jueves, 19 de noviembre de 2020

 

FEZ: TODO LO QUE ESCONDE LA CIUDAD DE LAS MIL PUERTAS

Y

MEKNES

La urbe más antigua de Marruecos despliega un tapiz de zocos y monumentos sellados por murallas que retienen mil y un secretos.


Hacia el año 790, Idris I fundó en el corazón de Marruecos la ciudad de Fez, la cual no solo se convertiría en su residencia, sino también en el corazón espiritual del islam y la urbe más importante de Marruecos. Perteneciente al exclusivo “club” de cuatro ciudades imperiales completado por Rabat, Meknes y Marrakech, Fez continúa evocando la exuberancia e hipnotismo dignos de la capital más antigua de Marruecos. Un destino dividido entre dos Medinas (o ciudades antiguas) que respiran una tradición genuina y enigmática, de tantas puertas como colores diluidos en sus calles laberínticas.


TODOS LOS CAMINOS LLEVAN A LA PUERTA AZUL

La ciudad de Fez queda divida en tres zonas diferenciadasFez el-Jdid, lugar que aglutina el Mellah (nombre con el que se conoce a La Judería); la Ciudad Nueva, donde se estilan los cafés parisinos nacidos en los tiempos de la colonización y, especialmente, la Medina Fez-el Bali, la zona más antigua de la ciudad rodeada de murallas que alcanzan hasta los 15 kilómetros de extensión. Esta última, en concreto, supone la principal atracción a la hora de perderse en la esencia que vinimos a buscar a ese exótico Marruecos desde el primer momento en que atravieses Bab Bou Jeloud, la icónica puerta de entrada a la Medina, también conocida como Puerta Azul.



EL AROMA DE LOS COLORES

Designada Patrimonio de la Unesco dada su condición como zona peatonal más grande del mundo, la Medina de Fez conforma una celosía urbana de 9.000 callejones donde se forja un paraíso del comercio y el regateo: artesanos elaborando lazos de miel, gallos vivos esperando su turno en la carnicería, o puestos de especias, alfombras y babuchas donde, a diferencia de otras ciudades como Marrakech en las que el comerciante es más intrusivo, aquí un amable “No” es suficiente ante la insistencia. Matices que encierran cientos de aromas, sabores y colores, como bien demuestra uno de sus secretos mejor guardados: la Calle Arco Iris, un trayecto de adoquines multicolor que une las calles Talaa es-Seghira y Taala el-Kebira, las dos principales arterias de la Medina de Fez.



ESPLENDOR MARROQUÍ

Más allá de su componente comercial, Fez-el Bali encierra algunos de los monumentos más importantes de la ciudad: la gran Madraza Bou Inania, epicentro del estudio coránico, o la también obligada Mezquita Karaoine, dotada de más de 320.000 obras y considerada como la más grande de Marruecos hasta la apertura de la Mezquita de Hassan II de Casablanca. Además, también puedes refrescarte de los estímulos del camino en una de las típicas fuentes de mosaicos de Fez, siendo la Fuente de Nejjarine la más antigua de la ciudad.



HUELE A CAMELLO ENCERRADO

Pero será allí, en algún lugar donde la Medina se retuerce, cuando cierto aroma no muy agradable te avise. A continuación, alguien te llevará entre calles que se estrechan aún más y subirás las escaleras que te descubrirán la presencia del secreto mejor guardada de Fez: la Curtidería Chouwara, un espectáculo de tintes naturales alimentados con excremento de pichón en los que diferentes familias (una por tinte) remueven el viejo arte de tintar cuero de camello o cordero. Una excusa para acceder a todos los productos derivados de la mayor de las cuatro curtidurías de Fez sin olvidarnos del principal aliado: una ramita de hierbabuena para paliar los odores de la tradición.



A VISTA DE ALFOMBRA MÁGICA

Al abandonar la Medina de Fez a través de la Puerta Bab Guissa, se abre ante los ojos un alto promontorio que sostiene las ruinas de las tumbas meriníes, mausoleos fundados en el siglo XIV para acoger los restos de los primeros conquistadores de la ciudad. Una colina digna de cuento medieval desde la que disfrutar de las mejores panorámicas rodeadas de cabras que buscan algo de pasto entre palmeras solitarias.



DE PALACIOS Y CONTRADICCIONES EN LA JUDERÍA

En Fez hay vida más allá de su principal Medina, siendo la Judería, también conocida como la Mellah, uno de sus rincones más peculiares. Un barrio más moderno (fue abierto en 1438, 700 años después de la creación de la ciudad) donde los bazares se alejan de los circuitos turísticos, asoman monumentos inesperados como el cementerio hebreo (en la imagen) y los rincones se colman de autenticidad pero, también, de contradicciones. Para ejemplo, los balcones de madera abiertos al exterior que retan el conservadurismo árabe del Palacio Real, el cual prohíbe la entrada a unos aposentos de color verde menta salvaje que caracteriza el colorido ADN de Fez.



¡BSSAHA! (O "QUE APROVECHE")

Los amantes de la gastronomía marroquí encontrarán en Fez el mejor representante de esta comida exótica a base de clásicos cous-cous y tagine, sopa de harina (harira) o la deliciosa bastela, un pastel a base de canela, frutos secos y carne de pichón a regar con un exquisito té moruno. Presentes en infinidad de locales y ambientes, los restaurantes de Fez, especialmente los de la Medina, suponen una atracción más en sí misma, destacando las deliciosas croquetas de patata del restaurante Lagliali, junto a la Puerta Azul; o el tagine de pollo al limón del Café Al Oud, un local entre la tradición marroquí y el hipsterismo occidental.

 


NO MUY LEJOS

Fez supone la principal baza de un recorrido por el norte de Marruecos totalmente fascinante. Aprovecha para extender tu aventura un día y acercarte a Meknes, otra de las ciudades imperiales y ubicadas a tan solo una hora de Fez. O incluso, asciende hasta la montañas del Rif y pasea por Chaouen, el famoso pueblo azul (y el de la mayor plantación de hachís del mundo) para enlazar con una visita a la litoral Assilah y finalizar con el infravalorado encanto de Tánger. Lugares que extienden el potencial de una ciudad de Fez de tantos matices como secretos esconde entre sus palacios, curtidores y bazares.

 

https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/fez-todo-que-esconde-ciudad-mil-puertas_14893/8

 

MEKNES, LA CAPITAL IMPERIAL INESPERADA

Ubicada entre Rabat y Fez, esta urbe permite disfrutar de Marruecos sin turistadas.

 

Establecida en una fértil región cubierta de olivares, viñas y huertas, esta antigua villa imperial conserva el patrimonio de su esplendoroso pasado.

De las cuatro ciudades imperiales de Marruecos, Meknés podría considerarse la más modesta, detalle que le confiere un ritmo de vida pausado y la hace muy agradable de visitar. Modestia relativa, puesto que sus monumentos rivalizan en magnificencia con los de Fez, Marrakech y Rabat, si bien se distribuyen en un casco urbano menos extenso y rodeado de campos de cultivo, que se extienden a la sombra del Atlas Medio. Su fértil huerta la convierte en la capital agrícola del reino marroquí y en el lugar donde saborear las mejores frutas y verduras del país, sin olvidar sus vinos y un gustoso aceite de oliva.


EL SUEÑO DE UN SULTÁN

Los orígenes de Meknés se remontan al siglo X, cuando la tribu bereber de los meknasíes construyó aquí una kasba o fortaleza, conquistada por los almorávides cien años más tarde. Serían los almohades y los merinides quienes desarrollarían la ciudad, si bien su verdadero apogeo llegó a partir de 1675, cuando el sultán Mulay Ismail estableció en Meknés la capital de Marruecos para escapar de la influyente nobleza de Fez. De aquella época datan los 40 kilómetros de muralla que rodean la población, así como los edificios más suntuosos que se esparcen por la medina y por la extensa villa imperial que Mulay Ismail edificó junto a ella, con la idea de crear una capital autosuficiente.


DONDE LATE EL CORAZÓN DE MEKNÉS

Separando la medina de la villa imperial, se abre la plaza El-Hedime, idónea para pulsar el ritmo de la ciudad, que se llena de vida al atardecer gracias a vendedores y artistas ambulantes, y a los restaurantes y terrazas instaladas donde en otras épocas se leían anuncios reales o se presenciaban ejecuciones públicas. 



EL CASTIGO DEL ARTISTA

La más famosa de las ejecuciones de la plaza fue la del arquitecto que concibió la magnífica puerta de Bab Mansour, que comunica la plaza con la villa imperial. Está decorada con rosetas, estrellas y dibujos geométricos cubiertos de miles de piezas de cerámica, formando un conjunto sutil y espléndido a la vez. Su hacedor fue un cristiano convertido al islam con el nombre de Al-Mansour, quien cometió la imprudencia de presumir ante el sultán de que podía realizar una puerta aun más bella.



UN MAUSOLEO PARA LA ETERNIDAD

La plaza El-Hedim está dominada por el palacio Dar Jamaï (1882), hoy sede del Museo Dar Jamaï, considerado uno de los mejores del país, por su colección de cerámicas, joyas, alfombras y bordados espectaculares. Tras cruzar el portal de Bab Mansour aparece el mausoleo de Mulay Ismail, uno de los pocos recintos religiosos de Marruecos al que acceden los no musulmanes. Tejas verdes esmaltadas y un fino trabajo de estuco se suceden a lo largo de diversos patios y columnatas, antes de llegar al lugar donde reposan el sultán y su hijo heredero. Flanqueando la entrada a las tumbas se ven dos relojes de péndulo, que el rey francés Luis XIV regaló al sultán tras negarle la mano de su hija, puesto que la ley musulmana autorizaba la poligamia.



UN COMPLEJO COLOSAL

Detrás del mausoleo asoma el perfil del Palacio Real, todavía en uso, y el conjunto de Heri Souani, con los graneros y caballerizas. Allí destacan el Dar El-Ma, un laberinto de columnas y arcos que albergaba los pozos que abastecían la ciudad gracias un sistema de norias, hoy desaparecidas. Lo sigue otro recinto de proporciones igual de colosales, en el que estabulaban a los 12.000 caballos del ejército del sultán. Y junto a Dar El-Ma, el estanque de Agdal, donde los monarcas disfrutaban de paseos en barca.



RUTA DE LAS MEZQUITAS

Para visitar las mezquitas de Meknés lo mejor es dirigirse al norte de la medina y entrar por otra de sus puertas monumentales, la de Bab Berdaine. Desde el mirador de la calle Merinides se puede ver cómo asoman sobre los tejados los minaretes de la mezquita de Berdaine, de la Gran Mezquita y al fondo los de la mezquita de Nejjarine. El primero está revestido de cerámica verde, el color sagrado del islam, ya que en un hadiz o dicho de Mahoma éste decía que el agua, el verdor y una cara hermosa eran las cosas universalmente buenas.



AZULES Y ESTUCOS POR DOQUIER

Junto a la Gran Mezquita se ubica la madraza Bou Inania, escuela coránica construida en 1336 según el diseño clásico, en el que el patio central con la fuente de las abluciones está rodeado por una galería y una sala de oración. Versículos, azulejos y estucos que parecen bordados se disputan hasta el último rincón, del mismo modo que los comerciantes se arraciman en los callejones aledaños y en los bazares cubiertos próximos a la calle Nejjarine.



OLORES, COLORES Y SONIDOS ESTIMULANTES

El alto nivel de los artesanos de la Meknés del pasado tiene su reflejo en los que hoy muestran sus habilidades a puerta de calle. Resulta especialmente fascinante el trabajo de damasquinado, algo que no se encuentra en otras ciudades de Marruecos. Esta decoración consiste en incrustar hilos de oro, plata o cobre en piezas de metal pavonado, creando filigranas de gran efecto. El sonido del martilleo cede al sentido del olfato a medida que se avanza hacia el mercado que hay en las inmediaciones de El-Hedime, donde la monumentalidad da paso a la cotidianidad. Menta, especias y limones se disputan la atención de los compradores, atareados en regatear y en elegir los mejores dátiles o el aceite más perfumado.

https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/meknes-capital-imperial-inesperada_14228/8


































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