MEXICO ANTIGUO
Paquimé, Chihuahua: piedras que hablan.
La ciudad de hombres
https://www.mexicodesconocido.com.mx/tips-viajero-paquime-chihuahua.html
Paquimé, ubicada
en el árido desierto de Chihuahua, desafía los paradigmas tradicionales sobre
el urbanismo prehispánico. A diferencia de las ciudades mesoamericanas
centradas en lo sagrado, Paquimé destacó por su enfoque en la vida cotidiana y
su adaptación ingeniosa al entorno. Este documento explora su arquitectura,
organización social, redes de intercambio y las hipótesis sobre su abrupto
abandono, ofreciendo una mirada crítica a su legado como ejemplo único de
complejidad cultural en Oasisamérica.
A diferencia de la
mayoría de los centros urbanos prehispánicos —organizados en torno a ejes
ceremoniales y frecuentemente amurallados—, el laberinto de adobe de Paquimé no
fue concebido como un espacio sagrado, sino como un escenario para la
cotidianidad. Aquí, la épica no residió en lo divino, sino en la vida material
y social. Este planteamiento invita a cuestionar los presupuestos sobre el
urbanismo mesoamericano: ¿acaso solo los pueblos del desierto, con su herencia
nómada, podían entender la ciudad como un lugar de permanencia, como el espacio
donde el hombre habita?
Mientras las
civilizaciones agrícolas del centro y sur de México se asociaron a paisajes
fértiles —donde pirámides y templos dialogaban con la vegetación—, el norte
árido demostró que la complejidad social también florece en la austeridad.
Paquimé, enclavada en el desierto chihuahuense (región que, junto con Arizona y
Nuevo México, conforma el área cultural denominada Oasisamérica), desafía la
narrativa que vincula el desarrollo únicamente a entornos privilegiados. Su
existencia revela una paradoja: incluso en la aridez, los oasis —como los
valles aluviales de la zona— proveen recursos suficientes para sostener redes agrícolas
y sistemas hidráulicos sofisticados.
El corazón de
Paquimé era la Casa Grande: más que un edificio, un símbolo de vida
comunitaria. Estas estructuras integraban dormitorios, bodegas, plazas internas
y espacios de reunión, construyéndose progresivamente a lo largo de
generaciones bajo un sistema de clanes matrilineales. La preeminencia de la
mujer en la transmisión del linaje —junto con la movilidad interclanística,
donde individuos podían ser reasignados o incluso expulsados— revela una
organización social flexible, atípica en otras culturas prehispánicas. Así,
la Casa Grande no solo albergaba familias, sino que también
reflejaba un modelo de sociedad donde lo doméstico se entrelazaba con lo
colectivo.
El sitio
arqueológico evidencia tres fases de ocupación: desde las primeras viviendas
semisubterráneas (conocidas como casas de foso), hasta las unidades
complejas posteriores, como la denominada casa de la serpiente.
Esta evolución no solo refleja cambios tecnológicos, sino también
transformaciones en las dinámicas colectivas. La transición de fosas cubiertas
a estructuras monumentales de adobe plantea interrogantes sobre cómo el entorno
determinó —o no— las formas de habitar.
Como testimonio de
adaptación humana, Paquimé demuestra que la civilización no requiere
exuberancia: basta la arena, el adobe y la voluntad humana para edificar lo
perdurable.
El desarrollo de
Paquimé (ca. 600-1450 d.C.) refleja un proceso evolutivo donde lo doméstico
trascendió a lo monumental. Las primeras ocupaciones (siglos VII-XI) se
caracterizaron por casas semisubterráneas —fosas de medio
metro cubiertas con techos perecederos—, un modelo adaptado a las condiciones
extremas del desierto. Sin embargo, hacia el 1100 d.C., emergió un cambio
radical: la arquitectura de casas pueblo —estructuras de adobe
con alcobas, plazas internas y sistemas de almacenamiento— marcó no solo una
transición tecnológica, sino una reconfiguración social. Este giro sugiere la
consolidación de una identidad sedentaria, posiblemente vinculada al control de
recursos estratégicos como los valles aluviales y las redes de intercambio.
Las alcobas de
Paquimé, con sus camastros —lechos construidos mediante vigas
embebidas en muros y revestidos de lodo pulido—, revelan un sofisticado
conocimiento ingenieril. Pero más allá de lo técnico, las variaciones en el
diseño de puertas (en “T” o “T invertida”) apuntan a distinciones sociales:
mientras las primeras exigían agacharse, las segundas permitían el paso
erguido, incluso con ornamentos como penachos. Este detalle podría indicar
diferencias de estatus, donde ciertos individuos —quizá líderes clanísticos o
mercaderes— accedían a privilegios simbólicos.
Esta flexibilidad
social también se manifestó en el tratamiento de los muertos, como evidencian
los entierros localizados en rincones de alcobas los entierros, localizados en
rincones de alcobas o en vasijas polícromas (tipo Casas Grandes),
incluían ofrendas de concha, turquesa y otros bienes de prestigio. No obstante,
la evidencia osteológica plantea interrogantes sombríos: la extracción
sistemática de tendones y la ebullición de huesos sugieren una manipulación
ritualizada de los cuerpos, ya sea por motivos religiosos o como forma de
control post mórtem. A esto se suma el hallazgo de cadáveres en patios con
signos de incendio, que reflejarían episodios de violencia hacia el ocaso de la
ciudad (siglo XV). ¿Fueron conflictos internos o invasiones externas? La
hipótesis de un colapso vinculado a su rol como nodo comercial —Paquimé
monopolizaba la turquesa de Nuevo México, enviándola hasta Mesoamérica— cobra
fuerza aquí.
Paquimé no fue un
“milagro” en el desierto, sino el resultado de una negociación constante con el
medio y consigo misma. Su arquitectura híbrida (de fosas a palacios), sus
prácticas funerarias ambiguas (entre lo ritual y lo violento) y su abrupto fin
revelan una paradoja: la fragilidad de las sociedades que dependen de redes
extensas. La ciudad, pese a su “esplendor doméstico”, fue tan resistente como
vulnerable —una lección que trasciende el tiempo.
El
primer documento que identificó a Paquimé fue el informe que Baltasar de Obregón
escribió el 26 de abril de 1584 sobre la expedición del joven Francisco de
Ibarra, quien al parecer quedo tres días entre estas ruinas de Paquimé durante
el invierno de 1565-1566. Obregón comparó la ciudad de Paquimé con lo que él
conoció como una ciudad romana, y lo ubicó entre “unos fértiles y hermosos
llanos” de lo que hoy en día se conoce como el Valle del río Casas Grandes. Este
valle “está muy poblado de casas de mucha grandeza, altura e fortaleza de seis
a siete sobrados, torreadas e cercadas a manera de fuertes…”.
Cien
años después, entre 1663 y 1664, los franciscanos construyeron el Convento de
San Antonio de Padua de Casas Grandes cinco kilómetros al norte del pueblo
actual.
El 28 de noviembre de 1776, el ingeniero
Nicolás de Lafora apuntó en su bitácora que al llegar al río Casas Grandes:
“…de haberle vadeado, se ven sobre una
pequeña eminencia, las ruinas de una población muy antigua, que llaman las
casas Grandes de Moctezuma, cuyos fragmentos demuestran haber sido varios altos
y en uno de los lados del rectángulo que forman como dos plazas, hay una
multitud de pequeñas piezas de dos órdenes, que me parecieron, según sus
dimensiones y correspondencias, fueron destinados para jaulas de fieras, en los
otros lados hay varios pedazos de paredes de algunas varas de altura, y tienen
de tres pies hasta cinco de espesor los cajones de tapia de que están
construidas, revocadas en partes y enlucidas con una tierra blanca de que
actualmente usan los españoles en este país…”
Hoy en día Paquimé es una de las zonas
arqueológicas abiertas al público más impresionantes.
En las 25 hectáreas que conforman la
superficie principal de la zona arqueológica de Paquimé existen varias
estructuras ceremoniales con formas únicas y un gran complejo de
multifamiliares. Al excavar estas estructuras durante los años de 1958 a 1961,
Charles di Peso desenterró una gran cantidad de material arqueológico, lo cual
confirmó a Paquimé como gran centro comercial.
El juego de pelota
en Mesoamérica no puede entenderse únicamente como una práctica deportiva o
ritual homogénea, sino que adquiere particularidades según el contexto
cultural. En Paquimé, por ejemplo, las canchas no cumplían necesariamente la
misma función que en otras regiones mesoamericanas, donde el juego estaba
ligado a competencias, ritos de fertilidad o disputas políticas. En cambio, en
este sitio, los espacios asociados al juego de pelota parecen haber tenido un
carácter primordialmente religioso, vinculado a la veneración y no
necesariamente a la práctica lúdica o ceremonial convencional. Además, su
simbolismo se relaciona con la regeneración de la vida, particularmente con el
nacimiento del maíz, lo que lo convierte en una representación cosmogónica del
centro del universo.
Este aspecto lleva
a cuestionar la influencia mesoamericana en Paquimé y su conexión con
Aridoamérica. Contrario a lo que podría suponerse, no existió un sistema
mercantil de larga distancia entre Mesoamérica y el suroeste de los Estados
Unidos en términos de dominación económica o política. Durante su apogeo,
Paquimé fue contemporánea de grandes entidades estatales como Tenochtitlán y
Tzintzuntzan, sociedades teocráticas y militarizadas que ejercían control
mediante la fuerza. En contraste, Paquimé parece haber mantenido una estructura
más igualitaria, lo que la habría situado en una posición vulnerable frente a
posibles incursiones de potencias expansionistas.
Este simbolismo
religioso coexistió con una dinámica económica activa. Contrario a la idea de
que Paquimé fue un centro comercial hegemónico, similar a un mercado moderno,
resulta insostenible. Los hallazgos arqueológicos en el suroeste de los Estados
Unidos no indican una dependencia económica de esta ciudad, sino más bien
patrones de intercambio distribuidos en redes amplias. En lugar de un sistema
centralizado, lo que prevaleció fue una dinámica de interacción entre nichos
ecológicos distintos: la costa del Pacífico, las tierras altas de Sinaloa,
Colima y Nayarit, y los desiertos del norte. En estas regiones áridas, los
encuentros entre grupos eran esporádicos, pero cuando ocurrían, adquirían un
peso simbólico significativo. Los objetos intercambiados no solo tenían un
valor material, sino también cultural y ritual.
Paquimé no destacó
como un centro productor a gran escala, pero sí como un nodo distribuidor de
bienes altamente valorados en el centro de México, muchos de los cuales
provenían del sur de los actuales Estados Unidos. Entre estos, las turquesas
ocupaban un lugar primordial debido a su asociación simbólica con el agua, un
elemento escaso en el desierto, pero esencial para la vida. Estas piedras no
solo eran bienes de prestigio, sino también representaciones tangibles de un
recurso vital, lo que les confería un significado trascendente en las redes de
intercambio.
En cuanto a la
producción material local, la cerámica de Paquimé presenta rasgos distintivos,
como la greca escalonada, que refleja patrones decorativos vinculados a la
arquitectura de la ciudad. Este elemento estilístico permite identificar su
presencia en contextos arqueológicos distantes, como Arizona, aunque sin
indicar necesariamente una dominación cultural, sino más bien una influencia
estética dentro de un sistema de interacciones complejas.
Este análisis
invita a reconsiderar las dinámicas de intercambio en el norte de Mesoamérica y
suroeste de los Estados Unidos, no como un sistema unificado bajo un eje
mercantil dominante, sino como una red de relaciones interregionales donde el
valor simbólico de los objetos jugó un papel tan importante como su circulación
material.
La iconografía de
Paquimé se distingue por la recurrencia de símbolos específicos, presentes en
la totalidad de sus vasijas cerámicas, lo que sugiere su función como elementos
identitarios dentro del sistema cultural regional. Entre estos motivos, destaca
la representación estilizada de la guacamaya, cuya figura —caracterizada por el
tratamiento abstracto del ojo y el rostro— evidencia un proceso de síntesis
formal con posibles connotaciones simbólicas.
https://pueblosoriginarios.com/norte/suroeste/paquime/paquime.html
https://elsouvenir.com/mata-ortiz-la-ceramica-mas-delicada-y-fina/
Otro aspecto
relevante de la producción alfarera paquimense es la presencia de
antropomorfos, como el caso de una figura femenina cuya vestimenta incorpora
los mismos íconos recurrentes en el repertorio decorativo local. La
estilización de los ojos, reminiscente de las representaciones aviares, junto
con las marcas corporales pintadas, refleja prácticas de ornamentación personal
documentadas arqueológicamente. Los textiles, decorados con motivos geométricos
y zoomorfos, reforzarían esta interrelación entre indumentaria e identidad
visual.
Además de los
diseños mencionados, el repertorio iconográfico incluye representaciones de
serpientes, cuya morfología —particularmente en el tratamiento de las plumas—
ha generado debates entre especialistas. Algunos investigadores estadounidenses
atribuyen a estas representaciones un origen septentrional, basándose en
diferencias formales con las variantes mesoamericanas. No obstante, la
recurrencia de estos motivos en contextos locales subraya su integración dentro
del sistema simbólico de Paquimé.
Los materiales
arqueológicos recuperados en el sitio evidencian, asimismo, una extensa red de
intercambio que abarcaba regiones distantes. Ejemplo de ello son las turquesas
procedentes del suroeste de los actuales Estados Unidos (Nuevo México y
Arizona) y los corales originarios del litoral del Pacífico. Si bien tradicionalmente
se ha interpretado a Paquimé como un centro mercantil, su función pudo
trascender lo económico, articulándose como un espacio de convergencia ritual y
peregrinación, donde el comercio coexistía con prácticas ceremoniales.
La influencia de
Paquimé se extendía más allá de su núcleo urbano, como lo demuestran los
asentamientos secundarios en áreas como la Cueva de la Hoya, ubicada en la
sierra de Chihuahua. El acceso a esta zona —hoy dificultoso por la terracería—
implicaba en la época prehispánica un desplazamiento de aproximadamente 55
kilómetros, realizado posiblemente con fines estratégicos o simbólicos. La
presencia de estructuras habitacionales en cuevas y el uso de señales de humo
—capaces de transmitir mensajes a 150 kilómetros en un día— revelan un sistema
de comunicación eficiente y una ocupación territorial planificada.
La elección de
este valle para el establecimiento de asentamientos satélites respondía, en
parte, a las condiciones favorables para la agricultura, gracias a los suelos
aluviales. Sin embargo, la disponibilidad de recursos cinegéticos, como el
venado, y otros bienes naturales, también debió influir en su importancia
dentro de la red paquimense. Este patrón de ocupación refleja una adaptación
consciente al entorno, combinando aprovechamiento económico y significación
cultural.
La presencia de
una significativa población de osos en la región sugiere que los grupos humanos
que habitaron el área tuvieron acceso a recursos clave, como carne, proteínas y
pieles. Esto plantea interrogantes sobre la posible conexión entre estos
asentamientos y Paquimé: ¿pueden considerarse estos sitios como un avance de
dicha cultura? ¿Existió una relación directa entre ellos? Los primeros
habitantes de esta zona del norte de México se establecieron en la Cueva de la
Golondrina, utilizándola como refugio durante un período en el que su modo de subsistencia
se basaba en la caza y la recolección.
Los vestigios
arqueológicos asociados a esta fase no presentan evidencias de cerámica, lo que
sitúa su ocupación en un contexto precerámico, aproximadamente antes del 600
d.C., dentro de lo que se conoce como el período formativo de la cultura de las
Casas Grandes. Además de su función como espacio habitacional —dada su
condición de refugio natural—, las formaciones rocosas de la zona tuvieron
probablemente un componente ritual vinculado a la sacralización del paisaje.
Esto se refleja en el arte rupestre local, cuyos motivos expresan una
concepción simbólica de la naturaleza.
Casas Grandes, plano de la ciudad con dos líneas paralelas a 38º.
Dibujo: Georgina Parada, a partir del levantamiento y la digitalización de
estructuras arquitectónicas realizadas por el Instituto Nacional de
Antropología e Historia y del plano, publicado en Di Peso, Rinaldo y
Fenner, Casas Grandes (vid. supra n. 1), vol. 5, fig.
285.
https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-12762016000200171
Casas Grandes, relación entre las estructuras ceremoniales y la torre
sobre el cerro Moctezuma. Dibujo: Georgina Parada, basado en una fotografía
publicada por el Centro INAH Chihuahua (www.inahchihuahua.gob.mx). Secretaría de Cultura-INAH-Méx. “Reproducción
autorizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia”.
https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-12762016000200171
Durante
investigaciones recientes, especialistas plantearon la posibilidad de que la
morfología de la Cueva de la Golondrina evocara un simbolismo asociado a la
fertilidad, dada su configuración, que sugiere una analogía con una vulva
femenina. Esta interpretación se alinea con la recurrente sacralización de
espacios naturales en diversas culturas mesoamericanas, donde ciertos
accidentes geográficos eran concebidos como manifestaciones de deidades
telúricas.
Entre los motivos
rupestres documentados en el sitio destacan representaciones antropomorfas —con
figuras que delinean cuerpos, cabezas y extremidades— así como elementos
iconográficos vinculados a Paquimé, como diseños bicromos (delineados en blanco
y rellenos en negro), símbolos solares y la recurrente aparición de triángulos
concéntricos, también presentes en dicho centro cultural.
Además de las
evidencias artísticas, el sitio presenta huellas de actividad humana, como
hoyos de almacenamiento y acumulaciones de guano de murciélago, que indican una
ocupación recurrente. Aunque se registró la presencia de una estructura de
adobe —posiblemente tardía y de influencia paquimense—, no se trató de un
asentamiento extenso, sino más bien de un espacio de refugio temporal durante
el período formativo. La abundancia de restos relacionados con el forrajeo
refuerza la hipótesis de que el sitio fue utilizado principalmente como un
lugar de aprovisionamiento y habitación estacional.
Se permite inferir
que los restos de maíz hallados en el sitio Cueva de la Golondrina corresponden
a un período temprano, distinto a las variedades modernas. La observación
morfológica —específicamente, el número reducido de hileras (ocho en
comparación con las doce o más del maíz contemporáneo)— sugiere una fase incipiente
de domesticación. Este indicador no solo apunta a una temporalidad
prehispánica, sino que también plantea interrogantes sobre las prácticas
agrícolas y su evolución en la región.
En la superficie
del yacimiento se identifican materiales diversos: cerámica, artefactos líticos
y restos orgánicos como madera carbonizada. Este último elemento resulta
particularmente relevante, ya que su análisis permitiría no solo datar el
contexto, sino también reconstruir aspectos tecnológicos y ambientales, como las
especies vegetales utilizadas como combustible. Sin embargo, pese al potencial
del sitio, la escasa exploración sistemática limita su interpretación. La
presencia de saqueos —evidente en la alteración de los estratos— agrava el
problema, aunque un estudio minucioso de lo residual aún podría aportar datos
valiosos, como fragmentos cerámicos o posibles asociaciones funerarias.
La cueva exhibe
huellas de actividad humana recurrente, pero no permanente. El techo, cubierto
por una capa uniforme de hollín, indica el uso prolongado del fuego, ya sea con
fines utilitarios o simbólicos. Esta dualidad refleja un patrón recurrente en
la arqueología mesoamericana: las cuevas como espacios liminales, vinculados
tanto al origen como a la muerte, concebidas como “matrices del mundo”. La
presencia de entierros y objetos rituales refuerza esta interpretación, aunque
la falta de excavaciones exhaustivas impide confirmar su función específica.
El sitio precede
al apogeo de Paquimé, lo que sugiere una ocupación temprana vinculada a grupos
con estrategias mixtas (caza-recolección y agricultura incipiente). Un elemento
distintivo es el sistema de terrazas, visible en las laderas adyacentes,
diseñado probablemente para el cultivo de agave. Estas estructuras, junto con los
graneros —como el ubicado en el centro de la Cueva de la Olla—, revelan una
complejidad social inesperada para un contexto supuestamente “transitorio”. La
capacidad de almacenamiento a gran escala implica no solo excedentes agrícolas,
sino también una jerarquización en la distribución de recursos, base de
economías preestatales.
El patrón
económico de estas sociedades se fundamentaba en una base agrícola de
subsistencia, donde la cosecha colectiva era almacenada y redistribuida según
las necesidades comunitarias, sugiriendo una organización social con cierto
grado de centralización productiva. Desde la perspectiva artística, la pintura
mural constituye un elemento significativo, pese a su estado fragmentario. Los
vestigios cromáticos -principalmente pigmentos rojos y negros- permiten
identificar representaciones antropomorfas, aunque la degradación del soporte
pétreo ha provocado la pérdida de secciones superiores de las figuras.
La datación
estratigráfica sitúa este conjunto en un período post-1100 d.C., contemporáneo
al desarrollo de Paquimé, cuyo apogeo ocurriría un siglo después (1200 d.C.).
Este horizonte cronológico contrasta con las cuevas localizadas en el sector
opuesto del yacimiento, cuyos contextos materiales corresponden a fases
anteriores al 600 d.C. La ocupación prolongada del sitio hasta 1450 d.C.
evidencia una continuidad cultural paralela al desarrollo de la cultura
paquimense.
Un elemento
arquitectónico relevante lo constituyen las modificaciones en los vanos de
acceso. El análisis tipológico de las puertas revela una transición
morfológica: mientras las estructuras originales presentaban umbrales
rectangulares, hacia 1200 d.C. se implementó la modificación a puertas en forma
de “T”, cuya simbolística antropomórfica ha sido ampliamente documentada en la
región. Estas transformaciones se realizaron mediante escotaduras laterales en
la base de los vanos preexistentes.
Los recientes
trabajos arqueológicos han permitido documentar una compleja secuencia
ocupacional. La unidad excavada presenta un espacio doméstico organizado
alrededor de un fogón central, posteriormente subdividido mediante un tabique
de bajareque. Esta modificación arquitectónica podría indicar procesos de
segmentación familiar, donde el espacio original fue adaptado para albergar a
nuevos núcleos familiares derivados. El conjunto habitacional comprende al
menos doce unidades espaciales en planta baja, con evidencias de estructuras
superiores cuyos apoyos dejaron improntas en el techo de la cueva.
La diferenciación
social se manifiesta en la distribución espacial del asentamiento. Mientras las
unidades inferiores se asocian a áreas de cultivo -presumiblemente ocupadas por
agricultores-, esta sectorización elevada presenta características que denotan
un estatus privilegiado: sistemas de almacenamiento centralizado (graneros),
mayor protección climática y refinamiento constructivo. Aunque empleando
técnicas de tierra, la arquitectura ofrece condiciones de habitabilidad
superiores a las viviendas exteriores. El abastecimiento hídrico se realizaba
mediante transporte manual en cántaros, complementado por aportaciones
estacionales de agua pluvial.
Este análisis
evidencia una sociedad estratificada con especialización laboral, donde el
control de excedentes agrícolas y la jerarquización del espacio construido
reflejan relaciones de poder institucionalizadas. La secuencia constructiva
documenta procesos de adaptación arquitectónica a dinámicas sociales
cambiantes, mientras los elementos simbólicos (pinturas, puertas antropomorfas)
sugieren un complejo sistema de representación ideológica.
La ubicación
del tambo en la zona respondía a un propósito específico:
captar el flujo de agua durante las lluvias para su uso en labores de
restauración. Sin embargo, surge la interrogante de si este sistema también era
utilizado por los antiguos habitantes como reservorio temporal, dada la
formación de pequeñas pozas que garantizaban la disponibilidad de agua en
épocas de precipitaciones.
Respecto al
abandono de Paquimé, cabe cuestionar si este proceso fue simultáneo en toda el
área circundante. Una hipótesis sugiere que la migración pudo haber sido
regional, implicando un desplazamiento colectivo de la población hacia el
norte. Este fenómeno no sería aislado, sino parte de un patrón de economías de
subsistencia, donde la ocupación del territorio estaba estratégicamente
vinculada a la supervivencia y no a estructuras teocráticas o militares. De
hecho, la evidencia arqueológica indica que, aunque no se trataba de una
sociedad guerrera, existía una clara conciencia territorial para evitar su
pérdida.
La ocupación del
norte de México por grupos provenientes del sur de Estados Unidos parece haber
seguido un patrón similar. La región de Casas Grandes, percibida como la última
pradera habitable hacia el sur, fue poblada sin vacilación. Este comportamiento
contrasta con las tradiciones de los pueblos del centro de México, donde
persistía una nostalgia por los espacios cavernarios, vinculados a un origen
mítico. La Cueva de la Hoya, por ejemplo, no solo funcionaba como un refugio,
sino como un símbolo de conexión con lo sagrado, donde el ser humano se
convertía en “el sueño de una sombra”, en palabras de Borges.
A diferencia de
los laberintos concebidos como estructuras de defensa militar, el de Paquimé
cumplía una función doméstica y protectora frente a las adversidades
climáticas. Su diseño intrincado no buscaba desorientar a posibles invasores,
sino ofrecer refugio contra condiciones ambientales extremas: frío, nieve y,
sobre todo, calor. Esta adaptación arquitectónica refleja una sociedad pacífica
y organizada, capaz de enfrentar las hostilidades naturales mediante soluciones
ingeniosas.
Aunque estas
adaptaciones demostraron ser efectivas, el flujo migratorio del norte durante
la fase Diablo alteró dicho equilibrio, generando transformaciones urbanas como
la segmentación de espacios y el cierre de áreas comunes – síntomas evidentes
de una crisis en la estructura social y económica de Paquimé.
Un aspecto
inquietante es la presencia de entierros dispersos, algunos en ollas con
ofrendas, junto a más de trescientos cadáveres hallados en superficie. Esta
distribución irregular plantea la posibilidad de un episodio violento, como una
masacre, aunque también podría indicar la existencia de un cementerio no descubierto.
La ausencia de un patrón funerario uniforme refuerza la hipótesis de un
abandono abrupto, marcado por conflictos internos o externos.
La evidencia
osteológica analizada no presenta huellas de violencia, lo que plantea un
problema interpretativo frente a la hipótesis de una matanza generalizada. De
haber ocurrido un episodio de exterminio, las características del evento
requerirían, necesariamente, la intervención de un ejército organizado
—posiblemente tarasco o mexica— dada la escala demográfica implicada. Un ataque
llevado a cabo por un grupo reducido resulta improbable, especialmente
considerando la ausencia de estructuras defensivas en el asentamiento. La
inexistencia de elementos bélicos en el registro arqueológico refuerza esta
incongruencia.
Frente a esto,
emergen dos líneas interpretativas principales: el abandono voluntario o un
conflicto interno vinculado a narrativas míticas. La posible rebelión del Clan
Araña, reflejada en tradiciones orales, sugeriría tensiones sociales endógenas;
sin embargo, esta hipótesis carece de sustento material concluyente y pertenece
más al ámbito de la tradición oral que al análisis histórico. Como explicación
alternativa —y potencialmente más fundamentada—, destacan las dinámicas de
dominación externa asociadas a intereses económicos, particularmente el control
del cobre. Este escenario implicaría la coerción por parte de un Estado
expansionista con capacidad para movilizar fuerzas que sometieran a una
población de miles de habitantes, integrada en un sistema regional complejo.
Este último
enfoque exige, sin embargo, integrar perspectivas etnográficas. Conceptos como
el de pueblo revolt —comunidades que optaron por la
autodestrucción antes que la subyugación cultural— ilustran patrones de
resistencia documentados durante la conquista española. Aunque el contexto
cronológico analizado es anterior, la recurrencia de este tipo de respuestas
ante presiones externas sugiere que mecanismos similares pudieron activarse en
épocas prehispánicas, ya fuera frente a grupos como los tarascos, los mexicas u
otros actores.
Por otro lado, la
hipótesis migratoria introduce un factor distinto: la movilidad como rasgo
estructural. Según algunas tradiciones, estos grupos habrían seguido ciclos de
desplazamiento vinculados a concepciones cosmogónicas —como la búsqueda de un
“ombligo del mundo”—, prolongando su estancia en la región más allá de lo
previsto. No obstante, aunque esta narrativa explica la dispersión de
iconografía compartida (e.g., las representaciones de Venus), su validez como
marco explicativo enfrenta limitaciones. La idealización de un origen común en
el suroeste de Norteamérica y de migraciones multidireccionales parece
responder más a construcciones identitarias que a procesos verificables
arqueológicamente.
PAQUIMÉ EN
OASIS AMÉRICA Y MESOAMÉRICA
En su auge, las culturas
Trincheras y Paquimé representaron los límites meridionales del área conocida
como Oasis América. Se demuestra su participación en una red de intercambio que
incluyó mercancías como conchas, cobre y aves exóticas.
Ambas culturas, explotaban
conchas marinas traídas desde la costa del Golfo de California. En Paquimé se
hallaron más de veinte diferentes géneros y especies de concha que varían en
tamaño desde la Nassarius, que medía unos 10 mm cuando mucho, hasta el Strombus
galeatus que se utilizaba como trompeta o artículo decorativo.
En dos cuartos de la llamada
Casa de la Noria se encontraron casi cuatro millones de ejemplares de Nassarius.
Esta cantidad de material implicaba un esfuerzo e inversión para traerlos
por más de 300 km desde la costa y a través de la Sierra madre Occidental. Al
parecer, la mayoría de los diferentes tipos de concha se utilizaban como
adornos o badajos, aunque existe la posibilidad de que, como en partes de la
Huasteca, se quemaran para hacer encalados muy finos. En la actual cultura
Zuñí, se usa concha molida como uno de los ingredientes principales de su
harina sagrada.
Baltasar de Obregón -quien al
parecer puso el nombre a Paquimé- mencionó:
“Halláronse grasas de metales
que los naturales debían de beneficiar a piedras de amolar, la grasa se
entendió se debían de ser de metales de cobre, porque hallamos entre los indios
salvajes dos ´patenas de obre labradas de va ciado, como si fueran fundidas y
hecha de algún oficial español diestro e primo…”
Aunque todavía no se ha
detectado el lugar donde trabajaban el metal, esta observación, en combinación
con el hallazgo de un pedazo de escoria por parte de Charles Di Peso, nos hace
pensar que se trabajaba el cobre en Paquimé. Otros ejemplares del esfuerzo del
orfebre incluyen una tortuga de filigrana que fue entregada como ofrenda en la
cancha del Juego de Pelota y varias hachas, agujas, brazaletes y escudos,
además de un número enorme de cascabeles. L<a cantidad y variedades de
diseños de estos es comparable a los de Chichén Itzá.
Las principales aves exóticas
eran guacamayas (Ara macao y A. militaris), aves tropicales y
completamente fuera de su hábitat, que la evidencia arqueológica indica que se
criaban en Paquimé. Se encuentran restos de todas edades, desde huevos hasta
aves viejas, proporcionando el perfil de una población reproductiva. A lo largo
del sitio y en derredor de muchas plazas se hallaron en pequeños muros restos
de sus periqueras y jaulas más grandes para pavos.
La importancia de estas aves se
refleja en la cantidad de guacamayas enterradas a propósito. Las excavaciones
recuperaron aproximadamente 500 esqueletos de esta ave, completos y
decapitados, que corresponden al total de lo encontrado en el resto de Oasis
América en su conjunto.
Se subraya la relevancia de
estas aves por medio de las siluetas del denominado Montículo del Pájaro.
Viendo este basamento desde arriba, no se requiere mucha imaginación para
distinguir la coila, las patas, alas y el pescuezo de un ave decapitada.
Como muchos lugares de su época
en Oasis América, Paquimé se constituyó de recintos rectangulares, en su
mayoría de un solo piso, compuestos por una serie de cuartos alrededor de un
patio. A diferencia de muchos sitios, es evidente que algunas de estas
estructuras -las que están justo sobre la ribera del río- llegaron a tener
cuatro pisos o más.
En Oasis América, la mayoría de
la arquitectura está dedicada a las áreas habitacionales. Sin embargo, en
Paquimé se conocen más basamentos ceremoniales que en los demás sitios. Se los
encuentra en un arco semicircular que pasa al oeste del área habitacional
principal en lugar de estar concentrados en un “centro ceremonial”. Estos
basamentos ceremoniales incluyen un montículo en forma de cruz con cuatro
satélites, dos canchas del Juego de Pelota y tres estructuras de relleno,
cubiertas con piedras de río y cal (el Montículo del pájaro, el Montículo de
los Héroes de la Revolución y la Unidad 18), más un túmulo o mausoleo (el
Montículo de las Ofrendas).
Al norte del antes mencionado
arco de basamentos se encuentra el Montículo de la Cruz, compuesto de una
figura descuadrada y cuatro satélites casi redondos. A primera vista no queda
claro, si estas estructuras están descuadradas a propósito o como producto del
descuido de los siglos. No obstante, la orientación general de la cruz
corresponde a la declinación magnética local de unos 11°.
https://arqueologiamexicana.mx/mexico-antiguo/paquime-chihuahua
Después de cinco años tratando de identificar y especificar relaciones
entre la orientación de los distintos componentes y los equinoccios, en el
verano de 1993 se reconoció que en la mañana del solsticio el sol amaneció
sobre una línea tangencial que pasó al norte del satélite austral y sur del
satélite oriental. En el atardecer, el satélite oriental reemplazó al satélite
austral para identificar el alineamiento correspondiente. Ahora bien, hay que
revisar para ver si se halla la orientación contrapuesta.
Al oeste del Montículo de la Cruz se encuentra la cancha del Juego de
Pelota número 1 y al sur del arco de basamentos ceremoniales se encuentra la
segunda cancha. Ambas canchas del Juego de Pelota tienen forma de letra “I”
y corresponden a la silueta común de las canchas a lo largo de Mesoamérica
durante el Posclásico. En las inmediaciones de Paquimé se puede localizar diez
más en un radio de 30 km. Hacia el sur se encuentra este tipo de estructuras en
Chicomostoc, Zacatecas, a una distancia de 1000km.
La Cueva de la Olla tiene en
su vestíbulo un área plana donde se construyeron siete recintos. Se divide en dos
grandes ramas (donde no existen vestigios de estructuras) que debieron ser
utilizadas para usos múltiples a pesar de ser áreas obscuras y frías. En la
rama norte se encontraron esqueletos humanos, pues era costumbre regional
enterrar a los muertos cerca o dentro de sus habitaciones.
Al sur de la cancha del Juego de Pelota número 2 existe el Montículo de
las Ofrendas, que representa el único mausoleo identificado en Oasis América
netamente asimétrico. El edificio es, en parte, un montículo relleno y un
recinto hundido que contiene dos criptas y unos cuartos de adobe. Su nombre se
deriva de las ofrendas incluidas en las criptas.
En el área se han encontrado
vestigios de la cultura Mogollón,
restos de cerámica de tipo sencillo y otros materiales de tipo suntuario más
escasos, propios de la cultura de Paquimé. El grupo que habitó en la
Cueva de la Olla, debió estar formado al menos por 30 individuos que
se organizaron para trabajar en las áreas más planas de la región, propias para
el cultivo; dispusieron de agua corriente todo el año gracias al arroyo cercano
y acumulando su producción en el granero, para proveerse durante por lo menos
170 días. Además, consumían productos silvestres como bellotas y palmas.
https://museosvirtuales.azc.uam.mx/smv/?p=26193
En la cripta principal se
hallaba un hombre de más de cincuenta años sepultado en una olla de tipo
cerámico llamado Ramos policromado. Al esqueleto le faltaba la cabeza. En la
cripta secundaria existían los restos de un hombre y una mujer sepultados en
ollas del mismo tipo faltándoles la cabeza. De la antesala se recuperó una
piedra esculpida en la forma de una puerta en T. Todos estos materiales
se encuentran en la Sala Norte del Museo nacional de Antropología de la Ciudad
de México.
Aunque se puede argumentar que
los túmulos mortuorios son frecuentes en Mesoamérica, no se les conoce en Oasis
América. La tradición de los rituales de la muerte es una característica
netamente mesoamericana reflejada en la variedad de entierros en Paquimé. Existo
todo tipo de entierros, desde sencillos y múltiples, completo o no, primarios y
secundarios, además de sacrificios humanos, pavos y guacamayas. Di Peso relacionó
distintos conjuntos de entierros y ofrendas con cultos mesoamericanos, como los
de Quetzalcóatl, Tláloc, Xipe Tótec y Xiuhtecutli.
Esta información convenció a Di
Peso de que Paquimé fue producto de una invasión de comerciantes del Centro de
México, creyó que eran pochtecas. Lo cierto es que a partir del inicio de la
era cristiana, hubo varias olas de influencia que procedían de Mesoamérica y
proporcionaban bienes materiales, como la agricultura de maíz y la alfarería,
además de marcos cosmogónicos.
Después de varios siglos de
desarrollo, Paquimé llegó a su auge entre 1300 y 1450 d.C. Según datos
arqueológicos, la destrucción de Paquimé fue rápida, tardó menos de un día. Se
puede especualr que fue a causa de un reajuste o una serie de cambios en la red
comercial que lo sostuvo.
La arquitectura
Es probable que las entradas a la ciudad se
encontraran al sur y principalmente al este del conjunto habitacional, que
coincide con el arribo desde el río y se evidencia por las columnatas en la
Unidad 14. Desde esta perspectiva las estructuras público-ceremoniales, siete
montículos y dos canchas de juego de pelota, se desenvuelven tímidamente detrás
de la gran masa de viviendas (quizá sobrepasaba los tres niveles de
altura), sin intención de destacar en el paisaje. Cinco de los
montículos mantienen una alineación suroeste-noreste, la cual corre desde el
extremo sur del Montículo de la Serpiente (al poniente de la Unidad 11) hasta
el Montículo de la Cruz (Unidad 2), e incluso puede extenderse a dos unidades
más (las unidades habitacionales 23 y 21), que se hallan aproximadamente sobre
la misma altitud. Los cinco se suceden de manera rítmica con un espaciamiento
más o menos constante. Ninguno domina sobre otro, por lo que puede sugerirse que
todos gozaban de la misma posición jerárquica. Dichas estructuras se han
relacionado con el sistema de clanes, en el que cada una representaría un grupo
social encargado de tareas específicas.
Esta
disposición urbana merece especial atención, pues las estructuras ceremoniales
se alinean con la torre cilíndrica de rampa helicoidal sobre la cima del cerro
Moctezuma, un cerro de trincheras ubicado a seis kilómetros al suroeste de la
ciudad. Si ignoramos la distancia que separa este elemento de la ciudad, concepto
por demás relativo, dicha torre se inserta como una “estación” más en la cadena
de montículos ceremoniales. Su forma no es propiamente una singularidad, pues
las espirales son un elemento recurrente en los cerros de trincheras, así como
las pequeñas torres o corrales construidos en las
cimas. Di Peso identificó el cerro y su torre con un supuesto culto a
Ehécatl, aunque la discusión de dicha hipótesis está fuera de la temática
de este ensayo, la relación entre la espiral y el viento es incuestionable.
Efectivamente embisten a la ciudad fuertes vientos provenientes del suroeste,
más en concreto desde el cerro, y se confirma de este modo la importancia
capital que este elemento paisajístico juega en el urbanismo.
La
técnica principal de construcción es parecida a la usada hoy día. Para colocar
el cemento se levantan unas formas de madera que definen el tamaño del muro y
se le vacía lodo. No obstante, en ocasiones se utilizaba tierra húmeda que se
apisonaba. El producto es un muro macizo que se recubría con un material más
fino y apropiado para recibir el encalado con que se pintaba. También
utilizaron otras técnicas, como el bajareque, adobes moldeados a mano y
piedras asentadas en lodo. En general, los muros de carga tenían tamaños
uniformes equivalentes a 40, 80 y 120 cm. Los claros verticales eran de unos
dos metros y los claros horizontales generalmente no excedían de 2.5 m; el área
habitacional da la impresión de una enorme laberinto o colmena.
Los
tres detalles arquitectónicos más destacados son las puertas en T, las estufas
y el sistema de distribución que incluye sitios como Mesa Verde, en el sur de
Colorado, y el castillo de Moctezuma, en el centro de Arizona, o el cañón de
Chaco, en el centro de Nuevo México, pero la mayor concentración se encuentra
en el área ocupada por Paquimé. Las razones de esta forma de las puertas tan
diferente y tan incómoda no son claras, aunque se especula que son defensivas,
rituales o arquitectónicas. Las puertas en forma de paleta no solamente tienen
una silueta muy particular, sino que su tamaño es tan reducido que da la falsa
impresión que los habitantes eran de baja estatura, pero los restos óseos indican
un altura promedio de 1,55 m para las mujeres y 1,65 para los hombres.
Las estufas son planchas de adobe sobre el piso que en promedio miden
unos 10 cm de alto, por 40 cm de ancho y 70 cm de largo, casi siempre
perpendiculares y junto a un muro. Se componen de tres elementos: boca, fogón y
el cenicero. Mientras que la mayoría tienen bocas sencillas, las que están en
las edificaciones de varios pisos son más elaboradas.
Con respecto al
sistema hidráulico, el agua proviene de Ojo Varaleño, localizado a 5 km al
norte del sitio y que por medio de un canal proporciona un buen porcentaje del
agua que consume el actual pueblo Casas Grandes. Se pudo encontrar otros cauces
y parece ser que este canal es el mismo que abastecía a la ciudad de Paquimé en
la época prehispánica. Es posible que entre el actual pueblo y las ruinas, el
canal pasar por dos acueductos antes de descargar en el depósito principal.
Esta descarga era a través de un tanque de sedimentación que funcionó como
filtro de azolve. Del depósito se llevaba el agua a ,los distintos complejos habitacionales
y patios a través de un sistema de canales forrados con piedra laja y después
cubiertos de tierra. Un ramal de este sistema funcionó para llevar el excedente
a la noria que dio nombre a la Casa de la Noria. El acceso a la noria está
restringido, de manera que había que pasar por varios patios y cuartos para
encontrar la escalera que baja 12 m hasta el freático. Cuando se abandonó la
noria se le rellenó con tierra y escombro en el cual se sepultaron ofrendas de cobre
y turquesa.
Paquimé fue la
ciudad prehispánica más grande que se conoce en el Norte de México. El
visitante actual quedará prendado, como los primeros españoles, quedará
impresionado de la belleza de la arquitectura de tierra, asombrado por su
altura y sorprendido por los detalles, como las puertas, nichos, etc.
Mientras que en un principio su
esfera de influencia cubrió el noroeste de Chihuahua, Paquimé participaba en
una red de intercambio de largo alcance que nos permite pensar que fue la
ventana a través de la cual los de Mesoamérica vieron a los de Oasis América y
viceversa.
En conjunto, el
debate refleja la tensión entre explicaciones materialistas (guerra,
explotación de recursos) y simbólicas (mito, resistencia cultural), sin que
ninguna ofrezca, por ahora, una respuesta concluyente. La ausencia de huellas
de violencia no descarta conflictos, pero obliga a reconsiderar sus formas y
escalas, mientras que los relatos etnográficos —aún con su valor heurístico—
introducen sesgos que la arqueología debe contrastar críticamente.
El discurso sobre
los orígenes de Paquimé y su relación con otros pueblos mesoamericanos se
construye a partir de un entramado de leyendas y mitos. Desde esta perspectiva
religiosa vinculada a las migraciones, se sostiene que los habitantes de
Paquimé procedían del sur, permanecieron en la región por un período más
extenso del previsto —aproximadamente setecientos años— y posteriormente
abandonaron el sitio.
Paquimé fue
contemporánea de centros urbanos como Tzintzuntzan, en el Imperio Purépecha, o
Tenochtitlan, capital mexica. Resulta significativo que, tanto para los
purépechas como para los mexicas, el norte representara el espacio mítico de
origen. Según una tradición purépecha, sus reinos se establecieron tras el
encuentro entre grupos chichimecas y los pobladores de la región del lago de
Pátzcuaro. Por otro lado, los mexicas afirmaban descender de Chicomóztoc, el
legendario lugar de las Siete Cuevas, y evocaban Aztlán como un territorio
septentrional del cual provenían. Estos relatos funcionaban como mitos
fundacionales que legitimaban sus identidades.
Así en la arqueología mexicana,
Paquimé es la Estrella del
Norte.
Glosario
- Adobe:
Material de construcción compuesto de barro, arena y paja, moldeado en
bloques y secado al sol (Vargas, 2010).
- Aridoamérica: Región cultural del norte de México caracterizada por clima árido
y sociedades nómadas, en contraste con Mesoamérica (Braniff, 2001).
- Bajareque: Técnica constructiva que combina entramado de varas y barro
(Mastache et al., 2002).
- Camastros: Lechos construidos con vigas embebidas en muros y revestidos de
lodo, típicos de las alcobas en Paquimé (VanPool & VanPool, 2007).
- Casas
de foso: Viviendas semisubterráneas del período
formativo de Paquimé, adaptadas al clima desértico (Whalen & Minnis,
2009).
- Casas
Grandes: Complejos arquitectónicos monumentales de
adobe que integraban espacios domésticos, plazas y sistemas de
almacenamiento (Di Peso, 1974).
- Chichimecas: Término mesoamericano para grupos nómadas del norte, asociado a
estereotipos de “barbarie” (Powell, 1952).
- Clan
Araña: Grupo social mencionado en tradiciones
orales de Paquimé, vinculado a conflictos internos (Riley, 2005).
- Cosmogónico: Relativo a mitos o narrativas sobre el origen del universo y el
orden cultural (Eliade, 1959).
- Forrajeo: Recolección de recursos silvestres (plantas, animales pequeños)
como estrategia de subsistencia (Binford, 1980).
- Iconografía
greca escalonada: Motivo decorativo recurrente en cerámica y
arquitectura, con patrones geométricos escalonados (Schaafsma, 2013).
- Matrilineal: Sistema de descendencia donde la herencia y el linaje se
transmiten por línea materna (Murdock, 1949).
- Oasisamérica: Área cultural que abarca regiones áridas del norte de México y
suroeste de EE.UU., caracterizada por asentamientos en oasis y redes de
intercambio (Cordell & McBrinn, 2012).
- Osteología: Estudio científico de restos óseos para analizar salud, dieta y
prácticas funerarias (White & Folkens, 2005).
- Tambo: Estructura hidráulica para captación y almacenamiento de agua en
entornos áridos (Doolittle, 1990).
BIBLIOGRAFIA
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ed.). Routledge.
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Gran Chichimeca (Vol. 1-3). Amerind Foundation.
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Southwest, AD 1200-1500*. University of Utah Press.
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of Arizona Press.
- White,
T. D., & Folkens, P. A. (2005). The Human Bone Manual.
Academic Press.
https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-12762016000200171














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