10 CURIOSIDADES SOBRE EL SEXO EN LA ANTIGUA ROMA
Aunque muchos aspectos de nuestra sociedad derivan
directamente de la antigua Roma, otros son muy diferentes. Los romanos veían la
sexualidad de un modo bastante distinto al nuestro y algunas de sus costumbres
nos resultarían chocantes.
No importaba tanto
qué hacías, sino quién lo sabía
Aunque la sociedad
romana tenía (como todas) una serie de reglas acerca del sexo, en la intimidad
muchos no las respetaban. Pero el problema no era hacer algo considerado
“indigno”, sino quién lo sabía y sobre todo quién podía demostrarlo. La
acusación por parte de otro hombre libre podía arruinar la carrera de un
senador, si provenía de una mujer plebeya tenía más posibilidades de salir
airoso (no así si era noble, pues una patricia tenía su honor y una plebeya
no), y si era un esclavo quien le acusaba entonces no tenía que preocuparse de
nada. El estatus social lo era todo en Roma y el valor de la palabra era
proporcional a la importancia de quien la esgrimía; por ello, un hombre o una
mujer de alto rango podían permitirse sus placeres, asegurándose siempre de que
no lo supiera nadie cuya palabra fuera tomada en serio.
No existía el
concepto de homosexualidad, heterosexualidad, bisexualidad...
Todas las
etiquetas que hoy aplicamos a la sexualidad no tendrían ningún sentido para un
romano: para la sociedad romana el sexo era sexo, así de simple. Los hombres
podían tener relaciones con miembros del mismo sexo o del opuesto y nadie les
criticaba por ello, siempre que la otra persona tuviera menos estatus social
(sirvientes, esclavos e incluso hombres libres pero extranjeros). En el caso de
las mujeres casadas tenían que llevarlo con discreción porque estaba en juego
su honor, pero las libertas o las extranjeras podían permitirse una mayor
libertad ya que los romanos no las consideraban miembros de pleno derecho de la
sociedad.
La virginidad
masculina era algo inaceptable
Era común que los hombres, ya en su
adolescencia, frecuentaran los burdeles o tuvieran relaciones con las
sirvientas o esclavas. La virginidad masculina era algo extremadamente mal
visto en la sociedad romana porque el hombre tenía que ser siempre un
dominador. En cambio, la mujer (sobre todo si era de clase alta) sí tenía la
obligación de llegar virgen al matrimonio, principalmente por una cuestión
moral: había que evitar que la mujer conociera el placer del sexo porque se
consideraba que este conocimiento podía inducirla al adulterio.
También era
inaceptable para un hombre ser la parte “sometida”
Un hombre podía practicar sexo con
quien quisiera, pero siempre debía ser la parte dominante. Ser penetrado por
otro hombre equivalía a ponerse en una situación sumisa, todo lo contrario al
ideal romano: la acusación de haber sido la parte pasiva en una relación podía
bastar para arruinar la carrera de un político, como estuvo a punto de
sucederle a Julio César en su juventud. Peor aún era la acusación de haber
practicado sexo oral a una mujer, aunque fuera su esposa, ya que para los
romanos la boca era el instrumento de la política, el comercio y todas las
actividades importantes, y “ensuciarla” equivalía a despreciar su importancia
para la comunidad.
Tanto hombres como
mujeres usaban a sus esclavos como “juguetes sexuales”
Para la mentalidad romana, un esclavo
era una propiedad de la que podía disponer como más le conviniera, incluyendo
para el sexo. Lo importante, de nuevo, era respetar la jerarquía social: ni un
hombre ni una mujer debían hacerse penetrar por sus esclavos ni practicarles
sexo oral; no debían darles placer de ningún modo pero ellos estaban obligados
a dárselo a sus amos. Las mujeres, debido a su honorabilidad, estaban más
limitadas, pero también podían disponer de sus esclavas para fines sexuales; de
hecho, era preferible que emplearan a otras mujeres porque, en el peor de los
casos, nadie podría acusarlas de haberse dejado dominar haciéndose penetrar por
un esclavo.
Las tabernas
ofrecían los servicios sexuales de sus camareras
Los “fast food” y tabernas romanas no
solo ofrecían comida y bebida, sino también los servicios sexuales de sus
camareras. Por ello, este era uno de los oficios considerados “infames”
(indignos) y generalmente recaía en mujeres de muy bajo estatus social, como
esclavas, libertas pobres o extranjeras. Pero si la necesidad apretaba, no era
imposible que el propietario de una taberna llegase a prostituir a sus propias
hijas, sabiendo que eso las condenaba a no salir nunca de los estratos más
bajos de la sociedad.
Se podía
identificar a las prostitutas por el color de los cabellos y la ropa
Las prostitutas tenían una
consideración social incluso peor (refiriéndonos a las de clase baja, no a las
ricas cortesanas), por lo que cualquier miembro “respetable” de la sociedad
quería evitar ser visto junto a ellas. Por ese motivo, las prostitutas debían
resultar fácilmente identificables. El modo más evidente era teñirse el cabello
de colores claramente artificiales, como azul y naranja. También se las podía
reconocer por su ropa: mientras la típica mujer romana usaba una vestimenta muy
recatada, las prostitutas usaban ropa sencilla, ligera (lo que también les
permitía desvestirse y vestirse rápidamente) y que resaltara las formas del
cuerpo.
La prostitución
era extremadamente barata
Y cuando decimos extremadamente barata,
no es una exageración: un servicio sexual económico podía costar lo mismo que
una copa de mal vino, alrededor de uno o dos ases. Este precio no solo se
aplicaba a los peores burdeles, sino incluso a los ya mencionados servicios de
las camareras, y se explica porque a esos lugares solo acudían las clases bajas
y las mujeres que se prostituían (y menos frecuentemente hombres) eran esclavas
o libertas pobres, que no tenían ninguna esperanza de ascenso social.
Totalmente distintas eran las meretrices, el equivalente a las hetairas
griegas: mujeres cultas y ricas que no solo proporcionaban sexo, sino también
una compañía agradable. Sin embargo, por mucho que gozaran de un mayor respeto
por su riqueza, para la moral romana seguían siendo indignas y en ningún caso equiparable
a una “auténtica” mujer, que debía ser pudorosa.
La “pornografía”
era considerada de buen gusto
No es extraño que las excavaciones
revelen mosaicos u objetos de temática sexual: lo que hoy se llamaría
pornografía era algo muy aceptado por los romanos, hasta el punto de usarlo
como motivo de mosaicos, estatuas y objetos personales como espejos. En Roma se
consideraba que el sexo era un regalo de Venus, la diosa del amor, y si era un
regalo no había que ocultarlo ni despreciarlo. Esto puede parecer
contradictorio con la importancia que daban al pudor, pero en realidad no lo
es: se era libre de gozar de los placeres de Venus, siempre que se hiciera
según lo considerado correcto socialmente.
La pedofilia era
socialmente aceptada (hasta cierto punto)
Tener relaciones sexuales con menores
de edad, incluso muy jóvenes, no era motivo de escándalo, al contrario: podía
estar incluso bien considerado porque la diferencia de edad era un signo de
dominación. De hecho, los romanos solían iniciarse en el sexo con muchachos o
muchachas muy jóvenes, apenas entrados en la pubertad, y no era raro que un
romano rico dispusiera de esclavos jóvenes cuyo único propósito fuera
complacerle sexualmente; el sexo con la propia esposa generalmente tenía fines
procreativos, ya que muchos matrimonios eran alianzas políticas y no tenía por
qué haber amor de por medio.
https://historia.nationalgeographic.com.es/a/10-curiosidades-sobre-sexo-antigua-roma_15878/10
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