jueves, 9 de octubre de 2025

 

LA CATEDRAL GÓTICA

Miniatura de la biblia moralizada de «Dios como el arquitecto del mundo», folio I verso, París h. 1220–1230. Tinta, témpera, y pan de oro sobre vitela 1' 1½" × 8¼". Osterreichische Nationalbibliothek, Viena 2554. Dios forma el universo con la ayuda de un compás. Dentro del círculo perfecto ya creado están el sol y la luna, esféricos, y la materia informe que se convertirá en la Tierra una vez que Dios aplique los mismos principios geométricos. Una vista de la Tierra influida por la antigua geometría griega y los iconos de la Iglesia ortodoxa.

https://es.wikipedia.org/wiki/Biblia_moralizada

Hablamos de la Edad Media como de una época de fe. En los últimos decenios la historia de las ideas ha dado a esta expresión un significado más preciso al poner en claro el grado en que la fe y la doctrina dejaron su huella sobre todos los aspectos del pensamiento medieval, tanto del pensamiento científico como del metafísico.

         ¿Puede hallarse esta misma influencia en el arte medieval y, en caso afirmativo, podemos definir el modo en que la experiencia cristiana afectaba a la visión, y quizás incluso a la técnica, del artista de la época? Los escritores de la Edad Media derivan las normas de la belleza y las leyes que deben gobernar la creación artística de los valores inmutables de un orden transcendente. ¿Son tales declaraciones piadosos lugares comunes, mera teoría que permaneció alejada totalmente de la práctica de taller y de la experiencia viva de una obra de arte? ¿O fueron las manos de los que crearon las obras maestras del arte medieval guiadas verdaderamente por la visión teológica? Y, si es éste el caso, ¿Podemos llegar a determinar, trabajando con los poco adecuados instrumentos de la investigación histórica y teniendo ante nosotros el conciso testimonio de las fuentes medievales, la clase de cooperación que existía entre el teólogo y el artista? Cuanto más estudiaba el arte medieval, tanto más indispensable me parecía hallar unas respuestas a las preguntas que acabo de exponer. Y estas preguntas son especialmente oportunas para llegar a comprenderla arquitectura religiosa.

         Aunque consideráramos solamente el sistema arquitectónico de la catedral cometeríamos un error al verla como una obra de arte “no objetivo en el estricto y moderno sentido del término. Como hemos de ver, la catedral se proyectaba como una imagen, y como tal se pretendía que se entendiera. Pero es cierto, sin embargo, que la arquitectura religiosa representa la realidad de la que es símbolo o imagen de una manera radicalmente distinta de la de la pintura o la escultura. La arquitectura no es la imagen de unos objetos que nuestra vida puede hallar en la naturaleza; no posee un contenido que podamos distinguir del estilo arquitectónico. Por esta misma razón, el efecto de las ideas sobre la vida de las formas artísticas es, en mi opinión, aún más directo en la arquitectura que en las demás artes., los orígenes del gótico sólo pueden entenderse como la respuesta particularmente sensible de la forma artística a la visión teológica del siglo XII.

 

Introducción

Este ensayo trata de entender la arquitectura gótica como una imagen, como la representación, más exactamente, de la realidad sobrenatural. Para los que proyectaban las catedrales, así como para sus contemporáneos que oraban en ellas, este aspecto o función simbólica de la arquitectura religiosa eclipsaba a todos los demás. Para nosotros, ese aspecto se ha convertido en el más difícil de comprender.

         La expresión catedral gótica evoca en todos nosotros una imagen mental tan clara y definida como la que pueda producir cualquier otra clase de edificios. Ningún otro monumento de una cultura radicalmente diferente de la nuestra participa tanto de la vida contemporánea como la catedral. Esa posible que no sintamos más próximos a la civilización medieval que a la Grecia o el Egipto antiguos; de hecho, nuestro mundo moderno nació como una rebelión contra el orden intelectual de la Edad Media. Sin embargo, las catedrales góticas, que son la expresión de ese orden, se conservan intactas y siguen utilizándose hoy en día: no son la ruina romántica de un pasado irrecuperable, sino que siguen siendo el centro de casi todas las poblaciones europeas y también, en discutibles imitaciones, de muchas ciudades norteamericanas.

         Al mismo tiempo hemos llegado a una curiosa situación de ceguera frente a las catedrales. El gótico se ha convertido en algo convencional debido a que las catedrales han sido accesibles durante demasiado tiempo. La visión que originalmente puso a prueba los recursos materiales, el ingenio técnico y la consumada capacidad artística de toda una época se halla convertida, desde hace ya mucho tiempo, en lugar común de la respetable edificación de iglesias y en objeto de clasificación arqueológica.

         Esta afirmación puede parecer exagerada e incluso falsa. Los templos góticos de Francia emocionan a los millares de personas que los visitan todos los años y los estudios eruditos realizados a lo largo de un siglo nos han dado penetrantes visiones de los aspectos estéticos y y constructivos de la arquitectura gótica. Pero, sin embargo, ni la definición exacta ni la apreciación sensible del estilo y de la traza llega a explicar verdaderamente las catedrales. ¿Qué experiencia inspiraban estos grandes santuarios en las personas que oraban en ellos? ¿Y qué tema deseaban comunicar las que los construyeron? Lo mejor será que sean dos testigos medievales quienes den respuesta a estos interrogantes.

         En 1130 tuvo lugar la consagración de la nueva cabecera de la catedral de Canterbury. La ceremonia, a la que asistieron el monarca y todas las jerarquías de su reino, les pareció a los hombres de la época más significativa que ninguna otra de su clase “desde la consagración del Templo de Salomón”. Los reunidos cantaron el salmo litúrgico que reza: “Impresionante es este lugar. En verdad, esta es la casa de Dios y la puerta del Cielo, y será llamada la corte del Señor”. Al oír estas palabras, y dirigiendo la vista hacia la nueva cabecera, que en esos momentos se hallaba encendida con innumerables luces, el rey Enrique I juró “por la muerte de Dios”, su juramento real, que él [templo] era en verdad impresionante”. 1

         Esta observación fue provocada por la contemplación de una de las grandes obras maestras de la arquitectura de la época y resume la impresión que aquélla causara no sólo en el rey, sino también en sus contemporáneos. La catedral era la casa de Dios, entendiéndose esta expresión no como un gastado lugar común, sino como una temible realidad. La Edad Media vivía en presencia de lo sobrenatural, que se grababa sobre todos los aspectos de la vida humana. El templo era el umbral del paraíso. En la admiración de su perfección arquitectónica, las emociones religiosas eclipsaban a la reacción estética del que lo contemplaba. Y no otra cosa ocurría en los que construían las catedrales.

         Catorce años después de consagrarse la de la catedral de Canterbury se consagró otra cabecera cuya significación hace época en la historia de la arquitectura. Se trataba de la cabecera de la abadía francesa de Saint-Denis, el edificio que se convirtió en prototipo de las catedrales góticas. El responsable de su construcción, el abad Suger, percibió la importancia de lo que había hecho he intentó definir su significado para que sus contemporáneos y la posteridad se beneficiaran de ello. Con este fin escribió un tratado en el que describía el nuevo edificio e interpretaba los elementos fundamentales de su traza. Esta pequeña obra, única en su clase, tiene un valor inestimable para los que tratamos de comprender la arquitectura gótica. Y sin embargo, en el sentido que se da a esta expresión en la moderna crítica de arte, es todo menos un análisis estético. En sus primeras páginas el autor despliega ante nosotros una visión mística de la armonía que la razón divina ha instaurado en todo el cosmos.  El tratado acaba con el relato de la ceremonia de consagración, que Suger había dispuesto con calculado esplendor y que él mismo describe ahora como un espectáculo en el que parecieron unirse el cielo y la tierra, las huestes angélicas del cielo y la comunidad humana del templo.

         ¿Y qué lo que la iglesia de Suger tiene que ver con estas dos visiones? Es evidente que la iglesia se concibe como imagen de ambas. Todas las palabras de la interpretación de Suger van dirigidas a acabar con ese sentimiento mismo de despego que es característico de la contemplación puramente estética, y a conducir a los que visitan el nuevo templo a la experiencia religiosa que al propio Suger le había sido revelada en el arte.

         Esta actitud hacia la arquitectura religiosa difiere notablemente de la nuestra. Ambos testimonios, el primero de un visitante de un templo medieval, y el segundo del responsable de la construcción de otro, se complementan entre sí e indican que claramente que para el hombre medieval la catedral significaba lo que no significa para nosotros. Como “símbolo del reino de Dios sobre la tierra”, la catedral miraba desde la altura a la ciudad y a sus habitantes, situándose por encima de todos los demás intereses de la vida de la misma manera que se situaba por encima de todas sus dimensiones físicas. ¿Cuál era, entonces, la visión en la que la catedral tenía su origen y cuál era exactamente la relación existente entre esa visión y la forma gótica? Tenemos que ver que es lo que distingue la actitud medieval ante el arte de la ciudad de nuestro tiempo.

         Para definir tal diferencia, el camino más sencillo es el de recordar el cambio experimentado en el significado y la función del símbolo. Para nosotros, el símbolo es una imagen que confiere significado poético a la realidad física. Para el hombre medieval, el mundo físico tal como nosotros lo entendemos no tiene realidad excepto como símbolo. Pero incluso el término “símbolo” es engañoso. El símbolo es para nosotros, la creación subjetiva de la imaginación poética; para el hombre medieval, lo que nosotros llamaríamos símbolo es la única definición de la realidad que es objetivamente válida. Nosotros hallamos necesario reprimir el instinto simbólico si queremos comprender el mundo como es más que como parece ser. El hombre medieval concebía el instinto simbólico como la única guía fiable para llegar a tal comprensión. Máximo el Confesor, llega a definir lo que él llama “visión simbólica” como la capacidad de aprehender, en el interior de los objetos de la percepción sensorial, la realidad invisible de lo inteligible, realidad que se halla situada más allá de ellos.

         Como es lógico, cada visión del mundo atribuirá a la actividad y experiencia artísticas muy diferentes funciones. El pensamiento moderno le ha cortado al símbolo, a la imagen, todas sus amarras metafísicas; para Nietzsche el arte es una mentira, el producto de la voluntad heroica del artista de “huir de la verdad” y de crear esa ilusión que es lo único que hace llevadera la vida. La Edad Media percibía la belleza como el splendor veritatis; la imagen no se percibía como ilusión, sino como revelación. El artista moderno es libre para crear; solamente le pedimos que sea sincero consigo mismo. Pero el artista medieval se hallaba comprometido con una verdad que trascendía la existencia humana. Los que contemplaban su obra la juzgaban en tanto que imagen de esa verdad, y de ahí la tendencia medieval a alabar o condenar una obra de arte en términos de lo absoluto de la experiencia religiosa.

         Este criterio era válido, sobre todo, para la arquitectura religiosa. En el espacio delimitado de sus muros. Dios en persona se hallaba misteriosamente presente. El templo medieval era la imagen del cielo. Y como tal lo describen tanto el rey Enrique I como el abad Suger.

         La época gótica fue, como se ha señalado con frecuencia, una época de visión. Lo sobrenatural se hacía manifiesto en los sentidos. Santa Hildegarda de Bringen escribió una singular y platonizante interpretación del cosmos que tanto ella como sus contemporáneos (incluyendo al Papa y a San Bernardo de Claraval) creyeron que le había sido revelada, por Dios. El abad Suger estaba convencido de que la traza de su iglesia había sido inspirada por una visión celestial. En la vida religiosa de los siglos XII y XIII aparece como motivo dominante el deseo de contemplar la verdad sagrada con los ojos corporales 2. La arquitectura se proyectaba y se experimentaba como representación de una realidad última. Más, ¿en qué sentido era una imagen de esa realidad? La respuesta de la edad Media a esta pregunta es esencial para nuestra comprensión del pensamiento y del arte medieval.

         A lo largo de más o menos la última década los estudiosos y críticos se han venido interesando de forma creciente por la significación simbólica de la arquitectura religiosa 3. Como en la época gótica en general se interpretaba como una época de incipiente “realismo” 4, la catedral gótica se describía como una “imagen ilusionista” de la Ciudad Celestial tal y como ésta se halla evocada en el Apocalipsis.

         El pensamiento medieval se preocupó por la naturaleza simbólica del mundo de las apariencias. Por todas partes, lo visible parecía reflejar lo invisible. Y lo que hacía posible esa coordinación de las dos esferas no era la ingenua caracterización de lo invisible con los atributos de los fenómenos sensoriales, sino más bien la relativa indiferencia del hombre medieval ante la apariencia sensorial de un objeto cuando lo que él perseguía, fuera teólogo, artista o científico, era comprender su naturaleza. Esta tendencia hacia la abstracción es tan patente en el arte como el pensamiento de la Edad Media.

         Especificando más diríamos que el vínculo que conecta el imponente orden de la arquitectura gótica con una verdad trascendente no es, sin duda, el de la ilusión óptica. Si lo fuera, el templo no podría haberse entendido como una imagen de Cristo, e incluso, como en la hermosa metáfora de San Buenaventura, de la santísima Virgen 5. El modo en que la imaginación medieval forjaba los símbolos de sus visiones se nos revela, quizás con mayor claridad que en la imaginería convencional de la iconografía cristiana, en los singulares dibujos mediante los que un clérigo de Aviñón, Opicino de Canistris, trató de representar el cosmos cristiano. Cuando representa la iglesia universal como “edificium templi Dei”, fusiona la alegoría femenina de Ecclesia con un dibujo geométrico que se asemeja mucho a la planta de una iglesia y que nos ayuda a entender cómo concebía el pensamiento medieval la relación simbólica entre el templo y la forma humana 6. Opicino era un excéntrico, y sus dibujos apenas pueden aspirar a la categoría de obras de arte. He intentado no sólo indagar en la significación de la catedral gótica cómo símbolo, sino también recobrar el proceso por el cual el instinto simbólico transformaba la visión en forma arquitectónica.

         El autor hacer frente a la objeción de que lo que describe como principales aspectos del primer arte gótico no responde como definición adecuada a lo que estamos acostumbrados a llamar gótico, a esa tradición estilística cuya existencia perduró, con innumerables ramificaciones en escuelas regionales, durante más de tres siglos después de terminarse Notre Dame de Chartres. La catedral de la segunda mitad del siglo XII –periodo que aún posee tantas manifestaciones románicas-, ¿puede considerarse realmente como la encarnación del gótico tal como lo mantiene en la presente obra?

         Puede responderse a esta objeción mediante una observación general. La vida de las formas artísticas está regida por dos principios contrapuestos; uno creativo y original, el otro sujeto por la tradición y conservador.

         Un eminente historiador del arte español, J. Puig y Cadafalch, explicó en su momento este fenómeno en términos de la analogía existente entre estilo y lenguaje. Ambos son medios a través de los cuales una cultura se expresa así misma durante varias generaciones, hecho éste que explica el carácter estático y retardatario por el que la imaginería de las lenguas y los estilos artísticos tienden a limitar el campo creativo del artista y del poeta. Esta duradera matriz se rompe solamente cuando una experiencia universal recibe expresión de manos de un gran artista o de un gran poeta. En esos casos, como ha señalado T.S. Eliot, el poeta crea un nuevo lenguaje, y el artista un nuevo estilo. Tanto en el lenguaje como en el arte, esos son los momentos creativos, cuando ambos se convierten en símbolos de la vida dotados de significado transparente. Pero el gran poeta o el gran artista tienen discípulos, y los ecos de su voz van a oírse durante los siglos siguientes.

         En ningún otro arte tiene tanta fuerza el elemento tradicional como en la arquitectura religiosa, obra de comunidades enteras y a menudo de generaciones. En ella una visión nueva y creativa puede alcanzar, en su impacto formativo sobre la sociedad, la categoría de acto de estado. Pero por esta misma razón tal visión habrá de luchar con la particular resistencia de las tradiciones arraigadas, así como con las limitaciones y recursos materiales de ese momento concreto.

         Una vez creado, el gótico se convirtió en el idioma conservador de la arquitectura cristiana en todo el mundo occidental. En este idioma, con sus dialectos locales, es en lo que pensamos cuando hablamos del gótico. La catedral gótica se originó en la experiencia religiosa y la especulación metafísica, en las realidades políticas e incluso materiales de la Francia del siglo XII y en el genio de los que la crearon.

 

La traza gótica y el concepto medieval de orden

La forma gótica

¿Qué es el gótico? El rasgo decisivo del nuevo estilo no es la bóveda de crucería, ni tampoco el arco apuntado o el arbotante. Todos ellos son medios de construcción (creados o preparados por la arquitectura pregótica), pero no fines artísticos. Los maestros de la escuela angevina manejan la bóveda de crucería con una destreza que no superan sus contemporáneos góticos, y sin embargo a las grandes iglesias, del siglo XII, de Angers o Le Mans no las llamaríamos góticas. La gran altura tampoco es el aspecto más característico de la arquitectura gótica. Y quien haya estado en lo que se conserva de la gran abadía de Cluny habrá advertido que ese efecto de enorme altura es justamente lo que los maestros góticos, al menos durante el primer siglo, se cuidaban deliberadamente de producir 7. Hay dos aspectos de la arquitectura gótica, sin embargo, que carecen de precedente y de paralelo: la utilización de la luz y una relación original entre la estructura y la apariencia.

         Por utilización de la luz entiendo más específicamente su relación con la sustancia material de los muros. En una iglesia románica, la luz es algo que se distingue de la sustancia pesada, sombría y tangible de los muros y que contrasta con ella. El gótico, el muro da la impresión de que fuera poroso: la luz se filtra a través de él, penetrándolo, fusionándolo con él. Y no es que los interiores góticos sean especialmente luminosos; de hecho, las vidrieras eran tampoco adecuadas como fuente de luz en una época posterior, y más ciega, muchas de ellas se vieron reemplazadas por “grisalla” o por ventanas blancas, de las que se obtiene hoy una impresión muy engañosa. Las vidrieras del gótico sustituyen a los muros vivamente coloreados de la arquitectura románica; estructural y estéticamente no son vanos abiertos en el muro para permitir que pase la luz, sino muros transparentes 8. Del mismo modo que la verticalidad gótica parece dar una dirección inversa a la fuerza de gravedad, así, por una paradoja estética similar, la vidriera niega en apariencia la naturaleza impenetrable de la materia, recibiendo su existencia visual de una energía que la traspasa. La luz que normalmente se ve ocultada por la materia, es aquí el principio activo; y la materia sólo es estéticamente real en la medida en que comparte la luminosidad de la luz y es por ella definida.

         Es en este definido aspecto, por lo tanto, en el que puede considerarse el gótico una arquitectura, diáfana 9. Durante el siglo que sigue a su aparición, este principio estético fue desarrollado con absoluta coherencia y llevado hasta sus últimas consecuencias. Pero la gradual ampliación de las ventanas no es, en sí misma, la manifestación más importante de este proceso. Ningún segmento del espacio interior podía permanecer en la oscuridad, sin ser definido por la luz. Las naves laterales, las tribunas (*) de encima de las, el deambulatorio y las capillas de la cabecera se hicieron más estrechas y menos profundas, mientras sus muros exteriores se veían traspasados por largas hileras de ventanas. Y al final del proceso parecen un fino y transparente revestimiento que rodea la nave central y la cabecera, mientras las ventanas, vistas desde el interior, pierden sus límites de definición, como si se fusionaran, vertical y horizontalmente, en una esfera continua de luz, en una zona de contraste luminoso detrás de todas las formas tangibles del sistema arquitectónico.

         Estos mismos principios los hallamos en juego incluso en los detalles: en el románico, el hueco de la ventana es un vano rodeado de un marco pesado y sólido; en la ventana gótica, los elementos sólidos de la tracería flotan, por así decirlo, en la superficie luminosa de la ventana, articulándose dramáticamente su dibujo por obra de la luz.

         El segundo rasgo sobresaliente del estilo gótico es la nueva relación que se establece entre función y forma, entre estructura y apariencia. En la arquitectura románica o en la bizantina la estructura es un medio necesario pero invisible para llegar a un fin artístico, y se halla escondida tras una ornamentación de pinturas o estucos. Cuando un escritor de principios de la Edad Media describe una iglesia, habla extensamente de sus pinturas, pero generalmente no dice ni una palabra acerca de su arquitectura 10. Y muchas veces todo el edificio no es, de hecho, más que un andamiaje para exhibir grandes frescos o mosaicos. Hay buenas razones para suponer que en el caso de la famosa iglesia de Saint-Savin la propia estructura llegó a modificarse en beneficio de los frescos 11. De la arquitectura gótica podría decirse exactamente lo contrario. La decoración se halla en ella subordinada al dibujo que forman los elementos estructurales, los nervios de las bóvedas y los fustes sustentantes, y el sistema estético se halla determinado por ellos. Con la llegada del gótico el arte del fresco decae. Se ha sugerido que su florecimiento se debió, en gran medida al menos, la imperfección técnica de la construcción románica, que las pinturas en los muros y en las bóvedas desaparecieron cuando se superaron las imperfecciones que debían taparse 12. Y Suger de Saint Denis llegó a gastar una gran cantidad de dinero en cubrir totalmente de frescos la vieja nave central de su iglesia, cuya fábrica se hallaba en mal estado 13.

            Pero el arte importante nunca es solamente la compensación de una ejecución o una técnica deficientes; además, el arte de construir estaba en las Edad Media, e incluso a principios de ella, mucho más perfeccionado de lo que durante largo tiempo se ha creído. Hasta el cantero carolingio desplegaba una técnica de ejecución muy perfecta allí donde era necesario, allí donde la fábrica quedaba al descubierto. Y dado que, no obstante, los muros se cubrían, en el interior del presbiterio al menos, con frescos o mosaicos, en estos lugares se utilizaba una técnica mucho más tosca 14.

            En la arquitectura gótica, por otra parte, la estructura del edificio adquiere una dignidad estética desconocida hasta entonces. La maravillosa precisión, por ejemplo, con que se cortaban todos y cada uno de los bloques y se colocaban en la bóveda gótica –sin dejar juntas irregulares que hubiera que ocultar- sugiere no solamente una técnica de ejecución perfecta, sino también un gusto nuevo y un aprecio del sistema tectónico 15, para el cual el románico, en general, parece no haber tenido ojos. La pintura moral gótica nunca oculta el esqueleto arquitectónico, sino que, más bien al contrario, lo subraya. Incluso las vidrieras se van sometiendo cada vez más, en composición y trazado, al dibujo del armazón de piedra y metal en que se hallan enclavadas 16.

            Es indudable que esta evolución no puede entenderse como se creía, como un triunfo del funcionalismo. La forma arquitectónica revela la función en la medida en que revela la verdadera interacción física de cargas y soporte. Tal interacción es muy manifiesta en el templo griego, y no lo es en absoluto en una iglesia bizantina. En la arquitectura gótica la situación es en cierta forma ambivalente, pues no es fácil determinar en ella si la forma ha seguido a la función o la función a la forma. Esto último parece pueda decirse realmente de los más notables elementos del sistema gótico, el nervio de bóveda y la responsión. Es cierto que las posibilidades estéticas del nervio de bóveda solamente se comprendieron y utilizaron a fondo una vez que los maestros góticos lo emplearan como un recurso técnico 17. Más un tipo de nervio “falso”, desprovisto de función práctica alguna, se utilizó con fines ornamentales bajo las bóvedas de cuarto de esfera de ábsides románicos, e incluso de ábsides romanos, antes de que los nervios se emplearan en el mismo lugar, como verdaderos soportes 18. De forma similar, las responsiones parecen surgir, en la arquitectura normanda, sin función estructural 19. Es más, ni los nervios ni las ni las responsiones son nunca puramente “funcionales”. Los nervios ayudan ciertamente a sostener la bóveda, pero no son de ningún modo tan indispensables como antes se pensaba 20. Las responsiones son tan frágiles que sin los muros sustentantes que hay entre ellas no se sostendrían así mismas, y muchos menos sostendrían la bóveda 21. La carga principal de ésta descansa, claro está, sobre los arbotantes, que desde el interior del edificio ni siquiera son visibles. Y, finalmente, hasta la forma de los elementos inequívocamente estructurales del sistema gótico se ve deliberadamente modificada, muchas veces a expensas de la eficacia funcional, por conseguir un cierto efecto visual. De este modo, nunca se deja ver el macizo espesor de muros y pilares; allí donde podría hacerse visible, como a través de los huecos de las arcadas de las tribunas, los tímpanos y las columnillas situados en ellos producen la ilusión, no de un muro, sino de una superficie delgada como una membrana. También en los soportes, su verdadero volumen se esconde, como si se desintegrase en ellos, tras haces de frágiles y altísimos fustes 22.

       

Abadía de Saint-Étienne, Caen, Nave Central (1064-1120)


Abadía de Saint-Étienne, Caen.

Adviértase la tendencia a ocultar y disolver el verdadero espesor de los muros y pilares mediante la multiplicación de los fustes y arcos mediante la colocación, en los vanos de la tribuna, de tímpanos sobre delgadas columnas.

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         Y, sin embargo, no podemos entrar en una iglesia gótica sin experimentar la sensación de que todos los elementos visibles de ese gran sistema tienen una función que cumplir. No hay muros, sólo soportes; la masa y la carga de la bóveda parecen haberse contraído en la vigorosa red de nervios. No hay materia inerte, sólo energía activa. Este universo de fuerzas no es, sin embargo, la manifestación desnuda de unas funciones tectónicas, sino la traducción de éstas a un sistema básicamente gráfico. Los valores estéticos de la arquitectura gótica son, en un grado sorprendente, valores lineales. Los volúmenes se ven reducidos a líneas, líneas que se nos presentan en precisas configuraciones de figuras geométricas. Los fustes expresan el principio de sustentación por la dinámica de sus líneas verticales. Los nervios representan los ángulos estáticamente importantes, aquellos en los que los dos “túneles” de una bóveda de arista se encuentran, pero n o son esenciales para el sostenimiento de ésta. Puede demostrarse, de hecho, cómo el nervio fue precedido y preparado por la tendencia del arquitecto a entender y dirigir los ángulos de una bóveda de arista, no como conjunción de superficies curvas, sino como intersección de líneas rectas. En este estadio intermedio, -a partir de 1080- ya no se deja que los ángulos describan las líneas sinuosas que ordena la bóveda, sino que disponen arbitrariamente para señalar una línea recta. Un elemento arquitectónico tan notable como es la bóveda de crucería es así en gran medida, no la causa, sino el producto del “grafismo” geométrico de la traza gótica. (23)

            No es necesario insistir en la abrumadora importancia de dicho elemento geométrico en también el medio a través del cual el arquitecto expresaba una imagen de las fuerzas estructurales reunidas en su edificio.

         “Su trazado -ha escrito Bony, con cierta libertad de interpretación de líneas del sistema gótico- “transcribe, con cierta libertad de interpretación, lo que está ocurriendo tras ellas y expresa lo que los arquitectos creían que era la estructura teórica del edificio. (24) En este sentido, sin embargo, el gótico es de verdad funcionalista, especialmente si lo comparamos con el románico (25). Y este “singular funcionalismo geométrico”, como quizás podríamos llamarlo, es aún más notable si recordamos la idea a la que el templo cristiano quiere dar expresión.

         La iglesia es, mística y litúrgicamente, una imagen del cielo (26). Los teólogos medievales insistieron en esa correspondencia en innumerables ocasiones. El autorizado lenguaje del ritual de consagración de una iglesia relaciona explícitamente la visión de la Ciudad Celestial, tal como está descrita en el Apocalipsis, con el edificio que se va a erigir. Como para subrayar esta significación simbólica del edificio de la iglesia, las Moradas Celestiales se representan alguna vez, en las representaciones del Juicio Final, que hallamos en las portadas románicas, en forma de basílica (Conques); y al pintor monástico, cuando ilustraba su manuscrito con un dibujo del cielo, “no se le ocurrió ninguna imagen más adecuada para esta visión que el ábside de una iglesia (27). En el templo románico esta significación simbólica está expresada por la representación monumental de Cristo en majestad, rodeado por su corte celestial, que generalmente decora el ábside, y a veces incluso por imágenes de la Ciudad Celestial. Tales imágenes sugieren el motivo espiritual del “anti funcionalismo” del arte románico y del bizantino; la experiencia mística que los frescos o los mosaicos van a ayudar a suscitar en los fieles es una experiencia allí representada va a hacernos olvidar que nos hallamos en un edificio de piedra y mortero, puesto que interiormente hemos penetrado en el santuario celestial (28).

            Un ejemplo particularmente llamativo de esta intención se da en la iglesia, de dos plantas, de Schwarzrheindorf: es el espléndido sepulcro de su constructor, Arnold de Wied, arzobispo de Colonia (m. en 1156). Mientras los frescos de la iglesia alta describen principalmente escenas procedentes del Apocalipsis, los de la iglesia baja están inspirados en la Visión de Ezequiel, la cual, siendo, en cierto aspecto un equivalente en el Antiguo Testamento del Libro de San Juan, contiene también una visión del cielo bajo la imagen de un edificio, es decir, de un templo. El ciclo pictórico de la iglesia baja de Schwarzrheindorf, uno de los más impresionantes de la Edad Media, pretende hacernos ver el templo entero como escenario de la vida escatológica de Ezequiel.

Santa María y San Clemente. Schwarzrheindorf: Luftaufnahme

https://en.wikipedia.org/wiki/Doppelkirche_Schwarzrheindorf

         Las cuatro secciones de la bóveda central, en torno al hueco octogonal que comunica la iglesia alta con la baja, contienen en cuatro escenas la visión del nuevo templo. La sección oriental muestra un edificio con aspecto de iglesia, cuyas puertas abiertas permiten ver en su interior a Cristo de pie, con la mano derecha alzada en actitud de impartir la bendición. La composición representa la puerta principal, por la que el Señor ha entrado a su templo (Ezequiel, 43 y s.) Una inscripción, “Porta Sanctuarii” o “Sanctuarium”, parece haber dado la explicación de este significado (29). El espectador no podía dejar de advertir que esta representación se hallaba sobre la entrada al presbiterio de la Iglesia desde el crucero. La escena designaba así parte del edificio como una imagen mística del santuario eterno del Señor, en la Jerusalén Celestial. (30)

 

Capilla superior pintada



Capilla inferior

         Estas grandes evocaciones pictóricas de la significación mística del edificio de la iglesia no tienen ya sitio en el templo gótico. En el interior de las catedrales, y también de las abadías, las imágenes ocupan ahora un lugar menos destacado. El maestro constructor se ha hecho mucho más importante que el pintor y nada estorba a la singular convergencia de valores estructurales y estéticos que alcanza el funcionalismo geométrico del sistema gótico. Tal convergencia parece que fue advertida y solicitada hasta por contemporáneos que no eran arquitectos. Hacia el 1200, un cronista da noticia del derrumbamiento de la torre del transepto de la iglesia del monasterio de Berveley. Y culpa de la desgracia a los arquitectos, a los que acusa de haber sacrificado solidez y resistencia de la construcción por el decor y una bella apariencia. Este juicio sugiere una conciencia del posible conflicto entre forma y función -así como de la necesidad de subordinar aquélla a ésta-, que nos parece “gótica”. En la arquitectura gótica, cualesquiera que pudieran ser sus defectos técnicos, la distinción entre forma y función, la independencia de la forma respecto de la función, han desaparecido. ¿Vamos a concluir que esta conquista artística señala, como antes se pensaba, el advenimiento de un espíritu más secular, una debilitación del impacto religioso sobre la imaginación del artista, y que la evolución de la traza gótica se inspiró en el significado escatológico del templo en menor medida que otros estilos medievales, o que el arquitecto gótico tenía menos interés en despertar tal significado? Desde un punto de vista histórico, ello es harto improbable. La arquitectura gótica se creó, a modo de enérgica respuesta a la demanda de una arquitectura especialmente armonizada con la experiencia religiosa, hecho éste que ha desembocado recientemente en un brillante y polémico intento de interpretar todos sus elementos importantes como representaciones casi literales de los rasgos de la Jerusalén Celestial tal como la describe San Juan (31).

            Claro es que tal interpretación tropieza con serias dificultades. Algunos pasajes del texto bíblico que se dice “descrito” en el sistema gótico se resisten, en realidad, a toda representación arquitectónica. Otras imágenes se expresan en términos que pueden traducirse con la misma plausibilidad, y de hecho lo han sido, a los lenguajes contradictorios de muchos estilos diferentes.

         Es bastante cierta, por ejemplo, la afirmación de que el arquitecto gótico intentaba representar la magnificencia de esa ciudad, la cual, según el Apocalipsis, era “de oro puro, como cristal transparente” Pero lo mismo hacía el maestro románico. Los escritores de la primera Edad Media nos han dejado numerosas descripciones de templos que despertaron su admiración; son escasas entre ellas las que no subrayan el “esplendor”, el “resplandor”, el brillo deslumbrante de esas basílicas primitivas. Y el cronista que nos habla de la Trinidad de Fécamp compara esta iglesia románica con la Jerusalén Celestial precisamente porque “resplandece con oro y plata” (32)

         Además, el Apocalipsis no es, de ningún modo, la única fuente de la que la imaginación cristiana obtuviera su descripción del mundo venidero. El Templo de Salomón, y el Templo de Ezequiel, se consideraban, asimismo, como demuestra el ejemplo de Schwarzheindorf, imágenes del cielo. Ambos templos se tomaban, no menos que la Ciudad Celestial, como arquetipos del santuario cristiano, y de hecho inspiraron a los maestros medievales. Una miniatura que se halla en el célebre Liber-Floridus de Saint Bertin (ca. 1120) representa la Jherusalem Celestis como una catedral medieval. Esta imagen, no obstante, aparece exactamente encima del pasaje bíblico (II Crónicas, 2) que relata como construyó Salomón su templo. Esta doble relación deja bastante claro que la iglesia se concebía como imagen de la Jerusalén Celestial, pero que a su vez ésta se veía prefigurada en el templo salomónico (33). (A la inversa Jean Fouquet representa el Templo de Salomón como una catedral gótica).

 

Heavenly Jerusalem, a page from Liber Floridus, 12th century. Liber Floridus was an encyclopedia compiled by Lambert, Canon of St Omer, between 1095 and 1120. From the collection of Ghent University. (Photo by Art Media/Print Collector/Getty Images)

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         Más tarde debemos preguntarnos en qué sentido era estas descripciones bíblicas prototipos de la arquitectura medieval. La liturgia las aplica metafóricamente a todos los templos, independientemente de su estilo o traza; el aspecto externo puede ser una prueba, pero a buen seguro no la causa, de esa correspondencia mística entre la estructura visible y una realidad invisible. Los textos permanentes de la liturgia determinan los límites de seguir en armonía con la experiencia religiosa de la iglesia; pero dichos textos no explican los cambios de estilo en la arquitectura religiosa.

         No obstante, si la verdad sobrenatural que expresa la liturgia es inmutable, los medios artísticos de representarla no lo son. El alcance de la visión del arquitecto halla un desafío y una limitación en las técnicas y los materiales de construcción que pueden hallarse en una región determinada; el clima de ideas cambia de una época a otra. El arte religioso refleja, por encima de todo, las cambiantes opiniones que se han mantenido en diferentes épocas respecto a la posibilidad de representar en una obra de arte la verdad trascendental; una experiencia religiosa original produce generalmente una nueva respuesta a esta interrogante. Y aplicado a la época del gótico esto es categóricamente cierto. Lo que distingue la catedral de este período de la arquitectura precedente no es el tema escatológico, sino la diferente forma de evocarlo. Si pretendemos entender el nacimiento de la arquitectura gótica no basta con que nos preguntemos qué representa la catedral gótica.

         El propio testimonio de la arquitectura gótica nos llevará a una respuesta. Con escasas excepciones, los maestros góticos no se pronunciaron acerca del significado simbólico de sus proyectos, pero sí fueron unánimes en rendir tributo a la “geometría” como base de su arte. Lo descubrimos con sólo un vistazo a dibujos arquitectónicos góticos, como el palimpsesto de Reims (34), del siglo XIII, o las grandes colecciones de las logias catedralicias de Praga y Viena (35); su aspecto es el de bellos dibujos de líneas ordenadas en base a principios geométricos.


Catedral de San Vito, Praga. Planta y alzado.

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            Los elementos arquitectónicos se presentan sin ninguna indicación de volumen, y hasta finales del siglo XIV no hay tampoco indicaciones de espacio o perspectiva (36). Este subrayar exclusivamente la superficie y la línea confirma la impresión que nos producen los propios edificios góticos. En cuanto a los principios o fórmulas utilizados en el desarrollo de estos sistemas arquitectónicos y en la determinación de las proporciones entre sus diferentes partes, estudios recientes han dilucidado al menos todos los aspectos fundamentales de este problema, que hace menos de un siglo parecían no tener solución. (37)

Planta octogonal. Santa María de Eunate. Muruzabal (Navarra)


Doseletes góticos

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         Dada más que una de las dimensiones básicas, el arquitecto gótico desarrollaba todas las demás magnitudes de la planta y delo alzado por medios estrictamente geométricos, usando como módulos ciertos polígonos regulares, el cuadrado sobre todo (38). El conocimiento de esta forma de determinar las proporciones se consideraba tan esencial que las logias medievales lo guardaban como un secreto profesional. Sólo hacia fines del siglo XV -y de la época de las catedrales- se hizo público tal conocimiento por obra de Mateo Roriczer, el maestro de la catedral de Ratisbona. Enseña éste “cómo sacar de la planta de alzado” mediante un único cuadro. De esta figura deriva Roriczer todas las proporciones de su construcción, un pináculo en este caso, ya que sus dimensiones guardan entre sí la misma relación que los lados de una serie de cuadrados cuyas pareas disminuyan (o aumenten) en progresión geométrica. Las proporciones así obtenidas son, para este maestro, proporciones “conformes a la medida cierta” (39)

 

Mateo Roriczer. Planta y alzado de un pináculo

          Del gótico tardío o las logias alemanas quienes hicieron este uso del cuadrado como módulo. Quizás el testimonio individual más importante en lo que se refiere a los principios de la traza gótica sea el famoso libro de Villard de Honnecourt, arquitecto de la picardía que trabajó en el segundo cuarto del siglo XIII. Y también Villard nos enseña a partir en dos el cuadro con el fin de determinar las proporciones ciertas de una construcción, en este caso la planta de un claustro (40).

         Este canon de proporciones no quedaba limitado a la teoría. En otro dibujo, Villar de Honnecourt nos muestra su aplicación en las torres de la catedral de Laon y aparece igualmente en una serie de plantas de chapiteles medievales que ha estudiado María Velte. Aquí no solo los huecos de los diferentes pisos, sino también las dimensiones de cada uno de los detalles, ya sea la clave o la anchura de los muros, forman un todo proporcional, del mismo modo que lo hacen los lados de una serie de cuadrados cuyas áreas aumenten en progresión geométrica (41). En la afamada iglesia de Nuestra Señora de Tréveris, y tal como ha demostrado recientemente Ernst Gall, todas las proporciones se hallan determinadas por la misma fórmula (42). Otro ejemplo más es la fachada de Notre Dame de París, que se compone de una secuencia de cuatro cuadros establecida “conforme a la medida cierta”.

La fachada occidental.

https://es.wikipedia.org/wiki/Catedral_de_Notre_Dame_de_Par%C3%ADs 

Catedral de Noyon.

https://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Cath%C3%A9drale_de_Noyon.JPG

         Al comparar esta fachada con la de Noyon, anterior pero similar en líneas generales, nos sentimos tentados de decir que la evolución del gótico desde sus comienzos a la madurez clásica que se alcanza a mediados del siglo XIII está señalada por la creciente claridad con que se observa el principio geométrico (43). Las fórmulas geométricas ya fueron usadas, por supuesto, por arquitectos pregóticos, y también por escultores y pintores. En esos casos, no obstante, parecen a ver sido recursos más de orden práctico que artístico, de lo que el que contempla la obra generalmente no llega a darse cuenta. Y en ningún caso determinan el aspecto estético como lo hacen el sistema gótico (44).

            ¿Cuál es el porqué de esta extraordinaria sumisión, tan ajena a nuestras propias nociones acerca de la naturaleza del arte y de la libertad de la creación artística, a las leyes de la geometría? Una razón que se ha aducido con frecuencia es de orden práctico: las unidades de medida variaban de un sitio a otro, las varas de medición eran desconocidas o inutilizables. Ello tuvo que haber aconsejado la adopción de un sistema de proporciones que pudiera trasladarse, por medios puramente geométricos, desde el dibujo o el modelo arquitectónicos realizados a pequeña escala a las grandes dimensiones del edificio real. Esta explicación, sin embargo, es válida sólo parcialmente. En otras profesiones se utilizaron sin duda, durante los siglos XII y XIII, unidades de medida normalizadas y aceptadas generalmente -por ejemplo, las pesas y medidas uniformes empleadas por todas las poblaciones representadas en las grandes ferias (45). En una sola ocasión, por otra parte, da el arquitecto Villard de Honnecourt en su libro de modelos medidas absolutas en pies, tanto en números romanos como en el texto que acompaña (46). Pero solamente utiliza dichas medidas aritméticas en un dibujo técnico; en los arquitectónicos se confía exclusivamente a la geometría. Además, la proporción “conforme a la medida cierta”, cualquiera que fuera la facilidad de su ejecución práctica, se encuentra, según ha demostrado Ueberwasser, en pinturas y grabados góticos, donde no se daba el problema de trasladar una dimensión a otra.

         El artista gótico habría abandonado la regla de la geometría si la hubiera considerado -como haría la mayoría de los artistas modernos- una traba. Está claro, por otra parte, que no utilizaba tampoco sus cánones geométricos por motivos puramente estéticos, puesto que los aplicaba allí donde no son visibles para el que contempla el edificio. Así, todos los nervios que hay bajo la bóveda de la catedral de Reims circunscriben, según Viollet-le-Duc, triángulos equiláteros, hecho éste que probablemente no es advertido por ninguno de los que visitan la E incluso datos tan puramente técnicos como son la anchura de un muro o de un contrafuerte se determinan por fórmulas “conforme a la medida cierta”. Los maestros góticos muestran, por otra parte, lo que F. Bond ha llamado “una secreta afición” al tramo cuadrado, aun cuando la adopción del arco apuntado lo había dejado anticuado como unidad de abovedamiento (47). En resumen: en términos medievales no tiene sentido la elección obligada entre lo técnico y lo estético. Afortunadamente conservamos al menos un documento literario que explica el uso de la geometría en la arquitectura gótica: las actas de unas reuniones que se celebraron en Milán en el curso de 1391.

         La catedral de Milán se había iniciado en 1386 pero a los pocos años se presentaron dificultades y se decidió llamar a asesores extranjeros, de Francia y Alemania. En las conversaciones que éstos mantuvieron con sus colegas italianos, conversaciones cuyas actas conservamos, destacan dos puntos que son de suma importancia. En primer lugar, la adopción de figuras geométricas como base -atestiguada por Mateo Roriczer, el arquitecto alemán del siglo XV, y por Villard, el arquitecto francés del XIII- se ve categóricamente confirmada por el documento italiano, perteneciente al siglo que media entre ambos. La cuestión que se debatió en Milán no era si la catedral había de construirse de acuerdo con fórmulas geométricas, sino simplemente si la figura que iba a utilizarse había de ser el cuadrado o el triángulo equilátero.

 

Conceptual simetría de Notre-Dame de Reims, Francia. Bóveda de estilo catedral, de triángulos equiláteros.

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         El segundo y aún más interesante aspecto de los documentos de Milán es que sugieren el porqué de este basarse en cánones geométricos. Las actas de una sesión particularmente tormentosa relatan una airada discusión entre Jean Mignot, el experto francés, y los italianos. Tras haber sido rechazada por éstos una opinión suya sobre un asunto técnico, Mignot señala con amargura que sus oponentes han dejado de lado las reglas de la geometría alegando que la ciencia es una cosa y el arte otra. Sin embargo, el arte no es nada sin la ciencia, ars sine scientia nihil este (48). Los términos “arte” y “ciencia” no significan aquí lo mismo que hoy. Para Mignot y sus contemporáneos, el arte es la destreza práctica que se obtiene de la experiencia, y la ciencia la capacidad de explicar las razones que determinan el procedimiento arquitectónico válido por medios racionales y, más exactamente, geométricos. En otras palabras, la arquitectura, para ser científica y correcta, ha de basarse indefectiblemente en la geometría; y si no obedece las leyes de esta disciplina, el arquitecto fracasará. Hasta los oponentes de Mignot consideraban inatacable este razonamiento. Se apresuran entonces a afirmar que están totalmente de acuerdo sobre la cuestión teórica y que no siente sino desprecio por los arquitectos que se permiten ignorar los dictados de la geometría. Y se da por sentado por ambas partes que la estabilidad y la belleza de un edificio no son dos valores distintos, y que no obedecen a leyes diferentes, sino que, por el contrario, ambas se hallan comprendidas en la perfección de las formas geométricas.

NOTAS

1.- Luard, H.R. (ed.) Annales Monastici, Londres, 1869, IV, 19 (RBSS, XXXVI,4); cf. Salzman, L.F., Building in England, Oxford, 1952, p. 366.

2.- Dumoutet, e., Le Désir de voir L´Hostie, París, 1926. Y para más literatura, Sedlmayr, H., “Die dischteriche Wurzel der Kathedrale”, en Die Entsehung del Kathedrale, Zurich, 1950, p, 541.

3.-En el contexto de nuestro estudio, dos interpretaciones de este tipo merecen especial mención. La primera es Die Entsehung de Sedlmayr, obra rica en fructíferas observaciones y sin embargo, en mi opinión, equivocada en sus conclkusiones. La segunda obra es Architectural Principles in the Age of Humanism, de R. Wittkower.

En los últimos años, dos autores han tratado de nuevo de nuevo de interpretar la catedral gótica en términos de una supuesta analogía o afinidad entre el pensamiento escolástico y el arte gótico: Drost, Romanische und Gotische Baukunst, y Panofsky, Gothic Architecture and Scholasticicm.

4.- Mayer, A., “Liturgie und Geist der Gotik”, en Jahrbuch Für Liturgiewissenschaft (Münster), IV (1926).

5.- “De Purif. B.V. Mariae Sermo IV” (Opera ágs., Quaracchi, 1801, IX, ágs.. 649 y ss.)

6.- Salomón, Opicinus de Canistris, (Studies of the Warburg Institute), , lám. 27, ilustr. 19; también texto, ágs.. 302 yss, Londres, 1936.

7.- “At mox surgit ágs.a ingens” –“y de repente surge una enorme basílica”, dice el cronista al pasar con el visitante del nártex de Cluny a la nave central”. Conant, K.J., Benedictine Contributions to Church Architecture, Latrobe, 1949, p. 29. Es el efecto de lo inmenso que también disgustaba a San Bernardo de la arquitectura cluniacense. La arquitectura gótica, permanece dentro de unas proporciones adecuadas al tamaño del hombre. Viollet-Le-Duc, E.E., Dictionnaire raisonné de l´architecture francaise de XI au XVI ágs., París, 1854-1868, 10 vols. V. 143 y ss.

8.- Grodecki, L., “Le Vitrail et la architecture au XII et au XIII siecle”, GBA, serie 6, XXXVI (1939).

9.- El término “diáfano” fue aplicado por primera vez a la arquitectura gótica por Jantzen. “Über den gotischn Kirchenraum”.

(*) La traducción de la terminología de los diferentes niveles del alzado presenta algunos problemas. A lo largo de toda la investigación he seguido el  sistema siguiente: de abajo a arriba, y encima de las naves laterales, está la tribuna gallery, que prácticamente desaparece con la evolución del gótico; el triforio triforium, que igualmente ve reducidas sus  dimensiones hasta convertirse en un “falso triforio”, y la galería alta de ventanas, o simplemente galería clerestory, que en este estilo adquiere una importancia de primer orden al permitir la entrada de la luz a través de grandes vidrieras.

10.- Hubert, T.J., L´art pré-roman, París, 1938, p. 199.

11.- Desschamps, P. y Thibout, N., La Peinture murale en France, París, 1951, pp. 75 y ss.

12.- Duprat, C.P., “La Peinture romane en France”, II, BM, CII (1944).

13.- “… propter antiquarum maceriarum vetustatem et aliquibus in locis minacem diruptionem, ascitis melioribus quos invenire potui de diversis partibus pictoribus, eos aptari et honeste depingi tam auro quam preciosis coloribus devote fecimus.” Suger, De rebus in administratione sua gestis, en Oeuvres completes, p. 186.

14.- Hubert, L´art…., op. cit., pp. 88 y ss.

15.- Bond, F., And Introduction to English Church Architectura, Londres, 1906, I, 319 y ss.

 

16.- Dyer-Spencer, J., “Les vitraux de la Ste-Chapelle de Paris”, BM, XCI (1932), y Grodecki, Vitraux des églises de France, París, 1947, pp. 12 y ss.

17.- Un esclarecedor ejemplo de esta doble función de la estructura de nervios gótica es el de Morienval. La bóveda de crucería que cubre el deambulatorio (de poco después de 1122), la más antigua de ese tipo que conservamos, tenía una función meramente técnica. En el presbiterio, por otra parte, como revela, el excelente análisis de Ricôme: Ricôme, F., “Structure et  fonction du chevet de Morienval”, BM, XCVIII (1939), se empleó la bóveda de crucería poniendo plenamente de relieve su significación estética y simbólica. Aquí las formas son mucho más elegantes que en el deambulatorio, y restos de antiguo coloreado sugieren como la “fonction spirituelle” de este “véritable daos de Pierre” que se elevaba sobre las reliquias del santo titular era eficazmente subrayada por medios decorativos. C.f. también Sedlmayr, Die Ents dar…, op. Cit., p. 211.

18.-Sedlmayr, op. Cit., pp. 189 y ss.

19.- Gall, E., Die Gotische Baukunst in Frankeichund Deutsvhland, Leipzig, 1925, I, 26 y ss; Bony, J., “La Techbique normande du mur épais”, BM, XCVIII (1939).

20.- Para un resumen y una bibliografía de la polémica sobre el “racionalismo” gótico, que fue iniciada por el libro Viollet-le-Duc et le rationalisme médiéval, de Abraham, Kubler, G., “A Late Gothic Computation of Rib Vault Thrusts”, GBA, XXVI (1944).

21.- Sobre la función técnica de la responsión gótica, Choisy, A., Histoire de l´architecture, , II, 310 y ss, 349 y ss; Seymour, C. Jr., Notre Dame of Noyon in the Twelfth Century, New Haven, 1939, pp. 134, 156 y s.

22.- Véase el análisis de Notre Dame de Dijon realizado por Abraham, p. 102 y ss; nótese también lo reducido de los volúmenes de los elementos sustentantes en la nave central de Notre Dame de París, comparados con los de la cabecera antigua.

23.- Bilson, “The Beginnings of Ghotic Architecture: Norman Vaulting un England” (RIBA Journal, VI, 1899; IX, 1902), “Les Vouês d´ogives de Morienval” (BM, LXXII, 1908); Frankl, Frühmittelalterliche romanische Baukunst, p. 106 (con referencia las bóvedas de arista de las naves laterales.

24.- French Cathedrals, p. 7.

25.- Gall, Niederrheinische und normännnische, p. 9 y ss., considera de forma similar “Diese Verbindung des dekorativen mit dem tektonischen Charakter der Bauformen… besonders bezeichnend für das “gotische” Denken, das alle Formen nach dieser Richtung hin umbildete”.

26.- El pasaje Apocalipsis 21, 2-5 forma la Epístola que se leía durante el rito de consagración. Véase Andrieu, Le Pontifical romain au XII siècle, pgs. 192 y s. Cf. Sedmayr, ágs.. 103 y ss., y Simson, “Birth of the Gothic) (Measure, I, 1950), ágs.. 285. El primer historiador que reconoció la relación simbólica que hay entre la catedral gótica y la Ciudad Celestial fue Didron, el cual señaló que los ángeles de los arbotantes de la catedral de Reims “Assimilent (la catedral) a la Jérusalen divine bâtie sur terre”, Manuel d´iconographie chrétiene, p. 261.

27.- Puig y Cadafalch, La Géographie et les origines du premier art roman, pág. 399.

28.- Véase también el titulus citado por Hubert, ágs.., 108 y s.

29.- Sobre el carácter ilusionista de la decoración bizantina, véase Demus, O., Byzantine Mosaic Decoration, Londres, 1948. DE modo similar, las Majestas del ábside de saint-Céneri-le-Gérei oculta la superficie esférica del mismo. C.A. Angers et Saumur, 1910, II, ilustr., frente a pág. 162.

30.- Véanse Neuss, W., “Das Buch Ezechiel in Theologie und Kunst”, BGAM, I, II (1912); Clemen, P., Die romanische Monumentalmalerei in den Rheinlanden, Düsseldorf, 1916, pp. 271 y ss.

31.- Sedlmayr, passim. Véase mi crítica en Kunstchronic, IV, 1951. Véase también Deschamps y Thibout, ágs.. 1 y ss; también los términos descriptivos citados en Hubert, pp. 108 y ss. La noticia sobre el monasterio de Berveley se halla en Raine (ed.), The Historians of the Church of York (RBSS, LXXL, I) p. 345.

32.- Mortet y Deschamps, Recuil de textes relatifs à l´histoire de l´architecture…, I, 243 y ss.

33.- Rosenau, H., Design and Medieval Architecture, Lámina 16, Londres, 1934. Otra visión que influyó en las ideas medievales sobre la Ciudad Celestial es el Libro de Enoch; su descripción del palacio celestial como “construido con cristales”, con muros, “como un suelo de mosaico de cristal”, está posiblemente relacionada con la predilección gótica por la sustitución de los muros por cristal. Véase Dillmann, C.F.A. (trad.) The Book of Enoch, Oxforf, 1893, p. 80.; Ruegg, A., Die Jenseitsvortellungen vor Dante, Colonia, 1945, I – 226.

34.- Publicado por primera vez por Didron, È., “Dessins palimpsestes du XIII siècle”, AA, V (1846); Hahnloser, H.R., “Entwürfe eines Architekten um 1250 aus Reims”, XIII Congrès international d´histoire de l´art, Estocolmo 1953.

35.- Véase Tietze, H., “Aus der Bauhütte von St. Stephan”, Jahrbuch der Kunsthistorichen Sammlungen (nueva serie, IV, V), Viena, 1930/31; Kletzl, O., Plan-Fragmente aus der deutschen Dombauhütte von Prag, Stuttgar, 1939.

36.- Kletzl, Plan-Fragmente, pp. 11 y ss. Al contrario que lo sugerido por Colombier, P. DU, Les Chantiers des cathédrales, París, 1954, p. 65., la perspectiva no es ciertamente un aspecto característico de los dibujos arquitectónicos. Cf. Ueberwasser, W., “Deustsche Architekturdarstellung un das Jahr 1000”, en Festschrift für Hans Jantzen, Berlín, 1951.

37.- Viollet-le-Duc, Lectures on Architecture, Lect. IX. Cf. También su Dictionnaire, VII, 537 y ss.

38.-Véase las importantes aportaciones de Ueberwasser: “Spätgotische Baugeometrie” (Hahresbericht der öffentlichen Kunstsammlung Basel nueva serie, 25-27); Von Maasz und Macht der alten Kunst; “Nach rechtem Maasz” y “Beiträge zur Wierderekenntnis gotischer Baugesetzmässigkeiten” (ZK, VIII, 1939); También Taxier, M.A., Géométrier de l´architecture, París, 1934.

39.- Frankl, P., “The Secreto f the Medieval Masons”, AB XXVII, 1945.

40.-El libro de modelos ha sido reproducido por Lassus, J.B.A., Album de Villard de Honnecourt, París 1868.

41.- Velte, M., Die Anwendung den Quadratur und Triangulatur bei der Grund und Aufrissgestaltung der gotischen Kirchen, Basilea, 1951.

42.- Gall, E., “Über die Massze der Trierer Liebfrauenkirche…” Form uns Inhalt, Kunstgeschichtliche Studien Otto Schmitt… Stuttgart, 1950.

43.- Seymour, Notre Dame of Noyon, pp. 139 y ss.

44.- Allí donde en tales obras románicas la cuadrícula geométrica se hace manifiesta, sentimos su efecto como algo que molesta. Véase Hubert, J., “Les Peintures murales du Vic et la tradition géométrique”, Cahiers archéologiques (París) I, 1945.

45.- Levasseur, E., Histoire du commerce de la France, París, 1911.

46.- Hahnloser, t. 59, págs. 159 y ss. El célebre plano de monasterio carolingio de Saint Gall representa un caso especial. Mientras que la iglesia se halla trazada geométricamente ad quadratum, en el plano se registran mediciones en pies que arrojan unas proporciones totalmente diferentes. La única explicación posible, en mi opinión, es que el plano representa un exemplum ideal y como tal sigue las proporciones “perfectas" basadas en el cuadrado. Loas dimensiones numéricas que se dan, por otra parte, tienen por objeto guiar a los que deseen trasladar el plano a la realidad. Y esta realidad es totalmente diferente del proyecto ideal. El maestro gótico no se habría desviado tanto de su modelo geométrico. Para la interpretación del plano de Saint Gall, véase Reinhardt, H., Der St. Galler Klosterplan, St-Gall, 1953.

47.- Bond, Introduction, p. 321.

48.- Ackerman, J.S., Ars sine scientia nihil est, AB, XXXI, 1939.

 

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ARQUITECTURA GÓTICA

PLANTA. Hay dos tipos de planta principalmente, la planta de tradición románica, muy similar a la planta del estilo románico, es decir, de cruz latina, y la planta de salón. Ésta carece de crucero de brazos salientes tan marcados, a diferencia de la planta de tradición románica- El templo de salón presenta una disposición básica y suele poseer tres naves de la misma altura, y un sistema de iluminación lateral. Los espacios interiores son amplios y unitarios.


Generalmente, la planta se divide en tramos rectangulares o cuadrados determinados por las columnas y arcos transversales sobre los cuales cargan las bóvedas de crucería.

Planta iglesia gótica

ARCOS. El arco apuntado es uno de los elementos más característicos de este estilo. Es esbelto y tiene menores tensiones laterales, permitiendo adoptar formas más flexibles. A lo largo del gótico el arco apuntado fue variando.

BÓVEDA. La bóveda era de crucería y estaba conformada por arcos apuntados. A lo largo del gótico, la bóveda fue adquiriendo una mayor complejidad estructural y decorativa, desde la simple o cuatripartita hasta llegar a las bóvedas de abanico.





CONTRAFUERTES Y ARBOTANTES. Los contrafuertes fueron construidos con arbotantes, para soportar mejor el peso de las bóvedas. Los contrafuertes se separan de la pared, recayendo el empuje sobre ellos por medios de arcos arbotantes. El sistema de contrafuertes y arbotantes de las iglesias góticas embellece el exterior de los edificios y a la vez sujetan el edificio a modo de apuntalamiento externo.






ALZADO. Fue evolucionando a medida del tiempo. Principalmente, se empleó un alzado cuatripartito, que se estructura a cuatro niveles en el edificio, las arcadas o arquerías, la tribuna, el triforio y el claristorio. El alzado tripartito es el que se estructura en tres niveles, el primer piso de arquería. el segundo de triforio y el último de claristorio o ventanales. Y el alzado bipartito, con sólo dos plantas, la de arquerías y la del claristorio.






COLUMNAS. Consisten en un pilar compuesto que es igual al del estilo románico, pero dispuesto para el engranaje de arcos de cruceros. En el estilo gótico perfecto se presenta el núcleo del pilar, rodeado de pilastras y apoyado sobre un zócalo poligonal o un basamento moldurado.







CAPITELES. El capitel gótico va perdiendo importancia según la época. Inicialmente se presenta como un tambor cónico abrazado con follaje con motivos florales y se corona por un ábaco circular o poligonal de varias molduras. Posteriormente, se va haciendo más pequeño hasta que llega a suprimirse.







CÚPULAS Y CIMBORRIO. Las cúpulas se formas de témpanos sostenidos por nervios radiantes y unas trompas. El cimborrio posee una forma de prisma octogonal o hexagonal coronada por una pirámide







VENTANAS Y VIDRIERAS. La simplicidad del gótico permitió abrir grandes huecos en los muros de las fachadas en las que se colocaron ventanas que primero tienen una gran influencia del estilo románico, pero que posteriormente desarrollan el estilo propio gótico en el que se decora la parte superior con hermosos calados de piedra, los cuales forman rose toncillos combinados, sostenidos por columnillas o parteluces. Más tarde se complica la tracería, multiplicándose los rosetoncillos y después se combinan líneas formando curvas serpenteantes que constituyen el calado flamígero.







ORNAMENTACIÓN. La parte más novedosa de la decoración viene de la flora y la fauna local que se interpreta de forma estilizada. Las molduras góticas son semielípticas, piriformes, cordiformes, etc. para que parezcan tenues.
Se solían pintar las esculturas de las portadas, sepulcros, capiteles, claves de bóvedas y la techumbre cuando era de madera.







CONTEXTO HISTÓRICO 


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Aspectos Sociales: En la sociedad aparece la burguesía como nueva clase social, que se dedicaba al comercio y a los negocios y gracias a éstos se enriquecieron mucho. Los oficios se dividían en los gremios, que establecían los precios de los productos, etc.,


-Aspectos Políticos: Las ciudades tomaron una gran importancia, se llamaron ´burgos'. Las ciudades eran rivales unas de otras.


-Aspectos Económicos: Se produjo un incremento de las nuevas técnicas de cultivo, que aumentaron la producción, lo que aumentó por tanto las cosechas y los recursos alimenticios, mejorando así el nivel de vida
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