Las aguas y el mar. Meditaciones
sobre su representación en el pensamiento mesoamericano
Tláloc
y Chalchiuhtlicue: Dioses del agua
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Resumen
La cosmovisión
mesoamericana pensó en el mar como un espacio sagrado que se relacionaba de
manera profunda con la composición del mundo en el que habitaban varios pueblos
y culturas. Las aguas fueron figuradas como un importante elemento de
representación de las limitantes del poder profano, ya que ellas marcaban la
frontera -física y simbólica-más contundente de los grandes centros políticos,
a la vez que ofrecían productos rituales muy valorados para denotar el estatus
y el prestigio social de los grupos dirigentes. Por otra parte, entre ríos,
lagos y océanos los grupos humanos se aprovisionaron de alimentos a través de
la pesca, además de utilizar la lluvia y los manantiales para cultivar la
tierra y utilizar importantes tecnologías hidráulicas de las que dependía el
sostenimiento de las ciudades. En este artículo se analizan las
interpretaciones sobre las aguas que se encuentran en diferentes documentos
históricos vinculados al pasado mesoamericano, a la vez que se reflexionan
argumentos sobre los nuevos horizontes de investigación respecto a la relación
de las culturas prehispánicas con los cuerpos acuáticos, vinculando de manera
cuidadosa dicha información con algunos datos etnográficos contemporáneos.
Toda masa de agua tiene algo de inquietante y misterioso; el agua turbia
presagia cosas invisibles en sus invisibles profundidades, el agua te muestra
lo lejos que está el fondo, como si pudieras caerte dentro, aunque después te
mantiene a flote en ese extraño espacio que no es ni tierra ni aire
Rebecca Solnit,
Introducción
Los mares y los océanos siempre han sido motivo de
asombro y admiración para el ser humano, quien puede sentirse empequeñecido e
incluso temeroso ante su inmensa extensión y profundidad.1 Al
respecto, numerosas culturas sintieron inquietud por desarrollar todo tipo de
especulaciones y complejos sistemas de creencias que explicaran la existencia
de los grandes cuerpos de agua. Este proceso se dio tanto en el cosmos mental
como en el plano físico, integrando elementos rituales a los sistemas de representación
simbólica, mismos que remiten a las ideas que diversos grupos tuvieron del mar
como un espacio sagrado y de poder. Asimismo, y en paralelo, la humanidad
siempre ha generado nuevas formas de surcar las aguas, de explotar sus recursos
y develar sus profundidades.
La comprensión del área mesoamericana ha transitado por un revisionismo
crítico constante que, en los últimos años, ha reformulado las herramientas
teóricas para su conceptualización y su consecuente delimitación. En este
proceso, la relación de los grupos humanos con su geografía, su transformación
y su aprovechamiento ha tenido un papel preponderante, ya que tanto la
revitalización intersubjetiva de los conocimientos cosmogónicos,2 como las tecnologías
para la habitabilidad, simbolización y tradición del trabajo humano del
espacio,3 han sido ejes
protagónicos en el reordenamiento categórico del modelo teórico mesoamericano.
La discusión de “lo mesoamericano”,4 demasiado extensa y
polémica como para agotarla en estas líneas, también se ha ocupado de
considerar los espacios acuáticos como un entramado para reflexionar las
permanencias, las interacciones y las alteraciones culturales de largo alcance
entre diferentes culturas, cuyas regiones geográficas estaban delimitadas por
un sinnúmero de ríos, lagos, manantiales y dos enormes costas oceánicas.
Asimismo, el agua constituye un elemento pictográfico importante en la
composición de numerosos documentos prehispánicos y novohispanos, y su presencia
responde a diferentes intenciones estéticas y expresivas; tema que todavía está
en espera de un mayor desarrollo y problematización por parte de los
historiadores del arte. Por ejemplo, en la Tira de la peregrinación (Fig. 1), se representa el medio
lacustre de Aztlán como un ámbito primigenio y marcado no sólo por la
intervención humana, sino también por la sacralidad del “lugar de origen”. Por
su parte, los códices mixtecos, entre ellos el Códice Nutall, son
ricos en cuanto a la representación de espacios acuáticos míticos cuya
intención no es dar razón del ámbito humano convencional, pero sí buscan
explicar el origen de las genealogías gobernantes, cuyos antepasados yacen o
atraviesan planos sagrados donde el agua parece figurar como una referencia a
lo informe y a lo primigenio. Contrastantemente, también se han conservado
documentos cuyo principal centro de atención es el ámbito humano habitable. Así,
el Mapa de Upsala nos muestra los numerosos canales que
atravesaban Tenochtitlan, ya durante el proceso de construcción de
una nueva ciudad virreinal, detalle que transmite con fuerza la dinámica
lacustre de todo el entorno urbanizado, así como la modificación del medio
natural por la mano de los mexicas y el aprovechamiento simultáneo de los
canales como rutas de transporte y límites de la organización espacial de la
urbe. Asimismo, en el emblemático Lienzo de Tlaxcala se pueden
observar las terribles escenas de guerra entre hispanos y mexicas, estos
últimos desplegándose por el agua; específicamente, la composición de este
documento todavía requiere de más estudios iconográficos y semióticos que
expliquen la “curiosa” representación del agua, la cual está formada por
espirales redondas y cuadradas que pueden despertar suspicacias. Más allá de la
zona del Altiplano, en la región purhépecha, la Relación de Michoacán ofrece
interesantes simetrías entre la habitabilidad del lago de Texcoco y el de
Pátzcuaro, pues las láminas que acompañan a este documento contienen algunas
escenas donde el agua constituye un componente dominante que nutre los cultivos
y ofrece diversos recursos alimenticios.
Figura 1.
Representación de
Vixtoçihuatl en los Primeros Memoriales, f. 264r, detalle del Códice
Bernardino de Sahugún. Historia universal de las cosas Nueva España.
Por otra parte, debemos partir de que el mar fue un elemento muy
presente en la conciencia de prácticamente todos los grupos mesoamericanos, ya
que constituía la frontera definitiva hacia el este (lo que hoy llamamos Golfo
de México y el Mar Caribe) y el oeste (el Océano Pacífico), cuyas extensísimas
barreras no pudieron, ni pretendieron, superar los expertos navegantes de los
pueblos mayas, ni los belicosos mexicas. No obstante, los grupos prehispánicos
no consideraban a las grandes masas de agua como simples elementos de su
entorno, sino que les otorgaron un lugar específico en su cosmogonía y en sus
producciones materiales e intelectuales.
Si bien las expresiones religiosas, económicas y políticas de los grupos
prehispánicos relativas al agua se encuentran conservadas tanto en las fuentes
arqueológicas como en las escritas, su análisis ha impulsado un dinamismo
metodológico en la crítica interdisciplinaria de los corpus históricos
disponibles, renovando el interés en los análisis epigráficos5 y en los estudios de
la configuración visual y conceptual de la habitabilidad humana del espacio
mesoamericano.6 Sin embargo, con el
objetivo de presentar una exposición nutrida que dé cuenta de la diversidad de
fuentes que refieren a las concepciones sobre las aguas en el pensamiento
prehispánico, a continuación me centraré en exponer algunos argumentos respecto
a contextos delimitados por representaciones visuales de fuentes prehispánicas,
de registros en manuscritos del periodo virreinal temprano y de explicaciones
de investigadores contemporáneos. Con ello busco entretejer una triangulación
interpretativa de estas informaciones que proporcionan claves precisas para
reflexionar y comprender los complejos intelectuales en torno a las aguas;
utilizando, además, algunos datos etnográficos que si bien deben tomarse con la
debida cautela crítica respecto a la distancia espacial y temporal, es
necesario considerarlos con la debida atención sobre los procesos de cambio y
preservación de la memoria cosmogónica en los contextos culturales históricos
en las sociedades humanas.7
Los espacios acuáticos y Mesoamérica
Entrando en materia, para los nahuas del Posclásico en el Altiplano
Central (950-1521 d.C.) el mar era evidencia de mundos pasados, dominio de las
deidades, rumbo de origen, punto de partida del renombrado señor tolteca Ce
Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl y, presuntamente, también sería el lugar por el
que este gran gobernante regresaría para reclamar sus antiguos dominios; es
decir, el mar en sí mismo constituía un espacio sagrado, liminal, que
demostraba la potencia de las deidades y la estructuración del tiempoespacio
mítico que se imponía ante la devastadora fragilidad del ser humano.8
Por otra parte, el carácter cosmogónico de las aguas no contradecía su
dimensión utilitaria o práctica. Es decir, el mar también era un importante
elemento de representación de las limitantes del poder profano, ya que éste
marcaba la frontera más contundente de los grandes señoríos, a la vez que
ofrecía productos simbólicos y rituales muy valorados para denotar el estatus y
el prestigio social de los grupos dirigentes, tales como caracoles marinos y
conchas. Bajo estos parámetros sagrados, no hemos de perder de vista que el mar
y sus deidades también proporcionaban alimentos a través de la pesca y la caza
de la fauna acuática,9 una de las
actividades económicas fundamentales para sostener el cotidiano de la
población.
A pesar de las distancias y las diferencias culturales entre los grupos
mesoamericanos, podemos considerar que ―para todos los centros, probablemente―
el mar era considerado como un medio importante para el comercio costero a
larga distancia,10 e incluso como un
espacio más para la guerra; recordemos que en 1518 los mayas atacaron los
navíos de Juan de Grijalva valiéndose de canoas. En este sentido, es posible
afirmar que el océano mesoamericano era ambivalente: por un lado, era un ámbito
sagrado donde se ejercían avasalladores poderes divinos, pero también era
escenario de actividades que hoy consideraríamos pragmáticas o mundanas. Para
estos grupos, los dos aspectos no estaban separados, sino que todas sus
acciones acuáticas se realizaban dentro de un marco de asombro y respeto hacia
lo sagrado, pero casi siempre buscando un beneficio particular.
Lo sagrado del mar
El mar era una manifestación de lo divino que, en muchos casos, se
expresaba de forma poderosa y atemorizante; un punto de control del ejercicio
político de lo mundano que atravesaba los linderos de lo religioso para hacerse
presente como una fuerza devastadora y letal, como lo fue la imbatible
presencia de los huracanes en las costas. Sin embargo, al mismo tiempo era una
potencia dadora de vida y alimentos, una recurrencia que hacía de su
representación un recurso indispensable para los esquemas de los grandes
centros económicos mesoamericanos.
Si bien las disertaciones sobre la simbolización de las deidades y su
participación en los esquemas religiosos prehispánicos han sido objeto de un
constante y riguroso análisis en los estudios mesoamericanos contemporáneos,11 recurriré a algunos
registros testimoniales nahuas, contenidos en manuscritos del periodo virreinal
temprano y particularmente en los textos de fray Bernardino de Sahagún, que
plantean interesantes consideraciones respecto a la relación cultural entre
diferentes grupos y el medio acuático. Esta aproximación no busca diluir o
minimizar la presencia sistémica, y por demás compleja, de deidades como
Tláloc, Nappatecuhtli u Opochtli (estos últimos considerados dentro del
conjunto de dioses que participaban como tlaloques) en las
representaciones sagradas y artísticas de la tradición cultural nahua, sino que
me enfocaré en disertar en cómo la sacralidad de estas fuerzas acuáticas es dirigida
hacia la simbolización del espacio físico.
Según consta en la obra de Sahagún, sus informantes, no sin el cariz de
la propia intencionalidad de registro del fraile franciscano, dejan entrever al
mar y al océano como algo inmenso, temible, una fiera llena de espuma y azotada
por “montes de agua” en eterno movimiento. A este siniestro sentido se sumaba
el “amargo” sabor de las aguas oceánicas, su mala calidad para beber y el hecho
de que era hogar de numerosos animales, algunos seguramente inquietantes.12
Los antiguos nahuas, además, creían que todos los ríos y lagunas eran
“hijos del mar”, ya que éstos se habrían colado tierra adentro mediante las
numerosas “venas de la tierra”; pensaban que incluso el agua dulce tenía su
origen en los cuerpos de agua salados, pero había perdido su salinidad al
filtrarse por rocas y otras superficies porosas. Según esta geografía sacra, el
océano extendía su dominio más allá del contexto marítimo.13
En ese sentido, Silvia Limón Olvera ha apuntado en sus interpretaciones
que la cosmovisión nahua consideraba al agua y a la tierra como espacios
indisolubles, pues los ríos, lagos, manantiales y pozos que se encontraban en
sus poblaciones provenían de las costas que se adentraban en la tierra y daban
origen a estos cuerpos de agua que recibían una significación espacial
importante en relación con la geografía sagrada del territorio.14
Yendo un poco más allá, resulta interesante el contraste de esta
información con un mito recopilado en Xicotepec, Puebla (2003), en el que se
hace referencia a los cuerpos acuáticos terrestres como una extensión de Sipaketle:
[…] Estaban los aires haciendo el
mundo y unos estaban jugando -a que no rompes ese cerro le dijeron a la
Sipaketle… y formaron con nube un cerro, entonces le dijeron: -Ahora sí,
quiébralo-. La Sipaketle, se sentía muy fuerte y entonces, se echó para atrás
para agarrar más fuerza, y se aventó contra el cerro, pero como era nube, no lo
rompió, nomás se pasó de largo y se estrelló de cabeza en el piso, hizo un hoyo
muy grande. Y en ese hoyo, con su cuerpo se formó el mar. Dicen que cada
cabello fue abriendo la tierra, hasta salir por arriba y que de allí vienen
los ameles, los manantialitos que hay por aquí, que forman los
arroyos, ¿cuántos cabellos no tiene?, ¿cuántos (sic) aguas no salieron en toda
la tierra?15
A partir de estos elementos, es posible postular que esta narrativa
cosmogónica también da cuenta de la idea del mar como el lugar primigenio de
los diferentes tipos de aguas. Dicha creencia se puede hacer extensiva a la
lluvia, la cual ha tenido un papel preponderante no sólo para el consumo
humano, sino para tareas tan importantes como la agricultura. En el mito ya
referido sobre Sipaketle, se menciona lo siguiente en torno a la
relación entre el mar y las lluvias:
¿Qué cosa es lo que quiere [el agua
del mar]? Y resulta que el agua quiere música para venir hasta donde está el
cerro-, entonces pensaron ponerle los tambores [ranas o sapos], los pusieron en
el camino uno por uno desde el mar, así hasta donde está el cerro, donde está
el almacén de maíz y así estaban cantando los sapos en fila hasta donde estaba
la dueña del agua. Entonces es cuando se comienza el dios del viento se mueve y
comienza a mover al mar y el agua se levanta en nubes, cada remolino avienta,
cada remolino mueve y ahí viene una nube negra, y ahí viene otra, ya viene la
tormenta, por eso cantan los sapos para llamar al agua y cuando les va cayendo
el agua ya no cantan. Cuando llegó en ese lugar a donde dios Quetzalcóatl encontró
el maíz, ahí cayeron los rayos, llovió más fuerte y cuando se quitó el agua,
comenzaron a buscar y lo encontraron, ahí estaba almacenado todo- encontraron
maíz, frijol y chiles de diferentes colores, calabazas, todo lo que ahora se
cultiva… entonces ya pudo sembrar la gente. Eso pasó cuando empezó esta era que
es el Quinto Sol.16
Esta información etnográfica, recopilada entre los actuales pueblos nahuas,
es sumamente importante ya que indica que no únicamente las aguas terrestres
son relacionadas con el mar, sino que las aguas celestes, la lluvia, son una
expresión de éste; en donde el mar, por acción del viento, se levanta en forma
de nubes y llega hasta los cerros, espacio en el que se encuentran los
mantenimientos (tonacatepetl),17 como el maíz,
frijol, chiles y calabazas, por mencionar tan sólo algunos productos que
componen la alimentación mesoamericana, cuya representación cosmogónica se
integra al complejo de pensamiento vinculado a las sacralidades acuáticas.
Dicha formulación también la encontramos en el mito de Homshuk, en el
que Alfredo López Austin identificó que “el Dios del Maíz cruza el mar (o
desciende al otro mundo), lucha, vence y obtiene la periódica aparición de las
nubes, los truenos, los rayos y las lluvias”.18 Asimismo, Luis Reyes
García y Dieter Christensen registraron una oración de los nahuas de Veracruz
en la que se convoca a todos los santos a reunirse en lugares de importancia
simbólica para pedir por las lluvias: “Todos vosotros, santos señores, allá
tronáis, allá relampagueáis. Y vosotros allá levantáis ráfagas de lluvia,
surcos de agua”.19
Las aguas y el mar: entidades creadoras y
destructivas
El mar, como expresión sagrada terrible e impresionante ―lo que han
llamado en los estudios europeos clásicos como una kratofanía― tuvo
su expresión cultural prehispánica en el teoatl nahua, palabra
conformada a partir de dos raíces: téotl, que generalmente se
traduce como dios, y atl, agua. No obstante, este vocablo poseía un
profundo sentido metafórico, por lo que no necesariamente hacía alusión a
alguna divinidad en particular. El mismo fray Bernardino, reconociendo la
complejidad del término, explicó que éste debía interpretarse como una alusión
a la maravillosa grandeza y profundidad marítima.20 Siguiendo la
traducción de Sahagún entre los nahuas del Altiplano Central, Silvia Limón
Olvera comenta que a los cuerpos acuáticos “También le denominaban ilhuicaatl,
literalmente, ‘agua cielo’ o, como dice este mismo cronista, ‘agua que sea
juntó con el cielo’, porque creían que el mar se unía a él en el horizonte,
como si el mundo fuera una casa en la que el mar conformaba las paredes sobre
las cuales descansaba el firmamento”.21
Otra forma de llamarle al mar en náhuatl fue huey atl; sin
embargo, Patrick Johansson apuntó, basado en el registro de la escritura
sahaguntina, que esta expresión “surgió después de la conquista, cuando los
frailes españoles, en su afán de extirpar la idolatría, impusieron un vocablo
neutro y libre de su carga religiosa antigua. Los términos teoatl e ilhuicaatl conferían,
de alguna manera, un valor sacro al mar, por lo que los frailes lo sustituyeron
por hueyatl”.22
Por otra parte, y como hemos adelantado antes sobre la compleja relación
entre Tlaloc, Nappatecuhtli y Opochtli, entre los
nahuas no existía un “dios del mar” en sentido estricto, sino que había
deidades fuertemente relacionadas con su comportamiento y con los productos que
de éste podían extraerse.
Chalchiuhtlicue era
considerada como la responsable de las mareas; sin embargo, el carácter que
algunas fuentes le atribuyen dista mucho de ser benévolo, ya que la diosa era
temida por su capacidad para ahogar a los seres humanos, causar tempestades,
torbellinos y hundir embarcaciones. Por lo anterior, parte del culto a Chalchiuhtlicue estaba
encaminado a prevenir todas estas catástrofes y desgracias.23
También Huixtocíhuatl era una deidad marina y, de
acuerdo con Johansson: “las ondas que se perciben en su huipil y en sus
enaguas, los jades pintados en la orla del huipil evocaban al mar. A su vez,
los cascabeles de oro sobre piel de jaguar producían inconfundiblemente el
ruido de las olas y la resaca. En cuanto a las nubes bordadas sobre sus
atavíos, expresaban quizás de manera metafórica, la evaporación del agua salada
que se endulza en el proceso”24 (Fig. 1).
Siguiendo la línea del carácter terrible del mar, entre los actuales
tlapanecos de la montaña de Guerrero, éste se considera como un lugar lejano al
que van a parar los males que son expulsados durante los rituales de
purificación, expulsión y protección contra lo nefasto. De esa idea, Danièle
Dehouve recuperó una curiosa e interesantísima anécdota que refiere lo
siguiente:
Hace algunos años los habitantes del
mismo pueblo [Teocuitlapa] escucharon hablar del tsunami que había matado a
muchos hombres en el otro extremo del mundo. Entonces pidieron que los padres
misioneros rezaran una misa para pedir perdón por el mal que podían haber hecho
durante sus rituales de expulsión […]. Suponían que las impurezas del pueblo
enviadas a otro lado habían desencadenado el furor de la ola gigantesca.25
Esta terrible expresión del mar es efecto de los rituales de expulsión,
que en este caso es considerado como la “despedida del hambre”, en los cuales
los vestidos del viejito, quien es una personificación del hambre y la
enfermedad, son arrojados al río en donde seguirán su curso hacia el océano, un
espacio salado y dañino para el cuerpo humano; es decir, las prendas viajan hacia
el mar en donde se contiene a la maldad lejos de la comunidad: “Los viejitos se
llevan lo salado, es decir, lo malo y las enfermedades, hacia el mar y dejan
sólo lo bueno”.26
Este esquema en torno a las bondades y desgracias producidas por los
mares, contenidas tanto en los manuscritos virreinales sobre las culturas
prehispánicas del siglo XVI, como en las narrativas etnográficas de las últimas
décadas, permite afirmar que los cuerpos acuáticos tienen una preponderancia
fundamental en la congruencia y la vigencia de los ciclos mitológicos
mesoamericanos, específicamente en los que las aguas figuraban como elementos
primigenios y generadores, pero también como uno de los medios más comunes de
destrucción y reinicio del mundo. A continuación, mencionaré brevemente algunos
de los mitos cosmogónicos de origen prehispánico que han sido identificados en
algunos de los manuscritos virreinales con la intención de dilucidar la
importancia de las aguas en el origen de la existencia en Mesoamérica.
El mar primigenio. El agua como génesis
Varios de los manuscritos virreinales tempranos, a pesar de estar
escritos en caracteres alfabéticos y supervisados por la intencionalidad y las
necesidades de los grupos conquistadores, deben ser considerados como un
conjunto de documentos que emanaron de la tradición oral mesoamericana. De ahí
que sean obras corales; es decir, que se construyeron discursivamente a partir
de múltiples voces, en donde se registraron ritos, creencias, mitos,
acontecimientos y sucesos, y cuyo análisis hermenéutico nos posibilita
encontrar algunas explicaciones cosmogónicas en torno a la creación del mundo
en el pensamiento mesoamericano prehispánico.27
Como se verá a continuación, en varias de estas narrativas llama la
atención que los mares primigenios están presentes en los ciclos mitológicos
creacionistas de numerosas culturas, incluso en el sistema de creencias
cristiano. En ese sentido, el agua, ya sea increada o de creación primordial,
constituye un elemento genésico, gestacional o germinal por excelencia.
En la Historia de los mexicanos por sus pinturas se
narra que cuatro dioses hermanos, hijos de Tonacatecli, crearon el
agua y sobre ésta moraba un gran pez, “como caimán”, llamado Cipactli (Figs. 2 y 3); el cuerpo de la criatura fue
utilizado para dar forma a la tierra, razón por la que ésta fue llamada Tlaltecuhtli (el
monstruo o señor/señora de la tierra),28 cuyas
representaciones arqueológicas denotan una importancia central en la
explicación sagrada sobre el tiempo, como puede observarse en sitios
prehispánicos como Santa Cruz Acalpixca, Xochimilco, e inclusive en los
registros pictóricos tempranos de la evangelización cristiana, en la capilla
abierta de Actopan, en el actual estado de Hidalgo.
Figura 2.
Representación del
glifo 1 Cipactli en Santa Cruz Acalpixca, Xochimilco, fotografía de Carlos
Roberto Galaviz.
Figura 3.
Representación de Leviatán al estilo
Cipactli en el convento de San Nicolás Tolentino, Actopan, Hidalgo, fotografía
de Clementina Battcock.
Por otra parte, en el Popol Vuh se dejó registro de que
los mayas quichés creían que los dioses celestes, padres y madres de todo, se
habían reunido en consejo para iniciar la creación y ordenamiento del mundo; un
acontecimiento que sucedió en un tiempo mitológico en que todo yacía inmóvil e
indefinido; sin embargo, en aquel insondable pasado ya existían las aguas, cuyo
único límite era el cielo mismo.29
Algunos grupos mesoamericanos no sólo vieron al mar como algo esencial
en la conformación del mundo terreno, sino que también lo consideraron como su
rumbo de origen. Al respecto, los mexicas afirmaban que sus más remotos
antepasados se habían asentado en Panutla, ubicada en la costa noreste, tras
arribar desde el mar. 30 De manera similar,
los mayas cakchiqueles consideraban que sus primeros padres y madres llegaron
desde más allá del mar.31
Asimismo, los pueblos indígenas reparaban en el mar como una
reminiscencia de mundos pasados y como elemento clave en la conformación de la
humanidad. Según los nahuas y algunos grupos mayas, el mundo que conocían
estuvo precedido por otros que, por ser inadecuados, fueron sucesivamente
destruidos. La denominada Leyenda de los soles, que en realidad es
un mito de origen, narra el devenir de cuatro eras que fueron presididas por
diferentes deidades que se erigieron como soles. Existen diferentes versiones
del mismo relato; sin embargo, varias coinciden en que una de las eras fue
eminentemente acuática, la cual fue llamada nahui atl (cuatro
agua), en náhuatl.
Una de las narraciones que se registra en la Leyenda de los
soles describe que el Sol nahui atl duró 676 años;
sin embargo, ese mundo y sus habitantes fueron destruidos por una terrible
inundación cuya magnitud hizo desaparecer a los cerros bajo las aguas y el
mismo cielo se hundió. Todos sus habitantes se transformaron en peces, pero
sobrevivieron Tata y Nene, pareja con cierto carácter primordial que dio pie a
la era contemporánea de los nahuas mesoamericanos.32
Por otra parte, la tradición maya k’iché, inscrita en el ya
mencionado Popol Vuh, cuenta, en cambio, que los “espíritus
del cielo” tras dos intentos fallidos por crear seres que habitaran el mundo y
los adoraran, engendraron hombres de madera; sin embargo, éstos no se acordaron
de sus creadores y fueron destruidos por los instrumentos de labranza y cocina
y por un inconmensurable diluvio que, según el relato, fue tan tenebroso que
oscureció y cubrió a casi todo el mundo. El destino de la raza de los hombres
de madera fue convertirse en monos.33
Más allá de los cuerpos acuáticos relacionados con la habitabilidad
humana, y retomando el enfoque registrado por el Popol Vuh, se
entiende que en los tiempos primigenios lo único que ocupaba el espacio eran el
cielo y el mar, los cuales estaban inmóviles, en calma y sumidos en una
oscuridad absoluta. Sobre el inerte líquido se encontraban los dioses Tepeu y
Gucumatz, relacionados con la luz y el agua, rodeados de claridad.34 Según la
interpretación que de este pasaje ha hecho Melgar Tísoc: “el simbolismo del mar
en la noche inicial permite al hombre imaginar aquello que le precedió y
precedió al mundo, comprendiendo cómo las cosas son lo que son en su época y
qué fueron antes del ser; además de expresar la constante fecundidad a través
del contacto con el agua”.35
Posteriormente, las deidades decidieron crear al hombre. Para ello,
Tepeu y Gucumatz ordenaron que el mar se retirase de la tierra, para así crear
espacio para la vida terrestre. Acto seguido, las montañas emergieron del agua
y se formaron los valles, y el poco líquido atrapado entre los accidentes
geográficos tomó la forma de ríos.36 Por lo anterior, es
posible afirmar que los mayas quichés también consideraban a los ríos como una
extensión de aquel gran mar primigenio que dio origen al mundo.
Esta versión contrasta con la registrada en el Título de
Totonicapán, escrito en la antigua capital del territorio quiché: Utatlán.37 La primera parte del
manuscrito hace alusión a la migración de los hijos de Israel y Canaán, entre
los cuales se contaba a los quichés.38 El texto menciona
que el grupo fue guiado por Moisés hasta la orilla de un mar que, por
intervención divina, se secó para que los hebreos pudieran pasar por 12
caminos.39 Este relato fue un
intento de los mayas quiché para integrarse a las concepciones históricas
occidentales mediante su autoinclusión como actores de las narraciones
bíblicas; su objetivo era obtener privilegios ante la Corona de Castilla. Llama
la atención que incluso en esta racionalización cristiana el mar permanece como
un elemento primigenio importante.
Bajo estos rápidos esbozos narrativos logramos observar la construcción
cultural de lo acuático como un elemento predominante de eras preexistentes,
como todo aquello que antecedió a la constitución de lo humano, la cual irrumpe
para su supervivencia o muerte. El mar es así el arquetipo del ciclo temporal,
ya que año con año habrá de presentarse llegado el tiempo como dador de vida en
las cosechas de los campos, pero también como elemento de destrucción e incluso
purificación para preparar al mundo de un paso definitorio de eras de cambio,
es decir que el referenciado “tiempo cíclico” mesoamericano no era la
recurrencia de los hechos en sí y de sus actores, sino de los elementos míticos
contextuales que eran indispensables en la lectura ritual del tiempo humano.
Lo liminar y el mar
Dentro de la concepción mesoamericana del cosmos se creía que ciertos
espacios tendían a tener una mayor e intensa interacción entre las deidades y
el espacio de existencia humana, conllevando una sacralidad espacial que
resulta fundamental para entender el pensamiento mesoamericano.40 Entre estos lugares
podemos destacar aquellos que son elaborados por humanos, como los templos, o
bien aquellos naturales, como los cerros, algunos cuerpos de agua y por
supuesto, el mar. Como ya vimos, la asociación del mar con algunas deidades,
así como la misma kratofanía vinculada al sentimiento que
seguramente producía estar frente a dicho cuerpo de agua, hizo que
inexorablemente se aproximara a los linderos de la sacralidad, espacios que
aquí denominaremos como “liminares”.
Silvia Limón Olvera sostiene que “el agua constituía un paso entre la
tierra y el cielo, entre el mundo profano y el mundo sagrado. Por eso algunas
narraciones mesoamericanas que indican la llegada de un grupo a un territorio
mencionan al paso por agua, el cual no necesariamente tuvo que haber sido
físico, sino que puede referirse al tránsito sagrado del origen a la existencia
profana sobre la tierra”.41 Del mismo modo,
Guilhem Olivier apunta que en la fiesta de Tóxcatl, la figura
de Huixtocíhuatl, como acompañante del ixiptla Tezcatlipoca,
puede representar la idea del paso marino que conduce un espacio terrestre a
uno celeste. En sus propias palabras:
Las aguas del mar alcanzan el cielo,
pero también se sitúan encima del cuarto piso, el del sol, que ellas cubren. El
espacio de Uixtocíhuatl de alguna manera constituye una envoltura circular que
rodea la tierra y los cuatro pisos superiores. De tal modo que podemos suponer
que esta diosa era perfectamente conveniente para representar el paso por el
mar que conduce de un espacio terrestre a un espacio celeste.42
Probablemente uno de los ejemplos de liminaridad más ilustrativos e
interesantes que hay lo encontramos entre los k’iches, quienes veían en el mar,
y más precisamente en el mar oriental, un punto especialmente importante para
la elección del nuevo gobernador. Ricardo Melgar Tísoc, basado en el Título
de Totonicapán de tradición quiché, apunta que “en varios documentos
mayas del siglo XVI se mencionan viajes al lugar donde sale el sol. Quien puede
ir allá regresará con el conocimiento y los signos que lo legitiman como
gobernante”.43 Esto muy
probablemente se vinculaba también con Tulán Sehuán, ciudad mítica
que se encontraba al otro lado del mar, “ser referente del origen de la palabra
y de los textos mayas”.44 El mar era, pues,
una prueba que debían superar aquellos que gobernaran, era definitoria en tanto
un espacio de tránsito, en donde lo liminar implicaba un riesgo que únicamente
aquellos que lo atravesaran podrían ser reconocidos como jefes.45
Entre los mixtecos prehispánicos nos encontramos con una creencia
similar a la ya mencionada entre los k’iches, pero esta vez contenida en un
documento de escritura prehispánica y con una complejidad iconográfica
desbordante; por lo anterior pido cautela al lector para centrarnos en un
paralelismo que termine de anudar la argumentación entre lo liminar, los
espacios acuáticos y su relación con la dignificación de un jefe político. Para
sostener tal postura tenemos la interpretación que hace Manuel Hermann Lejarazu
sobre la página 75 del Códice Nutall (Fig. 4),46 en la cual se puede
apreciar una escena muy particular, en la que el mítico Ocho Venado Garra de
Jaguar se encuentra atravesando un espacio marino en compañía de otros dos
personajes, identificados como Nueve Agua y Cuatro Jaguar.
Figura 4.
Ocho Venado Garra de
Jaguar atraviesa el mar guiado por Nueve Agua y acompañado por Cuatro
Jaguar, Códice Nuttall, 75.
De acuerdo con Hermann Lejarazu, en esta figura podemos apreciar
elementos que nos permiten hacer la identificación de dicho espacio con el mar;
por ejemplo, los pequeños motivos de color blanco que se forman encima del
grande espacio dominado por el agua. También se observa una rica y variada
fauna acuática, la cual puede identificarse con cocodrilos, serpientes
acuáticas, algunos peces y bivalvos. Podemos ver también que el límite del mar
está marcado por una larga barra color rojo y negro, y que parece funcionar a
manera de sostén del cielo estrellado en la parte superior.47 De lo anterior
quisiera resaltar dos cuestiones. La primera es que, como apunta el propio
Manuel Hermann, ello haga referencia al Tlillan - Tlapallan, que al
inicio de este artículo identificamos como el lugar acuático en el que
Quetzalcóatl trascendió a su gobierno terrenal, pues se prendió fuego y se
transformó en la estrella matutina, Venus. Asimismo, considero que esto puede
correlacionarse con la idea anteriormente mencionada, que indica que las aguas
marinas pueden considerarse como un espacio liminar entre el mundo terrenal y
el celestial, entre lo profano y lo sagrado.48
Notablemente, los espacios liminares suelen ser lugares estrechamente
relacionados con el tránsito, no sólo de las deidades, como ya lo he apuntado,
sino también de los seres humanos. En un ejercicio de complementariedad con las
interpretaciones sobre los documentos virreinales tempranos y el códice
prehispánico, citados anteriormente, nos encontramos con información
etnográfica que refiere que entre los pueblos de pescadores habitantes de Cabo
Rojo, al norte del estado de Veracruz, se desarrollan diferentes prácticas
vinculadas a rituales de paso, según refiere Roberto Reynoso Arán.49 Dichos ritos de
pasaje se desarrollan en altamar, lugar escogido por el “especialista, el
curandero o el brujo”;50 su valor muy
probablemente radica no únicamente en tanto que se trata del lugar donde
desempeñaran sus tareas cotidianas como pescadores, sino que también por la
intensa interacción entre lo habitable para el ser humano y la trascendencia
sagrada más allá del conocimiento y la comprehensión humana.
Entre los mismos pescadores veracruzanos se considera que el mar es un
lugar de encuentro con las personas que murieron en dicho espacio. Se cree que
aquellos que perecieron en altamar “son parte viva de la naturaleza, cohabitan
ahora con el mar y con la laguna, son ellos los que protegen y lo ayudan en
todas sus tareas cotidianas en altamar. Son las ánimas que lo salvaguardan”.51 Así, tenemos que los
muertos forman ya una parte fundamental de la dinámica de los pescadores y el
mar, pues son los primeros quienes, al ser “parte viva de la naturaleza”,
pueden funcionar a manera de intercesores entre sus pares vivos y las
incontrolables fuerzas propias de los océanos.
Las dádivas
marinas/ las dádivas al mar
Como he descrito, el mar se consideraba un espacio de fuerte interacción
entre lo terrenal y lo sagrado. Al igual que en otros lugares, como los cerros,
cuerpos de agua y, por supuesto, los templos, en el mar se realizaban rituales
de muy diversa índole con el fin de acceder a los recursos que éste podía
proveer. Asimismo, la extracción de elementos asociados al ámbito acuático,
principalmente de fauna marina, fue una práctica muy común en diferentes
pueblos de Mesoamérica, ya que esto tenía el objetivo de presentar dádivas en
diversos contextos rituales.
Las ofrendas que han sido encontradas con motivos acuáticos poseen una
enorme diversidad de elementos que dan cuenta de la importancia que el espacio
marino tenía para los especialistas rituales de Mexico-Tenochtitlan. Algunas de
éstas fueron halladas en el Templo Mayor y se destacan por la riqueza que se
encontró en los depósitos rituales y, por supuesto, por el simbolismo que se
desprende de dichos elementos. Leonardo López Luján, tratando la Ofrenda 48 del
Templo Mayor, apunta que “los oferentes depositaron arena marina en el fondo de
la caja […]. Resulta plausible que con ella hayan intentado recrear
simbólicamente un fragmento del cosmos de características acuáticas”.52 Lo anterior es
relevante en tanto que implica el uso de elementos marinos para la
representación de una parte del cosmos, o en palabras de López Luján: “una
sinécdoque material, es decir, la significación del todo por la parte: el mundo
acuático de los tlaloque por la presencia de arena marina”.53 Es decir que, a
partir de la incorporación de algunos elementos vinculados con la sacralidad
que rebasa los límites de lo humano, en este caso centrándose en los objetos
propios de la costa, la presencia de dichos dones provenientes de los márgenes
del mar tenían la intención de recrear una geografía sagrada, retroalimentando
así el enlace fundacional con las entidades creadoras al recrear sus moradas en
un espacio ritual construido por los seres humanos para obtener su favor.
También en el área maya nos encontramos con expresiones cultuales
preservadas en los materiales arqueológicos. Emiliano Melgar Tísoc describe con
puntualidad las ofrendas encontradas en Oxtankah, Quintana Roo, y apunta que
hay al menos dos tipos.54 Las primeras son las
dedicadas a los dioses patrones de la pesca, a quienes se hacían depósitos de
“artes de pesca” (como redes y arpones), con los cuales se pedían buenas
capturas, y “la población de restos de fauna marina”, retribución a las deidades
por los productos. El otro tipo de dones se hacían a los dioses marinos, siendo
los corales y moluscos depositados la evocación del mar, “el mejor
representante del exuberante inframundo acuático maya”.55
En el sentido de la labor de búsqueda y encuentro de los objetos
sagrados para incorporarlos al pensamiento ritual mesoamericano, creo que es
importante mencionar que tanto para la extracción de elementos acuáticos o
fauna marina, o bien para hacer los depósitos rituales, era importante contar
con personas especializadas en sumersiones prolongadas, cuya representación se
encuentra ya presente en los vestigios murales del enorme centro político
teotihuacano; es decir, desde por lo menos 1000 años antes de las guerras de
conquista europeas. En la pintura mural de Teotihuacan se puede apreciar a una
persona en un espacio acuático, recolectando lo que parecería ser una clase de
bivalvo (Fig. 5). Para el Posclásico
Tardío, en la Historia de las indias…, del dominico fray Diego
Durán, encontramos referencia a buzos, que se habían sumergido en una acequia
para tratar de localizar una piedra que habría de funcionar como temalacatl.56 Con lo anterior me
interesa precisar que, en efecto, había personas que desarrollaban dicha
práctica con el fin de hacer búsqueda y extracción de objetos del agua.
Reproducido bajo la
licencia CC BY-NC-ND 4.0. Disponible en: https://mediateca.inah.gob.mx/islandora_74/islandora/object/mural:143
Figura 5.
Mural teotihuacano con representación de
buzo extrayendo lo que aparenta ser un bivalvo. “Los Buzos” en Mediateca inah.
En línea. Disponible
en http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000169486&page=1
Figura 6.
Ilustración que acompaña la narración de
fray Diego Durán sobre la búsqueda del temalacatl “Historia de las Indias de
Nueva España e Islas de Tierra Firme”, en Biblioteca Digital Hispánica.
Asimismo, y para finalizar este apartado trazando una relación de las
fuentes prehispánicas y del periodo virreinal temprano con la experiencia
etnográfica reciente, esta actividad ritual y económica entre los grupos
humanos próximos al mar es central como un acto de frontalidad e intercambio
con lo sagrado, como es posible notar entre los pescadores de la costa de
Bluefields, en Nicaragua, quienes realizan depósitos rituales con el fin de
obtener buenos resultados en sus actividades, prosperidad y salud.57 Para ello se desarrollan
rituales complejos, en donde los depósitos de las ofrendas son acompañados de
plegarias. Una muestra es la petición que se hace al mar antes de pescar, en la
que se arrojan flores blancas, al tiempo que se pide permiso y una buena
captura.58 Otro ejemplo es el
depósito que se hace de collares de plátanos secos en los arrecifes, los cuales
servirán a modo de alimento para los seres que protegen las aguas costeras.59 Asimismo, el rito de
paso desarrollado entre los pescadores de Cabo Rojo, Veracruz, que ya fue
mencionado, se concluye con una ofrenda al mar, la cual consiste en derramar la
sangre de la mano del joven que será iniciado, al tiempo que se le dice “ahora
ya eres parte de la naturaleza y cumplirás como hombre con tus quehaceres”, lo
que se hace con el fin de formar un lazo entre la persona y el espacio de
trabajo.60
Consideraciones
finales
El mar
descrito por los manuscritos virreinales tempranos fue concebido de dos formas simultáneas:
como lugar mítico o sagrado que fue un componente-objeto principal de la
creación del mundo y del ser humano, y como una casi inagotable fuente de
recursos y medio para el comercio.
El
considerable impacto visual del mar ante los ojos humanos no pasó desapercibido
en algunas de las grandes obras que versan sobre el pasado indígena y el
proceso de dominación castellana. En la obra del fraile dominico Diego Durán,
por ejemplo, se encuentra una interesante escena donde se muestra la costa y
los cerros: se observa un navío español anclado mar adentro y a la espera de
una canoa, posiblemente enviada para investigar la orilla. Sobre un árbol, un
indígena espía a los extraños mientras los señala.
Los tlacuiloque que
colaboraron con Sahagún para ilustrar el Códice Florentino dibujaron
una escena marítima, a manera de portada, para el Libro XII (disponible en:
https://www.loc.gov/resource/gdcwdl.wdl_10096_001/?s-t=gallery.
La imagen no
tiene color, en ella se aprecian las aguas oceánicas y cuatro navíos, mientras
que en la costa se ve a un grupo de hispanos desembarcando y bajando
provisiones junto con algunos animales: un buey, un carnero, puercos, caballos
y un perro. A un costado se observa a una mujer, posiblemente Malintzin, que
habla con otro indígena, mientras un soldado sentado escribe sobre una foja de
papel que sostiene con las manos; sobre el agua se percibe la representación de
un arcoiris que contrasta significativamente con el resto del paisaje.61
Desde luego no
podemos pasar por alto que el proceso de dominación castellana tuvo un
considerable efecto en las concepciones mesoamericanas sobre el mar, pero ello
no implicó la desaparición absoluta de los sistemas culturales previos, ya que
en las narrativas de los manuscritos que dan testimonio de los procesos de conquista
encontramos espacios para ciertas continuidades. Es decir, por una parte,
aunque la concepción cosmogónica del mar fue combatida mediante la
evangelización creacionista del génesis bíblico, esta
narrativa no dejaba de tener trazos de semejanza con los mitos mesoamericanos
donde el agua fungía como elemento primigenio y espacio de destrucción, pero
también de creación y sustento (tal y como acontece durante el pasaje del arca
de Noé y la protección a su descendencia con alimentos de la fauna marina).
En línea. Disponible
en https://www.loc.gov/resource/gdcwdl.wdl_10096_001/?st=gallery
Figura 7.
Portadilla del Libro XII de la “Historia
General de las Cosas de la Nueva España- Códice Florentino”, de Fray Bernardino
de Sahagún. en Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos de América.
Sin embargo, y a pesar de las similitudes, “las viejas creencias” se
sostuvieron mediante un complejo entramado simbólico que sumó los arcos míticos
cristianos, forjando espacios escriturísticos mediante los cuales reinventó
discursividades para explicar los procesos de existencia humana. El mar, ese
espacio clave en el que las deidades cimentaron el todo universal, y en donde
la narrativa de los autores dejó de distinguir entre los elementos
mesoamericanos y los cristianos europeos, fusionándolos en una historia única
de una sola humanidad.
Por otra parte, la dimensión pragmática del espacio marítimo sí tuvo
continuidad. Recordemos que el mar fue un escenario importante durante la
conquista, ya que éste fue el rumbo de llegada de los hispanos, situación que
dio pie a la controversia entre la posible naturaleza humana o divina de los
extranjeros; además, el mar mantuvo su papel como medio de comercio, que ahora
se extendía hasta un continente lejano, y fue la única vía de conexión física
entre la Nueva España, España y el intrigante contacto con las sociedades
asiáticas.
Debe ser mencionado que en la actualidad muchos pueblos pescadores,
“trabajan exclusivamente en el mar y con el mar, y esta relación e
interrelación permanente genera más que un vínculo laboral, pues da pie a
ideologías, mitologías e identidades, que recaen en una cultura propia: la del
mar, la del pescador con un sentido de colectividad, un lenguaje común, y
formas de vida”.62 Estudiar a los
actuales pueblos costeros, como lo hace Roberto Reynoso Arán, podría arrojar
nuevas pistas en torno a las maneras en que se pensó al mar previo a la llegada
de los españoles, y las transformaciones que se dieron posterior a la
conquista.
Como último eje de análisis, también debemos tener ciertas precauciones
en torno a las generalidades que pudieran opacar las representaciones de los
pueblos de las costas, probablemente mucho más cercanas al complejo simbólico
del mar, sus riesgos y sus bonanzas. Sin lugar a dudas debe darse continuidad y
sistematizar los estudios en torno a la documentación virreinal temprana, e
inclusive arqueológica, respecto a regiones en donde se ha demorado el estudio
de los procesos culturales prehispánicos próximos a las costas y a las cuencas
hidrológicas mesoamericanas. Resulta imperante descentralizar nuestras miradas
para acceder a otros esquemas míticos de los que resulten otras voces
explicativas que denoten la diversidad mesoamericana y proseguir con los
puentes discursivos para así retro-alimentarnos en la reestructuración del
modelo mesoamericano y retroalimentar los enfoques en los que se leen e
interpretan los manuscritos virreinales tempranos, la incorporación analítica
cuidadosa de las fuentes prehispánicas y los cautelosos criterios con los que se
incorporan los cruces con la información etnográfica. De ello resultará un
diálogo que diversificará la propuesta del mar frente a los ojos humanos, ya
que sus miradas también resultan inagotables a la luz de otro mar: el de la
creatividad y profunda cosmogonía historiable de los pueblos originarios.
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NOTAS
1
Agradezco a Jhonnatan Zavala y a Carlos
Galaviz por su apoyo en este trabajo; asimismo, a Jimena Rodríguez, de la
Universidad de California en Los Ángeles, por invitarme a pensar sobre este
tema.
2
Alfredo
López Austin, “Sobre el concepto de
cosmovisión”, 26.
3
Julio
Glockner, “Conocedores del tiempo:
los graniceros del Popocatépetl”, 302.
4
La conceptualización de una cosmovisión
mesoamericana parte de discusiones y polémicas académicas que a lo largo de las
últimas décadas han colocado al centro la relación seminal que estructura y
explica lo humano y su espacio habitado, particularmente con el agua y la
tierra, vinculando en estos procesos de significación a la agricultura
practicada en esta súper-área cultural. Esta importante relación se expresa en
la identificación de sistemas políticos, religiosos y económicos que han tenido
procesos de cambio diferenciados a través del tiempo en las diversas subáreas
que componen el modelo mesoamericano, de los cuales se puede dar cuenta a
través de “nodos de creencias y prácticas”, a partir de la interpretación de
documentos arqueológicos, históricos, etnohistóricos, lingüísticos y
etnográficos. Véase Andrés
Medina Hernández, “La cosmovisión
mesoamericana: la configuración de un paradigma”, 52-120.
5
Cédric
Becquey, “Artes gráficas mayas
precolombinas: consideraciones semióticas sobre el continuo escritura-imagen”,
151-158.
6
Mónica
Chávez Guzmán, Amarella Eastmond Spencer y Miguel Güemes Pineda. “El agua en la cosmología maya yucateca a través del
tiempo”, 87-118; Joel
F. Eudefroy y Edith Montesinos Pedro,
“La casa del agua y el control de la lluvia en Santiago Tilantongo, Nochixtlan,
Oaxaca, México”, 229-258; Stan
Declercq, Los cautivos del
espejo de agua. Signos de ritualidad alrededor del manantial Hueytlílatl, Los
Reyes, Coyoacán.
7
Medina
Hernández, “La cosmovisión
Mesoamérica: una mirada desde la etnografía…”, 155.
8
Declercq, “Tlillan o el ‘Lugar de la negrura’, un espacio sagrado
del paisaje ritual mesoamericano”, 67-110.
9
Guilhem
Olivier, “Mixcóatl y las saetas primigenias:
de los dioses flechadores al ‘origen de la vida breve´”, 55-58.
10
Emiliano
R. Melgar Tísoc, “La tecnología
marítima prehispánica en los contactos intraoceánicos Andes-Mesoamérica”,
17-19.
11
López
Austin, “Notas sobre la fusión y
fisión de los dioses en el Panteón Mexica”, 75-87; Rocío Cortés, “¿Dónde está
Tlaloc? Edificación real y simbólica del imperio en fuentes escritas y
materiales”, 341-362; Sergio
Botta, “De la tierra al territorio.
Límites interpretativos del naturalismo y aspectos políticos del culto a
Tláloc”, 175-199; Johanna
Broda, “El agua en la cosmovisión
de Mesoamérica”, 13-27.
12
Bernardino
de Sahagún, Historia
general de las cosas de Nueva España, 3: 34.
13
Sahagún, Historia general de las cosas..., 3:
1134-1135.
14
Silvia
Limón Olvera, El fuego
sagrado. Simbolismo y ritualidad entre los nahuas, 180.
15
Yuribia
Velázquez Galindo y Hugo Rodríguez González, “El agua y sus significados: una aproximación al mundo de
los nahuas en México”, 80. El mito fue recuperado por estos autores entre
pobladores nahuas de Xicotepec, estado de Puebla, en 2003.
16
Velázquez
Galindo y Rodríguez González, “El
agua y sus significados…”, 80.
17
Élodie
Dupey García, “Cosmología y color
en las tradiciones náhuatl y maya del Posclásico”, 186-192.
18
López
Austin, “Homshuk, Análisis temático
del relato”, 264.
19
Luis
Reyes García y Dieter Christensen, El
anillo de Tlalocan. Mitos, oraciones, cantos y cuentos de los Nawas actuales de
los Estados de Veracruz y Puebla, 68-69.
20
Sahagún, Historia general de las cosas..., 3: 344.
21
Limón
Olvera, El fuego sagrado.
Simbolismo y…, 180.
22
Patrick
Johansson, “Ilhuicaatl
‘agua-cielo’. El mar en la cosmovisión nahua prehispánica”, 27.
23
De Sahagún, Historia general de las cosas…, 50; Diego
Durán, Historia de las
Indias de Nueva España e islas de tierra firme, 1: 173.
24
Johansson, “Ilhuicaatl ‘agua-cielo’…”, 50.
25
Danièle
Dehouve, Antropología de lo
nefasto en comunidades indígenas, 150.
26
Dehouve, Antropología de lo nefasto…, 125.
27
En todo momento debemos considerar que el
concepto de Historia entre los grupos mayas difiere totalmente de la concepción
occidental, pues para los indígenas mesoamericanos las creencias míticas y los
sucesos netamente históricos se conjugaban en una misma realidad. Elena
Sotelo Santos y María del Carmen Valverde, “Historiografía maya de tradición indígena (siglos
XVI-XIX)”, 134.
28
Historia
de los mexicanos por sus pinturas, 230-231.
29
Popol
Vuh, 23.
30
Sahagún, Historia general de las cosas…, 3: 3.
31
Memorial
de Sololá, 39.
32
Leyenda
de los soles, 119-120.
33
Popol
Vuh, 30-32.
34
Popol
Vuh, 23.
35
Melgar
Tísoc, “El mar entre los mayas
prehispánicos: cualidad de las aguas y su simbolismo”, 79.
36
Popol
Vuh, 24.
37
Simonetta
Morselli Barbieri, “El Título de
Totonicapán: Consideraciones y comentarios”, 70.
38
El Título de Totonicapán, 172.
39
El Título de Totonicapán, 173.
40
López
Austin, Cuerpo humano e
ideología. Las concepciones de los antiguos nahuas, 1: 74.
41
Limón
Olvera, El fuego sagrado…,
180-181.
42
Olivier, Tezcatlipoca. Burlas y metamorfosis de un dios
azteca, 396.
43
Melgar
Tísoc, “El mar entre los mayas
prehispánicos…”, 81.
44
Melgar
Tísoc, “El mar entre los mayas
prehispánicos…”, 85.
45
Melgar
Tísoc, “El mar entre los mayas
prehispánicos…”, 78.
46
Manuel
A. Hermann Lejarazu, “Viaje a la
Casa del Sol. Tránsito por el inframundo y el Cielo”, 61.
47
Hermann
Lejarazu, “Viaje a la Casa del
Sol…”, 61.
48
Hermann
Lejarazu, “Viaje a la Casa del
Sol…”, 61.
49
Roberto
Reynoso Arán, “Para una etnografía
en altamar”, 120-121.
50
Reynoso
Arán, “Ritualidad, naturaleza y
cosmovisiones en altamar: un recorrido por la costa norte de México, las aguas
de la vida”, 46-47.
51
Reynoso
Arán, “Ritualidad, naturaleza y
cosmovisiones en…”, 46-47.
52
Leonardo
López Luján, Las ofrendas
del Templo Mayor de Tenochtitlan, 193.
53
López
Luján, Las ofrendas del
Templo Mayor…, 193.
54
Melgar
Tísoc, “Ofrendas dedicadas a la
pesca y al mar en Oxtankah, Quintana Roo”, 105.
55
Melgar
Tísoc, “Ofrendas dedicadas a la
pesca…”, 108.
56
Durán, Historia de las Indias de…, 1: 557.
57
Reynoso
Arán, “El agua, expansión de la
vida en Bluefields, Caribe Nicaragüense”, 48.
58
Reynoso
Arán, “El agua, expansión de la
vida...”, 48.
59
Reynoso
Arán, “El agua, expansión de la
vida…”, 48.
60
Reynoso
Arán, “Ritualidad, naturaleza y
cosmovisiones en altamar…”, 46.
61
Diana
Magaloni Kerpel, “Albores de la
Conquista. La historia pintada del Códice Florentino”, 73.
62
Reynoso
Arán, “Donde aún existe el Mar:
sistemas bióticos rituales en el Golfo de México y el Mar Caribe, las aguas de
la vida”, 30.
Semblanza
Clementina Lisi Battcock Doctora en Historia por la
Universidad Nacional Autónoma de México y Profesora - Investigadora de la
Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e
Historia (INAH). Co-coor dina el Proyecto Crónica Mexicana (Universidad Senshu,
Japón / INAH), además de los titulados Textos, voces e imágenes para la
Historia (Memórica, México, haz memoria - Archivo General de la
Nación) y Los puentes ocultos: Maíz y cacao entre Américas e Italia,
con la Universidad Libre en Lengua y Comunicación, Milán, Italia. Es miembro
nivel II del Sistema Nacional de Investigadores del Consejo Nacional de Ciencia
y Tecnología del Gobierno de México y ha publicado en revistas publicadas en
Alemania, Argentina, Brasil, España, Estados Unidos, Italia, Japón, Francia y
Perú. Recientemente coordinó el libro Manuscritos mexicanos perdidos y
recuperados (2019) y publicó el libro de autoría personal La
Guerra entre Incas y Chancas. Relatos, sentidos e interpretaciones. Su
último libro Las mujeres en el México antiguo: Las que hilan, legitiman
y renuevan (2021), trata el tema de la representación de la mujer en
el Altiplano Central Mesoamericano.
https://nierika.ibero.mx/index.php/nierika/article/download/579/681?inline=1








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