sábado, 6 de septiembre de 2025

 

Génesis y Desarrollo

Del

Capitalismo en México

LA DIVISIÓN DEL NORTE

https://www.laizquierdadiario.mx/Francisco-Villa-y-la-Division-del-Norte

La División del Norte es una de las mayores hazañas históricas de las masas mexicanas. Su organización fue un punto de viraje en la guerra campesina y en la revolución. Las masas del norte del país y las que se sumaban en su avance, se incorporaron íntegras en ella, la organización de la nada y contra todos, le dieron su tremendo empuje, alzaron a uno de sus propias filas, Francisco Villa, como el mayor jefe militar de la revolución, barrieron en el camino con cuanto se les puso por delante.

            A diferencia del zapatismo, la División del Norte, es decir el ejército villista, en la etapa de sus mayores triunfos militares contra el ejército federal no tuvo una independencia política de la dirección burguesa de la revolución. Avanzó sobre el centro del país hacia el derribamiento del gobierno como uno de los tres cuerpos de ejército con que se apoyaba la dirección política burguesa de la revolución. Pero dentro de esta estructura, tuvo en los hechos una creciente independencia política que subía confusamente de la base campesina de la División del Norte. Esa necesidad nunca habría encontrado forma de expresarse, sino hubiera sido por la existencia del ejército zapatista en el sur. La conjunción entre el ejército campesino que bajaba violentamente desde el norte, encabezado por Villa, y el ejército campesino que desde el sur amenazaba a la ciudad de México, dirigido por Zapata, era un hecho tan previsible como temido por los dirigentes burgueses y pequeñoburgueses de la revolución, porque significaba unir la mayor capacidad militar con la mayor capacidad política alcanzadas por las direcciones campesinas. Significaba unir nacionalmente la insurrección de las masas, y aquellos dirigentes sentían que no sólo caería el gobierno de Huerta contra el cual combatían, sino que también su propia perspectiva de clase iba a quedar bajo una amenaza cuyos alcances no podían prever, pues la capacidad revolucionaria del campesinado era para ellos una magnitud desconocida y hostil.  Pero nada de todo lo que hicieron pudo evitar ese encuentro, porque mientras duró el ascenso de las masas, ellos no tuvieron la suficiente fuerza militar, social ni política para oponer al zapatismo y al villismo.  La historia de la División del Norte es la historia militar y social de cómo las masas campesinas organizadas en ejércitos se abrieron paso y abatieron todos los obstáculos hasta dominar casi todo el territorio del país. En ese sentido, la historia de la guerra civil hasta la caída de Huerta es, no única pero sí fundamentalmente, la historia de la División del Norte.

            Los acuerdos de Ciudad Juárez habían sellado la continuidad política burguesa entre el gobierno de Porfirio Díaz y el de Madero. La base de esos acuerdos: terminar con la insurrección campesina. Madero fue liquidado por su propia ala derecha, encabezada finalmente por Victoriano Huerta, porque fue impotente para cumplir esa condición fundamental. Pero al asesinar a Madero, se liquidaba también la última débil esperanza de contener la revolución en el país a través de los restos de prestigio del maderismo, para aislarla y batirla militarmente en su foco organizado, el sur. El ala de Huerta no creía en esta perspectiva, sino en que la prolongación del régimen maderista significaba que el foco del sur iba a atraer a todo el país. Así lo manifestaban claramente, por ejemplo, las cartas del embajador norteamericano: “la situación se ha vuelto tenebrosa, si no desesperada…”.

            La verdad es que esto no dependía de lo que Madero hiciera o dejara de hacer: la revolución estaba ya en todo el país. El golpe huertista fue el pretexto para que la insurrección se generalizara.

            Los primeros intentos de Huerta fueron neutralizar y atraerse a las fuerzas de Orozco en el norte, y sobre todo a Zapata en el sur, invocando su oposición a Madero. Orozco capituló y se sumó a la contrarrevolución huertista. A Zapata, el nuevo gobierno le ofreció cargos en su estado natal, garantías, dinero y propiedades (como también había hecho Madero anteriormente). Zapata respondió con una proclama llamando a luchar contra Huerta como antes contra Madero, en nombre de los principios del Plan de Ayala, y a no deponer las armas ante nadie hasta el triunfo de esos principios.

            Como antes frente a Madero, esta actitud política de Zapata fue decisiva para la continuidad de la revolución. Caído el maderismo, era cuestión de semanas que todo el país se sublevara, y ahora el centro era Zapata con su Plan de Ayala.

            No hay duda de que esto aceleró el pronunciamiento de Venustiano Carranza, terrateniente, ex senador porfirista, partidario después de Madero y gobernador del estado de Coahuila, contra el gobierno establecido por Huerta. Sin embargo, tampoco fue el único factor. El maderismo había atraído el apoyo de un sector muy grande de la pequeñaburguesía, que buscaba una salida nacionalista democrática a la dictadura porfirista.  Allí se apoyaba socialmente como tendencia burguesa el régimen de Madero. Venustiano Carranza salió frente al huertismo a asumir la continuidad de esa tendencia, que significaba a la vez la comprensión general de que la única manera de contener la revolución era hacer concesiones y ponerse a su frente como dirección burguesa nacional apoyada políticamente en la pequeñaburguesía nacionalista y a través de ésta, socialmente, en el campesinado. En cambio, la única alternativa que a éste dejaba Huerta era unirse nacionalmente a la revolución con la bandera del Plan de Ayala. Al contrario del resto de los gobernadores de los estados, Carranza desconoció a Huerta como presidente, invocó a su propio favor la continuidad constitucional de haber sido electo en su estado y llamó a derribar al “gobierno usurpador”.

            Este llamado fue formalizado en el Plan de Guadalupe el 26 de marzo de 1913, más de un mes después del golpe de Huerta. El plan fue firmado en la hacienda de Guadalupe, Coahuila, y titulado “Manifiesto de la Nación”. En él se condenaba el golpe antimaderista y se desconocía al gobierno de Huerta, a los poderes legislativo y judicial, a los gobernadores de los estados que reconocieran al gobierno federal; se resolvía sostener con las armas, organizados en Ejército Constitucionalista, estas declaraciones y designar Primer jefe del Ejército a Venustiano Carranza. Se resolvía también que, al ocupar la ciudad de México, el Primer jefe se encargaría del Poder Ejecutivo y convocaría a elecciones para designar presidente de la República. Es cuanto contiene el documento con el cual Carranza y los jefes y oficiales que lo firmaban asumían la continuidad política del gobierno de Madero y convocaban al país a sublevarse armas en mano contra el nuevo régimen.

            En la difusión del proyecto del plan presentado por Carranza a los oficiales jóvenes que lo apoyaban, un grupo de éstos, entre los cuales figuraba el capitán Francisco J. Múgica, planteó que había que incluir demandas obreras, puntos sobre repartos de tierras y abolición de las tiendas de raya, y otras reivindicaciones sociales. Carranza se opuso, argumentando que era necesario agrupar el mayor número de fuerzas y neutralizar a muchos enemigos que un plan con tales demandas volcaría en contra de la revolución; y que primero era el triunfo militar, y después las reformas sociales. Con este antiguo argumento de dirección burguesa que usufructúa un movimiento revolucionario para contenerlo dentro de sus fines, impuso la aprobación de su proyecto, y así quedó el Plan de Guadalupe, previendo sólo un cambio de gobierno.

            En esa discusión inicial quedó ya delineada una de las contradicciones centrales del carrancismo, que se mantuvo durante toda la lucha armada, y se expresó nuevamente al redactar la Constitución: la contradicción entre la dirección burguesa de Carranza y el ala militar, pequeñoburguesa y jacobina entre cuyos representantes se contaban Múgica y, en parte, Lucio Blanco y otros. Esta ala, contenida permanentemente por Carranza, fue al mismo tiempo el puente de su tendencia hacia las masas para eso aquél tuvo que hacerle concesiones en momentos decisivos. La estrella de Obregón se elevaría después como árbitro en este conflicto, así como en conflicto más general entre el carrancismo y las masas revolucionarias. Pero para poder cumplir esa función tuvo que esperar al descenso de la revolución y, en el camino, liquidar a Carranza; del mismo modo como el ala jacobina, para imponer sus puntos de vista en la Constitución, tuvo que esperar (mientras maduraba ella misma en la lucha) toda una extensión y profundización de la revolución que aún no existía cuando se firmó el Plan de Guadalupe.

            Pero aun con la pobreza política del Plan de Guadalupe, el Ejército Constitucionalista se presentó como un centro militar en todo el norte del país para el levantamiento de las masas campesinas. En poco tiempo todos los estados de la región estaban en armas.

 

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         En marzo de 1913 entró Francisco Villa a Chihuahua, desde Estados Unidos, donde se había refugiado después de escapar de la cárcel de México. Como antiguo maderista, se incorporó al Ejército Constitucionalista en formación y comenzó a organizar, sobre la base de su prestigio entre los campesinos de Chihuahua, lo que pronto sería una brigada y meses después la División del Norte. Villa había sido un campesino prófugo de la justicia por sus conflictos con los terratenientes, que había desempeñado varios oficios del campo y había vivido en el monte del robo de ganado, siempre perseguido; y en esa lucha dispareja contra los rurales del porfiriato, como proscrito y bandolero –calificativo que nunca dejaron de darle sus enemigos-, había desarrollado toda su innata y enorme capacidad de peleas y de rebeldía. Esa capacidad se mostró ya durante la corta lucha armada del maderismo y le valió su autoridad como jefe militar en Chihuahua. Pero además de sus dotes para el combate, Villa rebeló muy pronto una gran capacidad de organizador militar, no sólo en relación con la masa de soldados campesinos que componían su ejército, sino también en relación con los oficiales, unos de origen campesino, otros pequeñoburgueses pobres de provincia, otros militares de escuelas, que integraron su estado mayor. Esa condición de organizador supo encontrar también un punto de apoyo en los sectores obreros del norte, mineros y ferrocarrileros, sobre todo, que se incorporaron a su ejército. En particular los ferrocarrileros, que en su mayoría fueron ganados por el villismo, desempeñaron un papel decisivo en la organización del movimiento de trenes, vital para el desplazamiento de las tropas, y un hombre del gremio, el general Rodolfo Fierro, ocupó uno de los puestos más destacados en el estado mayor de Pancho Villa. Así éste fue formando y desarrollando la irresistible máquina militar en que se convirtió la División del Norte.

 

            Aparte de la División villista, el ejército Constitucionalista estuvo integrado por otros dos cuerpos de ejército: el Ejército del Noreste, al mando del general Pablo González, que operaba en los estados de Tamaulipas, Nuevo León y todo el Noreste de México; y el Ejército del Noroeste, dirigido por Álvaro Obregón, que actuó desde el estado de Sonora descendiendo hacia el sur por todos los estados de la costa oeste.

            Mientras el Ejército del Noroeste llevaba una lucha incierta y marginal en su región, las batallas principales de la guerra civil se dieron sobre la línea de avance de Obregón, por el oeste, y de Villa por el centro. Ambos ejércitos siguieron las líneas férreas en su desplazamiento, uno el ferrocarril del Pacífico, el otro el ferrocarril del centro: los rieles tendidos por el imperialismo para llevar las materias primas del país, hasta su frontera, trajeron la revolución del norte hacia el centro.

 

            Técnicamente, la división villista debía estar subordinada jerárquicamente al Ejército del Noroeste y al mando de Obregón. Esa era la decisión de Carranza, quien tuvo que apoyarse en Villa, pero desde el primer momento le manifestó una profunda desconfianza y hostilidad de clase. Prácticamente, Villa no aceptó esa subordinación y la División del Norte actuó como un cuerpo de ejército tanto o más importante que el Noroeste, como en realidad lo era. Carranza tampoco quiso nunca dar el nombre de ejército al de Villa, y de ahí que, siendo mucho más que una simple división, quedó y entró en la historia con el nombre de División del Norte, mucho más temida por los enemigos de su etapa de auge que cualquiera de los otros cuerpos militares, aunque llevaran éstos el nombre de ejército.

            Los soldados del Ejército Constitucionalista, en sus tres cuerpos, eran los campesinos del norte. La revolución –es decir, para ellos, la perspectiva de la tierra- los llevó a las filas. Las partidas campesinas sublevadas en distintas regiones se fueron incorporando a los ejércitos. Los oficiales, en su mayoría, surgieron de la pequeñaburguesía de provincia –empleados, maestros, agricultores acomodados- y algunos del antiguo ejército federal, como el general Felipe Ángeles, artillero y estratego del ejército villista. Álvaro Obregón era un pequeño agricultor acomodado de Sonora, que pronto se destacó por sus dotes miliares y sus cualidades y ambiciones políticas. Plutarco Elías Calles, el otro futuro presidente y organizador del aparato político de la burguesía mexicana, era comisario de policía en la pequeña ciudad fronteriza de Agua Prieta, Sonora. Manuel M. Diéguez, que llegó a general de división en el ejército de Obregón, había sido dirigente de la huelga de Cananea y cuando Huerta dio su golpe era presidente municipal de Cananea. Orígenes parecidos tuvieron otros oficiales constitucionalistas, algunos de los cuales murieron en la guerra mientras muchos otros ascendieron vertiginosamente, se enriquecieron y se constituyeron en pilares millonarios de la nueva burguesía y de su aparato político y económico en los años posteriores a la revolución de 1910-1920.

            Un sector de los oficiales, que después fue uno de los puntos de apoyo para el ascenso político del obregonismo se desarrolló como tendencia nacionalista revolucionaria, jacobina y aun socializante, en el ejército carrancista. Su más alto exponente fue sin duda Francisco J. Múgica, que después sería el dirigente del ala jacobina del Congreso Constituyente. Este sector unía una ideología nacionalista y revolucionaria a la influencia general que sobre él ejercían las masas en revolución, y esperaba imponer esas ideas a través del desarrollo de la lucha, cuyo triunfo no lo veían como un mero cambio de gobierno, sino como una transformación  de las bases del Estado mexicano, una transformación que debía entregar  la tierra a los campesinos, aumentar  las conquistas obreras y abrir  el camino a una aspiración no muy precisa ni definida de evolución socialista.

            El conflicto de carranza con ese sector fue constante, aunque no siempre abierto, porque estaba subordinado al conflicto aún más profundo con el villismo, dentro de sus propias filas; y fuera de ellas, a los conflictos abiertos con el gobierno y con el zapatismo. Una de sus primeras manifestaciones públicas se produjo después de la toma de la ciudad fronteriza de Matamoros, Tamaulipas, por las tropas del general Lucio Blanco, cuyo jefe de estado mayor era el entonces mayor Múgica. Blanco tomó Matamoros el 4 de junio de 1913 y luego de establecer firmemente su dominio sobre la zona, resolvió junto con Múgica, como iniciador y promotor de la medida, realizó la expropiación de la hacienda de un general contrarrevolucionario y en agosto de 1913, en acto público se efectuó el reparto entre los campesinos. La reacción de Carranza fue violenta. Ordenó a Lucio Blanco suspender toda nueva medida de reparto de tierras, lo relevó de su mando trasladándolo a otra región y nombró en su lugar al general Pablo González, futuro masacrado de campesinos y organizador del asesinato de Zapata, que por su incapacidad militar fue conocido como “el general que nunca ganó una batalla”. Múgica discutió con los enviados de Carranza y no sólo defendió la expropiación hecha, sino que sostuvo que durante el curso mismo de la lucha había que continuar con las reformas sociales y planteó que en Sonora, el estado donde más fuerza tuvo inicialmente la revolución constitucionalista, había que proceder de inmediato a la nacionalización de los bienes de los enemigos de la revolución.

 

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         El 20 de noviembre de 1913, en Hermosillo, Sonora, el Primer jefe Venustiano Carranza designó oficialmente general en jefe del Ejército del Noroeste, con jurisdicción sobre los estados de Sonora, Chihuahua, Sinaloa y el territorio de Baja Californias, al general Álvaro Obregón, que en el mes de mayo había ganado dos batallas a las tropas federales, en Santa Rosa y en Santa maría, y cuyas fuerzas controlaban todo Sonora. Al Ejército del Noroeste se sumaron entonces o más tarde jefes con sus destacamentos militares que se habían sublevado por propia iniciativa contra Huerta a partir del golpe, como Diéguez, Calles, Iturbe y otros.

            Según esta designación, Villa que con su brigada había obtenido algunas victorias, entre ellas la toma de San Andrés, quedaba bajo la jurisdicción de Obregón. El 29 de septiembre de 1913, junto con otras brigadas además de la suya, Villa organiza la División del Norte y los oficiales lo eligen general en jefe. El 1º de octubre, la flamante División se lanza sobre la ciudad de Torreón, importante nudo ferroviario, y la toma, obteniendo allí tanto pertrechos militares como material de transporte en cantidad. Ese fue el nacimiento de la División villista, que iba a crecer en poderío vertiginosamente y superar en poco tiempo en importancia militar al ejército con que Obregón operaba sobre el oeste del país.

            Después de la acción de Torreón, villa se vuelve había el norte y casi a mitad de noviembre se dispone a tomar la ciudad de Chihuahua. No lo consigue y entonces, dejando creer que mantiene aún su intención de atacar esa plaza, realiza una de las maniobras que más afirmarían su fama guerrera. Dejando atrás Chihuahua, prosigue a marchas forzadas hacia el norte sobre Ciudad Juárez. En el camino se apodera de un tren que descendía hacia Chihuahua. En la primera estación, apresa al telegrafista y le hace trasmitir en nombre del jefe del tren a Ciudad Juárez un mensaje donde avisa que la vía está cortada más adelante por los revolucionarios y pide órdenes. Desde Ciudad Juárez el mando federal, sin sospechar la estratagema, da orden al tren de regresar, dando parte de su marcha en todas las estaciones. Villa con dos mil hombres se sube al tren, mientras su caballería lo sigue forzando la marcha, y en cada estación del camino repite la operación: apresa al telegrafista mientras corta la línea hacia el sur, y pode órdenes. Así entra finalmente el tren lleno de villistas en Ciudad Juárez, prácticamente anunciando su llegada y sin despertar la menor sospecha. Dentro de la plaza, Villa y sus soldados saltan del tren y aprovechan la tremenda sorpresa de la guarnición para rendirla en corta lucha. Este golpe de audacia entrega a Villa una plaza de primera importancia, porque le abre el acceso hacia la frontera desde donde puede recibir pertrechos y abastecimientos. El relato de la hazaña aumentó en la imaginación popular el prestigio militar de Francisco Villa e hizo de agente reclutador de su división.

            El ejército federal envía tropas desde Chihuahua, y Villa sale a combatirlas a campo abierto. La derrota el 23 de noviembre en la batalla de Tierra Blancas. El 8 de diciembre toma Chihuahua sin lucha, abandonada por los federales. El 11 de enero de 1914 termina de destrozar al ejército huertista de la zona en la batalla de Ojinaga. A principios de marzo de 1914, la División del Norte controla firmemente todo el estado de Chihuahua, y ha terminado ellos preparativos para lanzar su ofensiva hacia el sur, avanzando por el centro del país para quebrar la espina dorsal del poderío militar de los federales.

 

            Mientras tanto, el ejército de Obregón, que el 20 de noviembre de 1913 había tomado la ciudad de Culiacán; capital del estado de Sinaloa, había entrado en una etapa de inactividad militar y se limitaba a controlar principalmente los estados de Sonora y Sinaloa, es decir, la costa oeste en la región norte de México. Para todo el mundo era evidente que las batallas decisivas se preparaban en el camino de avance de la División villista por el centro del país. Era la División del Norte, no los otros dos cuerpos de ejército laterales, la que había acumulado y desarrollado la fuerza y el empuje para enfrentar y batir al ejército federal cuando todavía el poderío militar central de éste estaba íntegro. Ese poderío iba a ser quebrado no por acciones menores y aisladas en el este o el oeste, sino por la toma sucesiva de las plazas de Torreón y Zacatecas en abril y junio de 1914, cuando parte de Chihuahua hacia Torreón, con el general Ángeles ya incorporado a su estado mayor, la División del Norte se encuentra en disposición de su plena capacidad militar y es una fuerza segura y poderosa.

 

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         La División del Norte tuvo su etapa de auge durante todo el año de 1914. Fue entonces la máxima expresión de la capacidad de combate de las masas campesinas. Era un centro de atracción, al cual se sumaban los campesinos insurrectos, sus mujeres, sus familias. Los oficiales, salvo excepciones, surgían de los mismos campesinos; la audacia, la valentía y la capacidad de combate eran las condiciones a través de las cuales se operaba la selección.

            Con pasión revolucionaria y cariño hacia las masas, John Reed describe en México Insurgente el avance de los villistas en la primera mitad de su año de triunfo. Es una masa armada que se desplaza hacia el sur dando batallas grandes y combates pequeños, conquistando México en su marcha. Sobre los trenes o a caballo, acompañados por sus mujeres que cuando es preciso también empuñan los fusiles, y las mujeres llevando consigo a sus hijos pequeños, los soldados de la División del Norte encarnan toda la fuerza incontenible de la revolución.

            En apariencia es un tremendo desorden. Pero en la acción, por debajo de ese aparente desorden hay un orden superior a cualquier reglamento militar. Es el orden impuesto por la voluntad común y el objetivo común que guía a los campesinos organizados en ejército: la victoria significa las tierras, después de la revolución no va a haber más ricos ni más pobres, cuando triunfemos todos seremos iguales y viviremos en paz, tendremos la tierra y no habrá explotadores. En ese resorte profundo de la voluntad campesina se apoya el comando de Pancho Villa para unificar en su voluntad militar de victoria, la de todos. Puede hacerlo como ningún otro porque él mismo es un campesino, es la síntesis de todas las cualidades y rasgos del carácter, los deseos y las perspectivas de sus hombres. Por eso pudo la capacidad organizadora e Villa convertir a esa masa armada en el mejor ejército de la revolución mexicana.

            Con el villismo, la inmensa multitud de los peones y jornaleros del norte, de los campesinos sin tierra, encuentra un objetivo, siente que se incorpora a la vida, que por primera vez puede expresarse, combatir para vencer y decidir, no para ser reprimidos y aplastados. Los siente muchos más porque su jefe es también un campesino, el mejor militar, el mejor jinete y el mejor hombre de campo de todos. El villismo no tiene un programa, como Zapata, pero tiene la figura de Villa: a falta de programa, su persona representaba a los campesinos insurrectos.

         Se veían en Villa, les inspiraba confianza absoluta. Llevaba al nivel heroico los rasgos propios de todos ellos: el coraje, el odio a los explotadores, la desconfianza, la implacabilidad en la lucha, la crueldad a veces, la astucia y la ingenuidad, la fraternidad, la ternura y la solidaridad campesinas hacia los pobres y los oprimidos, y también la inestabilidad de carácter, reflejo indirecto de la situación intermedia del campesinado en la sociedad burguesa. Por eso los rasgos teatrales en muchas ocasiones de Villa tienen una explicación profunda y necesaria. Así tenía que ser, eran un medio de comunicación instintivo con su propia base, un medio elemental de unificación, de dirección y de imposición de su voluntad de mando.

            Era necesaria la personalidad de Pancho Villa para unir y dar una dirección a esas masas en movimiento, a las cuales se sumaban y con las cuales se confundían arribistas, pequeñoburgueses pobres y ambiciosos, desertores, militares, partidas armadas formadas espontáneamente en las aldeas del norte que se reunían y dispersaban al azahar de las batallas. Podía darla no porque sus rasgos estuvieran predestinados para ello, sino precisamente, por lo contrario: porque esa personalidad era el producto, la quintaesencia, la “creación” de esas masas que elevaron a Villa como su jefe. La mayoría de los rasgos enérgicos, marcados, que la burguesía ha tratado y trata de denigrar en Villa mientras oculta o disimula el carácter cruel, siniestro y asesino de sus jefes, Carranza el primero, masacra dores a sangre fría de miles y miles de campesinos- eran rasgos necesarios para poder ejercer su jefatura sin los medios culturales y de clase que la burguesía y sus instituciones proveen a sus propios cuadros. Villa, más que ninguna otra figura de la revolución, llegó a infundir terror a la burguesía, y la denigración no es más que el reflejo invertido del miedo que aún le inspira.

            El origen de ese terror no era Villa en sí, sino la revolución campesina que él representaba. Pero Villa sabía también cómo utilizar militarmente ese terror. Sabía mantener, cuidar y acrecentar el prestigio y la fama de invencibilidad de la División del Norte. Y lo utilizaba como uno de los elementos de la acción militar, pues inspirar de antemano terror al enemigo era tenerlo ya a medias vencido antes de entrar en choque directo con él. Por eso muchas anécdotas de supuesta crueldad de pancho Villa, no eran en esencia más que medidas elementales, instintivas a veces, pero imprescindibles en aquella lucha, de terror revolucionario contra el enemigo de clase. Jamás contra las masas, jamás contra los campesinos empleó la represión o el terror el ejército de Villa: es una contradicción nomás plantearlo. En cambio, Madero primero, Huerta después, Carranza más tarde asesinaron en masa al campesinado de Morelos, quemaron, fusilaron, masacraron, deportaron hasta exterminar a la mitad de la población de la zona zapatista.

            “El ejército napoleónico –decía Marx- era el point d´honneur de los campesinos parcelarios, eran ellos mismos convertidos en héroes, defendiendo su nueva propiedad contra el enemigo de fuera, glorificando su nacionalidad recién conquistada, saqueando y revolucionando el mundo. El uniforme era su ropa de gala; la guerra, su poesía; la parcela, prolongada y redondeada en la fantasía, la patria; y el patriotismo la forma ideal del sentido de propiedad”. Aún más que eso, mucho más, era el ejército villista para los campesinos de México, porque era también su fuerza, su “partido militar” y su personalidad de hombres, negada por los opresores durante siglos, entrando violentamente al mundo a sangre y fuego, abriéndose paso gozosamente contra los patrones, los ricos y los catrines.

            En parte o por instinto de clase, en parte por inteligencia y conciencia, en todo eso supo apoyarse Pancho Villa. De ahí salía el tremendo empuje militar de la División del Norte. “Cuando ganemos la revolución, ésta será un gobierno de hombres, no para los ricos. Vamos caminando sobre las tierras de los hombres. Antes pertenecían a los ricos, pero ahora me pertenecen a mí y a los compañeros”, decía un capitán villista a John Reed. Y le decía un campesino viejo: “¡La revolución es buena! Cuando concluya, no tendremos hambre nunca, nunca, si Dios es servido” Con esa carga concentrada y explosiva de esperanzas se precipitó sobre la capital la División del Norte, haciendo trizas en el camino a los ejércitos de los terratenientes.

            Pero no sólo con esperanzas se hacen los triunfos, sino ante todo con organización de las fuerzas propias. Y en eso Villa fue maestro. Supo utilizar los trenes hasta el máximo, organizar los abastecimientos, obtener los pertrechos y los fondos de donde los hubiera, tener hasta treinta y cuatro vagones hospitales con los últimos adelantos de la época, esmaltados de blanco por dentro, con todo el instrumental quirúrgico, organizar la evacuación veloz de los heridos hacia la retaguardia. Se esforzó por ir imponiendo las normas del reglamento militar. Supo utilizar a los oficiales de carrera que se fueron incorporando a su ejército. Y tuvo a su lado al más destacado de ellos, el general Ángeles, y supo apoyarse en su capacidad como artillero y en sus condiciones de estratego militar que fueron uno de los factores de los principales triunfos de la División.

            Fueron condiciones de mando de Villa la audacia y la impetuosidad de los movimientos de combate, para los cuales se prestaba su elemento natural de lucha y su arma favorita, la caballería. Pero a esas condiciones las acompañaba un sentido natural de ahorro de fuerzas y de preocupación por la suerte de sus soldados, por sus condiciones de combate y por sus vidas. Precisamente todo lo contrario de la actitud de los oficiales federales, que consideraban al soldado simple carne de cañón desechable en las batallas. Por eso el soldado villista, además de que luchaba con un objetivo revolucionario, veía también lógico cuando una orden le exigía arriesgarse, jugarse la vida o aun ir a la muerte, porque su experiencia le había enseñado a confiar en que el mando cuidaba hasta donde era posible las vidas de sus hombres.

            Pero, sobre todo, la División del Norte era el ejército de los campesinos. Lo encabezaba un caudillo campesino. La mayor parte de sus oficiales eran campesinos. Sus trenes venían cargados de campesinos y campesinos armados, haciéndose dueños de México. Por donde avanzaba, alzaba las esperanzas campesinas, concentraba el apoyo, estimulaba con un solo paso a sublevarse, a tomar las tierras, a cultivar cada uno su parcela en las haciendas de donde habían huido los terratenientes. La rodeaba y la empujaba el cariño de las masas. Tenía como los zapatistas y como todos los ejércitos populares, un servicio de informaciones perfecto; siempre sabía que pasaba en territorio enemigo, qué se planeaba en sus campamentos y cómo preparaban la defensa de sus ciudades, porque el campesinado veía todo e informaba todo por sus innumerables bocas. Por eso, mientras durara el ascenso de las masas, la División del Norte era invencible. Y a través de ella, o al amparo de ella, las masas del campo aprovechaban para ajustar muchas pequeñas y grandes cuentas, acumuladas durante siglos de opresión y de rapiña, con los ricos, sus agentes y sus aliados, con los señores, sus administradores, sus mayordomos, sus rurales. Era la revolución.

            No sólo la fulminante capacidad de combate, sino la capacidad de organización de Pancho Villa es un recuerdo de pesadilla para la burguesía mexicana. Villa enseñó que el ejército burgués no es invencible en la guerra civil y dejó la tradición en México de que un ejército campesino, dirigido por un general campesino, puede vencerlo batalla tras batalla hasta aniquilarlo militarmente. Eso la burguesía lo tolera y hasta lo olvida a uno de los suyos, pero no lo perdona jamás a un antiguo peón de sus antiguas haciendas. Un campesino antes bandolero, que no pudo recibir siquiera instrucción escolar elemental pero que sabía a la perfección todas las artes de caballo, del campo y de las armas; que aprendió a escribir en el tiempo que estuvo en la cárcel de México pero que mostraba una rapidísima inteligencia organizadora; que para la burguesía era la negación de su cultura y de sus hábitos de clase, pero cuyas reacciones y movimientos no podía prever y le echaban encima fuerzas enemigas, poderosas y desconocidas para ella; ese hombre se le aparecía como una encarnación del mal absoluto,, es decir, de la revolución. Y, sobre todo, ese hombre mostraba que nada de lo que ella, la burguesía, consideraba imprescindible para vivir, en realidad era necesario. Es decir, en el fondo, que ella misma como clase no era necesaria, porque un dirigente campesino era capaz de organizar los que sus mejores administradores jamás hubieran podido. Eso es una pesadilla para la burguesía, pero es también y, sobre todo, una fuente más de seguridad histórica para las masas de México. Por eso en la memoria de ellas se mantiene viva la figura de Villa, y aunque la historia oficial lo denigra mientras ensalza la figura gris y siniestra de Carranza, Villa sigue viviendo en los corridos, en el arte popular, en las anécdotas y en la esperanza de las masas.

            La División del Norte era la forma militar del poder de las masas campesinas, así como el zapatismo era ante todo su forma social. Esa fue la potencia irresistible que, partiendo de Chihuahua en el mes de marzo de 1914, se abatió sobre Torreón y el 2 de abril quebró la resistencia federal e hizo suya la plaza.

 

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         La toma de Torreón por los doce mil hombres de Villa luego de varios días de batalla había sido precedida por la toma de las poblaciones cercanas: Sacramento, Lerdo, Gómez palacios. Fue seguida después por una nueva derrota de los federales a manos de los villistas en San Pedro de las Colonias, donde la División del Norte destrozó a una columna que venía en auxilio de Torreón, a la cual se habían unido los restos de la guarnición que después de la derrota habían logrado evacuar aquella plaza. Este conjunto de batallas victoriosas de Villa fue el golpe más demoledor recibido hasta entonces por el ejército de Huerta y dejó en poder de la División del Norte una plaza de primera importancia, centro de una región rica en recursos económicos, nudo ferroviario y base de operaciones para lanzarse sobre México, entre cuya ciudad y Torreón sólo cerraba el camino la plaza de Zacatecas. Los triunfos de Torreón y San Pedro de las Colonias dieron un prestigio militar inmenso al ejército de Villa y dejaron totalmente maltrecho el ánimo de combate de las fuerzas del gobierno. Villa y Ángeles resolvieron que, tras un breve descanso para pertrechar las tropas con los recursos de Torreón, era el mejor momento para lanzarse en fuerza sobre Zacatecas y decidir de una vez la guerra.

            También en abril fueron tomadas por los zapatistas Iguala y Chilpancingo, en el estado de Guerrero, y a fines del mes el Ejército del Noreste tomaba la ciudad de Monterrey, capital y centro industrial de Nuevo León. En ese mismo mes de 1914 se produjo la intervención norteamericana en el puerto de Veracruz, que cortó a Huerta el abastecimiento de armas inglesas por dicha vía.

 

            Fue en este momento cuando pasó a primer plano el segundo conflicto contenido en la guerra civil mexicana: el conflicto entre la dirección burguesa de Carranza y los ejércitos campesinos en los cuales se apoyaba contra la facción de Huerta. Carranza necesitaba poner un dique a la preponderancia que iba adquiriendo el villismo, tanto por sus triunfos militares como por su prestigio entre el campesinado. Y, en primer lugar, necesitaba impedir que fuera la División del Norte la que ocupara la ciudad de México, como correspondía según la lógica natural del desarrollo de la guerra hasta ese momento. Por eso, como Primer jefe del Ejército Constitucionalista, transmitió a Villa una orden absurda desde el punto de vista militar, pero imprescindible para los objetivos políticos carrancistas; detener su avance, no atacar a Zacatecas y en cambio desviar sus fuerzas hacia la toma de Saltillo, capital de Coahuila y sede oficial del gobierno de Carranza, en poder de los federales. Villa y Ángeles objetaron esta maniobra divisionista porque estaba contra toda la lógica de las necesidades militares y dejaba tiempo a las tropas enemigas para reorganizarse y hacerse fuertes en Zacatecas, pero finalmente la acataron. Completando su maniobra política, Carranza envió emisarios a Obregón para que, con ejército del Noroeste, que desde hacía meses permanecía inactivo, avanzara rápidamente sobre México aprovechando que la resistencia federal estaba debilitada por los descalabros sufridos en el centro a manos de la División del Norte. Mientras tanto ésta, cumpliendo las órdenes recibidas, iba sobre Saltillo, volvía a derrotar al enemigo en Paredón el 17 de mayo de 1914, tomándole cantidad de armas y pertrechos, y entraba sin resistencia en la capital de Coahuila poco después, dejándola en poder de los constitucionalistas.

Después de la caída de Torreón, la suerte del gobierno huertista estaba sellada. Por eso se inició ahí mismo la siguiente fase de la guerra civil, la lucha de la dirección burguesa carrancista por contener a los representantes militares de las aspiraciones campesinas: el ejército de Villa y el ejército de Zapata. Pero mientras lo contenía, carranza todavía necesitaba apoyarse en Villa, como había hecho desde un comienzo. Nada más que ahora la contención iba predominando sobre el apoyo.

            Carranza tuvo que aceptar la fuerza, las formas y los métodos del villismo del mismo modo como la burguesía en la revolución francesa había tenido que aceptar el jacobinismo como el modo plebeyo -decía Marx- de ajuste de cuentas con sus enemigos feudales. Además, tuvo que aceptar al villismo como medio, por un lado, para contener a las masas campesinas y a la revolución campesina dentro de la estructura y los fines del ejército constitucionalista, y por el otro, para poder organizarlas en forma militarmente efectiva, hazaña que sólo la confianza de los campesinos armados en uno de los suyos, Pancho Villa, podía lograr, y que en cambio jamás habría conseguido la dirección distante y hostil de Carranza y sus oficiales.

            La política de carranza no era más que la de toda burguesía nacional débil que necesitaba apoyarse en las masas en ascenso haciéndoles concesiones y conteniéndolas; y con todas las alternativas de las distintas relaciones de fuerzas nacionales y mundiales en cada periodo, ha sido desde entonces la de la burguesía mexicana. Pero en aquel momento, sobre todo, Carranza no podía triunfar con métodos burgueses “clásicos” y debía aceptar los métodos revolucionarios del villismo, que prácticamente no escapaban a los fines burgueses (y por eso podía aceptarlos, a diferencia de los del zapatismo), pero que de todos modos estaban consolidando para todo el porvenir una confianza indestructible de las masas en sí mismas y por eso mismo dejando minado para siempre el poder y la autoridad de clase de la burguesía. Todos los esfuerzos de Carranza para salvar tercamente “el principio de autoridad”, como lo llamaba, muestran que se daba cuenta de esto, pero también que no tenía otra alternativa.

            Pero al mismo tiempo la dirección campesina de Villa, con todo su poderío militar, no podía sobrepasar por sí misma los límites del programa burgués del constitucionalismo. No se conformaba con éste, pero no podía formular otro. Sólo podía presionar, como en efecto lo hizo, para que se hicieran concesiones a los campesinos, a los “pobres”, dentro de los marcos de ese programa.

            A la contradicción interior del carrancismo burgués, correspondía la contradicción interior del villismo campesino, que chocaba con aquél, pero al no poder formular otra perspectiva, debía aceptarlo. Por otra parte, la forma de ejército organizado según los principios del arte militar que tenía la División del Norte, sólo era posible dentro de una perspectiva de poder estatal y de un principio de poder estatal, como lo constituía el de Carranza, perspectiva que los campesinos por sí solos no podían dar. Sin ese respaldo estatal, nada más podía el campesinado por sí solo alcanzar la forma militar de guerrillas y milicias guerrilleras como la del zapatismo; y a esa forma de guerrilla, por numerosa que fuera, tuvo que reducirse posteriormente Villa cuando tuvo que combatir contra el Estado en poder de Carranza; y debió hacerlo no por limitación concreta de su base de clase campesina.

 

*****

            Luego de limpiar de enemigos la región de Saltillo, Villa reconcentra sus fuerzas en Torreón con el propósito de continuar su avance hacia el sur. Entonces recibe nuevamente órdenes de esperar y de limitarse a apoyar con una parte de sus hombres -tres a cinco mil- a las tropas del general Pánfilo Natera a quien Carranza ha encomendado la toma de Zacatecas. Villa se enfurece. Sabe que Natera no podrá tomar Zacatecas, que los hombres que se le ordena no bastan para volcar la lucha a favor de los atacantes y que además y sobre todo se le pretende arrancar de las manos una victoria militar que está seguro de conquistar con su División del Norte. Es cuando estalla a plena luz el conflicto con carranza. Villa se niega a enviar los hombres que le piden y manda a Carranza su renuncia como jefe de la División del Norte. El primer jefe acepta la renuncia inmediatamente, por telégrafo, y convoca por la misma vía a una reunión de todos los generales de la División del Norte, para que le propongan quien ha de suceder a Villa, al cual agradece sus servicios y le ordena establecer su mando en la ciudad de Chihuahua. Los generales villistas responden pidiendo a Carranza que revoque su aceptación de la renuncia. Este insiste, invocando el principio de autoridad por sobre la conveniencia militar que le plantean los generales. Sigue un violento intercambio de mensajes telegráficos, en el cual Carranza se niega a ceder, pero, como no tiene la fuerza ni la autoridad para imponer, los generales de la División del Norte sostienen a Francisco Villa como jefe y de hecho toda la División con su estado mayor entra en insubordinación contra la jefatura constitucionalista. En esas condiciones, a mediados de junio, Villa reúne todas sus fuerzas militares e inicia, siguiendo la vía del ferrocarril, su nuevo avance hacia el sur sobre la plaza decisiva de Zacatecas. La interrupción de su avance, las órdenes absurdas, el sabotaje político desde arriba, el desvío hacia Saltillo, no han logrado hacer perder su tiempo, su ritmo, a la poderosa máquina de dar batallas que es la División del Norte, sino que más bien paredón y los combates menores la han fortalecido en su confianza y en su furia.

 

            Adquiere entonces su mayor vigor la carrera sobre México entre la División del Norte y el Ejército del Noroeste, en la cual Villa ha tocado y tocan aún las mayores batallas y los menores desplazamientos lineales, mientras a Obregón corresponden las batallas menores y los desplazamientos más extensos. Esto se debe, por un lado, a que los federales tratan de contener a ambos, pero acumulan los mayores obstáculos y el grueso de sus tropas en el camino de Villa, en quien ven la amenaza de clase más hostil; y, por otro lado, a que la jefatura de carranza desde arriba obstaculiza a uno mientras empuja al otro hacia adelante. De donde puede decirse que por encima de ellos frentes de guerra, se establece tácitamente una especie de frente único burgués de clase entre el carrancismo y el huertismo, no para detener la guerra, sino para disminuir el peligro villista. Este “frente único” funciona también contra Zapata, a quien Carranza no reconoce ni dejará jamás de llamar bandolero, aunque los zapatistas combaten al enemigo común, Huerta, y cumplen un papel militar de importancia: el de amenazar sin tregua las puertas de México, sede del gobierno, y mantener clavados en los territorios del sur de ocho a diez mil hombres del ejército federal, que de lo contrario se volcarían contra las fuerzas constitucionalistas que avanzan desde el norte.

            A este frente burgués por encima de las líneas de fuego, corresponde a la vez un frente campesino en ascenso entre la División del Norte y el Ejército Libertador del Sur, en el cual el zapatismo, más débil militarmente, ejerce sin embargo sobre el villismo la poderosa atracción de su programa político y contribuye a darle seguridad para su inevitable ruptura con Carranza. Ambos se reconocen como fuerzas hermanas y así las ven sus enemigos -tanto Carranza y Obregón como Huerta- que intentan evitar o retardar por todos los medios su conjunción militar,

            De ahí que mientras la guerra continúa entre federales y constitucionalistas, entre el ala “reaccionaria” y el ala “progresista” de la burguesía, ambas se unen tácitamente para contener al campesinado insurrecto. La separación que establece la línea de clase, aunque en apariencia esté oscurecida por la furia y el polvo de las batallas, resulta a partir de entonces mucho más profunda y duradera que la estruendosa separación trazada por la línea de fuego. Y por eso mismo, esa separación de clase pasa por encima y a través de la línea de fuego y no tardará en someterla a su lógica, es decir, en establecer una nueva línea de fuego que se ajuste a la línea de clase. Es la lógica inflexible de esta y toda la guerra civil.

 

            Por todos esos factores era Obregón, beneficiario del acuerdo tácito de los altos mandos burgueses, quien estaba destinado a ganar la carrera sobre México y a que se le rindiera la capital, no Zapata ni Villa. Pero como las maniobras en la historia ocupan un lugar muy inferior y subordinado a las fuerzas materiales de clase, ésta de entrar a México con la complicidad de amigos vencedores y enemigos vencidos n o le sirvió al general Obregón más que para retardar, pero no para impedir, que meses después los ejércitos villista y zapatista, en la punta más alta de la revolución, entrar en triunfo en la capital desde el norte y desde el sur no disparar un solo tiro.

            El 22 de junio de 1914 la División del Norte inició su ataque sobre Zacatecas, que estaba desde doce días antes bajo fuego de las tropas del general Natera. El 23 de junio, en la más grande acción de armas de la guerra civil hasta entonces, Villa toma Zacatecas y queda allí literalmente aniquilado todo un ejército federal de doce mil hombres, con toda su oficialidad, sus trenes, su artillería y armamento, sus pertrechos y abastecimientos. Sólo pequeños destacamentos logran escapar del exterminio. El camino hacia México está abierto.

 

            Al día siguiente de Zacatecas, Villa se dispone a reanudar el avance de la División del Norte, enviando a Ángeles con varias brigadas a apoderarse de la ciudad de Aguascalientes para preparar la entrada a México. Pero ahora es detenido violentamente desde la jefatura del Ejército Constitucionalista. El 24 de junio, después de ha dado parte de la victoria a carranza (con lo cual lo sigue reconociendo como jefe), Villa se entera de éste acaba de destituir al subsecretario de guerra encargado del despacho en su gabinete, el general Felipe Ángeles. Posteriormente Carranza asciende a generales a Obregón y González, mientras mantiene a Villa en el grado inferior de general de brigada y se niega a dar categoría de ejército a su División, militar y numéricamente superior a los ejércitos de Obregón y González. Finalmente, Carranza impide el paso de los trenes que llevan carbón de Monclova para las locomotoras villistas y detiene también el paso de las armas y cartuchos adquiridos por la División del Norte que deben llegar desde el puerto de Tampico, controlado por el Ejército del Noroeste. Es decir, toma contra Villa una serie de medidas que son de guerra civil dentro del propio campo constitucionalista.

            Sin carbón para sus trenes y sin parque para sus tropas, Villa resuelve que es imposible continuar su avance y ordena entonces a Ángeles retroceder a Chihuahua, mientras él mismo se repliega sobre Torreón y deja sus avanzadas en Zacatecas, de modo de mantener el control de todo el territorio y las comunicaciones entre esta ciudad y su base permanente de Chihuahua. Ahí queda detenido el avance villista.

            De todos modos, Carranza no quiere aún la ruptura. Necesita ganar tiempo y prepararse para la nueva e inevitable fase de la guerra civil, contra Villa y Zapata. Por otra parte, en su propio equipo de oficiales hay un sector que presiona para un acuerdo con Villa, en particular el ala nacionalista pequeñoburguesa. Y tanto éstos como Carranza, por motivos distintos, temen el efecto que puede tener en sus soldados esa ruptura, pues el prestigio de la División del Norte y de su jefe no tiene igual en toda la tropa constitucionalista y en las masas del norte del país.

            Llegan entonces a un acuerdo por intermedio de delgados del Ejército del noroeste, entre los cuales figura Antonio I. Villarreal, uno de los firmantes del programa del Partido Liberal de 1906, para realizar una serie de conferencias en la ciudad de Torreón junto con delegados de la División del Norte, a fin de resolver las divergencias entre Villa y Carranza. Esas conferencias concluyen con el llamado Pacto de Torreón, firmado el 8 de julio de 1914, en vísperas casi de la caída de Huerta. El solo hecho de que entre ambas fuerzas se firmara un pacto, cuando se suponía que la división villista era un cuerpo subordinado a la jefatura del ejército carrancista, muestra el punto a que ha llegado la ruptura y la necesidad de Carranza de conciliar de alguna manera para no entrar todavía en conflicto abierto con Villa. Plantea, de ese modo, la relación de fuerzas que se va a expresar en las cláusulas del pacto.

            Los puntos más importantes del Pacto de Torreón estipulan: que la División del Norte reconoce a Carranza como primer jefe y cesa su insubordinación anterior a Zacatecas; que la jefatura constitucionalista sigue reconociendo a Francisco Villa como jefe de la División del Norte; que le proveerá de todos los elementos de guerra y pertrechos necesarios, de acuerdo con las disponibilidades que ambas partes procurarán convencer al gobernador de Sonora, Maytorena, que está en conflicto desde hace tiempo con Obregón y con Carranza, de que se retire de su cargo y lo deje a un tercero imparcial entre él y sus adversarios; que al hacerse cargo del Poder Ejecutivo el Primer Jefe, luego de la derrota de Huerta, convocará  a una convención de jefes constitucionalistas, a la cual asistirán los delegados elegidos en juntas de jefes militares de los distintos ejércitos, designados a razón de un delegado por cada mil hombres de tropas; y que el objetivo de esa convención será fijar la fecha de las elecciones presidenciales y para el parlamento y discutir y aprobar el programa de gobierno al que deberán de ajustarse el presidente y los representantes que surjan de dichas elecciones.

El último punto del Pacto de Torreón es políticamente el más importante. Es la cláusula octava, llamada después “cláusula de oro”, impuesta por Villa, apoyándose sin duda en la tradición magonista del general Villarreal. En este punto el villismo alcanza por primera vez a la formulación general de un programa político. La cláusula dice:

Octava. – Siendo la actual contienda una lucha de los desheredados contra los abusos de los poderosos y comprendiendo que las causas de las desgracias que afligen al país emanan del pretorianismo, de la plutocracia y de la clerecía, las Divisiones del Norte y del Noreste, se comprometen solemnemente a combatir hasta que desaparezca por completo el Ejército exFederal, el que será sustituido por el Ejército Constitucionalista, a implantar en nuestra nación el régimen democrático; a procurar el bienestar de los obreros;  a emancipar económicamente a los campesinos, haciendo una distribución equitativa de las tierras o por otros medios que  tiendan a la resolución del problema agrario y exigir las debidas responsabilidades a los miembros del clero católico romano que material e intelectualmente hayan ayudado al usurpador Huerta.

            El Pacto de Torreón, y en particular esta cláusula, es un reflejo bastante aproximado de la relación de fuerzas militar, social y política entre los distintos sectores del constitucionalismo después de la batalla de Zacatecas y al borde de la caída de Huerta. La superior fuerza militar y social del villismo es contenida por su debilidad política campesina frente a la dirección burguesa. Pero a su vez ésta tiene que hacer concesiones en cuanto a reivindicaciones sociales generales para evitar la ruptura con el villismo y con la base campesina en que se apoya a través del villismo y por sí misma, como dirección burguesa nacional.

            Por otra parte, una vez más Villa muestra que su instinto de lucha lo lleva a aprovechar sus triunfos militares – es decir, su lado fuerte: la relación de fuerzas militar impuesta con rápidas y violentas victorias- para discutir y tener concesiones políticas. Si esas concesiones no van más lejos ni son más concretas, es por falta de programa propio del villismo campesino. Es un infranqueable límite de clase el que lo detiene a partir de cierto punto.

 

            Pero al mismo tiempo, obtiene esas concesiones también porque en la oficialidad de Carranza, y en particular en su ala nacionalista revolucionaria, hay fuerzas que apoyan esas demandas porque son parte de su propio programa. Es evidente que en la cláusula Octava del Pacto de Torreón reaparece indirectamente la discusión de los jóvenes oficiales encabezados por Múgica con Carranza en el momento de la firma del Plan de Guadalupe; como reaparece la iniciativa de Lucio Blanco y Múgica al repartir tierras en matamoros un año antes; como también reaparecen, en forma mucho más lejana a través de Antonio I. Villareal, las aspiraciones sociales generales del programa magonista de 1906. Es toda una conjunción de fuerzas la que hace posible tanto esa cláusula como el pacto íntegro, incluido el compromiso de convocar una convención de jefes militares para fijar el programa del próximo gobierno. Con este compromiso, todo el ejército constitucionalista, a través de los firmantes del pacto, viene a expresar abiertamente su papel de “partido” y de órgano político constituyente. La representación de las masas revolucionarias, que hasta ahora pretendían invocar y usufructuar la jefatura carrancista, en este pacto se le arroga el conjunto de oficiales de los ejércitos revolucionarios del norte. Sin dejar de ser una sustitución que aprovecha que las masas carecen de órgano propio para expresarse, es al mismo tiempo una imposición de la democracia militar pequeño-burguesa sobre la jefatura centralizada y personal de la dirección burguesa. Es la manera lejana, lejanísima, en que se expresa en el ejército la potencia de la revolución que conmueve a todo el país.

            Finalmente, en lo que al villismo se refiere, este pacto constituye un acercamiento al zapatismo, cuya influencia política crece por necesidad objetiva a medida que los ejércitos campesinos obtienen mayores victorias y que la revolución se acerca a su punto culminante, y se ejerce en forma más y más fuerte sobre el villismo y las masas que lo apoyan. Es la presencia política y militar de Zapata en el sur la que transmite a Villa la seguridad política para utilizar toda esta conjunción de circunstancias y obtener estos puntos, no solamente el triunfo de Zacatecas o la presión de base campesina.

            Sobre esta combinación de fuerzas tiene que hacer equilibrio la política de carranza, usufructuando una base social ajena que carece de una dirección con una política nacional independiente que sólo puede ser formulada por uno de los polos antagónicos de la sociedad capitalista: la burguesía o el proletariado.

            En ese juego de equilibrio, la política de Carranza es ganar tiempo, retrasar la ruptura, para ganar espacio, ocupar territorio y establecer el poder estatal en la ciudad de México. Por eso deja que los delegados del Ejército del Noroeste sobre México se mantengan en sus posiciones, sin avanzar sobre la capital, para poder vigilar los movimientos de la División del Norte y llegado el caso oponerle resistencia militar. Al mismo tiempo, tiene que contrarrestar -u hacer concesiones- la influencia que ejercen el villismo, las masas campesinas, e indirectamente el zapatismo, sobre un sector radical de su propia oficialidad. Pero en cuanto considerara que ha asegurado una serie de estos factores bajo su control, y que además es peligroso ir más lejos en el camino de las concesiones generales porque éstas amenazan tomar forma de medidas concretas en la realidad -el reparto de tierra de Lucio Blanco ya había sido una experiencia-, Carranza se apresura a desconocer los acuerdos de Torreón, diciendo que él no los firmó y que sólo acepta cuando se refiere a la subordinación de la División del Norte a su jefatura, pero no los puntos programáticos ni el compromiso de convocar a una convención. Carranza sale con este desconocimiento cuando su objetivo ya está logrado: Obregón está a las puertas de México y la suerte de la capital resuelta.

*****

            El ejército de Obregón se fue formando como la imagen militar temprana de lo que más tarde sería el aparato estatal mexicano. Fue el punto de apoyo militar más importante de Carranza, a pesar de que Pablo González era políticamente mucho más afín al primer jefe. Lo fue por varias razones: su superior organización y mando militar; la importancia económica y política de las zonas donde se basaba, comenzando por el estado de Sonora; su línea de avance hacia la capital siguiendo el ferrocarril del Pacífico. Pero por encima de todo, lo fue porque la tendencia pequeño-burguesa que Obregón representaba era la que ofrecía un acceso hacia las masas a la tendencia burguesa de Carranza. Obregón era, al mismo tiempo que el jefe con mejores capacidades militares del equipo de Carranza, el que políticamente podía cumplir el papel de intermediario hacia las masas. Y en esa condición, también era un eventual intermediario entre Villa y Carranza, aunque en determinado momento su propia ambición política y las condiciones objetivas de equilibrio entre éstos empujaron a Obregón a intentar convertirse de intermediario en árbitro.

            En la oficialidad de Obregón se encuentra un sector de la tendencia militar nacionalista que más adelante iba a ser en parte influida transitoriamente por el villismo, como es el caso de Lucio Blanco y Rafael Buelna. Pero en ella se va formando sobre todo una capa militar que va a ser después una de las bases de la nueva burguesía mexicana. Uno de ellos es el propio general Obregón, pie de una familia de nuevos terratenientes enriquecidos con la revolución; otro es Abelardo Rodríguez, futuro presidente por dos años y multimillonario; otro es Aarón Sáenz, que, de modesto capitán del ejército obregonista, se enriqueció hasta ser el capitalista azucarero más rico de México; y la lista puede seguir con otros nombres. No sólo del ejército de Obregón, sino también del de Pablo González salieron los nuevos burgueses que usufructuaron la revolución para adquirir bienes y constituir una parte importante de la nueva burguesía mexicana.

            Esa perspectiva la van desarrollando los oficiales en sus gustos y costumbres en la campaña misma. En las ciudades que ocupan, generalmente se alojan en lujosas casas y mansiones abandonadas por los terratenientes y ricos de provincia. Utilizan su vajilla, consumen sus vinos, se hacen atender por su servidumbre. Organizan fiestas y acepciones por las familias de sociedad de provincia, se relacionan con ellas y éstas, en los casos de más iniciativa, empiezan en tratar de casar con ellos a sus hijas. Como en la época de la revolución francesa, las viejas clases poseedoras castigadas por la revolución buscan cada vez con más descaro los lazos familiares con los arribistas de la nueva burguesía, que es también, un modo de contener y absorber en la vieja sabiduría de clase de los explotadores los ímpetus iniciales de los pequeño-burgueses encaramados en la ola revolucionaria. La oficialidad obregonista, sin dejar de mantener los lazos con la tropa mucho más vivos que cualquier ejército burgués, para no citar ya al corrompido ejército federal de Huerta, de todos modos, va desarrollándose como capa aparte, mantiene relaciones con los sectores menos comprometidos de las capas sociales que han sido el sostén del enemigo y empieza a adoptar sus hábitos y sus gustos. Esto no sucede en el ejército villista, separado del enemigo por un abismo de clase in franqueable. Por eso mismo el ejército de Obregón, aun recibiendo el apoyo de la población allí por donde pasa, porque representa en sus armas y en su avance a la revolución, no levanta la onda de entusiasmo que acompaña en sus desplazamientos a la División del Norte.

 

            Pero la base de esperanza y de movilización campesinas que lo sostiene en general, es la misma. Es un ejército de la revolución, y donde va, va la revolución venciendo al antiguo régimen. Además, la diferenciación de la oficialidad no es neta, es un proceso que aún está contenido porque la revolución está en pleno ascenso y las masas dominan la escena. Lo que más tarde se consolidará como una capa primero y como una clase social después, son en estos comienzos revolucionarios apenas tendencias, inclinaciones, gustos que el futuro solidificará en los que sobrevivan y hagan carrera. Mientras tanto, junto con esas inclinaciones esos mismos oficiales llevan un empuje revolucionario que les viene de su propia base de soldados campesinos que los lleva en la cresta de la ola.

            Por eso Obregón y su equipo son capaces de crear un ejército de la nada, un ejército que sin acciones militares espectaculares como las de Pancho Villa, gana batallas sucesivas y muestra notable audacia de movimientos. Esa audacia le es necesaria para sobrevivir, pues a medida que se aleja de Sonora en su avance hacia el sur, va quedándose sin su base inicial de operaciones, porque el gobernador de Sonora, Maytorena, entra en conflicto con Carranza y retira su apoyo al ejército del Noroeste.

            Por eso después de haber recibido a mediados de mayo la orden de avanzar rápidamente sobre México para ganar de mano a la División del Norte, Obregón no tiene otra elección que seguir adelante. Atraviesa regiones montañosas que es difícil desandar sin riesgo. Su retrocede, sus bases pueden estar cortadas. Si no avanza con suficiente rapidez, a partir del 25 de junio en que Villa le comunica no le da elementos, corre el peligro de que las fuerzas federales, aliviadas de la presión villista, se acumulen en su camino y le cierren el paso.

            Obregón decide explotar al máximo la rapidez de movimiento de su ejército y, sin detenerse en ataques a plazas secundarias, las va rebasando y dejando cercadas y se precipita con sus trenes sobre la capital. Lo mueve la convicción de que la decisión ahora es política, sobre todo, y es en la capital del país; de que la voluntad de combate del enemigo está quebrada ya por los triunfos de Villa hasta Zacatecas, y también de que, como decía Engels, “en la revolución, como en la guerra, es incondicionalmente necesario jugarse el todo por el todo en el momento decisivo, cualesquiera sean las probabilidades”.

            Así llega a enfrentarse con el ejército enemigo de Orendain, en las cercanías de la segunda ciudad del país en población. Guadalajara, Jalisco. El 6 de julio derrota totalmente a los federales en la batalla de Orendain, y éstos se repliegan sobre Guadalajara. El día 8, al abandonar esta ciudad los tres mil hombres que restan del ejército federal, la caballería de Lucio Blanco los ataca y aniquila del todo en la batalla de El Castillo, en la cual participa un joven oficial de 19 años, llamado Lázaro Cárdenas. El Ejército del Noroeste entra en Guadalajara sin lucha y de allí reinicia su rápido avance, ya sin obstáculos a la capital.

            El 15 de julio de 1914, vencido en todos los frentes por los ejércitos revolucionarios, renuncia Victoriano Huerta y lo sustituye un presidente interino, quien días después se dirige a Obregón proponiéndole negociar la rendición de la ciudad de México, y la entrega del gobierno a los constitucionalistas.

            En su avance el ejército de Obregón ha mostrado rapidez de desplazamientos, audacia en el ataque -que en algunos jefes llega a la temeridad, como el general de 24 años Rafael Buelna- y en la concepción de la ofensiva, capacidad de maniobra y de iniciativa, disciplina militar, y sobre todo habilidad del general Obregón para explotar los tremendos errores del enemigo.

            Estas condiciones del mando obregonista se basan en el aprovechamiento del impulso revolucionario de sus tropas campesinas. De allí surge por ejemplo la posibilidad de imponer la disciplina, que contrasta con el aspecto semiimprovisado de las vestimentas que difícilmente pueden llamarse uniformes y con la falta de tradición del propio ejército, pero contrasta mucho más con la disciplina del miedo impuesta en el antiguo ejército por los oficiales federales sobre una tropa desmoralizada y sin ningún espíritu combativo, disciplina que se convierte en desbandada a los primeros reveses de una batalla.

            Solamente aquel impulso revolucionario de abajo explica algunas hazañas de la campaña obregonista, como la del famoso tren que recorrió catorce kilómetros en Sonora, a principios de 1914, por un lugar en donde no había vía férrea. Sucedió que el tren militar debía trasladarse entre dos puntos controlados por los revolucionarios, pero la vía pasaba por la población intermedia de Empalme, en poder de los federales. Resolvieron entonces hacer pasar el tren por un costado de esta población, para lo cual tenía que recorrer 14 kilómetros fuera de la vía. Empezaron a armar quinientos metros de vía por vez, en tramos de la longitud de los rieles. Allí colocaban máquinas, material rodante y tanques de agua para la locomotora. A medida que el tren avanzaba, iban levantando por un tramo de atrás, y colocándolo delante del tren para continuar el desplazamiento. Cuadrillas especiales iban nivelando el terreno adelante. Toda la operación duró quince días, en los cuales hubo varios ataques enemigos rechazados. Finalmente, el tren volvió a tomar la vía normal luego de haber dejado establecido una variante mexicana, materializada, del dicho de Marx de que las revoluciones son las locomotoras de la historia, y hasta pueden hacer correr trenes por donde no hay vías.

            Acciones de este tipo estaban totalmente fuera del alcance y de la imaginación del mando federal. Las características de éste eran la pasividad, la timidez, la espera. Sus movimientos eran lentos y conservadores, cuando no se limitaban a encerrarse en las plazas en actitud puramente defensiva. La tropa carecía de combatividad, eran campesinos incorporados por el sistema de leva, que no veían ningún objetivo en su lucha y sometidos a la disciplina brutal del viejo ejército porfiriano. Pero además era un ejército en descomposición, corrompido, donde los jefes negociaban con los pertrechos, con los abastecimientos, con el rancho y la paga de los soldados. En esas condiciones, aun cuando sus estudios y conocimientos militares académicos fueran superiores a los de la mayoría de los improvisados oficiales constitucionalistas, éstos les infligían derrota tras derrota. Y como el efecto de las derrotas, igual que el de las victorias, es acumulativo, en vísperas de su disolución el ejército federal, a pesar de contar aún en la capital con decenas de miles de hombres, era una masa vencida en incapaz de dar una sola batalla más *

            Hay quienes consideran que la intervención del imperialismo fue determinante en el curso de la revolución mexicana. Esto lo sostienen por ejemplo autores soviéticos de la escuela burocrática. Sin duda, el imperialismo intervino constantemente desde el periodo de madero, como lo había hecho durante el porfiriato. Sin duda se preocupó directamente por todo el desarrollo de la revolución al sur de la frontera. Pero su intervención distó de ser un elemento que decidiera el sentido o la suerte de la lucha.

            En toda esa etapa, y hasta años después, México era uno de los terrenos de lucha entre el ascendente imperialismo yanqui y el imperialismo inglés. Los yanquis habían estado con madero contra Díaz, pero luego, a través de su embajador, estuvieron con Huerta contra Madero.

            A la hora del desarrollo de la revolución, el gobierno norteamericano tuvo emisarios permanentes o casi no sólo ante carranza sino también ante el mando villista y el obregonista. Ellos informaban detalladamente de la marcha de la lucha a su gobierno, así como de las opiniones de los jefes y de las discusiones con éstos. Delegados yanquis llegaron a tener conversaciones con el mando zapatista. Por su parte, en especial Carranza tenía una misión permanente en Estados Unidos.

            Las localidades fronterizas de estados Unidos eran puntos de reunión de revolucionarios y focos de la compra o del contrabando de armas y pertrechos. Mientras los abastecimientos de Huerta llegan sobre todo por el puerto de Veracruz, en toda la primera etapa de 1913 los constitucionalistas se proveyeron de elementos materiales de guerra en la frontera con Estados Unidos. En cambio, era principalmente el ganado mexicano, antes propiedad de los hacendados porfirianos, la moneda real que atravesaba la frontera hacia el norte en pago de las armas que venían al sur.

            El 27 de agosto de 1913, sin embargo, el presidente Wilson tomó una medida de intervención más profunda en la lucha, decretando el embargo de venta de armas a México. Esto perjudicaba sobre todo a los constitucionalistas, que se abastecían allá, y menos a Huerta, cuyos pertrechos venían de Inglaterra por mar. De todos modos, el efecto fue que los elementos necesarios siguieron entrando por la extensa frontera por vía de contrabando, y por supuesto a precios mayores.

            Cuando la impotencia del gobierno huertista comenzó a hacerse evidente, y cuando éste se inclinó decididamente a apoyarse en el imperialismo inglés y a hacerle concesiones, Estados Unidos comenzó a tomar medidas para perjudicarlo directamente, pero al mismo tiempo para mostrar en los hechos que estaba dispuesto a intervenir militarmente en México, cualquiera fuese el bando triunfador, si se atacaba o se pretendía expropiar los bienes de los capitalistas norteamericanos, y en particular sus propiedades petroleras y mineras. El 21 de abril de 1914, utilizando el pretexto de un incidente sin importancia con unos marineros yanquis en el puerto de Tampico, la infantería de marina al mando del almirante Fletcher ocupó el puerto de Veracruz luego de vencer en corta lucha la resistencia de la guarnición. Así se consumó la segunda invasión norteamericana de territorio mexicano (sin contar las incursiones menores en la frontera) y el puerto por donde se abastecía Huerta quedó cerrado.

            Entretanto, el 3 de febrero de 1914 había sido levantado el embargo de armas en el norte. Eran las vísperas de la gran ofensiva villista que comenzaría en marzo.

            Huerta, actuando en función de gobierno nacional, llamó a luchar contra la invasión y aprovecho para invitar a los constitucionalistas a cesar la lucha interna y unirse en un frente nacional contra el invasor. Los revolucionarios, cuya victoria ya se veía en el horizonte, por supuesto no aceptaron, sobre todo cuando se hizo evidente que las tropas yanquis no intentaban internarse más allá del puerto.

            En el campo de la revolución contra Huerta, el dirigente que tomó claramente la representación de la nación fue Carranza. Se dirigió al gobierno de Estados Unidos exigiendo el retiro de las tropas de Veracruz y declarando que la defensa del territorio nacional estaba por encima de las luchas internas en el país. Los dirigentes campesinos, Villa y Zapata, opuestos naturalmente a la invasión, no actuaron sin embargo frente a los yanquis en función de fuerza nacional, sino local o regional. También aquí vuelve a aparecer uno de los factores que históricamente pesaron en forma decisiva a favor de Carranza en el resultado final de la lucha: como dirección de clase, asumió la representación de la nación, tarea que no podían cumplir ni comprender las direcciones campesinas.

            Los yanquis, que además vieron que de ir más lejos se iba a alzar toda la nación contra los invasores, evacuaron Veracruz en noviembre de 1914, tres meses después del triunfo constitucionalista.

 

*****

            A la caída de Huerta, en los ejércitos revolucionarios están representadas las “fracciones” o “tendencias” organizadas que van a entrar en conflicto político y luego militar. Son cuatro ejércitos, de izquierda a derecha.

            A la izquierda está el zapatismo, con el Ejército Libertador del Sur, que exige la extensión social de la revolución y la aplicación del plan de Ayala y controla el Sur.

 

            En ruptura con Carranza y en Alianza cada vez más estrecha con Zapata, está el villismo, con la División del Norte, atrincherado en todo el norte y en particular en su base de operaciones de Chihuahua y Durango.

            A la derecha está Carranza, con Pablo González y su Ejército del Noroeste, de escasa autoridad y prestigio militar, aunque es el punto de apoyo directo de Carranza, la representación m militar de la tendencia carrancista.

            En el centro está Álvaro Obregón, con su Ejército del Noroeste que ocupa la capital. Su tendencia representa la pequeña-burguesía nacionalista en sus dos alas; la que se inclina a un desarrollo capitalista, como el mismo Obregón, y la que se siente atraída hacia las reivindicaciones campesinas y obreras y es un puente hacia el villismo. Este es el caso como oficiales como Lucio Blanco, que luego se aliará transitoriamente con Villa. Por su parte, en la División del Norte hay oficiales como J. I. Robles y E.A. Benavides que se sienten atraídos hacia el obregonismo. Unos y otros terminarán por encontrarse en un terreno intermedio e inseguro, al producirse el choque militar decisivo entre Villa y Obregón.

            En el momento del triunfo sobre Huerta, Carranza se apoya en Obregón y González para enfrentarse a Villa y Zapata. Obregón apoya a Carranza, pero trata de hacer su propia política: mientras la de carranza es aplastar a las masas a sangre y fuego, la de Obregón es controlarlas negociando con sus dirigentes y atrayéndolos. Es lo que intentará hacer con Villa y con algunos de sus jefes antes del choque militar, para tratar de aislar al irreductible zapatismo. Pero esto significa hacer concesiones que Carranza no está dispuesto a ceder.

            Sin embargo, al momento de entrar en la ciudad de México esta contradicción entre ambos queda en segundo plano y oscurecida por el conflicto fundamental con las tendencias campesinas, zapatismo y villismo.

            En el primer plano aparece entonces, de izquierda a derecha, este alineamiento de fuerzas políticas organizadas militarmente y separadas por una línea divisoria de clase: Zapata y Villa, Obregón y Carranza – González.

            Son los segundos quienes han ocupado la capital, establecido en ella el gobierno provisional del país, e introducido una cuña que impide la unión territorial y militar entre el villismo en el norte y el zapatismo en el sur.

            Pero el problema no es solamente militar, ni siquiera político, sino sobre todo social. La caída de Huerta es un hecho mayor que va a repercutir en todo el país con tremenda violencia. Las masas campesinas se sienten triunfadoras. Los peones y campesinos armados se hacen fuerte en las tierras que acaban de conquistar, repartir y cultivar, o terminan de repartir las que aún no habían tomado por asalto. La marea de fondo campesina sube desde todo el país, golpea sobre cuanta situación política o militar se le opone o intenta ponerle diques, violentamente pesa para cambiar la relación de fuerzas que las maniobras políticas y los hechos militares han establecido en el momento del triunfo, pesa y golpea sin que los mismos jefes tengan comprensión clara de ello, lo prevean o se lo propongan conscientemente.

            Sólo cuando ese levantamiento social exija impostergablemente una expresión política, es decir, una política de clase, y no la encuentre, será cuando pasará a primer plano la política del bando opuesto, que sí la tiene. Y habrá madurado entonces la situación para que la decisión pueda ser militar.

            Mientras tanto, no es la ocupación de México, sino este gigantesco alzamiento social lo que va a dominar en los meses siguientes y a determinar el desplazamiento hacia la izquierda de toda la relación de fuerzas política y militar.

 

LA CONVENCIÓN

            La entrada de Álvaro Obregón en México el 15 de agosto de 1914, seguida pocos días después de la instalación del gobierno de carranza en la capital, abre un intermedio de lucha política entre las tendencias enfrentadas. La dirección burguesa, que lleva una política a escala nacional, toma la iniciativa para intentar neutralizar y someter políticamente a las direcciones campesinas. Carranza trata de estabilizar la situación política, controlar la situación militar y ganar tiempo frente a los ejércitos campesinos, uno replegado sobre Chihuahua y el norte y el otro contenido al sur de México.

            A medida que va tomando posiciones en México, el ejército de Obregón sustituye al ejército federal -que va a ser licenciado y disuelto, según los acuerdos de rendición de la capital- y ocúpalas avanzadas que mantenía este frente a las tropas zapatistas, de modo que contenerlas en todo intento de avance. Desde esa posición de fuerza militar, Carranza se dispone a entablar negociaciones con Zapata para exigirle su sometimiento al nuevo gobierno. Por su parte, los zapatistas han ocupado Cuernavaca, la última ciudad de Morelos que aún estaba en poder de los federales, y sus destacamentos controlan todo el estado hasta el límite sur del Distrito Federal, donde tienen a su frente a las avanzadas constitucionalistas.

            Mientras tanto, en los estados donde se han establecido gobiernos constitucionalistas se dictan una serie de disposiciones dirigidas a satisfacer las exigencias más inmediatas de las masas, como la abolición de las tiendas de raya, la condonación de todas las deudas de los campesinos y peones agrícolas, el salario mínimo, la jornada de ocho horas, el descanso semanal obligatorio. Pero ninguna disposición legal se pronuncia sobre el problema de la tierra ni viene incluso a sancionar los vastos repartos de latifundios que los campesinos han ido efectuando por cuenta propia.

            En la ciudad de México, con la entrada del ejército de Obregón reinicia su actividad pública el movimiento sindical, y las nuevas autoridades entregan a la Casa del Obrero Mundial el 26 de septiembre de 1914, el Convento de Santa Brígida y el Convento Josefino anexo, en sustitución de su sede anterior que había sido clausurada en mayo de 1914 por el gobierno de Huerta y luego reabierta el 21 de agosto. Allí realizan reuniones y asambleas de organización y reorganización los sindicatos.

 

*****

         Así como Villa lo era en Chihuahua, Zapata y su estado mayor era el único gobierno en el sur, particularmente en los estados de Morelos, Guerrero y parte de Puebla. El reparto de tierras de hecho había sido prácticamente completo, o se completaba en los lugares que hasta el final habían estado bajo el control de los federales. Uno de ellos fue Cuautla, desde donde don Eufemio Zapata dirigió esta comunicación al cuartel general de Emiliano Zapata:

         “República Mexicana. Ejército Libertador.

            “Participo a usted que ya comencé a repartir convenientemente los terrenos de riego ubicados en los contornos de esta ciudad y demás lugares que los solicitan, nombrando para ello a personas conocedoras para el fraccionamiento de referencia. Lo que comunico a usted para su inteligencia y demás fines. Reforma, Libertad, Justicia y Ley. Cuartel General en la H. Cuautla (Morelos), septiembre 19 de 1914. General Eufemio Zapata”.

            Desde la instalación de Carranza en México, se desarrollaron conversaciones y entrevistas entre representantes zapatistas y Carranza, o entre delegados de éste -como el general Villarreal y el licenciado Luis cabrera- y Emiliano Zapata y su estado mayor. En todos los casos las negociaciones llegaron a un punto muerto porque se enfrentaban dos posiciones irreductibles. Zapata insistía en que la base de todo acuerdo era la aceptación de los principios del Plan de Ayala por los constitucionalistas, es decir, el reparto de tierras, ante todo. Carranza sólo aceptaba el sometimiento del Ejército del Sur a sus fuerzas y rechazaba toda discusión sobre reparto de tierras en estos términos: “los hacendados tienen derechos sancionados por las leyes y no es posible quitarles sus propiedades para darlas a quienes no tienen derecho”. Una delegación zapatista enviada por el general Genovevo de la O, recibió esta respuesta del Primer jefe: “Eso de repartir tierras es descabellado. Dígame que haciendas tienen ustedes, de su propiedad, que puedan repartir, porque uno reparte lo que es suyo, no lo ajeno”. Allí terminó la discusión. El general Genovevo de la O, cuando se levantó en armas en diciembre de 1910 con 25 hombres y un solo rifle (más de dos años antes que Carranza), era un campesino pobre; y cuando murió, en los años cincuenta, seguía siendo un campesino pobre. Quien tenía la perfidia y la insolencia de mandarle preguntar tenía “de su propiedad” para repartir, era un gran terrateniente de Coahuila.

            En esas semanas y en esos términos fueron las últimas discusiones entre la dirección burguesa y la dirección zapatista. Después cada uno se atrincheró en sus posiciones, esperando el momento de recomenzar la lucha.

            Entretanto, mientras completaban el reparto de tierras en su zona, los zapatistas tomaron una serie de posiciones políticas relacionadas siempre con el problema agrario y que eran parte de una preparación más o menos empírica para intervenir en las decisiones sobre la reorganización del país que la caída de Huerta planteaba, y de un funcionamiento como poder de hecho en su propia zona.

            En agosto de 1914, el mando zapatista mandó un manifiesto “Al pueblo mexicano” donde fijaba una vez más sus posiciones políticas. Decía el documento que el campesino “se lanzó a la revuelta no para conquistar ilusorios derechos políticos que no dan de comer, sino para procurarse el pedazo de tierra que ha de proporcionarle alimento y libertad”. Rechazaba todo gobierno militar y toda solución meramente electoral que no significara reformas sociales. Reafirmaba los planteamientos y reivindicaciones del Plan de Ayala. Proponía que fuera una asamblea de todos “los jefes de los grupos combatientes, los representantes del pueblo levantado en armas”, la que designara al presidente interino. Y demandaba que este aceptara “con sinceridad y sin reticencias los tres grandes principios que consigna el Plan de Ayala: expropiación de tierras por causa de utilidad pública, confiscación de bienes a los enemigos del pueblo y restitución de sus terrenos a los individuos y comunidades despojados”. Caso contrario, decía, la lucha armada seguirá hasta imponerlos.

            En septiembre de 1914, cerrando un intercambio de cartas con un tal Atenor Sala, un señor adinerado de México que insistía en proponer paternalmente a Zapata un utópico “Sistema Sala” para repartir legalmente las tierras y crear colonias de pequeños agricultores en todo el país, el general Manuel Palafox, cuya influencia iba en ascenso en el estado mayor zapatista, escribió una extensa carta programática. Esta carta es uno de los documentos más avanzados del zapatismo, y anticipa todo lo esencial de la ley agraria que dictará en Cuernavaca un año después, en octubre de 1915. Sin embargo, queda encerrada en la misma contradicción interior del Plan de Ayala. El zapatismo levanta la consigna de la expropiación sin indemnización de todos los bienes de los burgueses y terratenientes, empezando por los latifundios. Pero si la base de la economía mexicana entonces es la producción agrícola, las palancas de dirección están en las ciudades y en la industria; y al llegar a este punto el programa campesino se vuelve impreciso y confuso. A pesar de esta permanente dualidad interior del zapatismo, esta carta es uno de los documentos donde mejor se expresa su impulso revolucionario, su voluntad de ir más allá de los marcos del derecho burgués, sus normas morales revolucionarias, igualitarias y fraternales que lo oponen irreductiblemente a la mezquindad burguesa del maderismo y del carrancismo: “por humanidad es preferible  que se mueran de hambre miles de burgueses y no millones de proletarios, pues es lo que aconseja la sana moral”.

            Estos principios no quedan para “la hora del triunfo”: los aplica el Ejército Libertador del Sur allí donde domina. El 8 de septiembre de 1914, en pleno enfrentamiento político con Carranza, el gobierno zapatista en Cuernavaca dicta un decreto que establece:

            “Art. 1°. Se nacionalizan los bienes de los enemigos de la Revolución que defiende el Plan de Ayala y que directa o indirectamente se hayan opuesto o sigan oponiéndose a la acción de sus principios de conformidad con el art. 8 de dicho plan y el art. 6 del decreto del 5 de abril de 1914.

            “Art. 2°. Los generales y coroneles del Ejército Libertador, de acuerdo con el Cuartel general de la Revolución, fijarán las células de nacionalización, tanto a las fincas rústicas como a las urbanas.

            “Art. 3°. Las autoridades municipales tomarán nota de los bienes nacionalizados, y después de hacer la declaración pública del acta de nacionalización darán cuenta detallada al Cuartel General de la Revolución de la clase y condiciones de las propiedades que sean, así como de los nombres de sus antiguos dueños o poseedores.

            “Art. 4°. Las propiedades rústicas nacionalizadas pasarán a poder de los pueblos que no tengan tierras que cultivar y carezcan de otros elementos de labranza, o se destinarán a la protección de huérfanos y viudas de aquellos que han sucumbido en la lucha que sostiene por el triunfo de los ideales invocados en el Plan de Ayala.

            “Art. 5°. Las propiedades urbanas y demás intereses de esta especie nacionalizados a los enemigos de la revolución agraria se destinarán a la formación de instituciones bancarias dedicadas al fomento de la agricultura, con el fin de evitar que los pequeños agricultores sean sacrificados por los usureros y conseguir por este medio que a toda costa prosperen, así como para pagar pensiones a las viudas y huérfanos de quienes han muerto en la lucha que se sostiene.

            “Art. 6°. Los terrenos, montes y aguas nacionalizados a los enemigos de la causa que se defienden serán distribuidos en comunidad para los pueblos que lo pretendan y en fraccionamiento para los que así lo deseen.

            “Art. 7°. Los terrenos, montes y aguas que se repartan no podrán ser vendidos ni enajenados en ninguna forma, siendo nulos todos los contratos o transacciones que tiendan a enajenar tales bienes.

            “Art. 8°. Los bienes rústicos que se repartan por el sistema de fraccionamiento sólo podrán cambiar de poseedores por trasmisión legítima de padres a hijos, quedando sujetos, en cualquier otro caso, a los efectos del artículo anterior.

            “Art. 9°. El presente decreto surtirá sus efectos desde luego.

            “Lo que trasmito a usted para su publicación, circulación y debido cumplimiento.

            “Reforma, Libertad, Justicia y Ley. Dado en el Cuartel General en Cuernavaca, a los ocho días de septiembre de 1914. El General en jefe del Ejército Libertador, Emiliano Zapata” (Subrayados del original, tomado de Gildardo Magaña, ibid.).

            El parte de Eufemio Zapata que aparece antes es una de las aplicaciones inmediatas de este decreto. Hay que recordar que, aun cuando en el norte los campesinos tomaban las tierras por propia iniciativa y las cultivaban al amparo de sus fusiles, ninguna disposición similar a ésta había dictado hasta entonces el villismo en su zona. El enfrentamiento de la dirección burguesa con Zapata no estaba sólo en las intenciones o en los programas, sino directamente en los hechos y el régimen que prevalecían en cada zona, sostenidos en sus respectivas armas.

 

*****

            El enfrentamiento con Villa siguió un proceso más sinuoso, pero igualmente definitivo. La alianza inestable de la dirección burguesa con la dirección campesina se rompió, como siempre, a la hora del triunfo. Con la diferencia en este caso de que la dirección burguesa, cuando intenta volverse para reprimir y masacrar a las masas campesinas que la han llevado al triunfo, se encuentra con que éstas están organizadas en un formidable ejército, militarmente independiente, dirigido por Villa, que, apoyándose políticamente en la posición intransigente del zapatismo, encuentra la forma y la decisión para no someterse y enfrentar a su recién aliado y jefe burgués.

            En este proceso de ruptura desempeña un papel singular el General Obregón. Su primera inclinación es impedirla y hacer de mediador, yendo a Chihuahua investido con la autoridad de carranza y la suya propia de jefe militar revolucionario, a discutir con Villa para tratar de convencerlo de que se someta a cambio de ciertas promesas, que en esencia son las mismas del acuerdo de Torreón.

            Pero el juego de Obregón es más complicado que esto. Es su juego propio de tendencia pequeñoburguesa, que no es el mismo que el de la dirección burguesa, sino un anticipo de su política bonapartista del porvenir. Obregón busca al mismo tiempo apoyarse en Villa para obligar a Carranza a una política de ciertas concesiones a las masas que le permita extender su base social y canalizar el ascenso revolucionario que lo está desbordando por todos los costados.

            En tercer lugar, Obregón va personalmente al mero corazón de la fortaleza villista en Chihuahua, a tantear la solidez de la autoridad de Villa sobre sus oficiales, a tratar de influir en algunos de éstos y a hacer una evaluación personal directa de la fuerza militar real de la División del Norte y de su estado de ánimo.

            Es decir, iba a hacer una especie de trabajo de fracción, nada más que uno donde se jugaba el pellejo. Después de recibirlo con un desfile militar, Villa vio el doble juego de Obregón y estuvo a punto de fusilarlo. Indeciso ante la responsabilidad, suspendió la ejecución cuando ya había llamado al pelotón de fusilamiento, y terminó invitándolo a cenar esa noche. Del casi perdón, Obregón pasó al salón donde Villa ofrecía una fiesta, como huésped de honor. De allí, a un acuerdo político con Villa estipulado en una carta dirigida a Carranza el 21 de septiembre de 1914. Y de esta carta, ya regresando camino hacia el sur, al intento de Villa de obligarlo a volver desde medio camino para fusilarlo, y esta vez sin apelación, porque Carranza había rechazado telegráficamente todo acuerdo y Villa veía en todo esto una turbia maniobra contra él. Algunos jefes villistas cercanos a Obregón le permitieron seguir su viaje y escapar así de la pena de muerte que el ala campesina del estado mayor de Villa insistía en que había que aplicarle por haber ido a intrigar y a espiar al cuartel general villista. El incidente es un caso famoso que refleja y resume la inestabilidad y la inseguridad política campesina de Pancho Villa.

            La razón de que el principal jefe militar y segundo jefe político de las fuerzas victoriosas que acababan de establecer su gobierno en la capital se lanzara a correr tales riegos, no era mera osadía personal de Obregón. Necesitaba ganar tiempo y evitar un choque frontal con la División del Norte, a la cual entonces no tenía fuerzas para resistir. Al mismo tiempo, imponer su propia política a Carranza, sin lo cual sentía que jamás tendría base social mínima para enfrentar después a Villa. Todos los pasos de Obregón muestran, junto con su audacia a nivel individual, o más bien temeridad, impuesta por el carácter inestable, de su situación de equilibrio entre dos fuerzas antagónicas, el enorme temor de su gente, del equipo carrancista y del todo alto mando constitucionalista, a las fuerzas y a los movimientos de Villa.

 

            Todas estas maniobras estaban destinadas al fracaso. No se trata aquí de habilidad política para enredar, engañar y estafar a los dirigentes campesinos, según la antigua tradición de abogados y políticos burgueses y pequeñoburgueses, sino de relación de fuerzas enfrentadas. Todavía no es la hora del bonapartismo obregonista, que vendrá años después. Pues como dice Trotsky:

            “El régimen bonapartista sólo puede adquirir un carácter relativamente estable y duradero en caso de que cierre una época revolucionaria; cuando la relación ya ha sido probada en luchas; cuando las clases revolucionarias ya se han desgastado, pero las clases poseedoras todavía no están liberadas del temor: ¿el mañana no traerá nuevas conmociones? Sin esta condición fundamental, es decir, sin agotamiento previo de la energía de las masas en la lucha, el régimen bonapartista es incapaz de desarrollarse” (León Trotsky, “El último camino”, 1932).

            Desde el pacto de Torreón, y aun antes, la necesidad de un congreso o convención de las fuerzas revolucionarias para fijar planes y programa una vez obtenida la victoria venía planteándose tanto entre los constitucionalistas como en documentos y proclamas zapatistas. Esta asamblea aparecía como el terreno para zanjar pacíficamente, “por la vía parlamentaria”, las diferencias entre las tendencias, provisoriamente contenidas en la lucha contra el enemigo común.

            A mitad de septiembre, en carta a Obregón y Villa, Carranza informa que ha resuelto convocar una reunión de todos los jefes militares con ese objetivo, para el 1° de octubre, en la ciudad de México. Esta convocatoria era una concesión a la presión conjunta, encabezada esta vez por Obregón, de los jefes del Ejército del Noroeste y de la División del Norte. Cuando Obregón fue a Chihuahua con esta carta, se produjeron los incidentes con Villa. La segunda carta de Obregón y Villa a Carranza, aprobada por el estado mayor villista, tiene fecha de 21 de septiembre de 1914, en vísperas del regreso de Obregón al sur, y en vísperas también de la ruptura definitiva entre la División del Norte y el gobierno de Carranza.

            En la carta se rechaza la reunión del 1° de octubre porque los jefes convocados no llevarían la representación de sus fuerzas, sino que se los designa desde el centro; porque no se precisan las cuestiones que serán tratadas, con lo cual “se corre el riesgo de que la cuestión agraria, que, puede decirse, ha sido el alma de la revolución, sea postergada y hasta excluida por la resolución de otras cuestiones de menor importancia”; y porque consideran necesario que se haga público que los “objetivos primordiales” de tal asamblea solo puedan ser “la inmediata convocatoria a elecciones de poderes federales y de los estados y la implantación de la reforma agraria”. La carta insiste de que la División del Norte no podrá asistir a esa reunión mientras no tenga la seguridad de que en ella se discutirá “la repartición de tierras”. Como se ve, el centro absoluto de la carta es la solución de la cuestión agraria. Nunca fue contestada, porque al día siguiente se produce la ruptura y Pancho Villa desconoce definitivamente la jefatura de Carranza, en telegrama a éste y en manifiesto público, donde denuncia que el Primer jefe “rehusó aceptar la Convención sobre las bases propuestas en el Pacto de Torreón” y que no aceptó el programa de la carta anteriormente citada.

            Aguascalientes es la ciudad que cierra el paso entre Zacatecas, máxima avanzada de la División del Norte, y la capital. Una reunión de oficiales constitucionalistas, encabezada por Lucio Blanco, promueve una fórmula para evitar el choque armado a través de la realización de una Convención en dicha ciudad “u otro terreno neutral”. De ahí surge la ciudad de Aguascalientes como una transición con el villismo propuesta por una parte del ala radical de los jefes carrancistas. Carranza rechaza de plano la propuesta, afirmando que “debía sostenerse el principio de autoridad a costa de cualquier sacrificio”. El 26 de septiembre, ya en México, Obregón se agrega a los que han formado una comisión de pacificación entre la División del Norte y Carranza. O sea que los jefes militares de mayor peso que sostienen a éste, presionan para buscar un acuerdo. Lucio Blanco incluso se preocupa por mantener informado a Zapata, a través de delegados, sobre el conflicto en curso y le adelanta la idea de la Convención en lugar neutral para que envíe delegados. Finalmente, en una reunión en Zacatecas entre delegados de esta “comisión de pacificación cuya alma política es ahora Obregón, y delegados de la División del Norte, incluido el mismo Villa, se acuerda la celebración de una convención de jefes militares en la ciudad de Aguascalientes, a partir de octubre de 1914. El acta es al mismo tiempo un armisticio que suspende hostilidades y movimientos de tropas.

            La actitud de algunos oficiales que integran la comisión de pacificación es algo más profundo que una maniobra. Temen el choque con Villa, pero al mismo tiempo se sienten influidos por la revolución campesina y repelidos por la estrechez y la terquedad burguesas de Carranza. Comprenden o presienten que la política de este no sólo es la negación de los impulsos revolucionarios que a ellos los llevaron a la lucha armada, sino que exigirá para su aplicación la masacre de decenas y cientos de miles de campesinos que han hecho la revolución. Todo su sentimiento de pequeñoburgueses revolucionarios se revuelve contra esta aberración burguesa.

            Pero al mismo tiempo los repele el rostro rudo, inculto, radical, del villismo y del zapatismo. Es decir, los repele la revolución hasta el fin, la visión, imprecisa todavía por falta de programa, pero cercana por la ´potencia del alzamiento nacional campesino, de las masas en el poder. Ven el impulso arrasador de la revolución, no ven su futuro: ni los campesinos pueden mostrárselo, ni ellos como pequeñoburgueses radicales pueden superar el horizonte ideológico de la burguesía, aunque lo tiñan con colores jacobinos.

            De ahí que toda esta tendencia busque un avenimiento con Villa sin romper con Carranza. En ese camino, como en realidad son los más fuertes en la oficialidad constitucionalista, por su peso propio, por el peso que les da el ascenso de las masas y por el peso indirecto del villismo y del zapatismo que en este conflicto interno se ejerce desde afuera a favor de ellos, terminan por imponer a Carranza la Convención de Aguascalientes.

            Oficiales tales como Lucio Blanco ven en esta Convención algo así como una versión mexicana de la Convención de la Gran Revolución Francesa, como un recinto de donde saldrán programas y leyes revolucionarias, leyes y programas acerca de los cuales todos carecen de ideas concretas a llegar a la reunión. Obregón, con los pies más sobre la tierra, ve la perspectiva de una salida que apoyada en el ala pequeñoburguesa de los jefes villistas y en el ala radical de los oficiales constitucionalistas, descarte a los extremos y deje a un lado al campesino Villa y al burgués Carranza y para resolver el conflicto exalte como árbitro al general Obregón, Por eso apoya con toda su fuerza la idea de la Convención, que le permitirá continuar las grandes maniobras políticas interrumpidas con su casi fusilamiento en Chihuahua. Todos estos factores confluyen para que Carranza, forzado, deba ceder finalmente. En efecto, la Convención comienza el 1° de octubre en México, con los delegados civiles y militares de carranza y según su calendario, no el fijado en el armisticio último con Villa. Estos delegados ratifican al Primer jefe como encargado del Poder Ejecutivo. Pero no son esos la asamblea ni el lugar ni la fecha pactados con Villa en Zacatecas, y en consecuencia la División del Norte amaga desde esta ciudad un avance hacia el sur. Ante la amenaza de que Villa se lance sobre la capital arrasando todo, Carranza debe ceder a las instancias de Obregón y la Convención se traslada a Aguascalientes el día 5, para reanudar sus trabajos el 10, sólo con la presencia de los delegados militares. Aguascalientes es un punto neutral, pero la División del Norte está estacionada a sus puertas.

            El 10 de octubre de 1914 inicia sus trabajos, con los delgados carrancistas (bajo la dirección de Obregón) y villistas, con el nombre de Convención Militar de Aguascalientes.

 

*****

            A los pocos días está instalada, la Convención se declara soberana -no sometida a ninguna otra autoridad, sino superior a ellas- y resuelve mandar una comisión para que invite a Zapata a enviar a sus delegados. Largas sesiones pasan entretanto en cuestiones secundarias y de procedimiento, y ya empieza a deliberarse como centro visible de los debates el conflicto entre Carranza y Villa. Esas sesiones reflejan la inexperiencia parlamentaria de los integrantes de la asamblea, pero al mismo tiempo algo mucho más profundo y real: la falta de programas y de perspectivas claras de las tendencias que integran la reunión. Esos militares están en esa Convención porque los campesinos allí los han llevado al derrotar a Huerta. Pero los campesinos, los verdaderos protagonistas de la revolución, están ausentes: nadie representa directamente sus preocupaciones y sus demandas, aunque éstas son el fondo que trasluce a través de las discusiones superficiales de la asamblea. Obregón quiere aprovechar esta contradicción para ganar tiempo sin resolverla. Ganar tiempo significa desintegrar al villismo aprovechando su debilidad política y eludiendo el choque con su potencia militar. Los delegados se extienden en discursos llenos de grandes palabras y vacíos de ideas. La Convención se atasca, mientras la situación de espera e indecisión deteriora las esperanzas y las confianzas de las masas y la inactividad pesa sobre la División del Norte.

El 27 de octubre se incorpora a la Convención la delegación zapatista. Asiste con voz, pero sin voto, pues Zapata ha puesto como condición para enviar una delegación efectiva la aprobación de los principales del Plan de Ayala por la Convención. La delegación del sur cambió la asamblea. Es la única tendencia que se presenta con un programa, por limitado que éste sea, que tiene una relación con la realidad de las demandas campesinas.

 

            La llegada de los zapatistas provoca en el plano político de la Convención el acontecimiento que Carranza, pero Obregón, sobre todo, sólo concebían y se preocupaban por evitar en el plano militar: la conjunción entre zapatismo y villismo. El hecho es tan terminante, que arrastra de inmediato a toda la Convención, incluidos los delgados carrancistas que no tienen programa ni objeciones fundadas que oponer, y se traduce en que el 28 de octubre la Convención en pleno, con el voto de los villistas y al apoyo obligado de los carrancistas -en los cuales decide su ala radical, porque súbitamente encuentra donde apoyarse- aprueba por aclamación los artículos 4,5,6,7,8 y 9 del Plan de Ayala, es decir todos aquellos que contienen las demandas políticas y sociales, y luego los artículos  12 y 13. (Mientras así votaban los oficiales carrancistas, las cartas y documentos de Carranza en esos días seguían refiriéndose a Zapata como “el enemigo.) Esa sesión concluyó con vivas a la revolución, al Plan de Ayala y a Zapata.

            Es el momento culminante y la apertura de la crisis de la Convención, aunque esta crisis tarde unos días en aflorar completamente. La disputa por el retiro de Carranza del Poder Ejecutivo se agudiza. Carranza maniobra con cartas, telegramas y argumentos legales, diciendo que primero deben retirarse Villa y Zapata del mando para que él presente su renuncia, y que mientras él no renuncie, la Convención no puede decidir sobre él. Es una discusión sin salida, en la que es obvio en que ninguno piensa abandonar el mando y autoderrota a su tendencia mientras el choque de las armas no decida cuál es la verdadera relación de fuerza. El 30 de noviembre la asamblea aprueba una propuesta -hecha por una comisión que entre otros integran Obregón, Ángeles, Eugenio Aguirre Benavides y Eulalio Gutiérrez- que resuelve el cese de Carranza como encargado del Ejecutivo, de villa como jefe de la División del Norte, y el nombramiento por la Convención de un presidente interino que llame a elecciones en un plazo fijo. Sobre Zapata nada se resuelve, porque no habiéndose incorporado ninguna delegación oficial del zapatismo con voz y voto a la asamblea, ésta declara no tener jurisdicción sobre esas fuerzas. Carranza sigue maniobrando con su retiro y poniendo diversas condiciones que indica que no piensa acatar en ningún caso la decisión tomada. El 1° de noviembre, la Convención elige presidente interino de la República al general Eulalio Gutiérrez, que cuenta con el apoyo de los villistas y el visto bueno extraoficial de los zapatistas.

            El 3 de noviembre Villa propone una solución a su modo del conflicto entre él y Carranza. Nada de destierro a La Habana por unos días, como proponía Carranza, ni de simple destitución de ambos: que la Convención resuelva fusilar a los dos simultáneamente para terminar con los problemas. En el mejor estilo de la Soberana Convención Militar de Aguascalientes, el gesto fue recibido con aplausos y vivas, y por supuesto no se resolvió nada.

            Para el 10 de noviembre, el presidente convencionista Eulalio Gutiérrez, ante la imposibilidad de ningún acuerdo, declara rebelde a Venustiano Carranza y nombra jefe de operaciones de los ejércitos de la Convención esencialmente, la División del Norte- a Francisco Villa. Obregón, fracasado en su papel de árbitro por prematuro, se reúne con Carranza y le da su apoyo.

            Carranza ya había salido de México y desde Córdoba, Veracruz, el 12 de noviembre declara rebeldes a su gobierno a Villa y a Eulalio Gutiérrez y los denuncia como representantes de la “reacción”. Este calificativo de “reaccionarios” será el que usará en toda su campaña Obregón para referirse al villismo y sus aliados.

            Villa se dirige a su vez a Zapata, anunciándole que avanza sobre México, en cuyo avance espera no encontrar obstáculos, y pidiéndole que movilice sus fuerzas para evitar que desde Veracruz y Puebla los carrancistas envíen ayuda a la guarnición de la capital, en caso de que intenten hacerlo. Entretanto, todos los delgados carrancistas ya han abandonado la Convención y hacia el 20 de noviembre la crisis ha perdido toda posibilidad de solución política y está planteada en términos militares entre el gobierno convencionista presidio por Eulalio Gutiérrez y el gobierno constitucionalista presidido por Venustiano Carranza y Álvaro Obregón, respectivamente.

            Al consumarse la ruptura con Carranza, a mediados de noviembre, la Convención lanzó un manifiesto que reafirmaba que el pueblo se había lanzado a la revolución “inspirado en profundas necesidades sociales” y no por una simple fórmula política, cuando las instituciones vacilan y se derrumban, la soberanía la ejerce el pueblo en los campos de batalla” y “reside en el pueblo levantado en armas”. El manifiesto enunciaba un “programa mínimo” entre cuyos puntos figuraban la desocupación del territorio nacional por las fuerzas norteamericanas; la devolución de los ejidos a los pueblos; destruir el latifundismo, desamortizando la gran propiedad y repartiéndola entre la población que hace producir la tierra con su esfuerzo individual; la nacionalización de los bienes de los enemigos de la revolución; y la libertad de asociación y de huelga para los trabajadores.

 

*****

            La crisis militar es la continuación natural de la crisis política, insoluble a partir del momento en que la Convención, en vez de ser el instrumento deseado por Obregón para maniobrar a las direcciones campesinas, se convirtió en terreno de confluencia política entre éstas y se desplazó hacia la izquierda adoptando el Plan de Ayala. La Convención, que no podía ser ni fue nunca un organismo que representara las aspiraciones de la base campesina de la revolución, tampoco pudo erigirse como una estructura jurídica que sirviera para contenerla. Eran demasiado fuertes el ascenso de la revolución y el poderío militar de los ejércitos campesinos en ese momento, demasiado débil la base social de la dirección burguesa, demasiado inciertas políticamente e influidas socialmente por la revolución las tendencias pequeñoburguesas y la pequeñoburguesa en general. En su incapacidad para cumplir ninguna de las dos funciones opuestas está la esencia de la inocuidad que fue el rasgo distintivo de la Convención de Aguascalientes.

            No es extraño que Obregón pensara que podía mantener el control de la Convención y su propio juego con la llegada de esos zapatistas, que tal vez hasta le parecían fáciles de envolver políticamente. No comprendía, no podía comprender, la esencia histórica irreductible del zapatismo. Lo que Obregón no veía era que con esos zapatistas entraba en el teatro de la Convención el programa electoral de la revolución agraria.

            El zapatismo mostró tener una fuerza de atracción social desconocida para sus adversarios. No sólo ganó y dio fuerza y centro político a la potencia armada del villismo, sino que la unión de ambos fue a su vez un polo de atracción transitorio para parte del ala radical de los oficiales constitucionalistas, a quienes Carranza podía controlar mientras no vieran otra perspectiva y mientras el constitucionalismo, a través de la subordinación militar y política de Villa. El villismo rompió definitivamente ese control al encontrarse con el zapatismo.

            Es que donde se determinaba todo ese reagrupamiento de fuerzas no era en las interminables discusiones huecas de la Convención, sino afuera, en la relación de fuerzas reales, cuyo reflejo político era la unión de villistas y zapatistas con la bandera del Plan de Ayala. El programa político valió más que die confluencias de jerecitos juntas para unir a esas fuerzas separadas no obstante militarmente por los ejércitos de Obregón y de Pablo González que ocupaban México, Querétaro y toda la región central entre Zacatecas al norte y Morelos al sur.

            Producida la conjunción política, que representaba la unidad real, de fondo, de las acciones y aspiraciones de las masas campesinas que sin distinción de zonas de influencia militar eran las verdaderas ocupantes de todo el país, los constitucionalistas podían intentar mantener su cuña militar entre la División del Norte y el Ejército Libertador el Sur, pero no había ninguna cuña social que los separara; y la cuña política del carrancismo, con todo y su ala izquierda, aparecí a débil, sin programa y sin base, mientras parte de sus cuadros militares sufrían la atracción del villismo y el zapatismo unidos. Es decir, la cuña militar corría peligro de entrar en desintegración sin combate por la fuerza social de la revolución que la descomponía y porque esa fuerza se ejercía a través de un centro militar y político que, aun con todas sus limitaciones, era una fuerza material efectiva.

            Obregón, con la Convención, había querido crear esa cuña política, pero no tenía programa para darle una base social y no odia inventarla ni con el aparato burocrático-militar ni maniobrando a los delegados campesinos, porque las maniobras tienen las patas cortas. Tuvo entonces que replegarse sobre el carrancismo, del lado burgués de la línea decisoria de clases. No era la hora de las componendas, sino la de las armas. Por eso los constitucionalistas, en particular los encabezados por Obregón, se retiraron de la asamblea pocos días después de que con sus propios votos se había aprobado por aclamación el Plan de Ayala. La Convención fue una derrota política para la dirección burguesa, y además para Obregón, que la había prohijado y a quien se le había escapado de las manos totalmente.

 

*****

            Salvo mantener a raya a las tropas zapatistas en las afueras de la ciudad, muy poco han hecho en México los constitucionales hasta entonces. Desde agosto de 1914, han sido meses de parálisis política y militar en medio de la guerra de maniobras verbal de la Convención. El tiempo, en vez de operar en su favor como esperaban, se les vuelve en su contra desde que la unión villista y zapatista parece encender una perspectiva para las masas. El gobierno constitucionalista no ha tomado ninguna medida efectiva que le permitiera ganar apoyo en la población de la capital. Por eso Carranza, al romper con la Convención, abandona la ciudad hacia el estado de Veracruz, desde donde conduce telegráficamente las últimas tratativas dilatorias mientras negocia con los yanquis que le entreguen el puerto, que desde septiembre habían prometido evacuar. La capital es indefendible para los constitucionalistas. El jefe militar de la ciudad y comandante de la caballería del Ejercito del Noroeste, Lucio Blanco, se inclina hacia las convenciones. Obregón alista sus tropas para abandonar la plaza. Mientras tanto, Pablo González con su Ejército del Noreste, frente al avance de Villa, ha venido replegándose sin presentar combate, desde la ciudad de Querétaro hacia el sur.

            El 23 de noviembre, por acuerdo con Carranza, los yanquis evacúan Veracruz. El 24 los trenes del ejército de Obregón evacúan México hacia Veracruz, y Blanco desobedeciendo las órdenes del bando constitucionalista, toma la jefatura de la ciudad en nombre de la Convención. Junto con él, otros oficiales de su tendencia rompen con Carranza y se pasan con sus tropas a la Convención, debilitando aún más el tan mermado ejército de Carranza. La noche de ese mismo 24 de noviembre, entraron los zapatistas en la capital y dieron garantías a toda la población.

            El 3 de diciembre, por el rumbo de Tacuba y Azcapotzalco, entran las tropas de la División del Norte a la ciudad, junto con la Convención y su gobierno. Al día siguiente se producirá el encuentro entre Villa y Zapata en Xochimilco.

            Los ejércitos campesinos ocupan la capital y todo el centro y norte del país, y las fuerzas de Carranza son una fracción militar en derrota arrojada sobre una franja costera y refugiada en el puerto de Veracruz, que le acaban de abandonar los yanquis como última base. Todo el país se ha desplazado a la izquierda bajo el empuje violento del ascenso revolucionario que no parece encontrar barreras que le resistan. Los campesinos en armas, al comenzar diciembre de 1914, son dueños de todo México y de la sede del poder, el Palacio Nacional de la capital de la República.

 

Génesis y Desarrollo del Capitalismo en México, Querétaro, Universidad Autónoma de Querétaro, Taller de Investigación de la Facultad de Psicología, Tomo I, pp. 3-503.

 

Gilly, Adolfo, “La Revolución interrumpida” en Génesis y Desarrollo del Capitalismo en México, Querétaro, Universidad Autónoma de Querétaro, Taller de Investigación de la Facultad de Psicología, Tomo I, pp. 219-286.

Gilly, Adolfo, “La Revolución Interrumpida”, México, Ed. El Caballito, 1973, pp. 87-138.

*En noviembre de 1920, Trotsky decía en una intervención sobre la organización del Ejército Rojo que “todo ejército viable tiene como base una idea moral”. Su análisis explica muchas de las características del ejército revolucionario de Obregón -y en parte en el de Villa- y también la esencia del desplome del ejército federal. Decía Trotsky:

¿Cómo se afirma ésta? Para Kudinich (prototipo del soldado del ejército zarista de Suvorov), la idea religiosa iluminaba la idea del poder zarista, daba luz a su existencia campesina y desempeñaba para él -aun cuando de manera primitiva- el papel de la idea moral. En el momento crítico, cuando su fe ancestral estaba sacudida y todavía no había encontrado nada para reemplazarla, Kudinich se rindió. La modificación de la idea moral provoca la disgregación del ejército. Sólo una idea fundamentalmente nueva podía permitir edificar un ejército revolucionario. Esto no significa, sin embargo, que cada soldado sabe porque se bate. Pretenderlo sería una mentira. Se dice que, al ser interrogado sobre las causas de las victorias del Ejército Rojo, un social revolucionario refugiado en el sur habría respondido que el Ejército Rojo sabía en nombre de que combatía; no obstante, esto no quiere decir que cada soldado rojo lo sabe. Pero es precisamente porque tenemos entre nosotros un porcentaje elevado de individuos conscientes, que saben en nombre de que combaten, que tenemos una idea moral generadora de victoria.

“La disciplina es esencialmente una imposición colectiva, una sumisión de la personalidad y del individuo, una sumisión automática heredada de la psicología tradicional; entre nosotros, además, elementos plenamente conscientes la aceptan, es decir, elemento que saben en nombre de qué se someten. Esos elementos son una minoría, pero esta minoría refleja la idea fundamental de toda la masa que la rodea. A medida que el sentimiento de la solidaridad de los trabajadores penetra más profundamente en las masas, los elementos todavía poco conscientes de que se componen las tres cuartas partes de nuestro ejército se someten a la hegemonía m oral de aquellos que expresan las ideas de la época nueva. Los más conscientes forman la opinión pública, del regimiento, de la compañía; los otros la escuchan y así, la disciplina es apoyada por la totalidad de la opinión pública. Fuera de estos factores, no se podría mantener ninguna disciplina; esta observación es tanto más válida cuando se trata de la disciplina aún más rigurosa de un periodo de transición.

“Porque la situación internacional del país lo exigía, Pedro el Grande construyó su capital a garrotazos. Si no lo hubiera hecho el viraje general habría sido notablemente más lento. Bajo la presión de la técnica superior de Occidente, los elementos más avanzados del pueblo ruso sintieron la necesidad de instruirse, de cortarse el pelo, de rasurarse y de aprender los nuevos principios de la guerra. Al promover una nueva idea moral, Pedro el Grande edra implacable. Bajo su reinado, el pueblo sufrió, pero de todos modos soportó y hasta sostuvo al tirano por intermedio de sus mejores representantes. Las masas sentían confusamente que lo que pasaba era inevitable y lo aprobaban. En este sentido, el ejército revolucionario se distingue de los otros ejércitos. Una idea moral siempre es necesaria, pero debe tener un contenido nuevo, en consonancia con el nuevo nivel alcanzado por la humanidad” (León Trotsky, Écrits Militaires).

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