La renovación de la teología como
diálogo desde dentro
En este artículo
pretendemos reflexionar sobre el estilo dialógico que – según el Magisterio,
desde el Concilio – fundamenta la teología y la formación teológica. Sobre esta
base, examinaremos a continuación diversas formas de diálogo y renovación en el
seno de una facultad de teología. La reflexión culminará en ese diálogo que es
la teología dócil al Espíritu[1].
A partir del Vaticano II
La reflexión sobre el diálogo y la
renovación comienza con el cambio de paradigma que supuso para la Iglesia el
Concilio Vaticano II. Con la constitución dogmática Dei Verbum (DV), la Iglesia puso fin a una actitud que
había condicionado su forma de hacer teología durante siglos. Nos referimos a
esa actitud defensiva que, desde el advenimiento de la modernidad, la había
llevado a concebirse a sí misma como una fortaleza asediada por enemigos
internos y externos. El Vaticano II decidió interrumpir este camino que la
apologética católica había trazado desde Trento en adelante. Así, la Iglesia
optó por un tono más dialogante y constructivo. El Vaticano II fue el primer
concilio en el que no se pronunciaron anatemas. En este, la revelación de Dios
se entiende como su autocomunicación a la humanidad y como una llamada a la
comunión con Él. La Iglesia, ahora, se concibe a sí misma como una realidad
dinámica, llamada a difundir la buena nueva del Evangelio, dirigiéndola a todos
los hombres de la tierra.
El Concilio Vaticano II condujo a la
recuperación de una visión más amplia, en mayor sintonía con la experiencia de
la Iglesia primitiva: «La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen
un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a […] todo el pueblo
santo, unido con sus pastores» (DV 10). La constitución pastoral Gaudium et spes (GS) ha impulsado
a la Iglesia a entrar en diálogo con el mundo, con el presente, con la
humanidad entera y, en tal implicación, a tomar conciencia de sí misma, a
redescubrir continuamente su verdadera identidad. Ciertamente, el diálogo
pretende hacer más eficaz el anuncio del Evangelio, pero es aún más necesario
para captar los signos de la presencia de Cristo que aparecen en la historia.
El ejercicio del discernimiento evangélico – los fieles ejercitando el sensus fidei, su instinto de fe –
permite «auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo,
las múltiples voces de nuestro tiempo», para descubrir en la vida social humana
un lugar o una plataforma donde la Iglesia pueda conocerse más profundamente a
sí misma, en la «constitución que Cristo le dio […], para expresarla de forma
más perfecta y para adaptarla con mayor acierto a nuestros tiempos» (GS 44).
El gran cambio que introdujo el Vaticano
II en la forma en que la Iglesia se presenta al mundo no podía dejar de tener
repercusiones decisivas en la manera de entender la teología como formación
para el ministerio en todas sus formas: sacerdotal, religiosa y laica.
El diálogo en la Iglesia docente
El decreto del Vaticano II sobre la
formación sacerdotal Optatam totius (OT)
insta a que los estudios eclesiásticos «tiendan a descubrir más y más en las
mentes de los alumnos el misterio de Cristo, que afecta a toda la historia del
género humano [e] influye constantemente en la Iglesia» (OT 14).
Para aplicar este decreto conciliar,
Pablo VI había preparado una constitución apostólica para orientar y
disciplinar los estudios eclesiásticos a la luz del Concilio. El proemio
de Sapientia christiana (SC)
se inspira en particular, entre los documentos del Concilio, en Gaudium et spes y Gravissimum educationis, y en las
encíclicas Evangelii nuntiandi (EN)
y Populorum progressio
(PP) del mismo Pontífice. «La Iglesia de Cristo se esfuerza en llevar el
Evangelio a todo el género humano, de tal forma que pueda aquél transformar la
conciencia de cada uno y de todos los hombres en general, y bañar con su luz
sus obras, sus proyectos, su vida entera y todo el contexto social en que se desenvuelven»
(SC I, citando EN 18 y GS 58).
Pero Pablo VI no tuvo tiempo de promulgar
la nueva constitución apostólica Sapientia
christiana; Juan Pablo II se hizo cargo de ella en el primer año de
su pontificado, el 15 de abril de 1979. Casi cuarenta años después, la
actualización o renovación parecía urgente, y el papa Francisco la propuso,
«con ponderada y profética determinación», en una nueva constitución apostólica
sobre las universidades y facultades eclesiásticas, titulada Veritatis gaudium (VG), firmada el
8 de diciembre de 2017. Dieciocho meses después, el propio Francisco ofreció un
comentario al respecto en un discurso pronunciado en Nápoles, en la sección San
Luigi de la Pontificia Facultad Teológica de la Italia Meridional[2].
Inspirándose en documentos anteriores, el
premio de la nueva constitución añade puntos destacados de la doctrina social
de la Iglesia, tomados de las encíclicas Laborem exercens, Sollicitudo
rei socialis y Centesimus
annus, de Juan Pablo II; de Caritas
in veritate, de Benedicto XVI; y de Evangelii gaudium (EG) y Laudato si’ (LS), del propio Papa
Francisco, a las que se añade la reciente encíclica Fratelli tutti (FT).
En Evangelii
gaudium, el Papa Francisco subraya la necesidad de repensar todos los
ámbitos de la actividad eclesial desde una perspectiva misionera. Los estudios
teológicos deben abrazar esta prioridad y afrontar el reto de enfrentarse a la
nueva configuración del mundo que está surgiendo gradualmente de la
globalización, según un proceso que empezó a tomar forma unos 10 años después
del Concilio. Es en las enseñanzas del Vaticano II en las que se inspira el
Papa Francisco, dirigiendo su mirada a los grandes desafíos de la humanidad y
de la Iglesia de hoy. El problema al que se enfrentan los teólogos, no menos
que los pastores de la Iglesia, no es sólo el de anunciar a Dios en un mundo
secularizado y plural (la cuestión de la verdad), sino el de anunciarlo como
Padre amoroso, con rostro personal y corazón misericordioso, a quienes sufren
la injusticia en las múltiples periferias. Es la cuestión de la identidad
eclesial: el modo en que anunciamos a Dios revela quiénes somos como Iglesia.
La Congregación General de los Jesuitas
de 1995 declaró: «No hay servicio de la fe sin promoción de la justicia, sin
entrar en las culturas, sin abrirse a otras experiencias religiosas»[3]. ¿Cómo se puede estar al servicio de
la fe, entendida como caridad intelectual, si uno se desentiende de la caridad
histórica como defensa de la dignidad humana en sus diversos aspectos que hoy
se vulneran? Sin la lucha por la justicia, la fe corre el riesgo de
distanciarse de la realidad, de reducirse a la insignificancia, de limitarse al
mero culto y a los rituales. Pero, al mismo tiempo, el compromiso por la
justicia debe alimentarse de una fe viva, reflexiva y bien formada, para no
caer en la ideología: «No hay promoción de la justicia sin comunicación de la
fe, transformación de las culturas, colaboración con otras tradiciones»[4].
Si hemos mencionado aquí algunos
documentos del Concilio y de los papas y un documento de los jesuitas, no es
porque este compromiso deba traducirse, en primer lugar, en una vía doctrinal o
de ideas. Más bien, gracias al «esfuerzo perseverante de la mediación cultural
y social del Evangelio», expresado por el pueblo de Dios en diferentes áreas geográficas
y en diálogo con diferentes culturas, el «rico patrimonio de profundización y
orientación» del Vaticano II y de la doctrina social de la Iglesia ha sido
«confrontado y enriquecido —por así decir— “sobre el terreno”» (VG 3). Esta
experiencia pastoral es indispensable para reorientar y refundar los estudios
eclesiásticos.
Diálogo dentro de la teología y para su
renovación
Veritatis gaudium comienza
sentando las bases de las facultades eclesiásticas en la vida de la Iglesia:
«El Pueblo de Dios peregrina a lo largo de los senderos de la historia,
acompañado con sinceridad y solidaridad de los hombres y mujeres de todos los
pueblos y de todas las culturas, para iluminar con la luz del Evangelio el
camino de la humanidad hacia la nueva civilización del amor. El vasto y
multiforme sistema de los estudios eclesiásticos ha florecido a lo largo de los
siglos gracias a la sabiduría del Pueblo de Dios, que el Espíritu Santo guía a
través del diálogo y discernimiento de los signos de los tiempos y de las diferentes
expresiones culturales. Dicho sistema está unido estrechamente a la misión
evangelizadora de la Iglesia y, más aún, brota de su misma identidad, que está
consagrada totalmente a promover el crecimiento auténtico e integral de la
familia humana hasta su plenitud definitiva en Dios» (VG 1).
Los estudios eclesiásticos ofrecen, por
tanto, «una especie de laboratorio cultural providencial, en el que la Iglesia
se ejercita en la interpretación de la performance de la realidad que brota del
acontecimiento de Jesucristo y que se alimenta de los dones de Sabiduría y de
Ciencia, con los que el Espíritu Santo enriquece en diversas formas a todo el
Pueblo de Dios: desde el sensus fidei fidelium hasta el
magisterio de los Pastores, desde el carisma de los profetas hasta el de los
doctores y teólogos» (VG 3). Estos estudios deben ponerse «al servicio del
camino de una Iglesia que sitúa cada vez más la evangelización en el centro»
(DF 1).
Una comparación entre el proemio de Veritatis
gaudium y el de Sapientia christiana no
revela ninguna diferencia significativa: los objetivos que ambos señalan
convergen en las mismas urgencias y metas. Esta observación es significativa:
si el proyecto de renovación de los estudios teológicos sigue centrado hoy
sustancialmente en los mismos objetivos que tenía en 1979, significa que, a
pesar de los muchos y buenos esfuerzos realizados hasta ahora, queda todavía
mucho por hacer. En Nápoles, el Papa Francisco recordó a la facultad
eclesiástica lo que ya había expuesto Juan Pablo II, pero que las facultades
teológicas habían ignorado en gran medida.
En cambio, lo que Veritatis gaudium ofrece
de nuevo es el estímulo para continuar en la dirección trazada por la
constitución apostólica de Pablo VI y Juan Pablo II, precisándola aún más a la
luz de la realidad social y religiosa actual, cada vez más pluralista y, sin
embargo, empujada a la uniformidad por la globalización. Dos claves
hermenéuticas complementarias de la VG – a la vez evangélica y pastoral,
metodológica y teológica – son la atención y
la valentía. Estas nos permiten apreciar cómo VG puede guiar los
estudios eclesiásticos a partir de ahora.
Atención al «kerigma» y a los pobres
Empecemos por la encarnación. Esta hace
del vaciamiento de sí mismo un elemento intrínseco de la atención al mundo. El
Papa pide a los teólogos «abrir el corazón al amor divino para buscar la
felicidad de los demás como la busca su Padre bueno» (EG 92).
El primer criterio, urgente y duradero,
es contemplar «la siempre nueva y fascinante buena noticia del Evangelio de
Jesús, que se va haciendo carne cada vez más y mejor en la vida de la
Iglesia y de la humanidad» (VG, proemio, n. 4). «En el diálogo con las culturas
y las religiones, la Iglesia anuncia la Buena Noticia de Jesús y la práctica
del amor evangélico que Él predicaba como una síntesis de toda la enseñanza de
la Ley, de las visiones de los Profetas y de la voluntad del Padre» (DF).
Desarrollar la atención, al desarrollar la teología, significa destacar más los
contextos, las realidades y las diversidades. Esto exige que tanto el teólogo
como el estudiante tengan en cuenta las situaciones concretas y los retos que
les rodean – sociales, políticos, culturales, eclesiales, económicos y, en
última instancia, «pastorales» – para que la educación teológica pueda
esforzarse por responder a ellos con mayor eficacia. La auténtica atención toma
inevitablemente la forma de compasión, de dejarse tocar íntimamente por las
existencias oprimidas de muchas personas, cercanas o lejanas; de dejarse tocar
por las formas de esclavitud que hoy se imponen; de dejarse tocar por las
heridas sociales, la violencia, las guerras y las enormes injusticias que se
sufren en todas partes. «Sin compasión, extraída del Corazón de Cristo, los
teólogos corren el riesgo de ser fagocitados por la condición de privilegio de
quien se coloca prudentemente fuera del mundo y no comparte nada de arriesgado
con la mayoría de la humanidad» (DF).
Así lo reafirma uno de los cuatro
principios clave que Francisco propone en Evangelii
gaudium y aplica en Laudato si’: el principio
de que «la realidad es superior a la idea»[5]. Francisco
observa que abordar los problemas de forma abstracta puede llevar a
«despersonalizar» los contextos, mientras que siempre hay que partir del
contacto real con los dramas reales de la humanidad. Esto es lo que hace
auténtica la atención teológica, porque «El kerygma tiene un
contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo del Evangelio está la
vida comunitaria y el compromiso con los otros. El contenido del primer anuncio
tiene una inmediata repercusión moral cuyo centro es la caridad» (EG 177).
Precisamente por ello, las facultades
católicas pretenden convertirse en laboratorios de reflexión eclesial
comprometidos en alimentar la autoconciencia de las Iglesias locales, para
contribuir a generar nuevos paradigmas pastorales llenos de fe y capaces de
afrontar con eficacia las crisis globales actuales y futuras».
La valentía del discernimiento y del
diálogo
Si la atención es una cualidad de la
mente que conduce a la compasión, la valentía es una cualidad del corazón que,
a pesar de muchas dificultades, apoya el discernimiento y el diálogo. Además,
el Papa Francisco recomienda ir más allá de los límites y decir las cosas como
son. Esta «cualidad esencial en la vida cristiana» se denomina parrēsia: «tener el
corazón vuelto a Dios, creyendo en su amor (cfr 1 Jn 4,16)»[6]. A ella se
añade la paciencia, que hace avanzar sin rendirse ante las dificultades, para
contribuir voluntariamente a la edificación del reino de Dios. Esta virtud se
llama hypomonē[7].
Por tanto, la valentía, fortalecida por
la parrēsia y la hypomonē, ante las
contradicciones o rivalidades, supone la disposición a «soportar el conflicto,
resolverlo y transformarlo en eslabón de un nuevo proceso», para adquirir así
«un modo de hacer la historia, en un ámbito viviente donde los conflictos, las
tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra
nueva vida. No es apostar por un sincretismo ni por la absorción de uno en el
otro, sino por la resolución en un plano superior que conserva en sí las
virtualidades valiosas de las polaridades en pugna» (EG 228).
Valentía significa no eludir la tarea de
favorecer el encuentro entre fe y ciencia, entre anuncio y cultura, entre
culturas y religiones, aunque a veces se corra el riesgo de llegar a visiones
contrastadas o a experimentar fricciones. Si Sapientia
christiana había sancionado definitivamente la voluntad conciliar de
abandonar un cierto espíritu «apologético» defensivo en el modo de abordar los
estudios teológicos, en Veritatis gaudium el papa
Francisco eleva esta toma de conciencia a un nivel superior: una Iglesia que se
conciba a sí misma en salida, no en choque frontal con la modernidad, sino en
diálogo abierto con el mundo de hoy; que tenga el valor de aventurarse hacia
fronteras «arriesgadas», de invertir energías y recursos en la búsqueda de
puntos de contacto con quienes viven su vida y su experiencia humana «fuera» de
los confines de la Iglesia.
Esta insistencia en la valentía lleva a
reconocer que el diálogo y el discernimiento no son sólo técnicas, ni siquiera
estrategias, sino empresas extenuantes que no cesan de plantearnos las más
exigentes demandas. En efecto, el discernimiento sincero y profundo acepta el
riesgo de elegir la voluntad de Dios, que desea lo mejor para sus criaturas. El
discernimiento aprendido y practicado puede implicar percepciones
existenciales, psicológicas, sociales, interculturales y morales extraídas de
las humanidades, pero va más allá. «[No es] suficiente con las sabias normas de
la Iglesia. Recordamos siempre que el discernimiento es una gracia – un don –.
El discernimiento, en fin, conduce a la fuente misma de la vida que no muere,
es decir, “que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a aquel que has
enviado, Jesucristo” (Jn 17,3)» (DF,
citando Gaudete et exsultate, n. 170).
El diálogo, a su vez, expresa el
compromiso personal de practicar la acogida y la hospitalidad, y de promover
una cultura del encuentro[8]. El diálogo
es humilde, ocupa el último lugar en la mesa y se abstiene de colonizar.
Refiriéndose a Babel, donde los hombres «ya no entendían la lengua del otro»
(cfr Gn 11,7), el Papa Francisco muestra cuál es el
síndrome de Babel verdaderamente peligroso: «es no escuchar lo que dice el otro
y creer que sé lo que piensa la otra persona y qué es lo que dirá el otro.
¡Esta es la peste!» (DF).
Atención y valentía resumen «elementos y
criterios que traducen el modo en que el Evangelio ha sido vivido y anunciado
por Jesús y mediante el cual puede ser transmitido hoy por sus discípulos»
(DF). Estos criterios evangélicos de renovación y renacimiento se encuentran
«siguiendo la enseñanza del Vaticano II y la experiencia que la Iglesia ha
adquirido en estos decenios de aprendizaje, escuchando al Espíritu Santo y las
necesidades más profundas y los interrogantes más agudos de la familia humana»
(VG 4).
Atención y diálogo entre las disciplinas
La atención y la valentía son claves
hermenéuticas que ayudan a la teología a ser acogedora, es decir, a
«desarrollar un diálogo sincero con las instituciones sociales y civiles, con
centros universitarios y de investigación, con las autoridades religiosas y con
todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir pacíficamente
una sociedad inclusiva y fraterna y también para custodiar la creación» (DF).
¿Qué exigencias convergen en la atención
y la valentía de las actitudes y acciones del teólogo? «Una teología de la
acogida que, como método interpretativo de la realidad, adopta el
discernimiento y el diálogo sincero, necesita la presencia de teólogos
que sepan trabajar juntos y de forma interdisciplinar, superando el
individualismo en el trabajo intelectual» (DF). Más que preocuparse por
preservar identidades arraigadas, las facultades eclesiásticas deben ser
capaces de iniciar investigaciones especializadas que enriquezcan a la Iglesia,
facilitando el intercambio entre diferentes identidades culturales y explorando
nuevas formas de encontrar la realidad y el tiempo presente. Todo esto requiere
atención y valor. Tanto los profesores como los estudiantes de teología deben
estar atentos y ser valientes para integrar «el principio vital e intelectual
de la unidad del saber en la diversidad y en el respeto de sus expresiones
múltiples, conexas y convergentes» (VG 4c).
Se trata de una tarea compleja. Al
principio, los estudiantes asumen un modo multidisciplinar, cuando averiguan
qué dicen las distintas disciplinas sobre un tema concreto. Luego pasan a un modo
interdisciplinar: conectan las distintas disciplinas en relación con un tema
problemático. El modo más eficaz puede denominarse «transdisciplinar,
interdisciplinar o sistémico»: significa acoger en la propia disciplina las
nociones y formas de pensar desarrolladas por otra disciplina. «Acoger»
significa traer a la propia casa campos y perspectivas diferentes, hasta el
punto de cambiar la propia casa. Al mismo tiempo, hay que procurar no
extrapolar el punto de vista de la propia disciplina, imponiéndolo a otra, sino
dialogar, intercambiar visiones y evolucionar de verdad.
Esta epistemología de la complejidad se
beneficia de otro principio clave del Papa Francisco, a saber, que «el todo es
más que las partes, y es también más que la mera suma de ellas» (EG 235). El
Papa asocia a ella la evocadora imagen del «poliedro, que refleja la
confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad» (EG
236). Volvemos a encontrar estos principios en Laudato
si’,
en la que Francisco expresa «la convicción de que en el mundo todo está
conectado (LS 16) y de que «todas las criaturas están conectadas» (LS
42). Laudato si’ es un gran ensayo de pensamiento
transdisciplinar y de «diálogo con todos» (LS 3). Advierte que «el conocimiento
fragmentario y aislado puede convertirse en una forma de ignorancia si se
resiste a integrarse en una visión más amplia de la realidad» (LS 138).
Podemos, pues, resumir así el modo en que
la Veritatis gaudium puede orientar hoy los estudios
eclesiásticos: «El principio vital e intelectual de la unidad del saber en la
diversidad y en el respeto de sus expresiones múltiples, conexas y convergentes
es lo que califica la propuesta académica, formativa y de investigación del
sistema de los estudios eclesiásticos, ya sea en cuanto al contenido como en el
método» (VG 4c). Intrínsecamente plural, porque la realidad es plural. El
pueblo de Dios es diverso, plural; y la Iglesia, como católica, debe acoger
todos los estudios con toda su variedad.
Diálogo y creación de redes
Las encíclicas Laudato
si’ y Fratelli
tutti afirman que «todo está conectado» (LS 70; FT 34), y el
trabajo en red es la forma en que establecemos y exploramos las conexiones. En
un mundo como el nuestro, cada vez más interdependiente, esto se hace aún más
indispensable, y se convierte en una exigencia imprescindible también en las
cuestiones de la teología y de la catolicidad de la Iglesia: «No hay duda de
que la Teología debe estar enraizada y basada en la Sagrada Escritura y en la
Tradición viva, pero precisamente por eso debe acompañar simultáneamente los
procesos culturales y sociales» (VG 4d). 
Aquí vuelve la figura del poliedro de
Francisco: para captar una esfera basta con un solo individuo, pero para
apreciar la realidad como un poliedro hay que trabajar en red.
¿Cómo se aplica este concepto a las
facultades de teología y a las universidades eclesiásticas? Su labor
«contribuye a la edificación de una sociedad justa y fraterna, donde el cuidado
de la creación y la construcción de la paz son resultado de la colaboración
entre instituciones civiles, eclesiales e interreligiosas» (DF). Aquí, con el
Papa Francisco, nuestra mirada se vuelve hacia la humanidad asediada: «Las
preguntas de nuestro pueblo, sus angustiar, sus peleas, sus sueños, sus luchas,
sus preocupaciones poseen valor hermenéutico que no podemos ignorar si queremos
tomar en serio el principio de encarnación. Sus preguntas nos ayudan a
preguntarnos, sus cuestionamientos nos cuestionan»[9]. Así es como
«se puede huir de las lógicas autorreferenciales, competitivas y, de hecho,
cegadoras que a menudo existen [escondidas] también en nuestras instituciones
académicas y […] en las escuelas teológicas» (DF).
Las facultades de teología deben
aprovechar las numerosas oportunidades que tienen profesores y estudiantes para
entablar «un diálogo mutuo orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa
de los pobres, a la construcción de redes de respeto y de fraternidad» (LS
201). No deben aspirar al sincretismo ni a la guerra interdisciplinar, sino «a
la resolución en un plano superior que conserva en sí las virtualidades
valiosas de las polaridades en pugna (VG 4). La teología, dice Francisco, «debe
sintonizar con el Espíritu de Jesús Resucitado, con su libertad de ir por el
mundo y de llegar a las periferias, también a las del pensamiento […]. Las
grandes síntesis teológicas del pasado son canteras de sabiduría teológica,
pero no pueden aplicarse mecánicamente a las cuestiones actuales» (DF).
Se trata, en definitiva, de la concepción
de una «visión unitaria y orgánica del conocimiento»[10], ése es el
reto al que se enfrenta hoy el pensamiento cristiano. De hecho, «hasta hace muy
poco, el cristianismo se ha percibido como una religión europea y
norteamericana, y se ha identificado casi exclusivamente con la civilización
occidental. En cambio, en los albores de este nuevo milenio, el cristianismo no
sólo es una religión predominantemente no occidental, sino también ampliamente
pluralista y diversa. Estemos o no dispuestos a reconocerlo, en el epicentro
del cristianismo se está produciendo un gran cambio, y el futuro parece no
estar anclado en Occidente, sino más bien en las partes no occidentales del
planeta»[11].
Renovar la teología desde
dentro
En su discurso en Nápoles, el Papa
Francisco se dirigió a los profesores como «“etnógrafos espirituales” del alma
de los pueblos» y les invitó a ser «dóciles siempre a los signos, a la acción
del Señor Resucitado y a su Espíritu de paz […], sin afán de conquista, sin
voluntad de proselitismo – esta es la peste – y sin un intento agresivo de
confutación» (DF).
¿De qué modo la docilidad al Espíritu
promueve el diálogo desde dentro para la renovación de la teología? Renovar la
teología como diálogo desde dentro exige docilidad al Espíritu, para que el
diálogo pueda darse en toda su dimensión: dentro de los mundos y culturas de
los pueblos, especialmente de las periferias; dentro de la Iglesia y de su
historia, especialmente del Vaticano II y de las distintas tradiciones
religiosas; dentro del teólogo, como profesor o estudiante, ya sea
contemplando, investigando, enseñando, estudiando o dedicándose al servicio pastoral.
Una teología es dócil a la acción del
Espíritu y auténticamente «católica» cuando se deja abrazar por el pensamiento
de sus interlocutores, renunciando a subterfugios para eludir o tergiversar la
verdad. ¿Puedo permitir que los demás consideren mis ideas sin esperar que
piensen como yo? ¿Y puedo, al mismo tiempo, poner entre paréntesis lo que soy y
lo que pienso, para hacer sitio al otro en mi esquina del poliedro? Esta
reciprocidad – acoger a otros y dejar que me acojan – revela una actitud dialógica
y fraternal: buscar juntos la verdad, sin pretender tener el monopolio de ella.
Florece en el oxígeno del debate, que puede hacer que nuestras mentes sean más
agudas, más intuitivas. Pero lo contrario también es cierto, como sugiere
la latitudo cordis, la «anchura del corazón» de Santo
Tomás. La reflexión creyente – la teología – logra su propósito cuando abre la
mente al corazón, es decir, cuando nos hace más dispuestos a acoger y amar, a
abrir el corazón al prójimo.
Una teología es dócil al Espíritu cuando
dialoga con su contexto vital, en constante expansión, y ama a quienes
encuentra en los caminos del pensamiento. Para quienes se comprometan a entrar
en esta senda, será una aventura emocionante y apasionante, con la posibilidad
de trazar nuevos caminos. Como los exploradores del pasado que iban más allá de
las aguas conocidas, los teólogos de hoy necesitan tener una pasión indomable
por el Reino que les empuje a salir de sus zonas de confort, a adentrarse en
territorios sin límites.
Esto es, pues, lo que deseamos para
nuestras facultades de teología: que sean un lugar donde las diferencias se
vivan en amistad; donde se practique con atención y valentía una teología de la
acogida y del diálogo; donde el conocimiento teológico se experimente según el
modelo del poliedro, en lugar del de una esfera lisa y desencarnada; donde la
investigación teológica pueda promover un proceso de inculturación estimulante
y convincente. La teología, según el Papa Francisco, debe adoptar «una
modalidad que entra en diálogo “desde dentro” con los hombres y con sus
culturas, con sus historias, con sus diferentes tradiciones religiosas; una
modalidad que, en coherencia con el Evangelio, comprende también el testimonio
hasta el sacrificio de la vida» (DF).
Copyright
© La Civiltà Cattolica 2023
Reproducción reservada
1.       
Este
artículo retoma la Chancellor’s
Lecture que
pronunciamos en el Regis
College (Universidad
de Toronto) el 19 de noviembre de 2021. Queremos agradecer al P. Christian
Barone y a Robert Czerny su inestimable ayuda en la redacción y revisión del
texto. ↑
2.     
Cfr
Francisco, Discurso
del Santo Padre en la Pontificia Facultad Teológica de la Italia Meridional, Nápoles, 21 de junio de 2019,
en www.vatican.va/. En adelante citaremos con la sigla DF
(Discurso Francisco). ↑
3.     
34º
Congregación General de la Compañía de Jesús (1995), Decreto 2, n. 19. ↑
4.     
Ibid. ↑
5.     
EG
231-233; LS 110; 201. ↑
6.     
Francisco, Discurso en el encuentro con
la comunidad del Movimiento de los Focolares, Loppiano (Fi), 10 de mayo 2018. ↑
7.     
Cfr
Ibid. ↑
8.     
Cfr
EG 239: «Es hora de saber cómo diseñar, en una cultura que privilegie el
diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin
separarla de la preocupación por una sociedad justa, memoriosa y sin
exclusiones». ↑
9.     
Francisco, Videomensaje del Santo Padre
Francisco al Congreso Internacional de Teología organizado por la Pontificia
Universidad Católica Argentina, Buenos Aires, 1-3 de septiembre de 2015. ↑
10.  
Juan
Pablo II, s., Fides et
ratio (1998), n.
85. ↑
11.    
P.
Vethanayagamony, «Mission from the Rest to the West», en Mission After Christendom:
Emergent Themes in Contemporary Mission, Westminster, John Knox, 2010, 59. ↑
https://www.laciviltacattolica.es/2023/01/20/la-renovacion-de-la-teologia-como-dialogo-desde-dentro/ 

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