EL
GRAN PARADISO, EL PARQUE NACIONAL MÁS ANTIGUO DE ITALIA
El precioso Parque Nacional del Gran Paradiso alberga un de
los picos más altos del país, de más de 4.000 metros de altura
UN
4.000 MÍTICO
El macizo del Gran
Paradiso, emblema del parque nacional, es uno de los grandes retos alpinísticos
de Italia.
VALLE
ORCO
Reúne enclaves de
interés alpinístico, naturalista, histórico y religioso.
1 Centro Visitantes de Noasca. Dispone de un servicio de guías y de material
explicativo sobre el parque.
2 Casotto del Gran Piano. El pabellón de caza real es un edificio
alargado de una planta que ahora sirve para tareas de vigilancia y observación.
3 Cesorolo Reale. El centro Homo et Ibex repasa la relación entre el hombre y el animal
emblema del parque.
4 Santuario de Prascondú. La muestra arquitectónica más bella del
parque se halla en el valle de Ribordone.
VALLE
SOANA
Estrecho, húmedo y
poblado por una abundante vegetación formada por castaños, hayas y pinos laricio.
1 Ecomuseo del Rame (cobre). En Ronco Canavese. Cuenta con una forja (fucina) de 1675
y una muestra dedicada al antiguo oficio de magnin, que reparaba objetos de
cobre.
2 Santuario de San Besso. Se sitúa a 2.019 metros, se alcanza a pie
tras dos horas de camino. El 10 de agosto tiene lugar una gran procesión.
3 Vallone de Lavina. Este valle de pinos laricio y cabañas de pastor es un famoso
destino senderista.
VALLE
DE COGNE
El sector más
conocido del parque regala hermosas vistas de los glaciares de su mítica
cumbre, el Gran Paradiso.
1 Estación de esquí. Sede de la Marcha Gran Paradiso, una de las carreras de esquí nórdico
más famosas de Europa.
2 Jardín Botánico Paradisia. Situado en el municipio de Valnontey,
abarca 10.000 m2 y reúne 1.000 especies. Fue fundado en 1955.
3 Refugio Vittorio Sella. Lleva el nombre del gran fotógrafo de
montaña del siglo XIX. Subir hasta él es una de las excursiones más bellas del
parque y permite observar íbices alpinos.
VALSAVARENCHE
Considerado el
valle más salvaje del parque, al pie del Gran Paradiso.
1 Refugios Vittorio Emanuele y Chabod. Son la base para emprender el ascenso a la
cumbre del Gran Paradiso (4.061 metros). Ofrecen vistas fantásticas de
los glaciares.
2 Orvieille. El camino de
caza real conduce hasta la cabaña que el rey Víctor Manuel II tenía en esta
parte del parque, cerca del lago Djouan.
3 Eaux Rousses. Esta aldea debe su nombre (aguas rojizas) a la composición ferruginosa
de los manantiales que afloran en los alrededores.
Situado entre el
norteño Valle de Aosta y el Piemonte, el Gran Paradiso ocupa
70.000 hectáreas de territorio de alta montaña. Actualmente y
gracias a su historia, este parque nacional se ha convertido en un reducto para
la conservación natural, la investigación científica y la preservación
cultural. Entre sus paisajes nevados, se pueden encontrar también numerosas
huellas humanas, antiguas y modernas: petroglifos del neolítico, ruinas romanas,
castillos medievales y también paneles solares y presas hidroeléctricas más
recientes.
La cumbre del Gran
Paradiso (4.061 metros), a diferencia del Cervino y el Mont Blanc, es enteramente
italiana, aunque por muy
poco, como revela la toponimia francesa de los pueblos y valles que lo rodean.
Víctor Manuel II, que cazaba en sus bosques y roquedos, declaró la zona Reserva
Real de Caza en 1856; 60 años después, su hijo Víctor Manuel III cedió el
territorio al Estado; y, finalmente, el 3 de diciembre de 1922,
el pico y su entorno fueron declarados primer parque nacional de Italia.
El atractivo que
más distingue esta reserva de otros parques alpinos son los pueblos situados
dentro de sus límites. Tradiciones como la trashumancia de altura, el uso
de la lengua provenzal y las romerías hasta santuarios conviven
de forma armoniosa con los deportes de alta montaña y la
protección del íbice alpino, el emblema del parque. De los
cinco valles que lo integran, presentamos los cuatro que ocupan más territorio
protegido: Cogne, Soana, Orco y Valsavarenche.
Fotos: Fototeca
9x12, Age Fotostock
https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/gran-paradiso-parque-nacional-mas-antiguo-italia_11242/5
ALPES
ITALIANOS, UNA RUTA POR EL VALLE DE AOSTA
Los
picos más emblemáticos de los Alpes superan los cuatro mil metros y están
ubicados en un único valle encajonado entre Francia, Suiza e Italia. Aosta es
un paraíso montañoso con el carácter indómito que tienen los territorios de
frontera.
LA
FRONTERA BLANCA
Italia, Francia y Suiza están separadas por una
línea de crestas y cumbres colosales. Los picos más relevantes son
el Mont Blanc, el Cervino y el
Monte Rosa. En la imagen, la aguja Dent du Géant.
FORTALEZAS
MEDIEVALES
Más de 170 castillos se erigen sobre las
peñas que flanquean el curso del río Dora Baltea. En la imagen, el de Saint
Pierre.
BREUIL-CERVINIA,
LA ESTACIÓN AL PIE DEL MONTE CERVINO
Entre los 1.524
metros de Valtournenche y los 4.478 metros del monte Cervino, el área de Breuil-Cervinia abarca uno de los rincones más
bellos de los Alpes italianos. La conquista de esa cumbre se gestó
simultáneamente desde Zermatt, al norte, y Breuil al sur. En 1865,
Jean-Antoine Carrel, un pastor y guía de Valtournenche, alcanzó la cima solo
dos días después que Whymper y abrió la vía de la arista del Leone, donde hoy
se halla el refugio que lleva su nombre. Valtournenche apenas contaba con un
par de hostales. La fundación en
1934 de la Società Cervino de guías y la inauguración en 1936 del primer
teleférico dieron el impulso definitivo al turismo de montaña.
CARA
SUR DEL CERVINO
Desde el lago Blu
se divisa la fantástica pirámide de roca. Whymper la escaló en 1865 por la
arista de la derecha. J.A. Carrel lo haría dos días después por la de la
izquierda.
VALLES
DE CUENTO
El pueblo de
Antagnod, en el valle situado entre el de Gressoney y el de Cervinia,
preserva la arquitectura tradicional de los Alpes.
AOSTA,
LA ROMA DE LOS ALPES
La entrada a la
ciudad de Augusta Pretoria, fundada el año 25 a.C., no podía ser más
monumental: se cruzaba el puente sobre el río, se pasaba bajo el Arco de
Augusto y finalmente se llegaba a la Puerta Pretoria, la única que se conserva
de las cuatro originales. A partir de ahí, el viajero, mercader o soldado
seguía el Decumano Maximo, la vía que atravesaba el núcleo de este a oeste y,
si disponía de tiempo, se dirigía hacia el sector de los espectáculos, en el
nordeste, donde se hallaban el Teatro y el Anfiteatro, ahora incluido dentro
del convento de Santa Caterina.
EL
FUNIVÍA DEL MONTBLANC
Ascender hasta
casi tocar el Mont Blanc en pocos
minutos es posible desde 1939 gracias al teleférico que asciende desde
Courmayeur hasta la Punta Helbronner. La historia de esta "vía aérea" empezó en 1908 cuando
las familias Donzelli, Gilberti y Lora Totino se unieron en la construcción del
primer remonte con cable del valle. Hoy en día este asombroso viaje al corazón
del macizo empieza con el tramo entre Palud (1.325 metros) y Le Pavillon
(2.173 metros), donde se visita un jardín botánico alpino y una exposición de
cristales del Mont Blanc. De ahí, otro teleférico alcanza la Punta Helbronner
(3.462 metros). Desde ese punto es
posible sobrevolar el glaciar del Gigante y alcanzar la Aiguille du Midi,
en Francia.
ESCENARIO
PARA EL ESQUÍ
La Aguja Negra de Peuterey desde las pistas de Courmayeur, la estación
italiana más próxima al Mont Blanc.
MONT
BLANC
El gigante de los
Alpes (a la izquierda) muestra una de sus caras más agrestes desde la aldea de
Petosan, cerca de la estación de La Thuile.
VALLE
DE AOSTA
1. Pont Saint Martin. Es la puerta de entrada a Aosta por el sudeste.
2. Gressoney. Este valle
desciende desde el macizo del Monte Rosa.
3. Cervinia. Es la estación
de esquí más próxima al mítico Cervino.
4. Aosta. Posee diversos
monumentos romanos en buen estado.
5. Gran Paradiso. Esta montaña de 4.000 metros da nombre a un magnífico parque
nacional.
6. Courmayeur. Población y
estación de esquí emplazada al pie del Monte Bianco o Mont Blanc.
ALPES ITALIANOS, UNA RUTA POR EL VALLE DE AOSTA
Este valle
italiano exhibe una naturaleza superlativa en todas las épocas del año, pero en invierno, con la nieve cubriéndolo
todo, es cuando manifiesta toda su grandeza. La mejor manera de descubrirlo es
viajar de este a oeste siguiendo el eje que marca el curso del río Dora Baltea
y tomar los desvíos hacia valles secundarios para alcanzar los Alpes más agrestes, allí
donde se elevan picos míticos y donde fluyen lentamente algunos de los glaciares más notables de
la cordillera.
El valle de Aosta podría
decirse que empieza en la localidad de Pont Saint Martin, donde finaliza la
región italiana del Piamonte. En tiempos del Imperio romano, este pueblo
fue una etapa esencial de la Vía Consular de las Galias, como
prueba su puente y los restos de una calzada que en la cercana Donnas atraviesa
un arco tallado en la roca. Desde Pont Saint Martin, la carretera que asciende
por el valle de Gressoney permite llevar cabo la primera aproximación a los
gigantes de roca y hielo de los Alpes italianos: el macizo
del Monte Rosa, cuya cumbre más alta es el Dufourspitze, que se alza a 4.634
metros y constituye la segunda elevación de los Alpes tras
el Mont Blanc (4.810 metros).
El recorrido por
el hermoso valle de Gressoney discurre entre bosques y pastizales cubiertos de
nieve hasta llegar al pie de los glaciares que descienden del Monte Rosa. Las
pequeñas aldeas de casas de madera y tejados de pizarra del valle destilan un
aromático olor a fuego de leña que anima a detenerse, pasear
por sus calles y descubrir castillos medievales, torres de iglesias románicas y
hórreos de piedra que aquí llaman rascards.
Gressoney atesora,
además de paisajes, una curiosidad lingüística: el toitschu, un dialecto del alemán que constituye la segunda lengua más utilizada entre los habitantes de
la zona. A pesar de hallarse dentro de territorio italiano, la mayoría de las
toponimias del valle de Aosta son francesas y cualquier folleto turístico
proclama que los valdostanos dominan al menos tres lenguas, el
francés, el italiano y un primitivo franco-provenzal llamado valdôtain.
FORTALEZAS EN EL
VALLE DE AOSTA
El censo de
castillos del valle es otro de los motivos de orgullo de Aosta, que reivindica
tener la densidad más alta de fortalezas de Europa. Los romanos fueron los
primeros en levantar un rastro de baluartes para proteger las fronteras del
imperio. En la Edad Media el
control del valle se convirtió en una prioridad estratégica para los señores
feudales, que vieron en el cobro de peajes una oportunidad de enriquecerse con
el tráfico de mercancías y viajeros entre el norte y el sur de la cordillera
alpina.
En esa época la
calzada tallada por los romanos formaba parte de la Vía Francigena de
peregrinación a Roma. Los frecuentes
enfrentamientos entre las familias nobles cesaron hacia el
siglo XIII, cuando los Challant de la casa de Saboya impusieron su poder en el
valle y lo mantuvieron hasta bien entrado el siglo XX.
El valle de Aosta
cuenta hoy con 172 castillos –el doble que localidades– en desigual estado de
conservación, pero todos ellos encaramados sobre imponentes riscos. Los mejor
conservados forman una línea de defensa entre Pont Saint Martin y Courmayeur,
la población situada bajo el Mont Blanc. A 5 kilometros de Pont Saint
Martin, la fortaleza de Bard cumplía un papel defensivo
crucial desde su emplazamiento sobre un risco a 106 metros de altura.
En 1034 fue descrito como inexpugnabile
oppidum, condición que mantuvo hasta junio de
1800 tras rendirse a un irritado Napoleón después
de que una reducida guarnición de austriacos retuviera varias semanas a sus
tropas camino de Italia.
A los pocos
kilómetros aparecen a lado y lado de la carretera, como dos altivos centinelas,
las fortalezas de Issogne y Verrès. Aunque las dos se pueden visitar, mi
preferencia se decanta por el palacio renacentista de Issogne. La síntesis de
ambos castillos se contempla en el de Fénis, una delicado conjunto gótico que
también se ganó la fama de recinto inexpugnable.
La entrada al
valle del Cervino también la marca una fortificación: la
estructura monobloque del castillo de Ussel, que desde un
escarpado promontorio domina la población de Châtillon. El
Cervino (4.478 metros), Matterhorn para los
suizos, es el segundo del trío de picos míticos que aparecen en este viaje.
Una ubicación aislada y una silueta piramidal de cuatro caras orientadas a los
distintos puntos cardinales han contribuido a aumentar su fama entre los
escaladores y entre los buscadores de las panorámicas alpinas más impactantes.
En invierno es
posible alcanzar la base del Cervino desde la estación de esquí
Breuil-Cervinia, accesible por una zigzagueante carretera que conviene
transitar con calma para disfrutar de un paisaje de montes nevados y valles
esculpidos por glaciares, bajo el omnipresente sonido del agua.
La ciudad de Aosta
presume de ser considerada la Roma de los Alpes,
un título que se antoja excesivo pero que los aostanos defienden con entusiasmo
afirmando que, después de Roma y Pompeya, su ciudad es la que posee más ruinas
romanas. Augusta Pretoria fue fundada a la par que su tocaya Zaragoza (Caesaraugusta) en el año 25 a.C.
y pronto se convirtió en un importante burgo gracias a su emplazamiento en el
cruce de los caminos que comunicaban la capital del imperio con la Galia y
Helvecia.
La ciudad actual
respira cierto aire provinciano, pero sus reducidas dimensiones
contribuyen a que las piedras romanas y los edificios medievales destaquen
todavía más. El paseo por Aosta tiene dos paradas ineludibles: la Puerta
Pretoria, el antiguo acceso a la ciudad, que disponía de
diferentes pasajes para carros y peatones según la clase social; y la abadía
medieval de Sant Orso, donde el arte románico y el gótico
dialogan sobre frescos y arcos apuntados. La abadía rinde tributo al patrón del
valle, cuya celebración tiene lugar el 31 de enero durante la Feria de
Sant’Orso. Ese día la ciudad se transforma en un mercado tradicional en el que
se intercambian productos y utensilios agrícolas de una forma bastante similar
al comercio que los romanos practicaban en los pasos alpinos.
LAS HUELLAS DE LA
HISTORIA
En Aosta domina el
impulso de atravesar los Alpes en dirección a Suiza a través del Puerto
del Gran San Bernardo. Pero es un proyecto imposible en esta
época del año porque su altitud (2.473 metros) lo expone a ventiscas y nevadas
tan copiosas que solo permanece abierto de junio a septiembre. Una lástima
porque este paso tiene mucha historia. El emperador Claudio ordenó construir
una calzada que, siglos después, fue elegida por Napoleón Bonaparte para cruzar
los Alpes con su ejército y emprender la conquista de
Italia. El puerto debe su nombre al monje Bernard, que en tiempos medievales
construyó una cabaña para socorrer a los viajeros en apuros. Este clérigo
también se dedicaba a la cría de los perros San Bernardo que, como enseguida se
encargan de desmitificar en los refugios de la zona, nunca han llevado colgado
del cuello un barril con aguardiente.
La ruta por la
parte alta del valle de Aosta empieza frente a la elegante fortaleza
de Sarre, instalada sobre un promontorio que domina un amplio
panorama. El castillo fue erigido en 1710 sobre los cimientos de una casa
fuerte del siglo XIII. Víctor Manuel II de Italia, de la dinastía de los
Saboya, lo adquirió en el siglo XIX para usarlo como
pabellón de caza, pero él mismo y su sucesor lo ampliaron y enriquecieron con
decoración de gusto dudoso, como se ve en el Salón de Trofeos, forrado literalmente
con cornamentas de íbice.
Esta cabra montesa
se ha convertido en el símbolo del actual Parque Natural del Gran Paradiso, un enorme paraje de prados y bosques de
pinos negros que se extiende en torno a otro cuatromil, el Gran Paradiso (4.061
metros). Resulta curioso que una reserva denominada Paraíso fuera el lugar de
paseo preferido de numerosos papas, entre ellos Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Las cartas
de algunos restaurantes de Aosta ofrecen motzetta (una especie de cecina) y guisos de cabra, cuya carne siempre se ha comido en el
valle. Me lo explican en un refugio próximo a Valnontey y debe de ser cierto,
porque la autopsia realizada a Ötzi –el cazador momificado hace 5.300 años y
encontrado en un glaciar en 1991 – demostraba que había comido carne de íbice
en su última cena. En los refugios del Gran Paradiso también se puede
disfrutar del queso fontina, el producto estrella del valle.
Con él se prepara la fonduta o fondue, cuyo origen los valdostanos sitúan en
estos valles y no en la vecina Suiza.
Courmayeur se
descubre como la capital del esquí en Aosta. Es, por tanto, una ciudad turística con
abundantes tiendas sofisticadas, hoteles de lujo y ferraris, pero como cuna del
alpinismo rinde también un auténtico culto a la nieve y a la montaña. En 1850
nació la Sociedad de Guías Alpinos de Courmayeur, la segunda
compañía más antigua de los Alpes. Casi dos siglos después, los guías de
montaña profesionales son admirados como verdaderos héroes locales.
Desde Courmayeur
se adivina el final del Valle de Aosta, cerrado de golpe por la rotundidad del
Mont Blanc. El túnel de 11,6 kilómetros que desde 1965 perfora
sus entrañas permite pasar a la vertiente francesa en poco rato.
Sin embargo, prefiero sobrevolar la grandiosa montaña gracias a la red de
teleféricos y funiculares que en seis tramos alcanzan la Aiguille du Midi,
sobre la villa de Chamonix. La parada intermedia en la Punta Helbronner marca
el fin de mi viaje invernal por el Valle de Aosta. A casi 3.500 metros de
altitud, si el día es soleado apenas se sienten los diez grados bajo cero
mientras se contempla cómo refulgen los glaciares, las nieves eternas del Mont
Blanc, las cumbres del Monte Rosa y la inconfundible pirámide perfecta del
Cervino.
https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/alpes-italianos-ruta-por-valle-aosta_11213/10
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