una ratificación de su contenido. 18He dado cuenta al rey de todo lo que debía exponerle; lo que era de mi competencia, lo he concedido yo. 19Por consiguiente, si mantenéis vuestra buena disposición con los intereses del Estado, también yo procuraré en adelante colaborar en vuestro favor. 20En cuanto a los detalles, tengo dada orden a vuestros enviados y a los míos de que los discutan con vosotros. 21Que os vaya bien. A veinticuatro de Zeus Corintio del año ciento cuarenta y ocho». 22La carta del rey a Lisias decía: «El rey Antíoco saluda a su hermano Lisias. 23Reunido ya nuestro padre con los dioses, deseamos que los súbditos del reino vivan sin inquietudes para entregarse a sus propios asuntos. 24Hemos sabido que los judíos no están de acuerdo en adoptar las costumbres griegas, como era voluntad de mi padre, sino que prefieren seguir sus propias costumbres, y ruegan que se les permita acomodarse a sus leyes; 25deseando, pues, que esta nación esté tranquila, decidimos que se les restituya el templo y que puedan vivir según las costumbres de sus antepasados. 26Así, pues, harás bien en enviarles emisarios que hagan con ellos las paces, para que, al saber nuestra determinación, se sientan confiados y se dediquen de buen grado a sus propios asuntos». 27La carta del rey a la nación judía decía: «El rey Antíoco saluda al Consejo de ancianos y a los demás judíos. 28Me alegraré de que os encontréis bien; también nosotros gozamos de salud. 29Menelao nos ha manifestado vuestro deseo de volver a vuestros hogares. 30A los que vuelvan antes del treinta del mes de xántico, les garantizamos nuestra protección y seguridad. 31Los judíos podrán libremente servirse sus propios alimentos, según sus leyes, como antes, y ninguno de ellos será molestado a causa de faltas cometidas por ignorancia. 32He mandado a Menelao que os tranquilice. 33Salud. A quince de xántico del año ciento cuarenta y ocho». 34También los romanos les enviaron una carta con el siguiente contenido: «Quinto Memmio, Tito Manilio y Manio Sergio, legados de los romanos, saludan al pueblo judío. 35Nosotros damos nuestro consentimiento a lo que Lisias, pariente del rey, ha acordado con vosotros. 36Pero en relación con lo que él decidió presentar al rey, mandadnos algún emisario en cuanto lo hayáis examinado, para que lo expongamos en la forma que os conviene, ya que nos dirigimos a Antioquía. 37Por tanto, daos prisa y enviadnos a algunos para que también nosotros conozcamos cuál es vuestra opinión. 38Salud. A día quince de xántico del año ciento cuarenta y ocho».

121Una vez terminadas estas negociaciones, Lisias se volvió junto al rey, mientras los judíos se entregaban a las labores del campo. 2Pero algunos de los gobernadores locales, Timoteo y Apolonio, hijo de Geneo, y también Jerónimo y Demofón, además de Nicanor, jefe de los chipriotas, no les dejaban vivir en paz ni disfrutar de sosiego. 3Los habitantes de Jafa, por su parte, cometieron el enorme crimen que vamos a referir. Invitaron a los judíos que vivían con ellos a subir con mujeres y niños a las embarcaciones que habían preparado, como si no guardaran contra ellos ninguna enemistad. 4Conformes con la decisión común de la ciudad, los judíos aceptaron por mostrar sus deseos de vivir en paz y sin tener el menor recelo; pero, cuando se hallaban en alta mar, los echaron al agua, en número no inferior a doscientos. 5Cuando Judas se enteró de esta crueldad cometida con sus compatriotas, se lo comunicó a sus hombres; 6y después de invocar a Dios, el justo juez, se puso en camino contra los asesinos de sus hermanos, incendió el puerto por la noche, quemó las embarcaciones y pasó a cuchillo a los que se habían refugiado allí. 7Al encontrar cerrada la ciudad, se retiró con la intención de volver de nuevo y exterminar por completo a la población de Jafa. 8Enterado de que también los de Yamnia querían actuar de la misma forma con los judíos que allí habitaban, 9atacó igualmente de noche a los yamnitas e incendió el puerto y la flota, de modo que el resplandor de las llamas se veía hasta en Jerusalén y eso que había cuarenta y cinco kilómetros de distancia. 10En una expedición contra Timoteo, Judas y los suyos se habían alejado de allí dos kilómetros, cuando le atacaron no menos de cinco mil árabes y quinientos jinetes. 11En la recia batalla trabada, las tropas de Judas lograron la victoria, gracias al auxilio recibido de Dios; los nómadas, vencidos, pidieron a Judas que hiciera las paces, prometiendo entregarle ganado y serle de utilidad en el futuro. 12Judas, consciente de que podrían serle útiles, consintió en hacer las paces con ellos; y estrechándose mutuamente las manos, los nómadas se retiraron a las tiendas. 13Judas atacó también cierta ciudad fortificada con terraplenes, rodeada de murallas y habitada por una población mixta de varias naciones, llamada Caspín. 14Los sitiados, confiados en la solidez de las murallas y en la provisión de víveres, insultaban groseramente a los hombres de Judas, profiriendo además blasfemias y palabras sacrílegas. 15Los hombres de Judas, después de invocar al gran Señor del universo, que sin arietes ni máquinas de guerra había derruido los muros de Jericó en tiempo de Josué, atacaron ferozmente la muralla. 16Una vez dueños de la ciudad por la voluntad de Dios, hicieron tal carnicería que el lago vecino, con su anchura de cuatrocientos metros, aparecía lleno de la sangre que afluía a él. 17Se alejaron de allí ciento cuarenta kilómetros y llegaron a Querac, donde habitan los judíos llamados tubios. 18Pero no encontraron en aquellos lugares a Timoteo, quien, al no lograr nada, se había ido de allí, aunque dejando en determinado lugar una fortísima guarnición. 19Dositeo y Sosípatro, oficiales del Macabeo, mataron en una incursión a los hombres que Timoteo había dejado en la fortaleza, más de diez mil. 20Macabeo dividió su ejército en varias cohortes, puso a aquellos dos oficiales a su cabeza y se lanzó contra Timoteo que tenía consigo ciento veinte mil infantes y dos mil quinientos jinetes. 21Al enterarse Timoteo de la llegada de Judas, mandó por delante las mujeres, los niños y los bagajes a Carnión, lugar inexpugnable y de acceso difícil, por la estrechez de todos sus caminos. 22En cuanto apareció la primera cohorte, la de Judas, el miedo y el temor se apoderaron de los enemigos, al manifestarse ante ellos Aquel que todo lo ve, y se dieron a la fuga cada cual por su lado, de modo que muchas veces eran heridos por sus propios compañeros y atravesados por sus espadas. 23Judas seguía tenazmente en su persecución, acuchillando a aquellos criminales; llegó a matar hasta treinta mil hombres. 24El mismo Timoteo cayó en manos de Dositeo y Sosípatro; les pedía, con mucha locuacidad, que le perdonasen la vida, pues alegaba tener en su poder a algunos de sus parientes, entre los cuales había hermanos de muchos de ellos, que él llegaría a matar. 25Cuando él garantizó, después de mucho hablar, la determinación de restituirlos sanos y salvos, lo dejaron libre para salvar a sus hermanos. 26Judas marchó contra Carnión y el santuario de Atargates, y acuchilló a veinticinco mil hombres. 27Después de esta victoria, dirigió una expedición contra la ciudad fuerte de Efrón, donde residía Lisias con una población cosmopolita. Jóvenes vigorosos, apostados ante las murallas, combatían valerosamente; en el interior había muchas reservas de máquinas de guerra y proyectiles. 28Los judíos, después de haber invocado al Señor, que aplasta con su poder las fuerzas enemigas, se apoderaron de la ciudad y abatieron a unos veinticinco mil de los que estaban dentro. 29Partiendo de allí se lanzaron contra Escitópolis, que dista de Jerusalén cien kilómetros. 30Pero como los judíos residentes atestiguaron que los habitantes de la ciudad habían sido benévolos con ellos y les habían dado buena acogida en tiempos de desgracia, 31Judas y los suyos se lo agradecieron, rogándoles que también en lo sucesivo continuaran mostrándose benévolos con su raza. Llegaron a Jerusalén en la proximidad de la fiesta de Pentecostés. 32Después de la fiesta de Pentecostés, Judas y los suyos se lanzaron contra Gorgias, gobernador de Idumea. 33Gorgias salió con tres mil de infantería y cuatrocientos jinetes; 34se entabló el combate y los judíos tuvieron unas cuantas bajas. 35Un tal Dositeo, jinete muy valiente de los de Bacenor, sujetaba a Gorgias por el manto y lo arrastraba a pura fuerza, queriendo cazar vivo a aquel maldito; pero uno de los jinetes tracios se lanzó contra Dositeo, le cercenó el brazo, y así Gorgias pudo huir a Maresá. 36Por otra parte, los de Esdrías estaban agotados, porque llevaban combatiendo mucho tiempo. Judas invocó al Señor para que se mostrara su aliado y dirigiera la batalla. 37En la lengua patria lanzó el grito de guerra y, entonando himnos, irrumpió por sorpresa entre los de Gorgias y los puso en fuga. 38Judas reorganizó el ejército y marchó a la ciudad de Adulán y, como llegaba el día séptimo, se purificaron según el rito acostumbrado y allí mismo celebraron el sábado. 39Al día siguiente, como ya urgía, los de Judas fueron a recoger los cadáveres de los caídos para sepultarlos con sus parientes en las sepulturas familiares. 40Y bajo la túnica de cada muerto encontraron amuletos de los ídolos de Yamnia, que la ley prohíbe a los judíos. Todos vieron claramente que aquella era la razón de su muerte. 41Así que todos alababan las obras del Señor, justo juez, que descubre lo oculto, 42e hicieron rogativas para pedir que el pecado cometido quedara borrado por completo. Por su parte, el noble Judas arengó a la tropa a conservarse sin pecado, después de ver con sus propios ojos las consecuencias de los pecados de los que habían caído en la batalla. 43Luego recogió dos mil dracmas de plata entre sus hombres y las envió a Jerusalén para que ofreciesen un sacrificio de expiación. Obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección. 44Si no hubiera esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos. 45Pero, considerando que a los que habían muerto piadosamente les estaba reservado un magnífico premio, la idea era piadosa y santa. 46Por eso, encargó un sacrificio de expiación por los muertos, para que fueran liberados del pecado.

131En el año ciento cuarenta y nueve, los hombres de Judas se enteraron de que Antíoco Eupátor avanzaba sobre Judea con numerosas tropas, 2y que con él venía Lisias, su tutor y jefe de gobierno, cada uno con un ejército griego de ciento diez mil infantes, cinco mil trescientos jinetes, veintidós elefantes y trescientos carros armados con hoces. 3También Menelao se unió a ellos e incitaba taimadamente a Antíoco, no para salvar a su patria, sino con la idea de que lo restableciera en el poder. 4Pero el Rey de reyes excitó la cólera de Antíoco contra aquel malvado; Lisias demostró al rey que aquel hombre era el causante de todos los males, y Antíoco ordenó conducirlo a Berea y allí ejecutarlo según las costumbres del lugar. 5Hay en Berea una torre de veinticinco metros, llena de cenizas ardientes, provista de un dispositivo giratorio, inclinado por todas partes hacia las cenizas. 6Suben allí al reo de robo sacrílego o al autor de otros crímenes horrendos y lo precipitan para que perezca. 7Con tal suplicio murió el prevaricador Menelao, sin recibir siquiera sepultura. 8Y con toda justicia, puesto que tras haber cometido muchos delitos contra el altar, cuyo fuego y ceniza son sagrados, en la ceniza encontró la muerte. 9Avanzaba, pues, el rey con bárbaros sentimientos, dispuesto a tratar a los judíos peor que su padre. 10Al saberlo, Judas mandó a la gente que invocara al Señor día y noche, para que también en esta ocasión, como en otras, viniera en ayuda de quienes estaban a punto de ser privados de la ley, de la patria y del templo santo, 11y para que no permitiera que aquel pueblo, que comenzaba a vivir tranquilo, cayera en manos de gentiles irreverentes. 12Una vez que todos juntos cumplieron la orden y suplicaron al Señor misericordioso con lamentaciones, ayunos y postraciones durante tres días seguidos, Judas los animó y les mandó que estuvieran concentrados. 13Después de reunirse en privado con los ancianos, decidió que, antes de que el ejército real entrara en Judea y se hiciera dueño de la ciudad, los suyos salieran para resolver la situación con el auxilio de Dios. 14Judas, confiando el resultado al Creador del mundo, animó a sus hombres a combatir heroicamente hasta la muerte por las leyes, el templo, la ciudad, la patria y sus instituciones. Acampó en las cercanías de Modín. 15Dio a los suyos como contraseña «Victoria de Dios» y atacó de noche la tienda real con lo más escogido de los jóvenes. Mató en el campamento a unos dos mil hombres, y los suyos hirieron al principal de los elefantes con su conductor. 16Dejando el campamento lleno de terror y confusión, se retiraron victoriosos. 17Cuando el día despuntaba, todo había terminado, gracias a la protección que el Señor había prestado a Judas. 18El rey, que había experimentado ya la valentía de los judíos, intentó apoderarse de las posiciones con estratagemas. 19Se aproximó a Betsur, plaza fuerte de los judíos; pero fue rechazado, derrotado y vencido. 20Judas hizo llegar provisiones a los sitiados. 21Ródoco, un soldado del ejército judío, pasaba información secreta al enemigo; fue descubierto, capturado y ejecutado. 22El rey parlamentó por segunda vez con los de Betsur; hizo la paz con ellos; luego se retiró. Atacó a las tropas de Judas y fue vencido. 23Supo entonces que Filipo, a quien había dejado en Antioquía al frente del gobierno, se había sublevado. Consternado, llamó a los judíos, se avino a sus deseos y aceptó con juramento sus justas propuestas. Se reconcilió y ofreció un sacrificio, honró el santuario y se mostró generoso con el lugar santo. 24Acogió amablemente al Macabeo y dejó a Hegemónides como gobernador desde Tolemaida hasta la región de Guerar. 25Salió hacia Tolemaida. Sus habitantes estaban realmente irritados e indignados por los acuerdos, que querían rescindir. 26Lisias subió a la tribuna e hizo la mejor defensa que pudo de lo convenido; los convenció y calmó, disponiéndoles a la benevolencia. Luego partió hacia Antioquía. Esta es la historia de la expedición del rey y de su retirada.

141Después de un intervalo de tres años, los hombres de Judas supieron que Demetrio, hijo de Seleuco, había atracado en el puerto de Trípoli con un poderoso ejército y una flota, 2y que se había apoderado de la región, después de haber dado muerte a Antíoco y a su tutor Lisias. 3Un tal Alcimo, que antes había sido sumo sacerdote, pero que se había contaminado voluntariamente en tiempo de la rebelión, considerando que no tenía salida alguna ni un futuro acceso al sumo sacerdocio, 4fue al encuentro de Demetrio, hacia el año ciento cincuenta y uno, y le ofreció una corona de oro, una palma y además los ramos rituales de olivo del templo. Y por aquel día no hizo más. 5Pero, aprovechando una buena oportunidad para mostrar su insensatez, cuando Demetrio lo convocó a consejo y lo interrogó sobre las disposiciones y proyectos de los judíos, 6respondió: «Los judíos llamados Leales, encabezados por Judas Macabeo, fomentan guerras y rebeliones, para impedir que el reino disfrute de paz. 7Por eso, aunque despojado de mi dignidad hereditaria, me refiero al sumo sacerdocio, he venido aquí, 8en primer lugar con verdadera preocupación por los intereses del rey y, en segundo lugar, con la mirada puesta en mis propios compatriotas, pues por la locura de los hombres que he mencionado toda nuestra raza padece no pocos males. 9Tú, rey, informado con detalle de todo esto, mira por nuestro país y por nuestra raza asediada por todas partes, con esa comprensiva benevolencia que tienes para todos; 10pues mientras viva Judas, será imposible que el Estado tenga paz». 11En cuanto dijo esto, los demás consejeros que sentían aversión a la causa de Judas, se apresuraron a atizar la ira de Demetrio. 12Este designó inmediatamente a Nicanor, que había llegado a ser jefe de la sección de elefantes, lo nombró gobernador de Judea y lo envió 13con órdenes de eliminar a Judas, dispersar a todos sus hombres y restablecer a Alcimo como sumo sacerdote del más augusto templo. 14Los gentiles que habían huido de Judea por temor a Judas, se unieron en masa a Nicanor, imaginándose que las desgracias y reveses de los judíos les serían provechosos. 15Cuando los judíos se enteraron de la expedición de Nicanor y de la agresión de los gentiles, esparcieron ceniza sobre sus cabezas e imploraron a Aquel que por los siglos había sostenido a su pueblo y que protegía siempre su heredad con signos patentes. 16Por orden de su jefe, salieron inmediatamente de allí y trabaron combate con ellos junto a la aldea de Desáu. 17Simón, hermano de Judas, había trabado combate con Nicanor, pero sufrió un ligero revés, desconcertado por la repentina llegada de los enemigos. 18A pesar de esto, Nicanor, al tener noticia de la bravura de los hombres de Judas y del valor con que combatían por su patria, dudaba en resolver el conflicto por la sangre. 19Así que envió a Posidonio, Teódoto y Matatías para concertar la paz. 20Después de un maduro examen de las condiciones, el jefe se las comunicó a las tropas y, ante el parecer unánime, aceptaron el tratado de paz. 21Fijaron la fecha para una entrevista privada de los jefes en un lugar determinado. De ambos lados se adelantó un carro y prepararon asientos. 22Judas apostó hombres armados en lugares estratégicos, preparados para el caso de que se produjera alguna repentina traición de parte enemiga. La entrevista se desarrolló pacíficamente. 23Nicanor quedó algún tiempo en Jerusalén, sin hacer nada incorrecto y licenció a las turbas que, en masa, se le habían unido. 24Tenía siempre a Judas consigo; sentía una cordial simpatía hacia su persona. 25Le aconsejó que se casara y tuviera descendencia. Judas se casó, vivió felizmente y disfrutó de la vida ciudadana normal. 26Alcimo, al ver la recíproca benevolencia, se hizo con una copia del tratado y acudió a Demetrio. Le decía que Nicanor tenía sentimientos contrarios a los intereses del Estado, pues había designado como sucesor suyo a Judas, el conspirador contra el reino. 27El rey, excitado y fuera de sí por las calumnias de aquel perfecto canalla, escribió a Nicanor comunicándole que estaba disgustado por el pacto y ordenándole que inmediatamente mandara al Macabeo preso a Antioquía. 28Cuando Nicanor recibió la comunicación, quedó consternado, pues le desagradaba mucho anular lo convenido sin que aquel hombre hubiera cometido ninguna injusticia. 29Pero como no era posible oponerse al rey, buscaba la oportunidad de ejecutar la orden mediante alguna estratagema. 30Cuando Macabeo, por su parte, percibió que Nicanor le mostraba un trato más reservado y que se portaba con más frialdad que de costumbre, pensó que tal sequedad no presagiaba nada bueno, y reunió a muchos de los suyos para ocultarse de Nicanor. 31Este, al darse cuenta de que Judas había huido astutamente, se presentó en el más augusto y santo templo en el momento en que los sacerdotes ofrecían los sacrificios rituales, y les exigió que le entregaran a aquel hombre. 32Ellos aseguraron con juramento que no sabían dónde estaba el que buscaba. 33Entonces él, extendiendo la mano derecha hacia el santuario, hizo este juramento: «Si no me entregáis encadenado a Judas, arrasaré este recinto sagrado de Dios, destruiré el altar y aquí mismo levantaré un magnífico templo a Baco». 34Dicho esto se fue. Los sacerdotes con las manos tendidas al cielo invocaban a Aquel que sin cesar había combatido en favor de nuestra nación, diciendo: 35«Tú, Señor de todas las cosas, que nada necesitas, has querido establecer el santuario de tu morada entre nosotros. 36También ahora, oh Santo, Señor de toda santidad, conserva siempre incontaminada esta Casa, purificada hace poco». 37Razías, uno de los ancianos de Jerusalén, fue denunciado a Nicanor. Era hombre amante de sus conciudadanos, muy bien considerado, llamado por su buen corazón «padre de los judíos», 38pues, en los tiempos que precedieron a la rebelión, había sido acusado de judaísmo y por el judaísmo había expuesto cuerpo y alma con perseverante constancia. 39Queriendo Nicanor hacer patente su hostilidad hacia los judíos, envió más de quinientos soldados para arrestarlo, 40pues le parecía que arrestándolo a él les daría un duro golpe. 41Cuando las tropas estaban a punto de apoderarse de la torre, forzando la puerta del patio y con orden de prender fuego e incendiar las puertas, Razías, acosado por todas partes, se echó sobre su espada. 42Prefirió morir con honor antes que caer en manos criminales y soportar afrentas indignas de su honradez. 43Sin embargo, como por la precipitación del combate no había acertado a herirse de muerte y las tropas irrumpían puertas adentro, subió valerosamente a lo alto del muro y se precipitó con bravura sobre las tropas; 44pero al retroceder estas rápidamente dejando un vacío, vino él a caer en medio del espacio libre. 45Todavía con vida y enardecido su ánimo, se levantó derramando sangre a chorros; a pesar de las graves heridas, atravesó corriendo por entre las tropas, y se encaramó a una roca escarpada. 46Ya completamente exangüe, se arrancó las entrañas y tomándolas con ambas manos, las arrojó contra las tropas. Y después de invocar al Dueño de la vida y del espíritu para que se los devolviera algún día, expiró.

151Nicanor supo que los hombres de Judas se hallaban en la región de Samaría y decidió atacarlos sin riesgo en el día del descanso. 2Los judíos que contra su voluntad lo acompañaban le decían: «No los mates así de modo tan salvaje y bárbaro; respeta y honra más bien el día que con preferencia ha sido santificado por Aquel que todo lo ve». 3Aquel hombre tres veces criminal preguntó si en el cielo había un Soberano que hubiera prescrito celebrar el día del sábado. 4Ellos le replicaron: «Es el mismo Señor que vive como Soberano en el cielo el que mandó observar el día séptimo». 5Entonces Nicanor replicó: «También yo soy soberano en la tierra: el que ordena tomar las armas y prestar servicio al rey». Pero no pudo llevar a cabo su bárbaro proyecto. 6Nicanor, jactándose con altivez, se proponía erigir un monumento público a su victoria con los despojos de los hombres de Judas. 7Macabeo, por su parte, mantenía perseverante su confianza, con la firme esperanza de recibir ayuda de parte del Señor, 8y exhortaba a los que le acompañaban a no temer el ataque de los gentiles, teniendo presentes en la mente los auxilios que antes les habían venido del cielo, y a esperar también ahora la victoria que les habría de venir de parte del Todopoderoso. 9Los animaba citando la Ley y los Profetas, y les recordaba los combates que habían llevado a cabo. De este modo les infundía mayor ardor. 10Encendidos así los ánimos, les hizo ver además la perfidia de los gentiles que violaban sus juramentos. 11Armó a cada uno de ellos, no tanto con la seguridad que dan los escudos y las lanzas, como con el ánimo de sus alentadoras palabras. Les refirió además un sueño digno de crédito, una especie de visión, que alegró a todos. 12Su sueño era este: Onías, el antiguo sumo sacerdote, hombre bueno y bondadoso, afable, de suaves maneras, distinguido en su conversación, ejercitado desde la niñez por la práctica de la virtud, suplicaba con las manos extendidas por toda la nación judía. 13Luego, en igual actitud, se apareció a Judas un hombre que se distinguía por sus blancos cabellos y su dignidad, rodeado de admirable y majestuosa soberanía. 14Onías tomó la palabra para decir: «Este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por el pueblo y por la ciudad santa: Jeremías, el profeta de Dios». 15Entonces Jeremías extendió su mano derecha y entregó a Judas una espada de oro; al dársela, pronunciaba estas palabras: 16«Recibe de parte de Dios esta espada sagrada como regalo; con ella exterminarás a tus enemigos». 17Animados por estas bellas palabras de Judas, capaces de estimular el valor y de robustecer los espíritus jóvenes, decidieron no entretenerse en montar el campamento, sino lanzarse valerosamente a la ofensiva y, en un cuerpo a cuerpo, aventurar la resolución de aquella situación, porque peligraban la ciudad, la religión y el templo. 18En verdad que la preocupación por sus mujeres e hijos, por sus hermanos y parientes, quedaba en segundo lugar; el primero y principal era el santuario consagrado. 19Igualmente para los que habían quedado en la ciudad no era menor la ansiedad, preocupados como estaban por el ataque en campo abierto. 20Todos aguardaban el desenlace inminente. Los enemigos se habían concentrado y el ejército se había alineado en orden de batalla. Los elefantes se habían situado en puntos estratégicos, y la caballería estaba dispuesta en los flancos. 21Entonces, Macabeo, al observar el despliegue de las tropas, la variedad de las armas preparadas y el fiero aspecto de los elefantes, levantó las manos al cielo e invocó al Señor que hace prodigios, pues bien sabía que, no por las armas, sino según su decisión, concede él la victoria a los que la merecen. 22Hizo la siguiente invocación: «Tú, Soberano, enviaste tu ángel a Ezequías, rey de Judá, que dio muerte a cerca de ciento ochenta y cinco mil hombres del ejército de Senaquerib; 23ahora también, Señor de los cielos, envía un ángel bueno delante de nosotros para infundirles temor y espanto. 24¡Que el poder de tu brazo hiera a los que, blasfemando, han venido a atacar a tu pueblo santo!». Así terminó su oración. 25Mientras la gente de Nicanor avanzaba al son de trompetas y cantos de guerra, 26los hombres de Judas entablaron combate con el enemigo entre invocaciones y plegarias. 27Combatían con sus manos, pero oraban a Dios en su corazón; así abatieron no menos de treinta y cinco mil hombres, rebosando de alegría por la intervención manifiesta de Dios. 28Al volver de su empresa, en gozoso retorno, reconocieron a Nicanor caído, con la armadura puesta. 29En medio del griterío y alboroto, bendecían al Señor en su lengua patria. 30Entonces Judas, el que se había entregado en cuerpo y alma y en primera fila al bien de sus conciudadanos, y había guardado hacia sus compatriotas los buenos sentimientos de su juventud, mandó cortar a Nicanor la cabeza y el brazo hasta el hombro, y llevarlos a Jerusalén. 31Llegado allí convocó a sus compatriotas, colocó a los sacerdotes ante el altar e hizo venir a los de la acrópolis. 32Les mostró la cabeza del infame Nicanor y el brazo que aquel blasfemo había tendido con insolencia contra la santa morada del Todopoderoso. 33Después de mandar que cortaran la lengua del impío Nicanor, ordenó que se echara en trozos a los pájaros y que el brazo se colgara delante del santuario en pago por su insensatez. 34Todos elevaron entonces sus bendiciones al cielo en honor del Señor que se les había manifestado. Decían: «Bendito tú que has conservado sin mancha tu morada». 35Judas mandó colgar la cabeza de Nicanor en la acrópolis, como señal manifiesta y visible para todos del auxilio del Señor. 36Decretaron de común acuerdo no dejar pasar aquella jornada sin solemnizarla y celebrarla como fiesta el trece del mes decimosegundo —llamado adar en arameo—, víspera del Día de Mardoqueo. 37Así acabó la historia de Nicanor. Como desde aquella época la ciudad ha quedado en poder de los hebreos, yo también terminaré aquí mi obra. 38Si la composición ha quedado bella y lograda, era eso lo que yo pretendía; si imperfecta y mediocre, diré que he hecho cuanto me ha sido posible. 39Es perjudicial beber vino solo o sola agua; en cambio, el vino mezclado con agua, es agradable; es un placer para el gusto. Igualmente el estilo variado del relato encanta los oídos de los que leen la obra. Doy aquí fin a mi trabajo.

https://www.conferenciaepiscopal.es/biblia/2-macabeos/

ANTIGUO TESTAMENTO

LIBROS HISTÓRICOS

MACABEOS 1

11Alejandro el macedonio, hijo de Filipo, que ocupaba el trono de Grecia, salió de Macedonia, derrotó y suplantó a Darío, rey de Persia y Media, 2entabló numerosos combates, ocupó fortalezas, asesinó a reyes, 3llegó hasta el confín del mundo, saqueó innumerables naciones. Cuando la tierra enmudeció ante él, su corazón se llenó de soberbia y de orgullo; 4reunió un ejército potentísimo y dominó países, pueblos y soberanos, que le pagaron tributo. 5Pero después cayó en cama y, cuando vio cercana la muerte, 6llamó a los generales más ilustres, educados con él desde la juventud, y les repartió el reino antes de morir. 7A los doce años de reinado, Alejandro murió, 8y sus generales se hicieron cargo del gobierno, cada cual en su territorio; 9al morir Alejandro todos ciñeron la corona real; y después, durante muchos años, lo hicieron sus hijos, que multiplicaron las desgracias del mundo. 10De ellos brotó un vástago perverso, Antíoco Epífanes, hijo del rey Antíoco. Había estado en Roma como rehén y subió al trono el año ciento treinta y siete de la era seléucida. 11Por entonces surgieron en Israel hijos apóstatas que convencieron a muchos: «Vayamos y pactemos con las naciones vecinas, pues desde que nos hemos aislado de ellas nos han venido muchas desgracias». 12Les gustó la propuesta 13y algunos del pueblo decidieron acudir al rey. El rey les autorizó a adoptar la legislación pagana; y entonces, acomodándose a las costumbres de los gentiles, 14construyeron en Jerusalén un gimnasio, 15disimularon la circuncisión, apostataron de la alianza santa, se asociaron a los gentiles y se vendieron para hacer el mal. 16Cuando ya se sintió seguro en el trono, Antíoco se propuso reinar también sobre Egipto, para ser así rey de dos reinos. 17Invadió Egipto con un poderoso ejército, con carros, elefantes, caballos y una gran flota. 18Atacó a Tolomeo, rey de Egipto. Tolomeo retrocedió y huyó, sufriendo muchas bajas. 19Entonces Antíoco ocupó las plazas fuertes de Egipto y saqueó el país. 20Cuando volvía de conquistar Egipto, el año ciento cuarenta y tres, subió contra Israel y contra Jerusalén con un poderoso ejército. 21Entró con arrogancia en el santuario, robó el altar de oro, el candelabro y todos sus accesorios, 22la mesa de los panes presentados, las copas para la libación, las fuentes y los incensarios de oro, la cortina y las coronas. Y arrancó todo el decorado de oro de la fachada del templo; 23se incautó también de la plata y el oro, la vajilla de valor y los tesoros escondidos que encontró, 24y se lo llevó todo a su tierra, después de verter mucha sangre y de proferir fanfarronadas increíbles. 25Un lamento por Israel se oyó en todo el país. 26Gimieron los príncipes y los ancianos, | desfallecieron doncellas y jóvenes, | se marchitó la belleza de las mujeres. 27Entonó el esposo una elegía, | la esposa hizo duelo sentada en la alcoba. 28La tierra tembló por sus habitantes, | y toda la casa de Jacob se cubrió de vergüenza. 29Dos años después el rey envió un recaudador fiscal que se presentó en Jerusalén con un poderoso ejército. 30Hablaba pérfidamente en son de paz. La gente se fio de él. Entonces cayó de improviso sobre la ciudad, le asestó un duro golpe y mató a muchos israelitas. 31Saqueó la ciudad, la incendió y arrasó sus casas y la muralla que la rodeaba. 32Se llevaron cautivos a las mujeres y los niños y se apoderaron del ganado. 33Después reconstruyeron la Ciudad de David, rodeándola de una muralla alta y maciza, con sólidas torres, y se convirtió en su acrópolis. 34Instalaron allí a gentes perversas, judíos renegados que se hicieron fuertes en ella. 35Se aprovisionaron de armas y víveres, y depositaron en ella el botín que habían recogido en Jerusalén. Se convirtieron en un enclave peligroso. 36Se convirtió en una insidia contra el santuario, | en una continua amenaza para Israel. 37Derramaron sangre inocente en torno al santuario, | y profanaron el santuario. 38Los habitantes de Jerusalén huyeron por su causa, | la ciudad se convirtió en morada de extranjeros. | Se hizo extraña para sus nativos | y sus propios hijos la abandonaron. 39Su santuario quedó desolado como un desierto, | sus fiestas convertidas en duelo, | sus sábados en irrisión, | su honor en desprecio. 40Su deshonra igualó a su fama, | su grandeza se mudó en duelo. 41El rey decretó la unidad nacional para todos los súbditos de su reino, 42obligando a cada uno a abandonar la legislación propia. Todas las naciones acataron la orden del rey 43e incluso muchos israelitas adoptaron la religión oficial: ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el sábado. 44El rey despachó correos a Jerusalén y a las ciudades de Judá, con órdenes escritas: tenían que adoptar la legislación extranjera, 45se prohibía ofrecer en el santuario holocaustos, sacrificios y libaciones, y guardar los sábados y las fiestas; 46se mandaba contaminar el santuario y a los fieles, 47construyendo aras, templos y capillas idolátricas, sacrificando cerdos y animales inmundos; 48tenían que dejar sin circuncidar a los niños y profanarse a sí mismos con toda clase de impurezas y abominaciones, 49de manera que olvidaran la ley y cambiaran todas las costumbres. 50El que no cumpliese la orden del rey sería condenado a muerte. 51En estos términos escribió el rey a todos sus súbditos. Nombró inspectores para todo el pueblo, y mandó que en todas las ciudades de Judá, una tras otra, se ofreciesen sacrificios. 52Se les unió mucha gente del pueblo, todos ellos traidores a la ley, y cometieron tales tropelías en el país 53que los israelitas tuvieron que esconderse en cualquier refugio disponible. 54El día quince de casleu del año ciento cuarenta y cinco, el rey Antíoco mandó poner sobre el altar de los holocaustos la abominación de la desolación; y fueron poniendo aras por todas las poblaciones judías del contorno. 55Quemaban incienso ante las puertas de las casas y en las plazas. 56Rasgaban y echaban al fuego los libros de la ley que encontraban; 57al que le descubrían en casa un libro de la Alianza, y a quien vivía de acuerdo con la ley, lo ajusticiaban según el decreto real. 58Como tenían el poder, todos los meses hacían lo mismo a los israelitas que se encontraban en las ciudades. 59El veinticinco de cada mes sacrificaban sobre el ara pagana que se hallaba encima del altar de los holocaustos. 60A las madres que circuncidaban a sus hijos, las mataban como ordenaba el edicto 61con las criaturas colgadas al cuello; y mataban también a sus familiares y a los que habían circuncidado a los niños. 62Pero hubo muchos israelitas que resistieron, haciendo el firme propósito de no comer alimentos impuros. 63Prefirieron la muerte antes que contaminarse con aquellos alimentos y profanar la Alianza santa. Y murieron. 64Una cólera terrible se abatió sobre Israel.

21Por entonces surgió Matatías, hijo de Juan, hijo de Simón sacerdote de la familia de Joarib; aunque oriundo de Jerusalén, se había establecido en Modín. 2Tenía cinco hijos: Juan, apodado el Feliz; 3Simón, llamado el Fanático; 4Judas, llamado Macabeo; 5Eleazar, llamado Avarán; y Jonatán, llamado Apfús. 6Al ver Matatías los sacrilegios que se cometían en Judá y en Jerusalén, 7exclamó: «¡Ay de mí! ¿Por qué nací para ver la ruina de mi pueblo y la ruina de la ciudad santa, y quedarme ahí sentado, cuando la ciudad es entregada en manos de enemigos, y su santuario en poder extraño? 8Ha quedado su templo como varón sin honor, 9el ajuar que era su gloria, llevado como botín; | asesinados sus niños en las plazas, | y sus jóvenes, por la espada enemiga. 10¿Qué nación no ha ocupado sus dominios | y no se ha apropiado de sus despojos? 11Todas sus joyas le han sido arrancadas | y la que antes era libre, ahora es esclava. 12Ahí está: nuestro santuario, belleza y gloria nuestra, | está desolado, profanado por los gentiles. 13¿Para qué seguir viviendo?». 14Matatías y sus hijos se rasgaron las vestiduras, se vistieron de sayal e hicieron gran duelo. 15Los funcionarios reales, encargados de imponer la apostasía, llegaron a Modín para que la gente ofreciese sacrificios, 16y muchos israelitas acudieron a ellos. Matatías y sus hijos se reunieron aparte. 17Los funcionarios del rey tomaron la palabra y dijeron a Matatías: «Tú eres una persona ilustre, un hombre importante en esta ciudad, y estás respaldado por tus hijos y parientes. 18Adelántate el primero, haz lo que manda el rey, como lo han hecho todas las naciones; y los mismos judíos, y los que han quedado en Jerusalén. Tú y tus hijos recibiréis el título de Amigos del rey; os premiarán con oro y plata y muchos regalos». 19Pero Matatías respondió en voz alta: «Aunque todos los súbditos del rey le obedezcan apostatando de la religión de sus padres y aunque prefieran cumplir sus órdenes, 20yo, mis hijos y mis parientes viviremos según la Alianza de nuestros padres. 21¡Dios me libre de abandonar la ley y nuestras costumbres! 22No obedeceremos las órdenes del rey, desviándonos de nuestra religión ni a derecha ni a izquierda». 23Nada más decirlo, un judío se adelantó a la vista de todos, dispuesto a sacrificar sobre el ara de Modín, como lo mandaba el rey. 24Al verlo, Matatías se indignó, tembló de cólera y, en un arrebato de ira santa, corrió a degollar a aquel hombre sobre el ara. 25Y, acto seguido, mató al funcionario real que obligaba a sacrificar y derribó el ara. 26Lleno de celo por la ley, hizo lo que Pinjás a Zimrí, hijo de Salu. 27Luego empezó a decir a voz en grito por la ciudad: «¡Todo el que sienta celo por la ley y quiera mantener la Alianza, que me siga!». 28Y se echó al monte, con sus hijos, dejando en la ciudad todo cuanto tenía. 29Por entonces, muchos decidieron bajar al desierto para instalarse allí, porque deseaban vivir santamente de acuerdo con el derecho y la justicia, 30ellos, con sus hijos, mujeres y ganados, porque las desgracias habían llegado al colmo. 31Los funcionarios reales y la guarnición de Jerusalén, Ciudad de David, recibieron el aviso de que unos hombres que rechazaban el mandato real habían bajado a las cuevas del desierto. 32Muchos soldados corrieron tras ellos y los alcanzaron. Acamparon junto a ellos y se prepararon para atacarlos en un día de sábado. 33Les conminaron: «¡Ya basta! Si salís y obedecéis la orden del rey, salvaréis vuestras vidas». 34Pero ellos respondieron: «No saldremos ni obedeceremos la orden del rey, profanando el sábado». 35Los soldados los atacaron inmediatamente. 36Pero ellos no les replicaron ni les tiraron piedras ni se atrincheraron en las cuevas, 37sino que dijeron: «¡Muramos todos con la conciencia limpia! El cielo y la tierra son testigos de que nos matáis injustamente». 38Así que los atacaron en sábado y murieron ellos, con sus mujeres, hijos y ganados: unas mil personas. 39Cuando Matatías y los suyos lo supieron, hicieron gran duelo por ellos, 40y comentaban entre sí: «Si todos actuamos como nuestros hermanos, sin luchar contra los gentiles por nuestra vida y por nuestras normas, muy pronto nos exterminarán de la tierra». 41Aquel mismo día tomaron esta decisión: «A todo el que venga a atacarnos en sábado, le haremos frente para no morir todos como murieron nuestros hermanos en las cuevas». 42Por entonces se les agregó el grupo de «los leales», israelitas valientes, todos entregados de corazón a la ley; 43se les sumaron también como refuerzos todos los que querían escapar de aquellas desgracias. 44Organizaron un ejército y descargaron su ira contra los pecadores y su cólera contra los apóstatas. Los que se libraron del ataque fueron a refugiarse entre los gentiles. 45Matatías y sus partidarios organizaron una correría, derribaron las aras, 46circuncidaron por la fuerza a los niños no circuncidados que encontraban en territorio israelita 47y persiguieron a los insolentes; la campaña fue un éxito, 48de manera que rescataron la ley de manos de los gentiles y sus reyes, y mantuvieron a raya a los malvados. 49Cuando le llegó la hora de morir, Matatías dijo a sus hijos: «Hoy triunfan la insolencia y el descaro; | son tiempos de subversión y de ira, 50Ahora, hijos míos, sed celosos de la ley | y dad la vida por la Alianza de vuestros padres. 51Recordad las hazañas que hicieron nuestros padres en su tiempo | y conseguiréis gloria sin par y fama perpetua. 52Abrahán demostró su fidelidad en la prueba, | y le fue contado como justicia. 53José, en el tiempo de su angustia, observó la ley | y llegó a ser señor de Egipto. 54Pinjás, nuestro padre, por su ardiente celo, | alcanzó la Alianza de un sacerdocio eterno. 55Josué, por cumplir el mandato, | llegó a ser juez de Israel. 56Caleb, por su testimonio ante la asamblea, | recibió su patrimonio en la tierra. 57David, por su misericordia, | obtuvo el trono real para siempre. 58Fue arrebatado al cielo Elías, | por su ardiente celo de la ley. 59Ananías, Azarías y Misael, por su confianza, | se salvaron de la hoguera. 60Por su inocencia, Daniel | se salvó de las fauces de los leones. 61Y así, repasad cada generación: | los que esperan en Dios no desfallecen. 62No temáis las palabras de un hombre pecador, | pues su fasto acabará en estiércol y gusanos; 63hoy es exaltado y mañana desaparecerá: | retornará al polvo y sus planes fracasarán. 64Hijos míos, sed valientes en defender la ley, | que ella será vuestra gloria. 65Mirad, sé que vuestro hermano Simón es prudente; obedecedlo siempre, que él será vuestro padre. 66Y Judas Macabeo, aguerrido desde joven, será vuestro caudillo y dirigirá la guerra contra el extranjero. 67Vosotros ganaos a todos los que guardan la ley y vengad a vuestro pueblo; 68dad a los gentiles su merecido y cumplid cuidadosamente los preceptos de la ley». 69Y, después de bendecirlos, fue a reunirse con sus antepasados. 70Murió el año ciento cuarenta y seis. Lo enterraron en la sepultura familiar, en Modín, y todo Israel le hizo solemnes funerales.

31Sucedió a Matatías su hijo Judas, apodado Macabeo. 2Le apoyaban todos sus hermanos y todos los partidarios de su padre, que seguían luchando por Israel llenos de entusiasmo. 3Judas dilató la fama de su pueblo; | vistió la coraza como un gigante, | ciñó sus armas y entabló combates, | protegiendo sus campamentos con la espada. 4Fue un león con sus hazañas, | un cachorro que ruge por la presa. 5Rastreó y persiguió a los apóstatas, | quemó a los agitadores del pueblo. 6Por miedo a Judas, los apóstatas se acobardaron, | los malhechores quedaron consternados; | y por él se consiguió la liberación. 7Hizo sufrir a muchos reyes, | alegró a Jacob con sus hazañas, | su recuerdo será siempre bendito. 8Recorrió las ciudades de Judá, | exterminando de ella a los impíos; | apartó de Israel la cólera divina. 9Su renombre llenó la tierra, | porque reunió a los que estaban perdidos. 10Apolonio reunió un ejército extranjero y un gran contingente de Samaría para luchar contra Israel. 11Cuando lo supo Judas, salió a hacerle frente, lo derrotó y lo mató. Muchos fueron los caídos, y los supervivientes huyeron. 12Al recoger los despojos, Judas se quedó con la espada de Apolonio y la usó siempre en la guerra. 13Cuando Serón, general en jefe del ejército sirio, se enteró de que Judas había reunido en torno a sí una tropa numerosa de hombres adictos en edad militar, 14se dijo: «Voy a ganar fama y renombre en el reino, luchando contra Judas y los suyos, esos que despreciaron la orden del rey». 15Se le sumó un poderoso ejército de gente impía, que subió con él para ayudarle a vengarse de los hijos de Israel. 16Cuando llegaba cerca de la cuesta de Bet Jorón, Judas le salió al encuentro con un puñado de hombres; 17pero al ver el ejército que venía de frente, dijeron a Judas: «¿Cómo vamos a luchar contra esa multitud bien armada, siendo nosotros tan pocos? Y además estamos agotados, porque no hemos comido en todo el día». 18Judas respondió: «Es fácil que muchos caigan en manos de pocos, pues al Cielo lo mismo le cuesta salvar con muchos que con pocos; 19la victoria no depende del número de soldados, pues la fuerza llega del cielo. 20Ellos vienen a atacarnos llenos de insolencia e impiedad, para aniquilarnos y saquearnos a nosotros, a nuestras mujeres y a nuestros hijos, 21mientras que nosotros luchamos por nuestra vida y nuestra religión. 22El Señor los aplastará ante nosotros. No les temáis». 23Nada más terminar de hablar, se lanzó contra ellos de repente. Derrotaron a Serón y su ejército, 24y lo persiguieron por la bajada de Bet Jorón hasta la llanura. Serón tuvo unas ochocientas bajas y los demás huyeron al territorio filisteo. 25Judas y sus hermanos empezaron a ser temidos y una ola de pánico cayó sobre las naciones vecinas. 26Su fama llegó a oídos del rey, porque las naciones comentaban las batallas de Judas. 27Cuando el rey Antíoco se enteró, montó en cólera y mandó juntar todas las fuerzas de su reino, un ejército poderosísimo. 28Abrió su tesoro y dio a las tropas la soldada de un año con la orden de que estuvieran preparadas para cualquier evento. 29Pero advirtió que se le acababa el dinero del tesoro y que los tributos de la región eran escasos, debido a las revueltas y calamidades que él había provocado en el país al suprimir las leyes que estaban en vigor desde los primeros tiempos. 30Como le había ocurrido más de una vez, temió entonces no tener para los gastos y donativos que antes solía prodigar, superando en ello a sus predecesores. 31Hallándose, pues, en tan grave aprieto, resolvió ir a Persia para recoger los tributos de aquellas provincias y reunir mucho dinero. 32A Lisias, personaje de la nobleza y de la familia real, lo dejó al frente del gobierno, desde el río Éufrates hasta la frontera de Egipto; 33le confió la tutela de su hijo Antíoco hasta su vuelta; 34puso a su disposición la mitad de sus tropas y de sus elefantes, y le dio orden de ejecutar cuanto había resuelto. En lo que tocaba a los habitantes de Judea y Jerusalén, 35debía enviar contra ellos un ejército que exterminara y aniquilara las fuerzas de Israel y a los que quedaban en Jerusalén, hasta borrar su recuerdo del lugar. 36Luego establecería extranjeros en todo su territorio y repartiría sus tierras entre ellos. 37El rey, por su parte, tomando consigo la otra mitad del ejército, partió de Antioquía, capital de su reino, el año ciento cuarenta y siete. Atravesó el río Éufrates y prosiguió su marcha a través de las provincias del Norte. 38Lisias eligió a Tolomeo, hijo de Dorimeno, a Nicanor y a Gorgias, hombres poderosos entre los Amigos del rey, 39y envió con ellos cuarenta mil infantes y siete mil jinetes a invadir y arrasar la tierra de Judá, como había ordenado el rey. 40Partieron con todo su ejército, llegaron y acamparon cerca de Emaús, en la llanura. 41Cuando los mercaderes de la región oyeron hablar de ellos, tomaron grandes sumas de plata y oro, además de cadenas, y se fueron al campamento para adquirir como esclavos a los hijos de Israel. Al ejército se les unieron también tropas de Idumea y de la tierra de los filisteos. 42Judas y sus hermanos comprendieron que la situación era grave: el ejército estaba acampado en su territorio y conocían la consigna del rey de destruir el pueblo y acabar con él. 43Y se dijeron unos a otros: «Reparemos la ruina de nuestro pueblo y luchemos por nuestro pueblo y por el santuario». 44Se convocó la asamblea para prepararse a la guerra y hacer oración, pidiendo piedad y misericordia. 45Jerusalén estaba despoblada como un desierto, | ninguno de sus hijos entraba ni salía; | pisoteado el santuario, | extranjeros en la acrópolis, | convertida en albergue de gentiles. | Jacob había perdido la alegría, | no sonaba ya la cítara ni la flauta. 46Por eso, una vez reunidos se fueron a Mispá, frente a Jerusalén, porque tiempo atrás había habido en Mispá un lugar de oración para Israel. 47Ayunaron aquel día, se vistieron de sayal, se esparcieron ceniza sobre la cabeza y se rasgaron las vestiduras. 48Desenrollaron el volumen de la ley para consultarlo, como los gentiles consultan las imágenes de sus ídolos. 49Llevaron los ornamentos sacerdotales, las primicias y los diezmos, e hicieron comparecer a los nazireos que habían cumplido su voto. 50Levantaron sus clamores al Cielo diciendo: «¿Qué haremos con estos? ¿A dónde los llevaremos? 51Tu santuario está pisoteado y profanado, tus sacerdotes tristes y humillados; 52ya ves, los gentiles se han reunido contra nosotros para aniquilarnos. Tú conoces lo que traman contra nosotros. 53¿Cómo podremos resistirles, si tú no nos auxilias?». 54Hicieron sonar las trompetas y lanzaron el alarido. 55A continuación, Judas nombró jefes del pueblo: jefes de mil hombres, de cien, de cincuenta y de diez. 56A los que estaban construyendo casas, a los que acababan de casarse o a los que acababan de plantar una viña y a los miedosos, les mandó, conforme a la ley, que se volvieran a sus casas. 57Luego, el ejército se puso en marcha y acamparon al sur de Emaús. 58Judas les ordenó: «¡Preparaos! Sed valientes y estad dispuestos de madrugada para entrar en batalla con estos gentiles que se han coaligado contra nosotros para aniquilarnos a nosotros y nuestro santuario. 59Más vale morir en la batalla que quedarnos mirando las desgracias de nuestra nación y del santuario. 60Lo que el Cielo tenga dispuesto, lo cumplirá».

41Gorgias emprendió la marcha de noche con cinco mil hombres y mil jinetes escogidos, 2con la intención de caer sobre el campamento de los judíos y derrotarlos por sorpresa. Gente de la acrópolis de Jerusalén le servía de guía. 3Pero lo supo Judas y salió él a su vez con sus guerreros para derrotar al ejército real que quedaba en Emaús, 4mientras las tropas aún estaban dispersas fuera del campamento. 5Gorgias llegó de noche al campamento de Judas y, al no encontrar a nadie, los estuvo buscando por los montes, pues decía: «Estos van huyendo de nosotros». 6Al rayar el día, apareció Judas en la llanura con tres mil hombres. Solo que no tenían escudos ni espadas como hubiesen querido. 7Cuando vieron el campamento de los gentiles fortificado, bien atrincherado, rodeado de la caballería y con tropas aguerridas, 8Judas arengó a los suyos: «No temáis su número, ni su pujanza os acobarde. 9Recordad cómo se salvaron nuestros antepasados en el mar Rojo, cuando el faraón los perseguía con su ejército. 10Clamemos ahora al Cielo, a ver si tiene piedad de nosotros, recuerda la Alianza con nuestros padres y aplasta hoy este campamento ante nosotros. 11Así todas las naciones reconocerán que hay quien rescata y salva a Israel». 12Los extranjeros alzaron los ojos y, viendo a los judíos que venían contra ellos, 13salieron del campamento dispuestos a luchar. Los soldados de Judas hicieron sonar la trompeta 14y entraron en combate. Salieron derrotados los gentiles y huyeron hacia la llanura. 15Todos los rezagados cayeron a filo de espada. Los de Judas los persiguieron hasta Guézer y hasta las llanuras de Idumea, Azoto y Yamnia; de ellos cayeron hasta tres mil hombres. 16Judas regresó con su ejército de la persecución 17y advirtió al pueblo: «Contened vuestros deseos de botín, que otra batalla nos amenaza; 18Gorgias y su ejército se encuentran cerca de nosotros en los montes. Haced frente ahora a nuestros enemigos y combatid contra ellos; después podéis haceros con el botín tranquilamente». 19Apenas había acabado Judas de hablar, cuando se dejó ver un destacamento que asomaba por el monte. 20Al ver que los suyos habían huido y que el campamento había sido incendiado, como se lo daba a entender la humareda que divisaban, 21se llenaron de temor; y observando además en la llanura al ejército de Judas dispuesto para el combate, 22huyeron todos a la tierra de los filisteos. 23Judas se volvió entonces al campamento para saquearlo. Recogieron mucho oro y plata, telas teñidas en púrpura roja y violeta, y muchas otras riquezas. 24De regreso cantaban y bendecían al Cielo: «Porque es bueno, porque es eterno su amor». 25En aquel día Israel experimentó una gran liberación. 26Los extranjeros que habían podido escapar con vida se fueron a comunicar a Lisias todo lo que había ocurrido. 27Al oírlos quedó consternado y abatido porque a Israel no le había sucedido lo que él quería ni las cosas habían salido como el rey se lo tenía ordenado. 28Así que al año siguiente, Lisias reclutó sesenta mil hombres escogidos y cinco mil jinetes para combatir contra los judíos. 29Llegaron a Idumea y acamparon en Bet Sur. Judas fue a su encuentro con diez mil hombres, 30y cuando vio aquel poderoso ejército, oró diciendo: «Bendito eres, Salvador de Israel, que quebrantaste el ímpetu de aquel gigante por mano de tu siervo David y entregaste el campamento de los filisteos en manos de Jonatán, hijo de Saúl, y de su escudero. 31Pon de la misma manera ese ejército en manos de tu pueblo Israel y queden avergonzados de sus infantes y de su caballería. 32Infúndeles miedo, disuelve la confianza que ponen en su fuerza y queden abatidos con su derrota. 33Hazles sucumbir bajo la espada de los que te aman y entonen himnos en tu alabanza todos los que conocen tu Nombre». 34Lucharon cuerpo a cuerpo y cayeron unos cinco mil hombres del ejército de Lisias. 35Al ver Lisias rotas sus líneas de combate y la intrepidez de los soldados de Judas, y cómo estaban resueltos a vivir o morir heroicamente, marchó a Antioquía para reclutar mercenarios con ánimo de presentarse de nuevo en Judea con fuerzas más numerosas. 36Judas y sus hermanos propusieron: «Nuestros enemigos están vencidos; subamos, pues, a purificar el santuario y a restaurarlo». 37Se reunió todo el ejército y subieron al monte Sión. 38Cuando vieron el santuario desolado, el altar profanado, las puertas quemadas, la maleza crecida en los atrios como en un bosque o en un monte cualquiera, y las dependencias derruidas, 39se rasgaron las vestiduras, hicieron gran duelo y se pusieron ceniza sobre sus cabezas. 40Cayeron rostro en tierra y, a una señal dada por las trompetas, alzaron sus clamores al Cielo. 41Judas dio orden a sus hombres de combatir a los de la acrópolis hasta terminar la purificación del santuario. 42Luego eligió sacerdotes irreprochables, observantes de la ley, 43que purificaron el santuario y arrojaron las piedras contaminadas a un lugar inmundo. 44Deliberaron sobre lo que había de hacerse con el altar de los holocaustos que estaba profanado. 45Con buen parecer acordaron demolerlo para que no fuese motivo de oprobio, dado que los gentiles lo habían contaminado. Así que demolieron el altar 46y depositaron sus piedras en el monte del templo, en un lugar conveniente, hasta que surgiera un profeta que resolviera el caso. 47Tomaron luego piedras sin tallar, como prescribía la ley, y construyeron un altar nuevo igual que el anterior. 48Restauraron el santuario y el interior del edificio y consagraron los atrios. 49Renovaron los utensilios sagrados y metieron en el santuario el candelabro, el altar del incienso y la mesa. 50Quemaron incienso sobre el altar y encendieron las lámparas del candelabro para que iluminaran el santuario. 51Cuando pusieron panes sobre la mesa y corrieron las cortinas, dieron fin a la obra que habían emprendido. 52El año ciento cuarenta y ocho, el día veinticinco del mes noveno (es decir, casleu), todos madrugaron 53para ofrecer un sacrificio, según la ley, en el nuevo altar de los holocaustos que habían reconstruido. 54Precisamente en el aniversario del día en que lo habían profanado los gentiles, lo volvieron a consagrar, cantando himnos y tocando cítaras, laúdes y timbales. 55Todo el pueblo se postró en tierra adorando y alabando al Cielo, que les había dado el triunfo. 56Durante ocho días celebraron la consagración, ofreciendo con alegría holocaustos y sacrificios de comunión y de alabanza. 57Decoraron la fachada del santuario con coronas de oro y escudos. Restauraron también el portal y las dependencias, poniéndoles puertas. 58El pueblo celebró una gran fiesta, que invalidó la profanación de los gentiles. 59Judas, con sus hermanos y toda la asamblea de Israel, determinó que se conmemorara anualmente la nueva consagración del altar con solemnes festejos, durante ocho días a partir del veinticinco del mes de casleu. 60Por aquel tiempo, levantaron en torno al monte Sión altas murallas y sólidas torres, no fuera que otra vez se presentaran los gentiles y lo pisotearan como antes. 61Judas puso allí una guarnición que lo defendiera. También fortificó Bet Sur para que el pueblo tuviese una fortaleza frente a Idumea.

51Cuando las naciones circunvecinas supieron que había sido reconstruido el altar y restaurado como antes el santuario, se irritaron mucho. 2Decidieron acabar con los descendientes de Jacob que vivían entre ellos y comenzaron a matar y exterminar a gente del pueblo. 3Entonces Judas atacó a los hijos de Esaú en Idumea, a la tierra de Acrabatena, porque hostigaban a los israelitas. Les infligió una gran derrota, los sometió y los saqueó. 4Recordó luego la maldad de los hijos de Beán, que constituían una trampa peligrosa para el pueblo por las emboscadas que les tendían en los caminos; 5les obligó a encerrarse en sus torres, les puso cerco y, consagrándolos al exterminio, abrasó las torres con todos los que estaban dentro. 6Marchó a continuación contra los amonitas y encontró una tropa numerosa y bien armada, cuyo jefe era Timoteo. 7Trabó con ellos muchos combates, los derrotó y los deshizo. 8Se apoderó de Yazer y sus aldeas, y regresó a Judea. 9Los gentiles de Galaad se aliaron para exterminar a los israelitas que vivían en su territorio, pero estos se refugiaron en la fortaleza de Datemá. 10Enviaron cartas a Judas y sus hermanos con este mensaje: «Los gentiles que nos rodean se han aliado para exterminarnos; 11se están preparando para venir a apoderarse de la fortaleza donde nos hemos refugiado y Timoteo está al frente de su ejército. 12Ven, pues, ahora a librarnos de sus manos, porque muchos de los nuestros han caído ya; 13todos los hermanos nuestros que vivían en la tierra de Tob han muerto y sus mujeres, hijos y bienes han sido llevados al cautiverio; han perecido allí unas mil personas». 14Estaban todavía leyendo las cartas, cuando otros mensajeros, con la ropa hecha jirones, llegaron de Galilea con esta noticia: 15«Se han aliado los de Tolemaida, Tiro, Sidón y toda la Galilea de los gentiles para acabar con nosotros». 16Cuando Judas y el pueblo oyeron tales noticias, convocaron una gran asamblea para deliberar qué debían hacer a fin de socorrer a sus hermanos que estaban en situación angustiada y hostilizados por los enemigos. 17Judas dijo a su hermano Simón: «Elige unos cuantos y vete a liberar a tus hermanos de Galilea; mi hermano Jonatán y yo iremos a la región de Galaad». 18Dejó para defensa de Judea a José, hijo de Zacarías, y a Azarías, oficial de tropa, con el resto del ejército, 19dándoles esta orden: «Tomad el mando de las tropas y no entréis en batalla con los gentiles hasta que nosotros regresemos». 20Se le dieron tres mil hombres a Simón para la campaña de Galilea y ocho mil a Judas para la de Galaad. 21Simón partió para Galilea y después de trabar muchos combates con los gentiles, los derrotó 22y los persiguió hasta las puertas de Tolemaida. Sucumbieron unos tres mil gentiles y Simón se llevó sus despojos. 23Tomó luego consigo a los judíos de Galilea y Arbatá, con sus mujeres, hijos y cuanto poseían, y los llevó a Judea con gran regocijo. 24Por su parte, Judas Macabeo y su hermano Jonatán atravesaron el Jordán y caminaron tres jornadas por el páramo. 25Se encontraron con los nabateos, que los acogieron amistosamente y les contaron lo que les ocurría a sus hermanos de la región de Galaad: 26que muchos de ellos se encontraban encerrados en Bosra y Béser, en Alemá, Casfo, Maqued y Carnáin, todas ellas plazas fuertes e importantes; 27que también había otros que estaban encerrados en las demás ciudades de la región de Galaad, y que sus enemigos habían fijado la fecha del día siguiente para atacar las fortalezas, ocuparlas y exterminar a todos en un solo día. 28Inmediatamente Judas hizo que su ejército tomara el camino de Bosra, a través del páramo; tomó la ciudad y después de pasar a filo de espada a todo varón y de saquearla por completo, la incendió. 29Partió de allí por la noche y avanzó hasta las cercanías de la fortaleza. 30Cuando, al llegar el día, los judíos alzaron los ojos, vieron un ejército innumerable que colocaba escalas y máquinas de guerra para tomar la fortaleza; habían comenzado el ataque. 31Al ver que el asalto se había iniciado y que el clamor de la ciudad subía hasta el cielo, con el son de las trompetas y el alarido de la guerra, 32Judas ordenó a los hombres de su ejército: «Combatid hoy por vuestros hermanos». 33Y, ordenados en tres columnas, los hizo avanzar detrás del enemigo tocando las trompetas y gritando invocaciones. 34El ejército de Timoteo, al reconocer que era el Macabeo, huyó ante él; Judas les infligió una gran derrota y dejó tendidos unos ocho mil hombres aquel día. 35Se volvió luego Judas contra Alemá. La atacó, la tomó y, después de matar a todos los varones y saquearla, la dio a las llamas. 36Partiendo de allí, se apoderó de Casfo, Maqued, Béser y de las restantes ciudades de la región de Galaad. 37Después de estos acontecimientos, Timoteo juntó un nuevo ejército y acampó junto a Rafón, al otro lado del torrente. 38Judas envió gente para reconocer el campamento y le trajeron el siguiente informe: «Todos los gentiles de nuestro alrededor se le han unido y forman un ejército considerable. 39Tienen además, como auxiliares, mercenarios árabes. Acampan al otro lado del torrente y están preparados para venir a atacarte». Judas salió a su encuentro 40y mientras se aproximaba con su ejército al torrente de agua, Timoteo dijo a los oficiales de sus tropas: «Si él atraviesa primero hacia nosotros, no podremos resistirle, porque es seguro que tendrá ventaja sobre nosotros; 41pero si muestra miedo y acampa al otro lado del río, pasaremos nosotros hacia él y lo venceremos». 42Cuando Judas llegó al borde del agua del torrente, formó a los oficiales de leva en la ribera y les dio esta orden: «No dejéis acampar a nadie; que todos vayan al combate». 43Él pasó el primero hacia el enemigo y toda su tropa le siguió. Derrotaron a todos los gentiles, que arrojaron las armas y corrieron a buscar refugio al santuario de Carnáin. 44Pero los judíos tomaron la ciudad y quemaron el santuario con todos los que había dentro. Carnáin fue arrasada. Y ya nadie pudo resistir a Judas. 45Judas reunió a todos los israelitas de la región de Galaad, pequeños y grandes, a sus mujeres, hijos y bienes, una inmensa muchedumbre, para llevarlos a la tierra de Judá, 46Llegaron a Efrón, ciudad importante y muy fortificada, que caía de camino. Necesariamente tenían que pasar por ella, por no haber posibilidad de desviarse ni a la derecha ni a la izquierda. 47Pero los habitantes les negaron el paso y bloquearon las puertas con piedras. 48Judas les envió un mensaje en son de paz, diciéndoles: «Pasaremos por tu país para llegar al nuestro; nadie os hará mal alguno; nos limitaremos a pasar a pie». Pero no quisieron abrirle. 49Entonces Judas ordenó pregonar por el campamento que cada uno estuviera preparado donde se encontrara. 50La gente de guerra tomó posición y Judas atacó la ciudad día y noche, hasta que cayó en sus manos. 51Hizo pasar a filo de espada a todos los varones, arrasó, saqueó y atravesó la ciudad por encima de los cadáveres. 52Pasaron el Jordán para entrar en la gran llanura frente a Bet Seán. 53Durante toda la marcha Judas iba recogiendo a los rezagados y animando al pueblo hasta llegar a la tierra de Judá. 54Subieron al monte Sión con alegría y alborozo, y ofrecieron holocaustos por haber regresado felizmente sin haber perdido a ninguno de los suyos. 55Mientras Judas y Jonatán estaban en la tierra de Galaad, y su hermano Simón en Galilea, frente a Tolemaida, 56José, hijo de Zacarías, y Azarías, oficiales del ejército, se enteraron de las proezas y combates que aquellos habían realizado, 57y se dijeron: «Hagamos nosotros también célebre nuestro nombre, saliendo a combatir a los gentiles de los alrededores». 58Y dieron orden a la tropa que estaba bajo su mando de ir contra Yamnia. 59Pero Gorgias salió de la ciudad con su gente para ir a su encuentro y entrar en batalla. 60José y Azarías fueron derrotados y perseguidos hasta la frontera de Judea. Sucumbieron aquel día alrededor de dos mil hombres del ejército de Israel. 61Sobrevino este grave revés al ejército por no haber obedecido a Judas y a sus hermanos, creyéndose capaces de grandes hazañas. 62Pero ellos no eran de aquella casta de hombres a quienes estaba confiada la salvación de Israel. 63El valeroso Judas y sus hermanos se hicieron muy célebres ante todo Israel y ante todas las naciones adonde llegaba su nombre. 64Las gentes se agolpaban a su alrededor para aclamarlos. 65Judas salió con sus hermanos a luchar contra los hijos de Esaú, en el sur del país. Tomó Hebrón y sus aldeas, arrasó sus fortificaciones y prendió fuego a las torres de su contorno. 66Partió luego en dirección a la tierra de los filisteos y atravesó Maresá. 67Cayeron aquel día algunos sacerdotes al querer significarse tomando parte imprudentemente en el combate. 68Dobló luego Judas hacia Asdod, en territorio de los filisteos, y destruyó sus altares, dio fuego a las imágenes de sus dioses y saqueó sus ciudades. Después regresó a la tierra de Judá.

61El rey Antíoco recorría las provincias del norte cuando se enteró de que había en Persia una ciudad llamada Elimaida, famosa por su riqueza en plata y oro, 2con un templo lleno de tesoros: escudos dorados, lorigas y armas depositadas allí por Alejandro el de Filipo, rey de Macedonia, primer rey de los griegos. 3Antíoco fue allá e intentó apoderarse de la ciudad y saquearla; pero no pudo, porque los de la ciudad, dándose cuenta de lo que pretendía, 4salieron a atacarlo. Antíoco tuvo que huir y emprendió apesadumbrado el viaje de vuelta a Babilonia. 5Cuando él se encontraba todavía en Persia, llegó un mensajero con la noticia de que la expedición militar contra Judea había fracasado 6y que Lisias, que en un primer momento se había presentado como caudillo de un poderoso ejército, había huido ante los judíos; estos, sintiéndose fuertes con las armas, pertrechos y el enorme botín de los campamentos saqueados, 7habían derribado la abominación de la desolación construida sobre el altar de Jerusalén, habían levantado en torno al santuario una muralla alta como la de antes y habían hecho lo mismo en Bet Sur, ciudad que pertenecía al rey. 8Al oír este informe, el rey se asustó y se impresionó de tal forma que cayó en cama y enfermó de tristeza, porque no le habían salido las cosas como quería. 9Allí pasó muchos días, cada vez más triste. Pensó que se moría, 10llamó a todos sus Amigos y les dijo: «El sueño ha huido de mis ojos y estoy abrumado por las preocupaciones, 11y me digo: “¡A qué tribulación he llegado, en qué violento oleaje estoy metido, yo, que era feliz y querido cuando era poderoso! 12Pero ahora me viene a la memoria el daño que hice en Jerusalén, robando todo el ajuar de plata y oro que había allí, y enviando gente que exterminase sin motivo a los habitantes de Judea. 13Reconozco que por eso me han venido estas desgracias. Ya veis, muero de tristeza en tierra extranjera”». 14Llamó luego a Filipo, uno de sus Amigos, y lo puso al frente de todo su reino. 15Le dio su corona, su manto real y su anillo, encargándole que educara a su hijo Antíoco y lo preparara para que fuese rey. 16Allí murió el rey Antíoco el año ciento cuarenta y nueve. 17Lisias, al enterarse de la muerte del rey, puso en el trono a su hijo Antíoco, a quien había educado desde niño, y le dio el sobrenombre de Eupátor. 18Mientras tanto, la guarnición de la acrópolis tenía confinado a Israel en el recinto del santuario; buscaba siempre la oportunidad de causarle mal y de ofrecer apoyo a los gentiles. 19Resuelto Judas a exterminarlos, convocó a todo el ejército para sitiarlos. 20El año ciento cincuenta, una vez reunidos, comenzaron el sitio de la acrópolis y construyeron catapultas y máquinas de asalto. 21Pero algunos de los sitiados lograron romper el cerco; se les juntaron algunos otros israelitas apóstatas 22y acudieron al rey para decirle: «¿Hasta cuándo vas a estar sin hacer justicia y sin vengar a nuestros hermanos? 23Nosotros aceptamos voluntariamente servir a tu padre, seguir sus instrucciones y obedecer sus órdenes. 24Por ello los hijos de nuestro pueblo han puesto sitio a la acrópolis y nos tratan como extraños. Más aún, han matado a cuantos de nosotros han caído en sus manos y nos han arrebatado nuestras haciendas. 25Pero no solo han alzado su mano contra nosotros, sino también contra todos vuestros territorios. 26Ya ves que ahora tienen cercada la acrópolis de Jerusalén con intención de ocuparla y han fortificado el santuario y Bet Sur. 27Si no te das prisa en atajarlos, se atreverán a más, y ya te será imposible contenerlos». 28Al oírlo el rey montó en cólera y convocó a todos los grandes del reino, jefes de infantería y de caballería. 29Le llegaron tropas mercenarias de otros reinos y de ultramar. 30El número de sus fuerzas era de cien mil infantes, veinte mil jinetes y treinta y dos elefantes adiestrados para la lucha. 31Atravesando Idumea, pusieron cerco a Bet Sur. La lucha se prolongó muchos días. Prepararon máquinas de asalto; pero los sitiados, en salidas que hacían, se las quemaban, peleando valerosamente. 32Entonces Judas partió de la acrópolis y acampó junto a Bet Zacarías, frente al campamento real. 33El rey se levantó de madrugada y puso en marcha el ejército a toda prisa por el camino de Bet Zacarías. Los ejércitos se dispusieron a entrar en batalla tocando las trompetas. 34A los elefantes les habían dado zumo de uvas y moras para prepararlos para el combate. 35Los repartieron entre los escuadrones. Mil hombres, con cota de malla y casco de bronce en la cabeza, se alineaban al lado de cada elefante. Además, con cada bestia iban quinientos jinetes escogidos, 36que estaban donde el animal estuviese y lo acompañaban adonde fuese, sin apartarse de él. 37Cada elefante llevaba encima, sujeta con cinchas, una torre de madera bien protegida y cuatro guerreros que combatían desde ella, además del guía indio. 38El rey colocó el resto de la caballería a un lado y otro, en los flancos del ejército, con la misión de hostigar al enemigo y proteger los escuadrones. 39Cuando relumbró el sol sobre los escudos de oro y bronce, resplandecieron los montes con su fulgor y brillaron como antorchas encendidas. 40Una parte del ejército real se desplegó por las alturas de los montes, mientras la otra lo hizo por el llano; avanzaban con seguridad y buen orden. 41Se estremecieron todos los que oían el griterío de aquella muchedumbre y el estruendo que levantaba al marchar y entrechocar las armas; era, en efecto, un ejército inmenso y poderoso. 42Judas y su ejército se adelantaron para entrar en batalla, y cayeron seiscientos hombres del ejército real. 43Eleazar, llamado Avarán, se fijó en un elefante engualdrapado con insignias reales que sobresalía por su corpulencia entre los demás elefantes y creyó que el rey iba en él. 44Pensó en entregarse por salvar a su pueblo y conseguir así renombre inmortal. 45Corrió audazmente hacia el elefante, metiéndose entre el escuadrón, matando a derecha e izquierda y haciendo que los enemigos se apartaran de él a un lado y a otro; 46se deslizó debajo del elefante para atacarlo y lo mató. Se desplomó el elefante sobre él y allí murió Eleazar. 47Los judíos, al fin, viendo la potencia del rey y la impetuosidad de sus tropas, retrocedieron ante ellas. 48Los del ejército real subieron a Jerusalén, al encuentro de los judíos, y el rey acampó con intención de invadir Judea y el monte Sión. 49Hizo la paz con los de Bet Sur, que evacuaron la ciudad al no tener víveres consigo para sostener el sitio por ser año sabático para la tierra. 50El rey ocupó Bet Sur y dejó allí una guarnición para su defensa. 51Luego estuvo muchos días sitiando el santuario: levantó allí ballestas de tiro y máquinas de asalto, lanzallamas, catapultas, escorpiones de lanzar flechas y hondas. 52Por su parte, los judíos sitiados hicieron también máquinas defensivas y combatieron durante muchos días. 53Pero no había víveres en los almacenes, porque aquel era el año séptimo, y además los israelitas liberados de los gentiles y traídos a Judea habían consumido las últimas reservas. 54Víctimas, pues, del hambre, dejaron unos pocos hombres en el santuario y los demás se dispersaron cada uno por su lado. 55Lisias se enteró de que Filipo, a quien el rey Antíoco había confiado en vida educar a su hijo Antíoco para ser rey, 56había vuelto desde Persia y Media con las tropas de la expedición real, y que trataba de hacerse con el poder. 57Entonces se dio prisa en volver, diciendo al rey, a los generales y a la tropa: «Cada día estamos más débiles; las provisiones faltan; la plaza que asediamos está bien fortificada y los asuntos del gobierno son urgentes. 58Demos, pues, la mano a estos hombres, hagamos la paz con ellos y con toda su nación 59y permitámosles vivir según su legislación tradicional, pues, irritados por habérsela abolido, se vienen portando de esta manera». 60El rey y los jefes aprobaron la idea y el rey envió una propuesta de paz a los sitiados. Estos la aceptaron 61y el rey y los jefes la confirmaron con juramento. Con esta garantía los judíos salieron de la fortaleza 62y el rey entró en el monte Sión. Pero al ver la fortaleza de aquel lugar, violó el juramento que había hecho y ordenó destruir la muralla que lo circundaba. 63Luego, a toda prisa, emprendió el regreso a Antioquía, donde se encontró con que Filipo se había apoderado de la ciudad. El rey lo atacó y le arrebató la ciudad por la fuerza.

71El año ciento cincuenta y uno, Demetrio, hijo de Seleuco, salió de Roma y, con unos pocos hombres, desembarcó en una ciudad marítima donde se proclamó rey. 2Cuando se disponía a entrar en el palacio real de sus antepasados, el ejército apresó a Antíoco y a Lisias para llevarlos a su presencia. 3Al saberlo, Demetrio dijo: «No quiero ver sus caras». 4El ejército los mató y Demetrio se sentó en el trono real. 5Entonces todos los israelitas apóstatas e impíos acudieron a él, con Alcimo al frente, que pretendía el cargo del sumo sacerdocio. 6Ya en su presencia, acusaron al pueblo diciendo: «Judas y sus hermanos han hecho perecer a todos tus amigos y a nosotros nos han expulsado de nuestro país. 7Envía, pues, ahora, a una persona de tu confianza, que vaya y vea los estragos que han causado en nosotros y en la provincia real, y los castigue a ellos y a todos los que los apoyan». 8El rey eligió a Báquides, uno de sus Amigos, gobernador de Transeufratina, grande en el reino y fiel al rey. 9Lo envió con el impío Alcimo, a quien concedió el sacerdocio, con la orden de castigar a los hijos de Israel. 10Partieron con un ejército numeroso, entraron en la tierra de Judea y enviaron mensajeros a Judas y sus hermanos con falsas propuestas de paz. 11Pero estos no hicieron caso a sus palabras, porque vieron que había venido con un gran ejército. 12No obstante, un grupo de letrados se reunió con Alcimo y Báquides, tratando de encontrar una solución justa. 13«Los leales» eran los primeros entre los hijos de Israel en pedirles la paz, 14pues se decían: «Un sacerdote del linaje de Aarón ha venido con el ejército: no nos hará ningún mal». 15Báquides habló con ellos amistosamente y les aseguró bajo juramento: «No intentaremos haceros mal ni a vosotros ni a vuestros amigos». 16Le creyeron, pero él prendió a sesenta de ellos y los mató en un mismo día, según aquel texto de la Escritura: 17«Esparcieron la carne y la sangre de tus santos en torno a Jerusalén y no hubo quien les diese sepultura». 18Con esto, el miedo hacia ellos y el espanto se apoderó de todo el pueblo que decía: «No tienen sinceridad ni honradez, pues han violado el pacto y el juramento que habían jurado». 19Báquides partió de Jerusalén y acampó en Betsaid. De allí mandó apresar a muchos de los suyos que habían desertado y a algunos del pueblo; los mató y los arrojó en la cisterna grande. 20Luego puso la provincia en manos de Alcimo, dejó con él tropas que lo sostuvieran y marchó adonde estaba el rey. 21Alcimo tuvo que luchar para defender su cargo de sumo sacerdote. 22Se le unieron todos los perturbadores del pueblo, se hicieron dueños de la tierra de Judea y causaron un enorme estrago en Israel. 23Cuando Judas vio todo el daño que Alcimo y los suyos hacían a los hijos de Israel, mayor que el que habían causado los gentiles, 24salió a recorrer todo el territorio de Judea para castigar a los desertores e impedirles circular por la región. 25Al ver Alcimo que Judas y los suyos cobraban fuerza, comprendiendo que no podía ofrecerles resistencia, se dirigió al rey y los acusó de graves delitos. 26Entonces el rey envió a Nicanor, uno de sus generales más distinguidos y enemigo declarado de Israel, y le mandó exterminar al pueblo. 27Nicanor llegó a Jerusalén con un ejército numeroso y envió a Judas y a sus hermanos un insidioso mensaje de paz diciéndoles: 28«No haya pugna entre nosotros; iré a veros con una pequeña escolta en son de paz». 29Fue, pues, adonde estaba Judas y ambos se saludaron amistosamente, pero los enemigos estaban preparados para secuestrar a Judas. 30Este se enteró de que Nicanor había venido con engaños, se atemorizó y no quiso verlo más. 31Nicanor, viendo descubiertos sus planes, salió a enfrentarse con Judas cerca de Cafarsalamá. 32Cayeron unos quinientos hombres del ejército de Nicanor y los demás huyeron a la Ciudad de David. 33Después de estos sucesos, subió Nicanor al monte Sión. Algunos sacerdotes y ancianos del pueblo salieron del santuario para saludarlo amistosamente y mostrarle el holocausto que se ofrecía por el rey. 34Pero él se burló de ellos, los escarneció y escupió, y les habló con insolencia. 35Encolerizado, juró: «Si ahora mismo no se me entrega a Judas y a su ejército en mis manos, cuando vuelva victorioso, prenderé fuego a este templo». Y salió enfurecido. 36Los sacerdotes entraron y, de pie ante el altar y el santuario, exclamaron llorando: 37«Tú has elegido este templo dedicado a tu Nombre, para que fuese casa de oración y súplica para tu pueblo; 38castiga a este hombre y a su ejército, que caigan atravesados por la espada. Acuérdate de sus blasfemias y no les des tregua». 39Nicanor salió de Jerusalén y acampó en Bet Jorón, donde se le unió un contingente de Siria. 40Judas acampó en Adasá con tres mil hombres y oró diciendo: 41«Cuando los enviados del rey blasfemaron, salió tu ángel y mató a ciento ochenta y cinco mil de ellos; 42destruye también hoy este ejército ante nosotros y reconozcan los que queden, que su jefe profirió palabras impías contra tu santuario. ¡Júzgalo según su maldad!». 43El día trece del mes de adar trabaron batalla los ejércitos y salió derrotado el de Nicanor. Nicanor cayó el primero en el combate 44y su ejército, al verlo caído, arrojó las armas y se dio a la fuga. 45Los judíos estuvieron persiguiéndolos un día entero, desde Adasá hasta llegar a Guézer, con las trompetas tocando a rebato detrás de ellos. 46De todas las aldeas judías del contorno salió gente que, rodeándolos, les obligaron a volverse los unos sobre los otros. Todos cayeron a espada: no quedó ni uno de ellos. 47Tomaron los despojos y el botín; cortaron la cabeza de Nicanor y su mano derecha, aquella que había extendido con insolencia, y las llevaron para exponerlas a la vista de Jerusalén. 48El pueblo se llenó de gran alegría; celebraron aquel día como un gran día de regocijo 49y acordaron conmemorarlo cada año el trece de adar. 50La tierra de Judá gozó de sosiego por algún tiempo.

81La fama de los romanos llegó a oídos de Judas: que eran poderosos, que se mostraban benévolos con todos sus aliados, que establecían amistad con cuantos acudían a ellos. 2Le contaron sus guerras y las proezas que habían realizado entre los galos: cómo los habían dominado y sometido a tributo; 3todo cuanto habían hecho en la región de España para apoderarse de sus minas de plata y oro, 4cómo se habían hecho dueños de todo el país gracias a su astucia y perseverancia, a pesar de ser un país lejano. Habían derrotado a los reyes que los habían atacado desde los confines de la tierra, aplastándolos definitivamente; los demás les pagaban tributo cada año. 5Habían vencido en la guerra a Filipo, a Perseo, rey de Macedonia, y a cuantos se habían aliado contra ellos, y los habían sometido. 6Antíoco el Grande, rey de Asia, había ido a atacarlos con ciento veinte elefantes, caballería, carros y tropas muy numerosas, y fue derrotado por ellos, 7lo apresaron vivo y lo obligaron, a él y a sus sucesores en el trono, a pagarles un gran tributo, a entregar rehenes y a ceder 8algunas de sus mejores provincias: la provincia Índica, Media y Lidia; se las quitaron para dárselas al rey Eumenes. 9También los de Grecia habían concebido el proyecto de ir a exterminarlos; 10pero los romanos, al enterarse, enviaron contra ellos a un solo general, les hicieron la guerra, mataron a muchos de ellos, llevaron cautivos a sus mujeres y niños, saquearon sus bienes, subyugaron el país, arrasaron sus fortalezas y los sometieron a servidumbre hasta el día de hoy. 11A los demás reinos y a las islas, a cuantos en alguna ocasión les hicieron frente, los destruyeron y redujeron a servidumbre. En cambio, a sus amigos y a los que buscan apoyo en ellos, les mantuvieron su amistad. 12Tienen bajo su dominio a los reyes vecinos y a los lejanos, y todos cuantos oyen su nombre los temen. 13Aquellos a quienes quieren ayudar a conseguir el trono, reinan, y deponen a los que ellos quieren. Están en la cima del poder. 14No obstante, ninguno de ellos se ciñe la corona ni se viste de púrpura para darse importancia. 15Se han creado un Senado, donde cada día trescientos veinte consejeros deliberan constantemente en favor del pueblo para mantenerlo en buen orden. 16Confían cada año a uno solo el mando sobre ellos y el dominio sobre toda su tierra. Todos obedecen a este solo hombre sin que haya entre ellos envidias ni celos. 17Judas eligió a Eupólemo, hijo de Juan, hijo de Acos, y a Jasón, hijo de Eleazar, y los envió a Roma a concertar un tratado de amistad y mutua defensa, 18para sacudirse el yugo de encima, porque veían que el imperio de los griegos tenía esclavizado a Israel. 19Partieron, pues, para Roma y, después de un larguísimo viaje, entraron en el Senado, donde, tomando la palabra, dijeron: 20«Judas, llamado Macabeo, sus hermanos y el pueblo judío nos han enviado a vosotros para concertar un tratado de mutua defensa y de paz, y para que nos inscribáis en el número de vuestros aliados y amigos». 21La propuesta les pareció bien. 22Esta es la copia de la carta que enviaron a Jerusalén, grabada en planchas de bronce, para que quedase allí como documento del tratado de paz y mutua defensa: 23«¡Prosperidad a los romanos y a la nación de los judíos por mar y por tierra para siempre! ¡Lejos de ellos la espada enemiga! 24Pero, si se declara una guerra primera contra Roma o contra cualquiera de sus aliados en cualquier parte de sus dominios, 25la nación de los judíos luchará de todo corazón a su lado, según las circunstancias se lo dicten. 26A los enemigos no les darán si les suministrarán trigo, armas, dinero ni naves. Así lo ha decidido Roma. Guardarán fielmente los compromisos sin recibir compensación alguna. 27Igualmente, si después se declara una guerra contra los judíos, los romanos lucharán a su lado con todo empeño, según las circunstancias se lo dicten. 28A los enemigos no les darán ni trigo, ni armas, ni dinero ni naves. Así lo ha decidido Roma. Estos compromisos se cumplirán lealmente. 29En estos términos se han concertado los romanos con el pueblo judío. 30Si posteriormente unos y otros deciden añadir o quitar algo, lo podrán hacer de mutuo acuerdo, y lo que añadan o quiten será válido. 31En cuanto a los males que el rey Demetrio les ha causado, le hemos escrito diciéndole: “¿Por qué has hecho pesar tu yugo sobre nuestros amigos y aliados los judíos? 32Si otra vez vuelven a quejarse de ti, nosotros defenderemos sus derechos y te haremos la guerra por mar y tierra”».

91En cuanto Demetrio supo que Nicanor y su ejército habían sucumbido en el combate, volvió a enviar a Báquides y a Alcimo a la tierra de Judea con el ala derecha del ejército. 2Emprendieron la marcha por el camino de Galilea, acamparon junto a Mesalot de Arbela, ocuparon la ciudad y mataron a muchos. 3El primer mes del año ciento cincuenta y dos, acamparon frente a Jerusalén, 4pero luego partieron de allí, camino de Berea, con veinte mil de infantería y dos mil jinetes. 5Judas acampaba en Eleasa con tres mil soldados escogidos, 6y al ver la enorme muchedumbre de enemigos, se aterrorizaron; muchos del campamento desertaron y solo quedaron ochocientos. 7Al ver Judas que su ejército se deshacía precisamente cuando era inminente la batalla, se descorazonó, porque ya no era posible reunirlos. 8Aunque desalentado, dijo a los que quedaban: «¡Hala, subamos contra el enemigo! A lo mejor podemos derrotarlos». 9Los suyos intentaban disuadirle: «Es completamente imposible. Pero si salvamos ahora la vida, volveremos con los nuestros y entonces combatiremos. Ahora somos pocos». 10Judas repuso: «¡Nada de huir ante el enemigo! Si nos ha llegado la hora, muramos valientemente por nuestros compatriotas, sin dejar una mancha en nuestra fama». 11El ejército enemigo salió del campamento y formó frente a ellos, con la caballería dividida en dos cuerpos, y los honderos y arqueros delante del ejército, los más aguerridos en primera fila. 12Báquides iba en el ala derecha. La falange avanzó por ambos lados, a toque de trompeta. Los de Judas también tocaron las trompetas. 13El suelo retembló por el fragor de los ejércitos. Se entabló el combate al amanecer y duró hasta la tarde. 14Judas vio que Báquides y los más fuertes del ejército estaban a la derecha. Se le juntaron los más animosos, 15destrozaron el ala derecha y la persiguieron hasta los montes de Azara. 16Pero, cuando los del ala izquierda vieron que el ala derecha estaba destrozada, se lanzaron en persecución de Judas y sus compañeros. 17El combate arreció y hubo muchas bajas por ambas partes. 18Judas cayó también y los demás huyeron. 19Jonatán y Simón recogieron el cadáver de su hermano Judas y lo enterraron en la sepultura familiar, en Modín. 20Todo Israel lo lloró y le hizo solemnes funerales, entonando durante muchos días esta elegía: 21«¡Cómo cayó el valiente, salvador de Israel!». 22No hemos escrito otros datos de la historia de Judas, sus hazañas militares y sus títulos de gloria, porque fueron muchísimos. 23Con la muerte de Judas, volvieron a surgir apóstatas por todo el territorio de Israel y levantaron cabeza todos los malhechores. 24Hubo entonces un hambre terrible y el pueblo de la tierra se pasaron a su bando. 25Báquides escogió a unos hombres impíos y los puso al frente del gobierno del país. 26Daban batidas siguiendo el rastro de los amigos de Judas y se los llevaban a Báquides, que los castigaba y escarnecía. 27Israel cayó en una tribulación tan grande como no la había sufrido desde los tiempos en que cesaron los profetas. 28Entonces todos los amigos de Judas se reunieron y dijeron a Jonatán: 29«Desde la muerte de tu hermano Judas no tenemos un hombre semejante a él que guíe la lucha contra los enemigos, contra Báquides y contra los que odian a nuestra nación. 30Por eso, te elegimos hoy a ti para que, ocupando el lugar de tu hermano, seas nuestro jefe y caudillo en la lucha que sostenemos». 31En aquel momento Jonatán tomó el mando como sucesor de su hermano Judas. 32Al enterarse Báquides, trató de matarlo. 33Pero cuando lo supieron Jonatán, su hermano Simón y todos sus partidarios, huyeron al desierto de Técoa, donde establecieron su campamento junto a las aguas de la cisterna de Asfar. 34Báquides se enteró un día de sábado y pasó con todas las tropas a la otra orilla del Jordán. 35Jonatán envió a su hermano Juan como jefe de la comitiva, a pedir a sus amigos, los nabateos, autorización para dejar con ellos sus pertrechos, que eran muchos. 36Pero los hijos de Jambrí, los de Mádaba, hicieron una salida, se apoderaron de Juan y de cuanto llevaba, y se alejaron con su botín. 37Después de esto, Jonatán y su hermano Simón recibieron esta noticia: «Los hijos de Jambrí celebran una espléndida boda; a la novia, hija de uno de los principales de Canaán, la llevan desde Nabatá, en medio de gran pompa». 38Recordaron entonces el sangriento fin de su hermano Juan y subieron a ocultarse al abrigo del monte. 39Al alzar los ojos, vieron que una numerosa caravana, en medio de tumultuosa algazara, avanzaba al encuentro del novio, acompañado de sus amigos y de su hermano, con tambores, música y otros instrumentos. 40Los de Jonatán entonces salieron de su escondite a su encuentro para matarlos. Hirieron de muerte a muchos y los demás huyeron a los montes. Se hicieron con todos sus despojos. 41«La boda acabó en duelo y el canto de los músicos en lamentación». 42Una vez vengada la sangre de su hermano, se volvieron a las marismas del Jordán. 43Al enterarse Báquides, vino en sábado con numerosa tropa a las riberas del Jordán. 44Jonatán dijo a su gente: «Levantémonos y luchemos por nuestras vidas, que hoy no es como ayer y anteayer. 45Estamos entre dos frentes; a un lado y a otro tenemos las aguas del Jordán, las marismas y las malezas: no es posible batirse en retirada. 46Gritad, pues, ahora al Cielo para que nos salve de nuestros enemigos». 47Entablado el combate, Jonatán alargó su mano para herir a Báquides, pero este esquivó el golpe retrocediendo, 48con lo que Jonatán y los suyos pudieron lanzarse al Jordán y ganar a nado la orilla opuesta. Sus enemigos no atravesaron el río en su persecución. 49Unos mil hombres del ejército de Báquides cayeron aquel día. 50Vuelto a Jerusalén, Báquides hizo levantar plazas fuertes en Judea: la fortaleza de Jericó, Emaús, Bet Jorón, Betel, Timná, Piratón y Tefón, con altas murallas, puertas y cerrojos, 51y puso en ellas guarniciones para que hostigaran a Israel. 52Fortificó también las ciudades de Bet Sur y Guézer, y la acrópolis; y dejó en ellas tropas y depósitos de víveres. 53Tomó como rehenes a los hijos de los principales de la región y los encarceló en la acrópolis de Jerusalén. 54El segundo mes del año ciento cincuenta y tres, Alcimo ordenó demoler el muro del atrio interior del Lugar Santo. Destruía con ello la obra de los profetas. Había comenzado la demolición, 55cuando precisamente entonces Alcimo sufrió un ataque y su obra quedó parada. La boca se le quedó cerrada y paralizada, de suerte que ya no le fue posible pronunciar ni una palabra ni hacer testamento. 56Alcimo murió entonces en medio de grandes dolores. 57Cuando Báquides vio que Alcimo había muerto, se volvió adonde estaba el rey. Hubo tranquilidad en la tierra de Judá por espacio de dos años. 58Los apóstatas deliberaron diciendo: «Ya veis a Jonatán y los suyos viviendo tranquilos y confiados. Hagamos venir ahora a Báquides y los prenderá a todos ellos en una sola noche». 59Fueron y parlamentaron con él. 60Báquides se puso en marcha con un gran ejército. Envió cartas secretas a todos sus aliados de Judea ordenándoles prender a Jonatán y a los suyos. Pero no lo consiguieron, porque se descubrió su plan; 61Jonatán y los suyos, por su parte, prendieron a unos cincuenta hombres de la región como principales conspiradores y les dieron muerte. 62A continuación, Jonatán, Simón y los suyos se retiraron a Betbasí, en el desierto, repararon lo que estaba derruido en aquella plaza y la fortificaron. 63En cuanto se enteró Báquides, juntó a toda su gente y convocó a sus partidarios de Judea. 64Llegó y puso cerco a Betbasí, la atacó durante muchos días, emplazando máquinas de asalto. 65Jonatán, dejando a su hermano Simón en la ciudad, hizo una salida por la región con una pequeña tropa, 66con la que derrotó en su campamento a Odomerá y a sus hermanos, así como a los hijos de Fasirón. Empezaron a atacarlos avanzando entre las tropas. 67Simón y sus hombres, por su parte, salieron de la ciudad y dieron fuego a las máquinas de asalto. 68Trabaron combate con Báquides, lo derrotaron y lo dejaron sumido en profunda amargura porque había fracasado su plan de ataque. 69Montó en cólera contra los apóstatas que le habían aconsejado venir a la región, mató a muchos de ellos y decidió volverse a su tierra. 70Al saberlo Jonatán, le envió legados para concertar con él la paz y conseguir que les devolviera los prisioneros. 71Báquides aceptó y accedió a las peticiones de Jonatán. Juró no hacerle daño en toda su vida 72y le devolvió los prisioneros que anteriormente había capturado en la tierra de Judea. Partió luego para su tierra y no volvió más a territorio judío. 73Así descansó la espada de Israel. Jonatán se estableció en Micmás, comenzó a gobernar al pueblo e hizo desaparecer de Israel a los impíos.

101El año ciento sesenta, Alejandro Epífanes, hijo de Antíoco, vino por mar y ocupó Tolemaida, donde, habiendo sido bien acogido, se proclamó rey. 2Al tener noticia de ello, el rey Demetrio juntó un ejército muy numeroso y salió a su encuentro para combatir contra él. 3Envió también Demetrio una carta amistosa a Jonatán en la que prometía engrandecerle, 4porque se decía a sí mismo: «Adelantémonos a hacer la paz con ellos antes de que Jonatán la haga con Alejandro contra nosotros, 5al recordar los males que les causamos a él, a sus hermanos y a su nación». 6Le autorizaba a reclutar tropas, fabricar armamento y contarse entre sus aliados. Mandaba, además, que le fuesen entregados los rehenes que se encontraban en la acrópolis. 7Jonatán fue a Jerusalén y leyó la carta ante todo el pueblo y ante los que ocupaban la acrópolis. 8Les entró mucho miedo al ver que el rey le autorizaba reclutar tropas. 9La gente de la acrópolis entregó los rehenes a Jonatán y él los devolvió a sus padres. 10Jonatán fijó su residencia en Jerusalén y se puso a reconstruir y restaurar la ciudad. 11Ordenó a los albañiles levantar las murallas y rodear el monte Sión con piedras de sillería para fortificarlo, y así lo hicieron. 12Los extranjeros que ocupaban las fortalezas levantadas por Báquides huyeron; 13abandonando sus puestos, partieron cada uno para su país. 14Solo en Bet Sur quedaron algunos de los que habían abandonado la ley y los preceptos, porque esta plaza era su refugio. 15El rey Alejandro se enteró de las promesas que Demetrio había hecho a Jonatán. Le contaron además las guerras y proezas que este y sus hermanos habían realizado, y las fatigas que había soportado. 16Entonces dijo: «¿Podremos hallar otro hombre como este? Hagamos de él un amigo y un aliado nuestro». 17Le escribió, pues, y le envió una carta redactada en los siguientes términos: 18«El rey Alejandro saluda a su hermano Jonatán. 19Hemos oído que eres un guerrero valeroso y digno de ser amigo nuestro. 20Por eso te nombramos hoy sumo sacerdote de tu nación y te concedemos el título de Amigo del rey —le enviaba al mismo tiempo una clámide de púrpura y una corona de oro—. Por tu parte haz tuya nuestra causa y guárdanos tu amistad». 21El mes séptimo del año ciento sesenta, con ocasión de la fiesta de las Tiendas, Jonatán se revistió de los ornamentos sagrados, reclutó tropas y fabricó gran cantidad de armamento. 22Demetrio, al saber lo sucedido, dijo disgustado: 23«¿Qué habremos hecho para que Alejandro se nos haya adelantado en ganar la amistad y el apoyo de los judíos? 24También yo les escribiré palabras persuasivas, ofreciéndoles cargos y recompensas para que luchen a mi lado». 25Les escribió en estos términos: 26«El rey Demetrio saluda a la nación judía. Nos hemos enterado con satisfacción de que habéis guardado las cláusulas de nuestros pactos y perseverado en nuestra amistad sin pasaros al bando de nuestros enemigos. 27Continuad, pues, guardándonos fidelidad y os recompensaremos por todo lo que hagáis por nosotros. 28Os dejaremos exentos de muchos impuestos y os concederemos favores. 29Ya desde ahora os libero y descargo a todos los judíos de los impuestos y contribuciones de la sal y de las coronas. 30Renuncio también de hoy en adelante a percibir el tercio de las cosechas y la mitad de los frutos de los árboles que me correspondían, de la tierra de Judea y también de los tres distritos de Samaría y Galilea que le son anexionados a partir de hoy. 31Que Jerusalén sea ciudad santa y exenta; que lo sean también todo su territorio, sus diezmos y tributos. 32Renuncio asimismo a mis atribuciones sobre la acrópolis de Jerusalén y se la cedo al sumo sacerdote, que podrá poner como guarnición en ella a los hombres que él elija. 33A todo judío que haya sido llevado cautivo desde Judea a cualquier parte de mi reino, le devuelvo la libertad sin rescate. Queden todos libres de tributo, incluido el de los ganados. 34Todas las fiestas, los sábados y los novilunios y, además del día fijado, los tres días que preceden y siguen a la fiesta sean todos ellos días de inmunidad y franquicia para todos los judíos residentes en mi reino: 35nadie tendrá autorización para demandar ni inquietar a ninguno por ningún motivo. 36En los ejércitos del rey sean alistados hasta treinta mil judíos, que percibirán la soldada asignada a las demás tropas del rey. 37De ellos, algunos serán apostados en las fortalezas importantes del rey y otros ocuparán puestos de confianza en el reino. Sus oficiales y jefes serán judíos, y vivirán conforme a sus leyes, como lo ha dispuesto el rey para la tierra de Judá. 38Los tres distritos de la provincia de Samaría incorporados a Judea, queden anexionados a Judea y contados como suyos, de modo que, sometidos a un mismo jefe, no acaten otra autoridad que la del sumo sacerdote. 39Entrego Tolemaida y sus dominios como obsequio al santuario de Jerusalén para cubrir los gastos normales del santuario. 40Por mi parte, daré cada año quince mil siclos de plata, que se tomarán de los ingresos reales en las localidades convenientes. 41Todo el excedente que los funcionarios no hayan entregado como en años anteriores, lo darán desde ahora para las obras del templo. 42Además, los cinco mil siclos de plata que se deducían de los ingresos del Lugar Santo en la cuenta de cada año, los cedo por ser emolumento de los sacerdotes en servicio del culto. 43Todo aquel que por deudas con los impuestos reales, o por cualquier otra deuda, se refugie en el templo de Jerusalén o en su recinto, quede inmune, él y cuantos bienes posea en mi reino. 44Los gastos que se originen de las construcciones y reparaciones en el santuario correrán a cuenta del rey. 45También los gastos originados por la reconstrucción de las murallas de Jerusalén, por las fortificaciones de sus defensas y por la reconstrucción de las murallas de Judea correrán a cuenta del rey». 46Cuando Jonatán y el pueblo oyeron tales ofrecimientos, no les dieron crédito ni los aceptaron, porque recordaban los graves males que Demetrio había causado a Israel y la opresión tan grande a que los había sometido. 47Se decidieron, por tanto, por el partido de Alejandro que, a su parecer, les ofrecía mejores propuestas de paz; fueron siempre sus aliados. 48El rey Alejandro juntó un gran ejército y acampó frente a Demetrio. 49Los dos reyes trabaron combate y salió huyendo el ejército de Demetrio. Alejandro se lanzó en su persecución y se les impuso. 50Aunque mantuvo un encarnizado combate hasta la puesta del sol, Demetrio cayó aquel día. 51Alejandro envió embajadores a Tolomeo, rey de Egipto, con el siguiente mensaje: 52«Vuelto a mi reino, me he sentado en el trono de mis padres y he tomado el poder después de derrotar a Demetrio y hacerme dueño de nuestro país; 53porque trabé combate con él y, tras derrotarlo junto con su ejército, nos sentamos en su trono real. 54Establezcamos, pues, vínculos de amistad entre nosotros y dame a tu hija por esposa. Seré tu yerno y te haré, como a ella, regalos dignos de ti». 55El rey Tolomeo le contestó: «¡Feliz el día en que has vuelto a la tierra de tus padres y te has sentado en el trono de tu reino! 56Pues bien, haré por ti lo que has escrito. Pero ven a encontrarme en Tolemaida para que nos veamos y seré tu suegro, como has dicho». 57Tolomeo partió de Egipto llevando consigo a su hija Cleopatra y llegó a Tolemaida. Era el año ciento sesenta y dos. 58El rey Alejandro fue a su encuentro, y Tolomeo le entregó a su hija Cleopatra y celebró la boda en Tolemaida con la magnificencia con que acostumbran los reyes. 59El rey Alejandro escribió a Jonatán que fuera a verlo. 60Partió este con gran pompa hacia Tolemaida, se entrevistó con los dos reyes, les dio a ellos y a sus amigos plata y oro, les hizo numerosos regalos y se ganó sus simpatías. 61Entonces se confabularon algunos apóstatas, peste de Israel, para querellarse contra él, pero el rey no les hizo ningún caso; 62antes bien, dio orden de que, quitando a Jonatán la ropa que llevaba, lo vistieran de púrpura. Cumplida la orden, 63el rey lo hizo sentar a su lado y dijo a sus nobles: «Salid con él por la ciudad y pregonad que nadie, bajo ningún pretexto, acuse a Jonatán ni lo moleste por nada». 64Cuando sus acusadores vieron el honor que se le tributaba de acuerdo con el pregón y que estaba vestido de púrpura, huyeron todos. 65El rey, queriendo honrarlo, lo inscribió entre sus primeros Amigos y lo nombró estratega y gobernador. 66Jonatán regresó a Jerusalén con paz y contento. 67El año ciento sesenta y cinco, Demetrio, hijo de Demetrio, vino de Creta a la tierra de sus padres. 68Al enterarse el rey Alejandro, quedó muy disgustado y se volvió a Antioquía. 69Demetrio confió el mando a Apolonio, gobernador de Celesiria, el cual, juntando un numeroso ejército, acampó en Yamnia y envió a decir al sumo sacerdote Jonatán: 70«Tú eres el único que se ha rebelado contra nosotros y por tu causa he quedado en ridículo. ¿Por qué alardeas de tu poder desafiándonos desde los montes? 71Si de veras tienes confianza en tu ejército, baja ahora a encontrarte con nosotros en la llanura y allí nos mediremos; conmigo está el ejército de las ciudades. 72Pregunta y sabrás quién soy yo y quiénes son nuestros aliados. Ellos dicen que no podréis manteneros frente a nosotros, porque ya por dos veces tus padres fueron derrotados en su propio país; 73y que ahora no podrás resistir a la caballería y a un ejército tan grande en la llanura, donde no hay piedras ni rocas ni un sitio adonde escapar». 74Cuando Jonatán oyó las palabras de Apolonio, se sublevó su espíritu. Escogió diez mil hombres y partió de Jerusalén. Su hermano Simón acudió a su encuentro para ayudarle. 75Acampó frente a Jafa. Los de la ciudad le cerraron las puertas, porque en Jafa había una guarnición de Apolonio. La atacaron 76y la gente de la ciudad, atemorizada, le abrió las puertas, y Jonatán se hizo dueño de Jafa. 77Cuando Apolonio se enteró, puso en pie de guerra a tres mil jinetes y numerosa infantería, y partió en dirección a Asdod, pero al mismo tiempo, confiando en su numerosa caballería, avanzó por la llanura. 78Jonatán fue tras él persiguiéndolo hacia Asdod y ambos ejércitos trabaron combate. 79Apolonio había dejado a su espalda mil jinetes ocultos. 80Jonatán se dio cuenta de que se trataba de una emboscada. Y, aunque el enemigo rodeó a su ejército y dispararon flechas sobre la tropa desde la mañana hasta el atardecer, 81el ejército se mantuvo firme, como lo había ordenado Jonatán, mientras los caballos de los enemigos se cansaron. 82Entonces Simón hizo avanzar su ejército y atacó a la falange —pues la caballería ya estaba agotada—, la derrotó y la puso en fuga, 83mientras la caballería huía en desbandada por la llanura. En su huida llegaron a Asdod y entraron en Bet Dagón, el templo de su ídolo, para salvarse. 84Pero Jonatán prendió fuego a Asdod y a las ciudades de su entorno, se hizo con el botín y abrasó el templo de Dagón y a los que en él se habían refugiado. 85Los muertos a espada y los abrasados por el fuego fueron unos ocho mil hombres. 86Jonatán partió de allí y acampó frente a Ascalón, cuyos habitantes salieron a recibirlo con grandes honores. 87Luego Jonatán regresó a Jerusalén con los suyos, cargados de rico botín. 88Cuando el rey Alejandro se enteró de estos acontecimientos, concedió nuevos honores a Jonatán, 89le envió un broche de oro, como se suele regalar a los parientes de los reyes, y le dio en propiedad Acarón y todo su territorio.

111El rey de Egipto reunió un ejército numeroso como las arenas de la playa y una gran flota. Intentaba apoderarse astutamente del reino de Alejandro y unirlo al suyo. 2Salió, pues, hacia Siria en son de paz y la gente de las ciudades le abría las puertas y salía a su encuentro, ya que tenían orden del rey Alejandro de salir a recibirlo porque era su suegro. 3Pero una vez que entraba en las ciudades, Tolomeo dejaba una guarnición militar en cada una de ellas. 4Cuando llegó cerca de Asdod, le mostraron el templo de Dagón incendiado, la ciudad y sus aldeas destruidas, los cadáveres esparcidos por el suelo y los restos calcinados de los abrasados en la guerra con Jonatán, pues los habían amontonado a lo largo del recorrido. 5Contaron al rey lo que había hecho Jonatán para que el rey le censurara, pero el rey guardó silencio. 6Jonatán salió al encuentro del rey con gran fasto en Jafa; se saludaron y pernoctaron allí. 7Luego Jonatán acompañó al rey hasta el río Eléutero y regresó a Jerusalén. 8El rey Tolomeo, por su parte, se hizo dueño de las ciudades de la costa hasta Seleucia Marítima, mientras tramaba planes siniestros contra Alejandro. 9Envió embajadores al rey Demetrio con este mensaje: «Ven y concertemos entre nosotros un pacto. Te daré a mi hija, la mujer de Alejandro, y reinarás en el reino de tu padre. 10Estoy arrepentido de haberle dado mi hija pues ha intentado asesinarme». 11Le hacía estos cargos porque codiciaba su reino. 12Quitándole, pues, su hija, se la dio a Demetrio, rompió con Alejandro y quedó patente la enemistad entre ambos. 13Tolomeo entró en Antioquía y se ciñó la corona de Asia, y así ciñó su frente con dos coronas, la de Egipto y la de Asia. 14En este tiempo se encontraba el rey Alejandro en Cilicia por haberse sublevado la gente de aquella región. 15Al saber Alejandro lo que ocurría, vino a luchar contra él. Tolomeo salió a su encuentro con un poderoso ejército y lo hizo huir. 16Alejandro huyó a Arabia buscando un refugio allí, mientras el rey Tolomeo quedaba triunfador. 17El árabe Zabdiel cortó la cabeza a Alejandro y se la envió a Tolomeo. 18Pero tres días después murió el rey Tolomeo y los habitantes de las plazas fuertes asesinaron a las guarniciones allí acantonadas. 19Demetrio comenzó a reinar el año ciento sesenta y siete. 20Por aquellos días Jonatán reunió a los de Judea para atacar la acrópolis de Jerusalén y levantó contra ella muchas máquinas de asalto. 21Entonces algunos apóstatas que odiaban a su nación acudieron al rey para anunciarle que Jonatán había cercado la acrópolis. 22La noticia lo irritó y, nada más oírla, se puso en marcha y vino a Tolemaida. Escribió a Jonatán que levantara el cerco y viniera a Tolemaida lo antes posible a entrevistarse con él. 23Jonatán, al enterarse, ordenó que continuase el asedio. Eligió algunos ancianos y sacerdotes de Israel, y asumió el riesgo de la visita. 24Tomando plata, oro, vestidos y otros presentes en gran cantidad, partió a verse con el rey en Tolemaida y lo encontró favorable a él. 25Algunos compatriotas apóstatas lo acusaban, 26pero el rey le trató como le habían tratado sus predecesores y le honró en presencia de todos sus Amigos. 27Le confirmó en el sumo sacerdocio y en todas las dignidades que antes tenía, e hizo que se le contara entre sus primeros Amigos. 28Jonatán pidió al rey que eximiera de impuestos a Judea y a Samaría, prometiéndole a cambio nueve mil kilos de plata. 29Accedió el rey y escribió a Jonatán una carta sobre todos estos puntos redactada en la forma siguiente: 30«El rey Demetrio saluda a su hermano Jonatán y a la nación judía. 31Para vuestra información os enviamos copia de la carta que hemos escrito a nuestro pariente Lástenes acerca de vosotros: 32“El rey Demetrio saluda a su padre Lástenes. 33Hemos decidido favorecer a la nación judía por sus buenas disposiciones hacia nosotros, porque son amigos nuestros y nos guardan lealtad. 34Les confirmamos en la posesión del territorio de Judea y de los tres distritos de Ofra, Lida y Rama que han sido segregados de Samaría y agregados a Judea con todos sus anejos. Los que ofrecen sacrificios en Jerusalén quedan exentos de los impuestos que el rey percibía de ellos anualmente por los productos de la tierra y el fruto de los árboles. 35En cuanto a los otros derechos que tenemos sobre los diezmos y tributos nuestros, sobre las salinas y coronas que se nos deben, les concedemos desde ahora una exención total. 36Jamás será derogada ninguna de estas concesiones a partir de hoy. 37Procurad hacer una copia de estas disposiciones para que le sea entregada a Jonatán y la ponga en el monte santo en sitio visible”». 38El rey Demetrio, viendo que el país estaba en calma bajo su mando y que nada le ofrecía resistencia, licenció a todas sus tropas mandando a cada uno a su casa, excepto a los extranjeros que había reclutado en ultramar. Todas las tropas que había recibido de sus antepasados se enemistaron con él. 39Entonces Trifón, antiguo partidario de Alejandro, al ver que todas las tropas murmuraban contra Demetrio, se fue adonde estaba el árabe Yamlicú, preceptor del niño Antíoco, hijo de Alejandro, 40y le insistía en que se lo entregase a fin de ponerlo en el trono de su padre. Le puso al corriente de toda la actuación de Demetrio y del odio que le tenían sus tropas. Permaneció allí muchos días. 41Entretanto Jonatán envió a pedir al rey Demetrio que retirara las guarniciones de la acrópolis y de las plazas fuertes porque hostilizaban a Israel. 42Demetrio le contestó: «No solo haré esto por ti y tu nación, sino que os colmaré de honores a ti y a tu nación cuando tenga oportunidad. 43Pero ahora harás bien en enviarme hombres que luchen en mi favor, pues todas mis tropas me han abandonado». 44Jonatán le envió a Antioquía tres mil guerreros valientes, y, cuando llegaron, el rey Demetrio experimentó gran satisfacción por su venida. 45La población, unos ciento veinte mil, se amotinó en el centro de la ciudad y querían matar al rey. 46Este se refugió en el palacio, mientras los vecinos de la ciudad ocuparon sus calles y comenzaron el ataque. 47El rey llamó entonces en su auxilio a los judíos. Todos se congregaron en torno a él y luego se diseminaron por la ciudad. Aquel día llegaron a matar hasta cien mil. 48Prendieron fuego a la ciudad, se hicieron ese día con un botín considerable y salvaron al rey. 49Cuando los vecinos vieron que los judíos dominaban la ciudad a placer, perdieron el ánimo y levantaron sus clamores al rey suplicándole: 50«Hagamos las paces y que los judíos cesen en sus ataques contra nosotros y contra la ciudad». 51Rindieron las armas e hicieron la paz. Los judíos se cubrieron de gloria ante el rey y ante todos los de su imperio y se volvieron a Jerusalén con un rico botín. 52El rey Demetrio ocupó el trono real y el país quedó sosegado bajo su mando. 53Pero no cumplió ninguna de sus promesas y se enemistó con Jonatán. Lejos de corresponder a los servicios que le había prestado, le causaba grandes molestias. 54Después de estos acontecimientos, volvió Trifón y con él Antíoco, un muchacho muy joven todavía, que se proclamó rey y se ciñó la corona. 55Todas las tropas que Demetrio había licenciado se unieron a él y salieron a luchar contra Demetrio, lo derrotaron y le pusieron en fuga. 56Trifón se sirvió de los elefantes y se apoderó de Antioquía. 57El joven Antíoco escribió a Jonatán diciéndole: «Te confirmo en el cargo del sumo sacerdocio, te pongo al frente de los cuatro distritos y te mantengo entre los Amigos del rey». 58Le envió una vajilla de oro con todo el servicio de mesa, y le autorizó a beber en copas de oro, vestir púrpura y llevar broche de oro. 59A su hermano Simón lo nombró gobernador militar desde la Escala de Tiro hasta la frontera de Egipto. 60Jonatán fue a recorrer la Transeufratina y sus ciudades. Todas las tropas de Siria se le unieron como aliadas. Llegó a Ascalón y sus habitantes salieron a recibirlo con todos los honores. 61De allí pasó a Gaza, pero los habitantes le cerraron las puertas. Entonces la sitió y entregó sus arrabales a las llamas y al pillaje. 62Los de la ciudad vinieron a suplicarle la paz y Jonatán se la concedió, pero tomó como rehenes a los hijos de los jefes y los envió a Jerusalén. Luego siguió recorriendo la región hasta Damasco. 63Jonatán se enteró de que los generales de Demetrio se habían presentado en Cades de Galilea con un ejército numeroso para quitarle su cargo. 64Entonces Jonatán dejando en el país a su hermano Simón, salió a su encuentro. 65Simón acampó frente a Bet Sur, la atacó durante muchos días y la bloqueó. 66Le pidieron la paz, y él se la concedió. Les hizo salir de allí, ocupó la ciudad y puso en ella una guarnición. 67Por su parte, Jonatán y su ejército acamparon junto al lago de Genesaret, y muy de madrugada partieron hacia la llanura de Jasor, 68donde el ejército de extranjeros se les enfrentó, después de dejar hombres emboscados en los montes. Mientras este ejército avanzaba de frente, 69surgieron de sus puestos los emboscados y entablaron combate. 70Todos los hombres de Jonatán se dieron a la fuga sin que quedara ni uno de ellos, a excepción de Matatías, hijo de Absalón, y de Judas, hijo de Alfeo, oficiales del ejército. 71Jonatán entonces se rasgó las vestiduras, echó polvo sobre su cabeza y oró. 72Vuelto al combate, derrotó al enemigo y lo puso en fuga. 73Al verlo, los hombres suyos que huían, volvieron a él y con él persiguieron al enemigo hasta su campamento en Cades y acamparon allí. 74Hasta tres mil hombres cayeron aquel día del ejército extranjero. Jonatán regresó a Jerusalén.

121Viendo Jonatán que las circunstancias le eran favorables, escogió algunos hombres y los envió a Roma, con el fin de confirmar y renovar la amistad con los romanos. 2Con el mismo objeto envió cartas a los de Esparta y a otros lugares. 3Se fueron, pues, a Roma, y cuando entraron en el Senado dijeron: «Jonatán, sumo sacerdote, y el pueblo judío nos han enviado para renovar el anterior pacto de amistad y de mutua defensa con ellos». 4Los romanos les dieron salvoconducto para la autoridad de cada lugar a fin de que pudieran regresar a Judea sanos y salvos. 5Esta es la copia de la carta que Jonatán escribió a los espartanos: 6«Jonatán, sumo sacerdote, los ancianos de la nación, los sacerdotes y el resto del pueblo judío saludan a sus hermanos los espartanos. 7Ya en tiempos pasados vuestro rey Areo envió una carta al sumo sacerdote Onías en la que le decía que vosotros erais hermanos nuestros, como lo atestigua la copia adjunta. 8Onías recibió con honores al embajador y acogió la carta que hablaba claramente de mutua defensa y amistad. 9Aunque nosotros no sentimos necesidad de ello por tener como consolación los libros santos que están en nuestras manos, 10 hemos procurado enviaros embajadores para renovar con vosotros la amistad y la fraternidad, y evitar que nos hagamos extraños para vosotros, pues ha pasado mucho tiempo ya desde que nos enviasteis aquel mensaje. 11Por nuestra parte, en las fiestas y días señalados, os recordamos sin cesar en toda ocasión en los sacrificios que ofrecemos y en nuestras oraciones, pues es justo y conveniente acordarse de los hermanos. 12Nos alegramos de vuestra fama. 13Nosotros, en cambio, nos hemos visto rodeados por muchas guerras y tribulaciones, pues nos han atacado los reyes vecinos. 14Pero en estas luchas no hemos querido molestaros a vosotros ni a los demás aliados y amigos nuestros, 15porque contamos con el auxilio del Cielo que, viniendo en nuestra ayuda, nos ha librado de nuestros enemigos y a ellos los ha humillado. 16Así pues, hemos elegido a Numenio, hijo de Antíoco, y a Antípatro, hijo de Jasón, y los hemos enviado a Roma para renovar el pacto de amistad y de mutua defensa que antes teníamos, 17y les hemos dado orden de presentarse también a vosotros para saludaros y entregaros nuestra carta sobre la renovación de nuestra fraternidad. 18Haced ahora el favor de contestarnos». 19Esta es la copia de la carta enviada a Onías: 20«Areo, rey de los espartanos, saluda al sumo sacerdote Onías. 21En un documento relativo a espartanos y judíos se ha descubierto que son hermanos y que proceden de la estirpe de Abrahán. 22Y ahora que lo sabemos, os pedimos por favor que nos escribáis sobre vuestra situación. 23Por nuestra parte os manifestamos: vuestro ganado y vuestros bienes son como nuestros; y los nuestros, vuestros son. Por eso damos orden de que así os lo comuniquen en estos términos». 24Jonatán se enteró de que los generales de Demetrio habían vuelto con un ejército mayor que antes para atacarlo. 25Partió, pues, de Jerusalén y fue a encontrarse con ellos en la región de Jamat, sin darles tiempo de que entraran en su propio territorio. 26Envió espías al campamento enemigo y, a su vuelta, se enteró de que los enemigos estaban dispuestos a sorprender a los judíos por la noche. 27Cuando se puso el sol, Jonatán ordenó a los suyos que se mantuviesen en vela toda la noche, con las armas a mano, preparados para luchar; y dispuso avanzadillas alrededor del campamento. 28Cuando los enemigos supieron que Jonatán y los suyos estaban preparados para entrar en combate, sintieron miedo y, llenos de pánico, encendieron fogatas en su campamento y se retiraron. 29Jonatán y los suyos, como veían brillar las fogatas, no se percataron de lo ocurrido hasta el amanecer. 30Jonatán se lanzó entonces en su persecución, pero no les pudo dar alcance porque habían atravesado ya el río Eléutero. 31Jonatán se volvió contra los árabes llamados zabadeos, los derrotó y se hizo con sus despojos. 32Levantó luego el campamento, llegó a Damasco y recorrió toda la región. 33Simón por su parte hizo una incursión hasta Ascalón y las plazas fuertes vecinas. Se volvió luego hacia Jafa y la conquistó, 34ya que se había enterado de que sus habitantes querían entregar aquella plaza fuerte a los partidarios de Demetrio. Dejó en ella una guarnición para defenderla. 35Jonatán, ya de vuelta, reunió la asamblea de los ancianos del pueblo y acordó con ellos edificar fortalezas en Judea, 36dar mayor altura a las murallas de Jerusalén y levantar un muro alto separando la ciudad y la acrópolis, de modo que esta quedara aislada para que nadie pudiera comprar ni vender. 37Por eso se reunieron para reconstruir la ciudad, pues había caído un tramo de la muralla que daba al torrente por la parte oriental; restauró también el barrio llamado Cafenatá. 38Simón, por su parte, reconstruyó Adidá en la Sefelá, la fortificó y le puso puertas con cerrojos. 39Trifón aspiraba a reinar en Asia, ceñirse la corona y eliminar al rey Antíoco. 40Temiendo que Jonatán se lo estorbara haciéndole la guerra, trataba de secuestrarlo y de matarlo. Por ello se puso en marcha y llegó a Beisán. 41Jonatán salió a su encuentro con cuarenta mil hombres escogidos para la guerra y llegó a Beisán. 42Trifón vio que había venido con un ejército numeroso y temió echarle mano. 43Es más, lo recibió con honores, lo presentó a todos sus Amigos, le hizo regalos y ordenó a sus Amigos y a sus tropas que lo obedeciesen como si fuese él mismo. 44Y dijo a Jonatán: «¿Por qué has fatigado a toda esta gente si no hay guerra entre nosotros? 45Envíalos a sus casas, elige algunos hombres que te acompañen y ven conmigo a Tolemaida. Te entregaré la ciudad, las demás fortalezas, el resto del ejército y todos los funcionarios; luego emprenderé el regreso, ya que para eso he venido». 46Jonatán se fió de él y obró como le decía: despachó sus tropas, que partieron hacia la tierra de Judá, 47y mantuvo consigo tres mil hombres, de los cuales dejó dos mil en Galilea y mil lo acompañaron. 48Pero apenas entró Jonatán en Tolemaida, los habitantes de la ciudad cerraron las puertas, lo apresaron a él y pasaron a filo de espada a cuantos habían entrado con él. 49Trifón envió tropas y caballería a Galilea y a la gran llanura de Esdrelón para acabar con todos los partidarios de Jonatán. 50Pero estos, que ya sabían que Jonatán había sido apresado y muerto con sus acompañantes, se animaron entre sí y avanzaron, cerradas las filas, decididos al combate. 51Sus perseguidores los vieron dispuestos a jugarse la vida y se volvieron. 52Aquellos llegaron sanos y salvos a la tierra de Judá. Lloraron a Jonatán y a sus compañeros. Un gran temor se apoderó de ellos. Todo Israel hizo un gran duelo. 53Las naciones todas del entorno trataban de aniquilarlos: «No tienen jefe —decían— ni tienen quien les ayude. Esta es la ocasión de atacarlos y borrar su recuerdo de entre los hombres».

131Cuando Simón se enteró de que Trifón había reunido un ejército numeroso para ir a devastar la tierra de Judá, 2viendo al pueblo espantado y temeroso, subió a Jerusalén, congregó al pueblo 3y le arengó diciendo: «Vosotros sabéis todo lo que hemos hecho mis hermanos, la familia de mi padre y yo por la ley y el santuario, y las guerras y dificultades que hemos sufrido. 4Por ello, todos mis hermanos han muerto por Israel y he quedado yo solo. 5Pero lejos de mí escatimar ahora mi vida en momentos de peligro, pues yo no soy mejor que mis hermanos; 6por el contrario, vengaré a mi nación, el Lugar Santo y a vuestras mujeres e hijos, ya que, movidas por el odio, se han unido todas las naciones para aniquilarnos». 7Al oír estas palabras, se enardeció el espíritu del pueblo 8y respondió aclamándolo: «Tú eres nuestro caudillo después de Judas y de tu hermano Jonatán. 9Dirígenos en la guerra y haremos cuanto nos mandes». 10Simón reunió entonces a todos los hombres aptos para la guerra y se dio prisa en acabar las murallas de Jerusalén hasta que la fortificó en todo su contorno. 11A Jonatán, hijo de Absalón, lo envió a Jafa con un importante destacamento; él expulsó a los que estaban en la ciudad y se estableció en ella. 12Trifón partió de Tolemaida con un ejército numeroso para entrar en la tierra de Judá, llevando consigo prisionero a Jonatán. 13Simón puso su campamento en Adidá, frente a la llanura. 14Al enterarse Trifón de que Simón había reemplazado a su hermano Jonatán y que estaba preparado para entrar en combate contra él, le envió mensajeros diciéndole: 15«Tenemos detenido a tu hermano Jonatán a causa de las deudas contraídas con el tesoro real en el desempeño de sus cargos. 16Envíanos tres mil kilos de plata y a dos de sus hijos como rehenes, no sea que, una vez libre, se rebele contra nosotros. Entonces lo soltaremos». 17Simón, aunque se dio cuenta de que trataban de engañarlo, envió a buscar el dinero y a los niños, para no provocar contra sí mismo la enemistad del pueblo, que podría comentar: 18«Porque no envié yo el dinero y los niños, ha muerto Jonatán». 19Envió, pues, a los niños y los tres mil kilos de plata, pero Trifón faltó a su palabra y no soltó a Jonatán. 20Después de esto, Trifón se puso en marcha para invadir la región y devastarla. Dio un rodeo por el camino de Adorá, mientras Simón y su ejército obstaculizaban su marcha por doquier. 21Los de la acrópolis enviaron legados a Trifón apremiándole para que fuera a través del desierto adonde estaban ellos y les enviara víveres. 22Trifón preparó toda su caballería para ir, pero aquella noche cayó tal cantidad de nieve que le impidió acudir. Partió de allí y se fue hacia Galilea. 23Cuando se encontraba cerca de Bascamá, hizo matar a Jonatán, quien fue enterrado allí. 24Luego Trifón regresó a su país. 25Simón envió a recoger los restos mortales de su hermano Jonatán y le dio sepultura en Modín, ciudad de sus padres. 26Todo Israel hizo solemnes funerales por él y lo lloró durante muchos días. 27Simón construyó sobre el sepulcro de su padre y sus hermanos un mausoleo alto, que pudiera verse, de piedras pulidas por delante y por detrás. 28Levantó siete pirámides, una frente a otra, dedicadas a su padre, a su madre y a sus cuatro hermanos. 29Levantó, alrededor de ellas, grandes columnas y sobre las columnas colocó panoplias como recuerdo permanente. Al lado de las panoplias esculpió unas naves que pudieran ser contempladas por todos los navegantes. 30Tal fue el mausoleo que construyó en Modín y que subsiste en nuestros días. 31Trifón conspiró contra el joven rey Antíoco y le dio muerte. 32Ocupó el trono en su lugar, se ciñó la corona de Asia y causó grandes estragos en el país. 33Simón, por su parte, reconstruyó las fortalezas de Judea, las rodeó de altas torres y grandes murallas con puertas y cerrojos, y almacenó víveres en ellas. 34Además, Simón escogió algunos hombres que envió al rey Demetrio intentando conseguir una remisión de deudas para la región, dado que toda la actividad de Trifón había sido un continuo robo. 35El rey Demetrio contestó a su petición y le escribió la siguiente carta: 36«El rey Demetrio saluda a Simón, sumo sacerdote y Amigo de reyes, a los ancianos y a la nación judía. 37Hemos recibido la corona de oro y la palma que nos habéis enviado, y estamos dispuestos a concertar con vosotros una paz completa y a escribir a los funcionarios que os concedan la remisión de las deudas. 38Cuanto hemos decidido sobre vosotros quede firme y sean vuestras las fortalezas que habéis construido. 39Os perdonamos los errores y delitos cometidos hasta el día de hoy, y la corona que nos debéis. Si algún otro tributo se percibía en Jerusalén, ya no se exija. 40Y si algunos de vosotros son aptos para alistarse en nuestra guardia, que lo haga, y haya paz entre nosotros». 41El año ciento setenta Israel quedó libre del yugo de las naciones 42y el pueblo comenzó a escribir en las actas y contratos: «En el año primero de Simón, gran sumo sacerdote, estratega y caudillo de los judíos». 43Por aquellos días Simón acampó junto a Guézer y la cercó con sus tropas. Construyó una torre móvil de asalto que aproximó a la ciudad y, abriendo brecha en un baluarte, lo ocupó. 44Saltaron los de la torre móvil a la ciudad y se produjo en ella gran agitación. 45Los habitantes subieron a la muralla con sus mujeres e hijos y, rasgándose las vestiduras, pidieron la paz a Simón a grandes gritos. 46«No nos trates —le decían— según nuestras maldades, sino según tu misericordia». 47Simón accedió y suspendió el ataque, pero los echó de la ciudad y mandó purificar las casas en que había ídolos. Entonces hizo su entrada en la ciudad con himnos de alabanza y de acción de gracias. 48Echó de la ciudad todo lo que la profanaba, instaló en ella gentes observantes de la ley, fortificó Guézer y se construyó allí una residencia. 49Los de la acrópolis de Jerusalén, como no podían moverse libremente por la región, sin comprar ni vender, padecían mucha hambre, y bastantes de ellos habían perecido por inanición. 50Clamaron a Simón que hiciera con ellos la paz y Simón se la concedió. Los expulsó de allí y purificó de profanaciones la acrópolis. 51El día veintitrés del segundo mes del año ciento setenta y uno, hicieron su entrada en ella, con aclamaciones y palmas, al son de cítaras, platillos y arpas, con himnos y cantos, porque el mayor enemigo había sido vencido y expulsado de Israel. 52Simón dispuso que este día se celebrara con júbilo todos los años. Fortificó el monte del templo que está al lado de la acrópolis y se estableció allí con los suyos. 53Y cuando Simón vio que su hijo Juan era todo un hombre, le nombró jefe de todas las fuerzas del ejército con residencia en Guézer.

141El año ciento setenta y dos el rey Demetrio reunió su ejército y partió para Media en busca de ayuda a fin de combatir a Trifón. 2Pero cuando se enteró Arsaces, rey de Persia y Media, de que Demetrio había entrado en su territorio, envió a uno de sus generales para capturarlo vivo. 3Partió este y derrotó al ejército de Demetrio, lo hizo prisionero y lo llevó ante Arsaces, quien lo metió en la cárcel. 4La tierra de Judá gozó de paz | durante todos los días de Simón. | Él procuró el bien a su nación, | les resultó grato su gobierno | y su magnificencia en todo tiempo. 5Añadió a sus títulos de gloria | la conquista de Jafa como puerto, | y se abrió paso hacia las islas del mar. 6Amplió las fronteras de su nación, | se hizo dueño del país 7y repatrió a muchos cautivos. | Tomó Guézer, Bet Sur y la acrópolis, | la limpió de su profanación, | no hubo quien le resistiera. 8Cultivaban en paz sus campos; | la tierra daba sus cosechas | y los árboles del llano sus frutos. 9Los ancianos se sentaban en las plazas, | hablaban todos de sus venturas, | los jóvenes vestían galas y armadura. 10Proveyó de víveres a las ciudades, | las protegió con fortalezas, | su renombre llegaba a los confines del orbe. 11Restableció la paz en la tierra, | Israel gozó de gran alegría. 12Se sentaba cada uno bajo su parra y su higuera, | y nadie hubo que los inquietara. 13Sus contendientes desaparecieron del país, | los reyes cayeron en aquellos días. 14Apoyó a los humildes de su pueblo, | observó con fidelidad la ley | y exterminó a malvados y apóstatas. 15Al templo dio esplendor | y aumentó su ajuar sagrado. 16En Roma y en Esparta sintieron la noticia de la muerte de Jonatán. 17Cuando supieron que su hermano Simón le había sucedido en el sumo sacerdocio y había tomado el mando del país y sus ciudades, 18le escribieron en planchas de bronce para renovar con él el pacto de amistad y mutua defensa que habían establecido con sus hermanos Judas y Jonatán. 19El documento se leyó en Jerusalén ante la asamblea. 20Esta es la copia de la carta enviada por los espartanos: «Los magistrados y la ciudad de Esparta saludan al gran sacerdote Simón, a los ancianos, a los sacerdotes y al resto del pueblo judío, nuestros hermanos. 21Los embajadores enviados a nuestro pueblo nos han informado de vuestra gloria y esplendor y nos hemos alegrado con su venida. 22Hemos registrado sus declaraciones en las actas oficiales en estos términos: “Numenio, hijo de Antíoco, y Antípatros, hijo de Jasón, embajadores de los judíos, se nos han presentado para renovar su pacto de amistad con nosotros. 23El pueblo ha tenido a bien recibirlos con honor y depositar la copia de sus discursos en los archivos públicos, a fin de que el pueblo espartano conserve su recuerdo. Se ha sacado una copia de ello para el sumo sacerdote Simón”». 24Más tarde Simón envió a Numenio hasta Roma con un gran escudo de oro, de seiscientos kilos de peso, para confirmar el pacto de mutua defensa con ellos. 25Cuando estos hechos llegaron a conocimiento del pueblo, la gente comentaba: «¿Cómo mostraremos nuestro agradecimiento a Simón y a sus hijos? 26Porque tanto él, como sus hermanos y su familia, han luchado con constancia contra los enemigos de Israel y le han conseguido la libertad». Grabaron una inscripción en bronce y la fijaron en unas columnas en el monte Sión. 27Esta es la copia de la inscripción: «El dieciocho de elul del año ciento setenta y dos, año tercero del gran sumo sacerdote Simón, en Asaramel, 28en la gran asamblea de los sacerdotes, del pueblo, de las autoridades de la nación y de los ancianos del país, se nos hizo saber lo siguiente: 29Cuando se libraban muchos combates en nuestra región, Simón, hijo de Matatías, sacerdote descendiente de los hijos de Joarib, y sus hermanos, se expusieron al peligro, hicieron frente a los enemigos de su nación, a fin de conservar incólumes el santuario y la ley, y alcanzaron inmensa gloria para su nación. 30Jonatán reunificó la nación y llegó a ser sumo sacerdote suyo hasta que fue a reunirse con sus antepasados. 31Los enemigos de los judíos quisieron invadir el país y atacar al santuario. 32Pero entonces surgió Simón para combatir por su nación y gastó gran parte de sus bienes en equipar y pagar las tropas de la nación. 33Fortificó las ciudades de Judea y Bet Sur, ciudad fronteriza de Judea donde se encontraban antes las armas de los enemigos, y puso en ella una guarnición de guerreros judíos. 34Fortificó Jafa, situada junto al mar, y Guézer, en los límites de Asdod, donde habitaban anteriormente los enemigos, y estableció en ellas una población judía a la que proveyó de todo lo necesario para su mantenimiento. 35Al ver el pueblo la fidelidad de Simón y la gloria que procuraba alcanzar para su nación, lo nombró su caudillo y sumo sacerdote por todos los servicios que había prestado, por la justicia y fidelidad que había guardado a su nación y por sus esfuerzos de toda clase para exaltar a su pueblo. 36En sus días se consiguió felizmente por su medio expulsar a los gentiles de la región ocupada y a los que se encontraban en la Ciudad de David, en Jerusalén, donde se había construido una acrópolis, desde la que hacían salidas y mancillaban los alrededores del santuario, ultrajando gravemente su pureza. 37Simón estableció en la acrópolis guerreros judíos, la fortificó para seguridad de la región y de la ciudad, y elevó las murallas de Jerusalén. 38En consecuencia, el rey Demetrio le confirmó en el cargo del sumo sacerdocio, 39le contó entre los Amigos y lo colmó de honores; 40porque se había enterado de que los romanos llamaban a los judíos amigos, aliados y hermanos, que habían recibido con honor a los embajadores de Simón, 41y que a los judíos y a los sacerdotes les había parecido bien que Simón fuese su caudillo y sumo sacerdote para siempre, hasta que apareciera un profeta digno de fe; 42y también que fuese su estratega, que se encargase del santuario, de la administración del país, de los armamentos y de plazas fuertes 43(que se encargase del santuario), que todos le obedeciesen, que se redactasen en su nombre todos los documentos del país, que vistiese de púrpura y llevase adornos de oro. 44A nadie del pueblo, ni a los sacerdotes, le estará permitido rechazar ninguna de estas disposiciones, ni contradecir sus órdenes, ni convocar en el país asambleas sin contar con él, ni vestir de púrpura, ni llevar broche de oro. 45Todo aquel que obre contrariamente a estas decisiones o anule alguna de ellas, será culpable. 46El pueblo entero estuvo de acuerdo en conceder a Simón el derecho de obrar conforme a estas disposiciones, 47y Simón aceptó con agrado ejercer el sumo sacerdocio, ser estratega y etnarca de los judíos y sacerdotes, y estar al frente de todos». 48Decretaron que este documento se grabase en planchas de bronce, que se fijasen estas en el recinto del santuario, en sitio visible, 49y que se archivasen copias en el tesoro a disposición de Simón y de sus hijos.

151Antíoco, hijo del rey Demetrio, envió desde ultramar una carta a Simón, sacerdote y etnarca de los judíos, y a toda la nación, 2redactada en los siguientes términos: «El rey Antíoco saluda a Simón, gran sacerdote y etnarca, y a la nación judía. 3Dado que unos hombres perniciosos se han apoderado del reino de nuestros padres, he resuelto reivindicar mis derechos sobre él y restablecerlo como antes estaba. He reclutado fuerzas considerables y equipado navíos de guerra, 4y quiero desembarcar en el país para enfrentarme con los que lo han arruinado y han devastado muchas ciudades de mi reino. 5Ahora bien, ratifico en tu favor todas las exenciones que te concedieron los reyes anteriores a mí y cualesquiera otras exenciones que te otorgaron. 6Te autorizo a acuñar moneda propia de curso legal en tu país. 7Jerusalén y el Lugar Santo sean ciudad franca. Todas las armas que has fabricado y las fortalezas que has construido y ahora ocupas, queden en tu poder. 8Cuanto debes al tesoro real y cuanto en el futuro dejes a deber, te sea perdonado desde ahora para siempre. 9Y cuando hayamos recuperado nuestro reino, te honraremos a ti, a tu nación y al templo con tales honores que vuestra gloria será conocida en toda la tierra». 10El año ciento setenta y cuatro, Antíoco partió hacia la tierra de sus padres, y todas las tropas se pasaron a él de modo que pocos quedaron con Trifón. 11Antíoco se lanzó en su persecución y Trifón se refugió en Dor, a orillas del mar, 12porque era consciente de que las desgracias se abatían sobre él y se encontraba abandonado de sus tropas. 13Antíoco puso cerco a Dor con los ciento veinte mil combatientes y los ocho mil jinetes que tenía consigo. 14Cercó la ciudad, y las naves se acercaron por mar, de modo que acosó a la ciudad por tierra y por mar, sin dejar que nadie entrase o saliese. 15Entretanto, regresaron de Roma Numenio y sus acompañantes trayendo cartas para los reyes y países, escritas así: 16«Lucio, cónsul de los romanos, saluda al rey Tolomeo. 17Han venido a nosotros, en calidad de amigos y aliados nuestros, los embajadores judíos para renovar nuestro antiguo pacto de amistad y mutua defensa, enviados por el sumo sacerdote Simón y por el pueblo judío, 18y nos han traído un escudo de oro de unos seiscientos kilos. 19Nos ha parecido bien, en consecuencia, escribir a los reyes de los distintos países que no intenten causarles mal alguno, ni los ataquen a ellos ni sus ciudades ni su país, y que no presten su apoyo a los que los ataquen. 20Hemos decidido aceptarles el escudo. 21Si, pues, judíos traidores huyen de su país y se refugian en el vuestro, entregadlos al sumo sacerdote Simón para que los castigue según la ley». 22Cartas iguales fueron remitidas al rey Demetrio, a Atalo, a Ariartes, a Arsaces 23y a todos los países: Sápsame, Esparta, Delos, Mindo, Sición, Caria, Panfilia, Licia, Halicarnaso, Rodas, Fasélida, Cos, Side, Arvad, Gortina, Cnido, Chipre y Cirene. 24Redactaron además una copia de esta carta para el sumo sacerdote Simón. 25Mientras tanto, el rey Antíoco asediaba Dor desde los arrabales, lanzaba sin tregua sus tropas contra la ciudad y construía máquinas de guerra. Tenía bloqueado a Trifón y nadie podía entrar ni salir. 26Simón le envió dos mil hombres escogidos para ayudarlo en la lucha, además de plata, oro y abundante material. 27Pero no quiso recibir el envío; antes bien rescindió cuanto había convenido anteriormente con Simón y se mostró hostil con él. 28Envió a Atenobio, uno de sus Amigos, a entrevistarse con él y decirle: «Vosotros ocupáis Jafa, Guézer y la acrópolis de Jerusalén, ciudades de mi imperio. 29Habéis devastado sus territorios, causado graves daños en el país y os habéis adueñado de muchas localidades de mi reino. 30Devolved, pues, ahora las ciudades que habéis tomado y los impuestos de las localidades de las que os habéis adueñado fuera de los límites de Judea. 31O bien, pagad en compensación nueve mil kilos de plata y otros nueve mil kilos por los estragos que habéis causado y por los impuestos de las ciudades. De lo contrario nos presentaremos ahí para atacaros». 32Llegó, pues, Atenobio, el Amigo del rey, a Jerusalén, y, al ver la magnificencia de Simón, su aparador con vajilla de oro y plata y todo el esplendor que lo rodeaba, quedó asombrado. Le comunicó el mensaje del rey 33y Simón le respondió con estas palabras: «Ni nos hemos apoderado de tierras ajenas ni nos hemos apropiado bienes de otros, sino de la heredad de nuestros padres. Por algún tiempo la poseyeron injustamente nuestros enemigos 34y nosotros, aprovechando una ocasión favorable, hemos recuperado la heredad de nuestros antepasados. 35En cuanto a Jafa y Guézer que nos reclamas, esas ciudades causaban grandes daños al pueblo y asolaban nuestro país. Por ellas daremos tres mil kilos (de plata)». Atenobio no le respondió, 36se volvió airado al rey y le refirió la respuesta, la magnificencia de Simón y todo lo que había visto. El rey se puso furioso. 37Trifón, embarcado en una nave, huyó a Ortosia. 38Entonces el rey nombró a Cendebeo jefe supremo de la zona marítima y le entregó tropas de infantería y de caballería, 39con la orden de acampar frente a Judea, reconstruir Cedrón, fortificar sus puertas y combatir contra el pueblo. El rey salió a perseguir a Trifón. 40Cendebeo llegó a Yamnia y comenzó a hostigar al pueblo y a efectuar incursiones por Judea para hacer cautivos y matar a la gente. 41Reconstruyó Cedrón, donde alojó caballería y tropas para hacer incursiones por los caminos de Judea, como se lo tenía ordenado el rey.

161Juan subió desde Guézer y comunicó a su padre Simón las actividades de Cendebeo. 2Simón llamó entonces a sus dos hijos mayores, Judas y Juan, y les dijo: «Mis hermanos y yo, y toda la familia, hemos combatido a los enemigos de Israel desde la juventud hasta el día de hoy y, con nuestro esfuerzo, llevamos muchas veces a feliz término la liberación de Israel; 3pero ahora ya estoy viejo, mientras que vosotros, por la misericordia del Cielo, estáis en buena edad. Ocupad, pues, mi puesto y el de mi hermano, salid a combatir por vuestra nación y que el auxilio del cielo os acompañe». 4Escogió luego en el país veinte mil combatientes y jinetes que partieron contra Cendebeo y pasaron la noche en Modín. 5Al levantarse de mañana, avanzaron hacia la llanura y se encontraron de frente con un ejército numeroso de infantería y caballería, separado de ellos por un torrente. 6Juan, con su tropa, tomó posiciones frente al enemigo y, advirtiendo que su tropa tenía miedo de pasar el torrente, lo pasó él el primero; y sus hombres, al verlo, pasaron tras él. 7Dividió la tropa y puso a los jinetes en medio de la infantería, pues la caballería de los contrarios era muy numerosa. 8Tocaron las trompetas, y Cendebeo y su ejército salieron derrotados. Muchos de ellos cayeron heridos de muerte y los que quedaron huyeron en dirección a la fortaleza. 9Entonces cayó herido Judas, el hermano de Juan. Pero Juan los persiguió hasta que Cendebeo entró en Cedrón, que él había reconstruido. 10Fueron también a refugiarse en las torres que hay por los campos de Asdod. Juan incendió la ciudad, causándoles dos mil bajas y regresó en paz a Judea. 11Tolomeo, hijo de Abubo, había sido nombrado gobernador de la llanura de Jericó, y poseía mucha plata y oro, 12por ser yerno del sumo sacerdote. 13Su corazón se ensoberbeció tanto que quiso apoderarse de país, para lo cual tramaba matar a traición a Simón y a sus hijos. 14Yendo Simón de inspección por las ciudades del país, preocupándose por la administración, bajó con sus hijos Matatías y Judas, a Jericó. Era el año ciento setenta y siete en el mes undécimo, que es el mes de sebat. 15El hijo de Abubo los recibió traicioneramente en un fortín llamado Dok, construido por él, les dio un gran banquete y ocultó allí algunos hombres. 16Cuando Simón y sus hijos estaban bebidos, Tolomeo se levantó con los suyos, tomaron sus armas y, lanzándose sobre Simón en la sala del banquete, lo mataron a él, a sus dos hijos y a algunos de sus servidores. 17Perpetró así una alevosa traición, devolviendo mal por bien. 18Luego Tolomeo consignó por escrito lo sucedido e informó al rey contándole lo ocurrido y pidiéndole que le enviara tropas de socorro para entregarle el país y sus ciudades. 19Envió otros emisarios a Guézer para eliminar a Juan. Escribió cartas a los oficiales invitándoles a entrevistarse con él para darles plata, oro y otros regalos. 20A otro grupo lo envió a apoderarse de Jerusalén y del monte del templo. 21Pero uno se adelantó y anunció a Juan en Guézer que su padre y sus hermanos habían perecido y añadió: «Ha enviado gente a matarte también a ti». 22Al oír estas noticias, Juan quedó consternado, prendió a los hombres que venían a matarlo y los ejecutó, pues sabía que pretendían asesinarlo. 23Las restantes actividades de Juan, sus guerras, las proezas que llevó a cabo, las murallas que levantó y otras empresas suyas 24están escritas en el libro de los Anales de su pontificado, a partir del día en que fue nombrado sumo sacerdote como sucesor de su padre.

https://www.conferenciaepiscopal.es/biblia/1-macabeos/

ANTIGUO TESTAMENTO

LIBROS HISTÓRICOS

MACABEOS 2

11A los hermanos judíos que viven en Egipto les saludan sus hermanos judíos que están en Jerusalén y en la región de Judea, deseándoles paz y prosperidad. 2Que Dios os favorezca y recuerde su alianza con sus fieles servidores Abrahán, Isaac y Jacob. 3Que a todos os dé el deseo de adorarlo y de cumplir su voluntad con un corazón generoso y de buena gana. 4Que abra vuestro corazón a su ley y a sus preceptos, y os conceda la paz. 5Que escuche vuestras súplicas, se reconcilie con vosotros y no os abandone en tiempo de desgracia. 6Esto es lo que ahora estamos pidiendo por vosotros. 7Ya el año ciento sesenta y nueve, en el reinado de Demetrio, nosotros, los judíos, os escribimos así: «En medio de la grave tribulación que ha caído sobre nosotros en estos años, desde que Jasón y sus partidarios traicionaron a la tierra santa y al reino, 8cuando incendiaron la puerta del templo y derramaron sangre inocente, suplicamos al Señor y fuimos escuchados. Hemos ofrecido un sacrificio y flor de harina, hemos encendido las lámparas y presentado los panes». 9También ahora os escribimos para que celebréis la fiesta de las Tiendas en el mes de casleu. Es el año ciento ochenta y ocho. 10Los que están en Jerusalén y en Judea, los ancianos y Judas saludan y desean prosperidad a Aristóbulo, preceptor del rey Tolomeo, de la familia de los sacerdotes ungidos, y a los judíos que están en Egipto. 11Salvados por Dios de grandes peligros, le damos muchas gracias por haber sido nuestro defensor contra el rey, 12ya que él ha expulsado a los que combatían contra la ciudad santa. 13En efecto, cuando su jefe llegó a Persia, acompañado de un ejército que parecía invencible, fueron despedazados en el templo de Nanea, gracias a una estratagema de los sacerdotes de la diosa. 14Antíoco, y con él sus consejeros, llegaron a aquel lugar con el pretexto de desposarse con la diosa, a fin de apoderarse de abundantes riquezas a título de dote. 15Cuando los sacerdotes del templo de Nanea las habían expuesto, se presentó él con unas pocas personas en el recinto sagrado; en cuanto entró Antíoco, cerraron el templo. 16Abrieron la trampa del techo y a pedradas aplastaron al jefe; los descuartizaron y, cortándoles las cabezas, las arrojaron a los que estaban fuera. 17¡Bendito sea en todo nuestro Dios, que ha entregado a los impíos a la muerte! 18A punto de celebrar en el veinticinco de casleu la purificación del templo, nos ha parecido conveniente informaros, para que también vosotros celebréis la fiesta de las Tiendas y del fuego aparecido cuando ofreció sacrificios Nehemías, el que construyó el templo y el altar. 19Pues, cuando nuestros antepasados fueron deportados a Persia, los piadosos sacerdotes de entonces, habiendo tomado fuego del altar, lo escondieron secretamente en una cavidad semejante a un pozo seco, donde tomaron tales precauciones que nadie supo el lugar. 20Pasados muchos años, cuando Dios quiso, Nehemías, enviado por el rey de Persia, mandó que buscaran el fuego los descendientes de los sacerdotes que lo habían escondido; 21pero, según nos cuentan, en realidad no encontraron fuego, sino un líquido espeso; él les mandó que lo sacasen y se lo llevasen. Cuando estuvo dispuesto el sacrificio, Nehemías mandó a los sacerdotes que rociaran con aquel líquido la leña y la ofrenda colocada sobre ella. 22Cumplida la orden y pasado algún tiempo, volvió a brillar el sol, que antes estaba nublado, y se encendió una llama tan grande que todos quedaron maravillados. 23Mientras se consumía el sacrificio, los sacerdotes hacían oración: todos los sacerdotes con Jonatán, que era el que comenzaba; y los demás respondían como Nehemías. 24La oración era la siguiente: «Señor, Señor Dios, creador de todo, temible y fuerte, justo y misericordioso; tú, rey único y bueno, 25tú, el único generoso, el único justo, todopoderoso y eterno, que salvas a Israel de todo mal, que elegiste a nuestros padres y los santificaste, 26acepta el sacrificio por todo tu pueblo Israel, guarda tu heredad y santifícala. 27Reúne a los nuestros dispersos, da libertad a los que están esclavizados entre las naciones, vuelve tus ojos a los despreciados y abominados, y conozcan los gentiles que tú eres nuestro Dios. 28Aflige a los que tiranizan y ultrajan con arrogancia. 29Planta a tu pueblo en tu lugar santo, como dijo Moisés». 30Los sacerdotes salmodiaban los himnos. 31Cuando se consumieron las víctimas, Nehemías mandó derramar el líquido sobrante sobre unas grandes piedras. 32Hecho esto, se encendió una llamarada que quedó absorbida por el mayor resplandor que brillaba en el altar. 33Cuando el hecho se divulgó, contaron al rey de los persas que, en el lugar donde los sacerdotes deportados habían escondido el fuego, había aparecido aquel líquido con el que Nehemías y sus compañeros habían consagrado las ofrendas del sacrificio. 34El rey, después de verificar el hecho, mandó alzar una cerca reconociendo el lugar como sagrado. 35El rey recogía muchas donaciones y las repartía a sus favoritos. 36Los acompañantes de Nehemías llamaron a ese lugar neftar, que significa «purificación»; pero la mayoría lo llama nafta.

21Se encuentra en los documentos que el profeta Jeremías mandó a los deportados recoger fuego, como queda dicho; 2y que el profeta, después de darles la ley, les ordenó que no se olvidaran de los preceptos del Señor ni se desviaran en sus pensamientos al ver ídolos de oro y plata, revestidos de gala. 3Entre otros consejos, les exhortaba a no alejar de su corazón la ley. 4Se decía también en el escrito cómo el profeta, avisado por un oráculo, mandó llevar consigo la Tienda y el Arca; y que salió hacia el monte donde Moisés había subido para contemplar la heredad de Dios. 5Y cuando Jeremías llegó, encontró una estancia en forma de cueva; metió allí la Tienda, el Arca y el Altar del incienso, y tapó la entrada. 6Algunos de sus acompañantes volvieron para marcar el camino, pero no pudieron encontrarlo. 7En cuanto Jeremías lo supo, les reprendió diciéndoles: «Este lugar quedará desconocido hasta que Dios reúna a la comunidad del pueblo y se vuelva propicio. 8Entonces el Señor mostrará todo esto y se verá la Gloria del Señor y la Nube, como aparecía en tiempo de Moisés, y cuando Salomón rogó que el lugar fuera solemnemente consagrado». 9Se contaba también cómo Salomón, dotado de sabiduría, ofreció el sacrificio de dedicación cuando se inauguró el templo. 10Lo mismo que Moisés oró al Señor y bajó fuego del cielo que devoró los sacrificios, así también oró Salomón y bajó fuego que consumió los holocaustos. 11Moisés había dicho: «La víctima por el pecado ha sido consumida por no haber sido comida». 12Salomón celebró igualmente los ocho días de fiesta. 13Estos mismos relatos se contenían también en los archivos y en las memorias del tiempo de Nehemías; y cómo este, para fundar una biblioteca, reunió los libros referentes a los reyes y a los profetas, los de David y las cartas de los reyes acerca de las ofrendas. 14De igual modo Judas reunió todos los libros dispersos a causa de la guerra que hemos padecido, y ahora los tenemos a mano. 15Por tanto, si tenéis necesidad de ellos, enviadnos a alguien que os los lleve. 16A punto ya de celebrar la fiesta de la Purificación, os escribimos para que tengáis a bien celebrar estos días. 17El Dios que ha salvado a todo su pueblo y que a todos ha devuelto la heredad, el reino, el sacerdocio y el santuario, 18como había prometido por la ley, el mismo Dios, así esperamos, se apiadará pronto de nosotros y nos reunirá en el lugar santo desde todas las regiones bajo el cielo; pues nos ha librado de grandes males y ha purificado el lugar. 19la historia de Judas Macabeo y de sus hermanos, la Purificación del templo más importante, la dedicación del altar, 20las guerras contra Antíoco Epífanes y su hijo Eupátor, 21y las manifestaciones celestiales a los bravos combatientes en favor del judaísmo; de suerte que, aun siendo pocos, saquearon toda la región, ahuyentaron a las hordas bárbaras, 22recuperaron el templo famoso en todo el mundo, liberaron la ciudad y restablecieron las leyes que estaban a punto de ser abolidas, pues el Señor, en su inagotable amor, se mostró propicio hacia ellos; 23todo esto intentaremos compendiarlo nosotros en un solo libro. Jasón de Cirene ha expuesto en cinco libros los siguientes contenidos. 24Porque, al considerar la cantidad de números y la dificultad que la amplitud de la materia plantea a quienes deseen sumergirse en los relatos de la historia, 25hemos procurado hacerlos atractivos a los que quieren leer, accesibles a los que gustan retener lo leído en la memoria, y útiles a cualquiera que los leyere. 26Para nosotros, que nos hemos encargado de la fatigosa labor de este resumen, no ha sido fácil la tarea, sino de sudores y desvelos; 27como tampoco le resulta cómodo el trabajo a quien prepara un banquete y tiene que atender al gusto ajeno. Sin embargo, esperando la gratitud de muchos, soportamos con gusto esta fatiga, 28dejando al historiador la tarea de precisar cada suceso, mientras nosotros nos esforzamos por seguir las normas propias de un resumen. 29Pues así como al arquitecto de una casa nueva corresponde la preocupación por la estructura entera; y, en cambio, al decorador y pintor, el cuidado por la ornamentación, lo mismo puede decirse en nuestro caso; 30profundizar, contrastar las cuestiones y examinar al detalle corresponde a quien compone la historia; 31pero al divulgador le compete una exposición concisa, renunciando al tratamiento exhaustivo. 32Comencemos, pues, desde ahora el relato, tras abundar tanto en los preliminares; pues sería absurdo alargar el prólogo y abreviar la historia.

31Mientras la ciudad santa gozaba de completa paz y las leyes eran guardadas a la perfección, gracias a la piedad del sumo sacerdote Onías y a su aversión al mal, 2sucedía que hasta los reyes veneraban el lugar santo y honraban el templo con magníficos regalos; 3a tal punto que Seleuco, rey de Asia, proveía con sus propias rentas a todos los gastos necesarios para el servicio de los sacrificios. 4Pero un tal Simón, del clan de Bilgá, nombrado administrador del templo, tuvo diferencias con el sumo sacerdote sobre el reglamento del mercado de la ciudad. 5No pudiendo imponerse a Onías, acudió a Apolonio, hijo de Traseo, gobernador por entonces de Celesiria y Fenicia, 6y le comunicó que el tesoro de Jerusalén estaba repleto de riquezas incontables; tanto que era incalculable la cantidad de dinero y resultaba desproporcionada a los gastos de los sacrificios; y que era posible transferir tales riquezas a manos del rey. 7En conversación con el rey, Apolonio le habló del tesoro del que había tenido noticia; entonces el rey designó a Heliodoro, el encargado de sus negocios, y le envió con la orden de traerse dichas riquezas. 8Heliodoro emprendió el viaje inmediatamente con el pretexto de inspeccionar las ciudades de Celesiria y Fenicia, aunque en realidad iba para ejecutar el proyecto del rey. 9Llegado a Jerusalén y acogido amistosamente por el sumo sacerdote de la ciudad, expuso el hecho de la denuncia e hizo saber el motivo de su presencia; preguntó si las cosas eran realmente así. 10El sumo sacerdote le manifestó que se trataba de depósitos para viudas y huérfanos, 11que una parte pertenecía a Hircano, hijo de Tobías, personaje de muy alta posición y, contra la calumnia del impío Simón, que el total era de doce mil kilos de plata y seis mil de oro; 12que de ningún modo se podía perjudicar a los que tenían puesta su confianza en la santidad del lugar y en la majestad inviolable de aquel templo venerado en todo el mundo. 13Pero Heliodoro, fiel a las órdenes del rey, mantenía de forma terminante que los bienes debían pasar al tesoro real. 14Fijó él la fecha y quería entrar para hacer el inventario de los bienes. No era pequeña la angustia en toda la ciudad: 15los sacerdotes, postrados ante el altar con sus vestiduras sacerdotales, suplicaban al Cielo, que había dado la ley sobre los bienes en depósito, que los guardara intactos para quienes se habían depositado. 16Ver la figura del sumo sacerdote partía el corazón, pues su aspecto y su color demudado manifestaban la angustia de su alma. 17Embargado por un miedo y temblor corporal, mostraba a los que le contemplaban el dolor que había en su corazón. 18La gente salía de las casas en tropel a una rogativa pública, ante el ultraje que iba a sufrir el lugar santo. 19Las mujeres, ceñidas de sayal bajo el pecho, llenaban las calles; de las jóvenes, que estaban recluidas en sus casas, unas corrían a las puertas, otras subían a los muros, otras se asomaban por las ventanas. 20Todas, con las manos tendidas al cielo, se unían a la súplica. 21Daba compasión aquella multitud revuelta y postrada y la angustia del sumo sacerdote sumido en honda ansiedad. 22Mientras ellos invocaban al Señor todopoderoso para que guardara intactos, completamente seguros, los bienes en depósito para quienes los habían confiado, 23Heliodoro intentaba llevar a cabo lo programado. 24Allí estaba con su escolta junto al tesoro, cuando el Soberano de los Espíritus y de toda Potestad se manifestó tan grandiosamente que todos los que se habían atrevido a aproximarse, pasmados ante el poder de Dios, se volvieron débiles y cobardes. 25Pues se les apareció un caballo montado por un jinete imponente y enjaezado con riquísimo arnés; lanzándose con ímpetu coceó a Heliodoro con sus patas delanteras. El jinete aparecía con una armadura de oro. 26Se le aparecieron además otros dos jóvenes de notable vigor, espléndida belleza y magníficas vestiduras, que, colocándose a ambos lados, le azotaban sin cesar, moliéndolo a golpes. 27Cuando Heliodoro cayó a tierra, rodeado de densa oscuridad, lo recogieron y lo pusieron en una litera. 28El que poco antes había entrado en el mencionado tesoro con un séquito numeroso y con toda su escolta, ahora era conducido por otros, pues era incapaz de valerse por sí mismo. Todos reconocieron claramente la soberanía de Dios. 29Mientras él yacía mudo y privado de toda esperanza de salvación, por la fuerza de Dios, 30otros bendecían al Señor que había glorificado maravillosamente su propio lugar; y el templo, lleno poco antes de miedo y turbación, rebosaba de gozo y alegría después de la manifestación del Señor todopoderoso. 31Algunos de los compañeros de Heliodoro instaron inmediatamente a Onías para que invocara al Altísimo para que concediera la gracia de vivir al que se encontraba a punto de dar el último suspiro. 32Temiendo el sumo sacerdote que acaso el rey sospechara que los judíos habían cometido algún atentado contra Heliodoro, ofreció un sacrificio por la salud de aquel hombre. 33Mientras el sumo sacerdote ofrecía el sacrificio de expiación, se aparecieron otra vez a Heliodoro los mismos jóvenes, vestidos con la misma indumentaria, y puestos en pie le dijeron: «Debes estar muy agradecido al sumo sacerdote Onías, pues por él el Señor te concede la gracia de vivir; 34y tú, que has sido azotado por el cielo, haz saber a todos la grandeza del poder de Dios». Dicho esto, desaparecieron. 35Heliodoro, después de ofrecer un sacrificio al Señor y de haber orado largamente a quien le había concedido la vida, se despidió de Onías y volvió al rey con sus tropas. 36Daba testimonio ante todos de las obras del Dios grande que él había contemplado con sus ojos. 37Y cuando el rey preguntó a Heliodoro a quién convendría enviar otra vez a Jerusalén, él respondió: 38«Si tienes algún enemigo o conspirador contra el Estado, mándalo allá y te lo devolverán molido a golpes, si es que salva su vida, pues te aseguro que aquel lugar está defendido por una fuerza divina. 39Porque el mismo que tiene su morada en los cielos, vela y protege aquel lugar; y a los que se acercan con malas intenciones, los hiere de muerte». 40Así sucedieron las cosas relativas a Heliodoro y a la conservación del tesoro.

41Simón, a quien antes mencionamos como delator de los tesoros y de la patria, calumniaba a Onías como si este hubiera maltratado a Heliodoro y fuera el causante de los desórdenes; 2y se atrevía a decir que el bienhechor de la ciudad, el defensor de sus compatriotas y celoso de las leyes, era un conspirador contra el Estado. 3A tal punto llegó la hostilidad, que hasta se cometieron asesinatos por parte de uno de los esbirros de Simón. 4Entonces Onías, considerando que aquella rivalidad era intolerable y que Apolonio, hijo de Menelao, gobernador de Celesiria y Fenicia, instigaba a Simón al mal, 5acudió al rey, no como acusador de sus conciudadanos, sino como tutor del bien común y particular de todos. 6Pues bien veía que sin la intervención del rey era ya imposible pacificar la situación y detener a Simón en sus locuras. 7Cuando Seleuco dejó esta vida y Antíoco, por sobrenombre Epífanes, comenzó a reinar, Jasón, el hermano de Onías, usurpó el sumo sacerdocio, 8después de haber prometido al rey, en una conversación, diez mil kilos de plata, más otros dos mil kilos de rentas. 9Se comprometía además a firmar el pago de otros cuatro mil kilos, si se le concedía la facultad de instalar por su propia cuenta un gimnasio y una efebía, así como la de registrar a sus partidarios como ciudadanos antioquenos en Jerusalén. 10Con el consentimiento del rey y con los poderes en su mano, pronto cambió las costumbres de sus compatriotas conforme al estilo griego. 11Suprimiendo los privilegios que los reyes habían concedido a los judíos por medio de Juan, padre de Eupólemo, el que fue enviado en embajada a los romanos para un pacto de amistad y mutua defensa, y abrogando las instituciones legales, introdujo costumbres nuevas, contrarias a la ley. 12Así pues, fundó a su gusto un gimnasio bajo la misma acrópolis e indujo a lo mejor de la juventud a uniformarse según costumbre griega. 13Era tal el auge del helenismo y el progreso de la moda extranjera a causa de la extrema perversidad de aquel Jasón, quien tenía más de impío que de sumo sacerdote, 14que los sacerdotes ya no sentían interés por el servicio al altar, sino que menospreciaban el santuario; descuidando los sacrificios, en cuanto se convocaba el campeonato de disco, se apresuraban a tomar parte en los ejercicios de la palestra contrarios a la ley; 15sin apreciar en nada la honra patria, tenían por mejores las glorias helénicas. 16Por esto mismo, una comprometida situación los puso en aprieto y tuvieron como enemigos y verdugos a los mismos cuya conducta emulaban y a quienes querían parecerse en todo. 17Porque no queda impune quien viole las leyes divinas; así lo mostrará el tiempo sucesivo. 18Cuando se celebraban en Tiro los juegos quinquenales, en presencia del rey, 19el contaminado Jasón envió unos legados antioquenos como representantes de Jerusalén, que llevaban consigo trescientas dracmas de plata para el sacrificio de Hércules. Pero los portadores pensaron que no convenía emplearlas en el sacrificio, sino en otros gastos. 20Y así, el dinero que estaba destinado por voluntad del donante al sacrificio de Hércules, se empleó, por deseo de los portadores, en la construcción de trirremes. 21Cuando Apolonio, hijo de Menesteo, fue enviado a Egipto para la entronización del rey Filométor, Antíoco se enteró de que este se había convertido en adversario político suyo y comenzó a preocuparse de su propia seguridad; por eso, pasando por Jafa, se presentó en Jerusalén. 22Fue magníficamente recibido por Jasón y por la ciudad, e hizo su entrada entre antorchas y aclamaciones. Después de esto llevó sus tropas hasta Fenicia. 23Tres años más tarde, Jasón envió a Menelao, hermano del ya mencionado Simón, para llevar el dinero al rey y gestionar la negociación de asuntos urgentes. 24Menelao se hizo presentar al rey, a quien impresionó con su aire majestuoso, y logró ser investido del sumo sacerdocio, ofreciendo nueve mil kilos de plata más que Jasón. 25Provisto del mandato real, se volvió sin poseer más méritos para el sumo sacerdocio que el furor de un cruel tirano y la fiereza de una bestia salvaje. 26Jasón, por su parte, suplantador de su propio hermano y él mismo suplantado por otro, se vio forzado a huir al territorio amonita. 27Menelao tenía ciertamente el poder, pero nada pagaba del dinero prometido al rey, 28aunque Sóstrato, el alcaide de la acrópolis, se lo reclamaba, pues a él correspondía percibir los tributos. Por este motivo, ambos fueron convocados por el rey. 29Menelao dejó como sustituto del sumo sacerdocio a su hermano Lisímaco; Sóstrato a Crates, jefe de los chipriotas. 30Mientras tanto, sucedió que los habitantes de Tarso y de Malos se sublevaron por haber sido cedidas sus ciudades como regalo a Antióquida, la concubina del rey. 31Fue, pues, el rey a toda prisa, para poner orden en la situación, dejando como sustituto a Andrónico, uno de los dignatarios. 32Menelao se aprovechó de aquella buena oportunidad; arrebató algunos objetos de oro del templo y se los regaló a Andrónico; también logró vender otros en Tiro y en las ciudades de alrededor. 33Cuando Onías llegó a saberlo con certeza, se lo reprochó, no sin haberse retirado antes a un lugar de refugio, a Dafne, cerca de Antioquía. 34Por eso, Menelao, a solas con Andrónico, le incitaba a matar a Onías. Andrónico se llegó adonde estaba Onías y, confiando en la astucia, estrechándole la mano y dándole la mano derecha con juramento, convenció a Onías de salir de su refugio, aunque a este no le faltaban sospechas. Inmediatamente le dio muerte, sin respeto alguno a la justicia. 35Por este motivo no solo los judíos, sino también muchos de otras naciones se indignaron y se irritaron por el injusto asesinato de aquel hombre. 36Cuando el rey volvió de las regiones de Cilicia, los judíos de la ciudad, junto con los griegos que también odiaban la violencia, fueron a su encuentro para quejarse de la infame muerte de Onías. 37Antíoco, hondamente entristecido y movido a compasión, lloró recordando la prudencia y la gran moderación del difunto. 38Furioso, despojó inmediatamente a Andrónico de la púrpura y le desgarró sus vestiduras. Lo hizo pasear por toda la ciudad hasta el mismo lugar donde tan impíamente había tratado a Onías; allí hizo desaparecer de este mundo al criminal, a quien el Señor daba el merecido castigo. 39Lisímaco había cometido muchos robos sacrílegos en la ciudad con el consentimiento de Menelao y la noticia se había divulgado fuera; por eso la multitud se amotinó contra Lisímaco, cuando eran ya muchos los objetos de oro que habían desaparecido. 40Como las turbas estaban excitadas y en el colmo de su cólera, Lisímaco armó a cerca de tres mil hombres e inició la represión violenta, poniendo por jefe a un tal Aurano, avanzado en edad y no menos en locura. 41Cuando se dieron cuenta del ataque de Lisímaco, unos se armaron de piedras, otros de estacas y otros, tomando a puñados la ceniza que allí había, cargaron en tropel contra las tropas de Lisímaco. 42De este modo hirieron a muchos de ellos y mataron a algunos; a todos los demás los pusieron en fuga y al mismo ladrón sacrílego lo mataron junto al tesoro. 43Por estos hechos se instruyó proceso contra Menelao. 44Cuando el rey llegó a Tiro, tres hombres enviados por el Consejo de ancianos presentaron ante él su alegato. 45Menelao, perdido ya, prometió una importante suma a Tolomeo, hijo de Dorimeno, para que convenciera al rey. 46Entonces Tolomeo, llevando al rey aparte a una galería como para tomar el aire, le hizo cambiar de parecer, 47de modo que absolvió de las acusaciones a Menelao, el causante de todos los males, y, en cambio, condenó a muerte a aquellos infelices que deberían haber sido absueltos, aunque hubieran declarado ante un tribunal bárbaro. 48Así que, sin dilación, sufrieron aquella injusta pena los que habían defendido la causa de la ciudad, del pueblo y de los vasos sagrados. 49Por este motivo, algunos tirios, indignados contra semejante iniquidad, prepararon con magnificencia su sepultura. 50Menelao, por su parte, por la avaricia de aquellos gobernantes, permaneció en el poder, creciendo en maldad, constituido en el principal adversario de sus conciudadanos.

51Por esta época Antíoco preparaba la segunda expedición a Egipto. 2Sucedió que durante cerca de cuarenta días aparecieron en toda la ciudad, galopando por los aires, jinetes vestidos de oro, tropas armadas distribuidas en cohortes, 3escuadrones de caballería en orden de batalla, ataques y cargas de una y otra parte, movimiento de escudos, bosques de lanzas, espadas desenvainadas, lanzamiento de dardos, resplandores de armaduras de oro y corazas de toda clase. 4En vista de ello, todos rogaban para que aquella aparición presagiase algo bueno. 5Al difundirse el falso rumor de que Antíoco había dejado esta vida, Jasón, con no menos de mil hombres, lanzó un ataque imprevisto contra la ciudad. Al ser arrollados los que estaban en la muralla y capturada por fin la ciudad, Menelao se refugió en la acrópolis. 6Jasón empezó a asesinar sin piedad a sus conciudadanos, sin caer en la cuenta de que una victoria sobre sus compatriotas era la peor de las derrotas; se imaginaba ganar trofeos de enemigos y no de sus compatriotas. 7Pero no logró el poder; sino que al fin, con la ignominia adquirida con sus intrigas, se fue huyendo de nuevo al territorio amonita. 8Por último encontró un final desastroso: acusado ante Aretas, tirano de los árabes, huyendo de ciudad en ciudad, perseguido por todos, detestado como apóstata de las leyes y abominado como verdugo de la patria y de los conciudadanos, fue expulsado a Egipto. 9El que a muchos había desterrado de la patria, murió en el destierro cuando se dirigía a Esparta, con la esperanza de encontrar protección por su parentesco con los espartanos; 10y el que a tantos había privado de sepultura, pasó sin ser llorado, sin recibir honras fúnebres ni tener un sitio en la sepultura de sus padres. 11Cuando llegaron al rey noticias de lo sucedido, sacó la conclusión de que Judea se sublevaba; por eso partió de Egipto, rabioso como una fiera, tomó la ciudad por las armas, 12y ordenó a los soldados que hirieran sin compasión a los que encontraran y que mataran a los que subiesen a los terrados de las casas. 13Perecieron jóvenes y ancianos; fueron asesinados muchachos, mujeres y niños, y degollaron a doncellas y niños de pecho. 14En solo tres días perecieron ochenta mil personas, cuarenta mil en la refriega, y otros, en número no menor que el de las víctimas, fueron vendidos como esclavos. 15No contento con esto, Antíoco se atrevió a penetrar en el templo más santo de toda la tierra, guiado por Menelao, el traidor a las leyes y a la patria. 16Con sus manos impuras tomó los vasos sagrados y arrebató con sus manos profanas las ofrendas presentadas por otros reyes para acrecentamiento de la gloria y honra del lugar santo. 17Antíoco, lleno de orgullo, no comprendía que el Soberano estaba irritado solo pasajeramente a causa de los pecados de los habitantes de la ciudad y por eso desviaba su mirada del lugar. 18Pero, si los judíos no hubieran pecado tanto, el mismo Antíoco habría sido castigado nada más llegar y habría desistido de su atrevimiento, como Heliodoro, el enviado por el rey Seleuco para inspeccionar el tesoro. 19Pero el Señor no ha elegido a la nación por el lugar, sino al lugar por la nación. 20Por ello, también el mismo lugar, después de haber compartido la desgracia de la nación, a la postre ha tenido parte en su bonanza; y el templo, que había sido abandonado en tiempo de la cólera del Todopoderoso, ha sido restaurado con toda su gloria en tiempo de la reconciliación del gran Soberano. 21Así pues, Antíoco se fue pronto a Antioquía, llevándose del templo unos cincuenta mil kilos de plata, creyendo en su orgullo y por la arrogancia de su corazón que haría la tierra navegable y transitable el mar. 22Pero dejó unos prefectos para maltratar a nuestra raza: en Jerusalén a Filipo, de raza frigia, que tenía costumbres más bárbaras que el que le había nombrado; 23en el monte Garizín, a Andrónico; y además de estos, a Menelao, que superaba a los demás en maldad contra sus conciudadanos. El rey, que albergaba sentimientos de odio hacia los judíos, 24envió a Apolonio, jefe de los mercenarios de Misia, con un ejército de veintidós mil hombres, y la orden de degollar a todos los adultos y de vender a las mujeres y a los más jóvenes. 25Llegado este a Jerusalén y fingiendo venir en son de paz, esperó hasta el día santo del sábado. Aprovechando el descanso de los judíos, mandó a su tropas que desfilaran con las armas, 26y a todos los que salían a ver aquel espectáculo, los hizo matar e, invadiendo la ciudad con los soldados armados, asesinó a una gran multitud. 27Pero Judas, llamado también Macabeo, formó un grupo de unos diez y se retiró al desierto. Vivía con sus compañeros en los montes como animales salvajes: sin comer más alimento que hierbas, para no contaminarse.

61Poco tiempo después, el rey envió a un senador ateniense para obligar a los judíos a que abandonaran las leyes de sus padres y a que no se comportaran según las leyes divinas; 2también debía profanar el santuario de Jerusalén y dedicarlo a Zeus Olímpico, y el de Garizín, a Zeus Hospitalario, siguiendo la práctica de los habitantes del lugar. 3Este recrudecimiento del mal era penoso e insoportable, incluso para la masa de la población. 4Los gentiles llenaron el templo de actos de libertinaje y orgías; se divertían con meretrices, yacían con mujeres en los atrios sagrados, llegando a introducir en ellos objetos prohibidos. 5El altar estaba repleto de víctimas ilícitas, prohibidas por las leyes. 6No se podía ni celebrar el sábado, ni guardar las fiestas tradicionales, ni siquiera confesarse judío; 7antes bien, eran obligados con amarga violencia a la celebración mensual del nacimiento del rey con un banquete sacrificial y, cuando llegaba la fiesta de Baco, eran forzados a tomar parte de su cortejo, coronados de hiedra. 8Por instigación de los habitantes de Tolemaida, salió un decreto para las vecinas ciudades griegas, obligándolas a que procedieran de la misma forma contra los judíos y a que los hicieran participar en los banquetes sacrificiales, 9con orden de degollar a los que no adoptaran las costumbres griegas. Ya se podía entrever la calamidad inminente. 10Dos mujeres fueron delatadas por haber circuncidado a sus hijos; las hicieron recorrer públicamente la ciudad con los niños colgados al pecho y las precipitaron desde la muralla. 11Otros, que se habían reunido en cuevas próximas para celebrar a escondidas el sábado, fueron denunciados a Filipo y quemados juntos, sin que quisieran hacer nada en su defensa, por respeto a la santidad del día. 12Ruego a los lectores de este libro que no se desconcierten por estas desgracias; antes bien piensen que estos castigos buscan no la destrucción, sino la educación de nuestra raza; 13ya que es señal de gran bondad no tolerar por mucho tiempo a los impíos, sino darles pronto el castigo. 14Pues en el caso de las otras naciones, el Soberano difiere pacientemente el castigo hasta que lleguen a colmar la medida de sus pecados; pero en nuestro caso, decidió que no fuera así, 15para no castigarnos al final, cuando lleguen al colmo nuestros pecados. 16Por eso mismo nunca retira de nosotros su misericordia: cuando corrige con la desgracia, no está abandonando a su propio pueblo. 17Quede esto dicho como advertencia. Después de esta digresión, prosigamos la historia. 18Eleazar era uno de los principales maestros de la Ley, hombre de edad avanzada y semblante muy digno. Le abrían la boca a la fuerza para que comiera carne de cerdo. 19Pero él, prefiriendo una muerte honrosa a una vida de infamia, 20escupió la carne y avanzó voluntariamente al suplicio, como deben hacer los que son constantes en rechazar manjares prohibidos, aun a costa de la vida. 21Quienes presidían este impío banquete, viejos amigos de Eleazar, movidos por una compasión ilegítima, lo llevaron aparte y le propusieron que hiciera traer carne permitida, preparada por él mismo, y que la comiera haciendo como que comía la carne del sacrificio ordenado por el rey, 22para que así se librara de la muerte y, dada su antigua amistad, lo tratasen con consideración. 23Pero él, adoptando una actitud cortés, digna de sus años, de su noble ancianidad, de sus canas honradas e ilustres, de su conducta intachable desde niño y, sobre todo, digna de la ley santa dada por Dios, respondió coherentemente, diciendo enseguida: «¡Enviadme al sepulcro! 24No es digno de mi edad ese engaño. Van a creer los jóvenes que Eleazar a los noventa años ha apostatado 25y si miento por un poco de vida que me queda se van a extraviar con mi mal ejemplo. Eso sería manchar e infamar mi vejez. 26Y aunque de momento me librase del castigo de los hombres, no me libraría de la mano del Omnipotente, ni vivo ni muerto. 27Si muero ahora como un valiente, me mostraré digno de mis años 28y legaré a los jóvenes un noble ejemplo, para que aprendan a arrostrar voluntariamente una muerte noble, por amor a nuestra santa y venerable ley». Dicho esto, se fue enseguida al suplicio. 29Los que lo llevaban, considerando insensatas las palabras que acababa de pronunciar, cambiaron en dureza su actitud benévola de poco antes. 30Pero él, a punto de morir a causa de los golpes, dijo entre suspiros: «Bien sabe el Señor, dueño de la ciencia santa, que, pudiendo librarme de la muerte, aguanto en mi cuerpo los crueles dolores de la flagelación, y que en mi alma los sufro con gusto por temor de él». 31De esta manera terminó su vida, dejando no solo a los jóvenes, sino a la mayoría de la nación, un ejemplo memorable de heroísmo y de virtud.

71Sucedió también que arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la ley. 2Uno de ellos habló en nombre de los demás: «¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres». 3El rey, fuera de sí, ordenó poner al fuego sartenes y calderas. 4Cuando ya abrasaban, mandó que cortaran la lengua al que había hablado en nombre de los demás, que le arrancaran el cuero cabelludo y que le amputaran las extremidades, en presencia de sus demás hermanos y de su madre. 5Cuando el muchacho quedó totalmente inutilizado, pero respirando todavía, mandó que lo acercaran al fuego y lo frieran en la sartén. Mientras el humo de la sartén se difundía lejos, los demás hermanos junto con su madre se animaban mutuamente a morir con generosidad y decían: 6«El Señor Dios vela y con toda seguridad se apiadará de nosotros, como atestigua Moisés en el cántico de protesta: “Se compadecerá de sus siervos”». 7Cuando el primero murió, llevaron al segundo al suplicio y, después de arrancarle la piel de la cabeza con los cabellos, le preguntaban: «¿Vas a comer antes de que tu cuerpo sea torturado miembro a miembro?». 8Él, respondiendo en su lengua patria, dijo: «¡No!». Por ello, también este sufrió a su vez la tortura, como el primero. 9Y estando a punto de morir, dijo: «Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el Rey del universo nos resucitará para una vida eterna». 10Después se burlaron del tercero. Cuando le pidieron que sacara la lengua, lo hizo enseguida y presentó las manos con gran valor. 11Y habló dignamente: «Del Cielo las recibí y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios». 12El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos. 13Cuando murió este, torturaron de modo semejante al cuarto. 14Y, cuando estaba a punto de morir, dijo: «Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la esperanza de que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida». 15Enseguida llevaron al quinto y se pusieron a atormentarlo. 16Él, mirando al rey, dijo: «Tú, porque tienes poder entre los hombres aunque eres mortal, haces lo que quieres. Pero no creas que Dios ha abandonado a nuestra raza. 17Espera un poco y verás como su gran poder te atormentará a ti y a tu descendencia». 18Después de este, llevaron al sexto, que estando a punto de morir decía: «No te hagas ilusiones, pues nosotros padecemos por nuestra propia culpa; por haber pecado contra nuestro Dios, nos suceden cosas extrañas. 19Pero no pienses que quedarás impune, tú que te has atrevido a luchar contra Dios». 20En extremo admirable y digna de recuerdo fue la madre, quien, viendo morir a sus siete hijos en el espacio de un día, lo soportó con entereza, esperando en el Señor. 21Con noble actitud, uniendo un temple viril a la ternura femenina, fue animando a cada uno y les decía en su lengua patria: 22«Yo no sé cómo aparecisteis en mi seno: yo no os regalé el aliento ni la vida, ni organicé los elementos de vuestro organismo. 23Fue el Creador del universo, quien modela la raza humana y determina el origen de todo. Él, por su misericordia, os devolverá el aliento y la vida, si ahora os sacrificáis por su ley». 24Antíoco creyó que la mujer lo despreciaba, y sospechó que lo estaba insultando. Todavía quedaba el más pequeño, y el rey intentaba persuadirlo; más aún, le juraba que si renegaba de sus tradiciones lo haría rico y feliz, lo tendría por Amigo y le daría algún cargo. 25Pero como el muchacho no le hacía el menor caso, el rey llamó a la madre y le rogaba que aconsejase al chiquillo para su bien. 26Tanto le insistió, que la madre accedió a persuadir al hijo: 27se inclinó hacia él y, riéndose del cruel tirano, habló así en su idioma patrio: «¡Hijo mío, ten piedad de mí, que te llevé nueve meses en el seno, te amamanté y te crié durante tres años, y te he alimentado hasta que te has hecho mozo! 28Hijo mío, te lo suplico, mira el cielo y la tierra, fíjate en todo lo que contienen, y ten presente que Dios lo creó todo de la nada, y el mismo origen tiene el género humano. 29No temas a ese verdugo; mantente a la altura de tus hermanos y acepta la muerte. Así, por la misericordia de Dios, te recobraré junto con ellos». 30Estaba todavía hablando, cuando el muchacho dijo: «¿Qué esperáis? No obedezco el mandato del rey; obedezco el mandato de la ley dada a nuestros padres por medio de Moisés. 31Pero tú, que eres el causante de todas las desgracias de los hebreos, no escaparás de las manos de Dios. 32Cierto que nosotros padecemos por nuestros pecados. 33Si es cierto que nuestro Señor, que vive, está irritado momentáneamente para castigarnos y corregirnos, también lo es que se reconciliará de nuevo con sus siervos. 34Pero tú, impío, el hombre más criminal de todos, no te engrías neciamente con vanas esperanzas mientras alzas la mano contra los siervos de Dios; 35porque todavía no has escapado del juicio de Dios, que todo lo puede y todo lo ve. 36Pues ahora mis hermanos, después de haber soportado un tormento pasajero, han llegado a una vida eterna por la promesa de Dios; tú, en cambio, por el justo juicio de Dios, cargarás con la pena merecida por tu soberbia. 37Yo, como mis hermanos, entrego mi cuerpo y mi vida por las leyes de mis padres, invocando a Dios para que pronto se apiade de nuestra nación y para que tú, a fuerza de tormentos y castigos, llegues a confesar que él es el único Dios. 38Que se detenga en mí y en mis hermanos la cólera del Todopoderoso justamente descargada sobre toda nuestra raza». 39El rey, fuera de sí, por tan amargos reproches se ensañó con este más cruelmente que con los demás. 40También este tuvo un límpido tránsito, con entera confianza en el Señor. 41Por último, después de los hijos murió la madre. 42Baste con lo que he contado sobre los alimentos impuros sacrificiales y las crueldades sin medida.

81Judas, llamado también Macabeo, y sus compañeros entraban sigilosamente en las aldeas, llamaban a sus parientes y, acogiendo a los que permanecían fieles al judaísmo, llegaron a reunir seis mil hombres. 2Rogaban al Señor que mirase por aquel pueblo que todos pisoteaban; que tuviese piedad del santuario profanado por los hombres impíos; 3que se compadeciese de la ciudad destruida y a punto de ser arrasada, y que escuchase las voces de la sangre que clamaba a él; 4que se acordase de la inicua matanza de niños inocentes y de las blasfemias proferidas contra su Nombre, y que mostrase su rigor contra el mal. 5Cambiada en misericordia la cólera del Señor, Macabeo, con su tropa ya organizada, resultó invencible para los gentiles. 6Llegando de improviso, incendiaba ciudades y aldeas; después de ocupar las posiciones estratégicas, ponía en fuga a numerosos enemigos. 7Para tales incursiones prefería como aliada la noche. La fama de su valor se extendía por todas partes. 8Al ver Filipo que este hombre se encumbraba paulatinamente y que sus éxitos eran cada vez más frecuentes, escribió a Tolomeo, gobernador de Celesiria y Fenicia para que viniese en ayuda de los intereses reales. 9Este designó enseguida a Nicanor, hijo de Patroclo, uno de sus primeros Amigos, y lo envió al frente de por lo menos veinte mil hombres de todas las naciones para exterminar totalmente la raza judía. Puso a su lado a Gorgias, general con experiencia en lides uerreras. 10Por su parte, Nicanor, vendiendo como esclavos a los prisioneros judíos, intentaba saldar el tributo de sesenta mil kilos de plata que el rey debía a los romanos. 11Enseguida envió a las ciudades marítimas una invitación para que vinieran a comprar esclavos judíos, prometiendo entregar noventa esclavos por treinta kilos de plata, sin sospechar que el castigo del Todopoderoso estaba a punto de caer sobre él. 12Llegó a Judas la noticia de la expedición de Nicanor. Cuando comunicó a los que le acompañaban que el ejército se acercaba, 13los cobardes y los que no confiaban en la justicia de Dios comenzaron a desertar y a buscar refugio lejos de allí; 14los demás vendían todo lo que les quedaba y pedían al mismo tiempo al Señor que librara a los que el impío Nicanor ya había vendido como esclavos, aun antes de la batalla. 15Y lo pedían, no tanto por ellos, como por las alianzas con sus padres y porque invocaban en su favor el venerable y majestuoso Nombre. 16Después de reunir a los suyos, que ascendían a seis mil, Macabeo los exhortaba a no dejarse amedrentar por los enemigos ni a temer a la muchedumbre de gentiles que injustamente venían contra ellos. Al contrario, que combatiesen con valor, 17teniendo a la vista el ultraje que inicuamente habían inferido al lugar santo, los suplicios infligidos a la ciudad y la abolición de las instituciones ancestrales. 18«Ellos —les dijo— confían en sus armas y en su audacia; pero nosotros confiamos en Dios todopoderoso, quien, con un gesto, puede abatir a nuestros atacantes y al mundo entero». 19Les enumeró los auxilios dispensados a sus antecesores, especialmente frente a Senaquerib, cuando perecieron ciento ochenta y cinco mil; 20y el recibido en Babilonia, en la batalla contra los gálatas, cuando entraron en acción los ocho mil judíos junto a los cuatro mil macedonios y, aunque los macedonios se hallaban en apuros, los ocho mil derrotaron a ciento veinte mil, gracias al auxilio que les llegó del Cielo, y se hicieron con un gran botín. 21Después de enardecerlos con estas palabras y de disponerlos a morir por las leyes y por la patria, dividió el ejército en cuatro cuerpos. 22Puso a sus hermanos, Simón, José y Jonatán, al frente de cada cuerpo, dejando mil quinientos hombres a las órdenes de cada uno de ellos. 23Además mandó a Eleazar que leyera el libro sagrado; luego, dando como consigna «Dios nos ayuda», él mismo al frente del primer cuerpo trabó combate con Nicanor. 24Y con el Todopoderoso como aliado en la lucha, mataron a más de nueve mil enemigos, hirieron y mutilaron a la mayor parte del ejército de Nicanor, y a todos los demás los pusieron en fuga. 25Se apoderaron del dinero de los que habían venido a comprarlos. Después de haberlos perseguido bastante tiempo, se volvieron, obligados por la hora. 26Era víspera del sábado, y por ello no siguieron persiguiéndolos. 27Una vez que hubieron amontonado las armas y recogido los despojos de los enemigos, comenzaron la celebración del sábado, desbordándose en bendiciones y alabanzas al Señor por haberlos conservado hasta aquel día señalado por Dios como comienzo de la misericordia. 28Al acabar el sábado, dieron una parte del botín a los damnificados, así como a las viudas y a los huérfanos; ellos y sus hijos se repartieron el resto. 29Hecho esto, suplicaron al Señor misericordioso, en rogativa pública, que se reconciliara del todo con sus siervos. 30En su combate con las tropas de Timoteo y Báquides, les mataron más de veinte mil hombres, se adueñaron por completo de altas fortalezas y dividieron el inmenso botín en partes iguales, una para ellos y otra para los damnificados, los huérfanos y las viudas, así como para los ancianos. 31Con todo cuidado reunieron las armas capturadas en lugares convenientes y llevaron a Jerusalén el resto de los despojos. 32Mataron al comandante de la escolta de Timoteo, hombre de lo más impío, que había causado mucho pesar a los judíos. 33Mientras celebraban la victoria en su patria, quemaron a los que habían incendiado los portones sagrados, así como a Calístenes, que estaban refugiados en una misma casita, y que recibió así la merecida paga de su impiedad. 34Nicanor, tres veces criminal, que había traído a los mil mercaderes para la venta de los judíos, 35quedó humillado, gracias al auxilio del Señor, por los mismos que él despreciaba como los más viles; despojándose de sus galas, como un fugitivo a campo través, en solitario, llegó a Antioquía con mucha mejor suerte que su derrotado ejército. 36El que había pretendido saldar el tributo debido a los romanos con la venta de los prisioneros de Jerusalén proclamaba que los judíos tenían a Alguien que los defendía y que eran invulnerables por el hecho de que seguían las leyes prescritas por Aquel.

91Sucedió por este tiempo que Antíoco hubo de retirarse desordenadamente de las regiones de Persia. 2En efecto, habiendo entrado en la ciudad llamada Persépolis, pretendió saquear el santuario y ocupar la ciudad; ante ello, la muchedumbre sublevada acudió a las armas y lo puso en fuga; Antíoco, ahuyentado por los naturales del país, hubo de emprender una vergonzosa retirada. 3Cuando estaba cerca de Ecbatana, le llegó la noticia de lo ocurrido a Nicanor y a las tropas de Timoteo. 4Furibundo, pensaba cobrar a los judíos la afrenta de los que le habían puesto en fuga, y por eso ordenó al auriga que hiciera avanzar el carro sin parar hasta el término del viaje. Pero ¡la sentencia del Cielo viajaba con él! Pues había hablado así con orgullo: «En cuanto llegue a Jerusalén, haré de la ciudad un cementerio de judíos». 5Pero el Señor Dios de Israel, que todo lo ve, lo castigó con una enfermedad incurable e invisible: apenas pronunciada esta frase, se apoderó de sus entrañas un dolor insufrible, con agudas punzadas internas, 6cosa totalmente justa para quien había desgarrado las entrañas de otros con numerosas y desconocidas torturas. 7Pero él de ningún modo cesaba en su arrogancia; estaba lleno todavía de orgullo, respiraba el fuego de su furor contra los judíos y mandaba acelerar la marcha. Pero se cayó de su carro, que corría velozmente y, con la violenta caída, todos los miembros de su cuerpo se le descoyuntaron. 8El que poco antes pensaba dominar con altivez de superhombre las olas del mar y se imaginaba pesar en una balanza las cimas de las montañas, ahora, caído por tierra, era transportado en una litera, mostrando a todos de forma manifiesta la fuerza de Dios, 9hasta el punto que en el cuerpo del impío pululaban los gusanos, caían a pedazos sus carnes, aun estando con vida, entre dolores y sufrimientos, y su infecto hedor apestaba todo el ejército. 10Debido al repugnante hedor, nadie podía llevar ahora a quien poco antes creía tocar los astros del cielo. 11Así, herido, entumecido en todo momento por los dolores, comenzó a debilitarse su excesivo orgullo y a llegar al verdadero conocimiento bajo el castigo divino. 12Como ni él mismo podía soportar su propio hedor, decía: «Justo es someterse a Dios y que un mortal no pretenda igualarse a la divinidad». 13Aquel malvado rogaba así al Soberano de quien ya no alcanzaría misericordia, prometiendo 14que declararía libre la ciudad santa, a la que se había dirigido antes velozmente para arrasarla y transformarla en cementerio; 15que equipararía con los atenienses a todos aquellos judíos que había considerado indignos de sepultura y sí merecedores de ser arrojados con sus niños como pasto de las fieras; 16que adornaría con los más bellos exvotos el santuario sacrosanto que antes había saqueado; que devolvería multiplicados todos los objetos sagrados; que suministraría a sus propias expensas los fondos que se gastaban en los sacrificios; 17y, además, que se haría judío y recorrería todos los lugares habitados, proclamando el poder de Dios. 18Como sus dolores no se calmaban de ninguna forma —pues había caído sobre él la justa sentencia de Dios— desesperado de su estado, escribió a los judíos la carta copiada a continuación, en forma de súplica, con el siguiente contenido: 19«El rey y estratega Antíoco saluda a los honrados ciudadanos judíos, con los mejores deseos de felicidad, salud y prosperidad. 20Si os encontráis bien vosotros y vuestros hijos, y vuestros asuntos van conforme a vuestros deseos, damos por ello rendidas gracias a Dios. 21En cuanto a mí, me encuentro postrado sin fuerza en mi lecho, recordándoos amistosamente. A mi vuelta de las regiones de Persia, contraje una molesta enfermedad y he considerado necesario preocuparme de vuestra seguridad común. 22No desespero de mi situación, antes bien tengo grandes esperanzas de salir de esta enfermedad; 23pero, tengo en cuenta que, también mi padre, cuando hizo la campaña en las regiones altas, designó a su futuro sucesor, 24para que, si ocurría algo imprevisto o si llegaba alguna noticia desagradable, los habitantes de las provincias no se perturbaran, sabiendo ya a quién quedaba confiado el gobierno. 25Consciente además de que los soberanos de alrededor, colindantes con el reino, acechan las oportunidades y aguardan lo que pueda suceder, he nombrado rey a mi hijo Antíoco, a quien muchas veces, al recorrer las satrapías altas, os he confiado y recomendado a gran parte de vosotros. A él le he escrito la carta que va a continuación. 26Por tanto, os exhorto y ruego que, acordándoos de los beneficios recibidos pública y privadamente, guardéis cada uno también con mi hijo la benevolencia que tenéis hacia mí. 27Pues estoy seguro de que él, realizando con moderación y humanidad mis proyectos, se entenderá bien con vosotros». 28Así pues, aquel asesino y blasfemo, sufriendo los peores padecimientos, como los había hecho padecer a otros, terminó la vida en tierra extranjera, entre montañas, en el más lamentable infortunio. 29Filipo, su compañero de infancia, trasladó su cadáver; mas, por temor al hijo de Antíoco, se retiró a Egipto, junto a Tolomeo Filométor.

101Macabeo y los suyos, guiados por el Señor, recuperaron el templo y la ciudad, 2destruyeron los altares levantados por los extranjeros en la plaza pública, así como los recintos sagrados. 3Después de haber purificado el santuario, construyeron otro altar; sacaron fuego de las chispas del pedernal y, tras dos años de interrupción, ofrecieron sacrificios y prepararon el incienso, las lámparas y los panes de la ofrenda. 4Hecho esto, rogaron al Señor, postrados rostro en tierra, que no permitiera que volvieran a caer en tales desgracias, sino que, si alguna vez pecaban, los corrigiera con benignidad y no los entregara en poder de los blasfemos y bárbaros gentiles. 5Aconteció que el mismo día en que el santuario había sido profanado por los extranjeros, es decir, el veinticinco del mismo mes de casleu, tuvo lugar la purificación del santuario. 6Lo celebraron con alegría durante ocho días, como en la fiesta de las Tiendas, recordando cómo, poco tiempo antes, por la fiesta de las Tiendas, estaban cobijados como animales salvajes en montañas y cavernas. 7Por ello, llevando varas cubiertas con hojas de hiedra y parra, ramos verdes y palmas, entonaban himnos hacia Aquel que había llevado a buen término la purificación de su lugar. 8Por votación y decreto público prescribieron que toda la nación judía celebrara anualmente fiesta aquellos mismos días. 9Tales fueron las circunstancias de la muerte de Antíoco, apellidado Epífanes. 10Vamos a exponer ahora lo referente a Antíoco Eupátor, hijo de aquel impío, resumiendo las desgracias debidas a las guerras. 11En efecto, una vez heredado el reino, puso al frente de su gobierno a un tal Lisias, gobernador supremo de Celesiria y Fenicia. 12Tolomeo, el llamado Macrón, el primero en tratar justamente a los judíos, en reparación de la injusticia con que habían sido tratados, procuraba gobernarlos pacíficamente. 13Acusado por ello ante Eupátor por los Amigos del rey, oía continuamente que le llamaban traidor, por haber abandonado Chipre, que Filométor le había confiado, y por haberse pasado al partido de Antíoco Epífanes. Al no poder honrar debidamente la dignidad de su cargo, se suicidó envenenándose. 14Gorgias, nombrado gobernador de la región, mantenía tropas mercenarias, y a cada paso hostigaba a los judíos. 15Al mismo tiempo, los idumeos, dueños de fortalezas estratégicas, molestaban a los judíos y procuraban atizar la guerra, acogiendo a los fugitivos de Jerusalén. 16El Macabeo y sus compañeros, después de haber celebrado rogativas para pedir a Dios que fuera su aliado, se lanzaron contra las fortalezas de los idumeos; 17después de atacarlos con ímpetu, se apoderaron de las posiciones e hicieron retroceder a todos los que combatían en la muralla. Acuchillaron a cuantos caían en sus manos; mataron por lo menos veinte mil. 18No menos de nueve mil hombres se habían refugiado en dos torres muy bien fortificadas y abastecidas de cuanto era necesario para resistir un sitio. 19El Macabeo dejó entonces a Simón y José, y además a Zaqueo y a los suyos, en número suficiente para asediarlos, y él mismo partió hacia otros lugares donde era más urgente su presencia. 20Pero los hombres de Simón, ávidos de dinero, se dejaron sobornar por algunos que estaban en las torres: por setenta mil dracmas dejaron que algunos se escapasen. 21Cuando se dio al Macabeo la noticia de lo sucedido, reunió a los jefes del pueblo y acusó a aquellos hombres de haber vendido a sus hermanos por dinero, al dejar escapar a sus enemigos. 22Los ajustició por traidores e inmediatamente se apoderó de las dos torres. 23Con atinada dirección y armado él mismo, mató en las dos fortalezas a más de veinte mil hombres. 24Timoteo, que antes había sido vencido por los judíos, después de reclutar numerosas fuerzas extranjeras y de reunir no pocos caballos traídos de Asia, se presentó con la intención de conquistar Judea por las armas. 25Ante su avance, los hombres del Macabeo, rogando a Dios, cubrieron sus cabezas de ceniza y ciñeron de sayal la cintura; 26y, postrándose al pie del altar, pedían a Dios que, mostrándose propicio con ellos, se hiciera enemigo de sus enemigos y adversario de sus adversarios, como declara la ley. 27Al acabar la plegaria, tomaron las armas y avanzaron un buen trecho fuera de la ciudad; cuando estaban cerca de los enemigos, se detuvieron. 28Al romper el alba, ambos bandos se lanzaron al combate; los unos tenían como garantía de éxito y de la victoria, además de su valor, la confianza en el Señor; los otros combatían con la furia como guía de sus luchas. 29En lo recio de la batalla, aparecieron desde el cielo ante los adversarios cinco hombres majestuosos, montados en caballos con frenos de oro, que se pusieron al frente de los judíos; 30colocaron al Macabeo en medio de ellos y, cubriéndolo con sus armaduras, lo hacían invulnerable; arrojaban sobre los adversarios saetas y rayos, por lo que, heridos de ceguera, se dispersaban en completo desorden. 31Murieron veinte mil quinientos infantes y seiscientos jinetes. 32El mismo Timoteo se refugió en una fortaleza, muy bien guardada, llamada Guézer, cuyo jefe era Quereas. 33Las tropas del Macabeo, alborozadas, asediaron la fortaleza durante cuatro días. 34Los de dentro, confiados en lo seguro de la posición, blasfemaban sin cesar y proferían palabras impías. 35Amanecido el quinto día, veinte jóvenes de las tropas del Macabeo, indignados por las blasfemias, se lanzaron valientemente contra la muralla y con fiera bravura herían a cuantos se ponían delante. 36Otros escalaron igualmente por el lado opuesto contra los de dentro, prendieron fuego a las torres y, encendiendo hogueras, quemaron vivos a los blasfemos. Otros, en fin, rompían las puertas, y, tras abrir paso al resto del ejército, se apoderaron de la ciudad. 37Degollaron a Timoteo, que estaba escondido en una cisterna, así como a su hermano Quereas y a Apolófanes. 38Al término de estas proezas, con himnos y alabanzas bendecían al Señor que hacía grandes beneficios a Israel y a ellos les daba la victoria.

111Muy poco tiempo después, Lisias, tutor y pariente del rey, que estaba al frente del gobierno, muy contrariado por lo sucedido, 2reunió unos ochenta mil hombres con toda la caballería y se puso en marcha contra los judíos, con la intención de hacer de Jerusalén una residencia para griegos, 3someter el templo a pagar tributo, como los demás recintos sagrados de los gentiles, y poner en venta cada año la dignidad del sumo sacerdocio. 4No tenía en cuenta para nada el poder de Dios, pues se sentía seguro con sus miríadas de infantes, sus millares de jinetes y sus ochenta elefantes. 5Entró en Judea, se acercó a Betsur, plaza fuerte que dista de Jerusalén unos veinticinco kilómetros, y la cercó estrechamente. 6En cuanto los hombres del Macabeo supieron que Lisias estaba sitiando las fortalezas, comenzaron a implorar al Señor con gemidos y lágrimas, junto con la multitud, que enviase un ángel bueno para salvar a Israel. 7El mismo Macabeo fue el primero en tomar las armas y arengó a los demás a que, juntamente con él, afrontaran el peligro y auxiliaran a sus hermanos. Partieron entusiasmados todos juntos. 8Cuando estaban todavía cerca de Jerusalén, apareció, poniéndose al frente de ellos, un jinete vestido de blanco, blandiendo armas de oro. 9Entonces todos a una bendijeron al Dios misericordioso y sintieron enardecerse sus ánimos, dispuestos a atravesar no solo a hombres, sino también a las fieras más feroces y hasta murallas de hierro. 10Avanzaban en orden de batalla, con el aliado enviado del cielo, porque el Señor se había compadecido de ellos. 11Se lanzaron como leones sobre los enemigos, abatieron once mil infantes y mil seiscientos jinetes, y obligaron a huir a todos los demás. 12La mayoría de estos escaparon heridos y desarmados; el mismo Lisias se salvó huyendo vergonzosamente. 13Pero Lisias era inteligente. Reflexionando sobre la derrota que acababa de sufrir y comprendiendo que los hebreos eran invencibles porque el Dios poderoso luchaba con ellos como aliado, 14les envió una embajada proponiéndoles la reconciliación en condiciones justas y prometiéndoles que él mismo persuadiría al rey para que se aliara con ellos. 15Macabeo, preocupado por el bien común, asintió a todo lo que Lisias proponía, pues el rey concedió cuanto Macabeo había exigido a Lisias por escrito acerca de las pretensiones de los judíos. 16La carta escrita por Lisias a los judíos decía: «Lisias saluda a la población judía. 17Juan y Absalón vuestros enviados, al entregarme el documento copiado a continuación, me han rogado una ratificación de su contenido. 18He dado cuenta al rey de todo lo que debía exponerle; lo que era de mi competencia, lo he concedido yo. 19Por consiguiente, si mantenéis vuestra buena disposición con los intereses del Estado, también yo procuraré en adelante colaborar en vuestro favor. 20En cuanto a los detalles, tengo dada orden a vuestros enviados y a los míos de que los discutan con vosotros. 21Que os vaya bien. A veinticuatro de Zeus Corintio del año ciento cuarenta y ocho». 22La carta del rey a Lisias decía: «El rey Antíoco saluda a su hermano Lisias. 23Reunido ya nuestro padre con los dioses, deseamos que los súbditos del reino vivan sin inquietudes para entregarse a sus propios asuntos. 24Hemos sabido que los judíos no están de acuerdo en adoptar las costumbres griegas, como era voluntad de mi padre, sino que prefieren seguir sus propias costumbres, y ruegan que se les permita acomodarse a sus leyes; 25deseando, pues, que esta nación esté tranquila, decidimos que se les restituya el templo y que puedan vivir según las costumbres de sus antepasados. 26Así, pues, harás bien en enviarles emisarios que hagan con ellos las paces, para que, al saber nuestra determinación, se sientan confiados y se dediquen de buen grado a sus propios asuntos». 27La carta del rey a la nación judía decía: «El rey Antíoco saluda al Consejo de ancianos y a los demás judíos. 28Me alegraré de que os encontréis bien; también nosotros gozamos de salud. 29Menelao nos ha manifestado vuestro deseo de volver a vuestros hogares. 30A los que vuelvan antes del treinta del mes de xántico, les garantizamos nuestra protección y seguridad. 31Los judíos podrán libremente servirse sus propios alimentos, según sus leyes, como antes, y ninguno de ellos será molestado a causa de faltas cometidas por ignorancia. 32He mandado a Menelao que os tranquilice. 33Salud. A quince de xántico del año ciento cuarenta y ocho». 34También los romanos les enviaron una carta con el siguiente contenido: «Quinto Memmio, Tito Manilio y Manio Sergio, legados de los romanos, saludan al pueblo judío. 35Nosotros damos nuestro consentimiento a lo que Lisias, pariente del rey, ha acordado con vosotros. 36Pero en relación con lo que él decidió presentar al rey, mandadnos algún emisario en cuanto lo hayáis examinado, para que lo expongamos en la forma que os conviene, ya que nos dirigimos a Antioquía. 37Por tanto, daos prisa y enviadnos a algunos para que también nosotros conozcamos cuál es vuestra opinión. 38Salud. A día quince de xántico del año ciento cuarenta y ocho».

121Una vez terminadas estas negociaciones, Lisias se volvió junto al rey, mientras los judíos se entregaban a las labores del campo. 2Pero algunos de los gobernadores locales, Timoteo y Apolonio, hijo de Geneo, y también Jerónimo y Demofón, además de Nicanor, jefe de los chipriotas, no les dejaban vivir en paz ni disfrutar de sosiego. 3Los habitantes de Jafa, por su parte, cometieron el enorme crimen que vamos a referir. Invitaron a los judíos que vivían con ellos a subir con mujeres y niños a las embarcaciones que habían preparado, como si no guardaran contra ellos ninguna enemistad. 4Conformes con la decisión común de la ciudad, los judíos aceptaron por mostrar sus deseos de vivir en paz y sin tener el menor recelo; pero, cuando se hallaban en alta mar, los echaron al agua, en número no inferior a doscientos. 5Cuando Judas se enteró de esta crueldad cometida con sus compatriotas, se lo comunicó a sus hombres; 6y después de invocar a Dios, el justo juez, se puso en camino contra los asesinos de sus hermanos, incendió el puerto por la noche, quemó las embarcaciones y pasó a cuchillo a los que se habían refugiado allí. 7Al encontrar cerrada la ciudad, se retiró con la intención de volver de nuevo y exterminar por completo a la población de Jafa. 8Enterado de que también los de Yamnia querían actuar de la misma forma con los judíos que allí habitaban, 9atacó igualmente de noche a los yamnitas e incendió el puerto y la flota, de modo que el resplandor de las llamas se veía hasta en Jerusalén y eso que había cuarenta y cinco kilómetros de distancia. 10En una expedición contra Timoteo, Judas y los suyos se habían alejado de allí dos kilómetros, cuando le atacaron no menos de cinco mil árabes y quinientos jinetes. 11En la recia batalla trabada, las tropas de Judas lograron la victoria, gracias al auxilio recibido de Dios; los nómadas, vencidos, pidieron a Judas que hiciera las paces, prometiendo entregarle ganado y serle de utilidad en el futuro. 12Judas, consciente de que podrían serle útiles, consintió en hacer las paces con ellos; y estrechándose mutuamente las manos, los nómadas se retiraron a las tiendas. 13Judas atacó también cierta ciudad fortificada con terraplenes, rodeada de murallas y habitada por una población mixta de varias naciones, llamada Caspín. 14Los sitiados, confiados en la solidez de las murallas y en la provisión de víveres, insultaban groseramente a los hombres de Judas, profiriendo además blasfemias y palabras sacrílegas. 15Los hombres de Judas, después de invocar al gran Señor del universo, que sin arietes ni máquinas de guerra había derruido los muros de Jericó en tiempo de Josué, atacaron ferozmente la muralla. 16Una vez dueños de la ciudad por la voluntad de Dios, hicieron tal carnicería que el lago vecino, con su anchura de cuatrocientos metros, aparecía lleno de la sangre que afluía a él. 17Se alejaron de allí ciento cuarenta kilómetros y llegaron a Querac, donde habitan los judíos llamados tubios. 18Pero no encontraron en aquellos lugares a Timoteo, quien, al no lograr nada, se había ido de allí, aunque dejando en determinado lugar una fortísima guarnición. 19Dositeo y Sosípatro, oficiales del Macabeo, mataron en una incursión a los hombres que Timoteo había dejado en la fortaleza, más de diez mil. 20Macabeo dividió su ejército en varias cohortes, puso a aquellos dos oficiales a su cabeza y se lanzó contra Timoteo que tenía consigo ciento veinte mil infantes y dos mil quinientos jinetes. 21Al enterarse Timoteo de la llegada de Judas, mandó por delante las mujeres, los niños y los bagajes a Carnión, lugar inexpugnable y de acceso difícil, por la estrechez de todos sus caminos. 22En cuanto apareció la primera cohorte, la de Judas, el miedo y el temor se apoderaron de los enemigos, al manifestarse ante ellos Aquel que todo lo ve, y se dieron a la fuga cada cual por su lado, de modo que muchas veces eran heridos por sus propios compañeros y atravesados por sus espadas. 23Judas seguía tenazmente en su persecución, acuchillando a aquellos criminales; llegó a matar hasta treinta mil hombres. 24El mismo Timoteo cayó en manos de Dositeo y Sosípatro; les pedía, con mucha locuacidad, que le perdonasen la vida, pues alegaba tener en su poder a algunos de sus parientes, entre los cuales había hermanos de muchos de ellos, que él llegaría a matar. 25Cuando él garantizó, después de mucho hablar, la determinación de restituirlos sanos y salvos, lo dejaron libre para salvar a sus hermanos. 26Judas marchó contra Carnión y el santuario de Atargates, y acuchilló a veinticinco mil hombres. 27Después de esta victoria, dirigió una expedición contra la ciudad fuerte de Efrón, donde residía Lisias con una población cosmopolita. Jóvenes vigorosos, apostados ante las murallas, combatían valerosamente; en el interior había muchas reservas de máquinas de guerra y proyectiles. 28Los judíos, después de haber invocado al Señor, que aplasta con su poder las fuerzas enemigas, se apoderaron de la ciudad y abatieron a unos veinticinco mil de los que estaban dentro. 29Partiendo de allí se lanzaron contra Escitópolis, que dista de Jerusalén cien kilómetros. 30Pero como los judíos residentes atestiguaron que los habitantes de la ciudad habían sido benévolos con ellos y les habían dado buena acogida en tiempos de desgracia, 31Judas y los suyos se lo agradecieron, rogándoles que también en lo sucesivo continuaran mostrándose benévolos con su raza. Llegaron a Jerusalén en la proximidad de la fiesta de Pentecostés. 32Después de la fiesta de Pentecostés, Judas y los suyos se lanzaron contra Gorgias, gobernador de Idumea. 33Gorgias salió con tres mil de infantería y cuatrocientos jinetes; 34se entabló el combate y los judíos tuvieron unas cuantas bajas. 35Un tal Dositeo, jinete muy valiente de los de Bacenor, sujetaba a Gorgias por el manto y lo arrastraba a pura fuerza, queriendo cazar vivo a aquel maldito; pero uno de los jinetes tracios se lanzó contra Dositeo, le cercenó el brazo, y así Gorgias pudo huir a Maresá. 36Por otra parte, los de Esdrías estaban agotados, porque llevaban combatiendo mucho tiempo. Judas invocó al Señor para que se mostrara su aliado y dirigiera la batalla. 37En la lengua patria lanzó el grito de guerra y, entonando himnos, irrumpió por sorpresa entre los de Gorgias y los puso en fuga. 38Judas reorganizó el ejército y marchó a la ciudad de Adulán y, como llegaba el día séptimo, se purificaron según el rito acostumbrado y allí mismo celebraron el sábado. 39Al día siguiente, como ya urgía, los de Judas fueron a recoger los cadáveres de los caídos para sepultarlos con sus parientes en las sepulturas familiares. 40Y bajo la túnica de cada muerto encontraron amuletos de los ídolos de Yamnia, que la ley prohíbe a los judíos. Todos vieron claramente que aquella era la razón de su muerte. 41Así que todos alababan las obras del Señor, justo juez, que descubre lo oculto, 42e hicieron rogativas para pedir que el pecado cometido quedara borrado por completo. Por su parte, el noble Judas arengó a la tropa a conservarse sin pecado, después de ver con sus propios ojos las consecuencias de los pecados de los que habían caído en la batalla. 43Luego recogió dos mil dracmas de plata entre sus hombres y las envió a Jerusalén para que ofreciesen un sacrificio de expiación. Obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección. 44Si no hubiera esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos. 45Pero, considerando que a los que habían muerto piadosamente les estaba reservado un magnífico premio, la idea era piadosa y santa. 46Por eso, encargó un sacrificio de expiación por los muertos, para que fueran liberados del pecado.

131En el año ciento cuarenta y nueve, los hombres de Judas se enteraron de que Antíoco Eupátor avanzaba sobre Judea con numerosas tropas, 2y que con él venía Lisias, su tutor y jefe de gobierno, cada uno con un ejército griego de ciento diez mil infantes, cinco mil trescientos jinetes, veintidós elefantes y trescientos carros armados con hoces. 3También Menelao se unió a ellos e incitaba taimadamente a Antíoco, no para salvar a su patria, sino con la idea de que lo restableciera en el poder. 4Pero el Rey de reyes excitó la cólera de Antíoco contra aquel malvado; Lisias demostró al rey que aquel hombre era el causante de todos los males, y Antíoco ordenó conducirlo a Berea y allí ejecutarlo según las costumbres del lugar. 5Hay en Berea una torre de veinticinco metros, llena de cenizas ardientes, provista de un dispositivo giratorio, inclinado por todas partes hacia las cenizas. 6Suben allí al reo de robo sacrílego o al autor de otros crímenes horrendos y lo precipitan para que perezca. 7Con tal suplicio murió el prevaricador Menelao, sin recibir siquiera sepultura. 8Y con toda justicia, puesto que tras haber cometido muchos delitos contra el altar, cuyo fuego y ceniza son sagrados, en la ceniza encontró la muerte. 9Avanzaba, pues, el rey con bárbaros sentimientos, dispuesto a tratar a los judíos peor que su padre. 10Al saberlo, Judas mandó a la gente que invocara al Señor día y noche, para que también en esta ocasión, como en otras, viniera en ayuda de quienes estaban a punto de ser privados de la ley, de la patria y del templo santo, 11y para que no permitiera que aquel pueblo, que comenzaba a vivir tranquilo, cayera en manos de gentiles irreverentes. 12Una vez que todos juntos cumplieron la orden y suplicaron al Señor misericordioso con lamentaciones, ayunos y postraciones durante tres días seguidos, Judas los animó y les mandó que estuvieran concentrados. 13Después de reunirse en privado con los ancianos, decidió que, antes de que el ejército real entrara en Judea y se hiciera dueño de la ciudad, los suyos salieran para resolver la situación con el auxilio de Dios. 14Judas, confiando el resultado al Creador del mundo, animó a sus hombres a combatir heroicamente hasta la muerte por las leyes, el templo, la ciudad, la patria y sus instituciones. Acampó en las cercanías de Modín. 15Dio a los suyos como contraseña «Victoria de Dios» y atacó de noche la tienda real con lo más escogido de los jóvenes. Mató en el campamento a unos dos mil hombres, y los suyos hirieron al principal de los elefantes con su conductor. 16Dejando el campamento lleno de terror y confusión, se retiraron victoriosos. 17Cuando el día despuntaba, todo había terminado, gracias a la protección que el Señor había prestado a Judas. 18El rey, que había experimentado ya la valentía de los judíos, intentó apoderarse de las posiciones con estratagemas. 19Se aproximó a Betsur, plaza fuerte de los judíos; pero fue rechazado, derrotado y vencido. 20Judas hizo llegar provisiones a los sitiados. 21Ródoco, un soldado del ejército judío, pasaba información secreta al enemigo; fue descubierto, capturado y ejecutado. 22El rey parlamentó por segunda vez con los de Betsur; hizo la paz con ellos; luego se retiró. Atacó a las tropas de Judas y fue vencido. 23Supo entonces que Filipo, a quien había dejado en Antioquía al frente del gobierno, se había sublevado. Consternado, llamó a los judíos, se avino a sus deseos y aceptó con juramento sus justas propuestas. Se reconcilió y ofreció un sacrificio, honró el santuario y se mostró generoso con el lugar santo. 24Acogió amablemente al Macabeo y dejó a Hegemónides como gobernador desde Tolemaida hasta la región de Guerar. 25Salió hacia Tolemaida. Sus habitantes estaban realmente irritados e indignados por los acuerdos, que querían rescindir. 26Lisias subió a la tribuna e hizo la mejor defensa que pudo de lo convenido; los convenció y calmó, disponiéndoles a la benevolencia. Luego partió hacia Antioquía. Esta es la historia de la expedición del rey y de su retirada.

141Después de un intervalo de tres años, los hombres de Judas supieron que Demetrio, hijo de Seleuco, había atracado en el puerto de Trípoli con un poderoso ejército y una flota, 2y que se había apoderado de la región, después de haber dado muerte a Antíoco y a su tutor Lisias. 3Un tal Alcimo, que antes había sido sumo sacerdote, pero que se había contaminado voluntariamente en tiempo de la rebelión, considerando que no tenía salida alguna ni un futuro acceso al sumo sacerdocio, 4fue al encuentro de Demetrio, hacia el año ciento cincuenta y uno, y le ofreció una corona de oro, una palma y además los ramos rituales de olivo del templo. Y por aquel día no hizo más. 5Pero, aprovechando una buena oportunidad para mostrar su insensatez, cuando Demetrio lo convocó a consejo y lo interrogó sobre las disposiciones y proyectos de los judíos, 6respondió: «Los judíos llamados Leales, encabezados por Judas Macabeo, fomentan guerras y rebeliones, para impedir que el reino disfrute de paz. 7Por eso, aunque despojado de mi dignidad hereditaria, me refiero al sumo sacerdocio, he venido aquí, 8en primer lugar con verdadera preocupación por los intereses del rey y, en segundo lugar, con la mirada puesta en mis propios compatriotas, pues por la locura de los hombres que he mencionado toda nuestra raza padece no pocos males. 9Tú, rey, informado con detalle de todo esto, mira por nuestro país y por nuestra raza asediada por todas partes, con esa comprensiva benevolencia que tienes para todos; 10pues mientras viva Judas, será imposible que el Estado tenga paz». 11En cuanto dijo esto, los demás consejeros que sentían aversión a la causa de Judas, se apresuraron a atizar la ira de Demetrio. 12Este designó inmediatamente a Nicanor, que había llegado a ser jefe de la sección de elefantes, lo nombró gobernador de Judea y lo envió 13con órdenes de eliminar a Judas, dispersar a todos sus hombres y restablecer a Alcimo como sumo sacerdote del más augusto templo. 14Los gentiles que habían huido de Judea por temor a Judas, se unieron en masa a Nicanor, imaginándose que las desgracias y reveses de los judíos les serían provechosos. 15Cuando los judíos se enteraron de la expedición de Nicanor y de la agresión de los gentiles, esparcieron ceniza sobre sus cabezas e imploraron a Aquel que por los siglos había sostenido a su pueblo y que protegía siempre su heredad con signos patentes. 16Por orden de su jefe, salieron inmediatamente de allí y trabaron combate con ellos junto a la aldea de Desáu. 17Simón, hermano de Judas, había trabado combate con Nicanor, pero sufrió un ligero revés, desconcertado por la repentina llegada de los enemigos. 18A pesar de esto, Nicanor, al tener noticia de la bravura de los hombres de Judas y del valor con que combatían por su patria, dudaba en resolver el conflicto por la sangre. 19Así que envió a Posidonio, Teódoto y Matatías para concertar la paz. 20Después de un maduro examen de las condiciones, el jefe se las comunicó a las tropas y, ante el parecer unánime, aceptaron el tratado de paz. 21Fijaron la fecha para una entrevista privada de los jefes en un lugar determinado. De ambos lados se adelantó un carro y prepararon asientos. 22Judas apostó hombres armados en lugares estratégicos, preparados para el caso de que se produjera alguna repentina traición de parte enemiga. La entrevista se desarrolló pacíficamente. 23Nicanor quedó algún tiempo en Jerusalén, sin hacer nada incorrecto y licenció a las turbas que, en masa, se le habían unido. 24Tenía siempre a Judas consigo; sentía una cordial simpatía hacia su persona. 25Le aconsejó que se casara y tuviera descendencia. Judas se casó, vivió felizmente y disfrutó de la vida ciudadana normal. 26Alcimo, al ver la recíproca benevolencia, se hizo con una copia del tratado y acudió a Demetrio. Le decía que Nicanor tenía sentimientos contrarios a los intereses del Estado, pues había designado como sucesor suyo a Judas, el conspirador contra el reino. 27El rey, excitado y fuera de sí por las calumnias de aquel perfecto canalla, escribió a Nicanor comunicándole que estaba disgustado por el pacto y ordenándole que inmediatamente mandara al Macabeo preso a Antioquía. 28Cuando Nicanor recibió la comunicación, quedó consternado, pues le desagradaba mucho anular lo convenido sin que aquel hombre hubiera cometido ninguna injusticia. 29Pero como no era posible oponerse al rey, buscaba la oportunidad de ejecutar la orden mediante alguna estratagema. 30Cuando Macabeo, por su parte, percibió que Nicanor le mostraba un trato más reservado y que se portaba con más frialdad que de costumbre, pensó que tal sequedad no presagiaba nada bueno, y reunió a muchos de los suyos para ocultarse de Nicanor. 31Este, al darse cuenta de que Judas había huido astutamente, se presentó en el más augusto y santo templo en el momento en que los sacerdotes ofrecían los sacrificios rituales, y les exigió que le entregaran a aquel hombre. 32Ellos aseguraron con juramento que no sabían dónde estaba el que buscaba. 33Entonces él, extendiendo la mano derecha hacia el santuario, hizo este juramento: «Si no me entregáis encadenado a Judas, arrasaré este recinto sagrado de Dios, destruiré el altar y aquí mismo levantaré un magnífico templo a Baco». 34Dicho esto se fue. Los sacerdotes con las manos tendidas al cielo invocaban a Aquel que sin cesar había combatido en favor de nuestra nación, diciendo: 35«Tú, Señor de todas las cosas, que nada necesitas, has querido establecer el santuario de tu morada entre nosotros. 36También ahora, oh Santo, Señor de toda santidad, conserva siempre incontaminada esta Casa, purificada hace poco». 37Razías, uno de los ancianos de Jerusalén, fue denunciado a Nicanor. Era hombre amante de sus conciudadanos, muy bien considerado, llamado por su buen corazón «padre de los judíos», 38pues, en los tiempos que precedieron a la rebelión, había sido acusado de judaísmo y por el judaísmo había expuesto cuerpo y alma con perseverante constancia. 39Queriendo Nicanor hacer patente su hostilidad hacia los judíos, envió más de quinientos soldados para arrestarlo, 40pues le parecía que arrestándolo a él les daría un duro golpe. 41Cuando las tropas estaban a punto de apoderarse de la torre, forzando la puerta del patio y con orden de prender fuego e incendiar las puertas, Razías, acosado por todas partes, se echó sobre su espada. 42Prefirió morir con honor antes que caer en manos criminales y soportar afrentas indignas de su honradez. 43Sin embargo, como por la precipitación del combate no había acertado a herirse de muerte y las tropas irrumpían puertas adentro, subió valerosamente a lo alto del muro y se precipitó con bravura sobre las tropas; 44pero al retroceder estas rápidamente dejando un vacío, vino él a caer en medio del espacio libre. 45Todavía con vida y enardecido su ánimo, se levantó derramando sangre a chorros; a pesar de las graves heridas, atravesó corriendo por entre las tropas, y se encaramó a una roca escarpada. 46Ya completamente exangüe, se arrancó las entrañas y tomándolas con ambas manos, las arrojó contra las tropas. Y después de invocar al Dueño de la vida y del espíritu para que se los devolviera algún día, expiró.

151Nicanor supo que los hombres de Judas se hallaban en la región de Samaría y decidió atacarlos sin riesgo en el día del descanso. 2Los judíos que contra su voluntad lo acompañaban le decían: «No los mates así de modo tan salvaje y bárbaro; respeta y honra más bien el día que con preferencia ha sido santificado por Aquel que todo lo ve». 3Aquel hombre tres veces criminal preguntó si en el cielo había un Soberano que hubiera prescrito celebrar el día del sábado. 4Ellos le replicaron: «Es el mismo Señor que vive como Soberano en el cielo el que mandó observar el día séptimo». 5Entonces Nicanor replicó: «También yo soy soberano en la tierra: el que ordena tomar las armas y prestar servicio al rey». Pero no pudo llevar a cabo su bárbaro proyecto. 6Nicanor, jactándose con altivez, se proponía erigir un monumento público a su victoria con los despojos de los hombres de Judas. 7Macabeo, por su parte, mantenía perseverante su confianza, con la firme esperanza de recibir ayuda de parte del Señor, 8y exhortaba a los que le acompañaban a no temer el ataque de los gentiles, teniendo presentes en la mente los auxilios que antes les habían venido del cielo, y a esperar también ahora la victoria que les habría de venir de parte del Todopoderoso. 9Los animaba citando la Ley y los Profetas, y les recordaba los combates que habían llevado a cabo. De este modo les infundía mayor ardor. 10Encendidos así los ánimos, les hizo ver además la perfidia de los gentiles que violaban sus juramentos. 11Armó a cada uno de ellos, no tanto con la seguridad que dan los escudos y las lanzas, como con el ánimo de sus alentadoras palabras. Les refirió además un sueño digno de crédito, una especie de visión, que alegró a todos. 12Su sueño era este: Onías, el antiguo sumo sacerdote, hombre bueno y bondadoso, afable, de suaves maneras, distinguido en su conversación, ejercitado desde la niñez por la práctica de la virtud, suplicaba con las manos extendidas por toda la nación judía. 13Luego, en igual actitud, se apareció a Judas un hombre que se distinguía por sus blancos cabellos y su dignidad, rodeado de admirable y majestuosa soberanía. 14Onías tomó la palabra para decir: «Este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por el pueblo y por la ciudad santa: Jeremías, el profeta de Dios». 15Entonces Jeremías extendió su mano derecha y entregó a Judas una espada de oro; al dársela, pronunciaba estas palabras: 16«Recibe de parte de Dios esta espada sagrada como regalo; con ella exterminarás a tus enemigos». 17Animados por estas bellas palabras de Judas, capaces de estimular el valor y de robustecer los espíritus jóvenes, decidieron no entretenerse en montar el campamento, sino lanzarse valerosamente a la ofensiva y, en un cuerpo a cuerpo, aventurar la resolución de aquella situación, porque peligraban la ciudad, la religión y el templo. 18En verdad que la preocupación por sus mujeres e hijos, por sus hermanos y parientes, quedaba en segundo lugar; el primero y principal era el santuario consagrado. 19Igualmente para los que habían quedado en la ciudad no era menor la ansiedad, preocupados como estaban por el ataque en campo abierto. 20Todos aguardaban el desenlace inminente. Los enemigos se habían concentrado y el ejército se había alineado en orden de batalla. Los elefantes se habían situado en puntos estratégicos, y la caballería estaba dispuesta en los flancos. 21Entonces, Macabeo, al observar el despliegue de las tropas, la variedad de las armas preparadas y el fiero aspecto de los elefantes, levantó las manos al cielo e invocó al Señor que hace prodigios, pues bien sabía que, no por las armas, sino según su decisión, concede él la victoria a los que la merecen. 22Hizo la siguiente invocación: «Tú, Soberano, enviaste tu ángel a Ezequías, rey de Judá, que dio muerte a cerca de ciento ochenta y cinco mil hombres del ejército de Senaquerib; 23ahora también, Señor de los cielos, envía un ángel bueno delante de nosotros para infundirles temor y espanto. 24¡Que el poder de tu brazo hiera a los que, blasfemando, han venido a atacar a tu pueblo santo!». Así terminó su oración. 25Mientras la gente de Nicanor avanzaba al son de trompetas y cantos de guerra, 26los hombres de Judas entablaron combate con el enemigo entre invocaciones y plegarias. 27Combatían con sus manos, pero oraban a Dios en su corazón; así abatieron no menos de treinta y cinco mil hombres, rebosando de alegría por la intervención manifiesta de Dios. 28Al volver de su empresa, en gozoso retorno, reconocieron a Nicanor caído, con la armadura puesta. 29En medio del griterío y alboroto, bendecían al Señor en su lengua patria. 30Entonces Judas, el que se había entregado en cuerpo y alma y en primera fila al bien de sus conciudadanos, y había guardado hacia sus compatriotas los buenos sentimientos de su juventud, mandó cortar a Nicanor la cabeza y el brazo hasta el hombro, y llevarlos a Jerusalén. 31Llegado allí convocó a sus compatriotas, colocó a los sacerdotes ante el altar e hizo venir a los de la acrópolis. 32Les mostró la cabeza del infame Nicanor y el brazo que aquel blasfemo había tendido con insolencia contra la santa morada del Todopoderoso. 33Después de mandar que cortaran la lengua del impío Nicanor, ordenó que se echara en trozos a los pájaros y que el brazo se colgara delante del santuario en pago por su insensatez. 34Todos elevaron entonces sus bendiciones al cielo en honor del Señor que se les había manifestado. Decían: «Bendito tú que has conservado sin mancha tu morada». 35Judas mandó colgar la cabeza de Nicanor en la acrópolis, como señal manifiesta y visible para todos del auxilio del Señor. 36Decretaron de común acuerdo no dejar pasar aquella jornada sin solemnizarla y celebrarla como fiesta el trece del mes decimosegundo —llamado adar en arameo—, víspera del Día de Mardoqueo. 37Así acabó la historia de Nicanor. Como desde aquella época la ciudad ha quedado en poder de los hebreos, yo también terminaré aquí mi obra. 38Si la composición ha quedado bella y lograda, era eso lo que yo pretendía; si imperfecta y mediocre, diré que he hecho cuanto me ha sido posible. 39Es perjudicial beber vino solo o sola agua; en cambio, el vino mezclado con agua, es agradable; es un placer para el gusto. Igualmente el estilo variado del relato encanta los oídos de los que leen la obra. Doy aquí fin a mi trabajo.

https://www.conferenciaepiscopal.es/biblia/2-macabeos/


No hay comentarios:

Publicar un comentario

  HISTORIA DE LA IGLESIA CATÓLICA ÉPOCA NACIONALISTA EUROPEA CRISIS DE LA CRISTIANDAD, NACIONALISMOS INCIPIENTES (1303-1417) (1) http...