jueves, 14 de noviembre de 2019


Odiado, repudiado y pobre: la injusta muerte del héroe que evitó la masacre de 14.000 españoles





Retrato de Zayas en la guerra
La de José Pascual de Zayas y Chacón fue una historia agridulce. Dulce, porque -a golpe de valentía -, ganó un sin fin de medallas por poner contra las cuerdas al ejército de Napoleón durante la Guerra de la Independencia. Y agria debido a que su lealtad al régimen instaurado en España durante el Trienio Liberal y su presunta pertenencia a la masonería acabaron con su carrera. Héroe de la batalla de La Albuera (donde su intervención evitó la muerte de más de 30.000 soldados -14.000 de ellos españoles-) terminó sus días enfermo, sin una moneda que gastar (sobrevivía con la ayuda de sus familiares y amigos) y repudiado. La tragedia fue doble, pues dejó este mundo sin saber que, poco después, un Real Decreto le devolvería todos los honores que se había ganado a golpe de espada.

Desde pequeño estuvo ligado al mundo militar. Nacido en el seno de una familia acaudalada de la Cuba española en 1772, partió con una década de vida a la Península para iniciarse en el mundo castrense. En 1783 ya era cadete del Regimiento de Infantería de Asturias y, a partir de ese momento, su carrera fue fulgurante. Combatió en la defensa de Orán, participó en la guerra de la Convención Francesa a partir de 1793 y, ocho años después, se enfrentó también a los ingleses. Su hoja de servicios atestiguaba su valentía: «Valor acreditado, aplicación bastante, capacidad mucha, conducta regular y sirve sobresalientemente en campaña». En 1808, nombrado ya comandante, tenía previsto dirigirse a Dinamarca, pero la llegada de la invasión napoleónica detuvo sus planes. Acababa de comenzar la Guerra de la Independencia contra el Bonaparte.

Honor en La Albuera

La gran actuación de Zayas se dio en la batalla de La Albuera, acaecida el 16 de mayo de 1811 en Badajoz frente a un río con el mismo nombre. Aquella jornada formaba parte de los 32.000 soldados ingleses, portugueses, alemanes y españoles dispuestos a enfrentarse al ejército de Napoleón. Nuestro protagonista se hallaba bajo la protección y mando de William Beresford, uno de los británicos enviados por su gobierno para detener el avance galo en la Vieja Europa. La contienda comenzó a las ocho de la mañana, cuando los galos hicieron su aparición y, para sorpresa de todos, se dispusieron a combatir solo contra el flanco izquierdo del contingente combinado.

Por desgracia, todo era una trampa. Cuando Beresford ordenó a sus hombres, vascular hacia el flanco en apoyo del resto de fuerzas, dio comienzo el verdadero plan del mariscal Soult, subalterno de Bonaparte, director de aquella orquesta de fusiles y empecinado en hacerse con la Península. El galo, avispado, había ordenado a una buena parte de sus hombres que se mantuvieran ocultos y que, llegado el momento (cuando el enemigo desplazara a sus tropas) asaltaran el desprotegido flanco derecho del contingente combinado.
La estratagema no terminó de dar resultado gracias un oficial alemán del ejército aliado que vio retazos de unidades francesas escondidos en la lejanía y alertó a Beresford. Este, sin poder dar crédito a lo ocurrido, ordenó a su línea reorganizarse y dirigirse a toda bota hacia el flanco desprotegido. Pero ya era demasiado tarde, pues Soult había iniciado su marcha con el grueso de sus fuerzas hacia las unidades del extremo derecho.
Los oficiales aliados giraron sus cabezas hacia el flanco derecho para descubrir que únicamente cuatro batallones de la División comandada por Zayas (unos 3.500 hombres aproximadamente) se encontraban en posición para dar de balazos a los franceses y resistir hasta la llegada de sus compañeros. De ellos dependía la batalla, ya que, si los gabachos les arrasaban, atacarían luego a las descolocadas unidades británicas que acudían en su ayuda.

Los franceses, por su parte, cargaron con nada menos que 14.000 soldados (entre los que se destacaron varios regimientos de caballería). Para los españoles de Zayas parecía que la única forma de salir de allí era con un balazo en la sien. Con todo, el valor es capaz en ocasiones de vencer a la superioridad numérica; y más si es acompañado de una mala decisión... Y es que Soult, creyendo que sería sencillo acabar con nuestros escasos compatriotas, decidió enviar únicamente a una división –la de Girard- contra ellos. Su intención era dejar en reserva un contingente lo suficientemente potente como para enfrentarse a cualquier aliado que pudiera acercarse.

A pesar de ello, las fuerzas francesas que se disponían a entablar combate seguían superando a los hombres de Zayas. «Su ataque fue violentísimo, secundado por una gran masa de artillería. Se produjo un intenso tiroteo entre los franceses y los españoles, que lucharon tenazmente y resistieron el embate francés. El combate se desarrolló a unos 50 metros de distancia, y el número de bajas fue enorme El resultado de este primer asalto se saldó con gran número de bajas por ambas partes, resultando batida la vanguardia francesa. Los atacantes franceses sufrieron más del 40% de bajas en esta primera media hora, y los defensores españoles alrededor del 30%», señalan Juan Vázquez y Lucas Molina en su obra «Grandes batallas de Españolas».

Tras varios y largos minutos de batalla en la que los españoles resistieron contra todo pronóstico y de forma heroica el asalto de los fusileros y tiradores franceses, llegaron los infantes británicos. Estos, sin embargo, fueron recibidos a tiros por los soldados de Zayas que, en el fragor de la batalla, no acertaban a conocer entre amigos y enemigos y solo pensaban en descargar munición contra todo aquel que estuviera armado y se dirigiera hacia ellos. A pesar de la confusión, cuando la esperpéntica situación estuvo aclarada, los españoles fueron relevados y enviados a reorganizarse justo en el momento en que los galos lanzaban su segundo ataque.
Después, y lejos de querer perderse la contienda, volvieron a la lucha más decididos que nunca.


Beresford
Batalla de La Albuera
Después de ver a los escasos defensores españoles resistir un ataque de tal envergadura, la heroicidad debió henchir el pecho de Beresford, que ordenó a varias unidades británicas atacar el flanco izquierdo enemigo. Estas, a base de fusilazos, cumplieron su objetivo, aunque a costa de multitud de bajas. A su vez, la situación de estos hombres se recrudeció cuando descubrieron que, aunque habían detenido a los galos, habían quedado expuestos en campo abierto. Soult no lo dudó y, con desesperación en los ojos por no poder atravesar las defensas enemigas, envió a su caballería, la cual pasó a sable y lanza a los hombres de Su Majestad.

«A continuación, embriagados por su éxito, los (jinetes franceses) se lanzaron a por la retaguardia española, amenazando al propio Beresford. El despliegue español en dos líneas demostró su valía, al lograr repeler ese ataque mientras que Zayas, meritoriamente, afrontaba el nuevo ataque son dejar de disparar sobre las tropas de Girard, acción que muy probablemente salvó al ejército aliado de la destrucción», completan Vázquez y Molina. Superados por unos soldados que consideraba inferiores, Soult no pudo hacer otra cosa más que dar la vuelta a su caballo y abandonar el campo de batalla.

Descenso al infierno

La Albuera fue el comienzo de una concatenación de victorias en la Guerra de la Independencia. En su artículo sobre Zayas para la Real Academia de la Historia, José Manuel Guerrero Acosta recoge una buena parte ellas. Desde la contienda de Chiclana, hasta las de Cuenca Valencia. «En agosto pasó con su división a Levante, participando en las operaciones para defender Valencia, siempre bajo el mando de Blake. En diciembre se distinguió en la batalla de Sagunto y defensa de Mislata», desvela el experto. Hasta aquí, parecía que nuestro protagonista estaba destinado a convertirse en un personaje inolvidable de la historia española. Pero la suerte (la mala suerte) hizo que, tras la caída de Valencia en 1812, fuese atrapado por los galos. Reo junto a otros tantos oficiales y soldados, fue enviado a Francia e internado en Vincennes.

Un año pasó encerrado, hasta diciembre de 1813 (o marzo de 1814, atendiendo a las fuentes). Fue entonces cuando fue liberado con el objetivo de acompañar al duque de san Carlos ante las cortes para, como bien señala el autor, negociar el regreso de Fernando VII a España. «El propio monarca le ordenó que procediese a las cortes del reino reunidas en Madrid para anunciar su libertad», explica Martha Elizabeth Laguna Enrique en su tesis «El museo nacional de bellas artes de la habana y la colección de retratos de la pintura española del siglo XIX». Poco después fue ascendido a teniente general por el valor que había demostrado en la guerra contra el galo y, por si fuera poco, recibió la Cruz Laureada de San Fernando de tercera clase, la banda de San Fernando y la de Carlos III. Al menos, según desvela la experta en su obra.

Desembarco de Fernando VII y su familia en el Puerto de Santa María


Zayas, muy cercano a la monarquía y a Fernando VII, renunció después a ser virrey de Perú. Su vida estaba en Madrid, donde se hallaba cuando el levantamiento de Riego dio paso al Trienio LiberalA partir de entonces, nuestro protagonista se mostró siempre como un partidario ferviente de la Constitución y del nuevo régimen. «El 1 de julio de 1820 fue nombrado diputado en Cortes por La Habana, y el 31 del mismo mes, capitán general de Extremadura», añade, en este caso, Guerrero. Si ya había empezado, con ello, a ganarse la enemistad del rey, terminó de cavar su tumba el 7 de julio de 1822, cuando ayudó a reprimir la revuelta que buscaba el regreso del sistema absolutista e impidió, en palabras de la experta, «la comunicación de los rebeldes con el monarca».

El año 1823 acabó de sepultarle. Zayas, firme defensor del liberalismo, se negó a rendirse cuando Luis Antonio de Franciaduque de Angulema, tomó el mando de los Cien Mil Hijos de San Luis (el ejército internacional encargado de reinstaurar la monarquía en España). «Cuando la corte se trasladó a Sevilla fue nombrado Capitán General de Madrid para preservar el orden de la capital», añade la autora. Solo capituló cuando la llegada del grueso del contingente era inminente. Y para entonces ya había acabado con varias partidas realistas. El día 23 abandonó la ciudad tras llamar a la calma en el Diario de Madrid:

«Espero de la sensatez y cordura que caracteriza a este ilustre vecindario, que no me pondrá en la dura presión de haber de apelar a la fuerza que tengo a mis órdenes, y aún a las del ejército francés, si necesario fuere, para reprimir y castigar […] cualquiera desorden que pueda alterar lo más mínimo la tranquilidad pública. La vigorosa disciplina que haré observar a las tropas de mi mando, será el mejor garante de la firme resolución en que me hallo de valor muy de cerca por la quietud y seguridad de los habitantes de esta heroica capital, y del deseo de que me anima de no llevar al separarme de su seno más de recuerdos que los de las virtudes que en todos tiempos los han señalado».

Fernando VII

Zayas, el héroe que había combatido hasta la extenuación por España en la Guerra de la Independencia, se vio obligado a buscar refugio en Andalucía. Pero su suerte ya estaba echada. Cuando se instauró de nuevo el absolutismo, la Junta Superior de Purificaciones (una suerte de consejo encargado de hallar a los traidores a la corona) le declaró impuro y acabó con su carrera militar. «El 30 de mayo de ese año fue despojado de todos sus cargos y honores. En noviembre de 1826, fue declarado “impurificado por liberal”», añade Guerrero.


Laguna afirma, además, que en esta decisión pudo haber influido su «conocida filiación francmasónica», pues habría sido «jefe o gran maestro de una sociedad secreta durante el período de 1820 a 1823». En sus palabras, esta parte tan turbia de su vida fue desvelada en un artículo del escritor y político Patricio de la Escosura en 1876. Algunas partes del texto denotan, sin lugar a dudas, que lo que movía a este autor no era el odio contra el oficial: «El general D. José de Zayas, perfecto caballero, excelente soldado, hombre de gran mundo, y que por haber honrada y valerosamente haber preservado a Madrid del saqueo con que le amenazaban las furiosas, indisciplinadas y fanáticas hordas [realistas] incurrió en el odio implacable del rey Fernando».

José Pascual de Zayas falleció repudiado en Chiclana el 28 de octubre de 1827 tras haber vivido la última parte de su vida entre enfermedades y pobreza. De hecho, tuvo que valerse del dinero de familiares y amigos para sobrevivir. El destino, no obstante, quiso que un real decreto le devolviera sus cargos y los honores recibidos durante toda su vida el 2 de agosto de 1840.







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