El duro entrenamiento que convirtió a la Guardia Pretoriana en unidad
más letal de la Antigua Roma
De la nada,
hasta la cúspide del poder. A día de hoy, las películas nos muestran a
los pretorianos como
unos guerreros de élite encargados de proteger a los grandes dignatarios de sus
enemigos. Llevan razón a medias. O más bien se olvidan del origen de estos
combatientes. Y es que, durante la República no
eran más que una pequeña escolta dedicada a la salvaguarda de un líder de medio
pelo.
Sin embargo, todo cambió con la llegada con una
reforma motivada por el primer emperador de Roma, César
Augusto. Fue este personaje quien moldeó (allá por el
año 27 a.C.) un nuevo cuerpo permanente formado por un mínimo de 4.500 hombres al que
encomendó su vida. Así nació la Guardia Pretoriana que todos
conocemos en la actualidad.
Poco a poco, su eficiencia llevó a la Guardia
Pretoriana a convertirse en una unidad capaz de alzar hasta la poltrona a
emperadores. Pero también a arrebatarles esta silla. No en vano, sus
miembros asesinaron
a Calígula después de haber sido humillados por él y,
posteriormente (allá por el año 41), le entregaron el poder a Claudio (quien les
compró ofreciéndoles la nada desdeñable suma por entonces de 15.000 sestercios por hombre).
Un siglo después, estos militares acabaron también con la vida de Pertinax, agraviados por la falta de monedas.
Sin embargo, tan real como esto es que sus
miembros eran unos verdaderos carros de combate y causaban pavor a los enemigos
de Roma.
Así lo
confirma Stephen Dando-Collins en su obra «La maldición
de los césares: la crónica fascinante de una época convulsa»: «Con el
Imperio, devino una fuerza especial policial integrada por efectivos de élite.
Reclutados exclusivamente en Italia, los pretorianos estaban mejor retribuidos
que los legionarios, servían durante un período más breve (dieciséis años desde
las postrimerías del reinado de Augusto) y recibían una paga mayor al
licenciarse (20.000 sestercios en
oposición a los 12.000 que
percibía un legionario).
De la misma
opinión es Roger Collins en su libro «La Europa de
la Alta Edad Media», donde los define como una «fuerza de élite» que
estaba estacionada habitualmente en Roma y que, «cuando el emperador tenía una
personalidad débil o era poco capaz, podían controlar el régimen».
Más allá de
sus venturas y desventuras, está claro que ser un miembro de la Guardia
Pretoriana no era sencillo. De hecho, y a pesar de la reforma de Severo (quien
ordenó que «cualquier vacante en los pretorianos fuese cubierta con hombres de
todas las legiones» debido a que conocían mucho mejor el oficio del soldado) el
entrenamiento al que debían someterse para convertirse en verdaderas máquinas
de matar era estricto. Ejemplo es que no estaban exentos de prepararse para la
contienda mediante ejercicios llevados a cabo con espadas de madera o, incluso,
haciendo uso del boxeo.
Maestros
En la
obra «Pretorianos,
la élite del ejército romano», de Arturo Sánchez Sanz, se ahonda en
el entrenamiento de esta unidad. Unos ejercicios que el autor compara con los
que llevaban a cabo los espartanos (y que les
convirtieron en unos de los mejores combatientes de la Antigüedad). «Aunque con
un planteamiento totalmente distinto, los propios pretorianos no quedaban a la
zaga de tales hazañas. En combate siempre cumplieron sobradamente lo que se
esperaba de ellos. Si eso era posible aun teniendo que actuar en campaña solo
esporádicamente, se debía tanto a una selección estricta de los aspirantes como
al entrenamiento diario que realizaban», explica el
experto en el mencionado libro.
Para evitar
que el alto sueldo de los pretorianos les llevase a destrozar su cuerpo a base
de bebida, comida y prostitutas,
se construyó un «campus». Un complejo formado por un templo,
unas termas y unas letrinas en
el que se preparaban para el combate. «Allí se escuchaban a diario las voces de
los soldados expertos que dirigían el entrenamiento y la instrucción en técnicas
de combate. Tal era su importancia que existían adiestradores tan capacitados
que su labor era, exclusivamente, preparar a los propios entrenadores», añade
el autor.
Así pues, cada
experto entrenaba una capacidad de los combatientes, como detalla Raúl Méndez Argüín en su
documentado dossier «La
guardia pretoriana en combate»:
1-Los «armatura»
entrenaban a los combatientes en el arte de la esgrima. Su labor era tan importante
que recibían formación de los «discens armaturarum», unos maestros de maestros
que se encargaban de que no erraran a la hora de explicar a sus alumnos los
secretos de las espadas.
2-«Los
“evocati” (soldados reenganchados tras cumplir su servicio
básico) de infantería tenían un preparador específico, el “exercitator
armatutarum”, y los “exercitatores equitum praetorianum"
se dedicaban a los jinetes», explica, en este caso, Sánchez Sanz.
3-El «doctor
cohortis», asistido por un «optio compi» supervisaba el
entrenamiento por cohortes. «Eran puestos muy apreciados en las cohortes y
codiciados para seguir ascendiendo en el escalafón. Formalmente se trataba de
experimentados “evocati” que habían servido como “equites praetorianos”, o ya
antes como adiestradores», añade.
Los instructores no tenían piedad. Así pues,
daban la mitad de la ración a aquellos combatientes que no progresaran todo lo
rápido que ellos querían.
Entrenamiento
Con todo, Sanz es partidario de que, más allá de
esta estructura, se conoce poco de la rutina diaria de los pretorianos. Por
ello, supone que el entrenamiento podría ser parecido al de los legionarios.
«Prioritariamente debían manejar las armas de combate, pues de ello dependerían
sus vidas y, en parte, no solo las de sus compañeros sino la victoria en la
batalla», explica.
A su vez, debían aprender a formar y marchar
marcialmente. «Lograrlo correctamente requería práctica diaria hasta la
extenuación. La marcha regular y el paso ligero se entrenaban inicialmente sin
carga, hasta realizarlas con todo el equipo de combate en perfecta
sincronización», completa. Aquello era básico, pues en pleno combate debían
saber mantenerse recios y en formación ante el empuje enemigo.
«Para alcanzar
tal destreza, los adiestradores inicialmente organizaban marchas diarias
de 20 millas romanas en cinco horas (29.620 kilómetros), o 40
millas en doce horas,
y, más tarde, 24 millas en cinco horas a paso ligero», destaca el experto.
Estos ejercicios eran habituales entre los reclutas que, a continuación,
repetían estas distancias portando su equipo completo.
Tampoco estaban exentos los combatientes de
entrenar el salto. Al fin y al cabo, debían estar preparados para poder sortear
cualquier obstáculo colocado por el enemigo. «Para ello utilizaban un potro de
salto, inicialmente superándolo libres de trabas y, después, con todo el equipo
de un salto, portando el gladius y el pilum en cada mano», añade el autor de la
obra.
Incluso eran instruidos en la respuesta inmediata
que debían dar ante las señales para que las órdenes fuesen llevadas a cabo de
la forma más rápida posible.
«Los ejercicios de fuerza no
eran menos vitales para un soldado. Debían aprender a resistir las marchas,
ejecutar obras de ingeniería, levantar campamentos, así como cargar y utilizar
sus armas durante continuos ataques. Un brazo cansado tras asestar numerosos
golpes o repelerlos podían rendirse antes de lo esperado», señala. La natación
y la equitación también eran asignaturas básicas.
Finalmente, y
como es obvio, el entrenamiento con armas era básico. Así pues, los militares
entrenaban para atacar las tres partes clave del cuerpo del enemigo: cabeza, torso y piernas.
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